La providencia gira

Por otra parte, en la escala de los sabores, los extraños frutos despiertan todas las sorpresas de lo no experimentado —con las sabias mezclas de algunas decepciones—. Bajo su vestido oblongo erizado, el corosol[28], mitad-farol mitad-follaje, libra su pulpa de sorbete nevado; cerca de un pozo el caimito[29] desliza su cadena de pepitas negras en el centro de un otoño fundente; sin olvidar ese higo de máscara violeta púrpura que está prohibido morder: entre el paladar y la lengua toda clase de diablillos techadores tejerían enseguida hilos de pegamento y extenderían pizarras de la peor astringencia. Y esos reyes del vergel tropical, que Giorgio de Chirico se dio el gusto de inmovilizar, con toda fuerza, al lado de la cabeza de Júpiter.