Capítulo XVI
Lazos mundanos
En las obras que tratan del plano astral, sobre todo si son de autores antiguos, se encuentran muchas referencias a las almas apegadas por lazos mundanos a la senciente vida de la tierra.
Por regla general es muy bajo el estado de conciencia de estas almas que no quieren apartar su mirada de la tierra ni alejarse de los lugares donde más ejercieron su actividad o gozaron sensualmente durante su vida física, pues sólo allí encuentran el placer peculiar de su degradada condición.
Pero también hay, por desgracia, otras almas que a pesar de su mayor nivel de conciencia se muestran reacias a romper los lazos mundanos y se adhieren desesperadamente a los deudos que dejaron en la tierra.
Suele suceder que un alma predispuesta a vivir normalmente en los subplanos superiores del plano astral está tan preocupada por las cosas de la tierra, que en cuanto despierta de su sueño se afana por volver a inmiscuirse en los asuntos mundanos.
Esta siniestra condición deriva generalmente del incumplimiento de algún sagrado deber, del remordimiento ocasionado por algún daño gravísimo inferido al prójimo o de la ansiedad por el porvenir de los de su sangre que quedaron en la tierra.
En tales casos, la entidad astral planea en el espacio junto a la persona o sobre el lugar en que tiene enfocado su interés, y en condiciones psíquicas extremas puede hacerse visible a la persona con quien necesita comunicarse.
A esta clase pertenecen las pobres almas errantes de uno a otro de los lugares que frecuentaron en vida, y cuyo remordimiento las mueve a vanos esfuerzos para remediar el mal que a sí mismas o a los demás hicieron.
Por supuesto que estas almas infortunadas no están completamente despiertas en el mundo astral ni en el físico, sino en un estado sonambúlico en ambos planos, sin participar de la normalidad de la vida astral ni de la terrena.
En análoga condición se encuentran aquellas otras almas atormentadas por el pensamiento de haber dejado incompleta una labor o incumplido un deber, y que en estado sonambúlico planean sobre los lugares más frecuentados en su vida anterior y más particularmente rondan por la casa en que habitaron, con el soñoliento propósito de enmendar sus yerros.
A otra clase pertenecen las almas que no por interés material sino por el vivísimo afecto que profesaron a sus deudos más cercanos, se atan a la tierra con el vano propósito de servirles de auxilio y guía.
En todos estos casos, el deber del alma encarnada es enviar al alma en pena un pensamiento de amor con la deliberada sugestión de que se aparte de las cosas del mundo físico, porque su propio escenario de actividad es el mundo astral donde está obligada a proseguir su desenvolvimiento en obediencia a la atracción de los subplanos superiores.
Quienes tengan la seguridad de que una de estas almas desencarnadas se cierne a su alrededor, no ha de vacilar en cumplir con el deber de darle dicho consejo, por muy dolorosa que sea la repulsa, aunque se ha de tener en cuenta que a causa de su estado sonambúlico se manifiesta el alma desencarnada en una tónica ingenuamente infantil y por lo general no le cuesta mucho seguir el consejo y obedecer la insinuación, por más que de momento llore como un chiquillo.
Sin embargo, si bien muchas almas aceptan el consejo y ceden a la atracción de los subplanos superiores, sucede que aun sin necesidad de tal consejo acaba el alma desencarnada por hacerse cargo de su desairada situación, cesa su existencia inquieta y prevalece la superior atracción que la conduce a su nivel adecuado del mundo astral.
Prevenimos contra todo intento de mantener cercana a este mundo al alma que repugna romper los lazos que la atan a las cosas materiales, porque sería como alentar al feto a que permaneciese en la matriz o a la crisálida a que se mantuviera en el capullo.
Ningún bien puede provenir de quebrantar las leyes de la Naturaleza en cualquier plano de existencia.
La clase inferior de almas apegadas a la tierra es muy distinta y bastante peor que las de las dos clases anteriores.
Son almas de muy bajo estado de conciencia, en que predomina la animalidad, y los instintos brutales son su característica emocional.
En estas almas es tan poderosa la tendencia a las cosas de la tierra que prepondera contra la atracción de los subplanos superiores, de modo que vive el alma en un subplano tan cercano al mundo físico como le es posible a su lastimosa condición.
En efecto, el subplano inferior del astral, donde moran estas almas, está tan próximo al mundo físico que parece como si dijéramos el anillo de tránsito o subplano de transición entre uno y otro mundo, o una entremezcla de ambos, o bien como si únicamente los separara un tenue velo que es una tentación continua para dichas almas, pues aunque no puedan tomar parte en los sucesos terrenos, perciben confusamente cuanto va ocurriendo en la tierra.
Estas almas de atrasada evolución contraen su visita a los lugares en que más actuaron durante la vida terrena, y se complacen siniestramente en influir en las personas de su misma índole, incitándolas a toda clase de acciones crapulosas y aun de crímenes.
En algunos casos extremos han logrado estas almas magnetizar un cascarón astral y darle apariencias de ectoplasma.
La índole de estas entidades varía muy poco al pasar del plano físico al astral, y se deleitan en las burlas y jugarretas con que alucinan a los concurrentes a las sesiones espiritistas, haciendo sonar los timbres de las casas, apagando las luces, provocando ruidos extraños y golpeando a los circunstantes.
Sin embargo, no son realmente temibles, porque cualquiera puede ahuyentarlas con un conjuro en que se les dé a entender que se sabe quiénes son y se les manda que se marchen para no volver.
Un mandato enérgico, con voz de autoridad, y la manifestación rotunda de que se les ha descubierto el juego bastarán para que se retiren cabizbajas y cariacontecidas a su propio subplano.
También son capaces estas atrasadas almas de fingirse y tomar el nombre de un pariente o amigo de alguno de los presentes en una sesión espiritista o de simular un personaje histórico famoso.
Todo el que de buena fe o con propósito de investigación y examen imparcial haya asistido a las sesiones espiritistas y escuchado lo dicho por el falso Washington o el Julio César simulado, en el tono y lenguaje peculiares de los barrios bajos, comprenderá la razón de nuestros asertos.
El conocimiento de estas circunstancias esclarecerá muchos puntos obscuros de los fenómenos psíquicos.
Sin embargo, esta clase de almas permanecen muy poco tiempo en el mundo astral, y no tardan en reencarnar en un ambiente adecuado a su carácter, en cumplimiento de la ley de atracción espiritual.
Como quiera que gravitan hacia el plano material, nada hay que pueda mantenerlas en el astral, y por tanto es en la mayoría de los casos de corta duración su vida astral.
Pero, aun en el hombre más brutal y degenerado hay algo bueno, por poco que sea, una chispa de fulgor espiritual que brilla momentáneamente en el plano astral.
Con el tiempo, esta chispa bastará para encender una débil llama que alumbre los pasos de la pobre alma por el sendero que la conducirá a los subplanos superiores.
Así es que también estas almas tienen un grado de prometedora esperanza.
La mayoría de ellas no han querido aprovechar las lecciones de la experiencia, sino que por el contrario se sumen cada vez más en la materialidad, hasta que la amante Naturaleza las azota y aflige de suerte que despiertan conscientemente a la comprensión de su verdadero estado.
Hay en el mundo astral subplanos de tan repulsivo carácter que nos resistimos a mencionarlos.
Están habitados por entidades de ínfima estofa, de la peor ralea, incapaces de colaborar en el divino plan de evolución.
No nos detendremos a describirlas bastará citar al efecto las palabras con que manifiestan sus respectivas impresiones dos sabios ocultistas, uno antiguo y otro moderno.
Dice el antiguo: "¿Qué lugar es el que veo? No hay agua. No hay aire. No hay luz. No hay suelo. Es un abismo insondable. Tan negro como la más negra noche.
Dice el moderno: «Muchos estudiantes de ocultismo repugnan la investigación de este subplano por lo desagradable, pues produce una sensación de pesadez y materialidad indescriptiblemente repugnante al ego que actúa libremente en su cuerpo astral, porque le parece como si atravesara un fluido negro y viscoso, aparte de lo antipático de las entidades que lo pueblan.»
No es necesario amonestar a las personas discretas en el sentido de que no intervengan ni presencien fenómenos psíquicos de carácter material que las pondrían en contacto más o menos directo con los subplanos inferiores del plano astral.
Sin embargo, queremos dejar sentada esta amonestación mucho más vigorosamente que en nuestras demás obras, porque lo desconocido fascina y atrae a muchas personas, sobre todo a las que no están familiarizadas con los fenómenos del mundo astral.
Estas personas, embargadas de curiosidad, se lanzan imprudentemente adonde los ángeles temerían entrar y atraen todo siniestro linaje de entidades y condiciones astrales.
Nuestro consejo en este punto es que se ha de tener fijo el pensamiento en las verdades espirituales superiores, en la vida superior del alma, apartándose resueltamente de las bajas modalidades de los fenómenos psíquicos, es decir, no buscar en modo alguno fenómenos, sino investigar continuamente la verdad, que una vez conocida esclarecerá todos los misterios y resolverá los problemas.
La curiosidad que no tiene por objeto el acrecentamiento de la energía mental por la adquisición de mayor suma de conocimientos es curiosidad malsana, semejante a la del niño que se abrasa la mano al tocar la estufa.
Busquemos siempre el fulgor solar del espíritu y evitemos los pálidos rayos del fenómeno psíquico.