No hay calma, ni tampoco cariño en la voz de ella, apenas se encuentran a solas en la jaula del furgón policial y pueden hablar.
—Hijo de puta —dice ella.
—Sí. Simular que no hablaba alemán y—
—¡Él no! ¡Tú! Todos tus planes te salieron como deseabas, después de todo. ¿O no?
—¿Qué planes?
—Primero lees nuestra correspondencia, después me contestas haciéndote pasar por Martín, después me traes a París con una historia absurda.
—Es cierto, es cierto, todo lo que te he—
—Y, para colmo, cuando la policía me detiene, les mientes descaradamente. Y todo para que me quede en esta maldita ciudad para siempre.
—Nada está saliendo como yo—
—Mírate. Estás radiante. Estás feliz.
—Estoy contigo, Susana.
—¡Te he dicho que no me digas Susana!
—¿Por qué no cortaste el teléfono, entonces, cuando yo—?
—¿Y perder contacto con Martín?
—¿Era la única razón para seguir conversando conmigo?
—Sí. Para sonsacarte información sobre Martín.
—¿Ninguna otra razón?
—Ninguna.
—Estás mintiendo.
—¿Yo estoy mintiendo? ¿Tienes el descaro de—? No quiero discutir más contigo. Dices que pude haber cortado cuando me diera la gana. Muy bien. Considera que acaba de cortarse toda comunicación entre nosotros.
—Susana.
Silencio.
—Bárbara.
Ella sigue sin contestar.
Afuera, en la noche parisina, hay voces que gritan, el bullicio de un pueblo excitado por la guerra. La guerra.
—Bárbara, no tenemos mucho tiempo. Tratemos por lo menos de salvar a Martín, y a los demás. Preparemos una estrategia para que podamos avisar a—
—¿Avisar qué? ¿Que abusaste de la confianza de todos para traicionarnos?
—¡Para salvarte!
—Para quedarte conmigo.
—¿Qué puedo hacer para que me creas?
—Podrías contarme la verdad.
—No te he mentido nunca.
—Me estoy cansando de tus declaraciones románticas. Yo pregunto, tú contestas. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Primero. ¿Cuándo llega Martín a París?
—Pasado mañana.
—Si se fue por un año, y han pasado sólo dos meses desde que—
—Tuvo que interrumpir su entrenamiento.
—¿Por qué?
—Desavenencias internas. Cosas de la Organización. Cosas que no te interesarían.
—Déjame a mí decidir qué me interesa y qué no me interesa, ¿de acuerdo? Si hubieras logrado ver a Martín. Porque a esta altura de la situación—
—Lo veremos, ambos.
—Cállate. ¿Qué pensabas decirle, pasado mañana?
—Que ya está programado su retorno a Alemania.
—¿Para cuándo?
—De inmediato.
—¿Y cuál era el problema, entonces?
—Que la Gestapo aparentemente conoce su verdadera identidad. Van a estar esperándolo.
—¿Y él no lo sabe?
—Por eso tengo que encontrarlo.
—¿Es decir que, si vuelve, corre peligro?
—Sí.
—No entiendo. ¿Tu Organización lo envía de vuelta aunque sepa—?
—Es muy complicado. En las últimas semanas, desde que Martín pasó por París, han matado o apresado a dos agentes que estaban a mi cargo, y cierta gente en la Organización sospecha que él es un traidor, un infiltrado, que ha ido entregándonos uno a uno. Piensan que lo mejor es deshacerse de él enviándolo de vuelta.
—¿Y tú no lo defendiste?
—Creo que ya no confían en mí.
—¿Crees o estás seguro?
—Apenas estoy seguro de mi propia existencia. Y, como me han prohibido todo contacto con Martín…
—¿Cómo supiste que viene, entonces?
—Me avisó un amigo.
—¿Willy?
—¿Cómo supiste ese nombre?
—Me lo dijiste tú. ¿No es quien estaba encargado originalmente de Martín?
—No recuerdo haberte dicho ese nombre.
—¿Ahora vas a desconfiar de mí?
—No.
—¿Cómo pensabas avisarle a Martín del peligro que corría si no podrías verlo?
—A través de ti.
—¡Más mentiras!
—Pensaba contarle a Wolf, nuestro jefe, que tú habías llegado a París de sorpresa, que habías dejado un mensaje para Martín en la casilla postal. Ellos no tendrían otra opción que ponerte en contacto con él, si no querían alertarlo. Y, cuando hicieran contacto contigo, tú—
—¿Por eso me trajiste, para que yo—?
—Quería salvar a Martín, ya te dije. Pero más me interesaba salvarte a ti.
—No veo qué peligro habría para mí.
—No te hagas la ingenua. Si lo apresan a él, ¿crees que no sospecharán de la novia que anda dando vueltas por Berlín sacando fotos con un grupo de niños?
—Y, si yo le avisara ahora a Martín, y él se quedara, y yo volviera, ¿qué podría pasarme?
—Si vuelves después de haber estado con él en París, supondrán que también eres miembro de la Resistencia.
—Mi padre jamás dejaría que—
—Tu padre no movería un dedo para salvarte, después de enterarse de que tu novio trabaja con nosotros.
—Es decir que estoy perdida, pase lo que pase.
—Yo diría más bien que te has salvado.
—Irresponsables de mierda. Tú, y tu Organización, decidiendo todo acerca de mí, sin consultarme. Tú, y Martín, y Willy, y ese Wolf, y quién sabe quién más: son iguales a los nazis. De tanto conspirar contra ellos, han terminado pareciéndose a ellos.
—¡No es cierto!
—¿Qué pretenden: construir una nueva humanidad, liberar al hombre, con estos métodos?
—Bárbara, tuve que decidir todo esto sin ti solamente porque tú no estabas. En mis sueños, todo lo decidíamos juntos. Y ahora, que estamos—
—¿Juntos? Estamos detenidos, encadenados, incomunicados. ¿Para qué sirve que estemos juntos?
—Por lo menos podrás darme consejos.
—¿Consejos? ¿Quieres un consejo? No me sigas mintiendo.
—Yo…
—¿Sabes? Me da lo mismo si me estás diciendo la verdad o si todo es una gigantesca fábula y eres tú el que está traicionando a todos para poder deshacerte de Martín. Lo único cierto—
—¡Bárbara!
—Lo único cierto en todo esto, lo único que he podido comprobar hasta ahora, es que finalmente conseguiste lo que querías: que abandonase a mis niños en Berlín, y viniese a París, y ya no pudiese volver a Alemania, y terminara aquí, contigo. Eso fue lo que te propusiste en cuanto viste mi foto, ¿verdad? ¡Ésos fueron tus planes!
—No.
—Y todo para hacer el amor conmigo. ¿O niegas que fue para eso? ¿No pretendes acostarte conmigo? La verdad.
—Pero por una sola noche.
—¿Qué dices?
—Por una sola noche.
—¿Hiciste todo lo que hiciste por—? ¿Eso te bastaba? ¿Una noche?
—Es todo lo que me permitía esperar.
—¿Y más allá de esa noche?
—Dependía de qué pasara entre nosotros. Si tú sentías por mí lo que yo—
—¿Estabas dispuesto a dejar a Claudia?
—Yo no puedo concebir la vida sin Claudia.
—Pero no le has contado nada acerca de esto.
—Se lo pensaba contar apenas—
—¿Apenas pasáramos una noche juntos?
—Sí.
—¿Y cómo crees que reaccionaría ella?
—Ella no va a dejar de quererme.
—Eres un gran amante, ¿eh?
—No.
—¿Creías que yo me enamoraría perdidamente de ti, que abandonaría a Martín una vez que—?
—Ya te dije que no soy un buen amante, Bárbara. No creo que pueda competir con Martín en la cama.
—¿Qué sabes cómo es Martín en la cama?
—Sólo lo que él me ha dicho.
—Los hombres dicen tantas cosas. Ya me parecía extraño que Martín me escribiera que sólo quería una noche más conmigo en esta tierra. ¿Y si yo no me prestaba, una vez en París? Entonces qué.
—Nunca me lo planteé, ni siquiera como una posibilidad. Supongo que, si una mujer no tiene la generosidad suficiente como para entregarse una noche a un hombre que le ha sido fiel toda la vida, entonces ese hombre tendrá que reconocer que se equivocó. Y borrarla de su vida. Y seguir buscando. Porque la verdadera Susana lo hubiese entendido.
—Pero yo no soy Susana.
—Eso no lo sabemos todavía.
—¿Y cómo vas a saberlo?
—Haciendo el amor, Susana.
—¡Susana, Susana, Susana! Estoy harta. Voy a probarte que no soy tu maldita Susana, Max. Ése es tu nombre verdadero, ¿no?
—Sí.
—Voy a probártelo. ¿Y sabes cómo? Volviendo a Alemania. A mi vida, a mi país, a mi lenguaje, a esos diez niños que dependen de mí, esos niños maravillosos, que no sueñan pornográficamente con mujeres imposibles sino con un país—
—Un país de mierda.
—Sí, pero es mi país. Y me necesita. Si se fueran de Alemania todos aquellos que odian lo que está pasando, ¿que pasaría con—?
—Bárbara. Si vuelves, van a—
—No me harán nada.
—Van a preguntarte por Martín.
—Y yo les diré lo que sé de Martín: ¡nada! Nada, nada, nada. ¿No fue por eso que me ocultó sus actividades clandestinas: para que yo no pudiese decir nada a nadie?
—No te contó porque decidimos que era lo mejor para ti.
—¿Hasta cuándo decidirán lo que es bueno y lo que es malo para los demás? Yo no les pedí que me protegieran. No necesito que me protejan.
—¿Y Martín? ¿Él no necesita que lo protejan?
—Sólo quiero que me dejen tranquila. Tú y Martín y tu Organización.
—No puedo creer que estés de veras diciéndome esto.
—Porque no soy como tu Susana, ¿eh? ¿Porque no soy un buen soldadito, obediente hasta el final, que hace todo lo que pides en tus sueños? ¿Porque no estoy dispuesta a sacrificarme por ti, ni a vivir el resto de mi vida entre extranjeros, errando sin rumbo? Pues vete haciendo a la idea de que no soy como ella. ¡Porque no soy ella! ¿Te convences?
Hace varios minutos que el furgón ha dejado de moverse, que han llegado al cuartel de la policía. La puerta se abre y el policía sin uniforme les dice en francés que desciendan. Pero antes de que lo hagan, el hombre que dice llamarse Max levanta su mano encadenada hacia la cara de ella y le acomoda un mechón rebelde de pelo que le cae sobre la frente. Y le dice, con una dulzura que no parece fingida:
—Todavía no.