Todo libro, y especialmente éste, debe su existencia a muchas voces que alientan a su supuesto autor.
Ante todo, como siempre, está la gran lectora de mi vida y obra, María Angélica, a la que este libro, como tantos otros, está dedicado.
Jamás voy a olvidar la compañía de mi hijo mayor Rodrigo, que un día, cuando hablábamos de este libro tuvo la lucidez de plantearme la pregunta clave que terminó dando sentido y orientación a esta escritura. Y también la compañía de mi hijo menor, Joaquín, que hizo y hace otro tipo de preguntas. Tampoco podría existir Konfidenz en su estado actual sin el esmero, la devoción y el cariño de mis dos editores, uno en castellano y el otro en inglés, ambos —extraña coincidencia— llamados Juan: Juan Forn y John Glusman.
Gracias también a Margaret Lawless, mi asistente tan leal y eficiente, a los estudiantes y profesores de la Universidad de Duke; y a Deborah Karl, Bridget Love y Raquel de la Concha, mis agentes, que defendieron este proyecto con tanta ferocidad en momentos en que me hacía tanta falta.
Asimismo contribuyeron en forma crucial a este libro la extraordinaria fotógrafa norteamericana Wendy Ewald; nuestros amigos Jon Beller y Neferti Tadiar; la profesora de literatura Alice Kaplan y, en forma inadvertida, mi amigo Peter Gabriel. Todos ellos me ayudaron a entender, cada uno a su manera, la historia mayor en la que están insertos, a su pesar y a mi pesar, los protagonistas no tan imaginarios de Konfidenz.