Epílogo
Lucía recogió a Berta del colegio como cada día. Todas las mañanas ambas hacían el recorrido desde el centro de ocio hasta el pueblo y después de dejarla en el colegio se iba a trabajar en el centro de salud como enfermera de apoyo para realizar visitas a domicilio a enfermos que no se podían desplazar.
No era gran cosa, pero durante el inverno La Cañada no tenía clientes suficientes para mantener a una enfermera a tiempo completo, por lo que realizaba esa labor durante los meses de temporada baja, y aprovechando que llevaba a la niña al colegio. Además, Álvaro y ella necesitaban todo el dinero que pudieran conseguir para pagarle a Bárbara la cantidad acordada en el convenio.
La niña salió entre todos sus compañeros, subió al coche, y ambas emprendieron el regreso al centro de ocio. En cuanto llegaron, Álvaro les salió al encuentro. Solo ver la expresión de su cara le hizo comprender que tenía noticias y que estas eran buenas. Él se precipitó a la portezuela donde se sentaba Berta y sacándola de la silla especial para niños la abrazó con fuerza y una emoción que a duras penas podía contener. Por encima de la niña, su mirada se encontró con la de Lucía. Y asintió a la muda pegunta de ella.
—Cariño, ¿quieres venir con papá al cine esta tarde?
—¿Y Lucía?
—No, Berta, yo no os puedo acompañar hoy —dijo consciente de la necesidad de Álvaro de estar a solas con su hija—. Ve con papá.
—Vale. ¿Y comeremos tortitas para merendar?
—Comeremos lo que tú quieras, cariño. Hoy es nuestra tarde y la vamos a disfrutar.
—Qué bien, papi… pero me da pena que no venga Lucía.
—Ella vendrá en otra ocasión, hoy no puede.
Tras cambiarse de ropa los tres se sentaron a una mesa a almorzar. El resto de la familia lo había hecho antes, como cada día, pero Álvaro solía esperarlas para comer con ellas.
Mientras degustaban el almuerzo Álvaro le comentó a su hija algo que Lucía y él ya habían hablado:
—Berta, hay una cosa que Lucía y yo queremos preguntarte.
La niña le miró muy seria ante el tono grave de su voz.
—¿Te gustaría vivir en una casa con Lucía y conmigo?
—¿En el pueblo?
—No, aquí en el centro de ocio. En la casa que hay detrás de la tirolina.
—¿La casa de la abuela?
—Sí. Podríamos arreglarla y ponerte una habitación para ti sola.
—¿De verdad? ¿Una habitación pintada de azul y con una estantería para mis juguetes?
—Podrás tener en tu habitación lo que quieras.
—Síiii, síiii. Pero y la tía, ¿no se enfadará?
—No cariño, no se enfadará.
—Yo podré verla a ella y al abuelo todos los días, ¿verdad?
—Por supuesto.
—¿Entonces Lucía va a ser mi mamá?
—Sí.
—¡Bieeennn! ¿Y tendrá guardado un hermano en la barriga como la mamá de Mati, mi amiga del cole?
La mirada ávida y esperanzada de Álvaro buscó la de Lucía, que le sonreía traviesa.
—Sí, Berta —intervino esta—, probablemente muy pronto tendré un hermano guardado en mi barriga. Ahora come, cielo, para que papá pueda llevarte al cine.
Poco después, vestida con su mejor ropa, Berta subía al coche de su padre y ambos se perdían en la carretera que llevaba al pueblo. Lucía los contemplaba desde el claro con la emoción apretándole la garganta y no pudo evitar soltar una lágrima de felicidad al sentir que la última sombra del pasado de Álvaro había desaparecido y ahora solo había luz en aquel hombre oscuro y atormentado que conociera dos años atrás.
Decidida entró en la cabaña que compartía con él en espera de que su casa estuviera arreglada y abriendo el cajón de la mesilla, cogió la caja de anticonceptivos y la tiró a la basura.