2001-02 - El fenómeno Gasol
Si no me falla la memoria, la primera imagen que llegó de Pau Gasol a Canal+ fue la de la final de la ACB de la temporada 98-99 entre el Barcelona y el Caja San Fernando. La cadena se había hecho con los derechos de la competición para las cuatro temporadas siguientes y como aperitivo se rodó un documental sobre esa serie centrado en las figuras de Sasha Djordjević y Andre Turner. En una de las grabaciones, de refilón, las cámaras pillaron a un canterano delgado y espigado haciendo de maletero para los jugadores veteranos al llegar el autobús del Barcelona al Palacio de los Deportes de Sevilla. Apareció después también, timorato y cohibido, en una imagen durante la celebración azulgrana después de conseguir el título en el tercer partido mientras las vacas sagradas de la plantilla se dejaban llevar por la euforia dentro del vestuario. Con sinceridad, hasta entonces había oído hablar muy poco de él. Por aquellas fechas sí sonaba el nombre de Juan Carlos Navarro, que había debutado en el primer equipo casi año y medio antes.
El baloncesto español llegó a Canal+ justo en el momento en el que empezaba a salir de las catacumbas en las que se coló después de los Juegos Olímpicos de Seúl de 1988. A partir de aquella fecha solo fue reconocido por esos aumentativos retratos del sonrojo: el «angolazo» o el «chinazo». Sin embargo, en el verano del 99 («Daimiel, ¿qué pasó en el verano del 99?») empezó a salir el sol en el baloncesto español. Se logró la plata en el Eurobasket de Francia y en categoría júnior se ganó el Campeonato del Mundo en Lisboa tras derrotar en la final a Estados Unidos. Pau Gasol no era de los más destacados tampoco en aquella quinta de los júniors de oro. Lucían por encima de él Juan Carlos Navarro, Raúl López y Germán Gabriel, sobre todo. El chico espigado de Sant Boi seguía agazapado.
El primero que nos puso sobre la pista fue Epi. Se incorporó al equipo de retransmisiones del Plus y empezó a advertirnos: «Ojo, que en el Barcelona están convencidos de que el bueno va a ser Pau Gasol. Mide 2,16, tiene una envergadura de 2,30 y en algunos entrenamientos con el equipo júnior ha probado hasta de base». Estas dos ideas se le quedaron clavadas a Montes. «2,16, envergadura de 2,30 y hasta ha entrenado como base, ¿no, Epi?» Esa frase puede que la repitiera un promedio de dos veces por almuerzo o cena en los que coincidíamos todo el grupo de baloncesto de la redacción. Las comidas en el restaurante con terraza del Moda Shopping y las cenas en De María, sobre todo los lunes. Los catorce años que conviví con Montes se los pasó pidiendo Coca-Cola Light con un vaso con mucho hielo aparte. Como con el ritual de las comidas, para su labor periodística Andrés no necesitaba manejar muchos registros. Seleccionaba, escogía y explotaba los mejores hasta convertirlos en eslóganes. Y a partir de dos o tres ideas era capaz de crear un universo en torno al personaje en cuestión como le ocurrió con la frase de Epi y el mote que le puso a Pau Gasol. No hay más historia en el apodo de «ET», puede que saliera de una esas comidas después de que nos volviera a recordar que Pau Gasol medía 2,16, que tenía una envergadura de 2,30 y que había entrenado de base en las categorías inferiores. Un genio del registro y de la morcilla, como él mismo se definía.
A nuestro equipo de ENG (reporteros enviados a las canchas) le dábamos la indicación de estar siempre atento a los júniors que ya habían dado el salto a la ACB. Esa fue otra sugerencia de Andrés desde septiembre del 99. Olfateaba el oro durante toda la vida activa de aquella generación. Aquellos jóvenes jugadores representaban la gran esperanza para que el baloncesto de nuestro país volviera a expandirse. Tenían su hueco en el programa de Generación+ y siempre que había ocasión se les ponía un micrófono cerca para conocerlos un poco más. Costaba arrancarles alguna frase en esa primera aparición ante el gran público y Gasol tampoco llamaba la atención al principio por su locuacidad. Esa primera temporada, Aíto García Reneses lo mantuvo en la incubadora y sus apariciones fueron escasas. Aunque la opinión generalizada es que la Copa del Rey de Málaga supuso su aparición estelar, la edición del año anterior en Vitoria ya dejó pistas sobre ese aviso que nos dio Epi. Barcelona y Real Madrid se enfrentaron en cuartos de final, los blancos consiguieron una ventaja de veinte puntos y Aíto ordenó una de esas presiones defensivas a toda pista con un quinteto muy alto, con Elson y Pau en los postes. La intimidación de ambos acobardó al Madrid, que se dejó remontar toda esa renta.
Fue entonces, en la primavera del año 2000, cuando los ojeadores de la NBA tomaron serias notas sobre un jugador carne de draft y un físico que había que macerar y fortalecer para proteger su territorio ante los mastodontes que habitaban aquellos territorios. Lo del año siguiente sirvió para confirmar expectativas y situarle como un seguro top 10 del sorteo del draft de junio del 2001. En aquel momento, los movimientos y declaraciones denotaban que el jugador estaba decidido, que no iba a esperar más. En Estados Unidos estaba efervescente la fiebre europea y en el Barcelona había un jugador que llevaba ya el logo de Jerry West etiquetado en la frente.
A medida que íbamos conociendo las opiniones de los espías estadounidenses que viajaban constantemente a España durante la temporada 2000-01 para verle jugar, la idea de retransmitir un partido de la NBA con uno de los nuestros involucrado nos parecía cada vez más cercana. Su entorno tuvo que hilar muy fino para acudir al draft con la relativa certeza de que Pau saldría elegido en uno de los primeros puestos. Aquel adelanto no era baladí, ya que había que desembolsar quinientos millones de pesetas (tres millones de euros) al Barcelona para rescindir el año de contrato que aún le restaba a Gasol con el club azulgrana.
Primero dominó en febrero la Copa del Rey de Málaga. Allí le grabé una entrevista para mi sección de «El Confesionario», del programa Generación+. Un compañero que le había grabado en su casa viendo por televisión (debido a una apendicitis) el All Star de la ACB celebrado unas semanas antes me contó una confidencia. Gasol, sentado en su sofá, había destacado la apreciable belleza a través de la televisión de la viuda de Antonio Díaz Miguel durante el homenaje que se le hizo al que fuera tantos años seleccionador nacional. Por eso, una de las últimas preguntas que le hice a Pau en la entrevista de «El Confesionario» fue que si era verdad que le gustaban las mujeres más mayores. No recuerdo ahora su respuesta concreta pero salió indemne con habilidad. Cuando dejamos de grabar me confesó que lo había pasado mal porque en ese momento estaba saliendo con una chica de unos años menos (y Pau tenía veinte).
El 21 de junio de ese año 2001, Pau Gasol fue el MVP y amplio dominador de la final de la ACB en la que el Real Madrid no dio con una mínima manera de frenarlo sobre la pista. Habían pasado solo dos años desde que cargara con el equipaje de sus compañeros en Sevilla y ya se había convertido en el líder indiscutible del mejor equipo nacional. Seis días después de esa final de la Liga ACB volaba hacia Nueva York para asistir a la ceremonia del draft. Ni los elogios ni las reticencias de Aíto a su marcha, ni el reto pendiente de ganar una Euroliga para la entidad lograron detenerlo. «No sé cómo todavía hay algún entrenador que pueda pensar que Pau no está preparado para ir a la NBA. No está escrito en ninguna Biblia que el primer año se tenga que ser como Jordan o Garnett», dijo por entonces Sergio Scariolo, sin perder oportunidad para alimentar su rivalidad con Aíto.
Sorpresa, orgullo y emoción, todos esos sentimientos se concitaron cuando Pau Gasol juntó sus manos en el momento que David Stern pronunció su nombre aquella noche en el teatro del Madison Square Garden. No tuvo que esperar demasiado tiempo sentado en su mesa circular antes de saludar al comisionado de la NBA. Kwame Brown, Tyson Chandler y él, solo dos jugadores salieron al estrado ante que el español. Ningún baloncestista no formado en universidades estadounidenses había sido elegido nunca en una posición tan alta del draft. Con ese lugar de honor, la suerte estaba echada; Gasol empezaría cuatro meses después su carrera en la NBA. Además al número tres del draft del 2001 le garantizaban por convenio un contrato por tres años de 7,9 millones de dólares, unos 1.300 millones de pesetas de entonces. Esa cantidad hacía mucho más viable la negociación con el Barcelona para liquidar la cláusula y el año de contrato que aún le restaba.
Gasol fue seleccionado por Atlanta Hawks y traspasado casi de inmediato a los Memphis Grizzlies, junto con Lorenzen Wright y Brevin Knight, a cambio de Shareef Abdur-Rahim. Un trueque responsabilidad de Billy Knight, entonces el responsable de operaciones del equipo del estado de Tennessee. Gasol era el elegido para sustituir en los Grizzlies a un jugador de primera línea de la liga. Rahim era un tipo de veinticinco años, medalla de oro en los Juegos Olímpicos de Sydney 2000 y que en la última temporada había promediado más de 20 puntos y nueve rebotes por encuentro en la NBA. Desde ese 27 de junio en Nueva York, Pau Gasol empezaría a ser un soporte importante del proceso de desarrollo y calado que debían afrontar los Grizzlies en la ciudad y entre la comunidad de Memphis, recién aterrizados allí por el traslado desde Vancouver.
Todo olía a estreno y a pintura fresca en su nueva sede. Nuestro baloncesto ponía una pica en la mejor liga del planeta, en plena efervescencia de llegada de europeos a la NBA. Pau Gasol situó en el escaparate a España como mercado prioritario a la hora de encontrar jóvenes habilidosos y con ambición de poner a prueba su talento con los mejores. Era otra prueba más que confirmaba que esta generación emergente nada tenía que ver con anteriores. Estos niños querían saltarse etapas, olvidar viejos complejos y testar ante la élite su descaro y ambición. «Quiero ir a la NBA; pero quiero ir a destacar, a tener un sitio en el equipo, no a pasar años viendo baloncesto.» Así de claro lo tenía el pívot catalán antes de comenzar su etapa en la liga profesional. Nada que ver con miedos y reticencias del pasado.
El reconocimiento personal sería casi automático, pero el colectivo se haría esperar unos cuantos años. Gasol llegó a una franquicia con el dudoso honor de haber sido la más rápida de la historia en coleccionar trescientas derrotas en toda la historia de la NBA. Se trataba de un equipo en el que se necesitaba de todo: peones, oficiales de primera y capataces. Pau encajaba para rotos y descosidos. Debía disponer de minutos de sobra para poder cuajarse en la liga en su año de novato. Además, iba a disponer de un base imaginativo a su lado, Jason Williams. La sociedad de base y ala-pívot se anunciaba estupenda.
Desde la pretemporada ya se vislumbraba que Memphis era el sitio ideal para el rodaje. Gasol fue titular en la mayoría de esos partidos de preparación, dejando en el banquillo a Stro-mile Swift, que había sido el número dos del draft anterior, el del 2000. Sin embargo, el entrenador, Sidney Lowe, optó por dejar inicialmente en el banquillo a Pau para el primer partido de la liga regular. Fue contra Detroit Pistons, el 2 de noviembre del 2001. A falta de cuatro minutos para el final del primer cuarto, Pau rompió un vacío de catorce años, desde que Fernando Martín decidió dejar Portland y volver a España. Tengo grabado en mi memoria un contraataque, conducido por Chocolate Blanco, y la asistencia para el mate del novato: una canasta histórica.
Para celebrar el primer triunfo tuvimos que esperar casi dos semanas, después de ocho derrotas consecutivas: así eran todavía los Grizzlies. Los titulares de los periódicos siempre iban en la misma dirección: Gasol vuelve a destacar pero Memphis pierde de nuevo. En ese corto tramo de derrotas volvió a asentarse como titular, después de participar en su primer pique con Kevin Garnett, a la noche siguiente de su estreno. En noviembre ya fue elegido mejor novato de su conferencia: «Es un diablo. Tiene equilibrio. Es grande. Tiene buena mano. Puede tirar». «¿Puedes imaginar su impacto? Podría ser el jugador alto que mejor se mueve por toda la pista desde la llegada de Karl Malone.» Así le veían algunas voces importantes de la liga después de su primer mes en la NBA.
Cada partido lo vivíamos como algo fascinante en la novedad, era una ruptura de hielo cada tres días: medirse a los Lakers, tener enfrente a Olajuwon, jugar en el Madison, medirse a Jordan (de vuelta en Washington). El trabajo de nuestro departamento de producción y la asignación de un presupuesto especial para compras extraordinarias facilitaron que la señal de la mayoría de sus actuaciones llegara a España a pesar de que los Grizzlies era un equipo poco favorecido por la programación de las televisiones norteamericanas.
Uno de los partidos que ofrecimos en directo fue el de principios de diciembre del 2001 frente a los Minnesota Timberwolves. «Garnett tiene algo con Gasol, no sé qué es pero se le nota». Acabé esa frase justo cuando Pau recibió el balón en el lado izquierdo de la pista para encarar el uno contra uno ante Garnett. Fintó en un par de ocasiones hasta que enfiló la línea de fondo y terminó con un mate estratosférico en las narices del propio Garnett y del voluminoso Gary Trent. El público enloqueció y Wally Szczerbiak, sentado en la banda, gritó y se dio un revolcón sobre el parqué ante tal visión cercana (no por el vínculo de haber nacido en España sino seguramente por sus ya diferencias latentes con Kevin Garnett). Recuerdo que dije en directo que un cosquilleo me había recorrido el cuerpo al contemplar el descaro con el que uno de los nuestros retaba y desafiaba al jugador que más dinero ganaba en la NBA. Ver a un jugador nacional formar parte de ese negocio a tal nivel de intervención nos acercó un poco más al espectáculo y a su mentalidad, nos lo hizo en cierta medida más cotidiano. Hasta entonces, la NBA era una cultura y un destino ocioso a distancia, una película de difícil acceso y de aires fantásticos. La llegada de Pau Gasol nos familiarizó a todos un poco más con este baloncesto, nos lo puso a una altura real, y no lo hizo bajándolo de la nube sino arrastrándonos a todos con él hasta el palco vip del Olimpo.
Leí hace ya unos años una comparación que me resultó brillante. Si no me equivoco, el autor fue un periodista de Memphis y venía a decir que el intento de Hubie Brown por educar a Jason Williams era como si contrataran a Aristóteles como tutor de Eminem. La historia nos cuenta que el filósofo griego fue contratado por Filipo de Macedonia para educar a su hijo Alejandro. Aunque la tradición avala la influencia del sabio de Estagira sobre el Magno conquistador, otros autores suponen que el joven debió aburrirse con la erudición y la pedantería del anciano. Así más o menos fue la relación entre el veterano entrenador y aquel rebelde sin causa con el que Gasol (y aún se me escapan todas las razones) no logró conectar del todo. He dado ese pequeño salto en el tiempo para evidenciar la pegajosa situación que supuso para los Grizzlies la presencia del exjugador de Sacramento. Un año antes de ese símil con el rapero blanco, Chocolate Blanco, cansado de perder y perder partidos, la tomó con todo ser viviente en Memphis, incluido Pau Gasol. Aquel fue el único inconveniente con el que el español tuvo que convivir en sus primeros meses en la NBA.
Su aparición en un puesto tan alto del draft y su estreno en la liga tuvieron una digestión de lo más liviana comparada con la pronta evidencia de que era un firme candidato para ser Rookie del Año o que su elección iba a ser segura para el partido entre novatos y sophomores del All Star. Eso casi hubo que tragarlo sin masticar. Llegó a Estados Unidos en el vagón de los sospechosos, cambió el billete primero al de prometedor y luego al de figura en ciernes en apenas tres meses. Su progresión en Estados Unidos avanzaba a una velocidad más rápida que nuestra capacidad de asimilación. Aun así, en esos primeros meses, Andrés Montes ya tuvo la osadía de empezar a decir en la televisión que la única duda que le generaba Gasol era la de adivinar el año en el que iba a ser All Star. En aquel momento, aquella frase era un sacrilegio que recibió masivas críticas a través del correo postal. Desde Gasol hasta el último caso de Víctor Claver, la presencia de jugadores españoles en la NBA me ha lanzado de bruces sobre la triste realidad fratricida de nuestro país. Siempre recibimos numerosas señales (cartas primero, luego mensajes electrónicos y actualmente menciones de Twitter) de las críticas a nuestros representantes, muchas más en número que los elogios. Quién iba a pensar, siendo un hijo del espejismo optimista de la próspera transición española, que comentando la NBA tendría que recurrir a los argumentos y denuncias machadianas del cainismo patrio.
Vuelvo a Williams y a la primera temporada de Pau en la liga para encontrar el embrión de algo que tomó cuerpo a partir de ese momento y que a día de hoy sobrevuela como mosca pesada sobre el perfil del ala-pívot. El asombroso prestidigitador había quedado degradado después de su traspaso de un equipo por entonces tan cool como Sacramento a la mazmorra de una franquicia que perdía tres de cada cuatro partidos que disputaba. «Ya lo podéis escribir así de claro. Somos el peor equipo de la liga», dijo después de un partido ante Seattle Supersonics. Y su frustración cayó como bolas de granizo sobre los más débiles de aquella plantilla. A Gasol le tocaron en «suerte» los reproches de mal defensor, tener manos blandas y no conocer los sistemas del equipo. Ese fue el primer copo de nieve de una bola que se hizo gigante con el paso del tiempo y que obligó a Gasol a cambiar su look de niño obediente a galo barbudo y desaliñado para triturar esa reputación. La mejor explicación que he encontrado a esta cierta imagen de desidia que en determinadas ocasiones ha demostrado se la leí a Joan Montes, su entrenador en categorías inferiores en el Barcelona: «Cuando desconecta, desconecta». No es necesario mucho más que añadir. En su ciclo natural siempre han aparecido esos lógicos apagones, pero siempre han sido de corta duración. Las hazañas y los asteriscos en su currículum han sido mucho más recurrentes.
Pau fue listo en no involucrarse en esa pataleta y siguió firme en su misión de acumular experiencia y minutos en la liga. Mientras, aquí en España, como ocurre con todo lo que pasa por nuestras manos y miradas, los que meses antes convertían a Jason Williams en el Gandalf de la NBA a partir de ese momento lo trasladaron al lado oscuro y se convirtió en Sauron. El veletismo fanático, esa reiterada manía de simplificar papeles y juicios pintando cuadros solo de blanco o negro. La paleta, y más en el análisis deportivo, mejora cuantas más tonalidades posea para que el resultado final del retrato quede lo más realista posible. Ni Gasol ha sido un jugador perfecto (aunque su trayectoria pique siempre alta) ni Williams fue tan desastre como se quiso hacer ver a partir de entonces. Con él, los Grizzlies aparecieron por primera vez en su historia en playoffs unas temporadas después y resultó, más domesticado, un ingrediente importante en el primer anillo de Miami Heat.
Dos meses después de su estreno antes los Pistons, Pau Gasol visitó el America West Arena de Phoenix para enfrentarse a los Suns. Sumó 31 puntos, siete rebotes y cinco tapones. Ese día firmó ante notario su carrera hacia la clase noble de la NBA. Phil Jackson, Don Nelson, Shawn Marion… Las opiniones eran unánimes a la hora de depararle un futuro espléndido. Cuando se cumplían solo tres años desde que debutara en un partido de la ACB, Pau Gasol ya se situaba entre los veinte mejores jugadores de la NBA en diez aspectos estadísticos del juego. Ningún europeo había tenido tan buenos números como el español en su primera temporada en la NBA, tan solo Sabonis y Radja se le acercaban. Ni Nowitzki ni Stojaković hicieron en su temporada de novatos lo que consiguió Gasol como rookie de los Grizzlies.
Mi manera de preparar los partidos tuvo que tomar nuevos caminos y pasé a dedicar un rato cada día a leer el único periódico de la ciudad, el Memphis Commercial Appeal, en busca de las últimas noticias acerca del jugador que iba camino de convertirse en el novato del año. Aquel joven simpático que me crucé junto a Felipe Reyes en unas escaleras del parking de Tudescos en el centro de Madrid, en la primavera del 2001, y que se mostró afable y cercano solo nos saludó a Andrés y a mí a distancia con una elevación de cejas en el aeropuerto de Philadelphia meses después. Llegaba junto a Shane Battier para participar en el Fin de Semana de las Estrellas. No se lo tomamos en cuenta, levantamos la mano para saludar y regresamos hacia el hotel como un padre que desde el balcón ve a su hijo adolescente interactuar con sus amigos. Gasol era una estrella de la NBA y supusimos que su nueva condición le requería otro tipo de poses y formalismos.
Lo que quizá más me sorprendió de Pau Gasol en aquella primera temporada fue su dureza y durabilidad física (jugó los 82 partidos siendo titular en 79) y la capacidad para dar la talla ante los mejores pívots de la liga, como Duncan, Robinson, Shaquille O’Neal y Garnett. Solo la presencia cercana y directa de Michael Jordan le intimidó algo más.
Después de ser elegido mejor debutante de la Conferencia Oeste en los meses de noviembre, enero y marzo, Pau tenía todas las papeletas para convertirse en el Rookie del Año. La votación fue abrumadora. Recibió 117 votos y el segundo clasificado, Richard Jefferson, tres. La NBA se había rendido ante las cualidades baloncestísticas del ala-pívot de Sant Boi. Andrés lo resumía así: «Es que este tío es muy bueno, Daimiel». Dicha la frase daba un golpe con el bolígrafo en la mesa o emitía un sonido de aprobación. «Y la única duda que tengo es el año en el que va a ser All Star.»