La salud y los comienzos de la medicina
DETERMINAR EL ESTADO DE SALUD de las poblaciones prehistóricas y los primeros intentos de resolver las enfermedades no es tarea sencilla si tenemos en cuenta la escasez de elementos conservados hasta nuestros días. De entre ellos, serán básicamente los restos óseos los que nos permitirán acercarnos a toda esta problemática, principalmente, a través de la Paleopatología. El estudio de las deformaciones, desgastes e intervenciones en los huesos por parte de los paleopatólogos, así como el conocimiento de la edad de los individuos muertos mediante análisis antropológicos, ofrecerá informaciones que nos posibilitarán reconstruir tanto la esperanza de vida de estas poblaciones como el estado de salud de las mismas e incluso las causas de la muerte. Cuando en las últimas fases de la Prehistoria los cadáveres son incinerados, su estudio entraña una mayor dificultad; sin embargo, en ocasiones, se han podido detectar, a partir de pequeños fragmentos óseos, ciertas patologías que aportan datos de interés.
Algunos de estos estudios paleopatológicos, tal y como recogen J. Dastugue y H. Duday (1982), nos ofrecen determinadas informaciones que sirven para romper viejos esquemas relativos a los comportamientos de las gentes prehistóricas con relación a los seres cercanos. Se ha sugerido en muchas ocasiones que estos «primitivos» serían rudos, con el único objetivo de la supervivencia; los individuos más débiles o enfermos quedarían a su suerte, siendo la única regla válida la de la selección natural.
Ciertos restos humanos estudiados nos indican, no obstante, que algunos de ellos, tras padecer determinados traumatismos, fruto de los cuales habrían quedado totalmente inmóviles e incapaces de sobrevivir por sí mismos, siguieron con vida al menos el tiempo suficiente para que volvieran a soldarse sus huesos; esto implicaría la existencia de una ayuda por parte de otros individuos y. por lo tanto, un grado importante de solidaridad.
Recientes estudios realizados con los huesos humanos descubiertos en la Sima de los Huesos de Atapuerca, correspondientes al Homo heidelbergensis, y cuya antigüedad ha sido establecida en 400.000 años, mediante técnicas isotópicas y trabajos paleontológicos, hablan de la ausencia de fracturas que hubiesen cicatrizado en vida en los huesos de las extremidades. Este hecho hace pensar a los investigadores que, al no ser posible imaginar que ninguno de aquellos individuos no sufriera alguna fractura, no habrían sobrevivido nunca a estas roturas de los huesos mayores de las extremidades el tiempo suficiente para que el hueso se soldase. Por el contrario, son frecuentes los restos de traumatismos de diferente grado en la cabeza; destaca también un tipo de artropatía en la articulación de la mandíbula que afectaba a la mayor parte de los individuos descubiertos; dos de ellos también habrían padecido severas pérdidas de sus capacidades auditivas (J.L. Arsuaga, I. Martínez, 2004).
A partir de los hallazgos óseos correspondientes a individúos neandhertales, se deduce que muchos de estos robustos cazadores padecieron numerosas situaciones de gran dificultad, en parte debidas, muy probablemente, a su actividad cazadora. Los traumatismos, principalmente, de cráneo y cuello, así como las roturas de brazos, son abundantes, aunque se observa que a pesar de ellas, sobrevivieron con frecuencia, muchas veces con limitaciones considerables, apreciándose cómo bastantes de esa . fracturas acabaron soldándose. También están documentados, entre otros, casos de artrosis severa.
Con relación a las posibles causas de la muerte de los individuos infantiles, tanto del Paleolítico Inferior como del Medio apenas si disponemos de datos en todo el mundo que nos puedan aportar alguna información, ya que son muy escasos lo restos hallados. Únicamente un parietal encontrado en el yacimiento francés de Lazaret permitiría relacionar de forma directa una lesión ósea con la muerte del niño.
Durante el Paleolítico Superior, el estado de salud de las poblaciones de cromagnones debía ser, por lo general, según se desprende de los restos humanos conservados, aceptable y equilibrado. Aparecen huellas de artrosis, principalmente vertebral y fracturas, pero no se aprecian ni tuberculosis ni tumores óseos malignos (primitivos o metastáticos), ni osteoporosis ni raquitismo, así como muy pocas caries dentales (G. Delluc, 1995). Sin embargo, los restos disponibles corresponden frecuentemente a poblaciones jóvenes, reflejando una vida media considerablemente baja; esta relativa juventud de los individuos fallecidos impediría que apareciesen ciertas enfermedades asociadas a la edad y propiciando al mismo tiempo que la degradación fuese escasa. Pero la actividad física de estas gentes sería probablemente elevada, lo que de alguna forma quedaría reflejado en unos cuerpos robustos y, en cierro modo, sanos.
Correspondiente al período Mesolírico y fechado en el año 6600 antes del presente, se halló en la cueva de Aizpea (Aribe) el esqueleto de una mujer que presenta una serie de patologías esqueléticas, entre las que destacan las siguientes: en el cráneo se observan tres depresiones casi circulares de diferentes tamaños en la parte posterior de los parietales, tal vez causadas por quistes sebáceos; así mismo, en el margen anterior de los cóndilos mandibulares se aprecian unos discretos rebordes artrósicos. En lo que se refiere a las patologías del esqueleto postcraneal, pueden ser consideradas como manifestaciones de problemas degenerativos leves, aumentados por el uso reiterado de algunas articulaciones (escapulo-humeral y coxo-femoral). Todo ello tendría relación con la actividad de esta mujer en un medio agreste y accidentado como es el de esta zona pirenaica. Por lo que se refiere a su dentición, cuenta con numerosas patologías, principalmente caries dentarias, así como cálculo e hipoplasias del esmalte. A pesar de ello, el estado de salud de esta persona ha sido considerado como bueno, provisto de una considerable potencia y actividad muscular relacionadas con una importante actividad física. Su dieta estaría basada fundamentalmente en productos vegetales con gran contenido en carbohidratos, más que en proteína animal (Rúa, C. de la; et alii, 2001).
Los huesos humanos conservados correspondientes al Neolítico son más abundantes, debido en gran parte a que, a partir de estos momentos, los cadáveres se entierran o se depositan en recintos específicos; esto nos permite tener más información del estado físico de estos primeros agricultores y ganaderos. Así, por ejemplo, los restos óseos pertenecientes a las inhumaciones practicadas en el covacho de Fuente Hoz (Anúcita) durante el Neolítico avanzado presentan, además de una trepanación, diversas afecciones dentarias; algunos de los molares tienen huellas de abrasión, así como un moderado número de caries, que indican una dentición fundamentalmente sana. La utilización de molinos de arenisca para triturar los cereales en este período explicaría en parte el importante desgaste de las piezas dentarias al masticar los restos de arenilla mezclados con el grano (J.Mª Basabe; I. Bennassar, 1983).
Los restos de 95 individuos de ambos sexos hallados en el nivel Calcolítico de la cueva de Las Yurdinas II (Urizaharra), presentan en algunos casos diversas patologías en el esqueleto; es frecuente la presencia de signos de artropatías, muchas de ellas en la columna vertebral y principalmente en la zona cervical. Se constatan asimismo, fracturas que en unos casos afectan a dedos de manos y pies y a costillas, y en otros, a huesos largos, en los que se aprecian callos de fractura en dos cubitos y una tibia. No faltan ejemplos de quistes dermoides, osteocondritis disecante e incluso brucelosis (enfermedad infecciosa relacionada con las actividades ganaderas). En lo que se refiere a la patología oral, se constatan caries, periodontitis, osteítis, etc. Destaca que 67 de las 2.612 piezas dentarias tenían signos de caries, lo que significa un 2,3%, un porcentaje bajo. Por el contrario, es muy frecuente el desgaste dentario (A. Gómez, 200:;).
Entre los huesos correspondientes a, al menos, 35 individuos descubiertos en la cueva sepulcral de los Hombres Verdes (Urbiola), pertenecientes al Bronce avanzado, se ha podido diferenciar sobre 15 de los cráneos, 11 varones y 4 mujeres; uno de estos cráneos presentaba una fractura astillosa con hundimiento del hueso y perforación de la bóveda, que se habría producido con el hueso fresco y que probablemente causó la muerte del individuo. Las caries son en este grupo muy abundantes: de un total de 128 piezas dentarias observadas, 37 están cariadas, lo que supone el 28,9%, y de un total de 357 alvéolos, 33 están reabsorvidos y 77 presentan caries, reabsorciones y abcesos. La mortalidad de estas gentes fue considerablemente prematura: el 37,5% de los muertos eran menores de 5 años; el 25%, entre los 5 y los 18 o 20 años, el 28,13% de entre 20 y 30 años y el 9,38% mayores de 30 años. Esto significa que el 62,5% no alcanzó la edad adulta y que tan sólo algo menos de 10% llegó a edades avanzadas (M. Fuste, 1982).
Las trepanaciones o perforaciones del cráneo, llevadas a cabo mediante diferentes sistemas, son complejas prácticas quirúrgicas que se utilizaron a partir del Neolítico y que están escasamente representadas en nuestros yacimientos funerarios. Sin embargo, algunos de los restos hallados, como los de Fuente Hoz (Anúcita), corresponden a etapas antiguas y el individuo intervenido sobrevivió a la operación. La causa para practicar las trepanaciones se desconoce en estos momentos, aunque pudo obedecer tanto a motivos de tipo ritual como a otros cuyo fin fuese el de combatir males como los traumatismos, las epilepsias o las cefalalgias. Dentro del período prehistórico, contamos con cráneos trepanados en yacimientos como el citado covacho de Fuente Hoz, correspondiente al Neolítico Final y fechado en el 3210 antes de nuestra Era, en el enterramiento bajo roca de San Juan ante Portam Latinam (Biasteri) del Neolítico-Calcolítico Antiguo, en la Mina de Urbiola (Urbiola) de la Edad del Bronce (hoy desaparecido) y en la cueva de Atxarte (Igorre) del Eneolítico-Bronce. Todos ellos presentan perforaciones de forma más o menos circular o rectangular, oscilando sus dimensiones entre los 55 y los 18 milímetros; los cráneos corresponden tanto a individuos jóvenes como adultos. F. Etxeberria (1990) considera, no obstante, que no deben considerarse trepanaciones las perforaciones de los cráneos de Urbiola y Atxarte; las restantes, sin embargo, permiten apreciar, en opinión de este investigador, las diferentes técnicas de apertura del cráneo: barrenado, legrado e incisión.
Una serie de estudios llevados a cabo en Europa en torno a la duración de la vida durante la Edad del Bronce, calcula que los hombres vivirían como media 31,3 años y 29,9, las mujeres, sobrepasando los 50 años tan sólo un 3,3% de la población. Estas gentes padecerían enfermedades como la artritis crónica, lo que les produciría un dolor continuo, además de ser frecuentes las caries; con el fin de mitigar los dolores recurrirían a numerosas hierbas y a otros remedios que, en ocasiones, serían de gran eficacia (A.E. Harding, 2003). Con relación a las enfermedades durante la Edad del Bronce, se han estudiado los restos de 125 individuos en Italia, de los que un 28% tenía alguna incidencia de criba orbitaria (hueso esponjoso situado sobre la cuenca de los ojos) y que ha sido considerada como una reacción a las infecciones parasitarias relacionadas con la cría de animales así como con el consumo de productos lácteos no tratados y de carne de vacuno. Este tipo de afecciones, que han sido también localizadas en otros yacimientos europeos, es muy probable que fueran numerosas entre estas poblaciones dedicadas, en gran parte, a los trabajos agrícolas y ganaderos (S. Minozzi, et alii., 1994).
Adentrados ya en la Edad del Hierro y con relación a la forma de tratar algunas enfermedades, Estrabón, dentro de su Geografía, hablando de los montañeses que habitaban en la zona septentrional de Iberia, es decir, «los Kallaikoi, Astoures y Kantabroi, hasta los Ouaskones y el Pyréne», la compara con la manera empleada en la Antigüedad por los egipcios, es decir, exponiendo a los enfermos en los caminos para que fuesen curados por los que ya habían sufrido la misma enfermedad.
Este período protohistórico es, no obstante, una de las etapas más complejas a la hora de realizar estudios en torno a los seres humanos, debido a que, a través del ritual funerario de incineración, son destruidos en gran parte los restos óseos de estas poblaciones; sin embargo, los enterramientos infantiles, a los que se aplica el ritual de la inhumación, depositándolos junto a los muros de las viviendas, nos ofrecen una serie de informaciones a tener en cuenta, principalmente relacionadas con los índices de mortalidad entre estas poblaciones jóvenes. Así, de los estudios realizados en los poblados alaveses de La Hoya (Biasteri) y Atxa (Gasteiz), en los que han sido analizados 184 y 49 individuos infantiles respectivamente, obtenemos los siguientes datos: en La Hoya, el 11% de los niños murió antes del noveno mes de gestación, mientras que el 49% lo hizo durante el parto, a los pocos días, o incluso nacieron muertos; un 26% murieron ante de los 6 meses, un 8% entre los 6 y los 12 meses y un 6% con más de 12 meses (E. Galilea, A. García, 2002). En el poblado de Atxa, el 22% falleció antes del noveno mes de gestación; el 5-%, durante o al poco tiempo del parto, o bien nació muerto; el 8% con menos de 6 meses, el 8% entre 6 y i2 meses y el 5% con más de 12 meses. Del estudio conjunto de ambos recintos se aprecia el alto índice de mortalidad antes y principalmente durante el parto, debido probablemente a problemas surgidos durante el mismo. Otra serie de dificultades en los primeros meses de existencia hacían que la mortalidad fuese así mismo elevada en ese período; de estos estudios, sin embargo, no se deduce que las muertes infantiles fuesen provocadas o se debieran a rituales de carácter violento (F. Etxeberria, L. Herrasti, 1995).
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Imagen 24: Vista aérea del poblado de La Hoya (Biasteri) en donde se aprecia el trazado urbano correspondiente a la segunda Edad del Hierro (Foto A. Llanos)
En excavaciones recientes que afectan a yacimientos de este período están comenzando a identificarse algunos elementos correspondientes a instrumental médico-quirúrgico. Así, en el nivel de la Segunda Edad del Hierro del poblado de Atxa (Gasteiz), se encontró una cucharilla de bronce de cazoleta hemiesférica con su enmangue correspondiente.
Pero si analizamos de forma general los temas relacionados con la salud a través de los diferentes períodos prehistóricos, observamos cómo entre las enfermedades degenerativas, la artrosis es quizá la más significativa, afectando a las articulaciones, desgastándolas y produciendo un considerable dolor, lista enfermedad que se extiende principalmente entre la población de mayor edad, aunque sin quedar libres los más jóvenes, se ha constatado en diferentes yacimientos tales como la cueva sepulcral de Gobaederra (Subijana-Morillas), donde una serie de huesos de varios cadáveres correspondientes a la articulación del codo presentaron un notable desgaste. En otros casos, como en el dolmen de El Sotillo (Biasteri), la que está afectada es la rótula; no obstante es generalmente la columna vertebral la parte más dañada, principalmente su zona cervical (F. Etxeberria, 1992).
Además de la artrosis es frecuente detectar distintas fracturas en los huesos, lo que supondría a los heridos, según las zonas afectadas, una serie de limitaciones importantes, que en ocasiones podrían ser temporales y en otros casos definitivas. Del estudio de los restos correspondientes a las etapas más antiguas de la Prehistoria europea se deduce que fueron más frecuentes las lesiones en el antebrazo y más escasas en huesos largos como el fémur, la tibia o el húmero y, aunque su origen pudo ser diverso, todo parece indicar que gran parte de estos traumatismos estarían motivados por accidentes de tipo doméstico; por el contrario, serían más escasos los daños producidos por conflictos armados, aunque éstos también estén presentes de forma clara, en algunos yacimientos (J. Dastugue; H. Duday, 1982).
Los ejemplos de fracturas son numerosos y oscilan entre las poco relevantes como las detectadas entre los restos de las cuevas sepulcrales de Peña del Castillo 2 (Barrio), Gobaederra (Subijana-Morilla), las del dolmen de El Sotillo (Biasteri) y otras de carácter más importante, aunque finalmente perfectamente recuperadas, como las del enterramiento de San Juan ante Porrain Latinam (Biasteri), los dólmenes del Alto de La Huesera (Biasteri), Los Llanos (Kripan), La Mina (Salcedo) y las de la cueva de Peña del Castillo 2 (Barrio) (E. Etxeberria, 1992).
El estudio de los dientes humanos prehistóricos también proporciona importantes datos. La caries se detecta en algunos di estos restos, aunque son muy frecuentes los problemas de desgaste de estas piezas debido en gran parte al contenido de tierra y arenilla de los productos alimenticios que en esos períodos serian escasamente lavados; pero además, gran parte de estos alimentos al ser triturados, tal y como ya hemos señalado, lo serían en molinos que generaban arenas de diversos tamaños. Paralelamente a estas lesiones, se ha detectado también patología quística radicular en cinco casos, dentro del dolmen de Aizibita (Cirauqui), que pudo haber estado motivada por fractura coronaria, abrasión o caries (CI. Albisu, 200a).
Junto a las múltiples causas naturales que provocan las enfermedades y la muerte a lo largo de todos los tiempos, los enfrentamientos y las guerras han contribuido de forma importante a rebajar la vida media de la especie humana desde los primeros momentos de su existencia. En las etapas más antiguas, a lo largo de) Paleolítico, muy probablemente las luchas alcanzarían a pequeños grupos y estarían motivadas tal vez por disputas territoriales relacionadas con la caza o con los lugares de estancia. Así, la existencia de roturas en los huesos, en ocasiones múltiples, podría tener su origen en posibles accidentes, pero también en actividades violentas, llegando en algunos casos a provocar la muerte. Durante el Mesolítico, los conflictos armados se documentan ya con cierta frecuencia en el continente europeo, pero es con el avance del nivel de desarrollo tecnológico y como consecuencia del nivel de progreso, principalmente a partir de los grandes cambios iniciados en el Neolítico, cuando dentro de una economía productora se va a ir disponiendo de excedentes que motivarán en ocasiones conflictos y guerras. A partir del Calcolítico, con la introducción de la metalurgia, primero del cobre, más tarde del bronce y finalmente del hierro, la proliferación de armas cada vez más poderosas repercutirá en la virulencia de los enfrentamientos.
Durante estas etapas, los testimonios de luchas estarán presentes en los hallazgos arqueológicos; pero aún en los casos en que no se dispone del documento de la propia acción bélica, una serie de elementos nos colocan ante situaciones en las que, aunque sea de forma potencial, cl conflicto está presente. Así, la abundancia de armamento metálico (lanzas, puntas, cascos, escudos, etc.), cuya finalidad no era la caza, es un hecho. Igualmente, las numerosas fortificaciones, algunas de ellas de gran envergadura, levantadas en torno a los lugares de habitación, principalmente a partir del Bronce Final, apuntan en el mismo sentido. Pero los diferentes testimonios relacionados con la guerra no sólo están presentes en el mundo de los vivos; en muchas ocasiones, las armas se depositan en los enterramientos como parte del ritual funerario, ya sean éstos de tipo cueva o megalítico, se haya practicado la inhumación o la incineración de los cadáveres.
Con respecto a los conflictos armados, disponemos de dos casos destacados dentro de Euskal Herria que han proporcionado restos óseos; en el depósito bajo roca de San Juan ante Portam Latinam (Biasteri), correspondiente al Eneolítico, se recuperaron más de 8.000 restos humanos, entre ellos un coxal con una punta de flecha clavada que provocó una herida inciso-punzante, así como tres cubitos con fractura por traumatismo directo que fue posteriormente consolidada (J.M1. Basabe; I. Bennassar, 1983). Pero además, existen en este mismo yacimiento otros huesos afectados por el impacto de flechas, algunos de ellos, con evidencias de que cicatrizaron posteriormente, sin generar problemas al individuo. Por otra parte, en el cercano poblado de La Hoya (Biasteri), en el momento de su destrucción, durante la Segunda Edad del Hierro, se produjeron una serie de acontecimientos violentos reflejados entre otras cosas en los cadáveres de algunos individuos, uno de ellos masculino, al que se había decapitado, y otro femenino, al que se le había amputado el antebrazo, que se hallaba en las proximidades.