3
Los días pasaban con mucha lentitud. Richard, Ellie y Nikki estuvieron sin una referencia de tiempo al principio, pero pronto se enteraron de que las octoarañas tienen un reloj interno maravillosamente preciso, que se calibra y mejora durante su educación cuando son individuos jóvenes. Después de que convirtieron a Archie al uso de mediciones del tiempo según las unidades humanas (Richard recurrió a su manida cita «Donde estuvieres…», para convencerlo de que abandonara, temporalmente al menos, sus terts, wodens, fengs y nillets), descubrieron, mediante rápidas miradas subrepticias al reloj digital del guardia, cuando éste les traía comida o agua, que la precisión de la sincronización interna de Archie era superior a diez segundos cada veinticuatro horas.
Nikki se divertía preguntándole constantemente la hora a Archie. Como resultado, después de repetidas observaciones, Richard, y hasta Nikki, aprendieron cómo leer los colores de Archie para expresar referencias de tiempo y números pequeños. De hecho, a medida que pasaban los días, la conversación regular en el sótano mejoraba notablemente la comprensión general que Richard tenía del idioma de las octoarañas. Aunque su capacidad para entender las bandas de colores todavía no era tan desarrollada como la de Ellie, después de una semana pudo conversar cómodamente con Archie sin necesitarla como intérprete.
Los seres humanos dormían en futón[8] tendidos en el suelo. Archie se acurrucaba detrás de ellos durante las pocas horas que dormía cada noche. Uno de los dos hombres orientales, o los dos, les reabastecían los víveres una vez por día. Richard nunca dejaba de recordarles a los guardias que todavía estaban esperando las mochilas y la audiencia con Nakamura.
Al cabo de ocho días, los baños diarios con esponja, en la palangana que estaba contigua al inodoro del sótano, ya no fueron satisfactorios. Richard preguntó si podrían tener acceso a una ducha y un poco de jabón. Varias horas después, por la escalera se transportó una tina grande de lavandería. Cada uno de los seres humanos se bañó, aunque Nikki, al principio, estuvo sorpresivamente renuente a mostrarse desnuda delante de Archie. Después de bañarse, Richard y Ellie se sintieron lo suficientemente bien como para arreglárselas para compartir algo de optimismo.
—No hay manera en que pueda mantener nuestra existencia en secreto para siempre —dijo Richard—. Demasiados soldados nos vieron… y les sería imposible no decir algo, no importa lo que Nakamura ordenase.
—Estoy segura de que van a venir a buscarnos pronto —añadió Ellie con vivacidad.
Hacia el final de su segunda semana de encierro, empero, su temporal optimismo se había desvanecido. Richard y Ellie estaban empezando a perder la esperanza. No ayudaba que Nikki se hubiera convertido en una completa malcriada, que proclamaba con regularidad que estaba aburrida y se quejaba por no tener qué hacer. Archie empezó a narrarle cuentos para mantenerla ocupada; sus “leyendas” (había tenido una larga discusión con Ellie sobre el exacto significado de la palabra, antes de que finalmente aceptara el vocablo) octoarácnidas deleitaban a la niñita.
Ayudaba que las traducciones de Ellie retumbaran con las frases resonantes que la niña ya relacionaba con sus cuentos de hadas a la hora de acostarse. «Érase una vez, allá en los días de los Precursores…», empezaba Archie un relato, y Nikki lanzaba chillidos de expectación.
—¿Qué aspecto tenían los Precursores, Archie? —preguntó la pequeña después de uno de esos relatos.
—Las leyendas nunca lo dicen —repuso Archie—, así que supongo que en tu imaginación puedes crear cualquier imagen de ellos que te plazca.
—¿Ese cuento es verdad? —le preguntó en otra ocasión—. ¿Las octoarañas realmente no habrían dejado jamás su propio planeta, si primero los Precursores no las hubieran llevado al espacio?
—Así lo indican las leyendas —contestó Archie—. Dicen que casi todo lo que supimos hasta hace unos cincuenta mil años nos fue enseñado, originalmente, por los Precursores.
Una noche, después que Nikki se durmió, Richard y Ellie le preguntaron a Archie sobre el origen de las leyendas.
—Se han estado contando durante decenas de miles de nuestros años —dijo la octoaraña—. Los primeros registros documentados de nuestro género contienen muchos de los relatos que compartí con ustedes en estos últimos días… Existen varias opiniones diferentes sobre cuánto de realidad tienen las leyendas… Doctora Azul cree que, en lo básico, son exactas y que son, probablemente, obra de algún maestro de la narración, un alternativo, claro está, cuyo genio no fue reconocido en su propia época.
—Si hemos de hacer caso a las leyendas —explicó, en respuesta a otra de las preguntas de Richard—, hace muchos, muchos años, nosotras, las octoarañas, éramos seres sencillos, que nos desplazábamos por los mares y cuya evolución natural únicamente había producido inteligencia y conciencia mínimas. Fueron los Precursores los que descubrieron nuestro potencial, al hacer la identificación de nuestra estructura genética, y fueron ellos los que nos alteraron en el curso de muchas generaciones hasta transformarnos en lo que nos habíamos convertido cuando sucedió la Gran Calamidad.
—¿Exactamente qué les pasó a los Precursores? —preguntó Ellie.
—Hay muchos relatos, algunos de ellos contradictorios. La mayoría, o la totalidad, de los Precursores que vivían en el planeta primigenio que compartíamos con ellos, probablemente fue muerta en la Gran Calamidad. Algunas de las leyendas sugieren que sus remotos puestos colonizadores de avanzada alrededor de las estrellas próximas sobrevivieron durante varios centenares de años, pero, al final, también sucumbieron. Una de las leyendas dice que los Precursores siguieron prosperando en otros sistemas estelares, más favorables, y se convirtieron en la forma dominante de inteligencia en la galaxia. No lo sabemos. Todo lo que se conoce con seguridad es que la parte de tierra emergida de nuestro planeta primigenio quedó inhabitable durante muchos, muchos años, y que, cuando la civilización octoarácnida se aventuró a salir otra vez fuera del agua, ninguno de los Precursores estaba vivo.
El grupo de cuatro desarrolló en el sótano su propio ritmo diurno, a medida que los días se estiraban hasta convertirse en semanas. Todas las mañanas, antes que Nikki y Ellie despertaran, Archie y Richard hablaban sobre una amplia gama de temas de interés mutuo. Para esos momentos, la lectura de labios que hacía Archie era casi impecable, y la comprensión que Richard tenía de los colores octoarácnidos era tan buena que sólo en raras ocasiones se le pedía a la octoaraña que repitiera lo que había dicho.
Muchas de las conversaciones versaban sobre ciencia. Archie estaba particularmente fascinado por la historia de la ciencia en la especie humana. Quería saber qué descubrimientos se hicieron y cuándo, qué impulsó las investigaciones o experimentos clave, y a qué modelos inexactos o antagónicos que explicaban los fenómenos se descartó como consecuencia de cada nueva adquisición de conocimientos.
—Así que, en tu especie, realmente fue la guerra lo que aceleró el desarrollo de la aeronáutica y la física nuclear —comentó Archie una mañana—. ¡Qué concepto asombroso…! No te imaginas —añadió unos segundos después— cómo me sacude experimentar, aun en forma indirecta, el proceso progresivo de aprendizaje de la naturaleza que siguieron ustedes… Nuestra historia es del todo diferente. En el comienzo, nuestra especie era completamente ignorante. Poco tiempo después, se creó una nueva clase de octoaraña, una clase que no sólo podía pensar sino también observar el mundo y entender lo que estaba viendo. Nuestros mentores y creadores, los Precursores, ya tenían explicaciones para todo. Nuestra tarea, como especie, era bastante simple. Aprendimos lo que pudimos de nuestros maestros. Naturalmente, no teníamos el menor concepto del principio de ensayo y error sobre el que se basa la ciencia. Tampoco teníamos la más mínima idea de cómo evoluciona cualquier componente de una cultura. La brillante manipulación genética de los Precursores nos permitió saltar centenares de millones de años de evolución.
—De más está decir que estábamos lamentablemente faltos de preparación para hacemos cargo de nosotros mismos después que ocurrió la Gran Calamidad. Según las más históricas de nuestras leyendas, nuestra actividad intelectual primordial, durante los varios centenares de años posteriores, consistió en acumular y entender tanto de la información de los Precursores como nos fue dable hallar o recordar, o ambas cosas. Mientras tanto, sin nuestros benefactores cerca para que brindaran pautas éticas, nuestro progreso sociológico fue negativo. Entramos en un período largo, muy largo, en el que estaba en cuestión si las nuevas e inteligentes octoarañas creadas por los Precursores en verdad sobrevivirían…
Richard estaba abrumado por la noción de lo que él denominaba “especie tecnológica derivada”.
—Nunca imaginé —le dijo una mañana a Archie, con la excitación usual en él cuando hacía un descubrimiento— que podría existir una especie que viajara por el espacio y que nunca hubiera resuelto, por sí misma, las leyes de la gravitación, y que nunca hubiera inferido, en una larga secuencia de experimentos, los aspectos esenciales de la física, tales como las características del espectro electromagnético. Es un pensamiento que aturde… Pero ahora que entiendo lo que me estás diciendo, parece bastante natural. Si la especie A, constituida por seres evolucionados que viajan por el espacio, se encuentra con la especie B, inteligente pero situada más abajo en la escala evolutiva, resulta perfectamente lógico suponer que, después del contacto, la especie B iba a pasar de largo los peldaños que estaban entre…
—Nuestro caso, claro está —explicó Archie esa misma mañana—, fue aún más insólito. El paradigma que estás describiendo es bastante natural en verdad, y ocurrió, tanto según nuestra historia como según las leyendas, harto frecuentemente. La mayoría de las especies que hacen viajes por el espacio es resultado de las interferencias, para usar tu vocablo, antes que de la evolución natural. Tomemos los avianos y los sésiles, por ejemplo. Su simbiosis, que se desarrolló sin interferencias externas, ya había existido durante miles de años en un sistema estelar no muy distante de nuestro planeta natal, cuando fueron visitados, por primera vez, por una misión exploratoria de los Precursores. Casi con seguridad, los avianos y los sésiles nunca habrían desarrollado por sí mismos la capacidad de desplazarse por el espacio. Sin embargo, después de encontrarse con los Precursores y de ver una espacionave por primera vez, pidieron, y recibieron, la tecnología necesaria para alcanzar el vuelo espacial…
—Nuestra situación es genéricamente diferente, y definitivamente mucho más inferencial. Si nuestras leyendas son ciertas, los Precursores ya viajaban por el espacio cuando nosotras, las octoarañas, todavía éramos por completo carentes de comprensión; en esa época ni siquiera teníamos la capacidad de concebir la idea de un planeta, y mucho menos la del espacio que lo rodeaba. Nuestro destino fue decidido por los evolucionados seres con los que compartíamos nuestro mundo. Los Precursores reconocieron el potencial que había en nuestra estructura genética. Usando sus facultades para la ingeniería biológica nos mejoraron, nos dieron una mente, compartieron su información con nosotros, y crearon una cultura avanzada allí donde probablemente no habría existido ninguna…
Un vínculo profundo se formó entre Richard y Archie como resultado de sus conversaciones regulares durante la mañana temprano. Sin ser molestados por distracción alguna, los dos pudieron compartir su amor fundamental por el conocimiento. Cada uno amplió la comprensión del otro enriqueciendo su mutuo aprecio por las maravillas del universo.
Nikki casi siempre despertaba antes que Ellie. Poco después que la niña hubiera terminado su desayuno, el grupo ingresaba en el segundo segmento de su programa diario de actividades. Aunque Nikki ocasionalmente jugaba a algo con Archie, pasaba la mayor parte de lo que se podría llamar su “mañana” tomando clases informales. Tenía tres maestros. Leía un poco, hacía sumas y restas elementales, hablaba con su abuelo sobre ciencia y la naturaleza, y tomaba lecciones con Archie sobre moral y ética. También aprendió el alfabeto octoarácnido y unas pocas frases simples; era muy rápida con el idioma de colores, hecho que los demás atribuían, tanto a sus genes alterados como a su inteligencia natural.
—Nuestros jóvenes pasan una importante cantidad de su tiempo de educación discutiendo e interpretando estudios de miembros individuales, o de grupos, que plantean problemas morales —les informó Archie a Richard y Ellie una mañana, durante una discusión sobre educación—. Como ejemplos se eligen situaciones de la vida diaria, si bien los hechos reales se pueden alterar levemente para agudizar las cuestiones, y a las jóvenes octoarañas se les pide que evalúen cómo son de aceptables las diversas reacciones posibles. Los educandos hacen esto en discusión abierta.
—¿Esto es para exponer a los jóvenes, a edad temprana, al concepto de Optimización? —preguntó Richard.
—En realidad, no. Lo que tratamos de hacer es prepararlos para la verdadera tarea de vivir, que entraña la interacción regular con los demás, con muchas opciones de comportamiento. A cada joven se lo alienta con entusiasmo para que utilice esos ejemplos sociales en el desarrollo de su propio sistema de valores. Nuestra especie cree que el conocimiento no existe en el vacío. Sólo cuando el conocimiento es parte integrante de una manera de vivir adquiere verdadera importancia…
Los ejemplos sociales de estudio que Archie le planteaba a Nikki eran problemas sencillos, pero elegantes, sobre ética. Los temas básicos de la mentira, la equidad, el prejuicio y el egoísmo se cubrieron en las ocho primeras lecciones. Las reacciones de la niña ante las situaciones a menudo recurrían a ejemplos de su propia vida.
—Galileo siempre dice o hace lo que él crea que le va a permitir salirse con la suya —comentó Nikki en el transcurso de una de las lecciones; con lo que demostró que había entendido el principio fundamental que planteaba el ejemplo en cuestión—. Para él, lo que él quiere es más importante que cualquier otra cosa… Kepler es diferente. Nunca me hace llorar…
Nikki hacía la siesta a la tarde. Mientras ella dormía, Richard, Ellie y Archie frecuentemente intercambiaban comentarios y percepciones que destacaban las similitudes y diferencias entre las dos especies.
—Si entendí correctamente —dijo Ellie un día, después de una vivificante conversación sobre cómo los seres inteligentes y sensibles debían tratar a los miembros de su comunidad que exhibieran un comportamiento antisocial—, la sociedad de ustedes es mucho menos tolerante que la nuestra… Resulta claro que existe una “forma preferida de vida” que fomentan las comunidades. Aquellas octoarañas que no adoptan ese modelo preferido no sólo son sometidas a un ostracismo temprano sino que, también, se les niega la participación en muchas de las actividades más gratificantes de la vida, y se las “extermina” después de un período de vida más breve que el normal…
—En nuestra sociedad —explicó Archie— lo que es aceptable siempre es claro, no hay confusiones como en la sociedad de ustedes. De esa manera, nuestros miembros toman sus decisiones con cabal conocimiento de las consecuencias… A propósito, el Dominio Alternativo no es como una de las prisiones de ustedes, es un lugar en el que las Octoarañas, y otras especies también, pueden vivir sin la regimentación y optimización necesarias para el desarrollo y la supervivencia continuos de la colonia. Algunos de los alternativos viven hasta llegar a ser muy viejos, y son bastante felices…
—La sociedad de ustedes, por lo menos por lo que observé de ella, no parece entender la inconsecuencia fundamental que existe entre libertad individual y bienestar común. Ambos deben equilibrarse cuidadosamente. Ningún grupo puede sobrevivir, y menos aún prosperar, a menos que lo que sea bueno para la comunidad como un todo sea más importante que la libertad individual… Tomemos, por ejemplo, la asignación de recursos. ¿Cómo le es posible a alguien que tenga algo de inteligencia justificar, en función de la comunidad entera, la acumulación y el acaparamiento de ingentes cantidades de posesiones materiales por parte de unos pocos miembros, cuando otros ni siquiera tienen comida, ropa y otros elementos esenciales…?
En el sótano, Archie no era la octoaraña reservada o evasiva, o ambas cosas, que a veces había sido en la Ciudad Esmeralda. Hablaba abiertamente sobre todos los aspectos de su civilización, como si la misión en común que estaba efectuando con sus colegas humanos lo hubiera liberado, de alguna manera, de todas sus represiones. ¿Conscientemente Archie estaba enviando un mensaje a los demás seres humanos que, casi con toda seguridad, estaban vigilando la conversación? Quizá. Pero, ¿cuánto de la conversación podían haber entendido los hombres de Nakamura, ya que nada sabían del idioma de colores? No, era más probable que Archie, mejor que cualquiera de los seres humanos, se diera cuenta de que su muerte era inminente y quisiera que sus últimos días fueran tan significativos y estimulantes como le fuese posible.
Una noche, antes de que Richard y Ellie se fueran a dormir, Archie dijo que tenía que comunicarles algo “personal”.
—No quiero alarmarlos —comenzó—, pero he consumido casi toda la reserva de barrican que hay en mi amortiguador de ingesta. Si permanecemos aquí mucho más tiempo y se agota mi barrican, yo, como ustedes ya saben, voy a empezar a experimentar la madurez sexual. Según nuestros archivos, en ese momento me voy a volver más agresivo y posesivo. Espero no hacer…
—No te preocupes por eso —dijo Richard, lanzando una carcajada—. Ya tuve que vérmelas con adolescentes antes. Seguramente podré manejar una octoaraña que ya no tiene un temperamento perfecto.
Una mañana, el guardia que les traía la comida y el agua le dijo a Ellie que ella y la niña se prepararen para irse.
—¿Cuándo? —preguntó Ellie.
—Diez minutos —contestó el guardia.
—¿Adónde vamos? —averiguó Ellie.
El guardia no dijo más y desapareció en lo alto de la escalera.
Mientras Ellie hacía lo mejor que podía para refrescarse a sí misma y a Nikki (sólo habían traído consigo tres mudas de ropa y habían tenido dificultades para lavarlas), repasó con Richard y Archie lo que habría de decir si tuviera que encontrarse con Nakamura o con cualquiera de los demás dirigentes de la colonia.
—No te olvides —hizo hincapié su padre, en un rápido susurro en uno de los rincones de la habitación— de que aunque esté muy bien decir que las octoarañas son una especie amante de la paz, no podremos detener una guerra a menos de que convenzamos a Nakamura de que no le es posible vencer en un conflicto armado. Hay que dejar bien en claro que la tecnología de las octoarañas progresó mucho más allá que la nuestra.
—Pero, ¿qué pasa si piden detalles específicos?
—No cabría esperar que conozcas detalles. Diles que yo puedo suministrárselos.
Ellie y Nikki fueron llevadas en coche eléctrico hasta el hospital de la colonia, en Ciudad Central. Se las hizo pasar velozmente, a través de la entrada de emergencia, a una oficina pequeña y estéril en la que había dos sillas, una litera o camilla que se usaba para exámenes, y una especie de complejo equipo electrónico. Ellie y Nikki se sentaron a solas durante diez minutos, antes que el doctor Robert Turner ingresara en la habitación.
Estaba muy envejecido.
—Hola, Nikki —la saludó, sonriendo y agachándose con los brazos extendidos—. Ven y dale un fuerte abrazo a papito.
La niña vaciló un instante y, después, cruzó corriendo la habitación hacia su padre. Robert la alzó y la hamacó en sus brazos. —¡Es tan bueno volver a verte, Nikki! —dijo.
Ellie se puso de pie y esperó. Al cabo de varios segundos, Robert volvió a poner a su hija en el suelo y miró a su esposa.
—¿Cómo estás, Ellie? —preguntó.
—Bien —contestó Ellie, sintiéndose súbitamente en una situación embarazosa—. ¿Cómo estás tú, Robert?
—Casi igual que antes.
Se encontraron en medio de la habitación y se abrazaron. Ellie trató de besarlo con ternura, pero sus labios apenas llegaron a rozarse antes que Robert se diera vuelta. Ellie pudo sentir la tensión en el cuerpo de él.
—¿Qué pasa, Robert? —preguntó suavemente—. ¿Qué tienes?
—Simplemente que estuve trabajando demasiado, como siempre —contestó él, y fue hasta el costado de la camilla de exámenes—. ¿Te sacarías la ropa y te tenderías aquí, Ellie, por favor? Quiero asegurarme de que estés completamente bien.
—¿Ahora, en este preciso momento? —preguntó Ellie sin dar crédito a sus oídos—. ¿Antes que hayamos hablado siquiera sobre lo que nos pasó durante los meses en que estuvimos separados?
—Lo siento, Ellie —contestó Robert, con vestigios de una sonrisa—. Estoy muy ocupado esta noche. El hospital está terriblemente necesitado de personal. Los convencí de que te soltaran prometiéndoles…
Ellie había rodeado la camilla y estaba parada muy cerca de su marido. Extendió la mano y tocó la de él.
—Robert —dijo con suavidad—, yo soy tu esposa. Te amo. No nos hemos visto durante más de un año. Estoy segura de que podrás robar un minuto…
Se habían formado lágrimas en los ojos de Robert.
—¿De qué se trata, Robert? Dime —Ellie experimentó un miedo súbito. Se casó con otra mujer, pensó, presa del pánico.
—¿Qué te pasó a ti, Ellie? —dijo de pronto él, alzando la voz—. ¿Cómo es posible que les hayas dicho a esos soldados que no fuiste secuestrada y que las octoarañas no eran hostiles…? Me convertiste en el hazmerreír de todos. Todos y cada uno de los ciudadanos de Nuevo Edén me oyó, en televisión, describiendo ese terrible momento en que fuiste secuestrada… Mis recuerdos son tan horriblemente claros…
Ellie había retrocedido al principio, cuando Robert empezó su arranque de cólera. Mientras estaba parada allí escuchando, sosteniéndole aún la mano, la angustia de él resultaba evidente.
—Hice esos comentarios, Robert, porque estaba, y estoy, tratando de hacer todo lo que pueda para detener un conflicto entre las octoarañas y nosotros… Lamento que mis observaciones te hayan infligido dolor.
—Las octoarañas te lavaron el cerebro, Ellie —continuó Robert con amargura—. Lo supe no bien los hombres de Nakamura me mostraron los informes. De algún modo te manipularon la mente, y ya no estás en contacto con la realidad.
Nikki había empezado a lloriquear cuando Robert levantó la voz por primera vez. No entendía a qué se debía el desacuerdo entre sus padres, pero se daba cuenta de que no todo andaba bien. Empezó a llorar y se aferró a la pierna de la madre.
—Todo está bien, Nikki —la tranquilizó Ellie—. Tu padre y yo sólo estamos hablando.
Cuando Ellie alzó la vista de nuevo, Robert había tomado de una gaveta un casquete transparente y lo sostenía en la mano.
—¿Así que me vas a hacer un electroencefalograma —dijo Ellie con nerviosidad—, para asegurarte de que no me convertí en una de ellas?
—Eso no tiene gracia, Ellie —contestó Robert—. Todos mis EEG han sido extrañísimos desde que regresé a Nuevo Edén. No puedo explicarlo ni puede hacerlo el neurólogo de mi equipo. Dice que nunca vio cambios tan radicales en la actividad cerebral de una persona, salvo en el caso de lesiones graves.
—Robert —adujo Ellie, volviendo a tomarle la mano—, cuando te fuiste, las octoarañas implantaron un bloqueo microbiológico en tu memoria. Para protegernos… Eso podría ser parte de la explicación de tus peculiares ondas cerebrales.
Robert la miró largo rato sin hablar.
—Te secuestraron —dijo por fin—. Manipularon mi cerebro… Quién sabe qué pueden haberle hecho a nuestra hija… ¿Cómo es posible que las defiendas?
Ellie se sometió al EEG y los resultados no mostraron irregularidad alguna ni diferencias de importancia con las pruebas cerebrales de rutina que se le habían hecho durante los primeros tiempos de la colonia. Robert parecía estar legítimamente aliviado. Entonces le dijo que Nakamura y el gobierno estaban dispuestos a perdonar todas las acusaciones contra ella y le permitirían volver a su casa con Nikki, bajo arresto domiciliario temporal, claro está, si les suministraba información sobre las octoarañas. Ellie pensó durante unos minutos y después accedió.
Robert sonrió y le dio un fuerte abrazo.
—Bien —dijo—. Empezarás mañana… Se lo diré de inmediato.
Durante el viaje a lomo de avestrusaurio, Richard le había advertido a Ellie que Nakamura podría intentar usarla de alguna manera, muy probablemente para justificar la continua prosecución de la guerra por parte de él. Ellie sabía que al acceder de modo ostensible a ayudar al gobierno de Nuevo Edén, se estaba comprometiendo en un curso de acción muy peligroso.
Debo tener cuidado, se dijo, mientras se sumergía en una bañera de agua caliente, de no decir algo que pueda lesionar a Richard o Archie, ya que eso concedería a las tropas de Nakamura una injusta ventaja en una posible guerra.
Al principio, Nikki no se mostró familiarizada con su antiguo dormitorio, pero, al cabo de una hora, o algo así, de jugar con algunos de sus juguetes, pareció estar bastante complacida. Entró en el baño y se paró al lado de la bañera.
—¿Cuándo va a volver papito a casa? —preguntó.
—Va a venir tarde, corazón —contestó Ellie—, después que te hayas ido a dormir.
—Me gusta mi cuarto, mami. Es mucho mejor que ese viejo sótano.
—Me alegro —repuso Ellie. La niñita sonrió y salió del baño. Ellie hizo una profunda inspiración. No habría tenido el menor sentido, analizó racionalmente, que me hubiera rehusado y que se nos hubiera devuelto al confinamiento.