7

Los sueños llegaron uno después del otro, a veces sin la menor interrupción. Henry se reía de ella por ser negra; después, un arrogante colega de la facultad de medicina le impedía cometer un error serio durante una amigdalectomía de rutina. Más tarde, Nicole caminaba por una playa de arena, con nubes oscuras que se cernían en lo alto; desde lejos, una figura silenciosa, envuelta en una capa, le hacía señales para que se acercara. «Ésa es la Muerte», se dijo Nicole en el sueño. Pero era una broma cruel. Cuando llegó hasta la figura y le tocó la mano extendida, Max Puckett se quitó la capa y rió.

Se estaba arrastrando sobre las rodillas desnudas, en el interior de una cañería oscura, subterránea, de cemento. Las rodillas habían empezado a sangrarle.

Estoy por aquí, dijo la voz de Katie.

¿Dónde estás?, preguntó Nicole, frustrada.

Es-estoy de-trás de ti, ma-má, dijo Benjy.

El agua empezó a llenar la cañería.

No puedo encontrarlos. No puedo ayudarlos.

Estaba nadando, con dificultad. Había una fuerte corriente en la cañería; la arrastraba, la llevaba hacia afuera, se convertía en un arroyuelo en el bosque. La ropa se le enredó en un arbusto que colgaba sobre el arroyuelo. Nicole se puso de pie y se restregó para quitarse el agua. Empezó a caminar por un sendero.

Era de noche. Podía oír algunos pájaros y ver la Luna por sobre ella, a través de huecos ocasionales entre los enhiestos árboles. El sendero se extendía en zigzag. Llegó a un cruce.

¿Por dónde debo seguir?, se preguntó en el sueño.

Ven conmigo, dijo Geneviève, surgiendo del bosque y tomándola de la mano.

¿Qué estás haciendo aquí?, preguntó Nicole. Geneviève rió. Yo podría hacerte la misma pregunta.

Una Katie joven estaba yendo hacia ellas por el sendero.

Hola, madre, dijo, extendiendo la mano para asir la otra de Nicole. ¿Te importa si camino contigo? En absoluto, respondió Nicole.

El bosque se volvió más espeso en torno de ellas. Nicole oyó pisadas detrás y se dio la vuelta mientras seguía caminando. Patrick y Simone le devolvieron las sonrisas. Ya casi estamos allí, dijo Simone. ¿Adónde estamos yendo?, preguntó Nicole. Usted debe saberlo, señora Wakefield, contestó María. Usted nos dijo que viniéramos. La muchacha ahora caminaba al lado de Patrick y Simone.

Nicole y los cinco jóvenes penetraron en un pequeño claro. En el medio ardía una fogata. Omeh ingresó desde el otro lado del fuego y los saludó. Después que formaron un nuevo círculo en torno de la fogata, el chamán lanzó la cabeza hacia atrás y empezó a salmodiar en senoufo. Mientras Nicole miraba, del rostro de Omeh empezó a desprenderse la carne, revelando la aterradora calavera. Todavía continuaba la salmodia. No, no, dijo Nicole. No, no.

—Ma-má —se oyó a Benjy—. Des-desp-pierta ma-má… Tienes una pes-sa-dilla.

Nicole se frotó los ojos. Pudo ver una luz en el otro lado de la habitación.

—¿Qué hora es, Benjy?

—Tar-de, ma-má —respondió él, sonriendo—. Ke-pler fue a desayu… nar con los de-más… Que-querí-amos dejar-te dormir.

—Gracias, Benjy —dijo Nicole, moviéndose levemente en la estera. Sintió el dolor en la cadera. Recorrió la habitación con la mirada y recordó que Patrick y Nai se habían ido. Para siempre, pensó brevemente, luchando para impedir que volviera la congoja.

—¿Qué-rrías darte una du-cha? —preguntó Benjy—. Pu-puedo ayu-darte a de-desves-tir y lle-varte a la ca-bina.

Nicole alzó la mirada hacia su hijo, que ya mostraba signos de calvicie. Estaba equivocada al preocuparme por ti, pensó, te arreglarías muy bien sin mí.

—¡Pero gracias, Benjy —contestó—, eso sería muy bueno!

—Trat-taré de ser de-delicado —declaró Benjy, desabotonando la bata de su madre—, pero, por fa-vor, dime si te las-ti-mo.

Cuando Nicole estuvo completamente desnuda, Benjy la alzó en sus brazos y empezó a caminar hacia la ducha. Se detuvo después de haber dado dos pasos.

—¿Qué pasa, Benjy? —preguntó Nicole.

Benjy sonrió avergonzado.

—No pen-sé el plan mu-y bien, ma-má —confesó—. Pri-mero debí a-jus-tar el agua.

Se dio la vuelta, volvió a depositar a Nicole sobre la estera y cruzó la habitación en dirección de la ducha. Ella oyó el agua corriendo.

—Te gusta no muy cali-liente, ¿no? —gritó Benjy.

—Así es —respondió Nicole.

Benjy regresó y volvió a levantarla unos segundos después.

—Pu-se dos to-toallas en el su-suelo, así no va a es-tar ni muy duro ni muy frí-o pa-ra ti.

—Gracias, hijo.

Benjy le hablaba mientras Nicole estaba sentada sobre las toallas, en el piso de la ducha, y dejaba que la refrescante agua se le derramara sobre el cuerpo. Su hijo le alcanzó jabón y champú cuando ella se lo pidió. Una vez que terminó, Benjy ayudó a su madre a secarse y vestirse. Después la transportó de vuelta a la silla de ruedas.

—Inclínate hacia aquí, por favor —pidió Nicole, mientras se acomodaba en la silla. Lo besó en la mejilla y le apretó la mano—. Gracias por todo, Benjy —expresó, incapaz de contener las lágrimas que se le estaban formando en los ojos—. Has sido una ayuda maravillosa.

Benjy estaba de pie al lado de su madre, radiante.

—Te qui-quiero mucho, ma-má —declaró—. Me hace fe-liz a-yudarte.

—Y yo te quiero también, hijo —dijo Nicole, volviendo a apretarle la mano—. Ahora, ¿vas a tomar el desayuno conmigo?

—E-se era mi plan —asintió Benjy, sonriendo aún.

Antes que terminaran de comer, El Águila se acercó hasta donde estaban sentados Nicole y Benjy en el refectorio.

—Doctora Azul y yo estaremos aguardándote en tu habitación, queremos hacerte un examen físico completo.

Un complejo equipo médico ya estaba montado en el departamento cuando Nicole y Benjy regresaron. Doctora Azul inyectó microsondas adicionales en el pecho de Nicole y después, más tarde, le envió otro juego de sondas al interior de la zona renal. Durante todo el examen, de media hora, El Águila y Doctora Azul conversaron en el idioma cromático nativo de la octoaraña. Benjy asistió a su madre, cuando a ella se le pedía que se parara o caminara. Estaba absolutamente fascinado por la capacidad del alienígena para hablar en colores.

—¿Cómo ap-apren-diste a hacer eso? —preguntó en un momento dado del examen.

—Técnicamente hablando —respondió El Águila—, no aprendí cosa alguna. Mis diseñadores agregaron dos subsistemas especializados a mi estructura, uno que me permitiría interpretar los colores octoarácnidos, y el otro para generar los patrones cromáticos en mi frente.

—¿No tu-tuviste que ir a la es-escu-cuela o na-da? —insistió Benjy.

—No —dijo simplemente El Águila.

—¿Po-podrían tus di-seña-dores hacer eso por ? —preguntó Benjy varios segundos después, cuando El Águila y Doctora Azul habían reanudado su conversación sobre el estado de Nicole.

El Águila se dio la vuelta y lo miró.

—A-apren-do muy des-pa-cio —añadió Benjy—. Se-sería ma-ravillo… so si algue-guien tan só-lo pu-de-diera poner to-do en mi ca-beza.

—Todavía no sabemos muy bien cómo hacer eso —respondió El Águila.

Cuando terminó el examen, El Águila le pidió a Benjy que empacara todas las cosas de Nicole.

—¿Adónde vamos? —preguntó ésta.

—Vamos a dar una vuelta en el transbordador. Quiero discutir contigo, con cierto detalle, tu estado físico, y llevarte donde se pueda atenderte con rapidez cualquier emergencia.

—Pensé que el líquido azul y todas esas sondas dentro de mí eran suficientes…

—Hablaremos sobre eso más tarde —la interrumpió El Águila. Tomó de Benjy el bolso de Nicole y agregó—: Gracias por toda tu ayuda.

—Permíteme asegurarme de que entendí esta media hora de charla —dijo Nicole en el micrófono de su casco, mientras el transbordador se acercaba al punto que quedaba a mitad de camino entre la estrella de mar y El Nodo—. Mi corazón no va a durar más que diez días a lo sumo, a pesar de toda tu magia médica; mis riñones actualmente están padeciendo una deficiencia terminal, y mi hígado está exhibiendo signos de seria degradación. ¿Es ése un resumen pasable?

—Lo es en verdad —corroboró El Águila.

Nicole forzó una sonrisa.

—¿Hay alguna buena noticia?

—Tu mente todavía sigue funcionando de manera admirable y la magulladura de tu cadera sanará con el tiempo, siempre y cuando las otras dolencias no te maten primero.

—¿Y lo que estás sugiriendo es que me interne hoy en el equivalente de ustedes de un hospital, allá en El Nodo, y haga que a mis corazón, riñones e hígado se los reemplace por máquinas de avanzada que Pueden llevar a cabo las mismas funciones?

—Puede haber algunos otros órganos que también exijan reemplazo. Mientras estemos practicando cirugía mayor. Tu páncreas estuvo exhibiendo deficiencias intermitentes de funcionamiento y todo tu sistema sexual no admite especulaciones… Cabría pensar en una histerectomía total.

Nicole meneó la cabeza.

—¿En qué momento todo esto pierde lógica? No importa lo que se haga ahora, sólo es cuestión de tiempo para que falle algún otro órgano. ¿Qué vendría después? ¿Mis pulmones? ¿O quizá, mis ojos…? ¿Hasta me harías un trasplante de cerebro si yo no pudiera pensar más?

—Podríamos —repuso El Águila.

Nicole quedó en silencio durante casi un minuto.

—Puede que no tenga demasiado sentido para ti, porque ciertamente no es lo que yo llamaría “lógico”… pero no me siento muy cómoda con la idea de convertirme en un ser híbrido.

—¿Qué quieres decir? —preguntó El Águila.

—¿En qué momento dejo de ser Nicole des Jardins Wakefield? Si mi corazón, mi cerebro, mis ojos y mis oídos se reemplazan por máquinas, ¿todavía soy Nicole… o soy alguien, o algo más?

—La pregunta no hace a la cuestión —replicó El Águila—. Eres médica, Nicole. Toma en cuenta el caso de un esquizofrénico, que debe tomar medicamentos en forma regular para alterar las funciones del cerebro. ¿Esa persona sigue siendo la que era? Es la misma cuestión filosófica, pero nada más que con un grado diferente de modificación.

—Comprendo tu argumento, pero eso no altera mis sentimientos… Lo siento. Si es que tengo opción, y tú me has llevado a creer que la tengo, entonces rehúso… por lo menos por hoy, aunque sea.

El Águila la contempló durante varios segundos. Después ingresó un conjunto diferente de parámetros en el sistema de control del transbordador. El vehículo alteró su curso.

—¿Así que volvemos a la estrella de mar? —preguntó Nicole.

—No de inmediato. Primero quiero mostrarte algo más. —El alienígena metió la mano dentro de la bolsa que llevaba alrededor de la cintura y sacó un tubito que contenía un líquido azul y un dispositivo desconocido.

—Por favor, dame tu brazo. No quiero que mueras antes que haya terminado esta tarde.

Mientras se aproximaban al módulo de habitación de El Nodo, Nicole se quejó a El Águila por la manera “menos que franca” en que se había manejado la división de los residentes de la estrella de mar en dos grupos.

—Como siempre —señaló—, no se te puede acusar de haber dicho una mentira. Sí, tan sólo, de haber retenido información de naturaleza crítica.

—A veces —respondió El Águila— no existe una buena forma para que podamos completar una tarea. En esos casos optamos por el curso de acción menos insatisfactorio… ¿Qué esperabas qué hiciéramos? Se habría desencadenado un caos… Además, no creo que nos concedas suficiente reconocimiento. Rescatamos de Rama miles de seres, la mayoría de los cuales probablemente habría muerto sin nuestra intervención, en un conflicto entre especies… Recuerda que a todos, entre ellos aquellos asignados a El Portaaviones, se les permitirá completar su vida.

Nicole permanecía en silencio. Estaba tratando de imaginar cómo sería la vida a bordo de El Portaaviones sin que hubiese reproducción.

Su mente trasladó el argumento hasta un probable futuro lejano, cuando únicamente quedaran unos pocos individuos.

—No querría ser el último ser humano que quedara con vida en El Portaaviones —dijo.

—Hace unos tres millones de años, en esta parte de la galaxia hubo una especie que floreció como viajera espacial durante casi un millón de años. Fueron brillantes ingenieros y construyeron algunos de los edificios más asombrosos que jamás se hayan visto. Su esfera de influencia se extendió con rapidez, hasta que dominaron una región que abarcaba más de veinte sistemas estelares. Esta especie era culta, compasiva y sabia… pero cometió un solo error fatal.

—¿Cuál?

—Su equivalente del genoma de ustedes contenía una cantidad de información, un orden de magnitud mayor que el de tu especie. Había sido el resultado de cuatro mil millones de años de evolución natural, y era extremadamente complicado. Sus experimentos iniciales con ingeniería genética, tanto con otras especies como con ellos mismos, tuvieron un éxito absoluto. Creyeron entender lo que estaban haciendo. Sin embargo, sin saberlo, lenta pero seguramente, la robustez de los genes que se trasmitían de una generación a la siguiente se fue deteriorando… Cuando, por fin, entendieron lo que se habían hecho a sí mismos, fue demasiado tarde. No habían conservado especímenes de los primeros tiempos, antes de que hubieran comenzado a modificar sus propios genes. No pudieron retroceder. Nada había que pudieran hacer.

—Imagínate —prosiguió El Águila— ser, no ya la última de tu grupo en una espacionave aislada como El Portaaviones, sino una de los sobrevivientes terminales de una especie rica en historia, en arte y en conocimientos… Nuestra enciclopedia contiene muchos de tales relatos, cada uno de los cuales comprende por lo menos una lección práctica.

El trasbordador pasó a través de una portilla abierta en el costado del módulo esférico y avanzó hasta detenerse suavemente contra una pared. Andamios automáticos de acceso se desplegaron de cada lado, para evitar que el vehículo se fuera a la deriva. Había una rampa que llevaba desde el costado para pasajeros del trasbordador hasta una pasarela que, a su vez, conducía hacia la parte central del complejo de transporte.

Nicole rió.

—Estaba tan absorbida por tu conversación, que ni siquiera miré este módulo desde afuera.

—No habrías visto mucho que fuera nuevo para ti —contestó El Águila.

Entonces se volvió hacia Nicole e hizo algo en extremo insólito. Extendió las manos y tomó las de Nicole.

—Dentro de menos de una hora —anunció— vas a experimentar algo que te dejará pasmada, y que también va a provocarte emociones. En principio habíamos planeado que esta excursión fuera una completa sorpresa pero, en tu debilitada condición física, no podemos arriesgarnos con la posibilidad de que tus sistemas puedan sentirse abrumados por el acceso emocional… En consecuencia, hemos decidido decirte primero qué estamos a punto de hacer.

Nicole sentía aumentar la frecuencia de los latidos. ¿De qué está hablando?, pensó. ¿Qué puede ser tan insólito?

—… abordaremos un pequeño coche que viajará varios kilómetros hacia el interior de este módulo. En el final de este breve viaje te reunirás con tu hija Simone y con Michael O'Toole.

¡¿Qué?! —gritó Nicole, arrancando sus manos de entre las de El Águila y poniéndolas sobre el costado del casco—. ¿Oí correctamente? ¿Dijiste que iba a ver a Simone y Michael?

—Sí. Nicole, por favor trata de relajarte…

—¡Mi Dios! —exclamó ella, haciendo caso omiso del consejo del alienígena—. No lo puedo creer. Sencillamente no lo puedo creer… Espero que esta no sea alguna especie de artimaña cruel…

—Te aseguro que no lo es…

—¿Pero cómo Michael puede estar vivo aún? Como mínimo debe de tener ciento veinte años…

—Lo hemos ayudado con nuestra magia médica, como la llamas tú.

—¡Oh, Simone, Si-mone! —gritó Nicole—. ¿Puede ser? ¿Puede ser verdad?

Las lágrimas se habían demorado debido a su estado de conmoción. Ahora se le derramaban a mares de los ojos. A pesar del dolor de la cadera y del engorroso casco espacial, casi saltó al otro lado del asiento para darle un fuerte abrazo a El Águila.

—¡Gracias, oh gracias! —dijo—. ¡No puedo decirte lo mucho que esto significa para mí!

El Águila estabilizó la silla de ruedas de Nicole en la escalera mecánica, mientras descendían hacia el centro del complejo principal de transporte. Nicole miró brevemente en derredor. La estación era idéntica a la que recordaba de El Nodo, cerca de Sirio. Tenía cerca de veinte metros de altura y estaba dispuesta en círculo. Media docena de aceras rodantes rodeaban la parte central, cada una de las cuales corría hacia el interior de un túnel abovedado diferente, que conducía hacia afuera del complejo. Por encima de los túneles, hacia la derecha, había dos estructuras con muchos niveles.

—¿Los trenes intermódulos parten de ahí arriba? —preguntó, recordando un viaje con Katie y Simone cuando ambas eran pequeñas.

El Águila asintió con una leve inclinación de cabeza. Empujó la silla de ruedas hasta hacerla subir a una de las aceras rodantes, y salieron del centro de la estación. Viajaron varios centenares de metros por un túnel, antes de que la acera rodante se detuviera.

—Nuestro coche debe de estar justo a la derecha, en el primer corredor —dijo.

El pequeño coche, que se abría desde arriba, tenía dos asientos; El Águila levantó a Nicole y la depositó en el del acompañante y, después, plegó la silla hasta obtener una configuración comprimida no mayor que un maletín, a la que guardó en un sector con bolsillo, en el interior del vehículo. Muy poco después, el coche avanzaba a través del dédalo de pasadizos color crema claro, desprovistos de ventanillas. Nicole permanecía extraordinariamente silenciosa. Estaba tratando de autoconvencerse de que, en verdad, iba a ver a la hija que había dejado en otro sistema estelar hacia ya años.

El trayecto por el módulo de habitación parecía ser interminable. En un momento dado se detuvieron, y El Águila le dijo que podía quitarse el casco.

—¿Estamos cerca? —preguntó ella.

—Aún no, pero ya estamos en su zona atmosférica.

Dos veces se toparon con alienígenas fascinantes a bordo de vehículos que se desplazaban en la dirección opuesta, pero Nicole estaba demasiado excitada como para prestarle atención a algo, salvo aquello que le estaba pasando por la cabeza. Apenas si escuchaba siquiera a El Águila.

«Cálmate», le dijo una de sus voces interiores. «No seas absurda», contestó otra voz, «estoy a punto de ver a una hija a la que no he visto desde hace cuarenta años, no hay forma de que me pueda mantener en calma».

—… en su propia manera —estaba diciendo El Águila—, la vida de ellos fue tan extraordinaria como la tuya. Diferente, claro está, por completo diferente. Cuando hoy a la mañana, bien temprano, llevamos a Patrick para que los viera…

—¿Qué dijiste? —interrumpió Nicole—. ¿Dijiste que Patrick los vio hoy a la mañana? ¿Llevaste a Patrick a que viera a su padre?

—Sí. Siempre tuvimos planes para este reencuentro, siempre que todo saliese según lo programado… Lo ideal habría sido que ni tú ni Patrick hubiesen visto a Simone, Michael y sus hijos…

¡Hijos! —exclamó Nicole—. ¡Tengo más nietos!

—… hasta después de que ustedes se hubieran asentado en El Nodo, pero cuando Patrick solicitó la reconsideración… Bueno, habría sido desalmado dejar que partiera para siempre sin siquiera ver a su padre natural…

Nicole ya no se pudo contener. Extendió los brazos y besó a El Águila en su emplumada mejilla.

—Y Max decía que tú no eras más que una fría máquina. ¡Qué errado estaba…! Gracias… Por Patrick, te lo agradezco…

Estaba temblando por la excitación. Un instante después, no pudo respirar. Rápidamente El Águila detuvo el pequeño vehículo.

—¿Dónde estoy? —dijo Nicole, emergiendo de una espesa niebla.

—Estamos estacionados exactamente afuera del sector cercado en el que viven Michael, Simone y su familia —informó El Águila—. Hemos estado aquí durante unas cuatro horas. Estuviste durmiendo.

—¿Tuve un ataque cardíaco?

—No exactamente… Nada más que una falla importante de funcionamiento. Pensé llevarte de vuelta al hospital, pero decidí esperar hasta que despertaras. Además, aquí, tengo la mayor parte de los medicamentos…

La miró con sus intensos ojos azules.

—¿Qué deseas hacer, Nicole —preguntó—, visitar a Simone y Michael, como se planeó, o regresar al hospital? Es tu elección, pero…

—Lo sé —lo interrumpió, lanzando un suspiro—. Debo tener cuidado y no excitarme demasiado… —Lo miró con fijeza—. Quiero ver a Simone, aun si ése es el último acto de mi vida… ¿Puedes darme algo que me calme, pero que no me haga estar idiotizada ni me duerma?

—Un calmante leve únicamente ayudará si tú, conscientemente, trabajas para contener tu excitación.

—Muy bien. Pondré lo mejor de mí para que así sea.

El Águila detuvo el coche sobre un camino pavimentado bordeado por árboles altos. Cuando se acercaban, a Nicole le volvió a la memoria el otoño de Nueva Inglaterra que ella, en su adolescencia, pasó con su padre. Las hojas de los árboles eran rojas, doradas y marrones.

El coche dio media vuelta en una curva y siguió su marcha más allá de una verja blanca que circundaba una zona cubierta con césped. En el recinto había cuatro caballos. Dos adolescentes humanos estaban caminando entre ellos.

—Los muchachos son reales —informó El Águila—. Los caballos son sólo simulaciones.

En la cima de la suave colina había una gran casa blanca de dos pisos, con techo negro a dos aguas. El Águila ingresó en el camino privado circular y detuvo el vehículo. La puerta de calle de la casa se abrió un instante después y a través de ella salió una mujer alta, hermosa, de tez negro azabache y cabello que estaba encaneciendo.

¡Mamá! —gritó Simone, mientras corría hacia el coche.

Nicole apenas tuvo tiempo de abrir la portezuela, antes que Simone se lanzara en sus brazos. Las dos se abrazaron fuertemente y se besaron, llorando profusamente. Ninguna de las dos podía hablar.