X — ALICIA

Hace más de diez años...

—Alicia... Alicia... Alicia... despierta hija mía.

El fondo del armario de su habitación no era el sitio más adecuado para que alguien pasase gran parte de su niñez.

—No estoy dormida —mintió la niña mientras se frotaba los ojos—.

Su madre, intentando contener sus lágrimas, reunió fuerzas para aparentar serenidad.

—¿Por qué no sales y hablamos?

—¡No quiero! Él está borracho —dijo Alicia asustada—.

—No lo está —le aseguró su madre—, sólo está cansado de tanto trabajar.

—No me mientas, mamá. ¿Es que no has visto lo que me ha hecho?

—Ha sido sin querer, mi tesoro.

Alicia se agarró a sus peluches con fuerza, como si estos tuvieran vida y pudieran protegerla. Sus zapatos, perfectamente colocados en un rincón, parecían nuevos, como recién comprados; pero no era el caso. En realidad Alicia los limpiaba todos los días para no dejar huellas, deseando borrar todo rastro de su paso por aquella casa. La mayoría de sus prendas eran faldas y blusas escotadas, que su padre le compraba en las tiendas más caras de la ciudad, aunque con intenciones oscuras. Cuando no estaba borracho, la miraba con lujuria; una lujuria asquerosa y obsesiva que acabó de trastornarle con el paso de los años. Cuando bebía sin parar perdía la compostura y los escrúpulos. Al principio parecía que deseaba conversar con ella para arreglar las cosas entre ellos, pero después se demostraba que lo único que quería era meter mano en sus partes calientes.

Su madre, por desgracia, era invadida por una ceguera estúpida que le impedía comportarse como una persona decente. No hablaba, no criticaba, no reaccionaba. Era más fácil ignorar el problema. Era más fácil ignorar el sufrimiento de su hija.

—Debes aprender a perdonar a tu padre —continuó su madre—.

—No quiero. ¡Le odio, le odio... le odio! —maldecía Alicia—. Un día me marcharé de casa y nunca más oiréis hablar de mí. ¡Nunca!

—No digas eso, mi pequeña. No lo entiendes...

—No, no lo entiendo.

—Aprende a resignarte.

—Yo no me rindo. ¡Yo no me rindo! —gruñó mordiendo uno de sus peluches con rabia—.