Capítulo 14
El domingo, y tal como habían acordado, Lucía se reunió con Álvaro y con Berta para realizar su excursión. Cuando entró en el comedor a desayunar ya estaban allí padre e hija y ambos la llamaron. En su mesa había preparado un cubierto más y Lucía cargó su bandeja y se sentó con ellos.
—Buenos días —saludó.
—Buenos días. ¿Estás preparada para andar mucho? —le preguntó la niña.
—Sí.
—Porque a papá le gusta ir muy lejos.
—Me temo que hoy no vamos a ir muy lejos —añadió este.
—¿Por qué?
—Porque va a hacer mucho calor, Berta.
—¿Y cómo lo sabes si todavía no ha salido el sol?
—Precisamente por eso. A esta hora ya debería estar alto y no es así. Y los días nublados dan una sensación de bochorno mucho peor que si el sol estuviera brillando. Si fuera así con unas gorras y protección solar sería suficiente, pero con el nublado…
—¿Entonces no vamos a ir a la catarata? —preguntó decepcionada.
Lucía sonrió. Estaba claro que la pequeña ya había hecho sus planes.
—A Lucía le gustaría mucho…
Álvaro también sonrió mirando a su hija con ternura.
—¿Quieres ir a la catarata? —le preguntó revolviéndole el pelo.
—Es que allí nos podemos bañar. Como dices que va a hacer mucho calor…
—En realidad no está tan lejos y el camino es bastante llano. De acuerdo, iremos allí. Pero luego no empieces a decir que estás cansada.
—No lo haré, de verdad.
La conversación se había desarrollado entre padre e hija, y ahora Álvaro clavó la vista en Lucía.
—¿Te apetece ir allí?
Ella se encogió de hombros.
—Tú eres el experto, a mí me da igual. Pero no sabía que hubiera una catarata por aquí.
—En realidad es solo un salto de agua, pero Berta la llama catarata. Es un sitio bonito, y como dice ella, te puedes bañar. Llévate el traje de baño, con el calor que hace te apetecerá un remojón cuando lleguemos.
—Ahora cuando termine de desayunar me lo pondré.
Cuando se levantaron de la mesa, Berta le dijo:
—Voy a la cocina a decirle a Rosa que me dé la bolsa con la comida.
—Y recoge tu mochila con todo lo necesario. ¿La tienes preparada?
—Sí, papá. Está todo guardado desde anoche.
—Así me gusta. No te olvides de meter la cantimplora de agua.
—No…
La pequeña desapareció en la cocina volviendo a aparecer a los pocos minutos con una gran bolsa, que le entregó a Álvaro.
—Toma, papi.
—¡Madre mía! Debí decirle a Rosa que solo íbamos a saltarnos dos comidas, el almuerzo y la merienda. No vamos a pasar hambre, no. Como siempre volverá más de la mitad. Bueno, Lucía, si vas a ponerte el traje de baño, podemos salir ya.
—De acuerdo, enseguida vuelvo.
—¿Puedo ir contigo? —preguntó Berta.
—Sí, claro…
—Berta, no seas pesada.
—No lo es, déjala… es su día.
Cogió a la niña de la mano y se dirigió a su cabaña. No tardó mucho en cambiarse y poco después se reunían con Álvaro de nuevo.
—Ya estamos aquí.
—Pues en marcha entonces.
Empezaron a caminar en dirección a la parte trasera del centro de ocio y una vez dejada atrás la tirolina, se encontraron con la tapia. Álvaro la escaló y desde arriba agarró a Berta por los brazos haciéndola saltar a su vez. Después se asomó de nuevo y le tendió la mano a Lucía. Esta apoyó un pie en el muro y se agarró con fuerza a la muñeca de él, cogiendo impulso para saltar. Al aterrizar, perdió el equilibrio y Álvaro se puso delante parándola con su cuerpo.
—¡Eh! ¿Dónde vas? Para.
—Creo que he cogido demasiado impulso.
—¿Estás bien?
—Sí.
—Perdona que os haya hecho saltar por aquí, pero si hubiéramos salido por la puerta hubiéramos tenido que dar un rodeo de más de medio kilómetro, y eso supondría mucho para Berta. Ya de por sí la cascada está un poco lejos para ella.
—No te preocupes, solo estoy un poco desentrenada. No escalo muros con mucha frecuencia últimamente.
—Pero lo has hecho antes…
—Hombre, claro. En el colegio como todo el mundo, y en el instituto también algunas veces.
—Ya… debías ser buena tú.
—Era más buena de lo que me hubiera gustado.
Berta se colocó entre ambos dándole una mano a cada uno, y empezó a charlar sin parar sobre lo que iba a hacer cuando llegaran a la catarata. Apenas llevaban andando media hora bajo un plomizo cielo gris y espeso con un aire húmedo y caliente flotando a su alrededor, Berta pidió agua. Álvaro, que le había hecho soltar su cantimplora y la llevaba él, se la dio. Lucía también aprovechó para beber un poco. Se sentía sudorosa, el calor de aquel día era muy incómodo y se alegró de que al final del camino pudieran meterse en el agua y ponerse frescos. Después de beber, Berta se dirigió a ella.
—Mi papá es muy fuerte, ¿sabes, Lucía?
—Sí, ya lo sé.
—Pero mucho, mucho… A veces cuando estoy cansada, me lleva en los hombros.
Él soltó una carcajada.
—¡No empieces, pequeñaja…!
—No, si no te estoy diciendo que estoy cansada…
—Ya…
—Pero es que me gustaría que Lucía viera lo fuerte que eres, porque seguro que no se lo cree.
Ambos estallaron en carcajadas.
—Anda, ven… Le demostraré a Lucía lo fuerte que soy.
Berta se colocó delante de su padre y este la levantó por los brazos y tiró de ella hasta levantarla sobre su cabeza y sentarla sobre los hombros. Lucía observó que la había levantado con facilidad, como si la niña no pesara.
—¡Upa! ¿Te llevo un ratito, ya que estás ahí?
—Bueno, si quieres… Y yo juego con tu pelo, ¿vale?
—Trato hecho.
—A mi padre le gusta mucho que le toquen el pelo, ¿sabes? Muchas veces se queda dormido a la hora de la siesta en el sofá cando lo hago.
—¡De modo que eres un coscón…!
—Bueno, es una debilidad, pero no lo proclames por ahí.
Continuaron andando un buen rato. El camino era llano y amplio y a pesar de llevar a la niña en los hombros, Lucía se dio cuenta de que Álvaro tenía que aflojar el paso para acoplarlo al de ella.
—Si voy muy deprisa, dímelo, es la costumbre.
—¿Siempre llevas a la gente a este ritmo?
—No, cuando voy con un grupo grande no me cuesta ir despacio, pero ahora contigo es como si fuera solo.
—Vaya, gracias.
—No te lo tomes a mal, lo he dicho como un cumplido.
—Extraña forma de hacer un cumplido, aunque viniendo de ti… Por lo menos no es una bordería.
—Quería decir que cuando estoy contigo me siento tan a gusto como si estuviera solo. A veces la gente me estorba.
—¿Solo a veces?
—Bueno, casi siempre.
—¿Y yo no?
—No, y hoy mucho menos. Hoy no solo te estoy agradecido sino que me gusta que vengas con nosotros. Pienso disfrutar de cada minuto de esta excursión, y de la compañía.
—Yo también. Y prometo guardarte el secreto de que puedas resultar una compañía agradable.
—Aún no ha terminado el día, no cantes victoria.
Después de caminar otro rato, Álvaro volvió a soltar a Berta en el suelo, y muy poco después llegaron a un sitio bastante escondido detrás de una pronunciada cuesta, casi imposible de descubrir si no se conocía, donde en medio de un claro corría un río en uno de cuyos extremos había un salto de agua como de un metro de alto. El agua caía sin demasiada fuerza, solo salvando un pequeño desnivel.
—¿Puedo bañarme, papá?
—Un momento, espera a que los demás estemos preparados. Ya sabes que aquí no te dejo que te bañes sola.
—Si sé nadar.
—Ya lo sé, pero hay un poco de corriente.
—Es que tengo mucho calor…
—Yo también, y seguro que Lucía. Pero primero tenemos que dejar la comida en un sitio fresco y luego nos quitaremos la ropa. Enseguida podremos bañarnos.
Berta se había quitado con rapidez el pantalón corto y la camiseta que llevaba, quedándose en bañador y Lucía la imitó. Había escogido un bikini cómodo, con bragas de pantalón y sujetador ancho. No había querido ponerse los más pequeños y sexys que tenía, porque por alguna razón que no acababa de comprender no quería que Álvaro la viera con ellos. Podría decirse que este era un bikini de amigo, y si hubiera tenido un bañador habría optado por él. A pesar de todo no podía evitar que la cicatriz de la pierna se viera; esperaba no tener que dar demasiadas explicaciones de la misma. Normalmente no le importaba que la vieran los demás, no era algo que la acomplejara, aunque afeaba bastante la parte superior del muslo, pero con Álvaro era diferente. Quizás por su situación le daba vergüenza confesar todo el horror que había vivido de niña. Y aquella cicatriz era una prueba de ello.
Como había temido, nada más se quitó los pantalones, Berta vio la cicatriz y le preguntó:
—¿Qué te ha pasado en la pierna?
—Me quemé con una estufa cuando era niña.
—¿Cómo?
—Iba corriendo y me tropecé con ella.
—Debiste hacerte mucho daño.
—Sí, bastante. Las quemaduras duelen mucho. Procura tener cuidado con el fuego y las cosas calientes.
—¿Y no se te curó?
—Sí se me curó, pero las quemaduras dejan cicatriz. Para quitármela tendría que operarme y no me gustan los quirófanos ni los hospitales más que para trabajar. Y solo se ve cuando estoy en bikini.
Álvaro intervino en la conversación.
—Deja ya de preguntarle a Lucía, seguro que no le gusta recordarlo. Ya podemos bañarnos. ¡Al agua! —dijo tirándose de cabeza. Berta le imitó y Lucía también se lanzó a continuación.
El agua estaba fresca y era una delicia para calmar el calor sofocante del camino y aliviar el cansancio. Juguetearon durante un rato y luego salieron y se dispusieron a comer.
El paseo y el baño les había abierto el apetito y dieron buena cuenta de la mayor parte de la comida que Rosa les había preparado.
—Y ahora Berta va a ser una niña buena y se va a dormir una siesta —propuso Álvaro.
—No, papá, por favor hoy no.
—Pero si duermes todos los días y además hoy te has levantado más temprano.
—Porque la tita me obliga, pero hoy ella no está. Le decimos que la he dormido, ¿vale?
—Cariño, si no duermes un poco estarás muy cansada y no vas a poder volver. El camino es largo.
—Sí puedo, ya lo verás. No te diré que estoy cansada. Caminaré todo el rato.
—De acuerdo, pero aunque no duermas, sí vamos a descansar un rato, ¿eh? Nos vamos a sentar en la hierba y vamos a charlar y estar quietos.
—Pero sin dormir.
—Sin dormir.
Berta se tendió en el suelo y apoyó la cabeza en las piernas de su padre. Este empezó a juguetear con los rizos oscuros.
—¿Me contarás un cuento?
—Ya sabes que yo no sé contar cuentos, siempre que lo hago dices que no te gusta. Pero si te empeñas lo haré.
—Yo te lo contaré, si te da lo mismo —dijo Lucía—. ¿Cuál es tu favorito?
—El de la Bella y la Bestia. ¿Lo sabes?
—Sí, lo sé.
Empezó a hablar despacio, sintiendo sobre ella la mirada de Álvaro, y antes de que acabara, los ojos de Berta empezaron a cerrarse hasta que se quedó dormida. Su padre continuó rascándole la cabeza con suavidad y desvió la vista del rostro de Lucía hacia el de la niña.
—Dice mi hermana que apenas ha dormido esta noche de lo excitada que estaba. Le encantan estas excursiones. Normalmente, cuando cerramos en octubre solemos organizar algunas, incluso hacemos algunos días de acampada. Berta se lo pasa muy bien.
—¿Toda la familia?
—Menos mi padre y Quique. Este regresa a Madrid para seguir sus estudios y también para salir a divertirse un poco. Aquí metido en el centro de ocio todo el verano no tiene muchas ocasiones. Él no es como Sergio y yo, que disfrutamos con la naturaleza más que con ninguna otra cosa. A Quique le gustan las discotecas, los cines, los restaurantes… Probablemente cuando termine los estudios no se quedará aquí todo el año como hemos hecho los demás.
—¿Qué está estudiando?
—Ha hecho magisterio de educación física y ahora está metido en un curso de dos años para especializarse en deportes acuáticos. Por eso, porque su especialidad es más propia de la época estival, pienso que se quedará trabajando en Madrid la mayor parte del año y vendrá aquí solo los veranos, como hace ahora. Sin embargo, a los demás nos sacas de aquí y nos quitas toda capacidad de disfrutar.
—¿No te gustan las discotecas, los cines y todo eso?
—Sí, pero un día de vez en cuando, no como algo habitual. Para mí, la mejor forma de disfrutar es perderme en la sierra, caminar, y también como ahora, sentarme a escuchar el ruido del agua cayendo. Yo descubrí este sitio cuando era un adolescente y me venía aquí muchas veces a sentarme y relajarme.
—¿Solo?
—Sí, solo. Siempre he sido bastante solitario en mis aficiones, sobre todo porque se podría decir que mi casa está bastante llena habitualmente.
—¿Cómo es que no tenéis una casa donde vivir y lo hacéis en las mismas habitaciones de los huéspedes?
—Teníamos una casa cuando vivía mi madre, una de las que está cerca de la piscina, pero poco a poco fuimos creciendo y quisimos tener un poco de independencia. Sergio, que empezó a enrollarse con chicas desde los dieciséis años fue el primero que pidió una habitación lejos de la casa cuando cumplió los dieciocho, y mi padre nos reunió a todos y nos dijo que si lo preferíamos podíamos escoger una cabaña o una habitación en el albergue. Yo también la acepté, porque entonces estaba empezando a salir con Bárbara. Luego Quique se marchó a Madrid y Carolina también estaba estudiando y mi padre se quedó solo. Cerró la casa y convirtió la parte trasera de la recepción en vivienda y allí se instaló mi hermana a su vuelta. Ahora la comparten con Berta. Aunque si lo de Carolina con Jorge funciona, más tarde o más temprano se irá también.
—¿Y qué pasará entonces con Berta?
Él detuvo por un momento la mano que acariciaba la cabeza de la niña y murmuró:
—No lo sé. Quizás mi hermana se la lleve con ella o quizás yo me traslade a la recepción. No quiero pensar en eso ahora, ya lo solucionaré cuando llegue el momento. De todas formas no soy yo el que puede decidir ahí —dijo con amargura.
—Sabes que Carolina no tomará ninguna decisión en la que tú no estés de acuerdo.
—Ya, pero la responsable legal de la niña es ella, y yo no puedo obligarla a que no haga su propia vida a causa de un error mío. Demasiado hace ya cuidando a una niña desde los veinte años, cuando tendría que estar disfrutando de la vida y del tiempo libre. Un niño ata mucho. Y todo porque yo una noche estaba tan caliente que no quise pararme para ir a comprar un condón.
—¿Te arrepientes de haberla tenido?
—No, claro que no. Ella es lo único bueno que hay en mi vida. Pero lo que me molesta es que no soy yo el que tiene que cargar con la responsabilidad de mis actos, sino mi familia, que no tiene la culpa de nada. Si mi padre y Carolina no se hubieran hecho cargo de la niña me la habrían quitado… y yo… no sé qué hubiera hecho sin ellos… sin su apoyo, sin su comprensión. Y te aseguro que lo han pasado mal por mi culpa, pero siempre han estado ahí.
—No sabes cómo te envidio la familia que tienes. Yo siempre he estado muy sola. ¡Ojalá algún día yo pueda sentir que pertenezco a una familia, que tengo a alguien a quien acudir en los momentos malos!
—¿Cómo es la familia de tu novio?
—No lo sé, no les conozco. No viven en Madrid y mi relación con Roberto no es tan profunda como para hacer un viaje para conocer a su familia. Eso implicaría, al menos para mí, admitir una relación y un compromiso a largo plazo.
—¿Y no lo hay?
—No, quizás con el tiempo, pero todavía no, al menos para mí.
—Pero tú siempre hablas de él como de tu novio.
—Sí, porque no puedo decir que sea un amigo. Es mucho más que eso. Pero todavía no estoy segura de querer pasar con él toda la vida. Solo llevamos saliendo seis meses. Soy muy cauta en ese tema.
Berta se removió en aquel momento y abrió los ojos.
—¿Me he dormido? Yo no quería…
—Ha sido poco tiempo, solo lo suficiente para descansar un poquito. Es un momento estupendo para darnos otro baño antes de merendar. ¿Te apetece?
—Sí, mucho. ¡Vamos, Lucía!
—No, yo no voy a bañarme ahora… nunca lo hago por las tardes. Prefiero quedarme aquí sentada mirando cómo os bañáis vosotros.
—¡Anda, báñate con nosotros…! —insistió la niña, pero Álvaro intervino.
—No, cariño, no insistas. Ha dicho que no le apetece. Vamos tú y yo.
Lucía permaneció sentada mirando como padre e hija se metían en el agua y jugaban en ella. A perseguirse, a zambullirse… Álvaro cogía a la niña sobre los hombros y la lanzaba al agua ante los gritos y las risas de su hija, y Lucía se preguntó qué habría sucedido para que la vida de ese hombre tan alegre cuando estaba con Berta se hubiera amargado de esa forma y trató de imaginarse cómo hubiera podido ser Álvaro si su vida hubiera sido más feliz. Después de un rato, él salió del agua.
—¡Vamos, Berta! Tú también.
—No, papá… todavía no.
—Sí, papá… todavía sí —la imitó él. Ya es tarde, hay que merendar y secarse para volver.
—¡Pero si todavía es de día!
—Ya lo sé, pero hay que llegar a casa antes de que oscurezca. ¿No me dirás que no tienes hambre con todo el rato que llevas en el agua?
—Sí, una poquita; pero luego podemos bañarnos otra vez.
—Luego hay que secarse y volver, nena. No insistas.
Berta se resignó a que no iba a convencer a su padre en esta ocasión y se comió el bocadillo que Lucía le había preparado. Y después todos se pusieron la ropa sobre los trajes de baño y emprendieron el regreso.
—Bueno… ¿No le preguntas a Lucía como se lo ha pasado? —le dijo Álvaro a la niña.
—Se lo ha pasado muy bien porque ha sonreído todo el tiempo —contestó esta—. ¿Verdad, Lucía?
—Sí, muy bien.
—¿Podemos invitarla a venir otra vez, papá?
—Si ella quiere, está invitada siempre.
—Si me lo permite el trabajo, aceptaré la invitación.