—Ragnar, ya estamos en el palacio. Sé discreto. Escoge con cuidado tus palabras a no ser que estés completamente seguro de que no te van a oír —dijo Torin.
El buggy se detuvo en el patio que se abría al otro lado de la puerta blindada. Ragnar vio que los guardias de honor ya habían bajado del gran vehículo blindado y estaban escoltando a Gabriella a través de la puerta de arco del otro lado.
Torin apretó un botón y los controles se apagaron a la vez que se abría la cúpula de la cabina de mando. Ambos marines espaciales se apresuraron a salir. Ragnar estudió con atención los alrededores. Se encontraban en mitad de un atrio inmenso. Muy por encima de sus cabezas había un techo de vidrio blindado que permitía la entrada de luz natural. Vio desde donde estaba incontables balcones que daban al interior del edificio. En cada pared había un gran ascensor de paredes translúcidas. Aunque Ragnar sabía que aquel lugar no era ni de lejos tan grande como El Colmillo, sentía como si lo fuera, y era algo desorientador para un recién llegado.
Sin embargo, mientras que El Colmillo parecía un lugar de reunión para los hermanos de batalla, aquel sitio parecía más bien un bazar. Seres humanos procedentes de todos los puntos de la galaxia abarrotaban el lugar. Vio a catachanos vestidos con sedas verdes y a boreanos de tez pálida vestidos con túnicas de piel de ballena. Vio a los individuos de metálicas armaduras nativos de los mundos forja del Rimero Taleano. Un individuo increíblemente obeso estaba reclinado sobre un palanquín levitatorio mientras un par de hermosas muchachas desnudas le abanicaban el cráneo afeitado y unos sirvientes sudorosos lo transportaban en mitad del gentío. Los criados, con el recargado uniforme de la Casa Belisarius, pasaban por doquier cumpliendo sus encargos. Muchos tenían ojos biónicos y extremidades artificiales. Algunos de ellos iban armados.
El edificio en sí era el resultado de un gran proyecto artístico. Las paredes estaban cubiertas de frescos. Las gárgolas sostenían globos de luz en sus garras. Las estatuas de los santos, montadas sobre pedestales que quedaban por encima de la multitud, irradiaban luz desde los halos que les rodeaban la cabeza. Ragnar echó un vistazo más atento y descubrió que algunas de las estatuas tenían objetivos de cámaras en los ojos.
Percibió que en aquel sitio tenían lugar gran cantidad de negocios. Unos huecos en las paredes llevaban a diversas salas donde se oía el sonido del regateo y de los tratos que se cerraban. Se intercambiaban bienes por otros bienes y se llegaba a acuerdos sobre el uso de naves, flotas y navegantes.
Miles de olores a hombres, bestias, especias, sedas y pellejos de animales llenaban el aire. El hedor a aceite para motores se entremezclaba con los ungüentos técnicos y el incienso alucinógeno. Para alguien con los sentidos tan agudizados como Ragnar era algo muy abrumador hasta que comenzó a catalogar los estímulos sensoriales que lo rodeaban y se adaptó a la situación. Siguió a Torin caminando sobre el suelo de mosaico y llegaron a un ascensor después de atravesar uno de los pórticos. Unos segundos después, y sin haber experimentado la más mínima sensación de movimiento, se encontraban a cientos de plantas bajo el suelo, rodeados por paredes blindadas de plasticemento reforzado.
Torin lo guió por los pasillos repentinamente silenciosos. El olor a Lobos Espaciales era mucho más intenso en aquel lugar. Era obvio que se trataba de una zona mucho más frecuentada por sus hermanos de batalla. Una puerta se abrió por delante de ellos cuando se acercaron, franqueándoles la entrada a otra estancia. Las paredes de ésta estaban cubiertas con paneles de madera. En el suelo había varias pieles de los grandes lobos de Fenris colocadas como alfombras. Los huecos de las paredes estaban repletos de libros y de pergaminos. Algo que parecía un fuego de leña real, pero que no era más que una hábil representación holográfica, caldeaba el lugar. Ragnar vio todo aquello de una sola mirada antes de posar los ojos en el hombre que estaba sentado detrás de la mesa de escritorio que dominaba la estancia.
A su manera, era tan impresionante como Berek Puño de Trueno o cualquiera de los otros lores Lobo. Era delgado para ser un Lobo Espacial, con una apariencia casi cadavérica. Tenía el rostro alargado y con una expresión triste, como si lamentara algo de manera profunda. Bajo sus ojos se veían bolsas oscuras y tenía el rostro surcado de profundas arrugas. Llevaba largo el cabello de color gris. Se había recortado la barba, que todavía mostraba mechones negros. Los ojos eran de un color azul intenso, fríos y calculadores. Parecieron tomarle la medida en tan sólo un momento y archivaron la conclusión a la que llegaron en lo más hondo de su helada mente. Cuando habló, su voz resonó de forma más profunda y resonante de lo que Ragnar había esperado.
—Bienvenido a Terra, Ragnar Blackmane, y bienvenido a nuestro pequeño grupo de hermanos. Soy Valkoth, y estoy al mando del destacamento del Cuchillo del Lobo —Ragnar no sintió ninguna necesidad de responderle—. Le he pedido a Torin que te informe de todo lo necesario. Él te llevará hasta tus aposentos y se asegurará de que te instalas en las condiciones adecuadas. Si tienes alguna pregunta, no dudes en hacérsela. La Celestiarca está ocupada ahora mismo, pero en cuanto tenga tiempo, te llevaremos a su presencia para que le hagas tu juramento de lealtad. Hasta entonces, deberás actuar como si ya hubieras pronunciado el juramento. Compórtate como si la reputación de los Lobos Espaciales dependiera de ti…, porque así será.
—Sí, señor —contestó Ragnar.
—Creo que se ha producido un intento de asesinato contra Gabriella Belisarius. Cuéntame qué es lo que pasó.
Ragnar así lo hizo, y el viejo lo escuchó con atención, sin interrumpirlo ni una sola vez. Habló cuando Ragnar terminó de contar lo sucedido.
—Ten cuidado. Habrá más intentos de asesinato contra Gabriella y contra todos los que se encuentran a nuestro cargo.
Ragnar asintió, y Valkoth concentró su atención de nuevo en el libro abierto que tenía delante. Comenzó a tomar anotaciones con una pluma. Estaba claro que debían retirarse.
Salieron, y Torin guió de nuevo a Ragnar por el corredor hasta adentrarse más todavía en el laberinto de pasillos. Había menos sirvientes y criados y ninguna señal de Lobos Espaciales, aparte de Torin y él mismo.
—Ése era el viejo —dijo Torin—. Es algo parecido a un erudito, pero que eso no te engañe. No hay guerrero que se le compare con una espada sierra en la mano, y es tan astuto como el mismo Logan Grimnar.
Ragnar no compartía el prejuicio habitual de los fenrisianos contra los eruditos. Era obvio para él que lo que Torin le decía era cierto.
—¿Y dónde están todos los demás?
—A lo mejor esperabas un festín de bienvenida.
—No. Sólo pensé que habría más de los nuestros por aquí.
—En realidad, ahora mismo hay más Lobos Espaciales en el palacio de lo que recuerdo haya habido jamás. Supongo que se debe a la toma de posesión del cargo de la Celestiarca, pero es bastante inusual. Normalmente estamos desperdigados aquí y allá por todo el Imperio.
—¿Por qué?
—Por las diversas misiones. Algunos entrenan a las tropas de la Casa Belisarius. Otros realizan misiones secretas. Algunos actúan como guardaespaldas de Navegantes que participan en situaciones especialmente peligrosas.
—La gente me dice continuamente que entrenamos a las tropas de la Casa Belisarius, pero, según tengo entendido, los Navegantes no tienen tropas.
—Sí y no. No disponen de tropas oficiales, pero tienen guardias de seguridad que realizan las mismas funciones. Además, tienen contratadas compañías mercenarias con acuerdos permanentes que llevan sirviéndoles desde hace tanto tiempo que ya forman parte de la casa, en realidad. Son soldados de los Belisarius en todos los aspectos menos en el legal.
Ragnar se sintió asqueado.
—¿Qué sentido tiene tener leyes si la gente encuentra el modo de no cumplirlas? ¡Civilización! ¡Ja!
—Empiezas a sonar como Haegr. Seguro que os llevaréis bien.
Ragnar no estaba demasiado seguro de ser tan justo como sonaba. En aquellos momentos, se encontraba perdido y echaba mano del código de conducta de su mundo natal. Torin se dio cuenta de su estado de ánimo.
—¡No te preocupes, no es tan malo!
En ese preciso instante, una figura gigantesca apareció en la entrada de un pasillo. Tenía una jarra de cerveza del doble del tamaño habitual encajada en la punta de un pie y una enorme pata de jamón casi limpia en una mano. Era con diferencia el individuo más grande que Ragnar hubiese visto jamás, gigantesco incluso entre los Lobos Espaciales, y al único entre ellos al que se le hubiera podido llamar gordo. Sus pequeños ojos estaban hundidos y casi escondidos detrás de unas enormes mejillas sonrosadas. Parecía que le habían modificado la armadura para contener su tremenda barriga, lo que resultaba un triunfo para la capacidad del armero.
—¿He oído que alguien pronunciaba mi nombre en vano? —aulló con una voz que a Ragnar le recordó un alce furioso—. ¿Fuiste tú, hombrecito?
Torin le sonrió al gigante.
—Veo que estás intentando inventar una nueva moda en calzado.
El enorme desconocido bajó la vista y parpadeó.
—Dejé la jarra al lado de la cama cuando me eché a tomar una siesta. Supongo que debo de habérmela llevado por delante cuando me puse en pie de un salto como un valiente para entrar en acción y desafiar a aquel que se hubiese burlado de mi buen nombre.
Ragnar se percató de que el individuo apestaba a cerveza. Tenía la barba cubierta de manchas de comida.
—Ya sabes que soy incapaz de hacer nada semejante, Haegr —le contestó Torin—. Tan sólo le comentaba a nuestro último recluta que tú y él tenéis algo en común.
Haegr parpadeó con lentitud, como si se diera cuenta por primera vez de la presencia de Ragnar.
—Un recién llegado del bendito planeta Fenris, donde los vientos helados limpian la escarpada tierra de toda polución y corrupción. Me temo que has venido al sitio equivocado, muchacho. Éste apestoso agujero de iniquidad es un anatema para los de nuestra clase, para las viriles virtudes de los Lobos Espaciales…
—Haegr es tan puro como el mundo que lo vio nacer —comentó Torin.
—¿Te burlas de mí, hombrecito?
—No me atrevería. Simplemente admiraba tu nueva condecoración.
—No tengo ninguna condecoración nueva.
—¿Cómo que no? ¿No es ésa la orden de la mancha de salsa, concedida para marcar la armadura de los individuos que siempre tienen buen apetito?
Haegr bajó una mano, se limpió la mancha de la armadura y luego se chupó el dedo.
—Si no te conociera bien, pensaría que te estás mofando de mí, Torin. Menos mal que sé que ningún hombre se atrevería.
—Viejo amigo, tu lógica es tan impecable como siempre, pero ahora tengo que acompañar a Ragnar a sus aposentos y explicarle sus tareas.
—Asegúrate de que sepa que va a estar rodeado de cobardes afeminados sin la menor virtud masculina. Éste mundo no es Fenris, chico. Que no se te olvide.
—No creo que pueda llegar a hacerlo —contestó Ragnar—. Todo el mundo me dice lo mismo de un modo u otro.
—Pues entonces, te veré más tarde, y podremos hincharnos de cerveza al heroico estilo de los hijos de Fenris. Yo debo marcharme para quitarme esta jarra del pie.
Se dio la vuelta y se dirigió dando grandes pisotones de regreso a su habitación.
—Ése es Haegr —comentó Torin—. No es el más listo de los reclutas que los Buscadores de Valientes han escogido para formar parte de nuestras filas, pero es quizá el más valiente, sobre todo cuando hay que enfrentarse a grandes cantidades de comida y bebida.
—¡Te he oído! —aulló una voz lejana desde detrás de una puerta.
—¡Era una alabanza de tus heroicas capacidades! —gritó Torin mientras apresuraba el paso de repente.
—No quisiera tener que darte otra paliza —bramó Haegr a su vez abriendo la puerta y asomando la cabeza. Las enormes guías de su bigote le recordaron a Ragnar el morro de una morsa.
—Todavía estoy esperando a que lo hagas por primera vez —dijo Torin.
—¿Qué has dicho?
—Anda y quitare la jarra del pie —exclamó Torin antes de que él y Ragnar doblaran una esquina.
—¿Sería capaz de pegarte una paliza? —le preguntó Ragnar, y Torin alzó una ceja.
—Ya le gustaría. Haegr es muy fuerte, pero su masa corporal lo hace ser muy lento. Aún no he perdido un combate cuerpo a cuerpo sin armas con él.
Torin mostraba una tranquila confianza en su forma de hablar que contrastaba de un modo tremendo con las fanfarronadas de Haegr. Ragnar no vio razón alguna para dudar de sus palabras.
—¿Cómo ha engordado así? Pensé que nuestros cuerpos estaban diseñados para quemar la comida de un modo eficiente. No recuerdo haber visto jamás a un Lobo Espacial con sobrepeso.
—Hay más músculo que grasa en ese cuerpo, como descubrirás si le echas un pulso en alguna ocasión. Por lo que se refiere a su gordura, algo salió ligeramente mal cuando Haegr ascendió a Marine Espacial. No fue evidente hasta que pasó mucho tiempo. Los sacerdotes simplemente pensaron que tenía un apetito tremendo. Sólo después de que hubiera acumulado muchos kilos de más se dieron cuenta de que tenía alguna clase de defecto, no lo bastante grave como para convertirlo en un wulfen o que lo exiliaran a los páramos helados, pero un defecto que lo convirtió en lo que es. Descubrirás que la mayoría de los miembros del Cuchillo del Lobo no encajan de un modo u otro en El Colmillo. Así es como la mayoría de nosotros acabamos aquí.
—¿Qué te trajo a ti?
—Lo pedí.
—¿Querías ver la sagrada Tierra?
—Algo así. Ya hemos llegado a tus aposentos. No es mucho, pero será tu nuevo hogar.
Ragnar miró a través de la entrada y vio que, una vez más, Torin estaba bromeando. La primera estancia era enorme y estaba muy bien acondicionada. Aquél lugar hacía parecer una celda espartana su camarote a bordo del Heraldo de Belisarius. Se fijó en que su equipo ya estaba allí y lo habían colocado sobre una inmensa mesa de roble para que lo revisara.
—No es lo que esperaba —comentó.
—Forma parte del trabajo. A los de la Casa Belisarius les gusta mantenernos contentos. No quieren que nadie compre nuestra lealtad, así que nos dan lo mejor de lo mejor.
—¿Creen que la lealtad de un Lobo Espacial se puede comprar? Entonces, no nos conocen muy bien —comentó Ragnar. No le gustó nada la mancha de deshonor que eso implicaba en la reputación del Capítulo.
—Ragnar, quizá nos conocen mejor de lo que nos conocemos nosotros mismos. O a lo mejor es que proyectan su forma de pensar y de comportarse en nosotros. Ponte cómodo. Dentro de nada te llamaremos para indicarte tus tareas.
Torin dio media vuelta y se marchó antes de que a Ragnar le diera tiempo a contestar nada. La puerta se cerró a su paso.
Dio una vuelta por la serie de estancias e intentó adaptarse a aquel lujo al que no estaba acostumbrado. Los muebles eran de primera calidad. Había varios sillones, sofás y mesas de escritorio, además de una cama flotante donde era posible quedarse en el aire por encima del colchón mediante un campo de suspensión. La cámara de aseo incluía una bañera de mármol hundida en el suelo.
Había una ventana holográfica que cambiaba de paisaje cuando se pasaba una mano por encima de una runa. Ragnar echó un vistazo a varios paisajes de Fenris, a un mundo desierto donde aparecían unas ruinas inmensas, el espacio abierto a los mercaderes por donde había entrado al edificio y una gigantesca estructura que bien podía ser el Palacio Imperial, con una fila interminable de peregrinos que esperaban. El aire estaba cargado de aromas relajantes, y sonaba una emocionante música marcial a bajo volumen.
Ragnar se dedicó a buscar aparatos espías ocultos. Sacó varias cámaras de la yesería del techo y descubrió mediante el olfato unos cuantos audífonos debajo de las camas. Encontró otra cámara en el detector de venenos que estaba sobre una mesa. No le gustaba que lo vigilasen y quería asegurarse de que quienquiera que hubiera puesto aquellos artilugios captara el mensaje.
Se tumbó en la cama después de revisar todo el lugar y se quedó mirando el techo preguntándose qué iba a hacer. Aquél sitio no era en absoluto lo que se había esperado. Apestaba a sospecha y a intriga cortesana, y todos a los que había conocido le habían hecho alguna advertencia al respecto.
Al parecer, tenía que suponer que todo el mundo era traicionero, del mismo modo que todo el mundo pensaría eso de él. Decidió que aquélla no era forma de vivir, pero se dio cuenta de que no le quedaba otra opción. Era evidente que el asesinato era moneda corriente en aquel lugar. La gente cometía asesinatos más o menos discretos para obtener beneficios y, según se veía, todo estaba en venta y podía comprarse.
Se preguntó por qué ocurría todo aquello. A su alrededor, por doquier, se encontraban las mayores riquezas que uno podía imaginarse. Todos los lores del Imperio y todas las casas navegantes compartían esa enorme riqueza. ¿Para qué necesitaban más? Quizá no luchaban para conseguir más riquezas, quizá era por el poder. Había visto lo que el ansia de poder cambiaba incluso a los austeros guerreros de Fenris.
¿Y qué decir de sus nuevos camaradas? ¿Eran de fiar? Torin parecía tener muchos secretos, y su actitud burlona no se parecía a la de los Lobos Espaciales que Ragnar había conocido. Parecía haberse convertido más bien en un miembro de la Casa Belisarius por su modo de vestir, su forma de hablar y su manera de pensar. Haegr parecía un individuo sin complicaciones, pero Torin había hablado de una especie de defecto que quizá era lo que lo había condenado a aquel exilio. Era posible que ese defecto fuese más grave que lo que se veía a simple vista.
Ragnar se obligó a sí mismo a relajarse. No estaba en condiciones de juzgar a sus compañeros. Tan sólo se encontraba intranquilo por haberse visto separado de la rutina de la vida diaria con sus hermanos de batalla y estar empantanado en una situación tan confusa y traicionera como la de aquel lugar. Se sentía como un pez fuera del agua. Lo habían entrenado para hacer frente a la dura realidad del campo de batalla, donde los objetivos de la misión y los enemigos estaban definidos con toda claridad. No lo habían preparado para las intrigas palaciegas. Quizá ése era el motivo por el que lo habían enviado a la Tierra. Quizá aquello era algo que debía conocer y dominar. Sabía que, pasase lo que pasase en aquel sitio, se le presentaba como una oportunidad.
Estaba en condiciones de estudiar a fondo el lado siniestro del sistema político imperial. Iba a hacer todo lo posible por aprender todo lo que pudiese de su situación y dominarla. Ragnar estaba solo, lo ignoraba casi todo y era vulnerable, pero era cuestión suya no permanecer en aquel estado durante mucho tiempo. Iba a tomar las riendas de su destino con sus propias manos. Aprendería todo lo que fuese necesario y se impondría a las circunstancias que lo rodeaban. Aquélla era una prueba que no pensaba fallar.
Llegar a esa decisión hizo que Ragnar se sintiera mejor. Se dio cuenta de que desde que había perdido la Lanza de Russ y se había enterado de que tendría que enfrentarse a un juicio en el Consejo de los Lobos había ido a la deriva, inseguro y sin saber muy bien qué hacer. Eso se había acabado. Fuesen cuales fuesen los desafíos que le esperaban, los arrostraría como un verdadero hijo de Russ.
Alguien llamó a la puerta. La abrió y vio que se trataba de Torin y de Haegr, que lo estaban esperando.
—La Celestiarca desea tener el placer de disponer de una audiencia con el Cuchillo del Lobo recién llegado —dijo Torin con voz algo burlona.
—Nos envió para que nos aseguráramos de que no te perdieras —añadió Haegr lamiéndose los labios.
—En realidad —aclaró Torin—, me envió a mí para que no os perdierais ninguno de los dos.
—Sabes que conozco los pasillos de palacio mejor que cualquier cachorro recién llegado.
Ragnar les sonrió.
—Disculpadme. Haegr, no te había reconocido sin ese cubo en el pie.
—¿Te estás burlando de mí, chico?
—¿Haría yo algo semejante?
—Será mejor que no lo hagas —contestó Haegr.
—Creo que vas a encajar muy bien aquí —comentó Torin antes de guiarlos por el laberinto de pasillos que llevaban hacia el lejano ascensor.