Capítulo V

Después de la muerte

Una de las preguntas más frecuentes de quienes comienzan a interesarse por el misterio de la otra vida es: «¿Qué le sucede al alma inmediatamente de salir del cuerpo?»

Muy deplorables son las respuestas que dan a esta pregunta muchas de las tituladas autoridades en el asunto. En verdad, «es muy peligroso el conocimiento deficiente».

Las personas vulgares se figuran que en cuanto el alma se desprende del cuerpo físico entra en un nuevo mundo de actividad, en un maravilloso país de extrañas y misteriosas escenas.

Muchos esperan encontrar después de la muerte a los seres queridos que les precedieron en la partida de este mundo.

Si bien es verdad que algo hay de cierto en todo ello, también es verdad que inmediatamente después de la muerte del cuerpo físico ha de experimentar el alma una muy diferente condición.

Consideremos lo que le sucede al alma inmediatamente antes y después de separarse del cuerpo.

El moribundo experimenta generalmente un gradual entorpecimiento de los sentidos corporales: Se debilitan la vista y el oído, y la vida del moribundo parece la llama de una candela cercana a la extinción. En muchos casos este es el único fenómeno de la proximidad de la muerte.

Pero en otros muchos casos, a medida que se debilitan los sentidos físicos se agudizan los psíquicos. A veces los moribundos manifiestan lo que en aquel momento sucede en otro aposento de la casa o en algún punto lejano. La clarividencia suele acompañar a la cercanía de la muerte y a veces también la clariaudiencia, de modo que el moribundo ve y oye lo que pasa en lugares distantes.

Multitud de casos registran las sociedades de investigaciones psíquicas y se relatan en el seno de las familias, en que el moribundo fue capaz de proyectar tan vigorosamente su personalidad, que los parientes y amigos a la sazón en puntos lejanos vieron efectivamente su espectro, y en algunos casos conversaron con él.

Las escrupulosas comprobaciones de tiempo demostraron que casi siempre la aparición espectral ocurrió antes de la muerte física de la persona.

Desde luego, se conocen casos en que el intensísimo deseo del individuo lo capacitó para proyectar su forma astral ante alguien por allí cercano, inmediatamente después de la muerte, aunque estos casos son todavía muchos más raros.

Casi siempre el fenómeno es consecuencia de la transmisión de un pensamiento tan vigoroso, que la persona a quien va dirigido ve la forma o imagen astral del moribundo cuya alma está sin embargo todavía en el cuerpo.

También en muchos casos el moribundo cree tener a su lado a los seres queridos que le precedieron en la muerte física, aunque esto no significa que hayan de estar allí realmente, pues conviene advertir que en el plano astral se anulan las distancias, y es posible que dos entidades se relacionen sin interposición de espacio, es decir, que aunque dos almas no estén una junto a otra, pueden relacionarse con la mente y el espíritu como si efectivamente lo estuvieran.

Muy difícil le es comprender esto a quien todavía vive en cuerpo físico, porque en el mundo material rigen las leyes del espacio.

La telepatía nos da la clave de los fenómenos astrales. Dos personas vivientes en cuerpo físico pueden comunicarse mentalmente aunque estén una de otra a millares de kilómetros de distancia o en uno y otro extremo del mundo.

De la propia suerte dos almas pueden comunicarse directamente sin que para ello sea obstáculo la distancia.

Según hemos dicho, el moribundo se comunica a veces con las personas queridas que ya están en el otro mundo y de esta comunicación recibe grandísimo consuelo, pues en efecto es una hermosa circunstancia que suele acompañar a lo que llamamos «muerte», la reunión del moribundo con sus deudos y amigos queridos, de la que con tanta esperanza hablan las personas piadosas. Pero no ocurren las cosas como ellas se figuran.

El moribundo va desprendiéndose poco a poco de su cuerpo físico y al expirar queda el alma revestida del cuerpo astral, que es exacta contraparte del físico, con el cual coincide durante la vida terrena. Es el cuerpo astral una forma de materia mucho más sutil que la física, de modo que escapa a todas las pruebas que revelan la materia ordinaria.

En el momento de la muerte, el cuerpo astral queda enlazado con el cadáver por un tenue cordón de materia aérea, que al fin se rompe, y queda entonces el cuerpo astral libre, como externa envoltura del alma.

Pero este cuerpo astral no es el verdadero ser humano, como tampoco lo era el cuerpo físico, pues ambos no son más que temporáneas envolturas del alma.

Al dejar el cuerpo físico se sume el alma en profundo sueño o estado comático, semejante al del feto en el claustro materno, y así se predispone a nacer en el mundo astral, pues necesita tiempo para adaptarse a las nuevas condiciones y cobrar la fuerza y vigor requeridos por la nueva fase de existencia.

La Naturaleza abunda en estas analogías. El nacimiento en el mundo físico tiene muchos puntos de semejanza con el nacimiento en el astral y ambos están precedidos por un período comático.

Después de la muerte física permanece el alma dormida en el cuerpo astral que le sirve de protectora envoltura, como la matriz protege al feto.

Antes de proseguir en nuestro estudio debemos detenernos a considerar ciertas características de la vida del alma en esta etapa.

De ordinario descansa en paz, sin que la perturben externas influencias. Sin embargo, hay circunstancias excepcionales, o sea los ensueños del alma dormida, determinados por dos causas:

  1. las emociones intensas de amor y odio, o la inquietud por el incumplimiento de alguna labor importante o de un sagrado deber;
  2. el vehementísimo pensamiento en los seres que deja en el mundo, con tal que éstos se hallen emocionalmente relacionados con el alma del difunto.

Ambas causas producen en el alma que acaba de desprenderse del cuerpo físico una inquietud y desasosiego lo bastante poderosos para atraerla hacia las cosas de la tierra, ya por medio de una ensoñadora comunicación telepática, o en muy raros casos mediante un estado parecido al sonambulismo de la vida física.

Estas condiciones son deplorables porque perturban al alma y retrasan su evolución y desenvolvimiento en su nueva fase de existencia.

El alma que pasa tranquilamente del mundo físico al astral, rara vez se ve conturbada por semejantes ensueños, sino que después del estado comático despierta a la otra vida con tanta naturalidad como el capullo se abre en flor.

No le sucede lo mismo a quien está poseído de vehementes deseos relativos a la vida terrena o apesadumbrado por remordimientos o invadido de emociones de amor o de odio, o teme por la suerte de los seres amados a quienes deja en la Tierra.

En este último caso atormentan dichas inquietudes a la pobre alma; su sueño astral es febril y desazonado; y a veces nota el involuntario impulso de aparecerse a sus deudos o comunicarse con ellos, en el ya referido estado de sonambulismo.

Si el alma cede a este impulso, y se aparece visiblemente a sus deudos o amigos, se advierte en la aparición algo que no es propio de la personalidad física, como si estuviera medio dormida y careciese de la prestancia que tuvo en la vida física.

Así lo comprueba la historia de las apariciones ectoplásmicas, y la explicación que acabamos de dar es la única que esclarece este asunto.

Sin embargo, con el tiempo, estas pobres almas apegadas a las cosas terrenas se cansan y caen en plácido sueño.

De análoga suerte, los vehementes deseos de los que en el mundo físico quedan, pueden establecer una relación con el alma del difunto y perturbar su descanso.

Muchas personas bien intencionadas establecieron con su intenso deseo dicha relación, sin tener en cuenta que de tal modo retardaban la evolución del ser querido en el mundo astral.