Españoles en la NBA
«Se llamaba Jeremías Johnson y cuentan que quería ser un hombre de la montaña. Dicen que era un hombre de gran ingenio y espíritu aventurero. Nadie sabía de donde procedía ni aquello parecía importar a nadie. Era un hombre joven y las leyendas de fantasmas no le asustaban lo más mínimo. Compró todos los artilugios necesarios para vivir en la montaña y se despidió de la vida que pudiera haber en el valle.» Así arranca la película de Sidney Pollack Las aventuras de Jeremías Johnson, que protagonizó Robert Redford en 1972. Un hombre con gorra de marinero que se atrevió a dar un cambio brusco en su vida y convertirse en cazador de ciervos, osos y castores. Una sensación más o menos parecida debió de ser la que sintieron los primeros jugadores europeos que pisaron la NBA. Iban a jugar el mismo deporte pero en un mundo completamente diferente y en el que perderían todas las prebendas que obtuvieron en el baloncesto del Viejo Continente para tener que empezar otra vez desde el escalafón más bajo. Jeremías hizo la ruta del valle a las cumbres nevadas sin espejos, nadie antes que él había emprendido el camino hacia el que casi ningún hombre blanco se había dirigido. Eso le convertía en un héroe, en un pionero que luego facilitó las cosas a todos los que le sucedieron en la misma aventura. Así que mi respeto y admiración por todos aquellos que un día se atrevieron a hacer esa ruta desconocida.
El recuerdo que guardo de Fernando Martín, más allá de sus indudables capacidades en la cancha, es el de un tipo decidido, de carácter, valiente, intrépido hasta la osadía y físicamente adelantado a su tiempo. Su figura y su personalidad le llevaron a ser, seguramente junto a Epi, un iniciador en el abanico de posibilidades que se abrían a un deportista de élite en el ámbito de la imagen y la publicidad. Hace veintiséis años ya existía un videojuego con el nombre de Fernando Martín que te facilitaba echarte un uno contra uno con el ídolo de los jóvenes de mi generación. Por cierto que, muy en concordancia con el espíritu competitivo de Martín, sus diseñadores lo programaron de tal manera que era casi imposible ganar a su álter ego, qué digo ganar, ni siquiera pasar del medio del campo cuando te enfrentabas a él en el Spectrum 48k y, claro, cuando el casete quería cargar sin incidentes.
Un deportista del nivel de Martín y de su ambición profesional estaba predestinado a hacer las maletas para probar suerte en la NBA. Si los minutos o las estadísticas fueron escasos es un asunto circunstancial, llegar y actuar allí fue ya todo un triunfo. Sixto Miguel Serrano, compañero de Canal+, viajó como periodista en aquel entonces a Portland para cubrir el debut de Martín con los Blazers. A unos cuantos compañeros de la redacción nos encantaba escuchar el relato de Sixto: cómo dieron la bienvenida en el videomarcador del pabellón a los periodistas españoles que asistieron al partido o el hecho de que Fernando le pidiera que le llevara algo de comida española.
El primero fue Martín, pero aquella generación de la plata de los Juegos del 84 la formaban otros jugadores que podían haber hecho de igual manera el intento. La grandeza de Corbalán o la modernidad para su época de aleros como Epi y Villacampa situaron el baloncesto español en el escalón previo al nivel NBA. Incluso Fernando Romay, como especialista, también hubiera podido tener sus 15 minutos por partido aportando en defensa e intimidación. Alberto Herreros estuvo bastante cerca en dos ocasiones, una con Indiana Pacers y otra con Vancouver Grizzlies. Su conservadurismo o lo que él pudo entender como falta de garantías fue suficiente para mantenerlo en Europa. Durante la final de 1996 yo me quedé en Seattle, pero Andrés viajó hasta Vancouver con un grupo de representación de la prensa española y allí varios dirigentes de los Grizzlies les mostraron sin tapujos sus serias intenciones de contratación de Herreros. La máxima competencia de Herreros en su puesto en la entonces franquicia canadiense era Sam Mack. Andrés siempre repetía que si él estuviera en la piel de Herreros iría desde Torres Blancas (edificio emblemático y vanguardista de Madrid, en avenida de América) hasta el aeropuerto de Barajas de rodillas. Herreros nunca tuvo la curiosidad de probarse, de resolver la incertidumbre de conocer su papel entre los mejores.
Sonny Vaccaro, el puente necesario para que Michael Jordan firmara con Nike y descubridor de otras estrellas como Kobe Bryant o LeBron James, dijo en una ocasión: «Qué diablos importa que no sepáis pronunciar sus apellidos, lo importante es que juegan al baloncesto como los ángeles», referido a los mejores jugadores europeos. La frase comprime todo el recelo que existió durante muchos años a que jugadores de una atmósfera externa respiraran el aire de la NBA. El baloncesto, cómo no, también ha sufrido esa pandemia globalizadora que nos asola y todas las reticencias que reprochaba Vaccaro ya han quedado obsoletas. Hemos sido afortunados por vivir una época en la que un extenso grupo de jugadores españoles han tenido el nivel y el atrevimiento suficientes para aventurarse a jugar en Estados Unidos. Es el gran mérito de la generación que ha abanderado Pau Gasol. Son excepciones los que se han escondido detrás de la cortina a disfrutar de la obra. La mayoría ha querido saltar al escenario y ser partícipe de la función por mucho que solo tuviera una frase en el guión. Lo desconocido ha sido un aliciente para estos hijos de la prosperidad y el buen vivir de la España de los años ochenta. Ninguno de ellos se sentará plácidamente al sol en sus desahogados años de jubilación con la duda o el arrepentimiento. Todos fueron exploradores, conquistadores. Deudores de nuestro particular Jeremías Johnson, el hombre que un día se atrevió a cambiar la gorra de lobo de mar por la de cazador de las nieves. Seguirán llegando españoles a la mejor liga del mundo y siempre recordaremos a Fernando Martín como el hombre que abrió la maleza con el machete, que le dio viabilidad al puente transoceánico. Su aportación en los Blazers fue discreta porque así lo quiso Mike Schuler, pero a Martín le pertenece, como recordó Rudy Fernández enfundándose su camiseta en el concurso de mates del 2009, una parte de los triunfos y las glorias posteriores de los nuestros en la mejor liga del mundo. Es el tributo justo que hay que pagar por ser un hombre joven al que, igual que al protagonista de la película de Pollack, jamás le asustaron las leyendas de fantasmas.
No me voy a detener prácticamente en la figura de Pau Gasol en este capítulo. Gasol ya publicó una biografía hace unos años, mantiene una excelente web oficial y mis opiniones sobre su figura y su carrera son de sobra conocidas. Me he pasado, desde que coincidí con él en la Copa del Rey de Málaga en febrero del 2001, doce años sin parar de hablar y opinar sobre cada uno de sus partidos y sus movimientos. He tenido la fortuna de comentar en directo su debut en la NBA, sus títulos, sus presencias en el all star y de poderle entrevistar de manera particular en infinidad de ocasiones. No soy dudoso sobre el que me parece, hasta el momento, el mejor baloncestista español de la historia, un tipo equilibrado y cabal que merece de sobra todo lo logrado. No me precio de ser su amigo, no nos debemos nada y fuera de los compromisos puramente profesionales habré coincidido con él únicamente tres veces, siempre con ocasión de alguna velada en un restaurante. Le agradezco la sensación que recibo del respeto que siempre me ha mostrado por mi trabajo y defiendo con orgullo la independencia de la que siempre he disfrutado a la hora de opinar sobre sus actuaciones. Soy un firme convencido de que si yo no hubiera coincidido con la carrera extraordinaria de Pau Gasol mi desempeño diario laboral, mi productividad y mis ingresos por cuenta de mi trabajo hubieran sido prácticamente los mismos. Tan solo celebro la fortuna que Gasol y el azar me concedieron de poder transmitir sus hazañas durante tantos años.
Nada más ser elegido por Utah Jazz en el puesto número 24 del draft de 2001, los periodistas de Salt Lake City se apresuraron en indagar un poco sobre la vida de Raúl López, y lo primero que les llamó la atención es que Vic, su pueblo, era muy conocido por ese embutido al que de inmediato vulgarizaron al compararlo con el ingrediente principal del perrito caliente. «La ciudad es famosa por sus salchichas y otros derivados del cerdo, especialmente el fuet, una fina salchicha curada.» La información sobre Vic en la versión inglesa de la Wikipedia es extensa, así que no sabemos qué fue antes si la llegada de Raúl a Salt Lake City o su historial en la Red, porque también del 2001 data la creación de esta enciclopedia tramposa de Internet.
Para un base de veintiún años ser elegido en la primera ronda del draft por parte de la franquicia de la NBA más dependiente de un playmaker suponía un honor superlativo. Su reputación subió, lógicamente, por las nubes. La especulación era evidente: ¿veían los Jazz en Raúl López la mejor opción posible para tomar el relevo tranquilo y progresivo del legendario John Stockton? Tenía que ser así. Y el talento efervescente de Raúl nos hacía pensar que podría hacer una larga carrera en la NBA. Sin más vestimenta que su duende baloncestístico, puestos en la báscula los niños de Lisboa que más destacaban por esa capacidad que ya viene registrada en el código de barras, estaban por encima del resto sin duda él y Juan Carlos Navarro. No había error posible, pero el ligamento cruzado anterior de la rodilla derecha crujió dos veces y cercenó la capacidad de juego primigenio de un fuera de serie. El chico del fuet ha seguido ofreciendo muestras de su clase durante años, pero su estilo genuino quedó poco a poco extirpado y regado por aquellos quirófanos por los que tuvo que pasar para remendar tanta maldición con las lesiones de rodilla. Recuerdo unas imágenes que nos llegaron a Canal+ en las que le vimos caminando con ayuda de dos muletas en Salt Lake City después de la segunda lesión, sentándose en una silla colocada a la altura del tiro libre y lanzando tiros para no perder el arraigo dentro del hábitat que más oxígeno permitía de entrada en sus pulmones. Fue el tercer español en jugar en la liga profesional y del que más lamento y añoro lo que pudo haber sido y no fue por capricho del destino. Era carne de NBA, la franquicia en plena reconstrucción le iba a dar minutos de sobra; lo tenía todo a favor, salvo esos dos imprevistos crujidos. Siempre le guardaré cierta estima pese a que nunca ofreciera gran colaboración ni facilidades para poder contar mejor su personalidad y su figura a nuestra audiencia.
Raúl, Calderón, Sergio Rodríguez y Ricky Rubio. Cuatro bases españoles han jugado en la NBA. No hay país europeo que haya contribuido tanto en esa posición del juego y con tanto bagaje, cuando durante mucho tiempo se nos vendió que aquel era un terreno vedado para nuestros bajitos, que allí ese tipo de jugadores se producían y salían de los altos hornos universitarios en cadena y que la superioridad física de los jugadores de raza negra les haría la vida imposible. Pero todos ellos en mayor o menor medida han tenido hueco. La carrera de Mister Catering (como le apodó Montes) da como para colgar su número del Air Canada Center. Ha sido quizás el europeo de mayor rendimiento de entre los que nunca han sido all star. Un jugador muy inteligente, de rápida detección de las condiciones de su entorno, consciente de sus cualidades y con la habilidad de saber explotarlas al cien por cien. Calderón siempre ha sabido encontrar el recoveco por el que colarse para seguir siendo competitivo año tras año en unas condiciones colectivas casi siempre mediocres.
Sergio Rodríguez ha sido uno de los españoles que llegó a la NBA muy joven y con tanta ilusión como desparpajo. Su primer y último problema fue chocar con un miembro activo del Tea Party baloncestístico, el entrenador de los Blazers Nate McMillan. Nunca dudé de la oportunidad de sus cualidades en la NBA, pero la marca de McMillan le quitó muchos minutos y proceso competitivo en años en los que se progresa y se absorbe más, y demasiados intereses creados en franquicias por entonces perdedoras como Kings y Knicks le restaron un repunte en su última temporada. Siempre creí que alcanzaría tarde o temprano el nivel ofrecido en el 2012 y en el 2013 con el Real Madrid. Y para ser justos lo que le quitamos a McMillan se lo podemos poner a Pablo Laso, por supuesto.
A la constante cuestión de si muchos jugadores dejan el baloncesto FIBA para irse a la NBA de manera prematura siempre contesto lo mismo: nunca se sabe. En términos generales creo que si la NBA te abre la puerta es porque puedes estar preparado para acelerar el proceso de tu carrera, sea cual sea. Todos los problemas de adaptación al baloncesto, a la vida y a la sociedad de allí se confunden en muchos casos con precipitación. Todos los españoles que han dado el «sí» al llamamiento de una franquicia lo han hecho con el absoluto convencimiento de que el reloj marcaba la hora exacta, así que no hay error posible. Luego, otros vectores entrarán en juego para emitir el veredicto sobre cómo fue su rendimiento, pero no encuentro motivos para el reproche en la decisión de cada uno a la hora de marcharse.
A Jorge Garbajosa le costó años encontrar su vocación de cuatro abierto, fue como descubrir a John Travolta en Pulp Fiction después de casi estar convencidos de que siempre sería el Tony Manero de Fiebre del Sábado Noche o el Danny Zuko de Grease para el resto de sus vidas. O descubrir que Alfredo Landa era mucho más gracias a Juan Antonio Bardem o Garci, mucho más de lo ofrecido en el landismo de los sesenta y principios de los setenta. De repente, el ala-pívot Garbajosa se convirtió en un enorme problema para todos los equipos a los que se enfrentaba. No había soluciones para un jugador de alto oficio e inteligencia, un híbrido extraño capaz de bombardear desde la línea de tres, de defender y rebotear bajo su aro como el pívot más infranqueable y de hacer lecturas de juego siempre atinadas.
Su marcha a la NBA fue un caso de justicia divina; tuvo algo de simbólico, de recompensa a la generación previa a la de Pau Gasol que no había tenido nunca la atención mediática de la quinta que le sucedió. Lo hizo en el año de su vida, el 2006, en el que ganó la liga ACB con el Unicaja, fue el MVP de la final, ganó el Mundial de Japón siendo elegido en el quinteto ideal y llegó a diciembre como mejor novato del mes en la Conferencia Este de la NBA. Lo más impactante es que ya en Toronto le vimos dar una vuelta de tuerca más y adaptarse a una posición todavía más alejada del aro y que le obligó a defender a jugadores mucho más pequeños y veloces, la mayoría de físico mucho más explosivo que el suyo, sin desentonar lo más mínimo. Era la temporada que estaba predestinada para ser la mejor de la última década en los Raptors. Tras su dramática lesión, el equipo nunca fue el mismo ni el desenlace en los playoffs fue el esperado. En febrero del 2007 nos acompañó en una de las retransmisiones del Fin de Semana de las Estrellas desde Las Vegas y compartimos una cena magnífica con él, su mujer, Ainhoa, y Sergio Rodríguez. Precisamente por aquel magnífico trato con Garbajosa no pudimos entender cómo diez meses después, con ocasión de un viaje a Toronto para retransmitir un Raptors-Grizzlies, asistimos a la sesión de tiro por la mañana del día de partido y cuando Jorge Garbajosa nos vio desapareció raudo hacia el vestuario y se las arregló para no atendernos en todo el viaje. Aquel asunto turbio de su lesión, el seguro, su participación en el Eurobasket de España 2007, la necrosis y la posterior rescisión del contrato con los Raptors nos dejó sin una simple e inocente entrevista.
De todos estos años comentando la NBA, una de las grandes frustraciones profesionales ha sido la de no haber podido narrar más y mejores gestas de Juan Carlos Navarro en Estados Unidos. Sobre todo porque fue drafteado por mi equipo de toda la vida, Washington Wizards, y porque de haberse marchado inmediatamente ese primer año hubiese coincidido en la pista con Michael Jordan. ¿Nadie en la franquicia se dio cuenta de que un talento como ese merecía ir a buscarlo desde la capital hasta Barcelona a golpe de remo? Navarro fue víctima de la firma de una extensión de contrato con Joan Laporta en el 2003, nada más ganar la Euroliga con unas cláusulas, digamos, muy favorables al Barcelona e imposibles de rescindir en el caso de huida a la NBA. Su error fue el de firmar, con veintitrés años, algo así, por muy convencido que estuviera de que la NBA no aparecía en sus sueños ni prioridades. La hipoteca de aquel contrato se extendió sine die y le cerró todas las oportunidades de alargar su carrera NBA después de una temporada en los Grizzlies muy meritoria. Los meses que pasó en Memphis, de poco grato recuerdo para su mujer, Vanesa, y para su hija mayor, Lucía, le sirvieron para ratificar que podía pertenecer a aquella liga, pero no hicieron justicia con el mejor exterior europeo de la última década.
Durante el tiempo que se prolongó el lockout de la temporada 98-99 volví a trabajar unos meses para El Día Después. Recuerdo que uno de los vídeos que elaboré en ese periodo fue sobre el brasileño Juninho. Por su semejanza con el nombre del futbolista elegí la canción de Los Secretos Volver a ser un niño. Michael Robinson, al que lógicamente no se podía pedir un amplio conocimiento de la música pop española, se acercó y me preguntó que cómo había encontrado un tema musical en el que se nombraba a Juninho. La idea de aquel reportaje era reflejar la necesidad que tenía el Atlético de Madrid de recuperar la mejor versión del futbolista para devolver la sonrisa al equipo. Me viene esto ahora a la cabeza porque hubiera elegido la misma banda sonora para explicar la marcha de Ricky Rubio a la NBA y el impacto inmediato en los Timberwolves. Su etapa final en el Barcelona había abierto un debate simplista y torticero sobre si su proyección se había estancado y se tiró de mortero para machacar insistentemente sobre el asunto de su falta de acierto y confianza con el tiro exterior. El problema era otro: Ricky había dejado de ser un repentista. Así se les llama en Cuba a los poetas de la improvisación que bajo el ritmo musical del punto cubano o punto guajiro se hicieron muy populares en el interior de la isla. El baloncesto de Ricky tiene poco de sistémico y más de invención natural, todo parte de versos que va creando a medida que el juego transcurre. La marcha a Estados Unidos resultó una pequeña liberación, un reseteo y un regreso a esas rimas libertinas de las que tanto habíamos disfrutado en los años álgidos de su eclosión adolescente. A miles de kilómetros de distancia llegó el momento para liberarse de presión sobre su tiro y para recuperar la diversión.
Antes del quinto partido de la final de 2012, David Stern nos concedió una entrevista a los enviados especiales del Plus. La sensación que nos dejó el comisionado es que la NBA ya tenía apuntado el nombre de Ricky Rubio en la lista de los grandes animadores de la competición para el momento en el que las estrellas de esta generación comiencen a cerrar su taquilla para siempre. El impacto que causó su lesión en Minnesota, teniendo en cuenta su condición de novato y que solo había disputado 41 partidos, fue devastador. Un equipo que parecía flechado hacia los playoffs sufrió un volantazo en el momento en que su rodilla hizo ese mal movimiento contra Kobe Bryant. Ricky es presente y futuro de los Timberwolves y de la NBA, un capital incalculable para esa franquicia.
Lo contrario sucedió con Rudy Fernández. Cierto es que le recibieron en el aeropuerto de Portland como a una gran estrella del rock, con el recuerdo en la memoria colectiva de su mate contra Dwight Howard en los Juegos Olímpicos de Pekín. Pero enseguida Nate McMillan le puso la etiqueta de tirador especialista y obvió el resto de sus capacidades. Rudy, en acto reflejo y de supervivencia, trató de mejorar su tiro y le restó práctica a otras variantes del juego. Por su físico, el mallorquín puede ofrecer una capacidad defensiva enorme que nadie en su etapa en Portland se atrevió a explorar. Paul Allen, el dueño de la franquicia, se había encaprichado de Rudy y por contagio una gran parte del público del Rose Garden. Sin embargo, siempre dio la impresión de que McMillan aceptó su llegada al equipo como un proyecto impuesto desde arriba y siempre anduvo corto de fe y de confianza en sus capacidades. La trayectoria en Portland de Rudy, con ciertos puntos álgidos en su primera temporada, derivó en encorsetado. Varias lesiones posteriores tampoco ayudaron y, pese a que Rudy jugó más de doscientos partidos con los Blazers y lo volvió a intentar en Denver, el lockout del 2011 y una gran oferta del Real Madrid clausuraron su carrera NBA.
Marc Gasol era otro caso cantado si no nos hubiéramos fiado demasiado de desconfianzas y tópicos diversos. Le conocí de adolescente en Philadelphia, en febrero del 2002. Listo, rápido de mente y aunque pasado de peso ya enseñó una muñeca privilegiada en un partido que se celebró entre periodistas. El vínculo genético, la lírica creacionista de Agustí y Marisa daba para un gran relato que se sugería real. El ideario Montes, inconcebible sin la gastronomía, la música y el cine, tocaba en ocasiones el asunto de las alcachofas de Sant Boi, pero nos anunció con seriedad la candidatura a estrella de Marc desde el escaparate del Mundial de Japón 2006. Un cordón umbilical conectó también las carreras de Marc y Pau cuando estuvieron involucrados en el traspaso que marcó a fuego sus carreras. La llegada del hermano mayor a los Lakers se hizo con el traspaso de los derechos de Marc a la familiar Memphis en febrero de 2008. Diez meses después, el mediano de los Gasol debutó en los Grizzlies con un dato que no debe pasar desapercibido para situar su impacto: ha sido el único español hasta la fecha en ser titular en su primer partido en la NBA. Ha jugado playoffs, ha sido all star y cuenta con la reputación de ser uno de los mejores pívots de la liga. Y siempre bien visto, bien mirado y admirado por rivales y por la prensa especializada estadounidense, mejor que en el caso de su hermano Pau.
Serge Ibaka es incapaz de tocar aún el techo de su carrera a pesar de poseer brazos como aspas de molino. Es un jugador que después de haber sido el máximo taponador, y haber jugado una final de la NBA y haber disputado una final olímpica todavía está localizado en una etapa de aprendizaje. Su explosión fue rápida y violenta, con un hambre profesional poco vista en estos tiempos. Nunca tuve dudas en cuanto a su adaptación al país porque su biografía le ha hecho crear una mentalidad cosmopolita y abierta a las mudanzas continuas. Es un jugador que se pasa el día pensando qué es lo que debe hacer en la pista cuando le toca participar en un juego y una liga que deja muy poco tiempo para pensar.