Capítulo XIX
Renacimiento
Hemos dicho en el capítulo anterior que al sumirse el alma en el segundo sueño la arrastra la corriente de la atracción kármica hacia el renacimiento en un ambiente y bajo condiciones congruentes con su carácter.
Según veremos en el capítulo siguiente, algunas almas se substraen a la corriente de renacimiento y ascienden a superiores planos de actividad y existencia; pero la inmensa mayoría de las almas pasan desde el devacán al renacimiento en la tierra, porque tal es su karma.
Sin embargo, conviene prevenir contra el error, demasiado frecuente por desgracia, de creer que el karma es algo adusto y despiadado, que premia o castiga con arreglo a un código moral establecido.
Por el contrario, el karma es sencillamente la ley de causa y efecto, de acción y reacción o de causalidad, de suerte que nuestras malas acciones nos castigan y nuestras buenas acciones nos premian por sí mismas, pero no recibimos premios a causa de las buenas acciones ni castigos a causa de las malas. La acción obra por sus efectos.
En resumen, los premios y castigos derivan de la índole de nuestro carácter, que a su vez es la suma algebraica de las buenas y malas cualidades. Cuando la resultante es el deseo interviene el karma, y por tanto el deseo es la fuerza motora del karma y por medio del karma, del renacimiento.
A muchos les parece que el renacimiento en la tierra es algo a que está forzada el alma, aun contra su deseo.
Precisamente sucede lo contrario, esto es, que el alma renace en la tierra por deseo de vida senciente.
Nadie renace en la tierra contra su voluntad, sino porque quiso y deseó renacer.
La corriente del renacimiento arrastra a las almas porque sus deseos y aficiones se convirtieron en ansias que sólo puede satisfacer la vida terrena.
Aunque las almas no son conscientes de ello, se colocan instintivamente de nuevo bajo las operaciones de la ley de tracción que las empuja al renacimiento en el ambiente más adecuado a la manifestación y expresión de su nuevo carácter.
Hambrientas están las almas de satisfacer sus apetitos y hasta que no sacien el hambre no podrán eliminar el deseo.
Esto no significa que se hayan de satisfacer todos los deseos, porque sucede frecuentemente que las nuevas experiencias mueven al alma iluminada por la intuición a repugnar lo que antes apeteció, de suerte que por sí mismo, por consunción muere el deseo.
Pero, mientras el deseo se mantiene vivo atrae al alma hacia los objetos ambientes y circunstancias capaces de satisfacerlo. Esto sucede lo mismo en la vida astral que en la vida física.
El deseo es el propulsor que lleva al alma al renacimiento.
El alma que mantiene sus deseos de las cosas terrenas y de la vida senciente y no puede reprimirlos es naturalmente arrastrada por la corriente kármica hacia las condiciones en que pueda realizarlos.
Mas cuando al cabo de muchas vidas terrenas se convence el alma de la deleznabilidad y falacia del deseo material, cede a la atracción de la vida superior, se substrae de la corriente de renacimientos y asciende a superiores esferas.
Hay quienes cuando llegan a viejos en la vida terrena se muestran desengañados del mundo y anhelan abandonarlo cuanto antes.
Estas personas son perfectamente sinceras en sus manifestaciones, pero si penetráramos en la intimidad de su ser descubriríamos algo muy diferente.
En general, no es que estén cansadas de la vida sino tan sólo de la vida terrena que han experimentado durante aquella encarnación.
Echaron de ver la índole ilusoria de cierta serie de experiencias terrenas y sienten repugnancia por ellas.
Sin embargo, tienen otro linaje de deseos y ansían otra suerte de experiencias en la tierra.
No encontraron satisfacción ni dicha en sus personales experiencias; pero si son sinceras consigo mismas seguramente dirán que hubieran sido dichosas sI en vez de «tener lo que tuvieron» hubiesen «tenido aquello otro».
Quizá el sI condicional represente amor correspondido, fama, riqueza, poderío, éxito, talento, en una palabra, la semilla de sus deseos remanentes que las mueven al renacimiento.
Muy pocos seres humanos llegarían a abandonar la vida terrena según dicen, aunque son sinceros: al decirlo, sino que como el viejo Omar quisieran reconstruir el mundo conforme a los deseos de su corazón y después vivir en el mundo reformado.
No es que les repugne la vida terrena sino las condiciones y circunstancias en que para ellos transcurre la vida en este mundo.
Si diéramos juventud al viejo, al indigente opulencia, al desdeñado amor, al cretino talento, seguramente querrían empezar a vivir.
Únicamente la imposibilidad de satisfacer sus deseos, de mejorar sus condiciones los mueve a no sentirse encantados de la vida, sino por el contrario a aborrecerla y desear que acabe, lo antes posible.
Durante su estancia en el devacán descansa, se refrigera y vigoriza el alma. Olvida las fatigas de pasadas encarnaciones y vuelve a ser joven y ambiciosa. Siente en su interior el estímulo a la acción, el ansia de insatisfechos deseos, aspiraciones y ambiciones, y gustosa cede a la corriente que la conduce al escenario de la acción en que espera realizar sus deseos.
Muchos ejemplos de este cambio de actitud tenemos en la vida terrena. A veces al llegar la noche nos sentimos cansados, abatidos y aun disgustados de los trabajos, penalidades y afanes del día; pero el descanso y el sueño mudan nuestro estado de ánimo y al despertar nos invade el deseo de reemprender nuestras acostumbradas actividades.
La mayoría de las personas no están realmente cansadas de la vida ni de las cosas de este mundo, sino que experimentan el natural impulso hacia «otras cosas» y «otros lugares»; y un cambio de lugar y de preocupación les desvanecería el aburrimiento.
No están disgustadas del mundo, sino tan sólo mental y emocionalmente fatigadas.
Lo mismo sucede con el cansancio del alma desencarnada. Si se muda a otro plano de existencia y toma el elixir se hallará dispuesta a desempeñar nuevo papel en el drama de la vida terrena.
Otro punto sobre el cual menudean los equívocos es el relativo a la inconsciencia del alma en la designación del ambiente de su nuevo nacimiento.
Desde luego que en las almas de atrasada evolución el proceso es casi del todo instintivo y no hay en realidad elección de ambiente; pero cuando el alma está ya algún tanto espiritualmente evolucionada y tiene algo de intuición y conciencia espiritual, vislumbra en el devacán las condiciones en que ha de renacer y a veces por su propio albedrío las elige.
Si la individualidad es muy potente, no vislumbra sino que ve claras las circunstancias, ambiente y condiciones más adecuados a su adelanto en la nueva vida, y a ella se somete bajo las indispensables limitaciones del karma.
Otro punto que necesita esclarecimiento es el referente a la índole de los deseos promotores de la reencarnación.
No precisamente han de ser estos deseos de índole siniestra ni han de tener carácter concupiscente.
Por el contrario, pueden ser anhelos nobles, levantadas aspiraciones, aunque entrañen el principio emocional del deseo.
Tanto los deseos nobles como los viles son las semillas de la acción, y el impulso hacia la acción es la característica que distingue al deseo.
Siempre el objeto del deseo es tener, hacer o ser algo.
El amor, aun en su más alta modalidad, es una fase del deseo, y lo mismo cabe decir de las más nobles aspiraciones.
El deseo de beneficiar al prójimo es tan deseo como el de perjudicarlo.
Así es que muchas almas inegoístas renacen impulsadas por el deseo insistente de ser útiles a la humanidad, de realizar alguna magna obra en beneficio del mundo o cumplir algún deber inspirado por el amor.
Pero, nobles o viles, si estos deseos están relacionados con las cosas e intereses de la tierra son propulsores del renacimiento.
Por otra parte, el alma que no experimenta en su intimidad ni el más leve deseo de renacer en el mundo físico, no reencarna, sino que asciende a superiores niveles a donde no alcanza la atracción de la tierra.
Su karma las aleja y no las acerca al mundo material.
Sin embargo, muy pocas se hallan en esta condición, aunque lentamente llegarán a ella en siglos venideros todas las almas, porque todas están en el Sendero de Perfección en el que poco a poco, grado por grado, van espiritualmente evolucionando.
Quienes tengan interés en conocer algo de esta vida superior del alma, lean el siguiente capítulo, último de esta obra, y si la lectura los conmueve habrán dado el primer paso hacia la liberación final.