Capítulo 2

TERESA logró crecer como una chica normal, o casi normal, ya que su padre se dedicó todo el tiempo a hacerle la vida imposible. Cuando se convirtió en una jovencita de quince años, la comenzó a ver con otros ojos y entonces la cosa empeoró. Su madre sentía celos de cómo Álvaro la miraba, como le regalaba cosas y estaba pendiente de ella, solo porque deseaba que Teresa no lo viera como el marido de su madre sino como un hombre.

Sus días transcurrían entre la escuela y los mandados que les hacía en la tarde a algunas personas que le encargaban cosas que su madre conseguía cuando iba a los hoteles o alguna otra parte, cosas que eran de mucho valor para la gente, porque no se adquirían fácilmente. Después de desocuparse o cuando le quedaba un tiempo, iba a visitar a Manuela, que siempre la recibía con los brazos abiertos y hacía su existencia un poco mejor. Estaba tan cansada de vivir en esa casa, que ya no sabía qué hacer, su padre la había tomado como bolsa de boxeo y ya que él era una de las estrellas de los juegos de boxeo clandestinos, tenía que practicar con alguien para ejercitarse. Hacían esos juegos todas las noches en diferentes partes de la ciudad, pero no era ningún tonto, siempre le pegaba en el cuerpo, pero nunca en el rostro, porque no quería su madre adoptiva se diera cuenta o que Manuela le reclamara. Además siempre le decía que ella era una inversión a largo plazo, cosa que ella nunca entendió.

Recordaba un día en especial, que llegaba tarde porque Manuela le había dicho que se quedara para ayudarla a hacer unos frijoles negros, vio que la casa estaba silenciosa y entró por la parte de atrás. Cuando ya pasó por el patio, vio a Álvaro que estaba practicando con su bolsa de boxeo, él también la vio y la llamó.

—¿Porqué llegas a esta hora?

—Es...estaba en la casa de Manue.

—Tu mamá te necesitaba para que la ayudaras y tu trabajándole gratis a esa vieja.

—Ella es mi amiga—le contestó molesta.

—Pues vas a tener que dejar de ver a tu amiga—le dijo acercándose peligrosamente— ¿Se entendió?

Ella solo lo miró sin contestar.

—¿Entendiste o tengo que darte unos golpes para que te entre en esa cabeza bruta lo que te estoy diciendo?

Ella lo miró con odio, pero pensó que era mejor hacer lo que le decía porque Álvaro era un hombre grande y de paso boxeador, tenía tanta fuerza que la podía matar si quería y de hecho ya en varias ocasiones la había golpeado tan fuerte que la había dejado sin sentido.

—Sí, entendí.

—Así me gusta, que sea obediente mi niña—le dijo mirándola de pies a cabeza, de una manera que solo ahora que lo recordaba y que estaba mayor, sabía, era pura lascivia.

—¿Mi mamá está en la casa?

—Todos salieron, pero si te sientes solita, te puedo acompañar en tu cuarto.

—No gracias—salió corriendo y se encerró.

Su madre no llegaba y ella ya estaba empezando a preocuparse, salió de su habitación y miró el viejo reloj de la sala, eran las doce de la noche. ¿Habría pasado algo malo? Escuchó un fuerte ruido en la cocina y fue a ver, cuando se topó de frente con Álvaro.

—¿Quieres una cerveza? Se veía bastante borracho.

—No, gracias, ya me voy a la cama.

—Voy contigo—no preguntó, solo aseguró.

Ella vio sus malas intenciones y salió corriendo, pero él fue más rápido, aun con su embriaguez y la haló del cabello, casi arrancándoselo.

—¡No me toques! —gritó.

Álvaro no le hizo caso y la apretó contra él, buscando su rostro.

—¿Qué vas a hacer?

—Estás muy grandecita, para no saber qué es lo que quiero—le agarró una pierna y su mano comenzó a subir peligrosamente hacia la parte interna del muslo.

—¡No!!

—Vas a ver que te va a gustar—le inmovilizó las manos con una sola de las de él y luego le tocó un pecho. Comenzó a buscar su rostro para besarla, pero ella no se dejó, podía sentir su maloliente olor muy cerca de ella y le dieron arcadas.

—Ya que no has dejado que haga negocios contigo, por lo menos me cobraré todo lo que he gastado en ti—su mano alcanzó sus pequeñas braguitas.

—¡Yo no te debo nada, déjame!—Teresa se revolcaba y pataleaba, para alejarse.

—Te equivocas muchachita, me debes mucho. ¿Crees que la comida y la ropa que te damos son gratis?

—¡Suéltame! Estúpido, tu no gastas un peso en mí, porque mi abuelo es el que envía la plata y si me haces algo te voy a acusar con él—le gritó sin pensar.

—¿Quién te dijo eso, maldita muchacha?—la lujuria que había sentido tenido antes se enfrió como por arte de magia.

—Yo lo escuché hace mucho tiempo.

—Pues vamos a ver si vas a hablar con tu abuelo. Te voy a dar un pequeño adelanto de lo que te va a pasar si hablas con él.

—No, déjame.

Álvaro con una sola mano le dio un empujón que la mandó contra la pared y ella cayó como una muñeca rota, luego la levantó y empezó a golpearla en el rostro, en la espalda, Teresa sentía dolor en todas partes y se quejaba y lloraba. Trató de levantarse, tenía que buscar ayuda, pero sentía sus huesos rotos y le faltaba aire.

—Por favor, ya no más, no...no...diré nada...

Esta era la peor de todas las veces en las que la había golpeado, por lo menos las veces anteriores ella había podido correr y escaparse, pero ahora no se podía mover y el hombre estaba ciego de ira.

Álvaro a medida que la escuchaba llorar, le daba más patadas en las piernas y una en especial en el abdomen, que la dejó como muerta.

Teresa solo sintió que la vida se le escapaba y en ese momento solo un pensamiento pasó por su mente “Por fin, estaría con su madre

*****

Todo estaba oscuro, pero ella escuchaba una lejana voz que le hablaba.

—Teresa, despierta—oyó que la llamaban.

—¿Mamá eres tú? —no podía abrir los ojos, pero sentía una presencia a su lado, que la confortaba y unas manos que le acariciaban el rostro.

—No, hijita, soy Manuela—le contestó aquella voz.

Teresa trató de abrir los ojos pero era muy doloroso incluso eso.

—Tranquila, no te esfuerces, tarde o temprano podrás abrir tus ojitos, los tienes muy hinchados todavía.

—¿Dónde estoy? —logró preguntar.

—Estás en el hospital, mi niña. Llevas casi cinco días aquí.

—¿Álva...Álvaro...

—No te preocupes mi amor, ese desgraciado está preso, por lo que te hizo. Ya no te volverá a molestar.

—Me siento mal...

—Lo sé, corazón pero todo va a pasar.

Teresa comenzó a llorar y Manuela la abrazó.

—Te juro mi niña, que no voy a permitir que nada malo te pase, tú ya no vas más a esa casa—le dijo Manuela con los ojos llenos de lágrimas.

—No puedo...irme, no me dejarán—le dijo tosiendo, casi sin poder respirar.

—No hablemos de eso, Tere. Más adelante te voy a contar algo que te va a alegrar mi amor, vas a ver cómo te vas a mejorar y entonces tenemos muchos planes que hacer.

Teresa quiso creer en las palabras de Manuela, aunque sabía que su madre no la dejaría ir fácilmente, solo se dejó llevar por la sensación de tranquilidad que le daban los calmantes, se quedó descansando para recuperar fuerzas, porque estaba segura de que las necesitaría cuando volviera a su casa.

Los día fueron pasando y Teresa se fue recuperando cada vez más, Cuando pudo abrir bien los ojos y su mente tuvo más claridad, el médico le dijo que habían tenido que extraerle el bazo, ya que la fuerte golpiza lo había dañado. Su operación había sido de emergencia y gracias a que Manuela la había encontrado y enseguida la había llevado al hospital, estaba viva. Le dijo que si hubieran esperado siquiera 15 minutos más, el desenlace hubiera sido distinto. También tenía una contusión en la cabeza y un brazo y una pierna rota. Afortunadamente el doctor le aseguró que con el debido descanso y cuidados, todo mejoraría y no quedaría nada dañado.

Su supuesta madre, solo la había visitado una vez y le había dicho que tenía mucho trabajo entre la casa y sus hermanos y que para acabar de rematar ahora no había un hombre en la casa que respondiera por ellos, gracias a ella. Teresa prefirió no decir nada y agradeció que solo fuera Manuela a visitarla. No era que le hiciera mucha falta las visitas de su madre adoptiva, cuando lo único que hacía era culparla de todo lo malo que le sucedía.

Los progresos que había hecho en pocos días tenían muy contentos a sus doctores y la enviaron a casa más rápido de que lo que ella pensaba. Para sorpresa y agrado de ella, no tuvo que llegar a donde había vivido siempre, sino a casa de Manuela.

—Manue ¿Cómo hiciste para que te dejaran traerme a tu casa?

Solo tuve que decirle a tu madre que hablaría con tu abuelo, que yo sabía donde vivía y que podía hacer que no enviara más dinero. Enseguida cambió de actitud y me dijo que si me daba la gana me quedara contigo, pero que esa plata era suya. Le dije que así fuera la mitad, me tenía que dar porque ese dinero era más tuyo que de ella, me llamó ladrona y un montón de cosas más, pero no le quedó más remedio que aceptar.

Teresa sintió alivio con esas palabras porque significaban que se había podido librar por el momento de la horrible vida que llevaba allí, pero sintió tristeza porque eso significaba que allí no la querían que no era nada más que una excusa para que ellos se lucraran con el dinero que su abuelo mandaba todos los meses y de paso le dolía por sus hermanos, que tampoco llevaban una vida mucho mejor que la de ella. Sus hermanitos pequeños necesitaban de ella y la querían mucho, sus hermanos mayores eran otra cosa, y ella sabía que nunca habían sentido siquiera aprecio.

—No pienses tanto, mi niña. Las cosas se irán dando poco a poco. Ten la seguridad de que toda esta pesadilla va a acabar.

—¿Tú crees, Manue?

—Lo creo—le dijo muy segura—Ahora que podemos hablar con tranquilidad, quiero contarte algo muy interesante.

—Está bien—contestó ella, curiosa.

Esto que te voy a decir no puedes repetirlo, tienes que guardar este secreto muy bien. Cuando estabas tan mal en la clínica tomé los pocos ahorros que tenía y les dije a mis hijos que me perdonaran por no dárselos a ellos, que también los necesitaban, pero que tú estabas sola y necesitabas nuestra ayuda para salir de la isla. Hijita tú debes irte a un lugar mejor, donde estés muy lejos de esas personas que te hacen tanto daño.

—Pero Manue, no puedes usar todos tus ahorros en mí.

—Puedo y lo hice—le dijo tajante—. Ya he pagado con la ayuda de mi familia tu cupo en una lancha de las que salen para Estados Unidos. Allá te va a ir mejor mija, me las arreglé para llamar a mi hermana Esther que vive hace años en Miami y le conté todo lo que te había pasado. Me dijo que te mandara para allá y que ella te ayudaba para que pudieras estudiar y también para que trabajaras en la cafetería de mi sobrina, mientras cumples la mayoría de edad y arreglas tus papeles.

—¿En serio te dijo eso?

—Claro, hija—le sonrió—Por fin te vas de esta isla.

—Todavía no lo puedo creer ¿Estás segura Manue?

—Teresa—le habló seriamente—No quiero que me preguntes más si estoy segura, ni que me digas que no debí hacerlo, porque lo tomaré como que no valoras lo que estoy haciendo por ti.

—No Manue...—la abrazó, sintiendo todavía algo de dolor en su brazo adolorido.

—¿Es que no te quieres ir?

—Si quiero, pero veo lo apurados que están ustedes viviendo en la isla y lo mucho que necesitan el dinero.

—Tú lo necesitas más, mi amor. Tengo miedo de que la próxima vez, ese hombre te mate o te viole.

Teresa sintió escalofríos de solo pensarlo.

—Prométeme que no iras a esa casa nunca más, ni de visita. Si quieres ver a tus hermanitos me dices y yo me voy contigo, pero solita no vayas, es muy peligroso.

—Pero, Álvaro está preso.

—Sí, pero tú sabes que si pasa plata o consigue un buen amigo en la cárcel, lo más seguro es que lo suelten dentro de poco y espero que ese día ya tu no estés por aquí.

—¿Y cuando me voy?

—Pronto, primero debemos dejar que sanes lo suficiente y luego terminamos de arreglar todo. En tres meses hay un viaje y creo que es en ese en el que te vas mija.

Teresa sintió miedo y también alegría porque ya estaría bien lejos de ese monstruo, aunque le dolía no volver a ver a sus hermanos y a su Manuela que tanto la había ayudado.

Tres meses después Teresa ya mucho mas recuperada viajaba en una aventura peligrosa hacia la Florida, hacia la libertad y miraba a medida que se alejaba la lancha en el mar, como se hacía cada vez más pequeña la isla en la que nació y en la que dejaba sus seres más queridos, Manuela y sus hermanitos. Lágrimas brotaron de sus ojos y con melancolía pensó que algún día los volvería a ver, haría todo lo posible por tener éxito en ese país a donde iba, para ayudar a los suyos.

En la actualidad

Estacionó el auto en el parqueadero del Spa. Había estado tan absorta en sus pensamientos que el tiempo en el instituto y luego el trayecto de allí hasta el trabajo, se le había hecho cortísimo.

Tenía que apresurarse, ya iba cinco minutos atrasada y a Desiré, la socia de Carly, su jefa, no le gustaba que llegaran tarde.

—Hola Claudia

—Hola Tere ¿Qué tal tu día en el instituto?

—Pues muy bien—le dijo feliz—ya casi termino y muy pronto estaré tiempo completo por acá.

—Eso espero—escuchó que una voz desde atrás le decía—Este negocio cada vez crece más y necesitamos manos.

—Hola Desiré, no sabía que estabas allí.

—Acabo de llegar y escuché que hablabas con Claudia—se acercó y la abrazó.

—Falta poco, no puedo creer que hayan pasado tan rápido los meses y que en unos días comience el último semestre.

—Es cierto el tiempo pasa volando.

—No para mí—dijo otra voz.

Teresa se dio la vuelta para ver a una muy embarazada Carly. Tenía poco más de seis meses de embarazo y a pesar de su prominente vientre, estaba fantástica. Se le veía radiante y llena de felicidad, ya no era la mujer un poco insegura que percibió cuando llegó por primera vez al spa y tampoco se la pasaba llorando por sus problemas con su madre, porque gracias a Dios, la muy bruja estaba en la cárcel. Teresa sabía que gran parte de ese cambio en Carly era por su esposo Vitto, que la adoraba, la trataba como a una reina y no había persona más merecedora de ese trato que su amiga Carly.

—¿Porqué lo dices?

—Mírame, parezco un balón de futbol y todavía me faltan menos de tres meses para dar a luz.

—Te ves hermosa, amiga.

—Lo dices porque me aprecias.

—Lo digo porque es verdad, ven y siéntate, le acercó una silla.

—Noooo, he estado todo el día sentada y ahora solo quiero moverme. Estaré sentada lo suficiente cuando llegue a casa. Vitto no me deja hacer nada.

Todas las que estaban allí, rieron.

—Sí, sabemos como es Vitto cuando se trata de sobreprotección—dijo Desiré.

—¡Dios! Esta mañana me estaba bañando y solo se me cayó el champú al piso, dos segundos después, escuché el estruendo de la puerta cuando él entró casi desprendiéndola, me miró con cara de aterrado y me pregunta ¿Qué te pasó? ¿Te caíste? Yo solo le di un grito enorme y le dije—: ¡Déjame bañarme tranquila!

Todas estaban muertas de la risa escuchándola.

—Pobre Vitto, debe estar paranoico pensando que te tiene que cuidar 24 horas al día—dijo Teresa.

—Lo amo, más que a nada en el mundo, pero en estos últimos días, solo quiero estrangularlo—dijo Carly dramáticamente.

—Son tus hormonas y lo peor es que eso solo va a mejorar cuando salgas del embarazo y para eso falta tiempo.

—No me lo recuerdes—le respondió masajeando su abdomen—Aunque a pesar de las molestias, les aseguro que adoro a mi bebé y me hace tan feliz tener una pequeña vida dentro de mi—su mirada era soñadora—lo siento muchas veces darme esas pataditas que a veces duelen horrible, pero la mayor parte del tiempo, solo me hacen recordar lo feliz que soy. Hace unos meses ni siquiera tenía un novio y ahora me he casado con el hombre de mi vida y estamos arreglando el cuarto para nuestro bebe.

—Buenos días señora Grace ¿Tiene cita para masaje hoy? —escuchó que preguntaba Claudia a lo lejos, en la recepción.

—Buenos días, querida, tengo cita con Carly.

—Enseguida le aviso.

Carly se levantó un poco incómoda.

—Amiga, realmente no sé, si deberías estar haciendo masajes a estas alturas de tu embarazo.

—No seas tonta, Desiré, este es mi trabajo y si no lo hago, sencillamente me volveré loca en casa.

—Puedes estar pendiente de todo sin hacer tanto esfuerzo.

Carly hizo un mohín—Hablaremos de eso después, ahora tengo trabajo—con eso dio por terminada la conversación.

—Opino igual que tú, pero nadie le va a sacar de la cabeza la idea de seguir trabajando hasta el mismísimo día del parto.

—Lo sé, Carly a veces puede ser muy terca, pero así me toque hablar con Vitto, haré lo posible por que baje un poco el ritmo de trabajo.

Teresa la miró incrédula—Suerte, es lo único que puedo decirte.

Margarita y Desiré se rieron, sabiendo que le esperaban muchas horas de charla para convencer a Carly.

Ella se fue a cambiar, para salir enseguida a la oficina del señor Robertson, que la esperaba en media hora. Era un cliente difícil porque tenía un genio de los mil demonios, pero después de su masaje era una mansa ovejita que le daba una muy buena propina. Así que se armó de paciencia y comenzó a arreglarse.