EL club nocturno «Jack O’Lantern» era uno de la docena de típicos clubs nocturnos establecidos en el barrio francés.

Allí había una pista de baile, media docena de mesas agrupadas en tres habitaciones, que se habían reunido mediante el procedimiento de retirar puertas y abrir arcadas. Al frente, media docena de carteles anunciando varios números del programa, se exhibían en un enorme cuadro.

Era temprano y la concurrencia era escasa. Algunos extranjeros. Un grupo de soldados y marineros. Cuatro o cinco maduros matrimonios, evidentemente turistas, decididos a «ver el espectáculo» y retirarse a una hora razonable.

Encontré una mesa y me senté, pidiendo un coke y ron. Cuando lo trajeron, miré hacia las profundidades de la bebida con aire desolado.

Unos minutos después se acercó una muchacha.

─¡Hola, gatito huraño!

Sonreí.

─¡Hola, ojos brillantes!

─Eso está mejor. Parece que necesita que lo alegren.

─Así es.

Ella apoyó los codos en el respaldo de la silla opuesta, esperando mi invitación. Me levanté y pareció sorprendida.

─¿Le parece bien tomar algo? ─le pregunté.

─Me gustaría ─miró a su alrededor cuando yo le acerqué la silla, esperando que los demás la vieran.

Apareció un camarero no sé de dónde.

Whisky y agua clara ─pidió ella─. ¿Y usted? ─me preguntó.

─Ya estoy servido.

─Tiene derecho a dos bebidas por un dólar ─me dijo─ cuando una de las muchachas se sienta a su mesa. O una sola, como quiera.

Le tendí un dólar y veinticinco centavos, diciendo:

─Dé mi bebida a esa dama. Guarde el resto y no me moleste por un rato.

Riendo tomó el dinero y trajo a la joven un vaso mediano de un líquido color de ámbar pálido.

Ella ni siquiera disimuló, pero bebió cumpliendo un deber.

Alargué la mano antes de que ella pudiera dejar el vaso y noté el olor.

Ella pareció enojada.

─¿Por qué será que todos ustedes, muchachos inteligentes, creen ser tan vivos al hacer eso?, naturalmente que es té. ¿Qué esperaba?

─Té frío ─dije.

─Bueno, no se ha engañado. Si mi estómago lo soporta no tiene por qué asustarse.

─No me asusto.

─La mayoría lo hacen así.

─Yo no.

Busqué en mi bolsillo, sacando un billete de cinco dólares, le dejé ver la cifra y luego lo doblé en dos para guardarlo escondido en mi mano y la deslicé al medio de la mesa.

─¿Marilyn está esta noche? ─pregunté.

─Sí. Es aquella que está de pie cerca del piano. Ella es la principal, la que lo maneja todo y nos manda a las diferentes mesas.

─¿Ella la mandó aquí?

─Sí.

─¿Qué sucedería si nos peleáramos?

─No lo haremos. Se necesitan dos para una pelea. Mientras usted pida bebidas no voy a pelear, y cuando deje de pedirlas, yo no estaré aquí.

─Supóngase que no nos entendemos.

─Bueno, y yo no estaría aquí.

─¿Marilyn puede obligarla a volver?

─No. Si usted no daba resultado, le dejaría aburrirse solo, a menos que llegara mucha gente y faltaran las mesas. Entonces le despedirían. ¿Eso deseaba saber?

Su mano se acercó a la mía. Así la suya con afecto.

─Algo más. ¿Cuál es su nombre?

Titubeó.

─Rosalinda. ¿Qué más desea?

─¿Cómo podría hacer para que Marilyn viniera a mi mesa?

Sus ojos se entornaron ligeramente. Miró a su alrededor, diciendo:

─Creo que puedo conseguirlo.

─¿Cómo?

─Diciéndole que a usted le gusta su tipo y que no hace más que mirarla en vez de ocuparse de mí. Que ella podría hacerle pedir otras cosas antes que cierren. En seguida caerá.

─¿Cree usted que podrá hacerlo?

─Lo probaré.

Sus dedos tocaron los míos. El billete de cinco dólares cambió de mano.

─¿Nada más?

─¿Es buena camarada, Marilyn?

─Siempre lo ha sido; pero está desconocida desde hace cuatro o cinco semanas. Estaba terriblemente enamorada y tuvo un desengaño. Es una tonta la muchacha que se interesa por alguien en esta cueva.

─¿Cuál le parece la mejor manera de tratarla? ¿Cómo acercársele?

─¿A Marilyn?

─Sí.

La muchacha sonrió.

─Es muy fácil. Pida bebidas y deslícele un dólar cuando nadie lo vea.

─¿Y su asunto amoroso? ¿El muchacho no le pagaba bebidas?

─No. Un hombre que le paga sus bebidas, le parece a ella un pelele… ¿No le importa que le diga una cosa?

─Diga.

─Es un consejo. Usted parece una persona decente. No se haga el tonto con Marilyn.

─Deseo algo de ella.

─No lo conseguirá.

─Quiero decir una información.

─¡Oh!

Se quedó en silencio un momento. Vi que el camarero me miraba y le hice seña. Le di otro dólar veinticinco y centavos, diciéndole:

─Otra bebida para la señorita.

─No debió haber hecho eso ─dijo después que el camarero se fue.

─¿Por qué no?

─Porque Marilyn no va a caer en la red que quiere tenderle. Podía dar resultado si usted no me convidara a beber. Si usted continúa haciéndolo, ella sabe bien que a mí no me importa a quién mire.

─¿Mercenaria? ─le pregunté sonriendo.

─Naturalmente que soy mercenaria. ¿Por qué cree usted que hacemos esto? ¿Por amor a primera vista?

Yo reí.

Ella dijo muy seria:

─Podría ser así. Usted es un buen muchacho. Pertenece al grupo de los que nos tratan como a señoritas… Marilyn se da cuenta. Empiece a mirarla. Yo voy a fingir que estoy ofendida.

Miré a Marilyn. Era más bien alta, esbelta, de cabellos muy negros, ojos profundos y una boca que parecía una roja herida sobre su piel aceitunada.

La vi alejarse. De pronto se volvió y se dio cuenta de que la muchacha de mi mesa le había hecho una seña.

Por un momento me miró de frente y sentí el fuego de sus negros ojos. Luego se volvió para hacer admirar las largas curvas de su cuerpo debajo del rojo vestido que la moldeaba como seda mojada.

Rosalinda dijo:

─Hoy está muy deprimida. Fue testigo en ese caso de asesinato.

─¿El del abogado que mataron?

─Sí.

─¡Demonio! ¿Y qué sabía ella de todo eso?

─Oyó el tiro cuando abría la puerta de la casa.

─¿Y el darse cuenta de que oyó el tiro que causó la muerte de una persona le desconcertó?

─No. Pero la despertaron para interrogarla y perdió su sueño de belleza.

─¿Bebe?

La muchacha me miró con un gesto de sorpresa.

─Usted es un detective, ¿no es cierto?

Yo levanté las cejas.

─¿Yo un detective?

─Sí, usted. ¿Usted quiere hablar con ella referente a eso?

─Me han acusado en la vida de muchas cosas, pero creo que es la primera vez que alguien me ha dicho que parezco un detective.

─Pero lo es. Muy bien. Como es una buena persona, le voy a decir algo. Marilyn Winton es tan fría como un pedazo de hielo, pero nunca miente. Si ella dice que el tiro fue a las dos de la madrugada es porque fue a esa hora. No se preocupe perdiendo el tiempo en averiguarlo.

─¿La traerá para que yo pueda hablar con ella?

─Ahora estoy más tranquila.

─¿Por qué causa?

─Porque usted es un detective. Yo creía que se estaba enamorando de ella.

─Cuénteme ese asunto amoroso de Marilyn. ¿Cómo la obligó ese hombre a enamorarse?

─Mostrándose indiferente. Una vez que la tuvo a su disposición, pretendió que no le importaba que ella le quisiera o no. Esto la mortificaba. Los hombres habían sido siempre los que la amenazaban con matarse si no se casaba con ellos.

─¿Usted ha hablado con ella del crimen?

─Sí.

─¿Cree que dice la verdad?

─Sí.

─¿Qué sucedió?

─Ella oyó el tiro y miró el reloj al entrar en su departamento.

─¿Y se quedó tranquila y serena?

─Siempre lo está.

Yo sonreí, diciendo:

─Creo que usted me ha dicho todo lo que deseaba saber, Rosalinda. No tengo necesidad de perder el tiempo con Marilyn.

─Le he hecho señas de que usted se interesaba por ella y está esperando para acercarse. Mire cómo se vuelve para que usted admire su silueta. De aquí a un minuto le mirará por encima del hombro y le mandará una sonrisa. Ha copiado esa actitud de un calendario artístico.

─Es una lástima que lo esté desperdiciando ─dije─. Dígale que cambié de idea. Dígale lo que se le ocurra. Buenas noches.

─¿Le volveré a ver?

─¿Es la costumbre preguntárselo a todos los clientes?

Ella me miró con franqueza.

─¡Claro! ¿Qué demonios se cree usted? ¿Que deseo casarme con usted? Ya que es detective, no sea niño.

─Gracias. Podrá verme otra vez. Ahora me voy.

─¿Adónde?

─A adivinar. Tengo mucho que descubrir. Obligaciones. Malditos detalles. Los detesto, pero tengo que hacerlos.

─Así es la vida ─dijo ella─. Para mí, para usted y para los otros.

─Pensándolo bien ─dije─, creo que su información vale diez dólares para nuestra agencia. Aquí están los otros cinco.

─No bromee. ¿Es a cuenta de los gastos?

Su mano se juntó con la mía.

─A cuenta de los gastos… Mi jefe tiene un corazón muy grande.

─¡Dios mío, qué suerte la suya… tener un jefe así!

Los cinco dólares desaparecieron en la palma de la mano. Y me acompañó hasta la puerta.

─Me gusta usted ─dijo─. Desearía realmente que volviera. Le digo eso a todos los clientes, pero esta vez es de veras.

Le di unas palmaditas en el hombro y salí. Se quedó en la puerta mirándome cruzar la calle, Tomé un taxi en la esquina y me hice conducir al aeródromo.

Era el viejo y rutinario trabajo de adivinanzas, cosa que no se puede descartar si se quiere ser un buen detective.

La lista indicaba que Emory G. Hale había sido uno de los pasajeros del avión llegado por la mañana a las ocho y media. Y todavía quise comprobar si realmente había viajado en el avión.

Las listas dijeron que sí.

Tomé un coche y volví al hotel. Necesitaba descansar.