El rompeolas
En la luz ahogada que baña la sabana, la estatua azulina de Joséphine de Beauharnais[23], perdida entre las altos troncos de los cocoteros, pone a la ciudad bajo un signo femenino y tierno. Los senos brotan del vestido de merveilleuse con muy alto talle[24], y es el hablar del Directorio que se demora en hacer rodar algunas piedras africanas para componer la poción de voluptuosa indefensión del balbuceo criollo. Es el Palacio Real sepultado bajo las ruinas del viejo Fort Royal[25] (pronuncien Fó-yal), el ruido de las grandes batallas del mundo —Marengo, Austerlitz, contadas galantemente en tres líneas —no aburrir a las damas— se apaga en esas encantadoras rodillas entreabiertas bajo los risueños tejados de La Pagerie[26].