La natación y adivinanzas
Por mucho que uno atienda a la vida que pasa al lado, y se hace y deshace ante sus ojos, nunca termina de enterarse ni de la mitad. Ahora aprendo en una revista deportiva que el budismo Zen del Japón reclamó para sí el mérito de los récords sensacionales obtenidos por los nadadores nipones en los últimos años, y no por el rigor de la ascesis, como parecería lógico, y por la sumisión del cuerpo a una voluntad espiritual de reflexión; se pretende que los campeones de natación japoneses han superado las pruebas intelectuales de la introducción al Zen, que son problema sin solución lógica, o quizá sin solución alguna. Por ejemplo, un maestro pregunta:
—¿Quién es Buda?
—Tres libras de lino —es la respuesta.
Éste es un Koan clásico. Son sólo adivinanzas cuyo profundo sentido hay que desentrañar. Que influya la tranquila inquisición mental del que analiza el Koan en el hecho de que éste haga los 100 metros mariposa en unas décimas de segundo menos, desde mi óptica de occidental no me lo explico.
Servidor, como lector del padre Feijóo, creía que natación e inteligencia andaban más bien reñidas. Claro que los ejemplos se refieren más bien a casos excepcionales, como el del peje Nicolau o el hombre-pez de Liérganes. La capacidad de bucear durante un largo rato parece ir acompañada de un cierto grado de cretinismo. Yo he conocido en mi vecino mar de Foz a un buceador, realmente sorprendente, que era un robusto idiota. Lo que se compadece perfectamente con las opiniones del padre Feijoo sobre los hombres-peces y con las apostillas que les pone el doctor Marañón en su excelente libro sobre las ideas biológicas del sabio benedictino. No creo que el hombre-pez de Liérganes fuese capaz de meditar con el menor resultado sobre el Koan más elemental. En Génova vivió, domiciliado cotidianamente en el mar Ligu, el famoso Pappaliau, el cual se quedaba un cuarto de hora largo bajo las aguas y pasaba dos o tres días con sus noches siguiendo una nave, y se contaba que una vez acompañó a una desde la ciudad de los Doria hasta Pisa, alimentándose de pescado crudo; eso sí, de vez en cuando le bajaban, atada a un cordel, una botella de vino. Pappaliau era un bobo, que apenas sabía hablar. Cuando lo mandaron recoger en un asilo, donde daba escándalos por su mucha afición a levantarles las faldas a las mujeres, su habitación era un tonel lleno de agua de mar, y en él pasaba lo más de su tiempo. El Perenet de Valencia —hay quien dice que era alicantino— también era idiota, y competía con los delfines, que lo tenían por uno de ellos, en sus juegos. Quizás el Perenet tuviese barba. Cuenta Gomara en su Historia de Indias que los delfines del Caribe amistaron pronto con los españoles, que no los mataban ni los comían. Al ver los delfines gente con barba en las playas, se acercaban, pero, si los que andaban por el arenal eran los indios, barbilampiños, que los mataban y comían su carne, huían. (Hay una receta de Apicio que ha sido muy discutida: si lo que se come es carne de delfín, resultaba que los romanos la creían muy buena para las mujeres embarazadas). Parece ser que el Perenet llamaba a todos los hombres papá y a todas las mujeres mamá, y que con los años su piel se fue cubriendo de escamas. Lo que hacía muy bien era silbar, y canción que escuchaba una vez, canción que repetía al instante. Esto contradice la opinión del veneciano Niccolo Massa, médico especialista en el mal francés, autor de un tratado, De morbo gallico, quien dice que los que se bañan en la salada agua marina ensordecían, aparte de tener hijos tontos, calvos, prematuros y con la piel muy alterada. Lo de que los baños de mar producen la calvicie, también lo creían en Bretaña de Francia.
En fin, de un lado tenemos a los budistas Zen y las marcas de los nadadores japoneses, y del otro las opiniones del padre Feijóo, el cretinismo de los hombres-peces, a Pappaliau, al Perenet y al de Liérganes, que parece que navegó desde Santander hasta Cádiz. En nuestro tiempo han desaparecido todas las prevenciones contra los baños de mar, y el echarse a las ondas parece ya un bien adquirido por la comunidad que ésta va a conservar. Ahora mismo, los gallegos, que antaño solamente tomábamos nueve baños en septiembre, y por medicina, nos solazamos en las olas. Como el trovador Martín Codax, el único poeta medieval de quien sepamos que se bañaba en el mar, concretamente en el mar de Vigo, y además con su amiga, que debía ser muy blanca y muy hermosa. Pero lo que no logré entender es la relación que pueda haber entre la natación nipona y el Zen. A no ser que esta relación sea un Koan, una adivinanza de ésas a las que nunca se supo dar respuesta.