Crónica negra

Cruz de navajas

Imagino que para ser finales de septiembre aún no habría necesidad de salir a la calle con una chaqueta de cuero a no ser que un frente frío amenazara la costa de Massachusetts desde Maine. El caso es que Paul Pierce decidió presentarse en una fiesta en el Buzz Club de Boston con esa prenda recién salida del armario, en el cuarto día del otoño del año 2000. Un deportista ya famoso en la ciudad, un californiano elegante. Un par de horas más tarde, los doctores que le atendieron después de ser apuñalado once veces (pecho, cara, espalda y cuello) en el transcurso de la refriega nocturna aseguraron que la chaqueta le había salvado la vida, evitando que las heridas fueran más profundas. Una de las incisiones quedó a centímetros del corazón. Tony Battie, por entonces compañero de equipo en los Celtics y ahora feliz jugador retirado residente en Orlando, y su hermano Derrick trasladaron en coche a Pierce a toda velocidad a un hospital cercano, cubierto completamente de sangre, una rápida reacción que resultó providencial para evitar un desenlace fatal.

William Rangland fue detenido poco tiempo después como autor del apuñalamiento. Otro de los agresores, Trevor Wilson, también fue detenido. Ambos estaban relacionados con un grupo de rap, los Made Men, más famosos por sus delitos que por sus éxitos. Todo comenzó por una conversación entre el jugador de los Celtics y dos chicas, una de las cuales era prima de Rangland: «Que se joda ese negro, todas esas malditas rameras. Soy el único hombre por aquí. Que se jodan esas rameras. Que se joda Paul Pierce», gritó mientras iba al baño a limpiarse las manos de la sangre de una futura estrella de la NBA. El traslado de Pierce a urgencias fue dramático: «¿Voy a vivir?», «¿Voy a vivir?», preguntaba a Battie y a su hermano durante el trayecto. Lo que más nos sorprendió fue que Pierce llegara a tiempo a la pretemporada de Rick Pitino y al inicio oficial de la campaña. Treinta y seis días después de la agresión, el alero de los Celtics anotó 28 puntos en la victoria de su equipo ante Detroit en el primer partido de la temporada.

Una bala en el gemelo

Otro incidente sorprendente por el capricho del azar y la poca afectación que tuvo en la carrera de su protagonista fue el del entonces jugador de los Houston Rockets Carl Landry. Una noche cualquiera de temporada, el ala-pívot acabó en el hospital debido a una bala que impactó en el gemelo de su pierna izquierda. Después de una victoria en New Orleans, el 17 de marzo de 2009, la expedición de los Rockets llegó a Houston cerca de la una de la madrugada. Landry cogió su coche en el aeropuerto y fue a comer algo. A las 02.30 de la madrugada otro vehículo impactó contra el suyo en dos ocasiones. El ala-pívot no sufrió daño alguno por la colisión y salió de su todoterreno para comprobar los desperfectos en el momento en el que recibió un disparo en la pierna efectuado desde menos de diez metros de distancia. Landry huyó corriendo a lo largo de seis manzanas para acabar escondiéndose entre una casa y una valla metálica, con la pierna ensangrentada. Llamó al timbre de varias viviendas hasta que alguien le abrió y avisó a la policía. Dos semanas después del incidente, Landry regresó a los entrenamientos y justo tres semanas después volvió a jugar en un partido contra los Orlando Magic. Landry anotó su primer tiro, en suspensión desde la línea de tiros libres, con más puntería de la que tuvo su agresor veinte días antes.

Diamantes de sangre

Mucha más sangre es la que sacrifican miles de personas inocentes para que los señores de la guerra africanos se hagan ricos con el comercio del oro y de piedras preciosas. En una historia así de repulsiva y vergonzante se vio envuelto el que fuera ocho veces all star Dikembe Mutombo en 2010, según aireó una investigación promovida por Naciones Unidas. El informe describió con detalles que el congoleño sirvió como intermediario entre Kase Lawal, director general de una compañía energética de Houston, y Carlos Saint Mary, comerciante de diamantes. En este oscuro asunto también aparece envuelto Bosco Ntaganda, comandante de un ejército guerrillero de la República Demócrática del Congo, acusado de crímenes de guerra. Mutumbo reunió en un hotel de Nueva York a los dos primeros y presentó su idea en un powerpoint (que fue publicado por algún periódico) en el que explicaba las líneas maestras del plan para traer el oro a Estados Unidos. La oferta era aportar diez millones de dólares que podrían convertirse a la larga en 20 o 30 si más de cuatro toneladas del metal precioso conseguían salir de Kenia y eran vendidas en el mercado internacional. El ochenta por ciento del oro que sale del Congo lo hace de forma ilegal. La mayor parte de los países tienen una legislación muy severa en cuanto al comercio con minerales de zonas en conflicto y solo se puede hacer transacciones con ellos si se aporta una minuciosa documentación en la que se demuestra que la mercancía ha salido del país por vía legal. Sin embargo, Dubái, el mayor mercado del mundo del oro, es el paraíso de los piratas de este negocio puesto que no hay traba alguna y se puede negociar a salvo de papeleos.

Según la ONU, el oro procedía de la región de Goma, en el este del Congo. En septiembre de 2010, el presidente Joseph Kabila impuso una prohibición nacional de las exportaciones de minerales de las provincias orientales del Congo, zona de los llamados «minerales de conflicto», recursos naturales que sirven para financiar a las milicias militares que operan en el territorio. Lawal ofreció su jet privado para volar hasta África y hacerse con el oro, pero la intervención del Ejército congoleño evitó el negocio.

Sin tapujos

La llamada de una mujer a la policía de Oklahoma alertó de un hombre en plena práctica onanista en un lugar público. El individuo en cuestión era Byron Houston, exjugador de la NBA que tuvo un par de apariciones en España por León y Badalona. En el Joventut fue despedido después de jugar solo doce partidos. Aunque la razón oficial se maquilló con el genérico «motivos personales», al parecer Houston solía pasear desnudo por el barrio en el que residía y repetía habitualmente ese tipo de prácticas. Houston fue un jugador al que bautizaron como el nuevo Charles Barkley por coincidir en su complexión física con la estrella, pero se quedó a años luz de su nivel. Aquel incidente le costó una pena de cuatro años de prisión por reincidencia en el delito en plena calle. Un par de años antes había sido expulsado de un campus de baloncesto para niños por sus antecedentes en delitos sexuales. Un informe psicológico le diagnosticó trastorno bipolar.

Made in Cincinnati

Richard Harris fue un hombre llamado caballo, Robert Redford creó una película de casi tres horas a base de susurrarles y Art Long, al parecer, fue capaz de derribar a uno de ellos de un puñetazo. Bueno, de cuatro. En la edición del 4 de mayo de 1995 del Willmington Morning Star, junto a una noticia en la que se informa de que un tal Lance Armstrong, de Austin, Texas, seguía líder del Tour de DuPont, apareció un titular extraño: «Duro partido de caballo». El oficial de policía Blair Baker hacía patrulla cerca del campus universitario montado en un equino llamado Cody cuando dos estudiantes y miembros del equipo de baloncesto de Cincinnati, a bordo de un coche, comenzaron a mofarse del miembro de las fuerzas del orden. El guardia les dio el alto y en ese momento a uno de los tripulantes del vehículo no se le ocurrió otra cosa que golpear al pobre animal. El agresor fue Art Long, años más tarde temporero del TAU que, en medio de un entrenamiento a las órdenes de Dusko Ivanović, pidió unas hamburguesas porque se había quedado sin fuerzas. Su compañero Danny Fortson también fue arrestado por lanzar improperios contra el policía. Un «carpanta» de los rebotes como le calificaría Andrés, pero también un habitual de las técnicas y las flagrantes. En una ocasión, jugando contra Shaquille O’Neal, acabó a golpes porque según su versión Shaq le decía que estaba jugando contra una leyenda y él le contestó que entonces iba a intentar hacerse famoso. La NBA en otra ocasión le multó con 200.000 dólares por llamar gánster a Stu Jackson, vicepresidente de operaciones de la liga.

Producto de la Universidad de Cincinnati también fueron Dontonio Wingfield y Rubén Patterson. Wingfield, un jugador que pasó por Portland, Seattle y por el Baloncesto León, rompió una mesa en casa de su novia durante una disputa doméstica. Cuando apareció la policía en el domicilio, Wingfield atacó a uno de los agentes y le fracturó un dedo. Patterson, que jugó ocho años en la NBA, fue acusado de intentar violar a la niñera de sus hijos.

Otro pívot de Cincinnati, Donald Little, que compartió vestuario en aquel equipo con jugadores como Dermarr Johnson, Steve Logan, Kenyon Martin, Jason Maxiell y Pete Mickael, fue arrestado en su último año universitario. Su delito fue golpear con una botella de whisky en la cabeza a su compañero de habitación y posteriormente atarlo a una silla y ocasionarle varias quemaduras con cigarrillos y una percha incandescente. Posteriormente ha jugado como profesional en Japón, Ecuador, Malasia, Singapur, México y Bahrein.

El siguiente a Pau Gasol

Una vez fue considerado por 104 expertos como el peor jugador de la NBA, por detrás incluso de novatos que no habían disputado ni un minuto en la liga. Y no fue ni mucho menos la peor noticia en la carrera de Eddy Curry en la NBA. La biografía del jugador que fue elegido en el número cuatro del draft del 2001, justo después de Pau Gasol, ha sido una de las más crudas que ha conocido el deporte americano en los últimos tiempos. Curry es uno de los mejores exponentes del baby-boom de principios de siglo, cuando se extendió de modo exagerado la elección de jugadores de dieciocho años que no habían pasado por la universidad. Su carrera reúne una cadena de sucesos terribles, relacionados con aspectos tan sensibles como la familia o la salud, o episodios turbios en los que se pone en cuestión el estudio personal o psicológico que puedan realizar las franquicias a la hora de elegir a estos jugadores.

De lo poco reseñable de Isaiah Thomas en su etapa como entrenador de los Knicks fue el modo de extraer algo del potencial baloncestístico que se suponía atesoraba este pívot. Esa fue la excepción de una trayectoria más bien árida con problemas de sobrepeso, denuncias de falta de profesionalidad y un choque con Mike d’Antoni del que se llevó la peor parte. Todo ello debe ir acompañado por una extensísima nota a pie de página por todo lo acontecido en su vida personal. Primero, el diagnóstico de un problema cardíaco congénito que forzó su traspaso a Nueva York desde Chicago al negarse a ser sometido a un test que determinase con exactitud el origen de su dolencia. Pero, sin duda, el asesinato de su exnovia y de la hija del propio Curry, a principios del 2009, tatúa a fuego su historia, con el agravante de que otro hijo de Curry, de tres años, fue testigo de todo lo ocurrido. La escena que dibuja la familia al encontrar los cadáveres es dantesca: un niño rodeado de muerte dentro de una bañera de sangre. Dos semanas antes del crimen, Curry fue denunciado por su chófer por trato vejatorio y acoso sexual, acusándole de entrar desnudo en el coche, apuntarle con una pistola, proferirle insultos racistas y lanzarle toallas que supuestamente Curry había ensuciado previamente en actos de índole sexual. Desde entonces, la carrera de Curry fue inclinándose como la Torre de Pisa, a pesar de sus intentos de reconversión. Al menos, cuenta con el consuelo de tener un anillo de campeón al formar parte de la plantilla de Miami Heat en el 2012, a pesar de no haber disputado ni un solo minuto durante todos los playoffs. Posteriormente volvió a jugar con los Bulls, pero con los de Zhejiang, un equipo de la liga profesional china.

Only you Williams

La muerte de Brian Williams (Bison Dele) fue tan extraña como su vida. Estamos ante un personaje que padeció recurrentes depresiones, adicto a las pastillas para dormir y que tuvo que someterse a un tratamiento psiquiátrico. Un pívot campeón con los Bulls en 1997, hijo de uno de los componentes de The Platters, practicante de paracaidismo, piloto de aviación con licencia y corredor un año de los Sanfermines en la calle de la Estafeta, en Pamplona. Cuando su trayectoria profesional en el baloncesto estaba en el momento cumbre renunció a un contrato de 30 millones de dólares con Detroit Pistons para trasladarse a Beirut con la idea de montar una planta depuradora de agua. Se cambió de nombre como homenaje a los antepasados indios nativos americanos de su familia y al último pariente esclavo de su madre.

En julio de 2002 Dele, su novia y un capitán de barco francés fueron asesinados a tiros por el hermano del exjugador durante un viaje en una embarcación alrededor de Tahití. Primero se les dio por desaparecidos, pero las investigaciones empezaron a desanudar el misterio días después al hallarse el catamarán en el puerto tahitiano de Taravao. Bien camuflado, con una capa de pintura reciente y con el nombre de Aria Bella en su casco en lugar del nombre original de Hakuna Matata con el que lo había bautizado el exjugador de la NBA. Varios testigos reconocieron a su hermano Kevin como el hombre que atracó el barco en el muelle, sin más pasajeros a bordo. Un encargado de una tienda de reparación de embarcaciones y otro de una gasolinera también le señalaron como el único tripulante. Un mes después de aquello, un hombre que se hizo pasar por Dele intentó comprar 152.000 dólares en monedas de oro, pero el banco sospechó de la firma. Otro de los grandes enigmas de la historia es cómo la policía dejó escapar al fratricida cuando ya había más de una evidencia en su contra y en el momento del interrogatorio portaba las tarjetas de crédito de su hermano desaparecido. Patricia Phillips, la madre de Dele, recibió varias llamadas de su hijo homicida: «Necesito que me creas. Yo no haría daño a mi hermano. Necesito saber que me quieres antes de que muera. No puedo ir a prisión, no lo soportaría. Nadie va a creer mi historia». Kevin acabó suicidándose en septiembre de ese mismo año después de inyectarse una sobredosis de insulina. Tiempo después se supo que era adicto al alcohol y a las drogas y que esas dependencias le provocaban reacciones agresivas con cierta frecuencia.

Todavía Rodney Rogers

Sobre la mesita de café del salón de la casa del exjugador de la NBA Rodney Rogers siempre se encuentra el mismo libro, Todavía yo, de Christopher Reeve. El intérprete de Superman dictó un texto ya minusválido después de fracturarse las dos primeras vértebras cervicales al caerse de un caballo en una competición de salto de obstáculos. Sólo mantuvo la movilidad en los dedos de su mano izquierda. El título de la obra procede de una frase que le dijo su esposa cuando el artista le sugirió que la mejor opción era el suicidio: «Te amo, todavía sigues siendo tú». En noviembre de 2008, Rogers tuvo un grave accidente mientras practicaba motocross que le ha dejado paralizado de cuello para abajo. Fue el día después de Acción de Gracias y unas horas antes de llevar a su hijo a un partido. Rogers llevaba todo el equipo de protección necesario salvo el collarín del cuello, un error fatal puesto que nada más salirse de la curva e impactar contra el suelo fue consciente de que se lo había roto.

Aunque los médicos pudieron salvarle la vida tras una complicada intervención que le dejó en tres ocasiones al borde de la muerte, las posibilidades de que volviera a caminar quedaron reducidas a un 5% y actualmente todavía respira gracias a un tubo endotraqueal que le insufla el oxígeno. Sus pulmones no funcionan por sí solos. «Es duro porque no puedo hacer nada sin ayuda. Tengo que esperar que alguien me ayude a bañarme, vestirme, ponerme en la silla de ruedas. Te cansas de ir de la silla de ruedas a la cama y de la cama a la silla de ruedas, eso es lo único que puedes hacer.» Otra de las lecturas que siempre acompaña al que fuera mejor sexto hombre de la temporada en el año 2000 es un poema escrito por una de sus cuidadoras. El exjugador necesita atención las veinticuatro horas del día: el coste en enfermeras es de sesenta mil dólares al mes, la silla de ruedas cuesta más de ochenta mil, y a eso hay que añadir medicamentos, rehabilitación, transporte para discapacitados y otros servicios. A la tragedia que supone un accidente de este tipo hay que sumarle la pesadilla económica.

Alitas de pollo

La llegada de Pau Gasol a Memphis en el año 2001 nos obligó a todos los periodistas que seguíamos a la estrella de Sant Boi a prestar bastante atención a todo lo que se movía alrededor de los Grizzlies. Conocimos, por ejemplo, a Lorenzen Wright, un pívot fuerte de 2,07 metros de estatura que venía de hacer una muy buena temporada en los Atlanta Hawks y que puso a prueba desde el primer día la dureza del jugador catalán durante sus primeros entrenamientos en Estados Unidos. Nacido en Memphis, leí de él que era dueño de un restaurante especializado en alitas de pollo y de ahí, faltaría más, sacó Andrés su mote: «Alitas de pollo Wright». De esa manera la noticia de su muerte en el verano de 2010 me causó un gran impacto y me refrescó el recuerdo de Montes. A día de hoy poco o muy poco se sabe de las circunstancias de su muerte. La última vez que se le vio con vida fue saliendo de la casa de su exmujer y dos semanas después se encontró su cadáver en un bosque cercano a Memphis con cinco impactos de bala.

El día 18 de julio, Lorenzen dejó la vivienda de Sherra llevando dinero encima y una caja en la que podría llevar algún tipo de sustancia estupefaciente. Antes de marcharse, Sherra escuchó una conversación telefónica en la que su ex marido habló con alguien sobre cerrar un negocio por cien mil dólares. Cuando finalizó la conversación telefónica se despidió y se marchó en coche junto a una persona a la que no pudo identificar. A la mañana siguiente, la policía del barrio de Germantown recibió una llamada del móvil de Wright, en la que se oyeron disparos antes de que se cortara la comunicación. Este es el punto que la familia del jugador no se explica, cómo es posible que nadie alertara de esta llamada o se pusiera a investigar sobre el asunto, ya que no fue hasta el momento en el que una de sus hermanas puso la denuncia de desaparición cuando se supo de esa llamada. La policía encontró su cuerpo diez días después de la desaparición en estado de descomposición. La autopsia mostró fragmentos de bala en el cráneo, el pecho y el antebrazo derecho, y se trataba de casquillos de bala de diferentes calibres, por lo que todo apuntaba a que fueran dos personas diferentes los autores de los disparos. La hipótesis más fiable es que algún trato o trapicheo con el entorno de la banda de uno de los mayores traficantes de droga de Memphis, Craig Petties, fuera el móvil de su asesinato.

Juguete roto

La impresión que queda pasados todos estos años es que el caso del ya desaparecido Eddie Griffin representa el claro ejemplo de jugador joven que llegó a la NBA sin estar preparado para dar el salto. A los diecinueve años, después de jugar solo un año en la Universidad de Seton Hall, Griffin decidió declararse elegible para el draft. A pesar de ciertos problemas en el instituto como consecuencia de una pelea o de que en la universidad se liara también a puñetazos con un compañero de equipo por no pasarle el balón tras una derrota frente a Georgetown, sus 17 puntos, 10 rebotes y 4,4 tapones por partido se convirtieron en el mejor atenuante de sus tropiezos disciplinarios. Con esos merecimientos fue elegido en el puesto número 7 del draft del 2001 por New Jersey Nets, aunque sus derechos fueron enseguida transferidos a Houston Rockets. Además del tutelaje obligatorio en el curso de orientación que la NBA exige a sus novatos, la franquicia tejana le puso a su disposición a una empleada que le ayudó con detalles tan primarios como aprender a abrir una cuenta corriente. También, un agente inmobiliario contratado por el equipo le asesoró a la hora de elegir su nueva vivienda. Todas las precauciones que se tomaron sirvieron de muy poco. La reputación de Griffin como buen defensor e intimidador se vio superada por la larga lista de entrenamientos a los que llegó tarde o el incidente del retraso para coger el vuelo que llevó a los Rockets a Sacramento para un partido contra los Kings.

Muchas de estas indisciplinas venían dadas por su adicción al alcohol, evidente ya en sus primeros meses en la NBA. Houston optó por despedirlo ante la evidencia de que ningún equipo estaba interesado en recibirlo en un traspaso. Aun así, encontró una segunda oportunidad en los Nets, el equipo que lo había drafteado originalmente. Nunca jugó con los Nets y poco tiempo después se vio obligado a ingresar en una clínica de desintoxicación por adicción a las drogas y por depresión. Antes de aquello, a finales de enero del 2004, hubo una llamada a la policía, a las siete de la mañana, desde el hotel Renaissance de East Rutherford, donde Griffin se hospedaba en New Jersey. Un huésped declaró que Griffin llamó con insistencia a la puerta de su habitación, al parecer buscando a un grupo de mujeres a las que había conocido en una boda celebrada en el propio hotel. Esa fue la versión inicial ofrecida por los Nets. Posteriormente se descubrió que la puerta que Griffin aporreó fue la de la suite nupcial y que acabó a golpes con el novio después de haber consumido veintidós bebidas alcohólicas en su propia habitación.

Hubo una tercera oportunidad para Eddie Griffin cuando los Timberwolves confiaron en que la tutela de Kevin McHale y su apadrinamiento por Kevin Garnett dieran resultado. Nada que hacer: accidentes de coche, agresiones a mujeres y quebranto de la libertad condicional, que acabaron con la paciencia de la directiva de Minnesota y provocaron su despido en marzo de 2006. El 17 de agosto de 2007, en la noche de Houston, se saltó la luz roja de un paso nivel, se llevó por delante la barrera con su todoterreno y chocó contra un tren de mercancías en marcha. De su cuerpo carbonizado solo quedaron las piezas dentales.

Una carrera mortal

Kendall, viuda de Bobby Phills, todavía no sabe muy bien qué hacer con el Porsche con el que su marido tuvo el accidente que le costó la vida en enero del año 2000. Lo último de lo que se tiene constancia es que hasta hace un par de años lo tenía olvidado, sin mantenimiento, en un pequeño terreno de su propiedad. Sin embargo, durante años Kendall no actuó así. Hace años, la viuda de Phills prestó el vehículo para una campaña («La velocidad mata») en la que se pretendía concienciar a los estudiantes de secundaria de los peligros de la conducción. De esa manera, el desvencijado deportivo fue de escuela en escuela como advertencia de lo que la imprudencia al volante puede llegar a ocasionar. Phills y David Wesley (sexto hombre y base titular del equipo) salieron de un entrenamiento de los Hornets en Charlotte cuando se produjo el fatal desenlace, a menos de cuatro kilómetros del Charlotte Coliseum. El primero conducía a unos metros de su compañero a una gran velocidad cuando se produjo el siniestro que le costó la vida, chocando contra una furgoneta. Phills murió en el acto. Todos los que le conocían coincidían en que se trataba de un tipo ordenado y familiar, pero con un único vicio: los coches y la velocidad extrema. El informe policial sobre el accidente apuntó que la víctima conducía a una velocidad superior a los 160 km/h al perder el control de su coche y estrellarse contra otro vehículo. El límite de velocidad en ese tramo de vía era de 70 km/h. En el mismo atestado se apuntaba que ambos jugadores podrían haber incurrido en el accidente durante una carrera. A pesar de ello, el tribunal solo condenó a Wesley por conducción imprudente y no hubo cargo alguno relacionado con el afán competitivo sobre el asfalto. La relación de amistad que mantenían las familias Phills y Wesley se mantiene sin que el accidente haya dejado reproche alguno en la viuda. Como jugador, Bobby Phills acumuló fama como gran defensor, especialmente en Cleveland Cavaliers. Michael Jordan llegó a decir de él que era uno de los que mejor le habían defendido uno contra uno. Un año antes de morir había firmado un contrato de 33 millones de dólares por cuatro temporadas.

El amigo de Garnett

El hombre que conducía bebido y sin el cinturón de seguridad puesto en el momento en el que estrelló su coche en mayo del año 2000 contra el de Malik Sealy causándole la muerte había sido detenido por la misma causa tres años antes. Un juez le condenó después de aquello a cuatro años de prisión y en 2006 volvió a ser detenido por lo mismo. Otra vez en 2008 fue arrestado por la policía en Minnesota con el mismo cargo. Solo después de tanta reincidencia regresó a la cárcel, esta vez por otros diez años. Algo falla en el sistema cuando alguien así puede circular a sus anchas y ponerse al volante cuantas veces quiera tras provocar incidentes de ese tipo de manera reiterada. El alero de los Minnesota Timberwolves Malik Sealy se dirigía a la fiesta de cumpleaños de Kevin Garnett cuando fue embestido por el vehículo de Souksangouane Phengsene.

Nacido en el Bronx dos semanas antes que yo y con fuerte conciencia étnica (su nombre era un homenaje a Malik Shabazz, Malcom X, del que su padre fue guardaespaldas), Sealy disfrutaba de la mejor etapa de su carrera con unos promedios notables y una gran reputación dentro del vestuario del equipo. Garnett siempre habló en términos elogiosos del baloncesto de Sealy y confesó que ya le seguía la pista desde su etapa en la Universidad de Saint John: «No buscaba al mejor jugador de baloncesto sino a uno que jugara con el mismo espíritu que yo, y ese era Malik», reconoció en una entrevista. Creo que en tantos años no he visto a Garnett nunca tratar a un compañero con el cariño evidente con el que trataba a Malik Sealy sobre la pista. Sealy no solo exprimía el baloncesto, también se convirtió en un hombre con visión para los negocios. Había creado una línea de ropa con su nombre, hizo varios cameos como actor en varias series y en la película Eddie, y hasta fue propietario de un estudio de grabación al que el rapero Jay Z acudió para diseñar algunos de sus grandes éxitos. Hace años leí una historia sobre Sealy correspondiente a su año de novato en los Pacers. Al parecer se dejó olvidado el libro de setenta y cinco páginas del scouting de los Knicks en el aeropuerto Kennedy antes de un partido de playoff. Lo encontró un bombero que lo llevó a la emisora de un conocido periodista radiofónico local y este comenzó a hacer bromas sobre el tamaño, el gran volumen de jugadas y la imposibilidad de que Indiana pudiera ganar el partido ni aunque el libro lo hubiese escrito Stephen Hawking. Sealy llamó a la emisora e increpó en directo al locutor, reprochándole su pésimo sentido del humor.