ERA más de mediodía cuando llegué al departamento de Hale. Éste había salido. Hice una especie de desayuno y almuerzo en Bourbon House, y volví a buscarle, pero aún no había venido.

Entonces me fui a pasear por el departamento de Saint Charles Avenue y a estudiar los alrededores. Luego regresé al hotel y escribí a máquina el acostumbrado informe para los archivos, anotando en detalle todos mis gastos.

Alrededor de las cuatro volví al departamento. Hale se encontraba allí y parecía muy contento.

─Entre, Lam, y siéntese. Hice algo en favor suyo. Le he encontrado un cliente.

─¿De veras?

─Sí. Un hombre me preguntó por usted. Se lo recomendé mucho como detective.

─Gracias.

Nos sentamos, mirándonos en silencio, y me dijo:

─He estado registrando el departamento. Es muy interesante.

─¿Para qué?

─Buscando algo que nos diera una pista.

─Hace tres años que ella no vive aquí.

─Ya lo sé. Pero anduve buscando, pensando que la casualidad… Uno nunca sabe lo que puede encontrar.

─Eso es cierto.

─Pues he descubierto varias cosas, cartas que habían quedado debajo de los papeles de los cajones del escritorio y un montón de cosas caídas detrás de ellos. No he conseguido sacarlas todavía, porque las volví a dejar en su sitio cuando oí pasos en la escalera. No sabía quién era el que venía.

Y dirigiéndose al escritorio sacó el cajón de arriba.

─¿No tiene una linterna de bolsillo?

─No.

─He estado mirando con un fósforo, pero es peligroso. Podría prenderse fuego.

Frotó uno protegiendo la llama con la mano y luego metió el brazo en el hueco del cajón.

─Es muy abajo.

En el fondo, en la parte baja, alcance a ver un montón de papeles.

─¿No podríamos sacarlos retirando el cajón de abajo?

─No. Ya lo intenté. Hay una separación. ¿No ve?

Y me mostró el sólido tablero. Sólo quedaba un espacio de seis pulgadas entre los cajones y el fondo.

─Como puede ver, el de arriba es más profundo que los otros para sostener la parte alta.

─No creo que haya ni una probabilidad entre cien de que esos papeles tengan algo que ver con la muchacha que buscamos, pero ya que estamos podríamos sacarlos.

─¿Cómo?

─Vaciando el escritorio para volverlo patas arriba.

Hale, sin una palabra, empezó a sacar los cajones y luego a vaciar los casilleros, frascos de tinta, algunas plumas, secantes y pequeñas cosas dejadas allí por los inquilinos.

─¿Listo? ─preguntó.

Tomamos el escritorio cada uno por un lado y lo retiramos de la pared.

─Puedo confesarle, Lam, que yo también soy algo detective. Me interesa la naturaleza humana y encuentro gran placer en escudriñar los rincones del cerebro del hombre. Me gusta leer la vieja correspondencia. Una vez me encontré con un baúl lleno de cartas que se relacionaban con una herencia. Nunca he leído nada más interesante.

»Ahora, vuélvalo para el costado. Ya está. Bueno, ese baúl pertenecía a una mujer que tenía setenta y ocho años y había guardado todas las cartas que había recibido en su vida.

»Correspondencia de infancia y de la época de su noviazgo. Jamás he visto una colección más interesante… no eran las cartas que uno podría haberse imaginado. Había algunas que eran de dinamita. Ahora volvámoslo. Hay algo que se mueve dentro.

Dentro del escritorio se sentía algo pesado que corrió hacia el fondo.

─Tenemos que levantarlo y sacudirlo ─le dije─. Inclínelo para este lado.

El mueble era macizo. Empleamos bastante tiempo en conseguir ponerlo en el ángulo deseado. Entonces algo duro cayó al suelo y luego un montón de papeles.

─Sacúdalo ─propuse.

Y Hale golpeó la parte de atrás del escritorio.

─Creo que no hay nada más.

Lo enderezamos de nuevo mirando la pila de cosas que habían quedado en el suelo. Eran viejas cartas amarillentas, recortes de diarios y un objeto pesado.

Hale y yo nos quedamos mirándolo.

Era un revólver calibre 38.

Lo levanté y empecé a revisarlo. Cuatro cámaras del cilindro estaban vacías y dos tenían cartuchos ya usados. El cañón estaba algo herrumbroso. Por lo demás, parecía en buenas condiciones.

─Alguien debió guardar esta arma en el cajón encima de los papeles, y luego, al abrirlo rápidamente el revólver cayó detrás…

─Un momento ─dije─; veamos cómo encaja el cajón.

Lo puse en su sitio y miré el espacio que quedaba.

─No ─agregué─. Ese revólver no puede haber caído accidentalmente. El espacio es demasiado pequeño. Ha sido escondido allí retirando el cajón. En otras palabras, querían ocultarlo.

Hale se puso de rodillas y encendió dos fósforos para cerciorarse.

─Tiene razón, Lam. Realmente usted es un buen detective. Vamos a ver qué dicen las cartas.

Leímos algunas. No tenían importancia. Eran algunos viejos recibos, una queja de mujer que le pedía a un hombre que volviera y se casara con ella, otra de uno que pedía dinero para salir a flote en un compromiso, escrita al estilo de «viejo y querido amigo».

Hale se reía entre dientes.

─Me gustan estas cosas ─dijo al terminar de leer esa carta─. Es la sección de palabras cruzadas de la vida. Por ejemplo, al examinar el tono de ésta y ver cómo se comportaba el «viejo y querido amigo», yo no confiaría en ese hombre como tampoco podría sostener este escritorio con una mano.

─Ni yo ─dije─. Me pregunto qué serán estos recortes de diarios.

Él los puso a un lado.

─No tienen valor. Lo que interesa son las cartas. Aquí hay una escritura de mujer. Tal vez otra queja de la muchacha que pedía que se casara con ella. Pienso si se arreglaría el asunto.

Yo tomé los recortes y los recogí perezosamente. De pronto dije:

─¡Hola! Aquí hay algo. Parece como si tuviera que ver con ese revólver del treinta y ocho.

Hale dejó caer la carta que estaba leyendo:

─¿Cómo es eso?

─Estos recortes se refieren al asesinato de un hombre llamado Craig. Howard Chandler Craig. Veintinueve años de edad, soltero, empleado como tenedor de libros en las oficinas de los Bienes Roxberry. ¿Dónde fue cometido este crimen? Aquí hay un encabezamiento. Los Ángeles. Times. Julio, once de mil novecientos treinta y nueve.

─¿No será…? ─dijo Hale─. Supóngase que el asesino escapó y vino aquí…

Tomó uno de los recortes y empezó a leerlo. Éste estaba doblado en dos y lo desdobló mirando la fotografía al mismo tiempo que leía con suma atención los detalles del suceso.

Cuando oí a Hale que respiraba agitado, comprendí lo que pasaba.

─¡Lam! ─gritó, excitado─. ¡Mire esto!

─Estoy leyéndolo en este recorte.

─¡Pero aquí está su retrato!

Miré la borrosa reproducción de la fotografía de Roberta Fenn. Debajo decía: «Roberta Fenn, veintiún años, estenógrafa, iba en auto con Howard Craig cuando ocurrió el hecho».

Hale dijo, excitado:

─Lam, ¿sabe lo que esto significa?

─No. ─dije.

─Yo sí. ─me contestó.

─No esté tan seguro. Yo no lo creo.

─Pero está claro como la luz del día.

─Estudiemos los recortes ─dije─ antes de sacar conclusiones.

Los leímos cambiándonoslos. Hale terminó primero.

─¿Y qué? ─preguntó cuando llegó al fin.

─No es obligatorio que sea culpable.

─Pero está a la vista ─protestó Hale─. Ella salió con ese tenedor de libros… probablemente es otro caso como ése de la muchacha que deseaba que el hombre se casara con ella y él se negaba a hacerlo. Roberta bajó del coche con cualquier pretexto y pasando al otro lado le pegó un tiro en la sien izquierda. Escondió el arma fue con el cuento de que un bandido enmascarado había salido de entre las zarzas, intimando a Craig para que levantara las manos. Que le había registrado los bolsillos y que quiso obligarla a ella a seguirlo.

»Craig no pudo soportarlo, y poniendo en marcha el motor fue a perseguir al hombre, pero apenas tuvo tiempo de volverse, porque el asaltante le pegó dos tiros cuando el coche se le venía encima.

»Nadie discutió el relato de la muchacha. Craig fue considerado un caballero y un mártir. Una de las razones por la cual la Policía no dudó de Roberta fue porque en ese mismo sitio habían ocurrido hasta una docena de asaltos. Y como la muchacha era atractiva, el bandido le había ordenado seguirle. Habían sucedido otros dos casos de muerte.

Hale se interrumpió dramáticamente, señalando el arma:

─¡Aquí la tiene! Fue un asesinato. Ella escapó una vez, supuso que escaparía otra, ocultando el arma de nuevo. Esta vez no le resultó.

─No es obligatorio ─dije─ que porque éste sea un revólver calibre treinta y ocho, sea la misma arma que mató a Craig.

─¿Por qué la protege? ─preguntó Hale desconfiando.

─No lo sé ─dije─. Tal vez porque no deseo que usted se quede sin cabeza.

─¿Qué quiere decir?

─Hacer deducciones positivas acusando a una persona de un crimen es a veces peligroso, a no ser que se tengan los medios de probarlo.

─Así es ─dijo él, asintiendo─. Naturalmente que no hay nada que lo pruebe, pero el arma tiene algo que ver con los recortes.

─Los recortes de los diarios ─señalé─ pueden haber sido puestos en ese cajón del escritorio y caído por la abertura. El arma no. Fue colocada allí deliberadamente.

─Déjeme pensar ─dijo Hale.

─Mientras está pensando ─observé─, mejor sería que yo supiera exactamente para qué busca a Roberta Fenn y quién es su cliente.

─No. Eso no entra en el asunto.

─¿Por qué no?

─Porque no puedo hacerlo. Y lo que es más, debo guardar la confidencia de mi cliente.

─¿No cree que él desearía que yo supiera algo más sobre esto?

─No.

─Es un hombre su cliente… ¿no es cierto?

─No me va a sacar nada, Lam, y deseo que no trate de hacerlo. Ya le dije que quería que encontraran a Roberta Fenn. Eso es todo.

─Bueno. La encontré.

─Y la perdió otra vez.

─Ése es un punto de vista.

─Encuéntrela nuevamente ─dijo.

─¿No hace mucho que conoce a Berta?

─¿Habla usted de la señora Cool?

─Sí.

─No.

─Es bastante terca.

─Eso está muy bien. Yo también lo soy.

─Usted pidió a la agencia que encontrara a Roberta Fenn. Y le ofreció una prima en caso de realizar la diligencia dentro de cierto plazo.

─Y bien ─dijo con impaciencia─, ¿qué hay con eso?

─La hemos encontrado ─dije.

─Pero ustedes no guardaron su presa.

─Por eso le pregunto si conoce bien a Berta Cool. Yo apostaría que ella le dirá que para lo único que fuimos contratados era para encontrarla.

─¿Y que habiéndola encontrado han cumplido su obligación y han ganado la prima?

─Exactamente.

Yo esperaba que él se pusiera como loco. No lo hizo. Se quedó allí sentado en el suelo mirando el arma y los recortes de los diarios. Una sonrisa torcía su boca, sonrisa que después se convirtió en una risa entre dientes.

─¡Maldición, Lam!, ella tiene razón. Yo soy abogado y apostaría mi cabeza en cuanto a un convenio de esa clase.

Él me miró.

Yo no dije nada.

─Fue un convenio hecho en pocas palabras. Ahora lo recuerdo. ─Y se echó a reír estrepitosamente.

─Pensé que debía decírselo, y eso es todo.

─Reconozco que tiene razón. Bueno, contrataré otra vez a la agencia y daré otra prima. Me gusta cómo trabaja usted. Mientras tanto sería mejor ponernos al habla con la Policía referente a esa arma.

─¿Qué le va a decir?

─No se preocupe, Lam ─me contestó─. Voy a contarle las cosas como son. Que estaba mirando el escritorio porque me interesaba el mueble y quería comprárselo a la dueña.

»Que lo tumbé para mirar cómo era por abajo y sentí dentro caer algo pesado. Que había en él papeles y un revólver. Está claro que no quiero aparecer ante la gente como un curioso que anda leyendo correspondencia ajena.

─¿Pero usted desea ponerse en contacto con la policía?

─Sí, sí. Naturalmente.

─Así que la policía se enterará de todo.

─Bueno, ¿y qué?

─Yo no sé por qué busca usted a Roberta Fenn y quién es el que la busca, pero me imagino que tienen una razón.

─Los hombres de negocios no pagan dinero para encontrar a una persona, tan sólo para decirle que se suscriba a una revista.

─Tal vez usted no comprende a lo que voy.

─Prosiga.

─Supongamos que ese hombre de negocios desea encontrar a Roberta Fenn. Indudablemente es para que ella haga o diga algo o descubra lo que sabe. Aquí hay un revolver treinta y ocho y unos recortes de diarios. Lléveselos a la policía y no podrá encontrar a Roberta Fenn ni tendrá ocasión de poder hablar con ella.

»Esto correrá por todo el país. Por el momento la policía cree que Roberta puede ser una segunda víctima o que se ha escapado asustada. Si se les ocurre que ella puede ser también la que mató a Nostrander eso no significa que realmente sea culpable. Pero con los datos que usted le lleva, la policía volverá a abrir este antiguo caso. Entonces las autoridades de California se volverán locas buscándola y usted lanzará a la policía de Luisiana y California detrás de ella. Su retrato aparecerá en todos los diarios del país y lo encontrará en todas las oficinas de Correos y Comisarías del territorio. Roberta sabrá que la buscan y desaparecerá. ¿Qué probabilidad tiene usted de encontrarla antes que la policía de dos Estados?

»Al fin la veremos… en la cárcel. Si usted desea que ella haga algo, no podrá realizarlo si está presa.

Me miró inmóvil unos instantes; sus ojos parpadearon. Bruscamente empujó el arma hacia mí.

─Muy bien, Lam. Puede guardarla.

─Yo no. Soy un simple detective encargado de buscar a Roberta Fenn para un cliente cuya identidad desconozco. Usted es el que debe decidir.

─Entonces ─dijo─ no queda otra solución que la de dirigirme a la policía.

Yo me levanté del suelo y me sacudí los pantalones.

─Muy bien ─dije─. Sólo quería que usted comprendiera la situación.

Estaba a mitad de camino de la puerta cuando me llamó.

─Lam, tengo que pensar un poco más todo lo que se refiere a este asunto.

No le contesté.

─Usted sabe que es un caso algo serio ─prosiguió─ acusar a una persona de un crimen. Voy… voy a pensarlo.

Yo seguía silencioso.

─Después de todo ─agregó─, estoy presumiendo que ésta es el arma con la cual se cometió el crimen de Los Ángeles. Pero eso es una interferencia de mi parte. Necesitamos investigar más detalladamente. Sólo hemos encontrado un revólver y algunos recortes de diarios escondidos en un viejo escritorio. Miles de personas tienen revólveres y los recortes de diarios no tienen por qué significar otra cosa que papeles viejos. Realmente no tenemos nada que contar a la policía.

─¿Lo hizo?

─¿Qué hice?

─Convencerse a sí mismo que lo mejor es hacer lo que usted deseaba hacer.

─Estaba pensando el pro y el contra. No lo haré.

─Cuando esté bien decidido me lo hace saber ─dije, y me volví hacia la puerta.

Antes de que hubiera andado tres pasos me llamó.

─Lam.

─¿Qué pasa ahora? ─y me volví.

Hale seguía dando vueltas al asunto.

─Olvídese de lo que hemos hablado. No diremos nada a la policía.

─¿Qué va a hacer con el arma?

─Dejarla donde la hemos encontrado.

─¿Y luego?

─Más tarde, si es necesario, podemos venir a buscarla.

─Usted es el que ordena.

Él asintió, mirándome radiante.

─Cuanto más le conozco, Lam, más le aprecio. Ahora quiero que haga algo por mí.

─¿Qué es ello?

─Creo que la policía tiene alguien que puede atestiguar la hora exacta en que Nostrander fue asesinado. Alguien que oyó los tiros. Una joven.

─Sí.

─Pienso si le sería posible a usted arreglar una entrevista con ella. No buscando una información, sino por casualidad.

─Ya está arreglado ─dije─. Espéreme esta noche a las nueve delante del «Jack O’Lantern Club».

─Bien, bien. Esto se llama eficiencia. Parece adivinarme los pensamientos, Lam.

─A las nueve ─repetí─, delante del «Jack O’Lantern Club». ─Y salí.

Miré mi reloj. En California eran dos horas menos. Mandé un telegrama a la agencia.

«Howard Chandler Craig asesinado el 6 de julio de 1937, posiblemente relacionado con el caso de aquí. Consiga detalles. Especialmente costumbres y vida amorosa de la víctima».