Capítulo 7

CEDIÓ con un golpazo, fuerte como el disparo de un cañón grande, y con una sacudida que hizo vibrar toda la estructura del buque. Durante un segundo mientras chocaba con Wyatt, Nick pensó que el Mackerel había golpeado un banco de arena. Luego se dio cuenta.

Wyatt había salido despedido contra la bitácora. Ya se había recuperado y gritaba con voz ronca por el tubo acústico:

—¡Paren las dos máquinas!

Nick se imaginó el mamparo al reventar mientras descendía a toda velocidad por la escala del costado de babor y una ola rompía sobre él. Una ola atronadora que le llegó a la altura de los hombros... Tuvo que detenerse y aferrarse a los pasamanos laterales de la escala preguntándose si resistirían y si lo harían sus brazos. No podía sentir las manos. El mar le cubrió la cabeza un momento y luego tiró de él, como si fuera una criatura viva succionándole el cuerpo con la boca, clavándole tentáculos de hielo. Entonces, el barco se balanceó con fuerza a estribor, el mar lo soltó y él llegó abajo. Se abalanzó sobre el comienzo de la siguiente escala y descendió. No podía ver a causa del frío, el escozor de la sal y el negro filo del viento, pero el impulso de llegar allí abajo hacía que todo eso fuera insignificante y careciera de importancia. Encontró la puerta estanca y entró dando tumbos, resbaló sobre las húmedas y viscosas virutas de corcho y corrió hacia proa mientras el Mackerel se lanzaba a un lado y salía disparado más y más alto... Luego se inclinó y bajó la proa. Una multitud de hombres lo rodeó de pronto.

—¿Vamos a seguir a flote, señor?

—Por supuesto. Y para cuando amanezca habrá otros buques apoyándonos.

La respuesta, esas palabras tranquilizadoras, le llegó casi sin pensar mientras se abría camino hacia proa y los hombres lo dejaban pasar. Oyó una ovación. Atravesó los ranchos de los suboficiales y los suboficiales mayores y el de los marineros de primera. La puerta estanca que tenía delante estaba cerrada y la estaban apuntalando en ese preciso momento, todos los demás puntales estaban colocados y se habían metido cuñas para afirmarlos más fuerte. El guardiamarina Grant exclamó con desesperación:

—El suboficial mayor Swan, señor... está... tomó el relevo ahí dentro y...

El Mackerel se hundió, clavando su proa dañada en el mar a la vez que se deslizaba a babor, un resbalón de costado acompañado de un rápido bamboleo a estribor. Estaban haciendo trucos circenses. Los hombres de los puntales habían tenido que dejar de trabajar y agarrarse a cualquier cosa cercana y sólida en busca de apoyo. Lino estaba vomitando. Grant había dejado lo que fuera que estaba diciendo porque había salido despedido a un lado y había perdido el equilibrio; un oficial de turno, Jarvie, lo estaba volviendo a poner en pie.

—El contramaestre mayor estaba en el extremo de proa, señor.

Trew, marinero de primera y apuntador del cuatro pulgadas de popa, agitó un pulgar hacia el mamparo. El rostro del pequeño Grant era del color de la leche aguada, tenía ese aire levemente azulado. Farfulló:

—Acababa de decirme que ya... «había hecho mi parte», eso dijo, que ahora le tocaba a él... Yo acababa de volver aquí, literalmente acababa de...

—Está bien, guardiamarina, está bien.

La muerte de Swan era una tragedia en términos humanos normales; en términos más prácticos, la pérdida de un marinero muy experimentado y capaz, y suboficial, suponía un gran golpe. Swan era —había sido— un eje en la fortaleza y capacidad del buque; por lo que arreglárselas ahora sin él, sería mucho más difícil. Nick estudió el apuntalamiento.

—Aquí parece bastante sólido, Trew.

—El otro también lo parecía, señor.

Nick lo miró con el entrecejo fruncido. El Mackerel estaba subiendo otra montaña de mar.

—Ahora estamos a la capa. Habrá mucha menos presión. Ustedes vigílenlo, y si algo se mueve o parece que se mueve... bueno...

Caían, inclinándose y balanceándose a estribor como un barril y con el estruendo de grandes olas estrellándose en lo alto. Trew hizo un gesto de asentimiento.

—Sí, señor.

Era un buen marinero, aunque poco imaginativo. Nick se dejó caer por la escala hasta la cubierta de los fogoneros. Allí la escena era la misma: la puerta estaba cerrada y se estaba apuntalando mientras se reforzaban los otros puntales. El suboficial fogonero Prior estaba al mando.

—¿Están bien, Prior?

—No es como arriba, señor. Comenzó allí, así que estábamos sobre aviso. Yo estaba a proa, en el pañol, lo oí ceder y corrí como alma que lleva el diablo.

—Bien hecho... Aunque ¿está seguro de que está inundado en este nivel?

Prior se frotó la mandíbula.

—¿Le gustaría entrar a ver, señor?

Los hombres se rieron entre dientes.

—Quiere decir que sí —replicó Nick.

—¡Mierda, el agua me persiguió, señor! —Más risas; añadió—: Se rajó hasta abajo.

—¿Y la santabárbara?

Prior bajó la mirada hacia la escotilla situada justo a sus pies, con las abrazaderas bien atornilladas. Sacudió la cabeza.

—No quiero abrirla, señor, para nada. Pero está el asunto del gasoil a proa. Creo que podría protegerlo un poco, me refiero al mamparo, mantenerlo firme, ¿no le parece?

—¿Ha intentado bombear?

—En la santabárbara... —Prior se golpeó la frente con un puño—. Me estoy volviendo idiota... —Miró a su alrededor—. ¡O’Leary! ¿Dónde está ese irlandés...?

—Aquí, suboficial...

Nick los dejó con eso y volvió a subir. Decir que se alegraba de haber decidido apuntalar ese segundo mamparo habría sido quedarse corto. Si no lo hubiera hecho, el Mackerel estaría ahora en el fondo del mar y la mayor parte de esos hombres habría muerto. Puede que todos; no sólo porque el buque se habría hundido al instante, sino porque en un agua cercana al punto de congelación no podías esperar sobrevivir más de lo que dura un padrenuestro.

Vio a Grant y se planteó enviarlo arriba, a ver a Wyatt, con un informe de la situación. Pero, en cuanto supiera que se había contenido la inundación, Wyatt podría tratar de avanzar de nuevo. Sólo un loco lo intentaría; aunque Wyatt había estado mostrando indicios de locura, pensó Nick. Era obstinado y en pocas palabras —aunque pareciera mentira, para un capitán de destructor joven y bien considerado—, en pocas palabras, estúpido. Querría demostrar que tenía razón o sabe Dios qué... Y el pequeño Grant no podría discutir con él. Aparte de eso él, Nick, no podía quedarse allí abajo, sin estar al corriente de lo que estaba pasando; pero era mejor que hubiera alguien a quien se pudiera calificar de oficial allí... Se preguntó qué estaba haciendo Gladwish. No podía ser que siguiera en los tubos, con la cubierta superior casi continuamente bajo el agua.

Prior se impulsó escala arriba y se quedó colgando en la parte superior durante un violento balanceo...

—Están secos, señor. La santabárbara y el pañol de bombas... ¡requetesecos!

—Gracias a Dios, podría haber sido peor... Pero ahora mantenga esa escotilla bien cerrada, ¿eh?

Trasladar la munición a popa supondría tan poca diferencia ahora en comparación con los cientos de toneladas de agua que había en la proa del buque, que no compensaría el trabajo que implicaba. Mientras que mantener esa zona cerrada la convertiría en una bolsa de presión de aire contra cualquier empuje desde el tanque de gasoil. Además contaba con el soporte, a popa, del segundo tanque de combustible, cuyo extremo posterior era el mamparo de proa de la cámara de calderas n.° 1. Ese no se podía apuntalar: primero porque contaba con una superficie enorme y prácticamente no quedaban materiales de apuntalado con los que trabajar y segundo porque la pareja de calderas delantera sólo estaba a unos cuarenta y cinco centímetros de él. No habría espacio para los puntales ni para que los hombres trabajaran.

En otras palabras, ese mamparo tenía que resistir. Si no lo hacía, el Mackerel acabaría en el fondo.

—No sabía que un buque se pudiera bambolear así. Nunca... —comentó Trew.

Estaba bien pegado al costado de babor del puente, al curvo acero del casco que por el momento le había cambiado el sitio a la cubierta. Entonces el barco volvió a lanzarse en la otra dirección... Nick se preguntó si sería posible mantenerlo de popa al oleaje, yendo atrás poca con las dos hélices. Podría ser, pensó, si el timón podía sostenerlo, si la fuerza del mar no lo arrastraba constantemente. Aunque las olas le romperían justo encima, se amontonarían sobre la popa baja, se estrellarían contra la toldilla y la cubierta de hierro, y no dejarían nada allí, lo arrastrarían todo o lo aplastarían. Pero a la mierda con eso si lo mantenía a flote, al menos hasta que otro buque los ayudara... Cayó en la cuenta de que estaba pensando como si él fuera el capitán del Mackerel más que el teniente de navío. No le correspondía a él tomar esas decisiones. Y ya era hora de regresar arriba y decirle al verdadero capitán lo que había estado ocurriendo ahí abajo.

—Grant... voy a subir al puente. Supongo que regresaré después.

—Muy bien, señor.

Miró a su alrededor. El Mackerel se sostuvo sobre el extremo de popa, se bamboleó un momento antes de que el peso de la proa se hiciera cargo y lo hiciera caer con un gran estrépito, como si se tratara de un enorme martillo... Mientras el movimiento se frenaba y el barco comenzaba a balancearse a babor y a elevarse de nuevo, Nick les aseguró:

—Ahora todo irá bien. Celebraremos la Navidad dentro de un día o dos. Montaremos una bien buena para compensar todo esto, ¿verdad?

Los hombres lo vitorearon, o quizá fuera la idea de la Navidad. Nick se quedó mirando el mamparo. Swan estaba en algún lugar al otro lado. Ahogado. Meciéndose de un lado a otro.

Wyatt gritó agarrándose a la barandilla del puente con Nick a su lado:

—¿Cuándo apuntaló el segundo mamparo?

—Poco después del primero, señor.

«Después de que usted dijera algo sobre «ir a la mayor velocidad que pudiéramos»...»

Aguardó, pero por lo visto Wyatt no tenía más preguntas ni comentarios. Ya había estado de acuerdo con la propuesta de intentar situar el buque de popa al oleaje con las máquinas atrás poca o tan atrás poca como fuera necesario. Ahora estaban esperando a que el señor Gladwish y el ayudante del artillero de torpedos llegaran al puente.

Wyatt se inclinó hacia el tubo acústico de la cabina de radio. Nick se apartó para dejarle sitio, pero se aseguró de no soltarse. Un resbalón y podías saltar por encima de la barandilla y nadie te vería caer siquiera. Ese puente se parecía a una silla enjabonada sobre un caballo loco. Wyatt bramó:

—¡Piloto!

—¿Señor?

—Anote una señal...

Levantó la cabeza del tubo mientras el Mackerel se bamboleaba casi sobre las cabezas de bao: estaba allí colgado, como si no hubiera decidido si acabar con todo, dar la vuelta y terminar de una vez. Resultó casi una sorpresa cuando se recuperó y comenzó a retroceder. Wyatt le dictó a Pym:

—Para el Moloch, repetida para las autoridades habituales: «Estamos a la capa y no podemos avanzar debido a una importante inundación a proa. Solicitamos asistencia al alba. Tenemos veinte hombres heridos y los dos botes resultaron destruidos antes.» Envíelo enseguida.

—¡Sí, señor!

Así que ahora lo sabrían, pensó Nick. ¡Era como si Wyatt acabara de empezar a comprender el aprieto en el que estaban! Bueno, mejor tarde que nunca. Y al precio de una vida, la de Swan... Vio que Gladwish llegaba al puente, con la forma desgarbada del suboficial mayor Hobson tras él. Habían estado en la plataforma del proyector todo este tiempo. Para Gladwish, el buque estaba en zafarrancho de combate, y hasta ahora nadie le había dicho que abandonara su puesto.

—Hobson, usted es el timonel en funciones —ordenó Wyatt a gritos.

—A la orden, señor.

Hobson —un hombre alto, lento y de mandíbula fuerte— atravesó agachado y como pudo el puente húmedo y bamboleante para sustituir a McKechnie en el gobierno. En ese momento, con la nave detenida, no había gobierno que mantener. Nick le comunicó a McKechnie:

—Y usted es el contramaestre mayor en funciones. Lo tendrá difícil si nadie tiene la gentileza de ofrecerse a remolcarnos al amanecer.

—Sí, señor. —El hombre de Glasgow soltó una carcajada mientras iba a parar contra la barandilla y se aferraba a ella—. ¡Va a ser divertido sacar un cabo en medio de esto!

Tenía razón, lo sería, pensó Nick. Pero sólo podía ocuparse de una situación a la vez, y en cualquier caso alguien tendría que encontrarlos primero, encontrarlos aún a flote... Oyó a Wyatt llamando a la sala de máquinas:

—¿Es usted, señor Watson?

—¡Sí, señor!

—Jefe, voy a intentar atrás poca en las dos máquinas para ver si podemos mantenerlo de popa al tiempo.

—¡Cuando quiera, señor!

—Vale, muy bien. ¡Atrás poca las dos! —Se inclinó sobre Hobson para atisbar la rosa... —Quince grados a babor, instructor de torpedistas.

—Quince grados a babor, señor.

El tubo acústico graznó:

—¡Las dos máquinas van atrás poca, señor!

—Quince grados de timón a babor, señor —infirmó Hobson.

Significaba que el timón estaba sesgado quince grados a estribor de crujía. Mientras el buque tuviera accionado el retroceso la proa debería girar a babor. Wyatt y Hobson se estiraban sobre la bitácora observando la rosa y la línea de fe.

—No obedece, señor.

La voz del instructor de torpedistas era grave y bronca, se parecía un poco a la del patrón Barrie. Wyatt llamó por el tubo a la sala de máquinas:

—¡Atrás media a babor!

—¡Atrás media a babor, señor!

Ahora podía oírlo, el zumbido de las turbinas en medio de los sonidos más fuertes aunque irregulares del embate del viento y el estrépito del mar...

—¡Máquina de babor atrás media, señor, estribor atrás poca!

McKechnie se tambaleó hacia un lado mientras el buque se balanceaba y chocó contra Reeves, el timonel señalero...

—Perdone, señalero.

—Está virando, señor.

Había alivio en el tono de Hobson. Aunque el Mackerel no sólo estaba girando, estaba ascendiendo, apuntando el morro roto hacia el cielo.

—¿Todavía tiene la lámpara? —le preguntó Nick a Reeves.

Así era. Wyatt le indicó a gritos al instructor de torpedistas:

—Lo quiero derecho al noreste para que la popa esté en el suroeste. ¿Entendido?

Hobson comprobó la brújula y respondió:

—Sí, señor, derecho al noreste...

El buque se mantuvo con la quilla nivelada un rato, sosteniendo el equilibrio a lo largo de una cresta blanca; luego la proa cayó mientras la nave efectuaba un largo descenso de cabeza que terminó en un rápido y pronunciado balanceo a estribor. Ya había cubierto medio giro, con el viento y el mar azotando la aleta de estribor. Wyatt ordenó a la sala de máquinas:

—¡Atrás poca las dos máquinas!

—¡Atrás poca las dos, señor!

Hobson, sin embargo, seguía manteniendo todo el timón en marcha...

—¿Le apetece hacerles una visita abajo, en el mamparo apuntalado? —le propuso Nick a Gladwish.

Una ola llegó a toda velocidad desde popa, alcanzó una altura descomunal, negra con un tempestuoso borde blanco de plumas blancas. Se irguió aún más alto mientras alzaba el buque, adquirió tamaño y peso, amenazando todo lo que flotaba, todo lo que se interponía en su camino. Entonces se estrelló, tenía el tamaño de una casa, rompió donde había estado el cañón de popa. El Mackerel luchaba por mantenerse a flote con la popa enterrada en el mar negro y la danzante espuma. Nick pensó en los hombres que se encontraban a popa, los heridos a los que McAllister estaba tratando en la cámara de oficiales y en su cabina y en la del capitán. No harían falta muchas olas como ésa para destrozar la superestructura posterior y arrastrarla por la borda; entonces sólo quedaría la escotilla con su tapa de acero, no tan grueso cubriendo la parte superior de la escotilla de la cámara de oficiales.

Y si cedía...

—¡No seguirá seco a popa mucho tiempo! —exclamó Gladwish.

Lo seco o mojado que estuviera, simple incomodidad, no era en lo que Nick estaba pensando. Pensaba en inundaciones, anegaciones. Si el Mackerel iba a recibir golpes de mar a popa como ése un minuto sí y otro no, o varias veces por minuto...

—Supongo que me quiere abajo a proa, ¿no?

Nick asintió y acercó la boca a la oreja del artillero:

—Y podría hacer subir al joven Grant para que se tome un respiro. Dígale que quiero que me explique cómo va todo.

—A la orden...

—¡Vaya con cuidado!

Gladwish soltó un gruñido mientras se dirigía a la escala, correteando como un cangrejo por el puente inclinado.

—A mí me lo va a decir...

Ayudaría que ambas hélices estuvieran atrás poca. Si se podía mantener el buque así, con las menores revoluciones posibles, sólo las suficientes para que obedeciera al timón y permaneciera de popa... Nick se dio cuenta de que, gracias a Dios, Wyatt era del mismo parecer. Mientras Hobson disminuía el timón, el capitán acababa de ordenar:

—¡Alto a estribor!

Cuanta menos resistencia le ofreciera el barco al mar, menos empuje propio, más fácil se movería, menos misiles como aquel último se estrellarían contra la popa... Oyó que el suboficial mayor Hobson informaba:

—¡Rumbo noreste, señor!

Resultaría sorprendente que una hélice sola lo sostuviera. Y siendo previsores... si al final los remolcaban, tendría que ser con la popa por delante, y entonces las olas golpearían aquella bovedilla baja.

Tal vez estaba siendo demasiado previsor. El tiempo podría haberse calmado para entonces... Nick hurgó entre capas de ropa protectora húmeda, encontró un pañuelo y lo usó para limpiar las lentes de los prismáticos. Hobson estaba teniendo que esforzarse al máximo en la rueda, luchando duramente con el timón primero en una dirección y luego en la otra, para mantener el buque. El hecho de que estuviera hundido por la proa significaba que la popa flotaba más alto, más expuesta al viento y las olas que intentaban hacerlo girar. Wyatt observaba la brújula, su rostro mojado brillaba con un tono azulado mientras se inclinaba sobre la pálida luz. Entonces se dirigió al tubo acústico.

—¡Atrás poca las dos máquinas!

Nick comenzó a estudiar la proa a través de los prismáticos. No había ningún cambio visible... Salvo que el agua parecía más en calma delante. Rompía menos cantidad, se veía menos blanco que en otras partes. La zona más en calma parecía extenderse por delante de la nave formando una «V» cada vez más amplia que salía de la proa y se perdía fuera del campo de visión.

El motivo se le ocurrió de pronto. Gasoil... del tanque de proa.

—Parece que estamos perdiendo gasoil, señor.

Nick señaló. Wyatt apuntó hacia allí con los prismáticos y luego regresó al tubo acústico de la sala de máquinas.

—Jefe, el tanque de combustible n.° 1 está goteando al mar. Será mejor que lo desconecte.

Nick oyó a Watson decirle que estaba desconectado, que lo había hecho como precaución hacía un rato. Su tono no era autocomplaciente, sólo informaba de un hecho.

—Muy bien, jefe.

Pero no era nada bueno... Significaba que, ya el gasoil goteara directamente fuera del buque o a través de los otros compartimientos inundados en la proa, la presión del mar, la presión de las olas, estaría actuando sobre el combustible que aún quedaba en el interior del tanque. Así que la sección inferior del mamparo que llevaba a la santabárbara y el pañol de bombas y que no había parecido posible —o necesario— apuntalar, soportaba ahora la misma fuerza desde proa que la parte más alta y apuntalada. Nick sintió un repentino nudo en las tripas cuando cayó en la cuenta de esto y comprendió que había un punto débil en las defensas que había establecido, una puerta trasera desprotegida. La zona de municiones estaba seca cuando pusieron la bomba a trabajar, y no había vuelto a pensar en ella. Ahora podría estar inundada o, incluso si no lo estaba, podría acabar así en cualquier momento... ¡y estaba en el lado equivocado del mamparo apuntalado! La siguiente rotura podría producirse hacia arriba, en la zona de alojamiento de los fogoneros —donde no uno sino veinte hombres quedarían atrapados—, o hacia popa hacia el tanque n.° 2 y la cámara de calderas...

—¿Número uno, señor?

El pálido rostro de Grant se alzó hacia él mirándolo con atención.

—¿Todo bien, guardiamarina?

—Sí, señor. Todos los puntales están aguantando y no parece que haya ningún problema.

—¿El suboficial Prior ha estado vigilando la santabárbara?

—No mucho que yo sepa...

Se agarraron para mantener el equilibrio mientras el barco se bamboleaba... A continuación, hundió la proa en el mar y se retorció, agitándose como un pato en vertical. Nick pensó en aquellos compartimientos inundados, en el modo en el que el mar los atravesaría, la presión... Recorrió la barandilla lateral del puente hasta llegar a la altura de Wyatt en la bitácora.

—Capitán, señor. Grant está aquí por si lo necesita. Dice que todo va bien abajo, pero me gustaría bajar a echar un vistazo.

Wyatt tenía los prismáticos en alto. No los bajó al gritar:

—¡Vaya entonces!

—Me parece que también iré a popa a ver cómo se las arregla McAllister.

—Muy bien... Debemos estar perdiendo un montón tremendo de gasoil allí, número uno.

Se fue a toda prisa, afanándose en llegar abajo rápido, pasó corriendo junto a Gladwish y bajó hasta el nivel inferior. La urgencia con la que planteó la pregunta pareció extrañar a Prior.

—Sigue seca, señor. Encendí la bomba no hace ni cinco minutos y allí no hay ni una gota. Me parece que el buque resistirá, señor.

La sensación de alivio fue enorme, pero no duró. Ahora había que tomar una decisión: abrir la santabárbara e intentar apuntalarla con los pedazos que les quedaban o mantener la escotilla bien cerrada y confiar en la providencia.

¿Tenía derecho a confiar en algo salvo en lo que sabía que se debería hacer?

—Si sacamos todos los proyectiles y la cordita, y lo arrojamos por la borda, ¿podría convertir la madera de los estantes en puntales? —le preguntó a Prior.

—No, señor, no lo creo —respondió éste negando con la cabeza.

En el último par de horas la sombra se le había transformado en casi una barba, y mientras que las primeras raíces parecían negras, ahora eran grises, para hacer juego con la cabeza. Prior se explicó—: Todo son secciones cortas, ¿verdad? Y de todas formas son demasiado ligeras. Si quiere saber mi opinión, diría que es mejor dejar las cosas como están, señor.

El problema era que con un tanque de combustible a popa —el número 2—, si no apuntalaban la santabárbara no podrían apuntalar nada. Nick opinaba que la forma correcta de ocuparse de eso, la forma rigurosa, sería entrar allí abajo y apuntalarla bien. Contra esto, sin embargo, estaba el hecho de que no tenían materiales. Habían cubierto y apuntalado dos mamparos enteros y casi no quedaba un palo de madera ni un banco.

—Muy bien. La dejaremos.

—La vigilaré, señor.

Para lo que iba a servir vigilarla...

—No encienda la bomba más de lo necesario.

Querían presión allí dentro, no vacío. No se sentía nada tranquilo mientras subía por la escala hasta el rancho de los marineros de primera. Trew comentó alegremente:

—Parece que mejora, señor. El tiempo se está calmando, ¿verdad?

Nick hizo un gesto negativo con la cabeza.

—Es sólo que por el momento vamos de popa.

Los hombres dormitaban despatarrados por la cubierta, charlaban apoyados contra los mamparos o jugaban a las cartas. Sin afeitar, de aspecto sucio, un montón de matones... Se tocó su propia mandíbula, también le había salido barba, y sabía que tenía una costra de sangre seca en la cara por aquel choque, sabía Dios hacía cuántas horas, con la mira del torpedo. Cayó en la cuenta de que debía de parecer tan peligroso como ellos. Gladwish tenía los ojos enrojecidos, probablemente debido a su largo suplicio en la plataforma del proyector; parecía un perro rabioso, pensó Nick.

—Envié tres hombres a la cocina a hacer sándwiches de carne en conserva y té. Les llevaremos un poco al puente si son amables con nosotros.

—¿Y a popa? ¿Los heridos?

—¡Bueno, ellos tienen la cocina de la cámara de oficiales!

—Allí dentro no hay mucho para toda esa gente. —Nick se encogió de hombros—. Me parece que no. De todas formas, le avisaré.

Esperaba que pudieran autoabastecerse allá a popa porque no sería fácil llevarles comida y bebida transportándola por una cubierta que se comportaba como lo hacía el Mackerel, subiendo y bajando diez metros a la vez, cabeceando y bamboleándose mientras las olas rompían contra ella y sobre ella, y con sólo cabos de salvamento para agarrarse. Si tenías las manos ocupadas, ¿con qué te ibas a agarrar? Con coraje... y el equilibrio de un trapecista, de un funámbulo. Era algo a lo que debía enfrentarse incluso ahora, en esa excursión a popa. Ya era hora de que alguien visitara a los heridos y el único modo de llegar a ellos era por encima, soportando las acometidas de las olas a popa hasta la superestructura, donde la cubierta de hierro se encontraba con la toldilla. No se podía pasar a través del barco ya que las dos cámaras de calderas y la sala de máquinas eran tres compartimientos estancos individuales divididos por mamparos sólidos sin puertas. Tenía que ser así para controlar los daños. Los compartimientos eran demasiado amplios, un área de inundación potencial demasiado grande: un impacto de torpedo, por ejemplo, o una embestida...

Nick atisbo desde la puerta estanca junto a la cocina hacia la oscuridad ruidosa y azotada por los rociones. Las chimeneas agujereadas y destrozadas por los cañonazos refulgían a su izquierda, las serviolas de la ballenera estaban vacías y la pintura se había carbonizado. Vio que los ventiladores trazaban una ruta despejada a popa; despejada si se la podía llamar así a aquella cubierta deslizante, inclinada y oscilante que las olas bañaban constantemente al chocar. Aunque el mar ayudaba en un sentido: el efecto fosforescente de la espuma pasando a toda velocidad al costado y saltando y deslizándose a lo largo de toda la juguetona longitud del buque dibujaba en cierta medida los límites del área por la que tendría que pasar. Y al arremolinarse alrededor de los obstáculos, los ponía de manifiesto. La segunda chimenea —lo vio al pasar— estaba casi intacta. La tercera, hecha jirones de acero, lo compensaba; tenía una tapa suelta que golpeaba de un lado a otro mientras el buque se balanceaba y resonaba como una enorme campana. Dejó atrás los tubos, que estaban orientados a proa y popa, parecían estar intactos. Una ola rompió a popa, estrellándose alrededor del cabrestante de las minas y el mecanismo de suelta. El agua corrió hacia proa subiéndole hasta las rodillas, pero Nick estaba preparado, apretado contra la plataforma del proyector y bien agarrado a la barandilla. Cuanto más a popa iba, mayores eran las cabezadas, las subidas y bajadas, el mareante vaivén de montaña rusa. Se quedó donde estaba hasta que otra más se derramó por la popa y se desplegó formando cortinas y cataratas de espuma. Entonces se movió rápido, doblándose para protegerse del viento y con el objetivo de bajar su centro de gravedad; atravesó correteando el espacio donde normalmente se encontraban los tubos posteriores y se dirigió hacia el abrigo de la superestructura de la toldilla. En el preciso momento en que llegaba, la popa del Mackerel descendió y el mar se alzó y se amontonó a cada lado; a popa también se encorvó hacia arriba, de manera amenazadora, mientas la proa se orientaba hacia el cielo. En cualquier momento estas toneladas amontonadas de agua se desplomarían en medio de la parte de popa y bullirían por su superficie hasta alcanzar dos o tres metros de alto. Finalizó un largo y desesperado deslizamiento por la mojada pendiente de la cubierta chocando contra el costado vertical de acero de la superestructura; luego dobló la esquina y entró por la puerta estanca como un conejo metiéndose en su madriguera. Escuchó lo que sucedía allí afuera, como si se tratara de grandes cañones a poca distancia; la estructura de acero tembló y retumbó a causa del impacto del agua. ¿Podría ser ahora cuando el gallinero de hojalata acabara aplastado y saliera volando por la borda? Un torrente de mar invasor atravesó la puerta estanca mientras la cerraba con esfuerzo. Le llegaba hasta las rodillas; bueno, ya tenía las botas llenas, tendría que vaciarlas antes de emprender el camino de regreso a proa. Las botas llenas parecían pesar media tonelada. Habían cerrado la tapa de la escotilla por encima de la escala de la cámara de oficiales y la habían asegurado con un gancho. Los ganchos se podían manejar desde cualquiera de los dos lados, por supuesto, y Nick se alegraba de que estuvieran demostrando la sensatez de tomar precauciones... Descendió por la escala lo suficiente para levantar las manos y volver a cerrarla por encima de su cabeza. Luego, en el fondo de la escala, se vio enfrentado a Warburton, el despensero del capitán.

Warburton le sonrió.

—¿Viene a buscar algo para desayunar, señor?

McAllister había transformado los límites de la cámara de oficiales en una enfermería y sala de operaciones. Una sala que oscilaba, se mecía, se inclinaba, se elevaba y descendía en picado mientras los retumbantes mazazos del mar arremetían contra ella y la aporreaban. Sin embargo, daba la impresión de que los heridos conscientes estaban sorprendentemente animados y McAllister parecía tenerlo todo bajo control y contar con la confianza de los hombres. Tenían todo lo que necesitaban. Nick se había bebido una taza de chocolate mientras charlaba con ellos y ahora estaba de regreso en el puente informando a Wyatt:

—Diecinueve heridos graves, señor. Tres han muerto desde el combate: Nyc, Woolland y Keightley. El ayudante de artillero es un caso dudoso, pero McAllister está contento con todos los demás.

Pym, que ya había regresado al puente, inquirió cómo se encontraba Bellamy, el timonel.

—Se pondrá bien.

El suboficial mayor Bellamy estaba en una de las literas de la cámara de oficiales y llevaba un turbante como el de un sij. Le había preguntado a Nick:

—¿Es cierto que nos deja, señor? ¿Que deja el Mackerel?

A Nick le pareció un momento extraño para preguntar: todos podrían dejarlo en cualquier momento. Nadie estaba escuchando cuando le respondió:

—Yo diría que puede darlo por descontado.

—Entonces yo también solicitaré el traslado, señor.

Nick miró el rostro curtido y sin afeitar, y negó con la cabeza.

—Sería mejor que se quedara, timonel. No podemos marcharnos todos a la vez. Yo en su lugar esperaría.

De todas formas tendría que haber un barco que dejar, había que mantenerlo a flote, y llevarlo a casa. Charlar de traslados parecía prematuro, trivial. La santabárbara y el pañol de bombas eran como una aguja en su cerebro, una bomba haciendo tic tac bajo sus pies, una bomba que podría haber desactivado y no lo había hecho. Oyó a Wyatt gritarle a Pym:

—¡Creo que se está despejando, piloto!

Wyatt recorría el mar que tenían por delante con los prismáticos. A Nick le pareció que tenía razón. Al este, por la amura de estribor del Mackerel, se veía un toque de gris, un tenue reflejo parecido a esmalte sobre la superficie del mar. El propio oleaje también podría haberse calmado un poco... No. Al observarlo se dio cuenta de que se trataba únicamente de que ahora rompía menos agua. Y lo entendió, gracias a un año de experiencia como oficial de derrota en la patrulla. Bien, cerca de las diez en punto de anoche cuando habían sembrado las minas, había casi marea baja; así que durante las últimas cinco o seis horas habían tenido una corriente que se desplazaba hacia el sur, y una marea en dirección sur compitiendo con un viento que llegaba del suroeste suponía una combinación que siempre levantaba mar picada. Ahora habría marea alta aproximadamente, así que la corriente se desplazaría hacia el norte... durante unas cuatro horas.

Hacía que las cosas parecieran más tranquilas, eso era todo. No reducía la fuerza del viento, el tamaño de las olas ni el movimiento del Mackerel.

Les habían subido el té y los sándwiches del señor Gladwish. Eso había hecho que todos se sintieran menos agotados por el momento... Grant chilló de pronto con excitación:

—¡Buque a cuarenta grados por la amura de estribor, señor!

—¡Porter!

Porter no respondió. Sólo se oía el viento, el mar, los ruidos del barco... Porter no podría haber respondido; a menos que su voz estuviera entre todos aquellos sonidos del mar. Porter había muerto, allí en ese puente, anoche.

—Reeves... —apuntó Nick.

—¡Señalero!

Wyatt se había dado cuenta de su grave error. Sin embargo, Reeves ya estaba haciendo su trabajo; la lámpara de señales balbuceaba rasgando la penumbra e iluminando el puente destrozado con su entrecortada ráfaga de destellos. Estaba enviando el alto dirigiendo la lámpara hacia la demora que había mencionado Grant.

—¿Cuál debería ser la respuesta? —gritó Wyatt.

—¡Baker Charlie, señor!

Eso fue lo que recibieron mediante un proyector que sondeaba desde el este.

—¡El buque es amigo, señor!

Menos mal, pensó Nick. El Mackerel no estaba precisamente en condiciones de hacerle frente a un enemigo. Reeves le estaba transmitiendo su identidad al recién llegado y había recibido una respuesta...

—¡Es el Moloch, señor!

El proyector comenzó a llamar de nuevo. Reeves le envió el visto bueno con la lámpara y luego anunció el mensaje palabra por palabra, aunque todos los que se encontraban en el puente lo leyeron a la misma vez por sí mismos: «Buenos días. Feliz Navidad. ¿Esperamos a que amanezca antes de pasar el remolque?»