PRÓLOGO
Para muchos occidentales, el Tíbet sigue siendo un enigma. El «país de las nieves» es para ellos la cuna de lo misterioso, de lo fantástico y de lo imposible.
Los lamas, los magos, los brujos, los nigromantes y los ocultistas de toda clase que pueblan esas elevadas mesetas espléndidamente aisladas del resto del mundo, debido tanto a la naturaleza como a la voluntad de aquellos hombres, son gentes a quienes se atribuyen poderes sobrehumanos.
Por ello, los relatos más inverosímiles se aceptan como verdades indiscutibles. Diríase que, en ese país, plantas, animales y gentes pueden sustraerse a su antojo a las leyes más firmes de la física, la química, la fisiología y hasta del simple sentido común.
Así pues, es natural que los científicos, acostumbrados a la disciplina rigurosa del método experimental, sólo hayan prestado a esos relatos una atención despreocupada y divertida, como la que se otorga a los cuentos de hadas.
Tal era mi estado de ánimo hasta el día en que tuve la suerte de conocer a la señora Alexandra David-Neel.
La famosa y valiente exploradora del Tíbet reúne todas las condiciones físicas, morales e intelectuales que desearíamos ver juntas en un solo observador para tratar semejante tema. Aunque lo que digo se oponga a su sentido de la modestia, tengo interés en afirmarlo.
La señora David-Neel entiende, escribe y habla corrientemente todas las lenguas del Tíbet. Ha vivido catorce años seguidos en «el país de las nieves» y en sus regiones vecinas. Profesa el budismo y ha sabido captarse la confianza de los más grandes lamaístas.
Su hijo adoptivo es un auténtico lama.
Esta célebre exploradora se ha sometido al adiestramiento psíquico que ella misma nos relata. En resumen, la señora David-Neel, según nos afirma ella misma, se ha convertido en una perfecta asiática, reconocida como tal por los propios orientales, cosa de mayor importancia aún para la exploración de un terreno vedado, hasta aquel momento, a los observadores extranjeros.
Sin embargo, esta asiática, esta perfecta tibetana, ha sabido mantenerse occidental, aunque una occidental seguidora de Descartes y de Claude Bernard, practicando la duda filosófica del primero, que debe ser, según el segundo, la guía de todo sabio.
Sin ideas preconcebidas y no siguiendo doctrina o dogma especial alguno, la señora David-Neel ha podido observar las cosas del Tíbet con entera libertad y objetividad.
En una de las conferencias que le pedí para mi cátedra del Colegio de Francia (que fue la de Claude Bernard), la señora David-Neel afirmó: «Todo aquello que de cerca o de lejos tenga afinidad con los fenómenos psíquicos y con la acción de las fuerzas físicas en general, ha de ser estudiado y sistematizado como una ciencia. No hay en todo ello milagros, nada sobrenatural, nada que engendre y alimente la superstición. El adiestramiento psíquico, razonado y conducido científicamente, puede lograr interesantes resultados. Por ello, los datos adquiridos por dicho adiestramiento, aun cuando éste se realice empíricamente y basado en teorías a las que no siempre podemos asociarnos, constituyen documentos útiles de nuestro estudio».
Por eso mismo, advertimos que el determinismo científico está tan alejado del escepticismo como de la ciega credulidad.
Los estudios de la señora David-Neel interesarán tanto a los orientalistas, como a los psicólogos y a los fisiólogos.
Doctor d’Arsonval
Miembro de la Academia de Ciencias
y de la Academia de Medicina,
Profesor del Colegio de Francia,
Presidente del Instituto General Psicológico