7. TEORÍAS MÍSTICAS Y ENTRENAMIENTO ESPIRITUAL
El mundo religioso tibetano se reparte, de manera general, en dos grandes divisiones. La primera comprende a los que preconizan la observación de los preceptos morales y las reglas monásticas como medio de salvación; la segunda engloba a cuantos prefieren un método puramente intelectual, librando, al que lo sigue, de toda ley.
Los adherentes a estos dos sistemas distan de estar separados por un tabique estanco. Pocos son los religiosos pertenecientes al primero que no reconozcan que la vida virtuosa y la disciplina de las observancias monásticas, por muy excelentes e indispensables que sean en tantos casos, no constituyen, sin embargo, más que una sencilla preparación para la senda superior. En cuanto a los partidarios del segundo sistema, todos, sin excepción, creen plenamente en los efectos benéficos de la estricta fidelidad a las leyes morales y a las decretadas por los miembros de las órdenes religiosas. Además, todos declaran unánimemente que el primero de los dos métodos es el mejor para la mayoría de la gente. Una conducta pura, la práctica de buenas obras, especialmente la caridad, el desprendimiento de intereses materiales, la paz de espíritu, hacia los cuales la vida monástica inclina al monje, deben conducirle lentamente, pero con gran seguridad, a la iluminación que es la salvación.
El otro método, el que llaman camino directo, se considera aventurado en sumo grado. Dicen los maestros que lo enseñan que es como si en lugar de seguir el sendero que rodea una montaña, elevándose gradualmente hasta la cumbre, se intentase llegar hasta ella en línea recta, escalando las rocas a pico y atravesando los abismos en una cuerda tirante sobre ellos. Sólo un equilibrista excepcional, dotado de inmensa fuerza y refractario en absoluto al vértigo podría tener esperanza de cumplir tal proeza deportiva. Hasta los más aptos pueden temer un desfallecimiento súbito, y entonces sobreviene la caída, el rodar terrible en que el alpinista fanfarrón se rompe los huesos. Por esta imagen entienden los tibetanos una caída espiritual espantosa que conduce a los últimos grados de perversidad y desvarío, a la condición de ser endemoniado.
Tales son las enseñanzas de las dos escuelas según los letrados y los místicos. Pero eruditos y pensadores forman en el Tíbet, como en otras partes, ínfima minoría, y mientras que entre los partidarios de la regla se encuentran individuos que llevan una vida vegetativa, en los monasterios, bajo la capa de libertad completa, se cobijan multitud de hombres nada propicias a escalar cimas, pero que son eminentemente pintorescas. Toda la escala de hechiceros, adivinos, nigromantes, ocultistas y magos, desde los más miserables hasta los que ocupan altos puestos sociales, se encuentra entre ellas y nada es más divertido que las originales interpretaciones que conciernen a la liberación integral nacidas en aquellos extraños cerebros.
El clero oficial, es decir, los monjes de la secta de gelups-pas, comúnmente llamados bonetes amarillos, fundada por el reformador Tsong Khapa, es partidario del método de reglas.
Entre las sectas no reformadas o semirreformadas, llamadas bonetes rojos, la mayoría de los religiosos regulares pertenecientes a monasterios, sobre todo a los de Sakya-pas y Khagyud-pas, prefieren también, hoy en día, el camino prudente de las reglas. No siempre ha sido así, porque los fundadores de los Khagyud-pas, el lama Marpa y, sobre todo, el célebre asceta poeta Milarespa, eran netamente adeptos del sendero directo.
En cuanto a los Sakya-pas, que comenzaron por el mismo período, fueron en su origen magos y en sus monasterios cultivaban especialmente las ciencias ocultas. Aún las cultivan, pero la filosofía les hace ahora competencia entre la flor y nata de los religiosos.
Sin embargo, los verdaderos adeptos del sendero directo se encuentran, por lo general, fuera de los monasterios. Son ellos los que pueblan los tsham-khangs82 y viven como anacoretas en los desiertos y en las altas cimas nevadas. Los motivos a que obedecen quienes se vuelven hacia ese sendero de reputación peligrosa son de orden distinto:
Unos esperan hallar la solución de problemas filosóficos que los libros resuelven mal o incompletamente, según ellos. Otros sueñan con poderes mágicos. Algunos presienten que más allá de todas las doctrinas existe un conocimiento más completo, que nuevos aspectos de la existencia pueden ser descubiertos por el que ha desarrollado órganos de percepción más adecuados que nuestros sentidos corrientes, y tratan de adquirirlos. Otros llegan a comprender que todas las buenas obras del mundo son impotentes para librar de la prisión del mundo y del yo, y buscan el secreto del nirvana.
Finalmente, un pequeño número de curiosos, medio incrédulos, son empujados por el deseo de experimentar lo que puede haber de cierto en las historias singulares cuchicheadas con motivo de ciertos fenómenos que producen los grandes naldjorpas.
Todos esos aspirantes con fines casi siempre imprecisos pertenecen, en su mayoría, a las órdenes religiosas. Sin embargo, no es indispensable. Las ordenaciones monásticas apenas cuentan entre los sectores de doctrinas místicas; para ellos sólo tienen valor las iniciaciones.
Hay una diferencia notable entre el simple monje y el debutante. El primero, llevado al monasterio por sus padres a la edad de ocho o diez años, se queda más bien por costumbre que por verdadera vocación. El segundo tiene, casi siempre, más de veinte años y obedece a un impulso personal, cuando insatisfecho por la vida monástica ordinaria, solicita su admisión como discípulo de un maestro de la senda mística. Estos comienzos diferentes dejan visible huella en la carrera de los dos tipos de religiosos tibetanos.
La elección de un tutor espiritual, de un gurú, como dicen los hindúes, es una cosa de las más serias, porque de esa elección depende la dirección de la vida del joven aspirante a la ciencia secreta. ¡Cuántos, por haber llamado a una puerta que hubieran debido evitar, se han visto arrastrados a aventuras que ni siquiera habían imaginado!
Si el joven monje se contenta con solicitar la dirección espiritual de un lama que habita en el monasterio o en vivienda particular en un lugar apartado, y que no es ni anacoreta ni extremista del camino directo, su noviciado no será trágico en absoluto.
Durante un período preparatorio, más o menos largo, su maestro tanteará la materia de que está hecho. Puede ser que se contente, más adelante, con explicarle ciertos libros filosóficos, con indicarle el sentido de algunos kyilkhors (diagramas simbólicos), enseñándole las meditaciones metódicas a las que sirven de base.
Si el lama lo juzga capaz de ir más adelante, le indicará el programa del desarrollo espiritual.
Los tibetanos lo resumen en tres palabras que indican las etapas:
Tawa (escrito ltwa): mirar, examinar.
Gompa (escrito sgompa): reflexionar, meditar;
Tcheyeupa (escrito spyodpa): consumación y fruto de las dos prácticas anteriores.
Otra enumeración menos corriente repite la misma idea en términos ligeramente distintos:
Teune (escrito don): buscar el significado, la razón de ser de las cosas;
Lab (escrito bslabs): estudiar ésta en sus detalles;
Gom (escrito sgom): reflexionar, meditar sobre lo que ha descubierto;
Togs (escrito rtogs): comprender.
Con el fin de que su discípulo pueda dedicarse tranquilamente a las meditaciones y a los otros ejercicios del programa, es casi seguro que el lama le ordenará encerrarse en tsham (escrito mtshams).
Algunos matices son imprescindibles debido a que esta práctica tiene un papel indiscutible en la vida religiosa de los tibetanos. Primero, conviene indicar que mucha gente recurre a este género de retiro por motivos bastante menos intelectuales que los enumerados más arriba. Júzguese por lo siguiente:
La palabra tsham significa barrera, frontera, línea de demarcación. En estilo religioso, tsham quiere decir aislarse, rodearse de una barrera que no se debe franquear. Esta barrera es de muchas clases. En lo que se refiere a los grandes místicos, pasa por ser puramente psíquica, sin que ningún obstáculo material necesite elevarse en torno a ellos.
Existen varias especies de tsham, y cada una de éstas comprende un número de variedades. Desde el grado de reclusión más suave hasta el más severo, encontramos las formas siguientes:
Un lama, y hasta un piadoso laico, se encierra en su cuarto o en su habitación privada. No sale o sale únicamente para cumplir un acto de piedad, por ejemplo, dar una o más veces la vuelta a un edificio religioso. Según la regla que haya adoptado, el tsham-pa puede departir brevemente con miembros de su familia (si es laico o lama casado), con sus criados y con algunos pocos visitantes, a los que se deja ver y que tiene derecho a recibir.
O bien sólo debe ver a las gentes que le sirvan, y si admite un visitante, éste permanece fuera de la pieza ocupada por el tsham-pa y le habla a través de una cortina, sin verle ni ser visto.
Progresando hacia una reclusión más severa, nos encontramos con el tsham-pa que no ve más que una persona dedicada a su servicio, con la que no cambia una sola palabra, y escribe las órdenes que da a su sirviente. Con el que renuncia a ver el paisaje que le rodea, o lo que sea, salvo el cielo, y cubre, en parte, la ventana. Con el que la tapa por completo para no ver ni siquiera el firmamento, aunque deja penetrar la luz por la cortina o por el papel colocado tirante sobre el marco. Con el que no ve a nadie; en tal caso, la comida o lo que necesite se deja en una pieza contigua a la suya; el servidor hace una señal al marcharse; el tsham-pa entra después, come o coge lo que ha pedido, luego indica, con otra señal, que ha vuelto a su cuarto; o si no, se lleva los alimentos para comerlos en el sitio que le está reservado. En esta categoría, unas veces el tsham-pa da sus órdenes por escrito, otras se lo prohíbe a sí mismo, y entonces, sea cual fuere lo que necesite, no puede reclamarlo. Si se olvidasen de llevarle su alimento se resolvería a ayunar.
El tsham que se practica en la propia casa no se prolonga generalmente demasiado, sobre todo si la regla es severa. Un año suele ser el máximo de estos retiros. La mayor parte de las veces sólo se trata de tres meses, de un mes y hasta de sólo unos días; los laicos, en particular, no suelen encerrarse más de un mes.
Las reclusiones serias no se realizan en la vivienda habitual, donde, a pesar de todo, el ruido y el movimiento de las gentes dedicadas a sus menesteres profanos atraviesan la delgada barrera de la puerta cerrada.
Los monasterios construían casitas especiales para ese uso. Hay diferentes modelos. En unas los reclusos pueden disfrutar por la ventana de la vista del paisaje, mientras que otras están rodeadas de muros que impiden toda visión. Se forma así un pequeño patio, y el tshampa-pa puede pasear y sentarse al aire libre sin ver nada del exterior y sin ser visto.
Frecuentemente, en esta clase de viviendas, el sirviente del tsham-pa habita la cocina de la casita, ve a su amo y le habla. En otros casos, vive aparte, en una choza, no ve al recluso ni le habla nunca. Construyen un torno en el muro del tsham-khang y por allí el tsham-pa recibe su alimento. Generalmente, se limita a una comida diaria, pero le sirven té varias veces.
Sólo los religiosos usan tales viviendas especiales, y con frecuencia viven allí varios años. Tres años y tres meses es un período clásico. Muchos renuevan los períodos varias veces en la vida y algunos se encierran en el tsham hasta la muerte.
Existe un grado de severidad mayor que el descrito: el aislamiento en completa oscuridad.
Meditar en las tinieblas es una práctica conocida en la India y en la mayoría de los países budistas. Los birmanos construyen para ello cuartos especiales —he visto diferentes modelos durante mi permanencia en las montañas Saghain—, pero los religiosos no los ocupan más que algunas horas. En el Tíbet, al contrario, hay personas que pasan varios años en tinieblas y algunas hasta se emparedan para toda la vida en esa especie de tumbas.
Algunos de esos tsham-khangs especiales son sencillamente muy oscuros y se ventilan corrientemente, pero cuando se quiere oscuridad completa escogen una caverna o edifican una habitación subterránea, donde el aire entra por chimeneas construidas en tal forma que no dejan atravesar la luz.
Cuando la reclusión termina, el tsham-pa vuelve a habituar gradualmente sus ojos a la luz. Cuanto más larga haya sido la reclusión tanto más pausadamente dejará ir entrando la claridad. Pueden consagrarse varios meses a esta operación que, de ordinario —no necesariamente—, la hace el mismo recluso. Para ello se abre en la pared del tsham-khang un agujero como la cabeza de un alfiler, y se va ensanchando, poco a poco, hasta convertirse en una ventanita.
El nombre tsham-khang se aplica más especialmente a las casitas construidas en la vecindad de los monasterios; cuando están aisladas en las montañas, en sitios alejados, llevan el nombre de riteu. Por poco que se circule en el Tíbet, en los caminos menos frecuentados, se descubren a menudo pequeñas colonias de riteu-pas, cuyas minúsculas viviendas se agrupan en el bosque o cuelgan en las vertientes rocosas. El riteu no se construye nunca en el fondo de un valle, se encarama siempre alto, en las laderas de la montaña, y la elección del lugar está sometida a reglas especiales. Dos versos tibetanos describen las grandes líneas de la colocación que ha de ocupar:
Gyab rii tag,
Dune rii tso.