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Se hallaban en una habitación cuadrada, de siete metros de lado aproximadamente. A lo largo de la pared del fondo había un baño aislado del resto del cuarto y provisto de pileta, ducha e inodoro. Al lado del baño, un armario grande contenía toda la ropa y pertenencias de los humanos. Cuando llegaba la hora de dormir, las esteras para acostarse, que se enrollaban todos los días, se sacaban del armario y se extendían sobre el piso.

La primera noche, Nicole durmió entre Ellie y Nikki, mientras Max, Eponine y Marius ocupaban el otro lado de la habitación, al lado de la mesa y de seis sillas que eran los únicos muebles que había en su sector para dormir. Nicole estaba tan exhausta que se durmió de inmediato, aun antes que se hubieran apagado las luces y todos los demás terminaran los preparativos para ir a acostarse. Después de dormir sin soñar durante casi cinco horas, despertó de pronto, momentáneamente confundida respecto de en qué lugar se encontraba.

Mientras yacía en la oscuridad y el silencio, pensó en los sucesos de la noche anterior. Durante la reunión había estado tan abrumada por las emociones, que realmente no tuvo tiempo para clasificar sus reacciones ante lo que veía y oía. Inmediatamente después de su ingreso en la habitación, Nikki fue a la de al lado para traer a los demás. Durante las dos horas siguientes hubo once personas en la atestada habitación, tres o cuatro de ellas, como mínimo, hablando todo el tiempo. Durante esas dos horas, Nicole mantuvo breves conversaciones con cada una por separado, pero le había sido imposible discutir tema alguno en profundidad.

Los cuatro jóvenes, Kepler, Marius, Nikki y María, se mostraron apocados. María, cuyos sorprendentes ojos azules contrastaban netamente con la piel cobriza y la cabellera negra, le agradeció debidamente a Nicole que la hubiese rescatado. También reconoció, con toda cortesía, que no tenía recuerdo alguno del tiempo transcurrido antes de quedar dormida. Nikki había estado nerviosa e insegura en el breve téte-á-téte[14] con su abuela. Nicole creyó haber percibido alegro de miedo en sus ojos; sin embargo, Ellie le dijo después que lo que había visto probablemente era respeto reverencial, ya que tanto se le había contado sobre su abuela, que Nikki sentía que estaba hablando con una leyenda.

Los dos hombres jóvenes eran corteses, pero no afables. Una vez, en el transcurso de la velada, sorprendió a Kepler contemplándola con gran intensidad desde el otro lado de la habitación. Se recordó que ella era el primer ser humano verdaderamente anciano que los muchachos hubieran visto jamás.

Los varones jóvenes en particular, pensó, tienen dificultades con las mujeres viejas y con consunción, les destrozan las fantasías respecto del sexo opuesto.

Benjy le había dado la bienvenida con un abrazo carente de inhibiciones. La levantó del suelo con sus fuertes brazos y gritó de alegría.

—¡Ma-má! ¡Ma-má! —decía, describiendo círculos por la habitación con la cabeza de Nicole por encima de la de él. Benjy parecía estar bastante bien. Nicole se había sobresaltado al descubrir que el perfil del cuero cabelludo de su hijo había retrocedido y que ahora tenía, decididamente, toda la apariencia de un tío. Más tarde se dijo que el aspecto de Benjy no debería sorprenderla tanto, puesto que ya andaba por los cuarenta años.

El saludo que recibió de Patrick y Ellie había sido muy cálido. Ellie parecía cansada, pero dijo que eso se debía a que había tenido un día agotador; le explicó que había asumido la responsabilidad de estimular la actividad social interespecies en el Grand Hotel.

—Es lo menos que puedo hacer —señaló—, ya que hablo el idioma de las octoarañas… Tengo la esperanza de que me des una mano no bien hayas recuperado las fuerzas.

Patrick había hablado con Nicole en voz baja, refiriéndose a su preocupación por Nai.

—Esta situación con Galileo la está haciendo pedazos, mamá. Está furiosa porque los “cabezas de cubo”, como los llamamos, sacaron a Galileo de las zonas normales de habitación, sin dar muchas explicaciones ni hacer algo que pudiéramos denominar “juicio legal”. También está enojada porque no se le permite pasar con él más que dos horas diarias… Estoy seguro de que te va a pedir que la ayudes.

Nai estaba cambiada. La chispa y la suavidad habían desaparecido de su mirada, y tuvo una actitud negativa que no era característica en ella, ya desde los primeros comentarios.

—Aquí estamos viviendo en la peor clase de Estado policial, Nicole. Mucho peor que bajo Nakamura. Después que te acomodes, tendré muchas cosas para decirte.

Tanto Max Puckett como su adorable esposa, Eponine, habían envejecido, como todos los demás, pero resultaba evidente que el amor que se profesaban, y que le profesaban a su hijo Marius, los mantenía unidos. Eponine se había encogido de hombros cuando Nicole le preguntó si las condiciones de apiñamiento en las que vivían le molestaban.

—A decir verdad, no —fue su respuesta—. Recuerda que, cuando niña, viví en un orfanato de Limoges… Además, ya encuentro suficiente deleite en estar viva y en tenerlos a Max y Marius. Durante años nunca creí que llegaría a vivir lo suficiente como para que algún cabello se me pusiera blanco.

En cuanto a Max, conservaba su temperamento terco e indomable. Su cabello estaba mayormente canoso, y su andar había perdido algo de elasticidad pero, por su mirada, Nicole pudo darse cuenta de que disfrutaba de su vida.

—Está ese tipo al que veo con regularidad en el salón para fumar —le había dicho durante la velada—, y que es gran admirador tuyo… Por alguna razón se salvó de la peste, aunque su esposa no lo logró… Lo importante —en ese momento Max había sonreído— es que se me ocurrió hacerles gancho a ustedes dos, no bien tuvieras algo de tiempo libre… Es algo más joven que tú, pero dudo de que eso constituya un problema…

Nicole le preguntó acerca de los problemas existentes entre los seres humanos y las octoarañas.

—Ya sabes —le contestó Max— que la guerra puede haber tenido lugar hace quince o dieciséis años, pero ninguno de los humanos tiene recuerdos que influyan para aliviarles el odio. Todos perdieron a alguien, un amigo o un pariente o un vecino, en esa horrible peste. Y no pueden olvidar con facilidad que fueron las octoarañas quienes la ocasionaron.

—Como reacción ante la agresión de los ejércitos humanos —rebatió Nicole.

—Pero la mayoría de los humanos no lo ve de ese modo. Quizá creen la propaganda de Nakamura y no la historia “oficial” de la guerra, que les fue contada por tu amigo El Águila no bien se nos mudó aquí… La verdad es que la mayoría de los seres humanos odia y teme a las octoarañas. Nada más que el veinte por ciento de la gente hizo algún intento por alternar socialmente, a pesar de los denodados esfuerzos de Ellie, o por aprender algo sobre las octos. La mayor parte de los humanos permanece en nuestro rayo… Por desgracia, las habitaciones atestadas no ayudan a aliviar el problema.

Nicole se dio vuelta hacia un costado. Su hija Ellie dormía con la cara vuelta hacia ella. Sus ojos se movían rápidamente debajo de los párpados. Está soñando, pensó Nicole. Espero que no con Robert… Volvió a pensar en la reunión con la familia y los amigos.

Conjeturo que El Águila sabía lo que estaba haciendo al mantenerme con vida. Aun si no tiene algo específico para que yo haga… Mientras yo no me convierta en una inválida o en una carga, puedo ser de utilidad aquí.

—Esta será nuestra primera experiencia de envergadura en el Grand Hotel —le aseguró Max a Nicole—. Cada vez que voy al refectorio durante las horas de atención al público, me viene a la memoria el Día de la Munificencia en la Ciudad Esmeralda… Esos horripilantes seres que vinieron junto con las octoarañas pueden ser fascinantes, pero me siento malditamente más cómodo cuando no andan cerca.

—¿No podemos esperar hasta que sea nuestro período, papi? —pidió Marius—. Las iguanas asustan a Nikki. Se quedan mirándonos como papando moscas, con esos ojos amarillos, y hacen ruidos como cloqueos tan repulsivos mientras comen…

—Hijo —señaló Max—, tú y Nikki pueden aguardar con los demás hasta el momento en que nos toque nuestro período segregado de almuerzo, si así lo prefieren. Nicole quiere comer con todos los residentes. Es una cuestión de principios para ella… Tu madre y yo vamos a acompañarla para asegurarnos de que aprenda las costumbres en el refectorio.

—No te preocupes por mí —dijo Nicole—. Estoy segura de que Ellie o Patrick…

—Tonterías —la interrumpió Max—. Eponine y yo estaremos encantados de acompañarte… Además, Patrick fue con Nai a ver a Galileo, Ellie se encuentra en la sala de esparcimiento, y Benjy está leyendo con Kepler y María.

—Aprecio tu comprensión, Max —dijo Nicole—. Me es importante pronunciar la clase adecuada de relación, especialmente al principio… El Águila y Doctora Azul no me dieron muchos detalles del problema…

—No necesitas dar explicaciones —contestó Max—. De hecho, anoche, después que te dormiste, le dijo a la francesita que estaba seguro de que querrías alternar. —Rió—. No lo olvides, te conocemos muy bien.

Cuando Eponine se les unió, salieron al vestíbulo. En su mayor parte estaba vacío. Pocas personas entraban en el corredor que tenían a la izquierda, lejos del centro de la estrella de mar, y un hombre y una mujer permanecían juntos, parados en la entrada al rayo.

El trío aguardó dos o tres minutos a que llegara el tren. Cuando se estaban acercando a la parada final, Max se inclinó hacia Nicole.

—Esas dos personas que están paradas en la entrada del rayo —señaló— no están matando el tiempo simplemente. Ambos son importantes activistas en el Consejo… Son muy testarudos en sus opiniones, y muy insistentes.

Nicole tomó el brazo que Max le ofreció cuando se apearon.

—¿Qué quieren? —susurró, mientras la pareja empezaba a caminar hacia ellos.

—No lo sé —masculló Max con rapidez—, pero vamos a enterarnos muy pronto.

—Buen día, Max… Hola, Eponine —saludó el hombre. Era corpulento y andaría alrededor de los cuarenta años. Miró a Nicole y la cara se le iluminó con una amplia sonrisa de político—. Usted debe de ser Nicole Wakefield —dijo, tendiendo la mano para estrechar la de Nicole—… Todos hemos oído hablar mucho de usted… Bienvenida… Bienvenida… Soy Stephen Kowalski.

—Y yo soy Renée du Pont —dijo la mujer, adelantándose y también tendiéndole la mano.

Después de intercambiar algunas cortesías, el señor Kowalski le preguntó a Max qué estaban haciendo.

—Estamos llevando a la señora Wakefield a almorzar —contestó Max simplemente.

—Todavía es la hora en común —dijo el hombre, mostrando otra amplia sonrisa. Comprobó con su reloj—. ¿Por qué no aguardan cuarenta y cinco minutos más, y Renée y yo nos uniremos a ustedes…? Estamos en el Consejo, saben, y nos gustaría mucho conversar con la señora Wakefield sobre nuestras actividades… Indudablemente, el Consejo querrá oír de usted en un futuro muy próximo.

—Gracias por la oferta, Stephen —contestó Max—, pero todos tenemos hambre. Queremos comer ahora.

El entrecejo del señor Kowalski formó una profunda V.

—Yo no lo haría si fuera usted, Max —advirtió—. En estos momentos hay mucha tensión… Después de ese incidente de ayer en la piscina, el Consejo votó, por unanimidad, boicotear todas las actividades colectivas de los dos días siguientes. Emily estaba especialmente irritada por el hecho de que Cubo Grande hubiera puesto a Garland en libertad condicional y no hubiera tomado medida disciplinaria alguna contra la octoaraña transgresora… Esta es la cuarta vez consecutiva que los “cabezas de cubo” dictaminan contra nosotros.

—Vamos, Stephen —rebatió Max—. Oí el relato anoche, durante la cena. Garland todavía estaba en la piscina quince minutos después que hubiera expirado nuestro horario especial… Él agarró a la octoaraña primero.

—Fue una provocación deliberada —intervino Renée du Pont—. En la piscina sólo había tres octoarañas… No había motivos para que una de ellas estuviera en el carril en el que Garland estaba nadando largos.

—Además —dijo Stephen—, tal como discutimos anoche en el Consejo, los detalles de este incidente en particular no son de importancia primordial para nosotros. Es esencial que tanto a los “cabezas de cubo” como a las octoarañas les mandemos un mensaje para que sepan que estamos unidos como especie… El Consejo se va a reunir otra vez esta noche, en sesión especial, para elaborar una lista de agravios…

Max se estaba enojando.

—Le agradezco que nos mantenga informados, Stephen —dijo bruscamente—, y ahora, si se hacen a un lado, nos gustaría ir a almorzar.

—Están cometiendo un error —insistió el señor Kowalski—. Van a ser los únicos seres humanos en el refectorio… Naturalmente, vamos a informar sobre esta conversación en la reunión de esta noche del Consejo.

—Háganlo —contestó Max.

Él, Eponine y Nicole salieron hacia el corredor principal, que formaba un anillo en tomo del núcleo central de la estrella de mar.

—¿Qué es el Consejo? —preguntó Nicole.

—Un grupo, autonombrado, me permito añadir, que pretende representar a todos los seres humanos —contestó Max—. Al principio no eran más que una molestia pero, en estos últimos meses, realmente empezaron a contar con algo de poder… Hasta reclutaron a la pobre Nai en sus filas, al ofrecerse a ayudarla para resolver el problema de Galileo.

El tren grande se detuvo a unos veinte metros hacia la derecha de ellos, y bajó un par de iguanas. Dos de los robots de cubos, que habían estado parados discretamente en el costado, salieron al corredor, interponiéndose entre los seres humanos y los extraños animales de dientes temibles. Cuando las iguanas pasaron alrededor de ellos, de regreso a lo largo de la pared, Nicole recordó el ataque a Nikki durante la ceremonia del Día de la Munificencia.

—¿Por qué están aquí? —le preguntó a Max—. Yo habría creído que eran demasiado destructoras…

—Tanto Cubo Grande como El Águila les explicaron a grupos completos de humanos, en dos ocasiones distintas, que las iguanas son esenciales para la producción de la planta de barrican, sin la cual la sociedad octo quedaría patas para arriba… No pude entender todos los detalles de la explicación biológica, pero sí recuerdo que los huevos frescos de iguana eran un eslabón vital en el proceso… El Águila insistió repetidamente en que aquí, en el Grand Hotel, únicamente se conservaba la cantidad mínima necesaria de iguanas.

El grupo de humanos estaba cerca de la entrada del refectorio.

—¿Las iguanas ocasionaron muchos problemas? —preguntó Nicole.

—Verdaderamente, no. Pueden ser peligrosas, eso lo sabes, pero si se elimina toda la hojarasca que armó el Consejo, se llega a la conclusión de que hubo nada más que unos pocos casos en los que lanzaron un ataque sin provocación… La mayor parte de los altercados fueron iniciados por los seres humanos… Nuestro niño Galileo mató dos de ellas una noche, en el refectorio, durante una de sus violentas explosiones de cólera.

Max advirtió la intensa reacción de Nicole ante ese último comentario.

—No quiero contar chismes de barrio —aclaró, meneando la cabeza—, pero este asunto de Galileo verdaderamente desgarró nuestra pequeña familia… Le prometí a Eponine que primero te dejaría hablar sobre eso con Nai.

Los robots de cubos más pequeños estaban fabricados según el mismo diseño general que Cubo Grande. Una docena de ellos servía comida en el refectorio, y otros seis u ocho permanecían parados alrededor de la zona en la que se comía. Cuando Nicole y sus amigos entraron, cuatrocientas o quinientas octoarañas, entre ellas dos gigantescos atiborrados y aproximadamente ochenta morfos enanos que comían en el piso, en uno de los rincones, estaban en el refectorio. Muchas de ellas se dieron vuelta para mirar, cuando Max, Eponine y Nicole pasaron del otro lado de la línea. Una docena de iguanas, sentadas no muy lejos de la línea de servicio, dejó de comer y los observó con cautela.

Nicole estaba sorprendida por la gran variedad de cosas que había para comer. Optó por pescado y papas, así como por las frutas, y la miel con sabor a naranja para el pan.

—¿De dónde proviene toda esta comida fresca? —le preguntó a Max, mientras se sentaban a una larga mesa vacía.

Max señaló hacia arriba.

—Hay un segundo nivel en esta estrella de mar. Toda la comida para los viajeros se produce ahí arriba… Comemos muy bien, aunque el Consejo se haya quejado por la falta de carne.

Nicole tomó un par de bocados.

—Creo que debo decirte —advirtió Max en voz baja, inclinándose por sobre la mesa— que dos octoarañas enfilan hacia ti.

Nicole se dio la vuelta. Dos octoarañas estaban aproximándose. Con el rabillo del ojo también vio a Cubo Grande, que se apresuraba para llegar a la mesa de los seres humanos.

—Hola, Nicole —saludó en colores la primera octoaraña—. Fui uno de los asistentes de Doctora Azul en el hospital de Ciudad Esmeralda… Quise darte la bienvenida y agradecerte otra vez por habernos ayudado…

Nicole buscó en vano una marca distintiva en la octoaraña.

—Lo siento —dijo en tono amigable—. No puedo ubicarte con exactitud…

—Me llamabas Lechecita —dijo la octoaraña— porque, en aquel momento, me estaba recuperando de una operación de la lente y tenía un exceso de fluido blanco…

—Ah, sí —sonrió Nicole—. Te recuerdo ahora, Lechecita… Un día, durante el almuerzo, ¿no sostuvimos una larga discusión sobre la vejez? Por lo que puedo recordar, te resultaba difícil creer que nosotros, los seres humanos, permanecíamos vivos, fuésemos útiles o no lo fuésemos, hasta que moríamos por causas naturales.

—Así es —contestó Lechecita—. Bueno, no quiero perturbar tu cena, pero mi amigo tenía muchos deseos de conocerte.

—Y de agradecerte también —añadió su compañero— por haber sido tan imparcial respecto de todo… Doctora Azul dice que has sido un ejemplo para todos nosotros…

Otras octoarañas empezaron a levantarse de donde estaban sentadas en el refectorio y a ponerse en fila detrás de las otras dos congéneres. Los colores de “gracias” eran visibles en la mayoría de las cabezas. Nicole estaba profundamente conmovida. Por sugerencia de Max, se puso de pie y habló a la fila de octoarañas.

—Gracias a todos por su cálida bienvenida. La aprecio sinceramente… Espero tener la oportunidad de hablar con cada una de ustedes mientras vivamos aquí juntos.

Sus ojos miraron hacia la derecha de la fila de octos y vio a su hija Ellie con Nikki.

—Vine lo más pronto que pude —dijo Ellie, acercándose y besando a su madre en la mejilla—. Debía haberlo sabido… —agregó con una leve sonrisa. Le dio un fuerte abrazo—. Te adoro, mamá —declaró—, y no sabes lo mucho que te extrañé.

—Le expliqué al Consejo que acababas de llegar y que no entendías por completo la importancia del boicot —dijo Nai—. Creo que quedaron satisfechos.

Nai abrió la puerta y Nicole la siguió hasta el sector de lavandería. Sobre la base de las lavadoras y secadoras que habían visto en Nuevo Edén, los alienígenas que equiparon con premura el Grand Hotel construyeron la lavandería automática no muy lejos del refectorio. En la gran sala había dos mujeres más. Adrede, Nai eligió usar las máquinas que estaban en el lado opuesto, de modo de poder mantener una conversación privada con Nicole.

—Te pedí que vinieras conmigo hoy —dijo, mientras empezaba a clasificar la ropa— porque deseaba hablar contigo respecto de Galileo… —Hizo una pausa, luchando consigo misma—. Discúlpame, Nicole, mis sentimientos en este asunto son tan intensos… No estoy segura…

—Está bien, Nai —la tranquilizó Nicole suavemente—. Entiendo… Recuerda que yo también soy madre.

—Estoy desesperada, Nicole —prosiguió Nai—. Necesito tu ayuda… Nada de lo que me haya ocurrido en la vida, ni siquiera el asesinato de Kenji, me afectó como esta situación… Me consume la angustia por mi hijo… Ni siquiera la meditación me brinda paz.

Mientras hablaba, Nai dividió la ropa en tres montones. Los puso en tres máquinas lavadoras y volvió al lado de Nicole.

—Mira —dijo—. Soy la primera en admitir que la conducta de Galileo no fue perfecta… Después del largo sueño, cuando nos mudaron acá, fue muy lento para relacionarse con los demás… No participaba en las clases que Patrick, Ellie, Eponine y yo habíamos organizado para los chicos y, cuando venía, no hacía los deberes… Galileo era hosco, terco y desagradable con todos menos con María.

—Nunca me hablaba sobre lo que sentía… Lo único que parecía disfrutar era ir a la sala de esparcimiento para practicar ejercicios de desarrollo muscular… A propósito, se encuentra muy orgulloso de su fuerza física.

Nai dejó de hablar un momento.

—Galileo no es mala persona, Nicole —afirmó, como disculpándose—. Sólo está confuso… Se durmió como niño de seis años y despertó con veintiuno, con el cuerpo y los deseos de un varón joven…

Se detuvo. En los ojos le habían aparecido lágrimas.

—¿Cómo se podía esperar que supiera cómo actuar…? —continuó con dificultad. Nicole extendió los brazos hacia ella, pero Nai no aceptó la oferta—. He tratado de ayudarlo, pero no pude —continuó Nai. No sé qué hacer… Y temo que ahora sea demasiado tarde.

Nicole recordó sus propias noches de insomnio en Nuevo Edén, cuando lloraba a menudo, frustrada, por Katie.

—Entiendo, Nai —dijo en voz baja—. Créeme que te entiendo.

—Una vez, nada más que una vez —dijo Nai después de una pausa——, llegué a tener un atisbo de lo que hay debajo de ese frío aspecto exterior que Galileo exhibe con tanto orgullo… Fue en medio de la noche posterior al asunto con María, cuando volvió de su sesión con Cubo Grande. Estábamos juntos en el corredor, nada más que nosotros dos, y él estaba gimiendo y golpeando la pared… «¡No iba a lastimarla, mamá; tienes que creerme!», gritaba, «¡Amo a María… Es que no pude contenerme!»

—¿Qué pasó con Galileo y María? —preguntó Nicole cuando Nai volvió a detenerse unos segundos—. No estoy al tanto.

—¡Oh! —exclamó Nai, sorprendida—, estaba segura de que alguien ya te lo habría contado. —Vaciló unos instantes—. En aquel momento, Max dijo que Galileo había tratado de violar a María y que lo habría conseguido, de no haber vuelto Benjy a la sala y arrancado a Galileo de encima de la muchacha… Después, Max admitió ante mí que pudo haberse excedido al emplear la palabra “violación”, pero que, sin lugar a dudas, Galileo “se había pasado de la raya”…

—Mi hijo me dijo que María lo había incitado, al principio por lo menos, y que cayeron al suelo mientras se besaban… Ella todavía estaba participando con todo entusiasmo, según Galileo, hasta que él empezó a bajarle la bombacha… Ahí fue cuando empezó la lucha…

Nai trató de calmarse.

—El resto de la historia, no importa quién la relate, no es muy agradable. Galileo admite que golpeó a María, y varias veces, después que ella empezó a gritar, y que la retuvo en el suelo y siguió bajándole la bombacha… Él había cerrado la puerta con llave. Benjy la derribó con el hombro y se tiró sobre Galileo con todas sus fuerzas… Debido al ruido y a los daños a la propiedad, Cubo Grande acudió, así como muchos mirones…

Había más lágrimas en los ojos de Nai.

—Debe de haber sido horrible —comentó Nicole.

—Esa noche, mi vida se hizo trizas —dijo Nai—. Todos censuraron a Galileo. Cuando Cubo Grande lo puso en libertad bajo palabra y lo devolvió a la unidad que ocupaba la familia, Max, Patrick, y hasta Kepler, su propio hermano, opinaban que el castigo era demasiado leve. Y si alguna vez insinué que quizá, nada más que quizá, la bella y querida María pudo haber sido parcialmente responsable por lo que ocurrió, todos me decían que yo “carecía de imparcialidad” y que estaba “ciega a los hechos”…

—María desempeñó su papel a la perfección —continuó Nai, con indisimulada aspereza en la voz—. Más tarde admitió que voluntariamente había besado a Galileo, ya antes se habían besado dos veces, dijo, pero insistió en que empezó a decir “no” antes de que él la hiciera caer al suelo. María lloró durante una hora inmediatamente después del incidente. Apenas si podía hablar. Todos los hombres trataron de reconfortarla, incluso Patrick. Todos estaban convencidos, aun antes de que ella dijera algo siquiera, de que no tenía culpa alguna.

Sonaron campanillas suaves, indicando que el lavado se había completado. Nai se levantó lentamente, fue hasta las máquinas y puso la ropa en dos secadoras.

—Todos estuvimos de acuerdo en que María debía mudarse a la habitación de al lado, con Max, Eponine y Ellie —continuó—. Creí que el tiempo sanaría las heridas. Me equivoqué. Todos, excepto yo, excluyeron a Galileo de la familia. Kepler ni siquiera le hablaba. Patrick era cortés, pero distante… Galileo se refugió aún más en su coraza, dejó de asistir del todo a las clases y pasaba la mayor parte de sus horas de vigilia solo, en el salón de pesas.

—Hace unos cinco meses me acerqué a María y le supliqué que ayudara a Galileo… Fue humillante, Nicole. Ahí estaba yo, una mujer adulta, rogándole a una adolescente que le hiciera un favor… Primero le había preguntado a Patrick, a Eponine y, después, a Ellie, si hablarían con María por mí. Únicamente Ellie hizo un esfuerzo por interceder, y me informó, después de su intento, que la apelación tendría que venir directamente de mí.

—María finalmente aceptó hablar con Galileo, pero únicamente después de forzarme a escuchar una perorata sobre cómo ella todavía se sentía “violada” por el ataque de Galileo. También estipuló que la reunión debía ser precedida por una disculpa sincera y por escrito de Galileo, así como que yo en persona asistiera a la conversación, con el objeto de evitar cualquier situación desagradable.

Nai meneó la cabeza.

—Y ahora te pregunto, Nicole. ¿Cómo es posible, por Dios, que una chica de dieciséis años, que ha estado despierta durante nada más que dos en toda su vida, se haya vuelto tan perversa? Alguien, y mi conjetura es que fueron Max y Eponine, estuvo asesorándola acerca de cómo comportarse. María quería humillarme y hacer que Galileo sufriera lo más posible… y por cierto que lo consiguió.

—Sé que parece improbable —Nicole habló por primera vez en vanos minutos—, pero conocí gente con increíbles dones naturales, que saben, de manera intuitiva y a edad muy temprana, cómo habérselas con cualquier posible situación. María puede ser una de ellas.

Nai pasó por alto el comentario.

—El encuentro resultó muy bien. Galileo cooperó y María aceptó la disculpa que él le escribió. Durante las siguientes semanas, ella parecía desvivirse para incorporarlo a lo que fuera que los jóvenes estuvieran haciendo… pero él seguía siendo un extraño en ese grupo, un intruso. Yo me daba cuenta… y sospecho que él también.

—Entonces, un día, en el refectorio, mientras los cinco estaban sentados juntos, el resto de nosotros había comido temprano y ya regresado a nuestras habitaciones, un par de iguanas se sentó al otro extremo de la mesa. Según Kepler, las iguanas eran deliberadamente repulsivas. Hundían la cabeza en sus platos, absorbiendo con ruido esos gusanos serpenteantes que a ellas les encantan y, después, miraron con fijeza a las muchachas, en especial a María, con esos ojuelos amarillos y saltones. Nikki hizo un comentario respecto de que ya no tenía más hambre, y María estuvo de acuerdo con ella.

—En ese momento, Galileo se levantó de su asiento, dio unos pasos hacia las iguanas y dijo «¡Soo, fuera!», o algo por el estilo. Una de las iguanas saltó hacia él. Galileo aferró a la primera iguana por el cuello y la sacudió con ferocidad. El ser murió con el cuello roto. La segunda también atacó, apresando el antebrazo de Galileo con sus poderosos dientes. Antes que los cabezas de cubo llegaran para poner fin a la gresca, Galileo la había golpeado contra la mesa, hasta matarla.

Nai parecía estar sorprendentemente calmada cuando terminó el relato.

—Se llevaron a Galileo. Tres horas después, Cubo Grande vino a nuestras habitaciones y nos informó que quedaría permanentemente detenido en otra parte de la espacionave. Cuando pregunté por qué, el supercabeza de cubo me contestó lo mismo que me dijo cada vez que le hice la pregunta desde ese entonces: «Hemos decidido que la conducta de su hijo no es aceptable».

Otra secuencia de campanilleos cortos anunció que el ciclo de secado estaba completo. Nicole ayudó a Nai a plegar la ropa sobre la mesa larga.

—Se me permite verlo nada más que dos horas por día —continuó Nai—. Aunque Galileo es demasiado orgulloso como para quejarse, puedo darme cuenta de que está sufriendo… El Consejo incluyó a Galileo en la lista como a uno de los cinco seres humanos a los que se mantiene “retenidos” sin adecuada justificación, pero no sé si los cabezas de cubo prestan oídos en serio a las quejas de esos humanos.

Nai dejó de plegar ropa y puso la mano sobre el antebrazo de Nicole.

—Esa es la razón de que te esté pidiendo ayuda —dijo—. En la jerarquía alienígena, El Águila está en una posición aún más elevada que la de Cubo Grande. Es evidente que El Águila presta cuidadosa atención a lo que tú dices… ¿Podrías, te lo suplico, hablar con él sobre Galileo?

—Es lo correcto —le dijo Nicole a Ellie, sacando sus pertenencias del armario—, debí haber estado en la otra habitación desde el principio.

—Hablamos sobre eso antes que llegaras —contestó Ellie—, pero tanto Nai como María dijeron que no había inconveniente en que la chica se mudara a la habitación de al lado, de modo que tú pudieras estar aquí con Nikki y conmigo.

—De todos modos… —insistió Nicole. Puso su ropa sobre la mesa y miró a su hija—. Sabes, Ellie, estuve aquí desde hace nada más que unos días, pero me llama terriblemente la atención lo absorbidos que todos están en las trivialidades cotidianas de la vida… y no me estoy refiriendo sólo a Nai y sus preocupaciones. La gente con la que conversé en el refectorio, o en las otras salas de uso en común, pasa un sorprendentemente escaso porcentaje de su tiempo discurriendo sobre lo que realmente pasa aquí. Nada más que dos personas me hicieron preguntas sobre El Águila. Y allá arriba, anoche, en la cubierta de observación, mientras una docena de nosotros contemplaba ese asombroso tetraedro, nadie quiso conversar sobre quién pudo haberlo construido y con qué propósito.

Ellie rió.

—Todos los demás han estado aquí desde hace un año ya, mamá. Hicieron todas esas preguntas hace mucho, y durante muchas semanas, pero no recibieron respuestas satisfactorias. Está en la naturaleza humana que, cuando no podemos responder a una pregunta infinita, la descartemos hasta obtener nueva información.

Levantó todas las cosas de su madre.

—Ahora bien, les dijimos a todos que te dejen a solas y hoy te permitan hacer una siesta. Nadie deberá entrar en la habitación durante las dos horas siguientes. Por favor, mamá, utiliza esta oportunidad para descansar… Cuando Doctora Azul se fue anoche, me dijo que tu corazón estaba mostrando señales de fatiga a pesar de todas las sondas complementarias.

—El señor Kowalski indudablemente no se sentía feliz por tener una octoaraña en nuestro rayo —comentó Nicole.

—Se lo expliqué. Lo mismo hizo Cubo Grande. No te preocupes por eso.

—Gracias, Ellie —dijo Nicole, y besó a su hija en la mejilla.