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EL QUE LO VEÍA TODO NORMAL

Por normal que todo le pareciera, acabó al borde de la locura con delirios e ideas de suicidio. Decidió por fin pedir ayuda y encontró su mejor recurso en un grupo de A.A.

FUI EL único varón de mi familia y el más mimado en el tiempo que mi padre vivía. Desde niño tuve muchos complejos y problemas emocionales; como el de no aceptar la familia en que había nacido, mi nombre, mi apellido y mi estatura, ya que los demás niños se burlaban de mí.

Recuerdo que de niño yo visitaba a una familia que frecuentemente celebraba fiestas religiosas y lo primero para esas fiestas era el alcohol. Muchas veces los niños recogíamos todos los restos que dejaban las personas hasta llenar una o más copas, y fue así cómo empecé a emborracharme.

Cuando mi madre por fin me iba a buscar, muchas veces me tenía que cargar porque yo había perdido el conocimiento. Luego venían los regaños y no más visitas a esa casa. Pero me seguía escapando a espaldas de mi madre porque me gustaba ese ambiente en el cual yo sentía el afecto de esas personas porque nunca me rechazaron, al contrario me decían que viniera.

En el hogar siempre estuvo presente el alcohol. Muchas veces cuando despertaba mis padres estaban discutiendo. Cuando se peleaban lo único que yo escuchaba era que mi madre se iba de la casa.

Yo me iba para la escuela y cuando regresaba ya no encontraba a nadie en la casa y nadie que me diera razón de lo sucedido. Mi padre se iba detrás de mi madre para rogarle que volviera mientras que yo me quedaba solo en la casa. Y a mí me daba un gran miedo la soledad y mi padre buscaba a otra persona para que me cuidara.

Por fin nos mudamos a otro lugar lejos del pueblo donde vivíamos, porque mi padre iba a poner una tienda donde la cerveza nunca iba a faltar para vender.

En ese tiempo mi padre tenia un camión y sus trabajadores me decían siempre que les sacara una botella de vino de la tienda y, a cambio, ellos me iban a enseñar a manejar el camión, cosa que a mi me entusiasmaba mucho.

A mí me gustaba cuando mi padre me decía que me fuera con los trabajadores como el hijo del patrón. Luego ellos me llenaban la cabeza y el ego diciéndome que tomara como ellos lo hacían. Como a mí me gustaba, yo lo hacía creyendo que era la única forma de vida. Si mi padre lo hacía, ¿por qué yo no?

Recuerdo que cuando salí de la escuela primaria le dije a mi padre que ya no quería estudiar. Más bien le dije que prefería trabajar y su respuesta fue que me iba a golpear. Entonces, le dije que me iba a ir de la casa y él me dijo que era un estúpido. Recuerdo una vez que me dijo que me fuera con él a la capital y lo acompañé. En ese viaje ocurrió un accidente que dio razón para que mi padre se quedara y yo regresara solo a casa. Me dijo que él llegaría esa misma noche y me recomendó mucho que cuando llegara a casa no saliera para nada. Algo que yo ignoré por completo.

Yo salí de mi casa como si nada, llevando una botella de vino para tomármela con mis amigos. Lo que no esperaba era que por causa del licor uno de ellos por poco mata a otro de una pedrada en la cabeza. A causa de eso me arrestaron en la madrugada y fue un gran problema porque fui a parar a la cárcel a la edad de quince años. Mi padre, enojado, me cogió del cuello y me golpeó. Recuerdo que yo le decía que me matara porque no sentía dolor sino rabia contra él. De allí en adelante me prohibieron muchas cosas y privilegios que yo tenía.

Muy a regañadientes me inscribí en la escuela secundaria, donde mis tomadas a escondidas continuaron. Siempre tomaba mis cervecitas y cuando teníamos excursiones de la escuela siempre cargábamos alcohol en nuestras bolsas. No es raro que me volviera más borracho cuando también los maestros tomaban con los estudiantes.

Ya iba en el tercer año cuando mi padre murió. Lejos de sentir dolor sentí un gran alivio porque ya no me iba a estar diciendo lo que tenía que hacer. No sentí ninguna tristeza ni compasión por él sino, al contrario, sentí alegría porque iba a hacer lo que más me convenía. La misma noche que lo estábamos velando comencé a beber.

Allí empezó mi calvario porque me retiré de la escuela y empecé a trabajar, creyendo que tenía el mundo a mis pies y que era el rey del universo. Las circunstancias cambiaron drásticamente para mí porque a los dieciséis años me enamoré locamente de una bella muchacha. El día en que me declaré me dijo que la dejara pensarlo y que la viera cerca de su casa a las seis de la tarde. Yo fui bien puntual a conocer su respuesta y me dijo que estaba bien. Sentí que me dio vueltas el mundo y me fui a celebrarlo y terminé bien borracho. Ese tiempo para mí fue como una nueva vida. Lo malo fue que los padres de mi novia le dijeron que conmigo no tendría ningún futuro, porque la mayor parte del tiempo asistía borracho a las citas. Luego sus padres me vieron muchas veces tirado en la calle y esto resultó en la disolución de mi noviazgo. Ella me dijo que, a pesar de que me amaba, ya no quería nada conmigo.

Seguí bebiendo con más frecuencia y mayores cantidades. Recuerdo que la noche que me despidió mi novia sentí tanta rabia que mi única salida fue irme a tomar a un bar. Me tomaba los tragos de licor como si fueran agua, ponía canciones para apaciguar mis sentimientos, y luego despertaba al día siguiente como a la una de la tarde todavía bien borracho. Vinieron los reclamos de mi madre y me tuve que salir de la casa para no tener que darle cuentas. También vinieron más problemas porque comenzamos a pelearnos por los bienes que mi padre había dejado.

Le di tantos problemas a mi familia que por fin los cansé, hasta llegar a ser un indeseable, ya que ellos preferían verme muerto que en esas condiciones. Decidí irme lejos de mi pueblo natal pensando que tal vez cambiando de lugar dejaría de beber, cosa que nunca pude lograr por mis propios medios.

Llegué a la etapa crónica de mi alcoholismo y anduve como un vagabundo sin dónde vivir o caer muerto. Andaba de lugar en lugar sin ningún porvenir hasta llegar al punto de dormir bien borracho para no sentir el frío. Regresé nuevamente a mi pueblo, donde viví la mayor parte de mi alcoholismo. Por lo menos allí sabía de lugares baldíos y lugares donde guardaban los animales donde refugiarme por la noche.

Tuve más problemas y traté de dejar de beber, y lograba dejarlo uno o dos días. Muchas personas me decían que no sabía tomar y yo me enojaba porque veía a mis amigos emborracharse y al día siguiente iban a trabajar como si nada, algo que yo ya no podía hacer. Siempre quise ser como esas personas y demostrarles que sí podía. Empezaron las entradas a la cárcel y las lagunas mentales, que venían desde mis primeras borracheras. Cuando preguntaba que por qué estaba allí me decían que por escandalizar en la calle. O por cargar un arma punzante o un revólver. Pero ni siquiera en la cárcel podía dejar de beber porque mis amigos me llevaban alcohol. Y si alguien pagaba la multa me dejaban salir para seguir en lo mismo.

Un día, desesperado, traté de suicidarme cortándome las venas. Había visto a otras personas hacerlo y por fortuna para mí no funcionó. Sólo me quedan las cicatrices. Otra vez traté de intoxicarme tomándome cien cápsulas que ni sé de qué eran y tampoco me dio resultado.

Después de ese intento de suicidio, conseguí trabajo manejando un camión y mi patrón era de esos que para comer tenía que tomarse un trago. Me quedé un largo tiempo con ellos trabajando y en nuestras conversaciones me decían que por qué no buscaba una novia, que tal vez casándome podría dejar de tomar y así lo hice. Pero fue peor porque yo no estaba acostumbrado a convivir con otra persona y menos a tener que compartir mi salario, que me servía para emborracharme. Así que vinieron más problemas creados por el alcohol.

Muchas veces, para quedar bien con mis suegros, yo les llevaba licor para tomar con ellos. También a ellos les gustaba tomar y yo me aprovechaba de ello. Tomaba por todo y por nada. Tomaba porque mi esposa no salía embarazada después de un año de estar juntos. Esto era también causa de discusiones y peleas con ella. Frecuentemente nos peleábamos y ella me echaba de la casa porque vivíamos en la casa de sus padres. Mi esposa me decía que era su casa y nos separábamos dos o tres semanas y yo volvía a rogarle. Por fin se quedó embarazada y de la alegría me fui a celebrar.

No me duró mucho el gusto ya que todo el período de su embarazo ella tuvo muy mal carácter; no se le podía decir absolutamente nada. Cuando hablaba con mis amigos de parranda ellos me decían que tal vez cambiaría después de dar a luz, cosa que no sucedió.

Cuando nació mi hijo yo ya tenía tres meses de estar tomando. Con más razón fui a comprar otra botella de ron porque fue varón. Incluso le di un trago a la comadrona ya que no se conoce otra manera de celebrar.

Al mes siguiente bautizamos a mi hijo y para celebrar nos buscamos unos padrinos también borrachos. Recuerdo que mi compadre y yo nos fuimos al bar, mientras que la comadre y mi esposa bautizaban al niño en la iglesia. Sólo esperamos que salieran para seguir la fiesta y ya no recuerdo nada de lo que pasó ese día. Al otro día me desperté y me contaron todo el ridículo que había hecho. Lamentablemente el matrimonio sólo duró cuatro años.

Años atrás, un gran amigo de mi padre, al ver cómo me estaba destruyendo, siempre trataba de hablar conmigo para ayudarme. Por mi orgullo creía saberlo todo. Estaba ciego a la realidad de la vida y siempre tenía pretextos para no aceptar que tenía problemas. Él era mecánico de camiones en el tiempo que yo manejaba y era también el único mecánico que había en la zona. Por fuerza teníamos que ir con él para que nos arreglara el camión. Él siempre intentaba preguntarme cómo me encontraba. Aunque me moría de la resaca yo decía que estaba bien. Incluso le quería demostrar que podía controlar la bebida. En cierta ocasión le invité a un almuerzo y me tomé sólo una cerveza. Ésa fue tal vez la única vez que lo hice.

Ese hombre siempre me hablaba de Alcohólicos Anónimos. Yo había asistido a una reunión una vez y fui más bien por compromiso, para que dejara de molestarme con sus alcohólicos. La idea de que yo podía ser uno de ellos me hacía pensar en el qué dirán y me daba una gran vergüenza. Tener que admitir que yo no podía controlarlo sin ayuda me llenaba de pavor. La primera vez que asistí dijeron que si alguien tenía problemas con el alcohol y deseaba pertenecer, sólo tenía que ponerse de pie o levantar la mano. Yo no hice ninguna de las dos cosas.

Un amigo de borrachera que me vio entrar al grupo, me esperó afuera y me dijo que no me fuera a meter con los alcohólicos ya que era lo más bajo que podía caer. Yo le aseguré que no había hecho ningún compromiso con los alcohólicos y se lo demostré bebiendo. Los problemas siguieron y yo todavía decía que para qué ir a esas reuniones si no era alcohólico. Yo trabajaba demasiado y sólo estaría perdiendo el tiempo; pero poco después también perdí el empleo.

En mis últimas borracheras me di la mano con la locura. Era lo último que yo esperaba y no lo creí hasta que lo viví en carne propia. Tenía delirios visuales y auditivos en pleno día y llegué también a vomitar sangre. Fue de la única manera que por fin me decidí a pedirle ayuda a un Dios y dejar de sufrir. El mejor recurso para comenzar fue un grupo de A.A.; el grupo que siempre había estado a media cuadra de mi casa. En medio de mis delirios escuché una voz que me decía «allí hay un grupo de A.A.» Aunque muy en contra de mi orgullo, tuve que ir a pedir ayuda. Tuve que rendirme ante el alcohol y admitir que no podía beber más.

Fui muy de mañana con aquel amigo de mi padre miembro de A.A. para decirle que ahora sí necesitaba de A.A. A él le dio tanto gusto el hecho que lo fuera a buscar que pasó todo el día conmigo apagando la borrachera. Después de seis meses, aunque tuve que pasar muchos tropiezos, mi esposa me pidió que escogiera si me quedaba con ella o con los alcohólicos. Fue una decisión difícil pero al final opté por A.A. y hasta el día de hoy la considero una buena decisión.

Yo había visto a mi padre muchas veces ir al manicomio pero nunca había oído que el alcoholismo fuera una enfermedad. Vi también a muchos familiares morirse de alcoholismo, pero los médicos siempre le echaban la culpa a otras cosas. Por ejemplo, decían que no se alimentaban bien y por eso yo lo veía todo normal. A tal grado llegaba mi ignorancia que muchas veces le di cerveza a mi hijo de un año porque ésa era la costumbre. Mi esposa quedó bien afectada y neurótica. Me tenía un odio tan grande que me dijo que ya nunca me quería ver ni muerto. Por fin nos separamos definitivamente y cada cual se fue a vivir por su lado con un hijo de por medio. La vida que había vivido me había dejado con muchos malos recuerdos y me dije a mí mismo que ya nunca me iba a casar y empecé a asistir a las reuniones de A.A.

Pronto me di cuenta de lo equivocado que había vivido. Fue una gran lucha empezar una nueva vida sin nada, sin nadie y sin dónde vivir. Envidiaba a mis compañeros de escuela que terminaron sus carreras, mientras que yo era un fracasado. Pero el asistir a muchas reuniones de A.A. me ayudó a ver que no estaba solo. También me ayudó escuchar experiencias de los compañeros que habían tenido que pasar lo mismo que yo. Comencé a aceptar que lo que se había perdido tenía que quedarse en el pasado, y que yo tendría que vivir el día de hoy enfrentando a la realidad de la vida un día a la vez.

Después de un tiempo encontré a la que es mi actual esposa y formamos un hogar. Estamos casados por todas las leyes y tuvimos tres hijos dentro de Alcohólicos Anónimos. Gracias a Dios he tenido el apoyo de mi esposa para hacer servicios en A.A.

Cuando emigré a otro país lo primero que hice fue buscar un grupo de A.A. y estoy sirviendo desde que llegué, porque he encontrado una nueva vida. Todo lo que creía normal hoy veo que no es normal. Todo tiene solución, pero hay que buscarla y tener la suficiente voluntad. Todo lo que me prometieron ya se cumplió en mi vida, siempre y cuando me mantenga sobrio y en acción.