ESTABAN en la oficina de Rondler y una brillante luz iluminaba todos los rostros. Una estenógrafa tomaba todas las palabras que yo decía. Dos detectives allí sentados me observaban con esa concentración interesada que se ve en el rostro de los jugadores de póker.

Edna Cutler y Roberta Fenn ocupaban sillas en un lado de la sala y Emory Hale estaba sentado al lado de Berta.

Rondler dijo:

─Por lo que se ve usted localizó a Roberta Fenn en Shreveport y se la trajo a Los Ángeles.

─¿Tiene usted alguna objeción que hacer? ─pregunté.

─La policía de Nueva Orleans la buscaba.

─A mí no me lo dijeron.

─Usted sabía que todos los diarios trataban de descubrir qué había sido de ella.

─Yo no sabía que los diarios tuvieran derecho de prioridad. Yo sabía que su vida estaba en peligro. Deseé proporcionarle una salida.

─¿Cómo sabía que estaba en peligro?

─Porque ella estaba en relaciones con Edna Cutler y si la policía las encontraba, ambas sabían demasiadas cosas.

─¿Usted quiere decir cosas referentes a la muerte de Craig?

─Eso es otro asunto.

─Cutler había estado haciendo negocios con Roxberry en explotaciones de petróleo. Y lo tenía todo a nombre de su mujer. Así las cuentas aparecían en los libros como Edna P. Cutler, aunque ésta no estaba enterada de eso y Roxberry nunca lo había sabido. Una parte del dinero que estaba a nombre de Edna era en realidad de Roxberry. Se trataba de explotaciones de petróleo. Éste murió. Salieron a relucir los pozos. Pero como eran negocios particulares, no había papeles que lo comprobaran. Marcos no hizo más que callar. Así podría quedarse con medio millón de dólares y conseguir un decreto de divorcio, alegando que los bienes que estaban a nombre de Edna habían sido colocados así, por conveniencias, para que no estuvieran a nombre de él, pero que en realidad eran de su propiedad particular, adquiridos con fondos que tenía antes de casarse.

El sargento Rondler empezó a golpear el escritorio con los dedos.

─Lo demás es muy sencillo ─proseguí─. Craig empezó a sospechar del robo. Cutler había ido demasiado lejos para echarse atrás. Esperó hasta que Craig saliera una noche con Roberta, y disfrazándose de salteador, lo mató.

»Edna Cutler creía que Roberta sabría algo que pudiera ayudarla. La siguió hasta Nueva York y la perdió, encontrándola otra vez en Nueva Orleans. Allí trabó relación con ella y con Nostrander. Éste le dio un ingenioso consejo para devolver la pelota a su marido. Edna lo siguió al pie de la letra. No le contó nada de lo que pensaba hacer y Cutler cayó en la trampa. Después, cuando Edna se lo dijo, él se dio cuenta de que tenía que hacer desaparecer el testimonio de Roberta Fenn y obligarla a confesar que todo había sido una conspiración. Si él conseguía hacerlo, podría reunir un jurado que manifestara que Edna había mentido al declarar que no había recibido la citación de divorcio. Éste era el único camino que le quedaba.

─Cutler confiesa eso ─dijo Rondler─, pero nada más que eso.

─Él contrató a Hale. Pensó que un abogado de Nueva York podía armar con más facilidad aquel embrollo que uno de Los Ángeles, pero hizo que éste, a su vez, contratara a una agencia de Los Ángeles. Mientras tanto, Hale había localizado a Edna Cutler, y por intermedio de ella a Roberta Fenn. Había tratado de descubrir algo de ella y no había podido conseguirlo, entonces se volvió hacia nosotros. De Edna Cutler no pudo saber nada, pues ésta estaba siempre prevenida.

─¿Y lo que se refiere a los diarios y al revólver?

─Los primeros tal vez Roberta los dejó allí. Otra persona los encontró y puso el revólver.

─¿Por qué?

─Para que la cosa fuera más real.

Rondler dijo:

─El arma no está de acuerdo. La bala que mató a Craig no fue tirada con ella.

Yo asentí.

─Espero ─dijo Hale─ que no va a insinuar que yo la metí allí.

Yo lo miré.

─Usted ha sido un ingenuo, pretendiendo haber salido para Nueva York en avión la noche que quería liquidar a un enemigo.

─¿Qué quiere usted decir? ─chilló.

─Yo no sé lo que pensaba hacerle a Nostrander. Tal vez quería asustarle, hacerle una proposición o fingirse un agente federal. Probablemente iba a ofrecerle dinero. De cualquier manera quería tener una coartada. Nostrander se quedó demasiado tiempo en el departamento de Roberta Fenn. Usted le siguió hasta allí sin poder imaginarse por qué se quedaban allí tanto tiempo, pues usted sabía que la joven no estaba. Alrededor de las dos y veinte de la madrugada, comprendiendo que no podía dejar pasar más tiempo sin verlo, se decidió a subir para ver lo que pasaba.

─Yo no hice nada de eso ─exclamó Hale.

─Es claro ─dije, volviéndome hacia Rondler─ que quiera negarlo, habiéndose cometido el crimen a las dos y media.

─¿Tiene alguna prueba? ─preguntó éste.

Señalé con la cabeza a Roberta Fenn.

─Este hombre ─dijo ella─ subió a mi departamento.

Yo le sonreí a Hale.

─Eso no es verdad ─protestó─. Es un caso de identidad equivocada. Debo tener un doble.

Rondler seguía tecleando con los dedos.

─¿Qué sucedió allá arriba? ─me preguntó.

─¿Dónde?

─En el departamento de Roberta Fenn, cuando subió y se encontró con Nostrander.

─Yo no lo sé. Hale es el único que puede estar enterado de ello. Procure que se lo diga.

─Le he dicho que yo no subí ─gritó Hale de nuevo.

Rondler preguntó a Edna:

─¿Cómo pudo ponerse al habla con Roberta Fenn?

─Puse un aviso en el diario.

─¿En los diarios de Los Ángeles?

─Sí.

─¿Por qué?

─Pensé que su vida estaba en peligro y deseaba protegerla.

─¿Dónde estaba ella? ¿Dónde había habitado aquí en Los Ángeles?

─No lo sé.

Rondler se volvió hacia Roberta.

─¿Dónde estaba usted?

─En un hotel ─dijo ella─, pero me es imposible decirle el nombre.

─¿Sabe dónde era?

─No. Era… Estaba oscuro cuando llegué.

─¿Y llegaba sola?

─No. Estaba con alguien.

─¿Con quién?

─No lo sé. Era una amistad que había hecho en el camino.

Rondler me miró haciéndome una mueca.

Yo no dije nada.

─¿Por qué huyó de la policía de Nueva Orleans? ─me preguntó Rondler un momento después.

─Porque tenía un trabajo que realizar.

─¿Qué era?

─Quería encontrar a Roberta Fenn.

─¿Para qué?

─Porque yo también pensaba que estaba en peligro.

─¿Por qué?

─Porque Marcos Cutler había encontrado al procurador de Nueva Orleans, bien convencido de haber entregado la citación a Edna Cutler. En esas circunstancias, todo lo que le restaba hacer era sacar a Roberta del camino entonces constaría contra Edna la declaración del que había entregado las citaciones. Y el jurado se inclinaría ante aquel testimonio.

Rondler dijo:

─Es una buena teoría. Lo malo es que no tenemos pruebas contra nadie. Marcos Cutler cuenta que usted es el que tiró sobre él y que él solo había subido a ver a su esposa. Que no tocó ningún fusible y que la puerta estaba abierta. Que hizo usted fuego cuando él entraba y luego, en la oscuridad, lo agarró y lo tiró de cabeza.

─Fue él el que tiró ─dije.

─Bueno ─dijo Rondler, irritado─, ¿y dónde está el revólver?

─La ventana estaba abierta. En la lucha debió saltar por ella.

─Uno de los inquilinos dijo que usted la había abierto.

─Yo fui a la ventana y miré hacia afuera. Por eso se han confundido. Usted sabe cómo se pone la gente.

Rondler le dijo a Hale:

─¿Con quién demonios cree que estoy hablando?

Hale dijo con dignidad:

─Yo estaba en Nueva York. Mire el registro de pasajeros.

Yo sonreí a Rondler.

─Revise los registros de la Compañía de aviones y encontrará que el hombre que realizó el viaje a Nueva York pesaba ciento cuarenta y seis libras; y Hale pesa por lo menos doscientas. Esas señas corresponden a Marcos Cutler.

─¡Es un absurdo! ─gritó Hale─. Los registros estarán equivocados.

Yo encendí un cigarrillo.

Rondler dijo:

─Bueno, creo que eso es todo. Ustedes se pueden ir, pero que nadie abandone la ciudad sin mi consentimiento. Todos ustedes están bajo custodia como testigos materiales y serán vigilados.

Salimos al corredor. Hale le dijo a Roberta Fenn:

─Siento haberla engañado. Yo me relacioné con Edna Cutler y conseguí que me diera una carta de presentación para usted. Comprenda que yo…

─Sí, sí; ya lo veo ─dijo Roberta─. En la vida hay de todo.

Yo bostecé desperezándome.

─Bueno, estoy cansado ─dije─. Me voy a mi casa a meterme en la cama.

Berta me miró con un brillo intenso en su mirada.

─Permíteme hablar contigo un momento, Donald ─dijo Berta.

Y pasando su brazo bajo el mío me llevó hacia un lado. Su voz era maternal.

─Ahora, Donald, debes dormir. Tú estás en todo.

─Sí, por eso levanto la reunión.

Ella me dijo en voz baja:

─Si vas a buscar el revólver para hacerlo desaparecer, es peligroso. Dime dónde está para que yo vaya a buscarlo.

─¿Qué revólver? ─pregunté.

─No seas tonto ─dijo Berta─. ¿Crees que no reconozco un arma de la agencia? ¿Dónde está el otro?

─En mi departamento, en el cajón de arriba de mi tocador.

─Muy bien. ¿Dónde quieres que lo ponga?

─En cualquier parte. Debajo de las ventanas de Edna Cutler. No dejes rastros.

─Confía en mí ─murmuró Berta─. Creo que te vigilan. ¿Y el que empleó Cutler, está escondido?

─Por un tiempo… creo que sí. Después ya veremos.

Roberta Fenn se nos acercó.

─¿Puedo interrumpirles un momento? ─preguntó.

─Sí. Ya hemos terminado ─dijo Berta.

Los ojos de Roberta eran acariciadores. Me tendió las manos.

─¡Querido!