El hermano Malburius era un hombre alto y enjuto, con una perilla gris bien cuidada. Su pelo también era gris y tenía la cara arrugada. Era un poco cargado de espaldas. Vestía las ropas de los Adeptus Ministorum con un orgullo desganado. Parecía cansado y nada feliz de ver a dos maltrechos Marines Espaciales ocupando todo el interior de su ministerio.
—Lobos Espaciales, ¿verdad? —dijo—. Adscritos a la Casa Belisarius, sin duda.
—¿Cómo sabe eso? —preguntó Ragnar.
Sus sospechas se confirmaban. Echó un vistazo alrededor del túnel convertido en templo. No observó nada amenazador, sólo algunos bancos recuperados, unos gastados santos imperiales que parecían haber sido rescatados de un vertedero, y un inmenso altar con una águila imperial grabada en relieve. El templo tenía el mismo aspecto ruinoso que sus artefactos, pero al menos estaba limpio.
El hermano Malburius miró de cerca a Haegr y les hizo señas para que lo siguieran hacia el interior del templo. Detrás del altar había una antecámara llena de equipo médico de aspecto descuidado. Olía a sangre, dolor e incienso antiséptico. Mientras él andaba, el sacerdote hablaba.
—No ha sido muy difícil. Un vistazo a vuestra armadura me indica vuestro Capítulo, hermano Ragnar. Los Cuchillos del Lobo son los únicos Marines Espaciales de Terra. Vuestra gente no ha sido muy popular por aquí desde la Herejía.
—¿De verdad? —dijo Haegr, sonriendo—. Nunca lo hubiese adivinado a juzgar por la recepción que hemos tenido.
Malburius se atornilló un magnóptico en un ojo y se inclinó para examinar las heridas del Marine Espacial. Ajustó unos botones en el altar de control e invocó al Dios Máquina. Dos esferas de luz parpadearon hasta encenderse en cada extremo de la mesa. Malburius sujetó unos sensores dérmicos de adivinación y encendió dos barritas de incienso médico.
Ragnar no estaba seguro del bien que le iba a hacer todo eso, teniendo en cuenta la armadura que cubría a Haegr y los cambios que se habían hecho en su psique cuando se convirtió en Marine Espacial, pero no dijo nada.
En cuanto se estableció la conexión, los sensores comenzaron a oscilar a lo loco. Malburius dio un golpe a la maquinaria con el puño y pronunció una invocación a los espíritus técnicos que no logró ningún resultado. Metió un sensor térmico en la boca de Haegr. Linus Serpico observaba con los ojos muy abiertos y sin decir palabra.
—No te lo comas —dijo Ragnar. Haegr hizo una mueca. El hecho de que no hablara le indicaba a Ragnar que la situación no parecía muy prometedora. Tras unos breves instantes, Malburius retiró el sensor y movió la cabeza de lado a lado.
—No tiene buena pinta —dijo—. Tengo que asumir que hay daños internos. Es necesario quitar el caparazón y echar un vistazo dentro.
—¿Está seguro de que está capacitado para esto? —preguntó Haegr con una sonrisa inmutable. El hermano Malburius se quedó mirándolo.
—Si tengo que decir la verdad, no. En el seminario recibí una formación médica básica. Puedo llevar a cabo trabajo básico de campo de batalla y todo lo necesario para curar a mi rebaño. Nunca me enseñaron a lidiar con alguien como vosotros. A juzgar por las lecturas de mis viejos instrumentos, cuento con encontrar todo tipo de alteraciones de la bioforma humana básica. ¿No va a ser así?
Había un tono de desaprobación en su voz. Ragnar no estaba acostumbrado a eso y se sintió ofendido. Haegr asintió con la cabeza. Malburius tenía un aura de competencia que imponía respeto.
—Espero que tu hermano de batalla aquí… —indicó con un gesto a Ragnar—, pueda muy probablemente completar cualquier cirugía de forma tan competente como yo.
—No es eso lo que yo quería oír —dijo Haegr. Miró a Ragnar como esperando confirmación. Ragnar conocía los aspectos básicos de la medicina de campo, pero no era un cirujano con práctica—. Aunque probablemente tenga más experiencia que yo —confirmó.
—He tenido un montón de práctica aquí abajo. Siempre hay accidentes y peleas y no hay nadie más para remendar a la gente.
Haegr tenía la mirada de alguien que se estaba debilitando rápidamente. Escondía el dolor al sacerdote pero Ragnar podía sentirlo. También sentía que Malburius estaba nervioso y que estaba intentando retrasar la operación tanto como pudiera. Ragnar llegó a una rápida decisión.
—Haga lo que necesite hacer. Yo le ayudaré en todo lo que pueda.
Malburius asintió con la cabeza y se acercó al armario más cercano. Le habló directamente a Haegr.
—Tengo analgésicos, somnabulíum y útiles quirúrgicos. Puedo dejarle inconsciente y…
—No será necesario —protestó Haegr—. Comience de una vez. Un héroe tan poderoso como yo no se arredra ante un poco de dolor.
—Ah, la famosa dureza de los Marines Espaciales —exclamó Malburius. Luego miró a Linus—. Amigo Serpico tráeme agua hervida y purificada, mucha agua. —Entonces se dirigió a Ragnar—. Tal vez pierda mucha sangre. Dudo que vuestro tipo de sangre sea muy común entre la gente de aquí. Tal vez necesite una transfusión.
Ragnar sabía de qué estaba hablando. Muchos tipos de sangre eran incompatibles. Afortunadamente, todos los Lobos Espaciales compartían el mismo tipo. Era parte del proceso que los convertía en Lobos.
—Puede utilizar la mía —dijo. Malburius asintió con la cabeza y se dirigió a un extraño artilugio de tubos translúcidos y bombas de fuelle. Lo desplazó hasta la larga mesa.
—No me llaman mucho para este tipo de cosas. Normalmente se trata de apendicectomías, partos o amputaciones después de caídas de tejados. Vosotros habéis estado en el campo de batalla. —No era una pregunta, aunque la hizo sonar como si lo fuera.
—Hemos luchado con parte de la Hermandad de la Luz y su profeta. —Ragnar quería que eso quedara claro. Si Malburius tenía cualquier clase de simpatía por los herejes, quería saberlo antes de que el hombre estuviera encima de Haegr con un bisturí láser en la mano. Malburius sólo asintió con la cabeza.
—Me preguntaba cuánto tardaría alguien en tomar medidas contra ellos —dijo el médico—. Han estado aumentando sus efectivos en la zona desde hace tiempo. Ya era hora de que alguien hiciera algo.
El hombre era astuto y buscaba información. Ragnar no podía ver nada positivo en contradecirle o en estar de acuerdo con él, así que se quedó callado.
Malburius dio un golpe en la mesa y miró a Haegr.
—Tenemos que quitar el peto —dijo.
Haegr murmuró una maldición y se mordió los labios mientras lo hacían. Sus grandes colmillos debieron haberlo hecho doloroso. Ragnar podía ver que la capa de filamento negro estaba muy dañada. Había enormes agujeros a través de los que se podía ver la carne rosada, el hueso blanco y los relucientes órganos internos.
Linus entró portando un caldero de agua humeante, y Malburius se lavó las manos y las roció con un producto químico diseñado para matar las esporas de las enfermedades. Provenía de un estuche militar estándar marcado con el águila imperial. Conectó a Ragnar y Haegr a la máquina de transfusión de sangre de forma rápida y competente.
—No hay red eléctrica por aquí cerca, hermano Ragnar —dijo—, así que debes hacer funcionar la máquina. Si es necesario, debes hacer funcionar la bomba con el pie. Si el dolor se hace intenso, dilo y el amigo Linus tomará el relevo.
Linus no parecía nada contento de estar allí.
—Soy un escriba de tercera clase, no un auxiliar médico —dijo.
—Aun así —dijo Malburius—, vas a ayudar. La vida de este hombre puede que dependa de ello. Y créeme, el Imperio valora mucho más su vida que la tuya. ¿No es así, Lobo Espacial?
Ragnar gruñó. Linus tragó saliva profundamente de una forma que no inspiraba confianza, pero asintió con la cabeza. Malburius se arrodilló y ofreció una oración al Emperador, y luego tomó el bisturí láser. Ragnar se inclinó hacia adelante observando de cerca, listo para cualquier contingencia y preparado para afrontar cualquier amenaza. Si Malburius intentaba una traición, moriría por ello. Ni siquiera aquel laberinto de estrechas tuberías iba a detener a Ragnar.
Malburius no emitía señal alguna de que fuera consciente de lo cerca que estaba de una muerte violenta. Desatornilló el magnóptico y se puso las gafas de seguridad de grueso cristal ahumado. Ragnar podía ver que contenían algún tipo de sistema óptico de aumento. Levantó el bisturí láser y tocó la runa de activación. Un rayo de pura e intensa luz se activó. Era más o menos del largo de una mano.
Malburius torció el mango del bisturí y el rayo se acortó. Se inclinó hacia adelante y comenzó lenta y cuidadosamente a cortar el caparazón. Luego hizo una incisión en la carne para dejar al descubierto los órganos internos que estaban debajo. Haegr dio un respingo. El olor a carne chamuscada inundó el ambiente.
Malburius se movía con mucho cuidado. Era obvio que el sacerdote estaba acostumbrado a tratar con humanos normales, y había mucho en el esqueleto de la anatomía de un Marine Espacial que, aparentemente, le confundía. Los huesos eran más gruesos y estaban reforzados para ser tan fuertes como el acero. Las costillas eran mucho más anchas y planas que las de un mortal, diseñadas para proporcionar una capa adicional de blindaje sobre los órganos vitales internos. La mayoría de éstos estaban en sitios diferentes, entremezclados con injertos que no existían en el cuerpo de un humano.
—¿Está seguro de que sabe lo que hace, sacerdote? —preguntó Haegr, apretando los dientes. El sudor le cubría la frente—. Le tengo mucho cariño a mi abdomen. Me ha llevado mucho tiempo llevarlo a las cotas de perfección que ostenta ahora. No me gustaría que redujera mi contorno tan masculino.
—Tal vez te gustaría hacerlo tú mismo —dijo el hermano Malburius. Movió la cabeza y chasqueó la lengua—. Esto es lo que pasa por dejar que el paciente se mantenga consciente —añadió.
—Tal vez podría echarme un sermón, sacerdote. Normalmente me duermen bastante rápido.
—Y también la blasfemia —dijo Malburius—. No sería de extrañar que al Emperador le conviniera retirarte sus favores.
Mientras hablaba, el misionero se inclinaba hacia adelante y echaba a un lado el riñón oolítico. Ragnar podía ver que estaba inflamado. La sangre brotaba de varios sitios. Las heridas no tenían buena pinta. Se lo señaló a Malburius.
Con rapidez el sacerdote movió el bisturí láser hacia las perforaciones y con la habilidad que dicta la práctica las cauterizó. Haegr apretaba los dientes. Se estaba quedando más pálido, pero no dio ni un solo grito. Malburius lo miró, pero el Lobo le hizo un gesto para que continuara.
El sudor chorreaba de la frente de Haegr. Ragnar lo estudió de cerca, preguntándose si su amigo lograría permanecer consciente.
Haegr se sumió en un completo silencio, como si se estuviera concentrando en preservar todas sus fuerzas para un esfuerzo sobrehumano que pudiera necesitar. Su respiración sonaba extraña hasta que Ragnar se dio cuenta de que era la suave flexión de los propios pulmones. Malburius se acercó a ellos y les fijó unos cables de succión. La sangre pasaba al tubo de plasmita translúcida según salía. Ragnar sintió un ligero picor cuando su sangre empezó a ser succionada. Haegr estaba perdiendo rápidamente la preciosa sustancia roja. Aun así no ofreció señal alguna de queja.
La ligera arcada que tuvo indicaba que Linus Serpico estaba encontrando difícil conservar la confianza. Obviamente no estaba acostumbrado a afrontar situaciones como ésta.
El hermano Malburius respiró profundamente y se inclinó hacia adelante. Era evidente que había encontrado algo mal. Alargó una mano y llevó por el aire un poco de incienso antiséptico a la zona. Haegr emitió un quejido ahogado. Malburius volvió a inclinarse y comenzó a dibujar cuidados movimientos expertos con el bisturí.
—Arteria sellada —murmuró—. Veamos qué más podemos encontrar.
Con los dedos, continuó explorando la herida con cuidado. Ragnar se mantuvo en silencio hasta que el sacerdote pareció satisfecho.
—Eso es todo lo que puedo hacer —dijo, y comenzó a cerrar, cauterizando cuidadosamente las heridas y sellándolo con piel sintética—. Yo recomendaría a la mayoría de las personas que se quedaran los próximos días en cama, pero vosotros sois Marines Espaciales. He oído muchas cosas vuestros milagrosos poderes curativos. Ahora empiezo a creerlo. Buena parte de los daños internos se estaban curándose solos incluso cuando estaba operando. Sólo las grandes perforaciones necesitaban un arreglo, aunque lo necesitaban desesperadamente, y un testimonio a la grandeza y a la bondad del Emperador.
—Si usted lo dice —dijo Haegr abriendo los ojos y eructando—. Yo más bien creo que es un testimonio de mis heroicos poderes de recuperación.
Ragnar meneó la cabeza. Incluso estando débil, Haegr era incorregible.
—Es hora de empezar a cerrarte —dijo Malburius. Sólo entonces se permitió parecer nervioso. Ragnar vio cómo tragaba saliva. Se puso manos a la tarea de forma rápida y precisa.
—¿Qué sabe de la Hermandad? —le preguntó a Malburius mientras el hombre trabajaba.
—Se autodenominan «los justos», y sí que están llenos de un justo odio.
—¿Está de acuerdo con ellos?
—Ellos prefieren interpretar las palabras del Emperador de una forma tal que se ajuste a sus prejuicios.
—¿No permitirán la vida de los mutantes? —preguntó Ragnar.
—Sí, pero extienden sus redes con demasiada facilidad.
—¿Qué quiere decir?
—Odian a aquellos a quienes el Emperador ofrece refugio, a aquellos a quienes él ha ofrecido el manto de su protección.
—¿Los Navegantes?
—Sí, los Navegantes.
—¿Cree que están equivocados?
—Si el propio Emperador decide proteger a los Navegantes, ¿quiénes son ellos para contradecirle? Me parece a mí que combinan los pecados de la ira y el orgullo. Son arrogantes.
—Sin embargo, no parece que les falten seguidores.
—La gente lega en la materia es siempre fácil de inducir al error. Por eso mis hermanos y yo debemos continuar el gran trabajo aquí, sobre la sagrada tierra de Terra. Incluso en este lugar, a pesar de todos mis esfuerzos, hay simpatizantes.
La voz del hombre respiraba una obvia sinceridad cuando hablaba de la naturaleza sagrada del mundo natal de la humanidad. Inspiraba respeto, aunque Ragnar no estuviera de acuerdo con él. Mientras escuchaba, Ragnar miraba constantemente a las puertas, al igual que el sacerdote mientras suturaba y reparaba la carne de su colega. Daría una calurosa bienvenida a cualquier simpatizante de la Hermandad de la Luz si se le ocurría importunarlos.
—Le agradecemos su ayuda, hermano —dijo Ragnar. Miró a Haegr. El grandullón había recuperado algo de color—. Ahora tenemos que llegar a la superficie.
—Eso no será fácil —dijo Malburius—. Son muchos días de marcha hasta el gran conducto de acceso y una larga ascensión desde allí. Yo lo sé bien. He realizado el viaje de bajada.
—Es algo que tenemos que hacer —dijo Ragnar—. Tenemos trabajo que hacer allí arriba.
—Os lo enseñaría yo mismo, pero mis deberes me reclaman. Linus os lo mostrará, estoy seguro.
—No soy un guía —replicó Linus—. Mi familia nunca rebajaría a una función como ésa.
—Me parece a mí que ya no tienes el empleo de escriba —contestó el sacerdote—. Y me parece a mí que estos hombres trabajan para el Emperador. Debes ayudarlos.
Ragnar añadió algo más.
—Estoy seguro que la Casa Belisarius podrá encontrar trabajo para un escriba de tercera clase de confianza, si quisieras ayudarnos —dijo.
—No estoy seguro —replicó Linus—. Mi puesto era sólo para la fábrica imperial de engranajes número seis. No sé si se puede transferir a los niveles superiores.
—Tal vez merezca la pena averiguarlo —dijo Ragnar—. No tienes nada que perder y todo que ganar.
Linus parecía indeciso. Ragnar iba a pedir al hermano Malburius un guía menos timorato cuando habló el hombre pequeño como un pájaro.
—Muy bien, lo haré —parecía estar dirigiéndose tanto a sus orgullosos antecesores como a los Lobos—. Haré todo lo que tenga que hacer para recuperar mi acostumbrada condición en la vida.
—Y puede que la mejores —insistió Haegr, levantándose de la mesa. Había comenzado a aplicar ceramita de reparación a su peto, remendando de forma temporal los agujeros hasta que pudieran encontrar a alguien que pudiera reparar la armadura. Linus parecía un poco asustado.
—Puede que incluso eso —asintió en un tono que sugería que se sentía horrorizado por su propio atrevimiento.
—Descansad aquí durante unas horas —ofreció el hermano Malburius—. Os proporcionaré provisiones para el viaje.
—No tenemos ninguna necesidad de provisiones —dijo Ragnar.
—No, pero el hermano Linus sí.
—Como yo —protestó Haegr—. Después de todo, Ragnar, han pasado horas desde que comí algo y necesito recuperar mi poderosa fuerza.
—Por favor, esperad aquí —dijo el sacerdote. Parecía asombrado de que Haegr pudiera hablar de comida tan poco tiempo después de la cirugía—. Cuantas menos personas os vean, menos cosas se dirán. Sin duda ya se habrá corrido la voz de la llegada de unos extranjeros por todo el lugar. —Salió dando grandes zancadas.
Ragnar lo observaba mientras se alejaba, sin poder decidir qué hacer. Las dudas se agolpaban en su mente. ¿Y si el sacerdote se hubiera confabulado con los hermanos? ¿Y si hubiera ido a avisarlos? Rechazó esos pensamientos de inmediato. Malburius no parecía ese tipo de hombre. Su olor lo marcaba como alguien en quien confiar. No había mostrado ningún signo de duplicidad. Incluso aunque fuera a traicionarlos, no importaba. Ragnar se sentía seguro de que podría afrontar cualquier amenaza. Se sentó para esperar pacientemente, manteniendo un ojo sobre sus compañeros.
Haegr se quejaba del hambre que tenía y se jactaba del número de miembros de la Hermandad que había matado en combate cuerpo a cuerpo. Linus Serpico lo miraba cada vez más preocupado mientras el inmenso marine deambulaba de un lado a otro. Era obvio que le estaban entrando dudas sobre el viaje en compañía de los lobos. Para distraer al pequeño hombre, Ragnar le hizo una pregunta.
—¿Cuánto crees que tardaremos en llegar al conducto?
—Dos turnos de sueño como mucho —dijo Linus—. Si andamos deprisa y evitamos a los que acechan en la oscuridad.
—¿Los que acechan en la oscuridad?
—Los hay de muchos tipos. Grandes arañas. Ratas gigantes. Hombres caníbales que no respetan la ley del Emperador.
—¿Quién lo habría pensado en la sagrada Terra? —dijo Haegr con socarronería.
—Ahora estamos muy por debajo de la sagrada Terra y lejos de aquellos que hacen respetar la ley del Emperador.
—Nosotros la hacemos respetar —dijo Ragnar—. Y te protegeremos.
—Pero ¿cómo voy a volver? —preguntó Linus.
—Creí que venías a la superficie con nosotros para buscar empleo en la Casa Belisarius.
Linus parecía no estar muy seguro una vez más. Parecía tener grandes recelos.
«Cómo puede ser que mi destino se encuentre entrelazado con un ratón como éste», pensaba Ragnar, pero desechó la pregunta. Linus Serpico no era un hijo de Fenris, él no había sido criado para la batalla y la guerra. Parecía como si una simple y corta marcha desde este destartalado lugar fuera una gran aventura.
De repente, Ragnar se dio cuenta de que para Linus lo sería. En su esquema de cosas, éste era un viaje increíble. Una vez lo había sido para Ragnar también. Hubo un tiempo, no hace mucho, en el que él no había salido nunca de los Puños de Trueno. Entonces, el mero concepto de un viaje interestelar hubiera sido incomprensible. Sonrió para sí, y, por extraño que parezca, eso pareció tranquilizar al pequeño hombre.
—Por supuesto, iré con vosotros —dijo—. Por supuesto, me protegeréis.
Sonaba como si necesitase que lo tranquilizaran, de modo que Ragnar asintió con la cabeza. Tal vez tuviera razón para estar preocupado, a pesar de la distancia relativamente corta. No cabía duda de que este vasto mundo subterráneo estaría plagado de peligros. Tal vez Ragnar se equivocara estando demasiado confiado. Después de todo, la Hermandad de la Luz los estaba buscando. Y quizá habría otros muchos. Se encogió de hombros. Todo lo que podía hacer era prepararse para lo peor y, como Marine Espacial que era, él siempre lo estaba.