Capítulo XVIII
El segundo sueño del alma
Una de las muchas características que sorprenden al estudiante de ocultismo es la perseverante unidad con que actúa la Naturaleza en medio de su múltiple variedad.
En todos los planos de existencia se vale la Naturaleza de unos cuantos métodos fundamentales o modos de manifestación que muy luego indaga el investigador y al fin los descubre si prosigue paciente y cuidadosamente la investigación.
Entre dichos métodos fundamentales se cuenta el de que siempre interpone la Naturaleza un período de descanso, pausa, sueño o recuperación entre el fin de un período de actividad y el comienzo de otro.
Muchos ejemplos de ello tenemos en el plano físico, como la pausa del péndulo entre sus dos oscilaciones, la que se hace entre la espiración e inspiración del aliento, el sueño entre los crepúsculos vespertino y matutino, el descanso del ser humano durante su período prenatal, etcétera.
En el mundo astral observamos el mismo fenómeno en el sueño entre el término de su vida astral y el comienzo de la celeste, así como entre el término de la celeste y la nueva encarnación.
Tal período de reposo es una de las características de la vida de ultratumba y lo designan los ocultistas con el nombre de segundo sueño del alma, al que precede la gradual debilitación de la actividad consciente y el deseo de descanso a causa de la fatiga y laxitud que nota al término de su vida astral.
Advierte el alma que ha trascendido la mayor parte de sus ambiciones, ansias, apetitos y deseos, y la invade el anhelante pensamiento de haber cumplido el propósito de su destino y conjetura que va a entrar en una nueva fase de su existencia.
Pero el alma no experimenta dolor a la proximidad de su segundo sueño, sino al contrarío, satisfacción y felicidad, como si presintiera algo que la descansara, fortaleciera y restaurase.
Como el fatigado viajero que trepó por los escarpados senderos de la montaña hasta llegar a la cumbre y se deleita en las experiencias del camino, así el alma comprende que va a disfrutar de un bien ganado descanso, y lo espera gozosa.
Puede haber pasado el alma pocos años o acaso ciento o mil de los de cómputo terreno en el mundo astral, según su grado de evolución, pero, sea corta o larga su estancia, experimenta al fin cansancio, y como los viejos en la vida terrena, comprende que ha terminado allí su labor y ha de proseguirla en otra condición de vida.
Tarde o temprano invade al alma el deseo de adquirir nuevas experiencias y manifestar en nueva vida terrena sus adelantos en los mundos astral y celeste.
Por estos motivos, así como por el impulso de los deseos no eliminados aún del todo, o acaso por saber que algún alma afín de los subplanos inferiores está dispuesta a reencarnar y desea su compañía, entra en la corriente que la conduce al renacimiento en familia y ambiente adecuados a su grado de evolución.
En consecuencia, se sume gradualmente en profundo sueño, y cuando le llega la hora «muere» en el mundo astral como antes murió en el mundo terrestre, donde al fin reencarna.
Pero en rigor el alma continúa parcialmente soñolienta, porque no despierta en seguida en el infantil cuerpo físico que asumió para renacer, sino que va despertando gradualmente durante la niñez y juventud de su personalidad.
Es interesantísima esta circunstancia de la ciencia oculta, y aun la desconocen muchos cuidadosos estudiantes. De ella dijimos en una de nuestras obras anteriores:
«El alma no despierta completamente de su segundo sueño en seguida de renacer, sino que continúa soñolienta durante la infancia, y su gradual despertar se pone de manifiesto en el desarrollo de la inteligencia del niño a medida que la ejercita.
»En algunos casos despierta el alma prematuramente y entonces vemos los niños prodigios, que casi siempre son anormales y enfermizos.
»Ocasionalmente despierta la soñolienta alma del niño y nos sorprende con alguna observación profunda o nos admira por sus reflexivas consideraciones y acertada conducta.
»Los raros casos de los niños prodigios denotan que el alma ha despertado rápidamente, mientras que por otra parte hay casos en que el alma tarda en despertar y el individuo no da muestras de inteligencia hasta cerca de la virilidad.
«Se han conocido casos en que el alma no despertó completamente hasta los cuarenta años de vida física y entonces sorprendió por su insospechada actividad.»
Pero ahora tratamos principalmente de las primeras etapas del segundo sueño del alma, que se pasan en el devacán.
Durante este período efectúa el alma las que pudiéramos llamar «digestión y asimilación espiritual».
Así como en su primer sueño digiere el alma los frutos de la vida terrena y se asimila las lecciones experimentales allí recibidas, durante el segundo sueño digiere y se asimila las admirables experiencias de la vida astral, ya que durante ellas no sólo reflexionó el alma sobre su pasada existencia terrena, sino que edujo nuevas facultades y reconstruyó progresivamente su carácter.
Mucho se ha purificado el alma durante su permanencia en el astral y algún tanto evoluciona.
El fuego del remordimiento y de la sincera contrición quemó muchos vicios, consumió hartas pasiones, mientras que algunas virtudes y armónicas cualidades medraron en el suelo espiritual del devacán, al beso del Sol del Espíritu que allí la envuelve.
Pero todavía le es necesario proceder al inventario del modificado carácter, reajustar las condiciones mentales y preparar se espiritualmente para la nueva vida; y todo esto lo efectúa el alma durante las primeras etapas de su segundo sueño.
De la manera que el hombre terreno restaura sus fuerzas durante el sueño corporal para emprender refrigerado la obra del nuevo día, así el alma desencarnada recibe del Único Manantial la energía necesaria para entrar fortalecida y vigorizada en la nueva vida física.
No nos detendremos en pormenores acerca de este acrecentamiento de energía, porque nos hemos propuesto prescindir de todo tecnicismo.
Basta exponer que durante su segundo sueño el alma recibe un nuevo impulso de energía y se le da el molde de su nuevo cuerpo físico.
También experimenta la atracción de sus lazos kármicos, que la llevan a reencarnar en condiciones congruentes con su índole, de conformidad con el aforismo de que lo semejante atrae a lo semejante.
Cada alma va a donde le corresponde por lo que ella es. No está sujeta a la arbitraria voluntad de ningún ser celeste ni terrestre, sino tan sólo a la inexorable, equitativa y absolutamente justa ley del karma.
No hay favoritismo ni tampoco el más leve riesgo de que el alma sea víctima de la más mínima injusticia, por muy atrasada que esté en su evolución.
Altos y bajos están sujetos a la misma ley, porque todos son hijos del mismo Padre, todos niños en el parvulario del Logos. Todos van por el mismo Sendero, tanto si lo conocen como si no, pero su ignorancia no se les anota como deuda pendiente en el ajuste de cuentas.
En el último capítulo de esta obra trataremos de las almas que trascienden las reencarnaciones en la tierra y ascienden a planos y etapas de existencia muy superiores a cuanto la tierra pueda ofrecer.
Las mencionamos aquí tan sólo para decir que también ellas han de pasar por el segundo sueño antes de seguir adelante.
En tal caso se desprenden durante el sueño de todos los residuos de los deseos personales y renuncian al fruto de toda acción para emanciparse de la rueda de muertes y nacimientos.
Tales almas ya no vuelven a la tierra, a no ser que voluntariamente asuman la función de guías e instructores de la evolucionante humanidad.
Tomaron forma humana en diversas épocas de 1a historia del mundo y vivieron entre los hombres, pero siempre fueron mucho más que hombres excepto en la apariencia, porque ya habían trascendido la humana evolución.
Hay planos de existencia mucho más altos que el astral. Bienaventurada el alma que al despertar del segundo sueño se halla en el aun más bajo nivel de aquellos planos superiores.
Hasta el más docto sabio inclina reverente la cabeza a la mención de tan excelsas cumbres de espiritual existencia que exceden a cuanto el hombre sea capaz de imaginar.