—Por los huesos de Russ —maldijo Ragnar.

Miró a su alrededor y vio que llegaban enemigos por todos lados. Estaban bien armados y era evidente que también preparados. Sin duda, habían estado esperando fuera de la ruta de aproximación de los Lobos Espaciales. En su urgencia por avanzar con rapidez y por sorpresa, los marines no habían efectuado un reconocimiento completo, y lo iban a pagar.

—Sabían que sólo éramos tres —dijo Haegr.

El agudo oído de Ragnar le permitió distinguir la voz de Haegr a pesar del estampido de las armas pesadas. En ese momento, el enemigo estaba concentrando sus disparos contrala balconada donde Torin estaba apostado. Ragnar echó un vistazo y se dio cuenta de que su camarada ya se había puesto a cubierto.

—Sabían que íbamos a atacarlos. Eso significa que alguien les ha avisado…, y hace poco.

Ragnar vio que Haegr asentía mientras comprobaba las armas de las que disponía el enemigo. Aquéllos lanzallamas y bólters pesados eran capaces de penetrar incluso la armadura de un Marine Espacial. El combate no iba a ser fácil. Les quedaba un consuelo: en mitad de aquel combate tan confuso, a sus oponentes les sería difícil localizarlos.

—Están allí, entre las chozas del agua burbujeante —aulló la misma voz de mando.

—Tiene buena vista —dijo Haegr.

—O tiene algún otro modo de saber que estamos aquí —contestó Ragnar.

—¡La sagrada luz del Emperador aplastará a los defensores de los mutantes! —A medida que la voz subía de tono, una descarga de luz blanca apareció por encima de ellos—. ¡Escúchame! Yo, tu profeta, el Profeta de la Luz, te invoco, bendito Señor, para aplastar a éstos, los servidores de la Oscuridad.

—¡Cuidado! —gritó Ragnar al mismo tiempo que se tiraba de cabeza al suelo.

Haegr reaccionó y se apartó justo a tiempo. Un instante después, su débil cobertura estalló convertida en una lluvia de fragmentos de metralla. La explosión no se pareció a nada que Ragnar hubiera visto antes, pero no se extrañó: ya tenía una idea bastante aproximada de lo que la había causado. Un rápido vistazo confirmó sus sospechas: un halo de luz blanca y radiante rodeaba una de las siluetas enemigas. Habría deslumbrado a Ragnar si el segundo párpado protector no hubiera bajado para cubrirle los ojos.

—¡Un psíquico! —gritó, a la vez que disparaba sin dejar de rodar por el suelo. El proyectil acertó de lleno en la figura, pero fue repelido por el aura que rodeaba al sectario y rebotó por el lugar. Ragnar pensó que las cosas iban de mal en peor.

—Ved cómo la luz de la brillante aura del Emperador acaba con sus enemigos —gritó de nuevo el psíquico.

Ragnar reconoció uno de los subtonos de la voz: se trataba de un mandato compulsivo. No le hizo falta preguntarse por qué aquellos fanáticos ayudaban a un tipo de persona que habían jurado aborrecer. Ragnar ya había visto y oído un centenar de explicaciones al respecto. Sin duda, el psíquico habría proclamado que sus poderes procedían directamente del Emperador, y que en realidad se trataban de una prueba de su santidad ante sus crédulos seguidores. Un aura de compulsión ayudaría a mantener esa credulidad ante unas voluntades débiles. Sin embargo, saber cómo funcionaba todo aquello no iba a ayudar a Ragnar a sobrevivir. Tenían que encontrar un modo de salir de aquella situación, y con rapidez.

Unos arcos de luz incandescente atravesaron la frágil estructura que los Lobos Espaciales habían escogido para ponerse a cubierto. Unos tentáculos de ectoplasma blanco con reflejos dorados los buscaron como si fueran las extremidades de una bestia gigantesca. Sólo era cuestión de tiempo que los encontraran.

Cientos de proyectiles bólter, balas y rayos láser cruzaban el aire por encima de sus cabezas mientras los tentáculos se movían como grandes serpientes oleaginosas de blancura radiante a través de los restos de las chozas. Ragnar se agazapo un poco más todavía, a sabiendas de que sus enemigos creían que estaban inmovilizados en aquella posición. Miró a Haegr quien asintió para mostrar que lo entendía. Sólo podían hacer una cosa: atacar.

Ragnar se tumbó boca abajo y comenzó a arrastrarse hacia el psíquico. Unos cuantos tentáculos fantasmales pasaron por encima de su cabeza buscándolo. Pasaron muy ceca, como si aparentemente supieran que estaba por allí.

Apretó un botón del dispensador de su cinturón y recogió la granada, que cayó en la palma cubierta por el guantelete de la armadura. Un leve toque activó el detonador antes que la lanzara contra el psíquico. Un instante después, la explosión alcanzó a su oponente.

Ni siquiera sus poderes lograron protegerlo del todo. Salió, despedido por los aires, y el brillo que lo rodeaba parpadeó durante unos momentos. Los tentáculos ectoplásmicos se convirtieron por unos instantes en unos jirones de niebla Haegr actuó con el instinto que les permitía coordinarse sin ni siquiera hablar entre ellos, y se lanzó a la carga.

El enorme martillo de energía golpeó al psíquico antes de que su escudo reluciente pudiera recuperar del todo su potencia. El individuo soltó un gemido de dolor, pero logró recuperar el control de nuevo. Ragnar olió sangre. El resplandor recobró su fuerza, aunque su brillo era distinto y unas extrañas vetas de color rojizo recorrían su superficie. Los tentáculos volvieron a recorrer el aire y continuaron su búsqueda, pero sólo de Haegr. Parecía que su creador ya no fuera capaz de concentrarse en dos objetivos al mismo tiempo. Así pues, habían conseguido herirlo.

Un segundo después, aquellas extremidades demoníacas hallaron su objetivo y rodearon al gigantesco guerrero del Cuchillo del Lobo. Se oyó un extraño ruido gorgoteante cuando la ceramita del caparazón de la armadura comenzó a burbujear y a derretirse. Haegr soltó un gruñido y se esforzó por liberarse, pero ni siquiera su enorme fuerza fue suficiente para enfrentarse a los poderes del psíquico. Su enemigo lo alejó de forma inexorable mientras Haegr rugía de impotencia. Ragnar se preguntó cómo podría ayudarlo, pero se dio cuenta de que acabaría también atrapado como un pez en un anzuelo. Sin embargo, si el psíquico moría, sus tentáculos ectoplásmicos ya no serían un problema.

Ragnar se acercó para estudiar con mayor detenimiento a su objetivo. Estaba muy claro que el individuo estaba gravemente herido. Era casi seguro que otra granada acabaría con él, así que le lanzó una, que cayó a su lado justo antes de estallar. Sin embargo, sus efectos fueron mucho menores de lo que Ragnar esperaba. La explosión provocó que el escudo de luz perdiera parte del brillo por un momento, pero parecía que había logrado adaptarse de algún modo para proteger a su creador de aquella forma de ataque. El psíquico ni siquiera se inmutó ante la explosión.

La idea no había servido para mucho. Aquél hereje era poderoso.

—Tengo que encontrar otra forma —se dijo a sí mismo en voz baja, y continuó arrastrándose hasta que se puso en cuclillas y se lanzó, un momento después, directamente contra el psíquico.

El hereje tenía guardaespaldas, pero permanecían alejados de él mientras utilizaba sus poderes impíos. Todos estaban disparando contra la balconada donde Torin se había ocultado. Ragnar sospechaba que lo más probable era que su camarada se hubiera marchado ya de allí.

Ragnar le dio las gracias a Russ por la distracción, ya que le permitía tener una aproximación despejada a su objetivo a la vez que estaba fuera de la línea de tiro. Llevaba la espada sierra en una mano y la pistola bólter en la otra. Abrió fuego mientras avanzaba, disparando proyectil tras proyectil contra el falso profeta de la Hermandad. El escudo centelleante los repelió todos menos uno. Impactaron en la zona en que el brillo era menos intenso, y donde las venas de luz roja eran más gruesas.

Uno de los proyectiles traspasó el brillante escudo y oyó un grito apagado. Por lo que parecía, el Profeta de la Luz no estaba acostumbrado al dolor. Ragnar tenía intención de acostumbrarlo en muy poco tiempo. Alineó la punta de la espada sierra hacia la mancha más oscura del escudo y empujó con fuerza. Por un momento pensó que lo traspasaría directamente, pero encontró resistencia y el brillo se incrementó de nuevo. A Ragnar no le importó: se limitó a apuntar el bólter hacia la zona aproximada del escudo de luz donde debía de encontrarse la cabeza del psíquico. Incluso en el caso de que el escudo repeliera los proyectiles, tenía la esperanza de que fuera como dar un golpe fuerte y seco en un casco. Quizá el impacto desorientaría y aturdiría a su enemigo.

Su esfuerzo se vio recompensado de nuevo con un gemido de dolor. Los tentáculos que pasaban por encima de su cabeza para mantener atrapado a Haegr comenzaron a palpitar y a flexionarse. Ragnar sintió su acercamiento incluso de espaldas. Saltó hacia un lado y un tentáculo de ectoplasma pasó justo por el sitio donde él había estado un momento antes Probó suerte y le lanzó un tajo a aquello. Las cuchillas de la hoja atravesaron el tentáculo y lo cortaron, pero unos instantes después ya se había reconstruido. Ragnar dejó de intentarlos y volvió a atacar a su objetivo inicial. Propinó un golpe tras otro a su enemigo.

Aunque sus reflejos eran los de una persona normal, los guardaespaldas del falso profeta reaccionaron por fin. Algunos de ellos comenzaron a disparar contra él. Ragnar se encogió un poco. Hasta los impactos más superficiales le parecían enormes martillazos contra la armadura. Había tenido la esperanza de que los adoradores de la secta no disparasen por temor a herir a su profeta, pero se dio cuenta de que aquellos fanáticos creían que el hereje estaba protegido por el brillo. Saltó a un lado e interpuso el cuerpo del profeta entre él y su cohorte de luchadores, y vio recompensada su idea cuando una docena de proyectiles se estrellaron contra la pantalla reluciente.

—¡Cesad el fuego y desistid, hermanos! —dijo el profeta con voz atronadora—. El poder de la luz del Emperador es lo único que necesito para acabar con este degenerado defensor de los mutantes. Encargaos de matar a sus camaradas. Yo me encargaré en persona de éste.

Ragnar adivinó por el tono de voz del hombre que estaba deseoso de hacerle pagar por todo el daño que le había infligido. En ese preciso instante, los seguidores del profeta pasaron corriendo a su lado para acercarse a Haegr y rematarlo. El enorme Lobo Espacial estaba tirado en el suelo y los tentáculos se alejaban de su cuerpo. ¿Estaba aquel psíquico tan seguro de sí mismo como para hacer eso?

El brillo alrededor del individuo parpadeó, disminuyó y por último aumentó de nuevo. Los tentáculos se abalanzaron sobre Ragnar a una velocidad increíble. Ésta vez, ni siquiera los reflejos sobrehumanos de Ragnar le permitieron esquivarlos. La armadura siseó en los sitios donde le tocaron, pero peor que eso fue el dolor agónico que sintió en los puntos de contacto. El dolor no lo ocasionaba el calor, sino más bien ese contacto. Se quedó sorprendido de que Haegr hubiese sido capaz de soportarlo sin soltar ni un solo gemido. Ragnar decidió que él haría lo mismo.

Cerró con fuerza la boca y le rezó a Russ. Sintió una presencia sobrenatural y lejana. Quizá tan sólo se trataba de una invención de su imaginación azotada por el dolor, pero sintió que ese mismo dolor disminuía. Además, el resplandor que rodeaba al profeta se ha reducido y una mancha de color rojo brillante había aparecido sobre la zona aproximada dónde debía de encontrarse su corazón.

Tenía libre la mano que sujetaba la espada sierra, así que lanzó un tajo horizontal. El ángulo de ataque era forzado y no pudo ejercer toda su fuerza, pero la hoja del arma atravesó limpiamente la mancha. Sintió cómo cortaba la carne y chirriaba al encontrarse con el hueso. Un gruñido de triunfo le surgió de los labios cuando el brillo desapareció y dejó a la vista a un individuo vestido con una túnica blanca empapada en sangre. Un golpe de revés con la espada separó de los hombros del profeta la cabeza cubierta por una capucha y la envió dando tumbos hasta la boca abierta de una alcantarilla cercana. Otro tajo partió el resto del cuerpo en dos.

Un instante después ya se encontraba en mitad de los guardaespaldas atacándolos por la retaguardia en un esfuerzo por ayudar a Haegr. La espada fue de un lado a otro con velocidad centelleante, matando e hiriendo con cada golpe. No pudo fallar ni un solo disparo de bólter ante aquella masa apiñada de enemigos. Se abrió un camino sangriento paso a paso para llegar hasta su compañero. Haegr tenía mal aspecto. Su armadura estaba fundida y agrietada en una docena de sitios, con la ceramita partida y derretida por el poder del ataque psíquico del profeta. Y lo que era todavía peor: parecía cansado y aturdido por el dolor que había soportado. A pesar de ello, se puso en pie y comenzó a propinar golpes con el martillo. Su rapidez y su fuerza se habían visto muy reducidas, pero al menos estaba luchando.

Ragnar siguió abriéndose paso hacia él blandiendo la espada sierra, arrancando la carne de los huesos de sus enemigos y cortando tendones y venas. Sintió que una bienvenida oleada de furia asesina comenzaba a apoderarse de él. Una feroz alegría y una tremenda ansia de derramar sangre recorrieron sus venas. Se esforzó por contenerlas. No era el momento de dejarse llevar por una emoción semejante. Necesitaba mantener despejada la mente para salir de aquella situación desesperada. Fue difícil, pero se enfrentó a su bestia interior hasta que la tuvo bajo control.

Se arriesgó a echar otro vistazo hacia donde creía que podía encontrarse Torin. No vio señal alguna de él. Esperaba que su hermano de batalla no estuviese tirado detrás de la balconada, tumbado sobre un charco de su propia sangre.

Dio una tremenda patada lateral y le partió todas las costillas a uno de sus enemigos como si fueran ramitas de árbol. El hereje lanzó un chorro de sangre al mismo tiempo que salía despedido contra sus camaradas, donde comenzó a ahogarse a causa de la hemorragia. Un feroz golpe con la culata de la pistola bólter convirtió los sesos de un sectario que estaba agarrado a sus piernas en una masa gelatinosa. Bajó el arma, apuntó, disparó a quemarropa contra la cara de otro y decoró la zona que los rodeaba con un amasijo de sangre y restos de hueso y cerebro. Acabó luchando espalda contra espalda con el vacilante Haegr y defendiéndolo de la masa que se les echaba encima.

Los herejes parecían haber perdido toda disciplina, lo que fue una ventaja para los Lobos Espaciales. Si los adoradores no se hubiesen desorganizado convirtiéndose en una masa aullante y se hubiesen mantenido a distancia sin dejar de disparar, habrían acabado con Ragnar y Haegr gracias a su superior potencia de fuego. Sin embargo, su desesperado intento por ayudar a su profeta los había condenado. Estaban trabados en combate cuerpo a cuerpo con dos individuos físicamente superiores y sus bajas comenzaban a ser enormes. A pesar de todo, Ragnar sabía que tan sólo era cuestión de tiempo que su superioridad numérica se impusiera o que alguien se diera cuenta de lo que estaba ocurriendo y ordenara que se retiraran para comenzar a dispararles. Mientras tanto, antes de que les diera tiempo a tener esa oportunidad, debía pensar en un plan que les permitiera salir a Haegr ya él de aquella trampa.

Un individuo fornido se estampó contra su pecho. Había atravesado la muchedumbre de fanáticos y se había lanzado directamente contra Ragnar. Era enorme, casi tan grande como Ragnar, y era obvio que estaba acostumbrado a vencer a sus oponentes gracias a su tremendo peso, pero había sido un error intentar lo mismo con un Marine Espacial.

Ragnar absorbió el impacto con una ligera flexión de las piernas, y los giróscopos internos de la armadura compensaron la fuerza del golpe. El oponente intentó agarrar la laringe de Ragnar, pero no logró encontrarla, por lo que le cogió el cuello con las dos manos e intentó partirle el cuello. Ragnar pensó que era un idiota por intentarlo. Le pegó la pistola bólter al estómago y apretó el gatillo. Las vértebras reforzadas de su cuello resistían mucha más presión de la que podía ejercer un humano normal. Ragnar se dio cuenta de que aquel hombre no había tenido manera alguna de saberlo, lo mismo que no sabía que los pulmones modificados de un Marine Espacial podían mantenerlo con vida durante mucho más tiempo que una persona normal, incluso aunque hubiera dejado de recibir aire.

De repente, tuvo una inspiración, y Ragnar supo cómo podrían escapar. Era algo obvio.

—¡Haegr! —gritó a su compañero—. ¡Ve hacia el agua!

El gigantesco Cuchillo del Lobo asintió, algo aturdido, entendiendo al parecer la idea de Ragnar. Comenzó a abrirse camino de forma inmediata con el martillo hacia el olor del arroyo contaminado. Ragnar le protegió la espalda sin dejar de atacar a derecha y a izquierda, moviéndose sin cesar para que nadie lograra apuntarle con claridad. Haegr tardó escasos segundos en llegar a la orilla. Se detuvo, miró a su espalda y derribó de un golpazo al individuo que estaba más cerca de Ragnar. Luego cayó de espaldas al agua como si le hubieran disparado. Las olas le cubrieron la cabeza y lo hicieron desaparecer de la vista. Ragnar pensó que todo iba bien de momento.

Se giró hacia la orilla. Una andanada de rayos láser cruzó la oscuridad. Cientos de balas trazadoras pasaron por delante de sus ojos. Era evidente que al otro lado, por encima de él, había gente dispuesta a matarlo a distancia. Ya no parecía importarles si les daban o no a sus camaradas, porque los disparos que acribillaban la zona estaban acabando con la mayoría de los hombres que rodeaban a Ragnar. Los rayos láser le chamuscaron la armadura, y un proyectil de bólter pesado impactó contra la placa pectoral. Ragnar sintió el fuerte crujido. Había llegado el momento de irse.

En ese preciso instante, otros dos herejes se abalanzaron sobre él sin hacer caso de la lluvia mortífera que caía a su alrededor. Agarraron a Ragnar e intentaron inmovilizarlo mientras no dejaban de lanzar maldiciones y amenazar de muerte al individuo que había matado a su profeta. Lo único que tenían en la cabeza era su deseo de venganza.

A Ragnar no le importó. Continuó internándose en el agua con ellos encima, llevado por el impulso inicial. Aspiró de firma instintiva una gran bocanada de aire. Un momento después, el agua lo envolvió y el horrible líquido aceitoso se cerró sobre su cabeza. Mantuvo empuñadas las armas mientras bajaba hacia el fondo. El peso de la armadura lo arrastraba hacia abajo a la vez que la fuerza de la corriente lo impulsaba, alejándolo del lugar. La piel le escocía por los contaminantes y los productos venenosos. La columna de burbujas le guió la vista hacia arriba, hacia donde los dos hombres que lo habían agarrado se esforzaban por llegar a la superficie.

La membrana que le protegía el ojo de los productos químicos irritantes le permitía ver con bastante claridad en la penumbra de aquella agua sucia. A menos que hubiesen utilizado filtros bucales, los tipos que lo habían soltado habían disminuido su esperanza de vida al beber esa agua contaminada. Ragnar dudaba mucho que a unos fanáticos como aquéllos, dispuestos a dar la vida por la causa, les preocupara algo así.

Miró a su alrededor buscando a Haegr. No vio señal alguna de su camarada, pero eso no le inquietó. A menos que su armadura estuviese extremadamente dañada, la baliza localizadora integrada le permitiría encontrarlo si era necesario. Por lo que parecía, habían logrado escapar de la emboscada.

En el preciso instante en que se le ocurría aquello se produjo una tremenda sacudida, y una onda de fuerza y violencia increíbles lo empujó por el agua. Tardó un momento en darse cuenta de lo que estaba ocurriendo: los fanáticos estaban arrojando granadas al agua. A menos que hiciese algo en seguida, lo matarían.