4

Katie no había terminado de aplicarse sus cosméticos, cuando oyó el sonido del timbre eléctrico. Le dio una chupada al cigarrillo que ardía en el cenicero al lado de ella y apretó el botón “Hablar”.

—¿Quién es? —dijo.

—Soy yo —fue la respuesta.

—¿Qué estás haciendo aquí en mitad del día?

—Tengo noticias importantes —contestó el capitán Franz Bauer—. Aprieta el botón para que pueda subir.

Katie inhaló profundamente del cigarrillo y lo aplastó contra el cenicero. Se paró y miró en el espejo de cuerpo entero. Se acomodó levemente el cabello, justo antes que se oyera golpear en la puerta.

—Mejor que esto sea importante, Franz —manifestó, dejándolo entrar en la habitación—, o te hago mierda. Ya sabes que dentro de unos minutos tengo una reunión disciplinaria con dos de las chicas y odio llegar tarde.

Franz sonrió de oreja a oreja.

—¿Otra vez las pescaste quedándose con un vuelto…? ¡Por Dios, Katie, odiaría que fueras mi patrón!

Ella lo miró con impaciencia.

—¿Y bien? —dijo—. ¿Qué es lo que era demasiado importante para decir por teléfono?

Franz había empezado a caminar por la sala de estar. La habitación, decorada con buen gusto, tenía un sofá en blanco y negro y un confidente, dos sillas haciendo juego y varios objets d'art tanto en las mesitas auxiliares como en la de café.

—No hay posibilidad alguna de que tu departamento esté intervenido con micrófonos, ¿no?

—Dímelo tú, señor capitán de policía —contestó Katie—. De veras, Franz —añadió, mirando su reloj de pulsera—, no tengo…

—Hay un informe confiable —la interrumpió Franz— de que tu padre está en Nuevo Edén en este preciso instante.

¡Quée! ¿Cómo es posible? —Estaba atónita. Se sentó en el canapé y extendió la mano para tomar otro cigarrillo de la mesita de café.

—Uno de mis tenientes es amigo íntimo de uno de los guardias de tu padre. Le dijo que a Richard y uno de esos seres octoaraña se los retiene en el sótano de una residencia privada que no está muy lejos de aquí.

Katie cruzó la habitación y levantó el microteléfono.

—Darla —ordenó—, notifica a Lauren y Atsuko que se suspende la reunión de hoy… Surgió algo… Reorganízala para las dos de la tarde de mañana… Oh, tienes razón, lo olvidé… Maldición… Muy bien, haz que sea para las once de la mañana… No, once y media, no quiero levantarme ni un momento antes de lo necesario.

Regresó al canapé y levantó el cigarrillo. Le dio una enorme chupada y exhaló anillos de humo hacia el aire, sobre su cabeza.

—Quiero saber todo lo que hayas oído sobre mi padre.

Franz le informó que, según sus fuentes, hacía unos dos meses su padre, su hermana Ellie, su sobrina y una octoaraña habían aparecido de repente, llevando una bandera blanca, en el vivac instalado en la margen austral del Mar Cilíndrico. Parecían sumamente tranquilos y hasta bromearon con los soldados, dijo Franz. El padre y la hermana de Katie dijeron a las tropas que se habían adelantado, con un representante de las octoarañas, para ver si, mediante negociaciones, se podía evitar un conflicto armado entre las dos especies. Nakamura había ordenado que todo el asunto se mantuviera en secreto, y los había llevado…

Katie estaba midiendo la habitación a zancadas.

—Mi padre no sólo está vivo —dijo con excitación—, también está aquí, en Nuevo Edén… ¿Alguna vez te dije, Franz, que mi padre es, sin el menor asomo de duda, el ser humano más inteligente que haya vivido jamás?

—Lo dijiste cerca de una docena de veces —asintió Franz. Rió—. No puedo imaginar que exista alguien más inteligente que tú.

Katie agitó la mano.

—Me hace parecer como una idiota sin remedio… Siempre fue tan adorable… Yo podía hacer cualquier cosa, y siempre salía impune. Dejó de caminar de un lado para otro e inhaló de su cigarrillo. Los ojos le centelleaban cuando exhaló el humo.

—Franz —continuó—, tengo que verlo… Me es absolutamente imperioso verlo.

—Eso es imposible, Katie. Se supone que nadie sabe que está aquí. Podrían despedirme, o algo peor, si alguien se enterara de que te lo dije…

—Te lo estoy suplicando, Franz —insistió Katie, cruzando la habitación y sujetándolo por los hombros—. Sabes cómo odio pedir favores… pero esto es muy importante para mí.

Franz estaba encantado de que, por una vez, Katie estuviera pidiéndole algo a él. No obstante, le dijo la verdad.

—Katie, sigues sin entender. A toda hora hay una guardia armada en tomo de la casa. Todo el sótano está intervenido con monitores de sonido e imagen. Sencillamente no hay manera.

Siempre hay una manera —enfatizó Katie—, si algo tiene la suficiente importancia. —Se metió la mano dentro de la camisa y empezó a retorcerse suavemente el pezón derecho.

—Tú sí me amas, ¿no, Franz? —Lo besó, un beso con la boca completamente abierta y la lengua entrando y saliendo velozmente, atormentando la de él. Katie se separó un poco, sin dejar de jugar con el pezón.

—Claro que te amo, Katie —dijo él, muy excitado ya, …pero no estoy loco.

Katie fue rápidamente hacia su dormitorio y volvió menos de un minuto después, con dos fajos de billetes.

—Voy a ver a mi padre, Franz —afirmó, tirando el dinero sobre la mesita de café—, y tú vas a ayudarme… Puedes sobornar a quien quieras con este dinero.

Franz estaba impresionado. La cantidad de dinero era más que suficiente.

—¿Y tú qué vas a hacer por mí? —preguntó él, casi en broma.

—¿Qué voy a hacer por ti? —repitió Katie—. ¿Qué voy a hacer por ti? —Lo tomó de la mano y lo condujo hacia el dormitorio—. Ahora, capitán Bauer —dijo, acentuando las palabras—, quítese toda la ropa y tiéndase aquí, boca arriba. Verá lo que voy a hacer por usted.

El departamento tenía una sala de estar/de vestir adyacente al dormitorio. Katie entró en la habitación más pequeña y cerró la puerta. Con una llave abrió una caja grande y ornamentada que había sobre el bar y sacó una de las jeringas llenas que había preparado más temprano. Se levantó el vestido y, con un pedazo de tubo negro flexible, se hizo un apretado torniquete alrededor de la parte superior del muslo. Esperó unos momentos, hasta que pudo identificar con claridad un vaso sanguíneo en la cantidad de contusiones que tenía en el muslo y, entonces, se inyectó la jeringa con destreza. Después de expulsar todo el fluido hacia su torrente sanguíneo, esperó unos segundos para que llegara el fantástico aluvión, y después se quitó el torniquete.

—¿Qué hago mientras espero?

—Rilke está en mi lectora electrónica, querido, tanto en alemán como en inglés. Sólo tardaré unos minutos más.

Katie estaba volando. Empezó a tararear la tonada de un tema para bailar, mientras arrojaba la jeringa a un lado y devolvía el torniquete a la caja. Se quitó toda la ropa, deteniéndose dos veces para admirar su cuerpo en el espejo, y la apiló sobre la banqueta del tocador. Después abrió una gaveta grande de ese mueble y sacó una venda para los ojos.

Entró en el dormitorio como si marchara en un desfile militar. Los ojos de Franz se regodearon admirando el elástico cuerpo.

—Mira con suma atención —advirtió Katie—, porque esto es todo lo que vas a ver la tarde de hoy.

Como por casualidad, dejó caer su cuerpo desnudo sobre el de Franz, y besó al hombre en forma intermitente, mientras le ponía la venda. Se aseguró de que estuviera ceñida y, después, bajó de la cama dando un salto.

—¿Qué viene ahora? —preguntó Franz.

—Simplemente tendrás que esperar y ver —le contestó con tono provocativo, mientras revolvía en una gran gaveta que había en la parte inferior de la cómoda. La gaveta contenía una variedad de dispositivos para juegos sexuales, entre los que figuraban complementos electrónicos de toda clase, lociones, sogas y otros equipos para jugar a la esclavitud, máscaras y diversos modelos de genitales. Katie eligió una botellita de loción, una ampolla de polvo blanco y unas bolillas ensartadas en una cuerda delgada.

Sin dejar de tararear y de reírse para sí, se reunió con Franz en la cama y empezó a recorrerle el pecho con los dedos. Lo besó provocativamente, con su cuerpo apretado contra el de él, y acto seguido se sentó. Después de verterse la loción en las manos, y de frotarlas con vigor entre sí, abrió mucho las piernas, se arrastró sobre el vientre de Franz, dándole la espalda a la cara de él, y empezó a aplicarle la loción en las partes más sensibles.

—Ummm —murmuró Franz, cuando la tibia loción empezó a ejercer efecto—. Eso es maravilloso.

Katie le espolvoreó los genitales con el polvo blanco y, después, lo montó muy lentamente. Franz estaba en estado de éxtasis. Durante unos minutos, Katie se meció hacia atrás y hacia adelante con fácil ritmo. Cuando pudo percibir que Franz se estaba aproximando al clímax, cesó su movimiento en forma temporal y metió las manos por debajo de él para introducirle las bolillas. Se meció dos o tres veces más, y después volvió a detenerse.

—¡No te detengas ahora! —gritó Max.

—Repite después de mí —dijo Katie con una risita infantil, moviéndose lentamente hacia atrás y hacia adelante una vez más—. Prometo…

—Cualquier cosa —aulló Franz—, pero no te detengas ahora, por piedad.

—Prometo —continuó Katie— que Katie Wakefield verá a su padre en algún momento de los próximos días.

Franz repitió la promesa y Katie lo recompensó. Cuando extrajo la cuerda, inmediatamente después que él alcanzara el clímax, Franz chilló a voz en cuello, como un animal en el bosque.

A Ellie no le gustaban sus dos interrogadores. Ambos eran personas secas, carentes de humor, que la trataban con absoluto desdén.

—Esto no va a funcionar, señores —dijo con tono de exasperación en un momento dado, durante el primer día de indagación—, si insisten en hacer las mismas preguntas una y otra vez… Entendí que se me pedía que suministrara información sobre las octoarañas… Hasta el momento, todas las preguntas, que ustedes ahora están repitiendo, fueron sobre mi madre y mi padre.

—Señora Turner —dijo el primer hombre—, el gobierno está tratando de reunir toda la información posible sobre este caso. Tanto su madre como su padre han sido fugitivos durante mucho…

—Mire —lo interrumpió Ellie—, ya les dije que nada sé, en absoluto, sobre cómo, cuándo o, siquiera, por qué cualquiera de mis padres dejó Nuevo Edén. Y tampoco tengo conocimiento de si recibieron ayuda para escapar, del modo que fuere, de las octoarañas… Ahora, a menos que estén dispuestos a modificar el curso de la averiguación…

—No es usted, señora —dijo el segundo hombre, los ojos centelleantes—, quien decide cuáles son las preguntas adecuadas en este interrogatorio. Quizá no comprenda la gravedad de su situación. Se la va a eximir del enjuiciamiento, por una acusación muy seria podría yo agregar, únicamente si coopera por completo con nosotros.

—¿Y exactamente cuál es la acusación que se me hace? —preguntó Ellie—. Tengo curiosidad, nunca antes fui una delincuente.

—Se la puede acusar de traición calificada —señaló el primer hombre—, ayudar y encubrir deliberadamente al enemigo en el transcurso de un período de hostilidades explícitas.

—¡Eso es absurdo! —replicó Ellie, asustada de todos modos—. No tengo la menor idea de qué está hablando usted.

—¿Niega que, durante el lapso que permaneció con los alienígenas, libremente les brindó información sobre Nuevo Edén, información que podría ser útil en un caso de guerra?

—Claro que lo hice —dijo Ellie, riendo con nerviosidad—. Les dije tanto como pude sobre nuestra colonia. Y ellos hicieron lo propio respecto de la suya. Las octoarañas compartían con nosotros toda la misma información.

Los dos hombres garrapatearon furiosamente en sus libretas. ¿Cómo se convirtieron en esto?, se preguntó Ellie. ¿Cómo puede un niño curioso, que se ríe, transformarse en un adulto tan repulsivo y hostil? ¿Es el ambiente, o es la herencia?

—Vean, señores —dijo cuando se formuló la siguiente pregunta—, esto no está yendo bien para mí. Me gustaría que se declarase un receso y organizar mis pensamientos. A lo mejor hasta pueda escribir algunas notas antes de que se reanude la sesión… Había previsto un proceso del todo diferente, algo mucho más distendido…

Los dos hombres estuvieron de acuerdo en hacer una interrupción. Ellie fue por el pasillo hasta donde una niñera del gobierno permanecía con Nikki.

—Se puede ir ahora, señora Adams —dijo Ellie—. Nos tomamos un rato para almorzar.

Nikki pudo leer el gesto de preocupación en el rostro de Ellie.

—¿Esos hombres son malos contigo, mami? —preguntó.

Por fin, Ellie sonrió.

—Se podría decir que sí, Nikki —dijo—, ya lo creo que se podría decir que sí.

Richard completó el último de sus tramos de caminata alrededor del sótano y se dirigió hacia la palangana que estaba en la esquina de la habitación. Primero se detuvo junto a la mesa para tomar un rápido sorbo de agua. Archie permanecía inmóvil en el piso, detrás del colchón de Richard.

—Buen día —dijo éste, mientras se enjugaba el sudor con un pedazo de tela—. ¿Estás listo para desayunar algo?

—No tengo hambre —contestó en colores la octoaraña.

Tienes que comer algo —aconsejó Richard con tono jovial—. Estoy de acuerdo contigo en que la comida es terrible, pero no puedes sobrevivir con nada más que agua.

Archie ni se movió ni dijo cosa alguna. Durante los últimos días, desde el momento mismo en que se le agotó la provisión de barrican que tenía en reserva, la octoaraña no era muy buena compañía. Richard no lograba entablar las estimulantes conversaciones que sostenían siempre, y estaba preocupado por la salud de la octoaraña. Puso cereales en un bol, los roció con agua y los llevó hasta donde estaba su amigo.

—Aquí tienes —dijo con suavidad—. Trata de comer un poco.

Archie levantó dos tentáculos y tomó el bol. Cuando empezó a comer, de su hendedura salió un estallido de color anaranjado brillante que descendió hasta la mitad de uno de los otros tentáculos, antes de desvanecerse.

—¿Qué fue eso? —preguntó Richard.

—Una expresión de emotividad —respondió Archie, acompañando su respuesta por estallidos más irregulares de color.

Richard sonrió.

—Perfecto —dijo—, pero, ¿qué clase de emoción?

Después de una prolongada pausa, las bandas cromáticas se volvieron más uniformes.

—Supongo que ustedes la llamarían “depresión” —aclaró Archie.

—¿Eso es lo que ocurre cuando desaparece el barrican? —preguntó Richard.

Archie no contestó. Finalmente, Richard regresó a la mesa y se sirvió un gran bol de cereales. Después volvió y se sentó al lado de su amigo, en el suelo.

—Podrías muy bien hablar de ello —propuso con suavidad—. No tenemos otra cosa para hacer.

Por el movimiento en la lente de la octoaraña, Richard pudo darse cuenta de que su amigo lo estaba estudiando cuidadosamente. Richard tomó varias cucharadas de cereal, antes que Archie decidiera hablar.

—En nuestra sociedad —comenzó—, a los machos y hembras jóvenes que están experimentando la maduración sexual se los aleja de su vida cotidiana y se los pone en un ambiente sumamente adecuado, con miembros de la especie que ya pasaron por ese proceso. Se los alienta para que describan lo que estén sintiendo, y se los tranquiliza en cuanto a que las emociones nuevas y complejas que están experimentando son completamente normales. Ahora entiendo por qué es necesario un programa así de atención intensiva.

Archie hizo una pausa momentánea y Richard sonrió con compasión.

—Estos últimos días —continuó la octoaraña—, por primera vez desde que era una cría muy joven, mis emociones no aceptaron la dominación de mi mente. Durante la preparación como optimizadores aprendimos qué importante era, toda vez que se iba a tomar una decisión, hacer una selección cuidadosa entre todos los elementos de juicio asequibles y eliminar todos los prejuicios que pudiera haber como consecuencia de reacciones emocionales personales. Con la intensidad de las sensaciones que estoy teniendo en la actualidad, me sería por completo imposible relegar esas reacciones a un bajo nivel de prioridad.

Richard rió.

—Por favor, no me vayas a interpretar mal, Archie; no me estoy riendo de ti, pero acabas de describir, mediante una frase octoarácnida típica, lo que la mayoría de los seres humanos siente todo el tiempo. Muy pocos de nosotros alguna vez alcanzamos el control que querríamos de nuestras “reacciones emocionales personales”… Esta puede ser la primera vez en la que hayas podido entendernos verdaderamente, si captas lo que quiero decir.

—Es terrible —confesó Archie—. Estoy sintiendo, al mismo tiempo, una sensación de pérdida, extraño a Doctora Azul y a Jamie, y una poderosa ira contra Nakamura, por retenernos prisioneros… Temo que mi cólera me haga asumir alguna actitud que sea no óptima.

—Pero las emociones que estás describiendo normalmente no se relacionan, no en los humanos, al menos, con la sexualidad —dijo Richard—. ¿Acaso el barrican también actúa como una suerte de tranquilizante, reprimiendo todas las sensaciones?

Archie terminó su desayuno antes de contestar.

—Tú y yo somos seres muy diferentes y, tal como mencioné con anterioridad, resulta peligroso hacer la proyección de una especie en otra… Recuerdo nuestras discusiones iniciales sobre los seres humanos en la reunión de Optimizadores, inmediatamente después que ustedes vulneraron la integridad de su hábitat. En mitad de la reunión, la Optimizadora Principal hizo hincapié en que no debíamos mirar a la especie de ustedes en función de nosotros. Debemos observar cuidadosamente, dijo, obtener datos y correlacionarlos en forma coherente, sin teñirlos con nuestra propia experiencia…

—Supongo que todo esto representa la negación, en cierto sentido, de lo que estoy por decirte. Sea como fuere, es mi opinión personal, basada sobre mis observaciones de los seres humanos, que el deseo sexual es la fuerza impulsora que está detrás de todas las emociones fuertes de tu especie… Nosotras, las octoarañas, sufrimos una discontinuidad de etapas en el momento de la maduración sexual. Pasamos de ser completamente asexuadas a sexuadas en un lapso muy breve. En los seres humanos, el proceso es mucho más lento, y más sutil. Las hormonas sexuales están presentes, en cantidades variables, desde época temprana de su desarrollo fetal. Sostengo, y le he dicho esto a la Optimizadora Principal, que es posible que todas las emociones incontrolables de ustedes puedan deberse a estas hormonas sexuales. Un ser humano sin sexualidad alguna podría ser capaz de tener la misma forma optimizada de pensamiento que una octoaraña.

—¡Qué idea interesante! —exclamó Richard con excitación, parándose y empezando a dar zancadas por la habitación—. ¿Así que estás sugiriendo que aun cosas tales como la renuencia del niño a compartir un juguete, por ejemplo, de alguna manera se podría enlazar con nuestra sexualidad…?

—Quizá —contestó Archie—. A lo mejor, Galileo está practicando la posesividad de su sexualidad de adulto, cuando se rehúsa a compartir uno de sus juguetes con Kepler… En verdad, la devoción que el hijo humano siente por el padre del sexo opuesto es precursora de actitudes de los adultos…

Archie dejó de hablar, pues Richard le había dado la espalda y había aumentado el ritmo de sus pasos.

—Lo siento —dijo éste, regresando pocos instantes después y sentándose otra vez en el suelo, al lado de la octoaraña—. Acaba de ocurrírseme algo en este preciso momento, algo en lo que había pensado brevemente hoy por la mañana, más temprano, cuando estábamos hablando respecto de controlar nuestras emociones… ¿Recuerdas una conversación anterior, en la que descartaste el concepto de un Dios personal, considerándolo una “aberración evolutiva”, necesaria para todas las especies en desarrollo como puente temporal durante la transición desde la primera fase de conciencia hasta la Era de la Información…? ¿Los cambios recientes que se produjeron en ti alteraron, en alguna forma, tu actitud respecto de Dios?

Una amplia ráfaga de bandas multicolores, que Richard reconoció como carcajadas, se derramó sobre la mayor parte de la sección superior del cuerpo de la octoaraña.

—Ustedes, los seres humanos —dijo Archie—, están completamente preocupados por esta noción de Dios. Aun aquellos que, como tú, Richard, afirman no ser creyentes, siguen invirtiendo una excesiva cantidad de tiempo pensando o discurriendo sobre ese asunto… Como ya te expliqué hace meses, nosotras, las octoarañas, valoramos la información por encima de todo, tal como nos fue enseñado por los Precursores… No se dispone de información verificable relativa a dios alguno, y en especial no la hay sobre un dios que intervenga de alguna forma en los asuntos cotidianos del universo…

—No entendiste mi pregunta con exactitud —interrumpió Richard—, o, quizá, no la formulé con suficiente precisión. Lo que deseo saber es si en tu nuevo estado, más emocional, puedes entender por qué otros seres inteligentes podrían querer crear un Dios personal, a modo de concepto que los conforte y que también les explique todo aquello que no pueden entender.

Archie volvió a reír con explosiones cromáticas.

—Eres muy astuto, Richard —puntualizó la octoaraña—. Quieres que confirme lo que piensas, o sea, que Dios también es un concepto emocional, nacido de un anhelo que no difiere mucho del deseo sexual. En consecuencia, también Dios proviene de las hormonas sexuales… No puedo ir tan lejos. No tengo suficiente información. Pero sí puedo decirte, basándome sobre el torbellino que hay dentro de en estos últimos días, que ahora comprendo esta palabra, “anhelo”, que antes carecía de significado para mí…

Richard sonrió. Estaba complacido. Sus intercambios de ideas habían sido así cotidianamente, antes que la provisión de barrican de Archie se hubiera agotado.

—Sería grandioso, ¿no? —dijo Richard de pronto—, si todavía pudiéramos hablar con todos nuestros amigos, allá en la Ciudad Esmeralda.

Archie sabía lo que Richard estaba sugiriendo. Los dos habían tenido cuidado de no mencionar jamás los cuadroides o, siquiera, de suministrar algún indicio de que las octoarañas tenían un sistema para la obtención de informaciones. No querían alertar a Nakamura y sus guardias. Ahora, mientras Richard observaba en silencio, bandas de color se desplazaban en tomo de la cabeza de Archie. Aunque la octoaraña ya no estaba usando el lenguaje derivado desarrollado para la comunicación con los seres humanos, Richard pudo entender el meollo de la transmisión.

Después de saludar formalmente a la Optimizadora Principal y de pedir disculpas por la falta de éxito de su misión, Archie envió dos mensajes personales, uno breve para Jamie y uno más largo para Doctora Azul. Durante la trasmisión para su compañera de toda la vida, Doctora Azul, abigarradas explosiones de color descompusieron el patrón mesurado del mensaje de Archie. Richard, que en los dos meses juntos había llegado a conocer muy bien a su compañero de sótano, se sentía, al mismo tiempo, fascinado y conmovido por ese hermoso despliegue de emoción sin inhibiciones.

Cuando Archie hubo terminado, Richard se acercó y puso una mano sobre el lomo de la octoaraña.

—¿Te sientes mejor ahora? —preguntó.

—En algunos aspectos —contestó Archie—, pero, al mismo tiempo, también me siento peor. Estoy más consciente ahora, que lo que lo estuve antes, de que puede ser que nunca vuelva a ver a Jamie y a Doctora Azul…

—A veces imagino lo que le diría a Nicole —interrumpió Richard—, si pudiera hablarle por teléfono. —Moduló las palabras muy correctamente, exagerando los movimientos de la boca—. Te extraño mucho, Nicole, y te amo con todo mi corazón.

Richard casi nunca soñaba. En consecuencia, no era factible que los sonidos externos se incorporaran a un ensueño que se estuviera desarrollando en ese momento. Cuando oyó lo que creía que eran pies que se arrastraban por arriba de él en mitad de la noche, despertó con rapidez.

Archie dormía. Richard miró en derredor, y advirtió que la luz de noche que había en el sector del inodoro estaba apagada. Alarmado, despertó a su compañero octoaraña.

—¿Qué pasa? —preguntó Archie con colores.

—Oí algo anormal en el piso de arriba —musitó Richard.

Le llegó el sonido de la puerta que daba a la escalera del sótano, que se abría lentamente. Richard oyó una pisada suave; después otra, en la parte superior de la escalera. Forzó los ojos, pero nada pudo ver en la semioscuridad.

—Son una mujer y un policía —dijo Archie, percibiendo con su lente la radiación infrarroja de los intrusos—. Por el momento se detuvieron en el tercer escalón.

Van a matarnos, pensó Richard. Un tremendo miedo lo invadió, y se acercó más a Archie. Oyó cómo se cerraba lentamente la puerta del sótano y, después, las pisadas que bajaban por la escalera.

—¿Dónde están ahora? —susurró.

—Al pie de la escalera —informó Archie—. Ya vienen… Creo que la mujer es…

—Papá. —Richard oyó una voz proveniente de su pasado—. ¿Dónde estás, papá?

¡Por mil demonios! ¡Es Katie! Por aquí, Katie —contestó Richard, en voz demasiado alta—. Por aquí —repitió, tratando de contener su agitación.

Un haz de linterna muy pequeño vagó por la pared que estaba detrás del colchón de Richard y, finalmente, se posó sobre su rostro barbado. Segundos después, Katie tropezaba con Archie y literalmente caía en los brazos de su padre.

Lo besó y lo abrazó con fuerza, con las lágrimas corriéndole por las mejillas. Richard estaba tan sobresaltado por todo el suceso que, al principio, no pudo responder a pregunta alguna de las que le hizo Katie.

—Sí… sí, estoy bien —dijo por fin—. No puedo creer que seas tú… Katie, oh, Katie… Oh, sí, esa masa gris que hay ahí, la que acabas de patear hace un instante, es mi amigo y compañero de prisión, Archie, la octoaraña…

Varios segundos después, Richard intercambió en la oscuridad un firme apretón de manos con un hombre, al que Katie presentó nada más que como “mi amigo”.

—No tenemos mucho tiempo —expresó Katie, presurosa, después de varios minutos de conversación sobre la familia—. Pusimos en cortocircuito los sistemas eléctricos de toda esta zona residencial y se deberá repararlos antes que pase mucho tiempo más.

—¿Vamos a escapar, entonces? —preguntó Richard.

—No. Seguramente los capturarían y matarían… Tan sólo quise verte… Cuando oí el rumor de que se te retenía en alguna parte de Nuevo Edén… ¡Oh, papito, cómo te extrañé! Te quiero tanto, pero tanto…

Richard pasó los brazos por sobre los hombros de su hija y la abrazó mientras ella lloraba.

Está tan delgada, pensó, virtualmente es un fantasma.

—Yo también te quiero, Katie —declaró—. Aquí —dijo, separándose un poco de su hija—, dirige la luz hacia tu rostro… déjame ver esos bellos ojos.

—No, papito —se negó Katie, hundiéndose otra vez en el abrazo de Richard—. Estoy vieja y gastada… Quiero que me recuerdes como era. He llevado una dura…

—Es improbable que los mantengan aquí mucho tiempo más, señor Wakefield —interrumpió la voz masculina en la oscuridad—. Casi toda la gente de la colonia oyó el relato de la aparición de ustedes en el campamento de las tropas.

—¿Estás bien, papito? —preguntó Katie, después de un breve silencio—. ¿Te dan bien de comer?

—Estoy bien, Katie… pero no hemos hablado nada de ti. ¿Qué has estado haciendo? ¿Eres feliz?

—Tuve otro ascenso —replicó con rapidez—, y mi nuevo departamento es hermoso… deberías verlo… y tengo un amigo que me cuida…

—¡Estoy tan contento! —dijo Richard, mientras Franz le recordaba a Katie que debían irse—. Siempre fuiste la más inteligente de nuestros hijos… mereces algo de felicidad.

Katie súbitamente empezó a sollozar y hundió el rostro en el pecho de su padre.

—Papito, oh, papito —dijo entre lágrimas—, por favor, abrázame.

Richard pasó los brazos alrededor de su hija.

—¿Qué pasa, Katie? —murmuró.

—No quiero mentirte —confesó Katie—. Trabajo para Nakamura, manejando prostitutas. Y también soy adicta a los estupefacientes… una completa y total adicta a los estupefacientes.

Katie lloró largo rato. Richard la estrechaba contra sí y la palmeaba en la espalda.

—Pero te quiero, papito —dijo cuando finalmente levantó la cabeza—. Siempre te quise, y siempre te querré… Lamento terriblemente haberte decepcionado.

—Katie, tenemos que irnos ahora —intervino Franz con firmeza—. Si se restaura la corriente mientras nos encontramos todavía en la casa, estaremos hundidos en mierda hasta el cuello.

Katie besó apresuradamente a su padre en los labios, y una última vez, con afectuosidad, le acarició la barba con los dedos.

—Cuídate, papito —recomendó—… y no abandones la esperanza.

El haz de la linterna era un delgado dedo de luz que precedía a la pareja visitante, que cruzaba con rapidez la habitación hasta llegar al pie de la escalera.

—Adiós, papito —dijo Katie.

—Yo también te amo, Katie —dijo Richard, cuando oyó el sonido de los pies de su hija subiendo los escalones a la carrera.