(Alguien se acerca.
Es ese hombre que aguardaba entre las sombras, ese hombre cuya existencia Max ignora, ese hombre que tiene planes para Max y para la mujer que él llama Susana.
Se acerca y yo no sé cómo salvar a Susana.
¿A eso se debe que Max me haya dejado entrar en su vida? ¿Para que alguien como yo pueda ayudar a Susana? Sé que a Max no le importa su propia seguridad. Sé que no le importa el precio que tenga que pagar. Sálvala, lo único que necesito es que la salves, dice, hablando consigo mismo, pidiendo mi ayuda, por encima del abismo de estos años que nos separan.
Si esto fuera una película, y los protagonistas fueran norteamericanos, peleando contra alguna dictadura hipotética en algún futuro remoto, los guionistas sabrían encontrar una solución, alguna forma de salvar a Susana —y quizá también a Max.
Pero esto no es una película y yo no sé qué hacer.
Ni siquiera sé si puedo confiar en el hombre que dice llamarse Max.
Lo único cierto es que, mientras vacilo, Max y la mujer que él llama Susana han sido subidos a un furgón de policía y escuchan la llave en la cerradura y el motor que ruge, y comienzan a moverse por las calles de París. Y no saben que hay un hombre que los espera, ese hombre que se había mantenido en las sombras hasta ahora, ese hombre que tiene planes, ese hombre que sí sabe cómo salvar a Susana.
Que puede salvarla.
Siempre que Max esté dispuesto a pagar el precio.)