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Nicole apenas había terminado de bañarse, cuando los dos biots entraron en la habitación. Uno era un cangrejo y el otro se parecía a un gigantesco camioncito de juguete; el cangrejo empleaba una combinación de sus poderosas pinzas y formidable panoplia de artilugios auxiliares, para cortar el receptáculo de dormir de Nicole y reducirlo a trozos más manejables. Los trozos se apilaban después en la plataforma del camión. En su trayecto de salida de la sala, menos de un minuto después, el cangrejo levantó la bañera y todos los asientos que quedaban y los amontonó encima de lo que ya había en la plataforma del camión. Acto seguido, puso la mesa sobre su propio lomo y desapareció de la sala vacía, siguiendo al biot camión.
Nicole se alisó el vestido.
—Nunca olvidaré la primera vez que vi un biot cangrejo —comentó a sus dos compañeros—. Fue en la enorme pantalla del centro de control de la Newton, hace muchísimos años. Todos estábamos aterrorizados.
—Así que hoy es el día —dijo Doctora Azul en colores, varios segundos después—. ¿Estás lista para registrarte en el Grand Hotel?
—Probablemente, no —sonrió Nicole—. Por lo que tú y El Águila dijeron, barrunto que disfruté de mi último instante de aislamiento.
—Tu familia y amigos están muy excitados ante la idea de verte —señaló El Águila—. Los visité ayer y les dije que irías… Estarás con Max, Eponine, Ellie, Marius y Nikki. Patrick, Nai, Benjy, Kepler y María viven al lado… Tal como te expliqué la semana pasada, Patrick y Nai trataron a María como si fuera su propia hija, desde poco después que todos despertaron… Conocen todo el relato de cómo la rescataste durante el bombardeo…
—No sé si “rescatar” es exactamente el término —consideró Nicole, recordando con claridad las últimas horas que transcurrió en la antigua espacionave Rama—. La recogí porque no había alguien que cuidara de ella. Cualquiera habría hecho lo mismo.
—Le salvaste la vida —replicó El Águila—. No más de una hora después que saliste del zoológico con ella, tres bombas grandes devastaron el complejo en el que se hallaba María, así como las dos secciones adyacentes. Con toda seguridad, habría muerto si no la hubieras encontrado.
—Ahora es una joven hermosa e inteligente —dijo Doctora Azul—. Me encontré con ella brevemente hace varias semanas. Ellie dice que tiene una tremenda energía. Según comenta, la muchacha es la primera en despertar por la mañana, y la última que se va a dormir por la noche.
Igual que Katie, no pudo dejar de pensar Nicole. ¿Quién eres, María, se preguntó, y por qué se te envió a mi vida en ese preciso momento?
—… Ellie también me comentó que María y Nikki son inseparables —estaba diciendo Doctora Azul—. Estudian juntas, comen juntas y hablan sin cesar sobre todo… Nikki le contó a María sobre ti.
—¿Cómo es posible? Nikki todavía no tenía cuatro años la última vez que la vi. Los niños humanos no retienen recuerdos de edad tan temprana…
—Pues indudablemente los retienen, si duermen durante los quince años siguientes —apuntó El Águila—. Kepler y Galileo también conservaban reminiscencias muy claras de sus primeros días… Pero podemos hablar mientras viajamos. Ya es hora de que partamos.
El Águila ayudó a Nicole y Doctora Azul a ponerse los trajes espaciales. Después recogió la valija con las pertenencias de Nicole.
—Puse tu maletín médico aquí dentro, junto con tu ropa y los cosméticos que estuviste utilizando estos últimos días —dijo el alienígena.
—¿Mi maletín médico? —repitió Nicole. Rió—. ¡Por Dios, casi lo había olvidado!… Lo tenía conmigo, ¿no?, cuando encontré a María… Gracias.
El grupo salió de la sala, que estaba en la planta baja de la gran pirámide. Minutos después pasaron, a través de la grandiosa entrada en arco, hacia el edificio. Afuera, bajo la brillante luz de la fábrica, el todoterreno los aguardaba.
—Nos tomará alrededor de media hora llegar a los ascensores de alta velocidad —anunció El Águila—. Nuestro transbordador está estacionado en El Muelle, en el nivel más elevado.
Mientras se alejaban en el todoterreno, Nicole volvió la cabeza y miró hacia atrás. Más allá de la pirámide estaba la empinada montaña por la que habían ascendido tres días atrás.
—¿Así que realmente no tenías idea de por qué están ahí las mariposas biot? —preguntó por el micrófono de su casco espacial.
—No —contestó El Águila—. Mi mandato cubre nada más que el ciclo de ustedes.
Nicole siguió contemplando lo que dejaba atrás. El todoterreno pasó un conjunto de altos postes, diez o doce en total, conectados por alambres que corrían por las partes superior, inedia e inferior.
Todo esto va a ser parte de la nueva Rama, pensó. De pronto, se dio cuenta de que estaba a punto de salir del mundo de Rama por ultimísima vez. La invadió una poderosa sensación de tristeza. Este fue mi hogar, se dijo, y me estoy yendo para siempre.
—¿Me sería posible —le preguntó a El Águila, sin darse la vuelta— ver cualquiera de las demás partes de Rama, antes que nos vayamos para siempre?
—¿Para qué? —preguntó El Águila.
—No lo sé con certeza… A lo mejor, nada más que para poder demorarme una hora más en mis remembranzas.
—Las dos cuencas y el hemicilindro austral ya fueron remodelados por completo. No los reconocerías. Al Mar Cilíndrico se lo vació y eliminó. Incluso Nueva York está en el proceso de desmantelamiento…
—Pero no está destruida por completo ¿no es así?
—No, aún no.
—Entonces, ¿podemos ir ahí, por favor, nada más que por un ratito?
Por favor, complace a una vieja, pensó Nicole. Aun cuando ella misma no entienda el porqué.
—Muy bien —accedió El Águila—, pero vamos a demorarnos. Nueva York está en otra parte de la fábrica.
Estaban parados en un parapeto situado cerca de la azotea de uno de los rascacielos. La mayor parte de Nueva York había desaparecido, los edificios estaban arrasados y convertidos en montículos de escombros por la apabullante potencia de los grandes biots. Quedaban veinte o treinta edificios alrededor de una de las plazas.
—Había tres madrigueras debajo de la ciudad —le explicaba Nicole a Doctora Azul—. Una para nosotros, una para los avianos y una tercera ocupada por tus primos… Yo estaba abajo, dentro de la de los avianos, cuando Richard vino a rescatarme… —Dejó de hablar. Se dio cuenta de que ya se lo había contado y de que las octoarañas jamás olvidaban cosa alguna—. ¿Te molesta? —preguntó.
—Por favor, prosigue —dijo la octoaraña.
—Durante todo el tiempo que permanecimos aquí, ninguno de los que estábamos en esta isla sabíamos que había accesos a algunos de estos edificios. ¿No es asombroso? ¡Oh, cómo me habría gustado que Richard estuviera vivo aún, y poder haberle visto la cara cuando El Águila abrió la puerta que daba al octaedro…! Habría quedado tan pasmado…
—Sea como fuere, Richard volvió a meterse en el interior de Rama para buscarme… Y entonces nos enamoramos y resolvimos escapar de la isla utilizando a los avianos… Fue una época tan gloriosa, hace ya tantos años…
Nicole dio un paso hacia adelante, se aferró de la baranda con ambas manos y miró con intensidad en derredor. Con los ojos de la mente podía ver Nueva York tal como había sido.
Por allí estaban los terraplenes. Más allá estaba el Mar Cilíndrico… y en alguna parte, en medio de esos feos montones de metal, el cobertizo y la fosa en la que casi morí.
Las lágrimas aparecieron de repente, sorprendiéndola. Se vertieron abundantemente de los ojos y se derramaron por las mejillas. No dio vuelta la cabeza. Cinco de mis seis hijos nacieron por allá, debajo de ese suelo. Justo afuera de nuestra madriguera encontramos a Richard, después que desapareció durante dos años. Estaba en coma.
Las remembranzas se le aparecían a los tropezones en la mente, una detrás de otra, y cada una produciendo un dolor difuso en el corazón y un nuevo aflujo de lágrimas. No las podía contener. En un momento dado volvió a estar descendiendo hacia la madriguera de las octoarañas, para salvar a su hija Katie; en otro, sentía la excitación y el alborozo de remontarse por sobre el Mar Cilíndrico, unida por un arnés a tres avianos. Finalmente debemos morir, pensó, enjugándose las lágrimas con el dorso de la mano, porque en nuestro cerebro no queda lugar para más recuerdos.
Mientras Nicole fijaba la mirada más allá del destruido paisaje de Nueva York, transformándolo, con la mirada de la mente, en lo que había sido años atrás, experimentó una muy definida reminiscencia de una época aun anterior de su vida. Recordó un frío atardecer en Beauvois, a fines del otoño, durante sus últimos días en la Tierra, inmediatamente antes de que Geneviève y ella fueran a esquiar a Davos. Nicole estaba sentada con su padre y su hija ante el hogar de su casa de campo. Pierre se mostraba muy pensativo ese atardecer; había compartido con Nicole y Geneviève muchos momentos especiales de su cortejo a la madre de Nicole.
Más tarde, a la hora de acostarse, Geneviève le preguntó a su madre.
—¿Por qué el abuelo habla tanto sobre lo que ocurrió hace mucho?
—Porque eso es lo importante para él.
Perdónenme, pensó Nicole, con la mirada fija aún en los rascacielos que se alzaban frente a ella. Perdónenme todos ustedes, gente mayor cuyos relatos pasé por alto. No tuve intención de ser grosera ni condescendiente. Fue, tan sólo, que no entendía qué quería decir ser viejo.
Suspiró, hizo una profunda inspiración y se dio vuelta.
—¿Estás bien? —preguntó Doctora Azul.
Nicole asintió con la cabeza.
—Gracias por esto —le dijo a El Águila, con voz quebrada. Ahora estoy lista para irme.
Vio las luces no bien su pequeño trasbordador salió del hangar. Aun cuando todavía se encontraban a más de cien kilómetros de distancia, ya constituían una magnífica vista contra el fondo de negrura y de estrellas distantes.
—Este nodo tiene un vértice más —informó El Águila—, con lo que forma un tetraedro perfecto. El que visitaste cerca de Sirio no tenía un módulo de conocimientos.
Nicole miró con atención por la ventanilla del trasbordador, conteniendo el aliento. Parecía irreal, como si esa construcción iluminada que rotaba lentamente a lo lejos fuera una alucinación de su mente. En los vértices había cuatro grandes esferas, interconectadas mediante seis corredores lineales para transporte. Cada una de las esferas tenía exactamente el mismo tamaño. Cada una de las seis largas líneas delgadas que las conectaban tenía exactamente la misma longitud. A esta distancia, las luces individuales que se divisaban en el interior del nodo transparente se combinaban formando un continuo, de modo que toda la instalación parecía ser una grandiosa antorcha tetraédrica en la oscuridad del espacio.
—Es hermoso —dijo Nicole, incapaz de encontrar otras palabras que expresaran la emoción reverencial que sentía.
—Deberías verlo desde la cubierta de observación de nuestros aposentos —apuntó Doctora Azul—. Es deslumbrante. Estamos lo suficientemente cerca como para poder ver las diferentes luces interiores de las esferas, y hasta seguir los vehículos que van como relámpagos de un extremo a otro de los corredores para transporte… Muchos de los residentes del Grand Hotel permanecen en la cubierta durante horas, entreteniéndose en hacer suposiciones sobre las actividades que el desplazamiento de esas luces representa.
Nicole sintió que se le erizaba la piel de los brazos mientras contemplaba en silencio a El Nodo. Oyó una voz lejana, la voz de Francesca Sabatini, y un poema que Nicole había aprendido de memoria cuando estaba en la escuela.
¡Tigre! ¡Tigre!, tu brillo fulgura,
en la nocturnal espesura.
¿Qué mano o mirada que eterna perdura
podría tu temible simetría circunscribir?
¿Acaso quien creó el Cordero te creó a ti?, pensaba Nicole, mientras el tetraedro de luz seguía rotando. Recordó una conversación con Michael O'Toole, sostenida muy avanzada la noche, mientras se encontraban en El Nodo, cerca de Sirio.
—Tenernos que redimir a Dios después de esta experiencia —había dicho él—, y eliminar de Él nuestras homocéntricas limitaciones… El Dios que creó a los arquitectos de El Nodo debe de divertirse, sin duda, con nuestros patéticos intentos por definirlo en términos que los seres humanos puedan entender con facilidad.
Nicole estaba fascinada por El Nodo. Aun desde esa distancia, mientras rotaba lentamente, los diferentes aspectos que presentaba el tetraedro eran hipnotizantes. Mientras Nicole miraba, la instalación se desplazó hasta tomar una posición en la que uno de los cuatro triángulos equiláteros que formaban sus caras vacías quedaba en un plano perpendicular a la trayectoria de vuelo del trasbordador. El Nodo parecía por completo diferente, como si no tuviera profundidad. El cuarto vértice que, en realidad, estaba a unos treinta kilómetros más allá del plano, del otro lado de Nicole, aparentaba ser un nexo de luz en el centro del triángulo que miraba hacia el trasbordador.
Cuando el vehículo alteró bruscamente su dirección, El Nodo ya no fue visible. En cambio, allá en la distancia, Nicole pudo ver una solitaria estrella que emitía luz amarilla.
—Ésa es Tau de la Ballena —le informó El Águila—, una estrella muy parecida a tu Sol.
—¿Y por qué, si se me permite preguntar —se interesó Nicole—, es que El Nodo está aquí, en la vecindad de Tau de la Ballena?
—Es un emplazamiento temporal óptimo para servir de apoyo a nuestras actividades de adquisición de datos en esta parte de la galaxia.
Nicole le dio un suave empujoncito a Doctora Azul.
—¿Los ingenieros de ustedes a veces hablan en color diciendo galimatías sin sentido? —inquirió con una sonrisa—. Nuestro anfitrión, aquí presente, acaba de darnos una no-respuesta.
—Nosotros somos más humildes que ustedes, como especie, —contestó la octoaraña—. Una vez más, probablemente se deba a nuestra relación con los Precursores. No pretendemos tener la capacidad de entender todo.
—Hemos hablado muy poco sobre tu especie durante el tiempo transcurrido desde que desperté —le dijo Nicole a Doctora Azul, sintiéndose repentinamente egocéntrica y llena de disculpas—, aunque recuerdo que me dijiste que tu ex Optimizadora Principal, su gabinete y todos aquellos que habían llevado adelante la guerra fueron exterminados en forma ordenada. ¿La nueva dirigencia está trabajando a plena satisfacción?
—Más o menos —respondió Doctora Azul—, teniendo en cuenta las dificultades que presentan las condiciones en las que estarnos viviendo. Jamie trabaja en los niveles inferiores del nuevo gabinete, y está ocupado prácticamente todo el tiempo desde que se despierta. En realidad, no hemos podido alcanzar algo que se parezca a un equilibrio en nuestra colonia, debido a que hay una constante fricción con el exterior.
—La mayor parte de la cual es ocasionada por los seres humanos que hay a bordo —añadió El Águila—. No hemos discutido este asunto antes, Nicole —prosiguió—, pero ahora probablemente es un buen momento… Nos sorprendió la incapacidad de tus congéneres para adaptarse a la coexistencia interespecífica. Sólo unos pocos se sienten cómodos con la idea de que otra especie pueda ser tan importante y capaz como ellos.
—Te dije eso poco después que nos conociéramos, hace años —puntualizó Nicole—. Te señalé que, por diversos motivos históricos y sociológicos, hay una vasta gama de formas en las que los seres humanos reaccionan ante ideas y conceptos nuevos.
—Sé que lo hiciste —contestó El Águila—, pero nuestra experiencia contigo y con tu familia nos confundió. Hasta el momento en que despertamos a todos los sobrevivientes, habíamos llegado a la conclusión provisoria de que lo que sucedió en Nuevo Edén, donde los seres humanos agresivos y territoriales se apoderaban del mando, era una anomalía, que se explicaba teniendo en cuenta la extracción particular de los colonos. Ahora, después de observar un año de interacciones en el Grand Hotel, extrajimos la conclusión de que, en verdad, dentro de Rama teníamos un conjunto típico de seres humanos.
—Da la impresión de que podríamos estar entrando en una situación desagradable —aventuró Nicole—. ¿Hay otras cosas que necesito saber antes que lleguemos?
—En realidad, no. Ahora tenemos todo bajo control. Estoy seguro de que tus colegas compartirán contigo los detalles más importantes de sus experiencias… Además, la situación actual es sólo temporal, y esta fase está casi terminada.
—Al principio —terció Doctora Azul—, a todos los sobrevivientes de Rama se los distribuyó por toda la estrella de mar. En cada rayo había algunos seres humanos, algunas octoarañas y unos cuantos de nuestros animales de apoyo a los que se permitió sobrevivir debido al papel crítico que desempeñaban en nuestra estructura social. Todo eso cambió pocos meses más tarde, debido, primordialmente, a la continua hostilidad agresiva de los seres humanos… Ahora, los sectores de habitación de cada especie están concentrados en una sola región…
—Segregación —admitió Nicole con pesadumbre— es uno de los caracteres que definen a mi especie.
—La interacción interespecies ahora sólo tiene lugar en el refectorio y en otras salas de uso en común del centro de la estrella de mar —agregó El Águila—. Más de la mitad de los seres humanos, sin embargo, nunca sale de su rayo más que para comer, y evitan cuidadosamente la interacción aun entonces… Desde nuestro punto de vista, los seres humanos son asombrosamente xenófobos. En nuestra base de datos no hay muchos ejemplos de viajeros espaciales que estén tan atrasados desde el punto de vista sociológico, como la especie de ustedes.
El trasbordador giró en una nueva dirección y, una vez más, el espléndido tetraedro volvió a llenar el campo visual. Estaban mucho más cerca ahora. Había resolución de muchas fuentes individuales de luz, tanto en el interior de las esferas como en las largas y esbeltas líneas para transporte que las conectaban. Nicole contempló la belleza que tenía ante sí y lanzó un profundo suspiro. La conversación con Doctora Azul y El Águila la había deprimido. Quizá Richard tenía razón, dijo para sus adentros, quizás a la humanidad no se la puede cambiar, a menos que se le borren por completo los recuerdos y podamos empezar de nuevo, en un ambiente fresco, con un sistema operativo perfeccionado.
Cuando el trasbordador se acercó a la estrella de mar, Nicole tenía el estómago revuelto. Se dijo que no se debía preocupar por tonterías pero, de todos modos, se sentía incómoda con su apariencia. Se miraba en el espejo mientras se retocaba el maquillaje. No podía atenuar su angustia. Estoy vieja, pensó. Los chicos me van a encontrar fea.
La estrella de mar no era, ni con mucho, tan grande como lo había sido Rama. A Nicole le resultó fácil entender por qué estaba tan atestado el interior. El Águila le había explicado que la intercesión fue un plan de contingencia y que, como resultado, Rama había llegado a El Nodo varios años antes que lo originalmente organizado. A esa estrella de mar en especial, una espacionave anticuada a la que, de algún modo, se salvó del proceso de reciclado, se la había remodelado para convertirla en un hotel temporal, que alojara a los ocupantes de Rama hasta que se los pudiera mudar a alguna otra parte.
—Hemos dado órdenes estrictas —dijo El Águila— de que tu ingreso sea lo más suave posible, no queremos que tu organismo se vea más exigido que lo estrictamente necesario. Bloque Grande y su ejército despejaron los vestíbulos y los sectores de uso común que van desde la estación del trasbordador hasta tu habitación.
—¿Así que no vas a ir conmigo? —le preguntó Nicole.
—No. Tengo trabajo para hacer en El Nodo.
—Te acompañaré por la cubierta de observación, hasta llegar al acceso al rayo de los seres humanos —intervino Doctora Azul—. Desde ese momento estarás librada a ti misma. Por suerte, tus aposentos no están lejos de la entrada al rayo.
El Águila permaneció en el trasbordador mientras Nicole y Doctora Azul desembarcaban. El hombre pájaro alienígena las despidió con la mano en alto, mientras entraban en la esclusa de aire. Cuando, minutos después, pasaron a una gran cámara para vestirse que había en el otro lado de la esclusa, las recibió un robot conocido como Cubo Grande.
—Bienvenida, Nicole des Jardins Wakefield —saludó el gigantesco robot—. Nos alegra que haya arribado finalmente… Por favor, póngase su traje espacial, que está en el banco ubicado a su derecha.
Cubo Grande, que medía poco menos de tres metros de altura, casi dos de ancho y estaba construido con bloques rectangulares parecidos a aquellos con los que jugaban los niños humanos, tenía el aspecto exacto del robot que supervisaba las pruebas de ingeniería por las que Nicole y su familia habían pasado en El Nodo situado cerca de Sirio, muchos años atrás, antes de su regreso al sistema solar. El robot revoloteaba sobre Nicole y la octoaraña.
—Aunque estoy seguro —expresó Cubo Grande con su mecánica voz— de que usted no va a ocasionar problemas, quiero recordarle que todas las órdenes dadas por mí o por uno de los robots similares y de menor tamaño habrán de ser obedecidas sin demora. Es nuestro propósito mantener el orden en esta espacionave… Y ahora, síganme, por favor.
Cubo Grande se dio vuelta, rotando sobre las articulaciones de su parte media, y se desplazó hacia adelante sobre su único pie cilíndrico.
—A esta sala grande se la llama cubierta de observación —informó—. En condiciones normales es la más popular de nuestras salas de uso en común. Esta noche la hemos vaciado temporalmente para facilitarle a usted el acceso a sus aposentos.
Doctora Azul y Nicole se detuvieron un minuto delante del enorme ventanal que daba hacia El Nodo. La vista era ciertamente espectacular, pero Nicole no podía concentrar su atención en la belleza y el orden de la majestuosa arquitectura extraterrestre. Estaba ansiosa por ver a su familia y amigos.
Cubo Grande permaneció en la cubierta de observación, mientras Nicole y su compañera octoaraña recorrían el amplio corredor que rodeaba la espacionave. Doctora Azul le explicó a Nicole cómo localizar e identificar los sitios en los que se detenían los pequeños trenes. También le informó que los seres humanos estaban en el tercer rayo, yendo en cualquiera de las dos direcciones posibles desde la estación del trasbordador, mientras que las octoarañas estaban en los dos rayos a los que se llegaba desplazándose en sentido horario desde aquella estación.
—Los rayos cuarto y quinto —añadió Doctora Azul— están diseñados de manera diferente. Todos los demás seres viven ahí, así como aquellos humanos y octoarañas que fueron puestos a buen recaudo.
—¿Entonces Galileo está en una especie de prisión? —preguntó Nicole.
—No exactamente. Ocurre simplemente que en esa parte de la estrella de mar hay muchos más de los robots más chicos.
Descendieron juntas del tren, después de recorrer hasta casi la mitad el contorno de la estrella de mar. Cuando llegaron al acceso al rayo de los seres humanos, Doctora Azul mantuvo el dispositivo de examen frente a Nicole y leyó en la pantalla los colores de salida. Sobre la base de los datos iniciales que vio, empleó las cilias que tenía debajo de uno de los tentáculos para solicitar más información.
—¿Algo anda mal? —preguntó Nicole.
—Tu corazón sufrió algunas palpitaciones durante la hora pasada. Sólo quise conocer la amplitud y la frecuencia de las irregularidades.
—Estoy muy excitada —confesó Nicole—. Para los seres humanos es normal que la excitación produzca…
—Lo sé, pero El Águila me dio instrucciones en el sentido de que sea muy cuidadosa. —En la cabeza de la octoaraña no hubo colores durante varios segundos, mientras estudiaba los datos que aparecían en la pantalla—. Supongo que todo está bien —dijo por fin—, pero si experimentas el más mínimo dolor en el pecho o una falta de aire repentina, no vaciles en apretar el botón de emergencia que hay en tu habitación.
Nicole le dio un fuerte abrazo, diciéndole:
—Muchas gracias. Has sido maravillosa.
—Fue un placer. Espero que todo salga bien… Tu habitación es la cuarenta y uno, yendo por ese corredor; más o menos la vigésima puerta de la izquierda. El tren se detiene cada cinco habitaciones.
Nicole hizo una profunda inspiración y dio media vuelta. El tren más pequeño la aguardaba. Caminó trabajosamente hacia él, arrastrando los pies por el piso, y lo abordó después de despedirse de Doctora Azul saludándola con la mano en alto. Un minuto o dos más tarde estaba parada delante de una puerta común y corriente que tenía pintado el número cuarenta y uno.
Golpeó con suavidad. La puerta se abrió de inmediato y cinco rostros sonrientes la saludaron.
—¡Bienvenida al Grand Hotel! —dijo Max, con una sonrisa de oreja a oreja y los brazos muy abiertos—. ¡Ven y dale un apretón a un muchacho granjero de Arkansas!
Al entrar en la habitación sintió una mano sobre la suya.
—Hola, mamá —dijo Ellie. Nicole se volvió y miró a su hija menor. El cabello de las sienes se le estaba poniendo gris, pero los ojos seguían siendo tan claros y chispeantes como siempre.
—Hola, Ellie —contestó, prorrumpiendo en lágrimas. No iban a ser las últimas que habría de verter durante las varias horas que duró el reencuentro.