Las tecnologías

LAS DIFERENTES TECNOLOGÍAS desarrolladas por las sociedades prehistóricas serán de gran transcendencia para el proceso evolutivo al permitir, además de una transformación del medio, satisfacer una serie de necesidades y lograr, según avanzan los milenios, alcanzar una vida más confortable y adaptada al entorno. El seguimiento de estas tecnologías es posible llevarlo a cabo a través de los numerosos vestigios que han llegado hasta nuestros días y que son continuamente recuperados a través de diferentes intervenciones arqueológicas.

La elaboración de un elevado número de instrumentos de piedra o hueso, cada vez más complejos y especializados, el constante trabajo de la madera y de otros materiales, reflejarán pequeñas pero sucesivas modificaciones generadas por los seres humanos a lo largo de centenares de miles de años, desde las etapas más antiguas.

Los cambios producidos a partir del Neolítico marcarán profundamente este proceso evolutivo, generando nuevas líneas tecnológicas hasta entonces desconocidas. La aparición de la cerámica en este momento significará un acontecimiento transcendental en muchos aspectos, aunque ésta no ha podido documentarse de forma abundante y variada en nuestro territorio, salvo excepciones, hasta muy avanzado este período. En cuanto a la industria lítica, en esta nueva etapa se mantienen determinadas características de los momentos precedentes del Paleolítico Superior, aunque están presentes ya algunos elementos desarrollados durante el Epipaleolítico, así como otros más evolucionados.

La aparición de la metalurgia del cobre y del bronce en Europa Occidental durante el III milenio será otro de los momentos claves en el desarrollo tecnológico de la humanidad, siendo posible a partir de entonces fabricar nuevos instrumentos que en muchos casos permitirán que se transformen radicalmente las formas de trabajo y la economía de las poblaciones.

En las proximidades del cambio del último milenio anterior a nuestra Era se producirán importantes modificaciones, introduciéndose a través del Pirineo u otras rutas del interior peninsular (Meseta o Valle del Ebro) innovaciones tecnológicas apreciables en muchos de los poblados de estos momentos. Pero será sobre todo durante la Segunda Edad del Hierro cuando tenga lugar la introducción del torno, revolucionando gran parte de la producción cerámica, además del inicio de la metalurgia del hierro, que originará cambios notables en las poblaciones asentadas en los ya numerosos hábitats de Euskal Herria.

El trabajo de la piedra

Para fabricar los primeros utensilios de piedra fue preciso disponer de una considerable capacidad intelectual, evidenciando el estudio de los sucesivos tipos de industrias líticas elaborados por el género Homo, más que otros elementos si cabe, la gran evolución de los seres humanos a través de millones de años en los diferentes lugares del planeta. Por otra parte, este estudio proporciona también una rica información sobre muchos aspectos de la vida del hombre permitiendo, en ocasiones, conocer no sólo los grandes avances tecnológicos sino también las pequeñas modificaciones reflejo de una evolución, muchas veces lenta, pero progresiva. Incluso las huellas de uso que han quedado en algunos de los instrumentos de piedra nos facilitarán determinar las diversas funciones de los mismos.

De las piezas conservadas correspondientes al Paleolítico, la mayor parte está fabricada en piedra, y aunque frecuentemente se emplearon otros materiales como el hueso y la madera, la dificultad de conservación de estos últimos han hecho que sea mucho menor el número de restos disponibles en nuestros días.

Para la elaboración de los útiles líticos, la tecnología habitual fue la de la talla, practicada sobre piedras duras (sílex, cuarcita, basalto) a las que o bien se aplicaba una serie de golpes o se utilizaba el método de la presión. Como definición de «talla» podría valer la que J.M. Merino (1994) recoge de Breuil: «cualquiera de los diversos procedimientos de aplicación intencional de una fuerza mecánica para obtener lascas que puedan ser utilizadas como tales, o ser modificadas a su vez, o bien para preparar el bloque matriz dándole la forma deseada y convirtiéndole en un útil más poderoso y masivo que las lascas». Según este mismo investigador, «retalla» sería «una talla más ligera que la precedente, destinada a regularizar por nuevas descamaciones de menor extensión, los bordes del útil ya bosquejado o de la lasca bruta». Finalmente, el «retoque» consistiría en un trabajo «más ligero aún, que únicamente actúa en los bordes de las piezas eliminando pequeñas escamitas, bien para regularizarlos, o para reparar sus filos, atenuarlos o suprimirlos».

La talla puede llevarse a cabo golpeando un riñón de sílex mediante un percutor, generalmente consistente en una roca dura, previa selección del punto en donde va a realizarse el impacto. La percusión sobre ese lugar puede ser directa, indirecta, en cuyo caso interviene un cincel de madera o hueso generalmente, y por presión, en esta ocasión empleando compresores de rocas blandas, madera, hueso o cuerno.

Los primeros restos de industrias conocidos se fabricaron sobre cantos rodados a los que se golpeó con un percutor duro de piedra hasta lograr una pieza que dispusiera de una zona de corte; tanto los denominados choppers como los chopping-tools se prepararon mediante la técnica de percusión directa sobre la piedra, si bien los primeros son guijarros con corte unifacial tallado, de manera que se origine un filo de tendencia redondeada, mientras que los segundos son guijarros o cantos que cuentan con un filo elaborado por percusión bifacial (J.M. Merino, 1994). El empleo de estos útiles sobre canto se extenderá a lo largo de centenares de miles de años.

Los bifaces son piezas técnicamente más complejas, tallados generalmente sobre nodulos de sílex u otras rocas, ofreciendo formas variadas, según las cuales se han clasificado en diferentes grupos: lanceolados, triangulares, amigdaloides, discoides, etc. Según J.M. Merino (1994), su talla «se produce por medio del retoque bilateral de ambas caras del riñon, en dirección centrípeta a todo lo largo de su contorno o bien respetando parte de él, quizá para crear o respetar una zona prensil, que de esta forma conserva parte del córtex original».

El bifaz alavés de Aitzabal, hoy desaparecido, y definido por J.M. de Barandiaran como de aspecto achelense, es uno de los pocos elementos que con cierta precaución pudiera asignarse al Paleolítico Inferior dentro de Euskal Herria, al igual que sucede con el hachereau hallado en Peñacerrada.

La transición entre el final de Paleolítico Inferior (Achelense Final) y el Paleolítico Medio (Musteriense) no es fácil de identificar en muchos de sus aspectos. Sin embargo, en lo que a la tecnología del trabajo de la piedra se refiere, podríamos destacar cómo durante el Achelense Final el número de bifaces sería mayor, aunque las lascas jugarían en las fases más tardías un papel considerable. En el Paleolítico Medio, las lascas se convirtieron en el soporte mayoritario, aunque en algunos casos se constatarán perduraciones significativas del período anterior con presencia de bifaces, denominándose entonces a esta cultura Musteriense de tradición Achelense. Así pues se aprecia incluso desde el Achelense Medio y a lo largo del Achelense Final y comienzos del Musteriense una tendencia progresiva a sustituir los útiles fabricados sobre nodulos o cantos por los realizados sobre lascas (incluso ocasionalmente sobre láminas), lo que permitirá una mayor precisión de talla, una diversidad muy superior de formas, así como la reducción del tamaño de los instrumentos y sobre todo un notable ahorro de materia prima.

La técnica levallois consiste en preparar de tal manera un nódulo o riñón de sílex inicial que permita obtener lascas, láminas y puntas de una forma predeterminada; estos instrumentos extraídos del núcleo se convertirán posteriormente en útiles, conformando sus bordes mediante pequeños golpes o retoques con el fin de darles la forma deseada (A. Baldeón, 1983). Dentro de Euskal Herria, el taller treviñés de Murba (Torre) es uno de los yacimientos más significativos asignados a este momento, en donde es abundante la industria de sílex a la que se ha aplicado la técnica citada. Esta técnica está asimismo presente en cuevas como Lezetxiki (Arrásate), Amalda (Zestoa) y Axlor (Dima).

Pero antes de proseguir con la evolución tecnológica en la fabricación de utensilios líticos a lo largo de la Prehistoria, vamos a recoger unas breves definiciones de algunos de los más frecuentes, basándonos en J.M. Merino (1994) y J.-L.Piel-Desruisseaux (1989):

Núcleo: bloque de piedra del cual se irán obteniendo mediante la percusión o la presión, lascas y láminas que posteriormente se emplearán, una vez modificados sus filos, en útiles. Estos núcleos pueden ser de diferentes rocas, elegidas con precisión a lo largo de todas las fases de la Prehistoria, si bien el sílex es la más frecuente a partir del Paleolítico Medio. El núcleo será preparado previamente en dependencia de las piezas que se piensen obtener de él.

Lascas: son los restos que se desprenden al tallar la roca, presentando formas y dimensiones muy diversas. Pueden ser producto de la preparación de un núcleo o de la fabricación de un útil.

Láminas: son un producto del lascado y presentan una forma alargada y estrecha y que algunos autores han puesto como límite que alcancen una longitud igual o mayor a dos veces su anchura. Con ellas se fabrican gran cantidad de útiles a partir del Paleolítico Superior: raspadores, buriles, puntas, etc.

Bifaz: según F. Bordes (1979) son útiles de diversos tipos tallados a partir de riñones de sílex u otros tipos de rocas, pero también, en períodos más recientes, de lascas espesas. Su característica es haber sido tallados por las dos caras, mediante un retoque que afecta a la totalidad de las superficies, o que al menos es invasor. En un principio, se utilizaban para su fabricación percutores duros y posteriormente blandos. Según la forma que adquieren, se denominarán bifaces lanceolados, amigdaloides, cordiformes, triangulares, ovales, discoides, etc.

Raedera: es una lasca a la que se transforma en filo, mediante retoques, uno o varios de sus lados mayores. Puede clasificarse por la posición del filo con respecto al eje de la lasca (lateral, transversal y desviada) o por el número, único o múltiple, de los filos que han sido retocados.

Muesca: es un útil fabricado desde fechas muy antiguas de la Prehistoria. Presenta anchas muescas que se obtienen de un solo golpe de percutor y en ocasiones se han regularizado mediante pequeños retoques o incluso a través de su utilización.

Denticulado: es según F. Bordes (1974) un útil sobre lasca o lámina que presenta en uno o varios bordes no adyacentes una serie de muescas contiguas o casi contiguas que se realizan a partir de pequeños retoques, o anchas muescas de tipo clactoniense.

Raspador: pieza que cuenta con un retoque que delimita un frente de forma aproximadamente semicircular. Según esté fabricado sobre una lasca o una lámina, en dependencia de su espesor o de la extensión del frente trabajado, se pueden establecer un gran número de tipos. Algunos de ellos, son característicos en determinados períodos.

Buril: es un instrumento básico en amplios períodos prehistóricos que cuenta con un bisel más o menos afilado y resistente a la rotura obtenido mediante la extracción de una o varias laminillas por medio del denominado golpe de buril. Sus variantes son muy numerosas y en ocasiones permiten determinar el período en que han sido elaboradas.

Punta: aunque presenta un gran número de formas, todas ellas tienen en común ser instrumentos apuntados. Las de La Gravette y otras del Magdaleniense Final y del Aziliense están trabajadas con retoque abrupto; con retoque plano se fabrican las puntas foliáceas y de muesca del Solutrense.

Laminita de borde abatido: es una laminita o fragmento de ella a la que se ha transformado uno de sus bordes por medio de un retoque abrupto en un dorso rectilíneo, mientras el otro borde es cortante, aunque puede presentar pequeños retoques. Los extremos de la laminita son los naturales, si bien también pueden transformarse tanto por fractura como por truncadura.

Perforador: es un útil que presenta un extremo apuntado que puede alcanzar, según los casos, diferente longitud, diámetro y orientación con respecto al eje de la lámina o lasca. Cuando sus dimensiones son pequeñas (menos de 35 milímetros) se le denomina microperforador.

Microlito: es un instrumento de piedra fabricado a partir de una laminita o un fragmento de lámina y que por lo general no excede de 2,5 centímetros, llegando en algunos casos a medir menos de un centímetro. Para su utilización es preciso enmangarlo. Se clasifican en dos grupos: microlitos geométricos y armaduras no geométricas. Entre los primeros, las formas pueden ser triangulares, trapezoidales, rectangulares o de segmento de círculo.

Punta de flecha: presenta, según el período en que se fabrica, formas diversas, aunque pueden clasificarse en tres grupos: puntas foliáceas, puntas de pedúnculo y aletas más o menos desarrolladas y puntas más o menos triangulares de base recta, convexa o cóncava; sus bordes pueden ser rectos o curvos, denticulados o con muescas.

Hacha: es un útil de piedra cortante que se inserta en un mango de madera. Cuenta con una parte de filo constituido por dos biseles, un cuerpo de sección oblonga y un talón. Puede ser tallada o pulida. Se conocen de gran cantidad de formas y tamaños. El pulido de las hachas se realiza en bloques de roca denominados pulidores, dejando sobre ellos unas marcas características de tipo ranura y cubeta. Se fabrican por lo general en rocas duras y pocas veces en sílex.

Cincel: se trata de un instrumento alargado y de filo estrecho que puede llegar a ser voluminoso o de pequeño tamaño. Los primeros se pueden tallar como un hacha por sus dos caras y los segundos son más o menos unifacia-les. En ocasiones pueden estar pulidos.

Pico: es según D. Sonneville-Bordes y J. Perrot (1956) una pieza fuerte, de sección triangular o trapezoidal, con punta robusta, en ocasiones redondeada o martilleada a causa del uso, y de talón espeso y a menudo globuloso. Suele medir entre 12 y 30 centímetros de largo.

Hoz: es un instrumento de recolección constituido por un mango, generalmente de madera, y una parte de corte compuesta por lascas o láminas de sílex insertadas en una ranura. Tanto los bordes como las caras de estas piezas líticas llegan a tener un «lustre» muy brillante producido por su repetido contacto con tallos vegetales. La hoz simple está formada por una única lámina insertada en un mango de madera; la compuesta cuenta con numerosos elementos cortantes introducidos en una ranura y fijados con diversos productos como la resina.

Molino: está formado por una piedra denominada durmiente y una moledera. La primera es más o menos plana, aunque con el uso va rebajándose en algunas zonas. Estos molinos pueden estar fabricados en diferentes tipos de rocas abrasivas dependiendo de los materiales existentes en cada lugar.

Retomando la evolución tecnológica en la fabricación de útiles de piedra, el paso entre el Paleolítico Medio y el Superior quedará reflejado a través de una serie de claras modificaciones; se va a producir una sustitución de las lascas por los soportes laminares, aumentando en el Paleolítico Superior el número de raspadores, buriles y dorsos, si bien ésto no significa que las láminas no estuviesen presentes ya durante el Musteriense. De todos modos, será a partir de los primeros momentos del Paleolítico Superior cuando alcancen un papel mucho más relevante.

Esta llegada del Paleolítico Superior significará una importante evolución en la fabricación de instrumentos, pasando a ser las láminas y las lascas obtenidas mediante la presión o percusión de los núcleos el soporte básico para la elaboración de las herramientas. Las menores dimensiones de las piezas y la variedad de los tipos serán características generalizadas de este momento, multiplicándose las formas que se conocían con anterioridad y que apenas habían evolucionado a través de amplios períodos de tiempo y ahorrándose gran cantidad de materia prima. Las láminas pasan de ser espesas en los primeros momentos a ser cada vez más delgadas para, al finalizar el Paleolítico Superior, prepararse núcleos especiales con el fin de obtener laminillas de menores dimensiones (J.M. Merino, 1994).

Aunque si hay una etapa de la humanidad en la que se observan transformaciones en la tecnología lítica, esa es la Solutrense; en este período se obtienen los objetos Uticos más elaborados. La utilización del retoque por presión, sobre una o las dos caras con el fin de conseguir finos filos está presente durante el Paleolítico Superior, dentro del proceso de cambiar la forma y el espesor del soporte para lograr el contorno y el volumen deseado; y así es como surgió el «retoque solutrense». Según S.A. Semenov (1981), «la particularidad de este retoque consiste en que, con este procedimiento, el hombre del paleolítico superior, al presionar sobre el borde del soporte de sílex, 110 sólo eliminaba pequeñas escamas cambiando con ello el ángulo de aguzamiento y la forma del filo, sino que eliminaba también grandes y, relativamente finas lasquitas de la superficie de la lámina. Esto incrementó las posibilidades plásticas en el trabajo del sílex. Gracias a esta técnica de trabajo, era posible darle a la pieza el grosor deseado en cualquier lugar, hacerla mucho más plana, aguzar su extremo, nivelar en línea recta su cresta, filo y base, hacer cualquier tipo de muesca, un mango, un pedúnculo, etc.».

Finalizado el Paleolítico Superior, las piezas líticas elaboradas durante el Epipaleolítico serán una continuación de las del Magdaleniense Superior Final, aunque se irá produciendo una transformación, reduciéndose el número de tipos y evidenciando un destacado ahorro de materia prima, particularmente en las armaduras, quizá debido al desarrollo del arco.

Adentrados ya en el Neolítico son frecuentes los microlitos geométricos (triángulos, fragmentos, segmentos) y los denominados elementos de hoz, los cuales comienzan a estar presentes ya a lo largo de esta fase. Los elementos de hoz perduran hasta la Edad del Hierro. Ejemplares de este tipo se han hallado en yacimientos campaniformes de Bardenas.

Por otra parte, el pulimento de la piedra, asociado generalmente con los cambios que acarrea el Neolítico, significará un nuevo avance tecnológico de gran trascendencia. Para fabricar una pieza de este tipo, va a ser preciso llevar a cabo una serie de pasos sucesivos como son el tallado, el piqueteado y finalmente el pulido. Así se obtendrán hachas y azuelas, entre otros útiles; las primeras serán empleadas muy probablemente para realizar trabajos con la madera, en un momento en que la deforestación se había convertido en una actividad de gran importancia. La perduración de este instrumento de perfil simétrico se prolongará hasta su sustitución por las hachas fabricadas en metal. Las azuelas, por su parte, son generalmente de menor tamaño, de perfil asimétrico y pulidas en su totalidad, y aunque también serían utilizadas para el trabajo de la madera, generalmente estarían relacionadas con tareas menores y de más precisión. La práctica del pulimento se extenderá igualmente al terreno de los objetos de adorno, elaborándose cuentas de collar, colgantes o pulseras de gran belleza.

Imagen 4: Reconstrucción de una escena de habitat durante el Paleolítico Inferior (Figura de Z. Burian)

Sin embargo, este tipo de objetos apenas está presente en nuestros yacimientos en los niveles de la primera fase del Neolítico; únicamente un hacha de sección aplanada hallada en la cueva de Abauntz (Araitz), asociada a un momento cercano al año 5.000 antes de nuestra Era, puede ser tenida en cuenta de forma fiable en este sentido. Por lo tanto, al menos en el estado actual de las investigaciones, todo indica que habrá que esperar a momentos avanzados del Neolítico, o incluso al Eneolítico, para poder hablar del pulimento propiamente dicho (A. Cava, 1988).

El posterior arranque de la metalurgia del cobre no va a significar la desaparición de los útiles líticos, aunque sí se apreciarán diferencias con relación a la etapa anterior en la que no estaba presente el metal. Así, durante el Calcolítico, los microlitos geométricos serán sustituidos por puntas de flecha con retoque invasor y cubriente, con diferentes variantes: foliáceas, pedunculadas, de base recta, cóncava o con pedúnculo y aletas más o menos desarrollados. Ya a lo largo de la Edad del Bronce se producirá una disminución de los materiales líticos, desplazados progresivamente por otros fabricados en metal. Así los elementos de piedra más frecuentes serán las hachas, las lascas y los dientes de hoz. Estos últimos son piezas de sílex montadas en serie para obtener útiles compuestos; cada una de ellas tiene forma rectangular, de sección más o menos triangular o trapezoide y uno de los bordes largos forma generalmente dorso natural o retocado y está dedicado a incrustarse en la ranura o mango, mientras que el otro cortante puede ser natural, en cuyo caso presenta muy frecuentemente desconchados de uso y otras veces denticulados o microescotaduras en serie, directas o bifaciales. Los lados menores pueden ser de fractura o retocados más o menos abruptamente. La característica principal de estos elementos es el llamado lustre de cereales que se extiende por el plano del borde útil y ventral (J.M. Merino, 1980).

La perforación de la piedra es frecuente a lo largo de las diferentes etapas prehistóricas, generalmente para fabricar objetos de adorno, quedando constancia de este tipo de trabajo en numerosas variedades líticas. Las técnicas para realizar los agujeros, en ocasiones de pequeñas dimensiones, son variadas (raspado, rotación, etc.), dependiendo en gran medida de la dureza del material. Ya en el Paleolítico Superior contamos con ejemplos importantes; así, en la cueva de Isturitz (Izturitze-Donamartiri) se descubrieron varios cantos con orificios de suspensión en el nivel Auriñaciense Final; asimismo, en la cueva de Fraile Aitz I (Deba) se han hallado recientemente diferentes colgantes de piedra, correspondientes al Magdaleniense Inferior, con perforaciones bicónicas finalizadas mediante una rotación muy regular, aunque previamente se había realizado una labor de vaciado o de preparación de una superficie rugosa (X. Peñalver, J.A. Mujica, 2003). A lo largo de las etapas postpaleolíticas, estas piezas líticas con perforaciones están también presentes en algunos de nuestros yacimientos: el hacha perforada del dolmen de Balankaleku (Altsasu) es un buen ejemplo.

El trabajo de la piedra continúa presente a lo largo de la Edad del Hierro, aunque en este momento la talla es minoritaria a pesar de que sigan elaborándose de esa forma algunos instrumentos. Sin embargo, el pulimento y sobre todo la utilización de cantos, serán más frecuentes, obteniéndose de ese modo alisadores, molinos, afiladeras o bolas, entre otras piezas. Ejemplos de estos materiales se recogen en la mayor parte de los poblados excavados; así, son frecuentes los molinos, tanto de tipo barquiforme como posteriormente circular, ambos relacionados con las labores agrícolas.

La utilización del hueso

El hueso es una materia prima generalmente abundante y se ha utilizado para elaborar numerosos utensilios ya entre las poblaciones de cazadores desde los momentos más antiguos. Durante el Paleolítico Inferior, algunos huesos largos eran rotos por las gentes preneandhertales para obtener de su interior la médula como alimento, logrando al mismo tiempo diversos restos óseos apuntados.

A lo largo de estas etapas más antiguas del Paleolítico frecuentemente resulta difícil determinar cuándo un hueso ha sido trabajado intencionadamente para obtener un útil y cuándo las modificaciones se han debido a roturas con el fin de aprovechar el tuétano; incluso, en muchos casos, los apuntamientos y las superficies pulidas son naturales. No obstante, en ocasiones se han hallado claros artefactos fabricados en este material en algunos de los grandes yacimientos con restos del Paleolítico Inferior; así, en Olduvay (Tanzania) se recogió un hueso pulido a modo de alisador y en Gomboré-I (Etiopía), otras industrias de entre 1,6 y 1,7 millones de años de antigüedad. Igualmente, en Chukutién (Pekín), Terra Amata (Francia) y Torralba (España), entre otros lugares, se han documentado estas industrias, para cuya fabricación se emplearon tecnologías muy similares a las utilizadas para tallar las rocas, es decir, la percusión y el retoque, además de la abrasión (L. Benito del Rey, J.M. Benito Alvarez, 1998).

Las esquirlas óseas empleadas a lo largo del Paleolítico Medio, están por lo general poco o incluso nada elaboradas, siendo en la actualidad difícil de establecer una evolución tipológica en el trabajo del hueso en estas épocas, aunque será la percusión la que generará las esquirlas con las que se fabricarían los utensilios una vez retocadas. Así, modificando estas esquirlas obtendrían bordes del tipo raedera o incluso puntas; al mismo tiempo se utilizarían los huesos largos una vez conseguidos filos o puntas adecuadas. De todas formas, de entre los instrumentos musterienses (Paleolítico Medio), el yunque «compresor-retocador» sería el más frecuente y consiste en una esquirla sobre la que se apoya la lasca que se desea retocar.

Con el fin de fabricar instrumentos y herramientas de hueso, se han puesto en práctica diferentes técnicas; pero sin embargo, una de las más frecuentes fue la del aserramiento, Consistente en la realización de un movimiento oscilatorio rectilíneo con una arista (de buril, por ejemplo), para de ese modo Cortar profundamente el núcleo del hueso o asta del que se pretende sacar una lengüeta que posteriormente será transformada en un útil a través de una serie de operaciones, como el raspado y el pulido. Esta técnica posibilitará economizar materia prima A la vez que realizar el trabajo de forma más precisa, lo que hará que perdure a lo largo de milenios, aunque con modificaciones en función de las nuevas necesidades o en la búsqueda de una eficacia mayor. Mediante esta técnica, se fabricarán variados útiles a la vez que se prepararán astas para su posterior empleo, reutilizándose también piezas anteriores. El desarrollo de este sistema de trabajo estará presente durante el Paleolítico Superior y continuará a lo largo de todo el período post-paleolítico (J.A. Mujika, 1990).

A la remota utilización del hueso se refiere S.A. Semenov (1981), resaltando que no fue, tal y como pudiera pensarse, empleado a partir del Neolítico, sino que ya en el Paleolítico, muchos milenios antes del conocimiento de la agricultura, herramientas de asta sirvieron en ocasiones como azadas, de forma directa o mediante la atadura de un mango de madera, así como algunos huesos largos a modo de pico para remover la tierra en busca de raíces. Los estudios de las huellas que han quedado en estas piezas (marcas de uso) indican, según el mismo autor, que al menos en las etapas más antiguas se introducían en la tierra verticalmente, para posteriormente moverse como si se tratara de una palanca, mientras que en otros casos tan sólo se golpearía o removería la tierra con ellas.

En el Paleolítico Superior, el trabajo del hueso y del asta se extiende de forma importante, tanto en lo que se refiere a la fabricación de armas como de otros elementos, incluidos los adornos y objetos de arte. Pero dentro de este amplio espacio de tiempo, es el período Magdaleniense en el que la industria ósea alcanza un mayor esplendor, siendo principalmente las azagayas y los arpones, además del arte mobiliar, las piezas que permiten observar mejor su proceso evolutivo.

Llegado el Epipaleolítico-Mesolítico se producen una serie de transformaciones en las técnicas de obtención de utensilios ligadas a la modificación del medio en que se mueven estas poblaciones y a sus nuevas necesidades. Por lo que se refiere al momento Aziliense, la industria ósea es menos variada y abundante que en el Magdaleniense, destacando por lo singular un tipo de arpón aplanado fabricado en asta de cérvido; esta pieza, con una o dos hileras de dientes, presenta frecuentemente una perforación basal con forma de ojal.

Durante el Neolítico y a lo largo del Eneolítico, dispondrán de mayor cantidad de materia prima ósea procedente de los animales domésticos, aunque continuarán recogiendo las astas de desmogue de ciervo para la confección de mangos, cuñas, picos y cinceles. En este momento, serán frecuentes espátulas, alfileres, punzones, ídolos-espátula, puntas de flecha y alisadores; además se fabricarán objetos de adorno en hueso tales como cuentas de collar.

En la Edad del Bronce persistirá el trabajo del hueso, aunque los objetos serán más escasos; esto mismo sucederá a lo largo de la Edad del Hierro, período en el que se elegirá esta materia prima para fabricar principalmente mangos de instrumentos cortantes, aperos y adornos.

A continuación recogemos algunas definiciones correspondientes a las piezas más frecuentes fabricadas en hueso o cuerna, según J.L. Piel-Desruisseaux (1989), A. Leroi-Gourhan (1965) y H. Camps-Fabrer (1977):

Punzón: instrumento fabricado en hueso o asta, muchas veces sobre metatarsos, metacarpios, cubitos y costillas. Cuenta con un extremo trabajado, acabado en una punta y otro, por donde se sujeta, más o menos elaborado, según los casos.

Azagaya: pieza generalmente elaborada a partir de asta y más raramente de hueso e incluso marfil. Uno de los extremos está apuntado y el opuesto presenta diferentes trabajos con el fin de afianzarse a un astil de madera. Su sección puede ser circular, oval, rectangular, etc., y en ocasiones cuenta con decoraciones.

Bastón perforado: según A. Leroi-Gourhan (1965), se trata de una pieza fabricada en asta de reno que se trabaja en una bifurcación, atravesada por una perforación redonda que se realiza en la zona más resistente y que por su tamaño y forma recordaría a una llave inglesa actual. A partir de cierto momento del Paleolítico Superior se decora, a veces, de forma importante.

Aguja: pieza fabricada en hueso, asta de cérvido o marfil. Presenta una punta en uno de los extremos, y el opuesto, o cabeza, está perforado. Sus dimensiones varían, considerándose pequeñas las que miden entre 30 y 80 milímetros y grandes, las que superan esta medida. La perforación es generalmente circular y la superficie de la pieza suele estar pulida.

Cincel: pieza que H. Camps-Fabrer (1977) define como poseedora de una extremidad distal que cuenta con doble bisel que afecta tanto a la cara superior como a la inferior y cuyo filo, más o menos vivo según los casos, puede tener melladuras. La base está cortada transversalmente, contando en ocasiones con impactos de utilización.

Alisador: pieza de hueso, asta de cérvido o marfil con forma alargada, fabricada frecuentemente a partir de una costilla, con forma plana y adelgazada en uno de sus extremos. Su sección es plano-convexa, biconvexa o elíptica y su superficie suele estar pulida por el uso.

Espátula: pieza de hueso generalmente alargada y que en uno de sus extremos suele estrecharse para formar un mango corto. Frecuentemente está pulida y en ocasiones puede contar con decoración.

Arpón: pieza fabricada a partir de una varilla de asta de reno o de ciervo, o de hueso, configurada para poder obtener los dientes. Consta de punta, fuste, dientes y base. Los dientes, pueden ser de forma variable así como su número. Los hay con una hilera de dientes y con dos. Los arpones denominados azilienses poseen dientes compactos y poco numerosos y, aunque son tan anchos como los magdalenienses, son más cortos, con lo que adquieren un aspecto de mayor robustez, presentando en su base la pieza una perforación circular u ojival para poderla retener una vez lanzada.

Propulsor: según A. Leroi-Gourhan (1965) es una varilla de asta de reno que termina en un extremo con una perforación oval y en el otro en un gancho o ensanchamiento esculpido en forma de animal. Se sitúa cronológicamente en el Magdaleniense Medio.

La manipulación de la madera

No resulta fácil referirse a la evolución tecnológica en el trabajo de la madera debido a los escasos restos conservados. A través de ellos sabemos, sin embargo, que su utilización abarcó todos los períodos prehistóricos y que un adecuado tratamiento de este material permitió su empleo en la fabricación de variados utensilios y herramientas o como elemento constructivo. Durante el Paleolítico se utilizó muy probablemente como herramienta y como arma, complementada en muchos casos con elementos líticos para hacer de ella un instrumento más efectivo. Ya en el Epipaleolítico, período en el que son características las piezas microlíticas, la madera debió jugar un papel fundamental a la hora de elaborar los más diversos elementos de caza.

Al final del Neolítico y durante el Calcolítico, aparecen ya hachas y azuelas en yacimientos navarros probablemente relacionadas con el corte de árboles y con el posterior trabajo de la madera (I. Barandiaran, 1995), siendo asimismo numerosas las hachas a lo largo de la Edad del Bronce, algunas de las cuales Cumplirían una función similar. Pero es sobre todo en la Edad del Hierro cuando se tiene constancia de la fabricación de recipientes de madera y del trabajo muy desarrollado de este material como elemento constructivo. Piezas excepcionales en este sentido son las halladas en el poblado del Alto de la Cruz (Cortes), al permitirnos determinar algunas formas de recipientes. Así, el vasito localizado en el nivel PIb reproduce en madera Una de las formas habituales en las vasijas cerámicas de este lugar. En este mismo nivel, se encontraron restos carbonizados de lo que sería un recipiente de boca ancha con agujeros alrededor del borde y que J. Maluquer de Motes (1954) relaciona con ION «vasos de madera utilizados para cuajar la leche en el Pirineo vasco». Por otra parte, determinadas herramientas de hierro aparecidas en diferentes yacimientos, algunas de ellas muy epecializadas, confirman esta actividad. En este sentido, en La Hoya (Biasteri) se han localizado berbiquíes, escofinas y azuelas y en Atxa (Gasteiz) se descubrió un magnífico ejemplar de formón de hierro con mango de hueso utilizado para tallar y desbastar madera, así como un fragmento de gubia y otro de hoja de sierra, así mismo de hierro, para ser empleado en una sierra de arco.

Los fragmentos de maderas carbonizadas también ofrecen en ocasiones un claro testimonio del trabajo realizado en esta materia prima: troncos desbastados, tablas y vigas, algunas de ellas con huellas de los ensamblajes (muescas, cuñas, agujeros de clavos, etc) se han recuperado en numerosos yacimientos, principalmente en los poblados de época protohistórica.

La fabricación de cerámica

Si bien a lo largo del Paleolítico Superior, en diferentes lugares de Europa, el barro ya había sido modelado ocasionalmente, va a ser necesario esperar varios milenios hasta que el ser humano sea capaz de fabricar con arcilla recipientes que, tras su cocción, se convertirán en uno de los elementos más importantes de la vida cotidiana de todas las civilizaciones a partir del Neolítico. El empleo de estos recipientes sustituirá a otros elaborados hasta entonces en madera u otras materias, y aunque la arcilla cocida presenta un mayor grado de fragilidad, ésta podrá ser tolerada por sociedades mucho más sedentarias y estables que las precedentes, siendo posible ahora contener con mayor facilidad los líquidos y sobre todo poderlos calentar directamente sobre el fuego. A partir de aquí, la cerámica irá adaptándose a través de los siglos a las necesidades y a los gustos de los sucesivos fabricantes.

La producción de cerámica requiere una serie de trabajos previos a la introducción de la pieza en el horno para su cocción. Así, en primer lugar es preciso preparar la arcilla de manera que tenga la cantidad de agua suficiente para poderla modelar, eliminando asimismo las partículas demasiado grandes o bien pulverizándolas mediante el golpeado de la arcilla. Posteriormente, en caso de querer añadirle desgrasante, deberá previamente ser machacado en caso de tratarse de fragmentos de roca, concha o hueso. Tras ello, deberá llevarse a cabo la mezcla de los diferentes elementos (arcilla, desgrasante y agua) en las proporciones adecuadas y así poder iniciar el amasado que uniformice la distribución de los desgrasantes y del agua y lograr al mismo tiempo que desaparezca la porosidad en la pasta. Tras esta serie de operaciones, se estará en condiciones de iniciar el modelado de la vasija, que se lleva a cabo principalmente de tres formas diferentes: por superposición de rollos, por placas contiguas o por pellizcado de una bola. Una vez obtenida la vasija, tan sólo resta una operación anterior a su cocción y es la del acabado, que generalmente se aplica a su superficie y que suele ser el alisado, el espatulado o el bruñido o pulido. A estas tres técnicas habría que añadir toda una serie de decoraciones aplicadas a las superficies como la incisión, la excisión, el estampillado, la impresión, el engobado o la aplicación de pintura, entre otras. Con el secado completo de la pieza, fase fundamental si se quiere evitar fracturas en la vasija, ésta estará lista para su cocción (C. Olaetxea, 2000).

Mediante esta cocción se aportará a la vasija, durante un determinado tiempo, la temperatura suficiente para eliminar el agua de la pasta y destruir la estructura cristalina de los minerales arcillosos. Este proceso tiene lugar entre los 5oo°C y los 800°C según los casos, y al finalizar, la mezcla habrá perdido su plasticidad y se habrán cohesionado las partículas elementales de las arcillas, obteniéndose un material que permitirá su empleo (C. Olaetxea, 2000). Dependiendo de cómo sea el horneado de las piezas de barro, el resultado será diferente. Así, si ion sometidas a un fuego reductor, se producirá una escasa oxigenación de la pieza y se obtendrá como resultado pastas de Colores oscuros. Este sistema de cocción es el más primitivo y, di no ser el calor excesivo, puede incluso prescindirse del empleo de un horno, sustituyéndolo por un agujero practicado en el suelo en donde se depositan las piezas que luego se cubrirán de leña a la que posteriormente se dará fuego. Por el contrario, las cerámicas cocidas con fuego oxidante se someten a Una oxigenación importante, alcanzándose temperaturas elevada», lo que originará pastas de colores rojizos o anaranjados.

A través del estudio de las cerámicas, mediante el análisis mineralógico y el de elementos químicos, se pueden determinar los componentes de las mismas y llegar incluso a conocer la procedencia de la arcilla utilizada en cada caso, así como los elementos ajenos añadidos con el fin de conseguir las características más adecuadas. Hoy sabemos que las diferencias de la composición de las pastas son considerables dependiendo del período en que han sido elaboradas así como del lugar de origen. El estudio de las tipologías, junto al buen conocimiento de los tipos de pastas nos posibilitarán determinar tanto el momento en que fueron fabricadas como su procedencia.

Es sabido que la cerámica hace su aparición durante el Neolítico pero, sin embargo, el proceso de desarrollo es progresivo, incorporándose en un comienzo una serie de novedades técnicas muy escasas. En un primer momento, se fabrica la cerámica de paredes lisas, dentro de un periodo que podríamos situar en la segunda mitad del quinto milenio anterior a nuestra Era, para posteriormente, y ya a partir del IV milenio, presentar decoraciones incisas, plásticas o impresas. En Euskal Herria, en yacimientos como las cuevas de Arenaza (Galdames) o Los Husos (Bilar), ya durante el final del Neolítico, en torno al año 3.000 antes de nuestra Era, se aprecia una considerable variedad tipológica con formas ovoideas provistas de orificios de suspensión o asas y decoraciones a base de impresiones en bandas y círculos, y otras incisas o impresas en forma de espina de pez (A. Cava, 1988).

Imagen 5: Sierra de Urbasa en donde se localizan restos de ocupaciones de los momentos más antiguos del Paleolítico en Euskal Herria (Foto Paisajes españoles)

No obstante, las cerámicas más antiguas que conocemos en nuestro territorio, sin decorar, se situarían entre el 4.400 y el 4.000 antes de nuestra Era, y se localizan en las cuevas de Zatoya (Abaurregaina) y Fuente Hoz (Anúcita). Dentro de ese mismo Neolítico Antiguo, se han hallado restos de vasos car-diales como los de Peña Larga (Kripan); estas cerámicas se denominan así por haber sido decoradas mediante impresiones del borde dentado de la concha llamada cardium. La totalidad de las cerámicas se fabrican a mano, manteniéndose este sistema a lo largo del Calcolítico, la Edad del Bronce y la Edad del Hierro; será, avanzado este último período, cuando se comience a elaborar además de la cerámica modelada otra torneada, que convivirá con la anterior.

En el yacimiento de Los Husos (Bilar), dentro de un Neolítico muy antiguo, están ya presentes variados tipos cerámicos decorados mediante incisiones e impresiones, disponiendo en ocasiones de pezones y orejas para suspender los recipientes. Una vez adentrados en el Calcolítico, las cerámicas son más variadas en lo que a las formas se refiere y las decoraciones van enriqueciéndose a base de impresiones de uñas, dedos o espátulas, tanto sobre las superficies de la vasija como sobre cordones; en estos momentos es frecuente su hallazgo en los yacimientos funerarios, ya sean dólmenes o cuevas sepulcrales.

Dentro de la vertiente mediterránea de Euskal Herria, continúan fabricándose durante el Eneolítico precampaniforme las cerámicas lisas de tradición neolítica, presentando las vasijas contornos simples cerrados y tamaños medianos y contando en algunos casos con el borde vuelto. Junto al campaniforme, que se mantiene hasta mediados del segundo milenio antes de nuestra Era, existen perfiles sinuosos con cuellos marcados y motivos decorativos de barro plástico aplicado, así como impresiones. Ya en el Bronce Antiguo, los recipientes cuentan con perfiles cerrados y sus tamaños son muy superiores a los de las etapas anteriores. Durante el Bronce Medio, se dispone de grandes recipientes decorados con cordones así como de «vajilla de mesa» de formas muy diversas. Alcanzado el Bronce Final están presentes las cerámicas excisas, las decoraciones incisas y, en ocasiones, el boquique (Ma A. Beguiristain, 1990).

A lo largo de la Edad del Hierro, la cerámica, antes de producirse la celtiberización, era elaborada, al igual que en períodos precedentes, a mano, utilizándose arcillas a las que se introducían diminutos fragmentos de piedra que servían como desgrasantes, y cociéndose posteriormente en hornos simples. Las formas y las dimensiones de estos utensilios eran en este momento muy variadas, según la finalidad de los mismos. Así, entre las vasijas, se conocen desde los grandes recipientes, muchos de los cuales servirían para contener cereales, líquidos u otros productos, hasta pequeños vasitos de cuidado acabado, pasando por diversos cuencos, copas, platos o fuentes de tamaños intermedios. Pero aunque entre los restos cerámicos los elementos más frecuentes sean las vasijas o los recipientes, se fabrican también otras piezas tales como pesas de telar, fusayolas, morillos o fichas.

Las decoraciones practicadas sobre la arcilla presentan tanto los motivos utilizados con anterioridad como otros nuevos, demostrando en ocasiones quienes las realizaron una gran sensibilidad. En unos casos, adosan cordones de arcilla a las superficies de las vasijas decorándolos incluso con huellas de dedos o uñas; en otros, practican incisiones con diferentes elementos o bien alisan o pulimentan toda o parte de la superficie, o utilizan el grafito para darle un brillo característico. Disponemos de abundantes ejemplares de todos estos objetos en muchos de los yacimientos.

En la segunda Edad del Hierro, alcanzada la segunda mitad del primer milenio anterior a nuestra Era, tendrá lugar una importante innovación dentro del proceso de fabricación de las cerámicas: se introducirá el torno rápido con el que se producirán vasijas de calidad muy superior y que, tras su cocción en hornos de fuego oxidante, darán como resultado pastas muy cuidadas de un color anaranjado muy característico u ocre terroso e incluso tonos más grises.

El torno es un instrumento que se construyó originariamente partiendo de la rueda y está constituido por un eje vertical cuya parte inferior se encaja en una rueda que, al hacerla girar con el pie, pone en movimiento la plataforma situada en la parte superior en la que se trabaja la arcilla con el fin de obtener una pieza. Con la introducción de esta nueva tecnología, las formas serán más variadas, unas inspiradas en anteriores modelos trabajados a mano y otras nuevas: cuencos, ollas, tacitas, jarras, copas, embudos o grandes tinajas, y a partir de ahora se podrán obtener paredes muy finas. Una vez concluida la pieza, y antes de introducirla en el horno, se le aplicaba un engobe de arcilla de color muy similar al de la pasta, siendo en ocasiones decorada mediante pintura.

En relación con los tipos de pastas cerámicas, una serie de estudios realizados por L. Silván (1982) con restos pertenecientes a diferentes yacimientos alaveses le llevan a concluir que las muestras son muy diferentes entre sí, lo que le hace pensar en la posible existencia de numerosos alfares cuyos productos circularían mezclándose entre sí. Otra serie de estudios del mismo autor sobre la cerámica torneada, evidencian la mejora de la calidad de los recipientes con respecto a la producción anterior. Los resultados del ensayo para determinar la porosidad de una serie de muestras procedentes de los yacimientos de Peñas de Oro (Zuia), Henaio (Dulantzi), Berbeia (Barrio), La Hoya (Biasteri) y Santuste (Ocilla), si bien insuficientes por el escaso número analizado, dan un valor medio de porosidad del 12%, inferior al 14,9% que proporciona la cerámica de cuevas y mucho menor aún con respecto a los vasos eneolíticos de la cueva sepulcral de Las Pajucas, que da el 22,7%.

La actividad metalúrgica

El proceso seguido para la obtención de metales a partir de los minerales, que por lo general no se encuentran en estado puro en la naturaleza, es uno de los hechos que más ha influido en la evolución de los seres humanos. En una primera fase, una vez que se dispone del mineral, y tras triturarlo, es preciso reducirlo en hornos con el fin de separar el metal mediante el calor de otros residuos no metálicos.

Dentro de este trabajo se pueden diferenciar por una parte los elementos empleados en el proceso metalúrgico, tales como los hornos, las toberas, los crisoles o los moldes, y por otra, los productos obtenidos como los lingotes y las escorias. Con relación a los hornos metalúrgicos, hay que tener presente que a lo largo de las etapas prehistóricas la tecnología era sencilla y que por lo tanto tan sólo se precisaba de pequeños hornos en los que procesar los minerales y metales con la ayuda de fuelles, toberas y utilizando en algún caso fundentes.

De forma sencilla, P. Gómez recoge en qué consiste un horno y cuáles son sus mecanismos con relación al proceso de fundición de los metales: «A grandes rasgos, el horno es una cámara donde se producen las transformaciones químicas que van a permitir la conversión de un mineral metálico en metal. En el rendimiento de los hornos habrá que tener en cuenta distintos elementos como son el combustible empleado, la capacidad aislante del horno, para lo cual se emplean revestimientos arcillosos, y una aireación adecuada a través del suministro de aire mediante el uso de toberas y fuelles. El proceso de fundición, según experimentos actuales y estudios etnográficos de pueblos primitivos, pasaba, una vez construido y secado el horno, por caldear la cámara y suministrar a continuación la carga de mineral y combustible en proporciones adecuadas, siendo el baremo desde 1:1 a 1:5, respectivamente. Mineral y carbón se mezclaban machacados para facilitar las superficies de contacto con el agente reductor (monóxido de carbono). El tiempo de la operación estaba en función de la capacidad del horno, y se estima que duraba varias horas» (P. Gómez, 1977).

Algunos de estos hornos, generalmente revestidos con capas de arcilla con el fin de uniformizar la superficie interior y evitar al mismo tiempo puntos por los que pudiera perder calor, disponían de toberas que van a tener la función de introducir el aire en el horno, con el objeto de que se produjera en su interior el proceso de combustión. En otros casos, sin embargo, este oxígeno podría llegar de forma natural mediante un tiro, aprovechando corrientes de aire. El aire se insuflaría mediante conductos y una boquilla embutida en la pared del horno permitiría el acceso del aire a la cámara de fundición.

Con respecto a los crisoles, son generalmente recipientes de pequeñas dimensiones y formas variadas, de arcilla o piedra, que cuentan con un pico por donde se vierte el caldo metálico a los moldes. El crisol deberá calentarse a una considerable temperatura para que se funda el metal, colocándolo probablemente en fuego de carbón, envuelto totalmente por brasas, incluido el interior, a la vez que sería preciso avivar la combustión hasta alcanzar la temperatura adecuada para la fusión del metal, mediante toberas o tubos de soplado (P. Gómez, 1997).

Cuando el metal está fundido se vierte desde el crisol al molde. Este, fabricado en arcilla, piedra o metal, puede tener una sola valva, en cuyo caso se llamará molde abierto, o bien dos o más valvas, denominándose en esos casos bivalvo o polivalvo, aunque también puede estar moldeado mediante la técnica de la cera perdida. En un principio, los moldes eran de una sola valva, en la que se grababa, generalmente en una piedra de grano fino, la pieza que se quería obtener. Estas piedras solían ser calentadas antes de verter el metal sobre ellas con el fin de evitar su ruptura debido al contraste de temperatura. Este tipo de moldes se empleaba para obtener piezas con una cara plana, tales como hachas, y en algunos casos se aprovechaba una misma piedra para tallar varios objetos y así obtener una mayor rentabilidad del molde. Su cubrimiento mediante una piedra plana con el fin de evitar una superficie rugosa al contactar con el aire fue una realidad desde momentos muy antiguos de la metalurgia. En los moldes bivalvos deberían ajustar perfectamente las dos valvas simétricas, evitando así la pérdida de metal durante el proceso; no obstante, se dejaban juntas por las que pudiesen escapar gases y aire del interior. Finalmente, el moldeado a la cera perdida requería fabricar una matriz en cera recubierta con arcilla, de manera que se obtenía un molde relleno. Cuando la pieza era cocida y la cera derretida se perdía por una serie de orificios hechos con ese fin, el hueco resultante era rellenado de metal. Por lo general los moldes llegaban a calentarse hasta los 150 o 2oo°C, de manera que al verter el metal de bronce a 1ooo°C, la diferencia fuese menor y así evitar posibles rupturas. La solidificación del metal dentro del molde comienza a producirse al ponerse en contacto el metal con las paredes más frías del molde; este proceso de enfriado se produce de fuera a dentro, gradualmente. Cuanto más lento sea este enfriamiento el resultado será mejor al evitarse la evacuación de los gases del interior del molde (P. Gómez, 1997).

En los primeros hornos metalúrgicos, tanto vasijas como hoyos sin estructura superior, el metal que se obtenía era en forma de pequeños goterones o nódulos y filamentos de metal, embebidos dentro de una masa de minerales reducidos de forma parcial; para su obtención era preciso romper la vasija de cerámica. Los fragmentos de metal recogidos eran a su vez refundidos en crisoles con el fin de obtener las coladas suficientes para elaborar las piezas. Los lingotes conservados dentro de los yacimientos son escasos, así como las escorias (de cobre y bronce), y cuando están presentes son de mala calidad. Estos lingotes comenzarán a aparecer en Europa durante el Bronce Antiguo, consistentes en todos los casos en objetos metálicos obtenidos de moldes, presentando formas de hachas planas, entre otras. Ya durante el Bronce Final irán apareciendo otros tipos más característicos de estos momentos y que continuarán a lo largo de la Edad del Hierro; estos lingotes serán las denominadas tortas de fundición o lingotes plano-convexos, y suelen ser de cobre casi puro y alcanzar pesos en torno a los 4 kilogramos (P. Gómez, 1997).

Por lo que se refiere a la tecnología relacionada con el hierro, todo parece indicar que los hornos eran relativamente sencillos si nos basamos en las características de las escorias; el hierro se obtenía siempre en estado sólido y no podía ser fundido en crisoles para ser vertido en moldes, dado que la temperatura de fusión del hierro es de aproximadamente 1.560°C, imposible de alcanzar hasta épocas históricas.

Ya en la Segunda Edad del Hierro se observa un elevado nivel tecnológico, tanto en la fabricación de objetos de bronce como en los de hierro. Una gran parte de estos materiales sería elaborada en los propios poblados, tal y como lo constatan las escorias de fundición, varillas o chapas de metal presentes en muchos de ellos. En otros casos, sin embargo, estas piezas metálicas preparadas para producir objetos concretos provendrían de otros lugares especializados en su fabricación, existiendo durante estos siglos un comercio de mayor o menor alcance, según los casos, a través del cual se abastecerían de las materias primas necesarias o de objetos de metal.

El cobre

Todo parece indicar que para cuando se dan los primeros procesos metalúrgicos ciertas comunidades estaban ya lo suficientemente preparadas tecnológicamente. Así, ya durante el Neolítico aumentó el interés por conseguir materias primas de cierta calidad o vistosas, llegando incluso a emplear oro y cobre nativo para elaborar objetos simples de adorno. Por otra parte, las técnicas para controlar el fuego, necesarias para obtener temperaturas adecuadas en la fundición, habían evolucionado durante el proceso de fabricación de cerámicas; al mismo tiempo, el abastecimiento de sílex posibilitó desarrollar las tecnologías de extracción que, llegado el momento, se pondrían en práctica para obtener mineral de cobre. Sin embargo, a todos estos elementos favorables para el inicio de la metalurgia hay que añadir uno fundamental: la necesidad de contar con minerales de cobre para su explotación. La temperatura de licuación del cobre es de 1084°C si el metal es puro y menor si contiene otros elementos como el arsénico.

El trabajo de este metal parece que tuvo su origen en el Mediterráneo oriental y en zonas próximas tales como Anatolia, los Cárpatos y los territorios balcánicos, extendiéndose hacia el Mediterráneo central y occidental, a partir de los comienzos del IV milenio. Sin embargo, esta metalurgia del cobre no estuvo presente entre nosotros antes del tercer milenio anterior a nuestra Era, y las comunidades calcolíticas habrían desarrollado su actividad con tecnologías poco evolucionadas, obteniendo mediante sistemas sencillos, aunque de escasa productividad, la materia prima suficiente para sus necesidades, principalmente a cielo abierto o en pequeños covachos. En opinión de L. Valdés (1989), los minerales empleados para fabricar piezas en nuestro territorio serían de origen autóctono, aunque utilizando esquemas formales foráneos, todo ello con anterioridad al comienzo de Bronce Antiguo; sin embargo, la introducción de esta tecnología, según este investigador, no parece que estuviera apoyada tanto en movimientos de poblaciones como en relaciones sociales originadas en una sociedad de tipo semi-nómada.

El Calcolítico se va a caracterizar, en lo que a la tipología metálica se refiere, por una considerable pobreza, fabricándose objetos para desarrollar actividades como la caza o la defensa, aunque en algunos casos determinadas piezas pudieran haber sido tratadas también como elementos de prestigio. Así, hachas, punzones, cinceles, puñales, lanzas, incluidas las denominadas puntas de Pálmela, y puntas de flecha, estarán presentes en algunos de los yacimientos de estos momentos, en una fase tardía.

El bronce

Durante la Edad del Bronce, en los períodos Inicial y Medio, se sigue trabajando el cobre o el cobre arsenicado y todo parece indicar que los primeros bronces peninsulares habría que situarlos a mediados del segundo milenio anterior a nuestra Era, documentados tanto en el norte, como en el noreste y centro de la península Ibérica.

Para la elaboración del bronce (aleación de cobre y estaño), se requeriría de una serie de especialistas artesanos metalúrgicos que se encargarían de fundir las piezas a partir de lingotes de diferentes dimensiones que procederían de centros mineros, así como de otros puntos alejados de los lugares de producción del metal y que provendrían de objetos amortizados, posiblemente pertenecientes a etapas anteriores. La fundición, con las impurezas que de forma natural puede contener el mineral, o las aleaciones practicadas facilitarían las labores del metalúrgico a la vez que se aumentaría la calidad del producto final. A su vez se irían perfeccionando los tipos de moldes con el fin de conseguir mejores piezas de forma más sencilla. La fundición del lingote se llevaría a cabo en crisoles de piedra o arcilla, teniendo que ser el fuego en muchas ocasiones avivado mediante fuelles para alcanzar la temperatura precisa (A.M. Rauret, 1976). La temperatura necesaria para la licuación del bronce más común es de 950°C.

La fabricación del bronce va a proseguir a lo largo del primer milenio anterior al cambio de Era, aunque la posterior introducción de la metalurgia del hierro le relegará a un segundo lugar; a pesar de la escasez en muchos casos de recursos minerales para obtener bronce, piezas de este metal están presentes en nuestros yacimientos; así, diversas armas y elementos de adorno obtenidas a través de la fundición del metal y el empleo de moldes han sido descubiertas a través de excavaciones arqueológicas. Pero es muy probable que tuvieran que recurrir en muchas ocasiones a las relaciones comerciales con zonas metalúrgicas, y así obtener lingotes o tortas de fundición; en su defecto, deberían amortizar viejas piezas o explotar los yacimientos propios, a pesar de que fuesen pobres en mineral.

Sobre este tema, P. Caprile (1986), basándose en el estudio de los materiales de adorno alaveses, llega a la conclusión de que la técnica de fabricación empleada sería la fundición, secundada en ocasiones por el martillado en caliente, el cual serviría para aplanar los extremos de algunas de las piezas o para raspar o eliminar la rebaba que quedaría en la zona de unión de las dos valvas del molde. Todo esto partiendo de la utilización de moldes univalvos o bivalvos de piedra o del sistema de la cera perdida. Por otra parte, para fabricar objetos tales como agujas, muelles o resortes de fíbulas se utilizarían varillas que posteriormente serían trabajadas a mano. Sobre algunas de estas piezas metálicas se realizarían decoraciones siguiendo técnicas diferentes, clasificables en cinco grupos: incisiones, puntillados, repujados, troquelados y sogueados (técnica funicular).

En el poblado del Alto de la Cruz (Cortes), en los niveles correspondientes a la primera Edad del Hierro, se han localizado moldes que sirvieron para la fabricación de objetos de bronce durante las diferentes etapas de ocupación de este habitat; asimismo se han hallado tortas de fundición. En el poblado de La Custodia (Viana) algunas de las piezas de bronce se obtuvieron mediante la introducción de metal líquido en moldes univalvos o bivalvos de piedra arenisca o bien por el sistema de la cera perdida, martilleando en caliente las piezas una vez extraídas del molde, para así corregir algunas formas, o bien, en otros casos, eliminando en frío las rebabas de las juntas por medio de limas; paralelamente, otra serie de piezas pudieron haberse fabricado de forma manual a partir de placas, vástagos o varillas. Pero es la existencia de moldes de piedra arenisca, así como el puente de una fíbula de torrecilla desechado tras su fundición sin terminarlo, los elementos que prueban la actividad metalúrgica en este importante yacimiento. Por otra parte, en el poblado de Peñas de Oro (Zuia), se hallaron hornos de refundición de chatarra de bronce.

El oro y la plata

El oro puede encontrarse en estado puro y trabajarse mediante el martillado en frío a partir de las pepitas para, de esa forma, convertirlas en chapas muy delgadas o alambres, con los que poder fabricar piezas de adorno, evitando riesgos de oxidación. Pero en sí no estamos frente a una actividad metalúrgica, sino más bien ante un trabajo de orfebrería a partir del mineral frío o recalentado. Su maleabilidad y la facilidad con la que se da forma a este metal es una de sus características más importantes.

A partir del año 1.500 antes de nuestra Era, los objetos fabricados en oro de origen aluvial local, comienzan a contener porcentajes importantes de cobre, en lo que serían aleaciones intencionadas. Con el fin de obtener productos con formas determinadas debían martillarlo y batirlo, y para ello emplearían útiles de maderas duras para así afinar el martillado y pulir las superficies. Por lo que se refiere a las decoraciones, se practicaban mediante cincelados finos y ligeros, a partir de útiles de sílex; en ocasiones se aprecian algunos relieves hechos mediante el repujado con punzones de hueso o cobre (J. P. Mohen, 1992).

En Euskal Herria, el oro está presente desde el Eneolítico y continúa utilizándose a lo largo de las Edades del Bronce y Hierro, habiéndose hallado diversos objetos, en gran parte asociados a monumentos funerarios, y cuya misión fundamental fue la de servir de adorno.

La plata, que aparece bien en estado nativo (muy raro) o en combinación con otros elementos, se obtiene generalmente a través de la copelación, método extractivo y de refinado que actúa principalmente sobre galenas argentíferas. Funde a 9620c aunque comienza a volatilizarse a 68o°c, si bien, cuando está asociada al plomo, tiene un punto de fusión más bajo. Es un metal dúctil y maleable (J.J. Eiroa, et alii, 1999).

El hierro

La introducción de la metalurgia del hierro se cree que tuvo lugar en la cuenca del Ebro a partir del siglo VIII antes de nuestra Era; sin embargo, gran parte de los materiales hallados en este metal están fechados después del año 500, aunque muy probablemente con anterioridad ya se habrían introducido objetos manufacturados a través de relaciones comerciales con áreas tecnológicamente más desarrolladas. Pero una vez adquiridos los conocimientos tecnológicos y dominadas las diferentes fases del proceso metalúrgico del hierro (selección y preparación del mineral, combustibles, control de la reducción y la forja y temple), las poblaciones que ocupan estos territorios comenzarán a producirlo, aun cuando el hierro no sea muy abundante en algunas de las zonas, al menos en cantidades importantes, debiendo tal vez recurrir a la explotación de pequeños yacimientos. El hallazgo de escorias de hierro en algunos poblados de este período prueba la existencia de esta actividad metalúrgica en nuestro territorio.

Lo que está fuera de toda duda es que la introducción del hierro va a significar que se fabricarán en este metal, mediante el forjado, la mayoría de los objetos metálicos, quedando el bronce relegado para la elaboración de elementos principalmente de adorno, tales como fíbulas, pulseras o anillos. Los utensilios para trabajar el campo como hoces, rejas de arado, objetos como cuchillos o tijeras, útiles para la construcción como clavos, o bien armas, se realizarán en hierro, teniendo ente hecho una gran repercusión en el desarrollo de las diferentes poblaciones.

Para producir este metal, sin embargo, se requiere conseguir elevadas temperaturas, con el fin de reducir el mineral y purificarlo hasta obtener un producto sin impurezas. Se utiliza como materia prima, además del hierro meteórico, carbonates y sobre todo óxidos en forma de hematites y limonitas, más fáciles de trabajar al no contener ni sulfuros ni fosfatos que ablandan el producto final.

La separación del mineral férrico de la ganga no metálica es la primera fase del proceso y se puede conseguir mediante el triturado y lavado, además de a través de la selección manual. A continuación, el mineral deberá ser tostado a temperatura relativamente baja, en condiciones oxidantes, con el fin de eliminar el exceso de agua y la disgregación de los carbonatos. Una vez obtenido el mineral poroso, se vuelve más fácil de triturar y de reducir. Sin embargo, para lograr esta reducción es preciso conseguir temperaturas de entre 1.100 y 1.150 °C para así lograr el óxido de carbono (CO). En este proceso se añade una serie de fundentes con el fin de aumentar la solubilidad de las impurezas en la ganga y así separarlas del hierro que se está formando; estos añadidos son sílice o caliza, según sea el mineral de carácter básico o ácido, respectivamente. Una vez obtenida la masa de hierro, ésta aún contiene partes de ganga y para separarlas hay que recalentarla al rojo vivo y martillearla, obteniéndose así un hierro más puro (T. Mannoni, E. Giannichedda, 2003).

Según recogen J.A. Hernández y J.J. Murillo en su estudio en torno a la siderurgia celtibérica del Moncayo, a pesar del amplio grado de desarrollo tecnológico alcanzado por los celtíberos en este tipo de trabajos, se desconocen en gran medida los sistemas metalúrgicos empleados así como los tratamientos seguidos posteriormente con el metal. De los análisis llevados a cabo en esta zona del Moncayo, se desprende que se utilizaron óxidos anhídricos con contenidos en hierro de entre el 48,5% y el 70% y una ganga formada por carbonatos isomorfos de calcio, magnesio y manganeso que aparecerán en las escorias en forma de óxidos. La escasez de contenido en fósforo y azufre hacía que apenas existieran estos elementos al final del producto (J.A. Hernandezs J.J. Murillo; 1985). La presencia de mineral en esta zona no consistiría en grandes filones sino en afloraciones, bolsadas o filones de pequeña anchura y profundidad y de fácil extracción, por lo que no sería necesaria la construcción de galerías profundas.

Por lo que se refiere a los hornos utilizados durante la Segunda Edad del Hierro, en opinión de los citados autores, se continuaría básicamente con el sistema precedente, aunque se producirían una serie de innovaciones encaminadas a conseguir tanto una mayor comodidad en el trabajo como una superior capacidad de producción. Así, se efectuaría una abertura en la parte inferior del horno con el fin de evacuar el producto obtenido. Igualmente, los hornos alcanzarían una mayor altura a la vez que se perfeccionarían los sistemas de inyección de aire, lográndose de este modo mayores temperaturas en menor tiempo.

La elaboración del vidrio

El hallazgo de objetos de vidrio tiene lugar en diferentes yacimientos europeos a partir del Calcolítico, aunque su número es escaso por lo que adquieren un valor significativo. Si bien en nuestro territorio no están documentados hasta la Edad del Hierro, ya se fabrican asiduamente dentro del Egipto faraónico así como entre los pueblos micénicos; los griegos y los fenicios, por su parte, seguirán el mismo camino. El hecho de que la civilización micénica (1.800-1.150 antes de nuestra Era) coincida cronológicamente con la Edad del Bronce europea ha hecho pensar a una serie de investigadores que algunos de los objetos de vidrio recuperados en el norte y este europeo hayan sido importados, siguiendo las rutas del ámbar báltico (E. Ruano, 1996).

La obtención de vidrio a partir de sílice, cal y óxidos alcalinos, a los que se añade otra serie de minerales en pequeñas proporciones, se lleva a cabo mediante el fundido a altas temperaturas, sobrepasando los i.200°c. El color natural de este producto es el verde azulado, por lo que se añadirán generalmente una serie de componentes a modo de colorantes tales como metales coloidales, óxidos metálicos y sales, lo que permitirá obtener diferentes colores y tonalidades (M. Barthelemy, 1992). Con estos vidrios se elaborarían cuentas de collar de variados tipos, así como brazaletes; de estos últimos se han llegado a contabilizar hasta 8o variantes, descubiertas en su mayor parte en Europa central y Francia.

En los yacimientos de Euskal Herria se han hallado diversos objetos de vidrio, principalmente cuentas de collar; así los poblados de La Hoya (Biasteri), Peñas de Oro (Zuia), Alto de la Cruz (Cortes), La Custodia (Viana), Intxur (Albiztur-Tolosa) y Basagain (Anoeta), cuentan con este tipo de pieza. Destaca entre ellos, sin embargo, el fragmento de brazalete de vidrio fundido de color azul cobalto; con una decoración a molde en relieve a base de trazos oblicuos sobre los que se han marcado una serie de líneas sinuosas con hilo de vidrio de color blanco lechoso, fue descubierto en el citado poblado de Basagain.

Tejido, cestería y cordelería

A pesar de que hoy sabemos que fue numerosa la producción de tejidos y de otros objetos obtenidos a partir de fibras animales y vegetales, son muy pocos los restos que nos han llegado hasta nuestros días. El hecho de que sean compuestos orgánicos ha facilitado su ataque por parte de las bacterias, desapareciendo en la mayoría de los casos transcurrido un tiempo.

La utilización de pieles y cueros desde los momentos más antiguos de la historia de la humanidad ha requerido trabajos, en ocasiones complejos, de cara a obtener los productos deseados. La diferencia entre pieles y cueros consiste en que las primeras presentan una de sus caras cubierta por vello y pelos del animal, mientras que en los cueros, este pelo ha sido eliminado. Para lograr evitar el endurecimiento, tanto de las pieles como del cuero, y que se resquebraje la pieza, será preciso tratarla de forma adecuada: en primer lugar, habría que secarla al calor del fuego, eliminando la grasa y la carne de la misma; a continuación, mediante el agua, flexibilizarla, golpearla con una piedra redonda, y posteriormente, cubrirla con grasa con el fin de impermeabilizarla (J.J. Eiroa, et alii.; 1999)-

Tras los estudios realizados sobre las marcas de uso en una serie de industrias, (S.A. Semenov, 1981) se sabe que los raspadores sirvieron en muchos casos para, una vez desollado el animal, raspar y ablandar las pieles para así volverlas más elásticas y apropiadas para la fabricación de vestidos u otros menesteres (construcción de viviendas, etc.). Estas piezas líticas se utilizarían directamente o enmangadas en los casos en que fueran de pequeñas dimensiones y con ellas se eliminarían también la grasa y los músculos adheridos a la piel. Asimismo, y tal y como se realiza en la actualidad en el trabajo de estos materiales, ciertos huesos largos como las costillas se emplearían ya desde el Paleolítico para dar brillo a los cueros.

Además de a las pieles y a los cueros, los seres humanos han recurrido desde hace miles de años, una vez domesticadas determinadas especies animales, a otros productos con los que fabricar tejidos. La lana es, en este sentido, un elemento fundamental, pero también se utilizaron diferentes especies vegetales; el objetivo final era siempre el de conseguir algún tipo de hilo. Su obtención a partir de la rotación de las diversas fibras de origen natural, tanto animal como vegetal, será la base para la fabricación de tejidos, y sus pequeñas dimensiones harán que deban unirse mediante el hilado.

Es difícil precisar el momento inicial de esta actividad, aunque si nos basamos en el hallazgo de fusayolas, es decir, las piezas de piedra o terracota que se utilizan como peso para el huso, tenemos que relacionar esta práctica con el período cerámico; sin embargo, también pudieron obtenerse hilaturas con anterioridad a la aparición del huso mediante la torsión de las fibras con los dedos, las palmas de las manos o la palma y una superficie lisa, como la parte superior del muslo (C. Alfaro, 1984)-

El huso, instrumento fundamental en esta actividad, está constituido por una vara corta de sección generalmente redondeada de madera o más excepcionalmente de hueso o bronce, así como por un pequeño peso colocado en la parte inferior, denominado fusayola, que permite tanto dar una mayor rapidez al giro como evitar que el hilo se salga por la parte inferior. Pero además del huso, para llevar adelante el proceso del hilado, es necesaria la rueca: se trata de una vara frecuentemente de madera, con diferentes terminaciones que permiten sujetar las fibras que van a ser hiladas. Dado que el material en que suelen fabricarse los diversos elementos utilizados en este trabajo es la madera, las fusayolas (de piedra o terracota) son las piezas más frecuentemente conservadas en los yacimientos. Éstas presentan formas variadas (troncocónicas, bitroncocónicas, ovoideas o casi planas en ocasiones) y son diversas también las decoraciones con que cuentan algunos de los ejemplares; por lo general, fueron fabricadas en barro cocido. Son frecuentes en nuestros poblados protohistóricos, localizándose, entre otros, en los navarros del Alto de la Cruz (Cortes) y El Castillar (Mendabia) y en los alaveses de Henaio (Dulantzi), Berbeia (Barrio), Peñas de Oro (Zuia) y Kutzemendi (Olarizu).

Una vez obtenido el hilo, el telar es un elemento básico para la elaboración de los tejidos. Hoy se conocen diferentes tipos, pero es posible que fuera el vertical de pesas el que se utilizaría en la etapa protohistórica, si nos basamos en los restos arqueológicos con que contamos en la actualidad. Este tipo de telar, según C. Alfaro (1984), estaría formado por dos pies derechos de madera bastante gruesos y resistentes que se hincarían en el suelo o bien serían sujetados mediante una barra fijada al terreno; la parte superior estaría apoyada contra la pared con el fin de obtener una inclinación necesaria para su correcto funcionamiento. Un grueso madero uniría ambos pies, apoyándose en las horquillas que los maderos verticales llevarían en su extremo superior. La misión de este travesaño sería la de sostener la urdimbre fijada a él por medio de diversos mecanismos, sirviendo de eje en el que se enroscaría el tejido ya confeccionado. Una pequeña barrita transversal de madera separaría los hilos pares de los impares, y los pies derechos estarían agujereados bastantes veces en toda su longitud con el fin de poder mover a voluntad del tejedor los soportes de los lizos que consistirían en dos maderos cortos, terminados también en forma de horquilla en los que se instala la barra de lizo cuando ésta es levantada. Pero además del telar vertical de pesas no hay que descartar que utilizaran otros tipos, al menos si se tiene en cuenta las limitaciones técnicas de los de pesas para elaborar tejidos de buena calidad.

La posesión de estos tejidos va a permitir a numerosos pueblos cambiar las pieles de los animales por prendas más suaves y adaptables al cuerpo. Mediante el entrelazado de dos series de hilos perpendiculares entre sí, denominados urdimbre y trama, se logrará obtener unas superficies lisas que proporcionarán un mayor o menor abrigo, dependiendo de las fibras empleadas. Desgraciadamente, los restos de tejidos prehistóricos hallados en los yacimientos son muy escasos debido a la dificultad de conservación de estos materiales; en Euskal Herria carecemos hasta la fecha de elementos de este tipo.

La cestería, por su parte, debió de poseer en ocasiones gran importancia, al menos en los poblados de la Edad del Hierro. Las técnicas de entramado utilizadas no difieren mucho de los métodos de ensamblaje seguidos en la creación de tejidos, y su empleo, antes incluso que el de éstos o que el de la propia cerámica, ha sido defendido en ocasiones por diversos autores. Según la citada autora, entre las principales técnicas de entramado empleadas en cestería destacan las siguientes: cestería tejida o en damero, atada o cordada, cosida en espiral, pseudotrenzada o en «rabo de cerdo» y trenzada. Al igual que sucede con el tejido, este material es difícil de conservar a no ser que se den unas condiciones muy determinadas; en Euskal Herria tampoco contamos con ningún resto.

La cordelería es una especialidad diferenciada y consiste en la obtención de cuerdas mediante la simple torsión o por trenzado a partir de elementos sin torsión previa (C. Alfaro, 1984). En la Antigüedad, según Plinio, se emplearon para este menester fibras vegetales de lino, junco, cáñamo, palma, corteza de tilo, desechos de papiro, paja, esparto y cuero. La fabricación de cuerda está documentada al menos desde la cultura Campaniforme, quedando patente en las improntas realizadas con ella sobre algunas de las características vasijas de este período, cuando la arcilla aún estaba blanda, previamente a su cocción. En este sentido, contamos con ejemplares de cerámicas cordadas en numerosos yacimientos correspondientes a diferentes períodos postneolíticos. Pero además, a partir del trabajo de la cordelería se elaboraban sandalias, cestos, cuerdas y sogas, algunos de cuyos restos están presentes en diferentes puntos; en nuestro territorio disponemos de siete fragmentos de cuerda de esparto realizada por torsión, hallados en el interior de una de las viviendas del poblado del Alto de la Cruz (Cortes), dentro de un nivel correspondiente a la Edad del Hierro.