El asteroide rotaba bajo sus pies. El movimiento amenazó con tirar a Ragnar al suelo. Levantó las piernas y la superficie rocosa le pasó con suavidad bajo el cuerpo. Procuró avanzar con la mochila de salto mediante pequeños impulsos lentos y controlados. Los demás hicieron lo mismo. Parecían peces que nadaran por el fondo del mar.
Llegaron en pocos segundos al lugar desde donde tenían planeado entrar: una gran ventana situada por encima de un puente de observación. Vista desde el interior tendría más bien el aspecto de un suelo de cristal. La rotación del asteroide impulsaría a los habitantes del lugar hacia las paredes exteriores, como una gravedad simulada.
Torin colocó la carga térmica en posición. Se alejaron de la zona del radio de la explosión y se pusieron a cubierto en las grietas de la rocosa superficie del asteroide. Instantes después, un fuerte resplandor iluminó las sombras del pequeño cañón pétreo. Ragnar alzó la mirada y vio un rastro centelleante de cristales rotos que surgía del lugar. El aire se cristalizaba ante sus ojos mientras se adentraba en el espacio. Un puñado de plantas, cuadros y pequeños muebles siguió al chorro de aire.
Entraron en el lugar. Ragnar aumentó la potencia del impulsor de la mochila de salto para compensar el chorro de aire que se escapaba al espacio. Podían haber esperado que la descompresión se completara, pero el tiempo era algo precioso en aquellos momentos. Los rastros dejados por unos cohetes y unas explosiones tremendas le indicaron que la nave de la Casa Belisarius había comenzado su propio ataque y estaba eliminando las antenas de comunicación y las defensas exteriores.
Ragnar se sintió desorientado cuando entró por el agujero abierto por la explosión. De repente, arriba estaba abajo y abajo estaba arriba. Había pasado de estar en el exterior a estar en el interior de aquel mundo hueco, y las dos direcciones habían intercambiado sus lugares. Dio una voltereta en el aire y aterrizó sobre los pies al mismo tiempo que pulsaba con una mano el botón que lo liberaría de los arneses de la mochila de salto y con la otra empuñaba la pistola bólter. Antes de que la mochilla llegara al suelo ya tenía empuñada la espada sierra en la otra mano y corría por el pasillo.
Vio a varios individuos caídos y sangrando a chorros por la nariz, los oídos y la boca. Se retorcían por el dolor agónico que la descompresión provocaba al destrozarles los pulmones y los tímpanos. Blandió la espada sierra a un lado y a otro para acabar con esa agonía sin desperdiciar proyectiles con sus enemigos. La temperatura bajaba con rapidez. Unas cuantas runas de aviso parpadearon en las paredes para advertir del peligro a cualquier superviviente que en aquel momento se encontrara en la zona.
A Ragnar no le gustaba aquella situación. El casco le reducía la agudeza de los sentidos. Tenía que confiar por completo en sus ojos. El sentido del oído y el de olfato, las principales fuentes de información para un Lobo Espacial, eran casi inútiles cuando llevaban el casco puesto. Lo único que podía distinguir con claridad era el sonido de su propia respiración y el olor reciclado de su propio cuerpo. Miró a su alrededor y vio que sus compañeros se desplegaban con las armas preparadas. Torin dejó colgando el bólter pesado del hombro y se puso a buscar varias herramientas en su cinturón de combate. Haegr llevaba en las manos el enorme martillo.
Estaban relativamente a salvo en esos instantes. Ninguno de sus oponentes había tenido tiempo de colocarse un traje de vacío. Sin duda alguna se sentían confusos y no sabían qué les había atacado. Torin se acercó a una de las compuertas estancas del interior de la mansión. Ésa era la parte más arriesgada. Si querían atrapar con vida a Pantheus tenían que entrar en la zona con atmósfera respirable del interior de la mansión, y eso implicaba el uso de un compartimento estanco. Con suerte, la confusión reinante los ayudaría, pero de todas maneras, la situación era peligrosa.
Torin se puso de rodillas al lado de la puerta. Llevaba un juego de herramientas en la mano y en breves segundos había desmontado la cubierta exterior del sistema de cierre. Cuando se producía una descompresión, todas las puertas se cerraban de forma automática, pero se podían abrir de modo manual. Pocos segundos después, surgió otro chorro de aire que se congeló al abrirse la puerta. Entraron inmediatamente y volvieron a cerrar la puerta para que el aire se normalizara de nuevo. La situación era realmente peligrosa.
Si alguien se encontraba vigilando el sistema de cierres presurizados en ese preciso instante, descubriría su posición exacta. Sin embargo, con un poco de suerte, cualquiera que se encontrara en los altares de mando en aquella situación tendría la cabeza en otro sitio. Era posible que pensaran que uno de los cierres de presurización había sufrido alguna clase de filo, pero incluso en ese caso, aquello atraería su atención. El fallo de una compuerta estanca en un entorno sellado siempre era motivo de inquietud.
Al menos ya podían comenzar a oír de nuevo mientras el aire llenaba siseante el compartimento estanco. Había muy poco espacio para los cuatro enormes Marines Espaciales y sus abultadas armas en aquel sitio tan cerrado. Una vez más, le quedó claro de un modo muy gráfico por qué los compartimentos estancos tenían tan mala reputación como trampas mortíferas en los abordajes a naves. Lo único que hacía falta era una granada bien colocada y los cuatro se irían juntos a los Salones de Hierro de Russ para quedarse esperando la última Batalla.
Ragnar se dio cuenta de que estaba conteniendo la respiración con la mirada concentrada en la puerta interior. Tenía el arma preparada. Si alguien estaba esperando a que se abriera para atacar, estaba seguro de que podría disparar antes de que el otro lo hiciera. Sus reflejos eran mucho, mucho más rápidos que los de un humano normal, excepto si el oponente había consumido drogas de combate. Aquélla idea lo intranquilizó.
La estancia ya estaba llena de aire. Las luces indicadoras de color verde mostraron que la presión se había igualado. Torin abrió la puerta que daba al interior. Ya estaban dentro. Allí también había aire, y los sonidos les llegaban con bastante claridad. Ragnar distinguió el quejido de una sirena de alarma. Delante de ellos se abría un pasillo y el hueco de un ascensor que llevaba hacia arriba. Los ascensores eran otra trampa letal que debía evitarse. Ragnar abrió el cierre de su casco y olisqueó el aire. Era respirable y puro. Sabía que el casco no se habría abierto si no hubiese sido así.
Una oleada de olores lo asaltó: esencias purificadoras, olores corporales, él siempre presente hedor de los desechos humanos no reciclados en un entorno cerrado. Los recibió como viejos amigos, aspirando grandes bocanadas mientras se orientaba. Se sintió inmediatamente más confiado y seguro, capaz de dominar ese entorno. Se colgó el casco del cinturón. Sus camaradas ya lo habían hecho.
—No os acerquéis al ascensor. Debe de haber una rampa de mantenimiento al otro lado de la esquina —dijo Valkoth. Su rostro alargado y ceñudo parecía más preocupado y pensativo de lo habitual. Sin embargo, empuñaba el bólter con decisión, y no se notaba señal alguna de nerviosismo en su actitud o en su olor corporal.
Pasaron de largo delante del ascensor, con Ragnar en vanguardia, Torin en la retaguardia, y sus compañeros entre ellos dos. Ragnar sintió cómo la adrenalina le corría por la sangre, proporcionándole una curiosa sensación de euforia. Era posible que muriera allí, pero se sentía lleno de vida, aun a sabiendas de que cada minuto podía ser el último. Una ráfaga de olores antes de doblar la esquina le advirtió de la presencia de humanos.
Se trataba de un grupo de individuos confundidos que se dirigían a la carrera hacia sus puestos de emergencia. Uno de ellos gritó por un intercomunicador exigiendo saber qué había ocurrido. Todos llevaban pistolas. Ragnar no esperó a que lo vieran. Disparó contra el jefe y vio que la cabeza del individuo estallaba como si la hubieran golpeado con un martillo pilón. Un segundo después, Haegr dio un paso adelante y redujo el resto del cuerpo a una pulpa sanguinolenta de trozos de carne roja.
—¿Qué está pasando? ¡Informen! —gritó una voz por el intercomunicador. Torin se acercó y respondió a gritos.
—¡Perforación de compartimentos, descompresión! ¡Qué demonios va a ser! —exclamó para después romper el aparato de un puñetazo.
Subieron la rampa a la carrera y entraron en una sala amplia con colgaduras lujosas cubriendo las paredes. La iluminación era escasa y alejada del centro. Un gran número de imágenes religiosas decoraban las paredes, con iconos que representaban el Trono Dorado y al Emperador matando mutantes. Cualquiera podría haber confundido aquel lugar con el monasterio de una orden religiosa especialmente sibarita. Quizá era eso precisamente. Ragnar no se sintió impresionado por aquella aparente muestra de devoción. Había visto demasiadas veces a los seguidores del mal utilizar la cobertura de la santidad.
Se dio cuenta de que se sentía algo ligero a medida que avanzaban. El aire se llenó de más y más olores que se entrecruzaban y se desvanecían debido a que los aparatos de ventilación entremezclaban los rastros que flotaban en el aire. Pensó que sin duda había muchos individuos en aquella mansión. Uno de ellos apareció en el umbral de la puerta que se encontraba al otro lado de la estancia.
—¿Quién demonios sois? —preguntó. Ragnar le pegó un tiro.
Avanzaron hacia la siguiente rampa. Aparecieron más hombres detrás del primero y una andanada de disparos de los Lobos Espaciales los abatió a todos. Ragnar oyó el repiqueteo de unos pasos que se alejaban presurosos. Era evidente que alguien intentaba escapar. No podían permitir que hiciese sonar la alarma.
Ragnar se lanzó a la carrera, pasó de una voltereta el umbral de la puerta y se quedó en cuclillas con la esperanza de mantenerse por debajo de la línea de tiro de cualquier posible enemigo. Vio a un hombre vestido de color marrón al otro extremo del pasillo. Estaba gritando algo por un intercomunicador. Ragnar apuntó y disparó. El individuo se desplomó con un tremendo agujero abierto en el pecho. Otro disparo destrozó el intercomunicador. Era demasiado tarde. El sonido intermitente de la alarma se convirtió en un gemido aullante. Ragnar supuso que se trataba de una alerta de seguridad.
—Por lo que parece, nos han descubierto —dijo Haegr a su espalda.
—¿De veras? —respondió Torin—. Jamás lo hubiera adivinado.
—Me alegro —insistió Haegr—. Nunca me ha gustado matar a gente que no podía defenderse.
—Matarás a todo aquel que haga falta para cumplir la misión —lo cortó Valkoth—. ¡Que no se te olvide!
Haegr se limitó a dejar escapar un gruñido. Siguieron avanzando. Ragnar sintió cómo sus enemigos se agrupaban a su alrededor. Los Lobos Espaciales aceleraron el paso. Cuanto antes se alejaran del sitio donde los habían detectado, más difícil le sería al enemigo utilizar su superioridad numérica y su conocimiento de las instalaciones.
A medida que se acercaban al núcleo del asteroide los objetos de devoción aumentaban de nivel de riqueza y ostentación. Las vitrinas de cristal de las paredes contenían reliquias bajo las que se veían placas de oro. Pasaron con rapidez junto a huesos de los dedos de diversos santos, profetas y eruditos, las máscaras mortuorias de algunos héroes imperiales y un bólter que había pertenecido al comisario Richter. Todas las reliquias tenían algo en común: pertenecían a personajes famosos que habían odiado a los mutantes con todas sus fuerzas.
Eso no era algo que Ragnar desaprobase en condiciones normales. Toda su educación y entrenamiento le habían inculcado la idea de que los mutantes eran los peores enemigos de la humanidad. Pensó que era extraño que estuviera luchando para defender a aquellos que muchos consideraban unos mutantes. Echó a un lado aquellas ideas. Estaba acercándose de forma peligrosa al pecado del relativismo.
Una oleada de olores le indicó que alguien había abierto una puerta al otro lado del pasillo. Se giró en redondo justo a tiempo para ver a un grupo de hombres armados y protegidos con armaduras. Algunos llevaban puestas armaduras corporales completas, mientras que otros sólo llevaban chalecos antibala, aunque todos estaban armados con rifles láser. Antes de que ninguno de ellos tuviera tiempo ni siquiera de apuntar, Ragnar ya había comenzado a disparar. Sus hermanos de batalla se unieron a él. Varios hombres más cayeron abatidos. Los rayos láser agujerearon la pared detrás de Ragnar y chamuscaron su armadura. Se agachó y se movió en zigzag para procurar convertirse en un objetivo difícil. En un espacio tan reducido como aquél, el enemigo no podía fallar si disponía de la suficiente potencia de fuego.
Un pequeño objeto del tamaño de un huevo lanzado desde atrás pasó volando por encima de Ragnar, rebotó en el suelo del pasillo y siguió rodando hasta llegar a la estancia donde se encontraban atrincherados los sectarios. Un instante después, una explosión los azotó a todos. Los gritos y el penetrante olor a sangre le indicaron a Ragnar que la granada había acabado con todos ellos. Siguieron avanzando.
El chasquido de la estática en el receptor del oído de Ragnar le indicó que su nave había logrado interceptar las comunicaciones del interior del asteroide. Oyó una docena de voces que discutían.
—¡Hay docenas de enemigos!
—Mamparos exteriores perforados en tres puntos.
—Enemigo avistado en el cuadrante cuatro.
—He descubierto algunos cuerpos, y todos muestran señales de mutilación.
—Te juro que he visto Marines Espaciales.
—¿Qué?
—¿Qué es lo que pasa?
—Lobos Espaciales.
—Los belisarianos. Tiene que ser cosa de los belisarianos.
—¡Que el Emperador os proteja!
Ragnar bajó el volumen del receptor para que no le hiciera perder la concentración. Por lo que parecía, los defensores estaban confundidos por completo y corrían desorientados de un lado a otro. No era algo sorprendente. Un rápido vistazo a las runas de su cronómetro le indicó que apenas habían pasado unos pocos minutos desde el comienzo del ataque. En ese preciso instante, la mayoría de los supervivientes todavía estarían ocupados poniéndose los trajes protectores de vacío e intentando reparar las grietas en las paredes exteriores de la mansión.
Pensó que hasta ese momento todo iba saliendo bien, pero se preguntó cuándo comenzaría a estropearse la situación.
Descubrieron que la puerta que daba a las estancias privadas de Pantheus estaba cerrada y sellada. Era obvio que había decidido encerrarse hasta que se supiera con seguridad cuál era el origen de la situación de emergencia.
Ragnar se quedó mirando el portal. Era una puerta pesada, protegida contra las explosiones y con una especie de cierre de seguridad de aspecto complejo. Haría falta un equipo de corte potente para atravesarla. No disponían de ese equipo. Volvió a conectarse a los canales de comunicación. Las voces que oyó lo advirtieron de que el enemigo se estaba reagrupando y registrando toda la mansión en busca de los asaltantes. Era evidente que no se habían dado cuenta de que les habían interceptado las comunicaciones, por lo que podían vigilar sus movimientos.
Valkoth miró a Torin.
—¿Cuánto tiempo? —preguntó.
—Es un diseño bastante antiguo. Funciona mediante un código digital o un escáner ocular.
—No te he preguntado qué era. Te he preguntado cuánto tardarás en abrirla.
—Treinta segundos —contestó Torin.
Se arrodilló de nuevo, sacó sus herramientas y comenzó a hurgar en el interior del sistema de cierre. Ragnar se preguntó dónde habría aprendido aquellas habilidades. Sin duda, no se las habían enseñado durante su entrenamiento como Lobo Espacial.
—Ragnar, deja de mirar embobado a Torin y cubre el pasillo. Haegr, tú ocúpate de la otra dirección. Quizá podrías guardar el martillo y utilizar una arma de proyectiles, para variar.
—Eso no es muy deportivo —replicó Haegr, pero se colocó el martillo a la espalda y sacó un par de pistolas bólter. Ragnar se concernió en su sección de pasillo, con la pistola bólter preparada por si aparecía algún enemigo. Un tremendo eructo le indicó que Haegr estaba aburrido.
Se conectó otra vez con los canales de comunicación del asteroide. El enemigo se acercaba. Algunos de ellos se habían equipado con armas pesadas. Por lo que parecía, el combate iba a ser mucho más difícil a partir de aquel momento. El verdadero problema sería sacar a Pantheus con vida en mitad de un tiroteo. Para eso sí que iban a necesitar toda su habilidad.
Oyó un susurro en el aire y supo que Torin había logrado abrir la cerradura.
—Has tardado cuarenta y cinco segundos —lo recriminó Valkoth.
—El mecanismo tenía conectada una trampa explosiva que ya estaba activada. He preferido tardar un poco más a que la cerradura se fundiera y yo perdiera la mano.
—Le sería difícil atusarse el bigote si perdiera una mano —dijo Haegr—. Eso sería una tragedia.
Torin ya había entrado en la estancia y la estaba cubriendo con el bólter. Los muebles eran dignos de un príncipe Navegante. Un enorme espejo cubría una de las paredes.
—Debe de ser tan vanidoso como tú, Torin —comentó Haegr.
—Pero no tan atractivo —replicó Torin mientras miraba de forma apreciativa su reflejo.
—Menos bromas y más atención —los interrumpió Valkoth—. ¿Dónde está ese cabrón?
Se adentró más en la estancia. Unos segundos después, se acercó a un inmenso armario ropero, lo abrió, echó a un lado un buen puñado de ropajes con ribetes de piel cara, y a continuación sacó de un tirón a un individuo tremendamente gordo. Ragnar reconoció a Pantheus por los informes de inteligencia. Flotaba levemente debido a la baja gravedad del centro del asteroide. Sin duda, aquél era el motivo por el que había elegido ese lugar para vivir.
—No es tan atractivo como yo, pero es casi tan gordo como tú —bromeó Torin.
—Pero carece de mi áspera nobleza fenrisiana —contestó Haegr.
—Haegr, cubre la puerta —le ordenó Valkoth.
—Buena elección. Torin pasaría demasiado tiempo mirándose en el espejo.
Valkoth inmovilizó a Pantheus contra la pared y le colocó el cañón del bólter contra la nariz, que quedó completamente cubierta por el arma.
—¿Dónde guardas los archivos?
El miedo del hombre era palpable, pero se controló bien.
—Esto es una afrenta. Presentaré una queja en…
—Estás a un latido de corazón de que te mate —lo interrumpió Valkoth, y sonrió con frialdad, lo que dejó al descubierto sus colmillos. No había nada remotamente parecido a un gesto humano en su rostro. Era como si Pantheus estuviese mirando a la cara de uno de aquellos legendarios y odiosos ogros. El olor corporal de Valkoth le indicó a Ragnar que no pensaba en absoluto matar a Pantheus, pero el mercader no tenía modo alguno de saberlo.
Bajó una mano hacia el pecho. La mano libre de Valkoth se la inmovilizó por la muñeca en un rápido gesto. Al mercader se le descompuso la cara con una mueca de dolor.
—Guardo mis archivos en un medallón con un cristal de memoria. No voy a sacar ninguna arma.
—Sería lo último que harías en tu vida —lo amenazó Valkoth.
—¿Crees que no lo sé?
Pantheus sacó una gema centelleante colgada en una cadena de platino. Ragnar sintió que la tensión de los cuerpos de sus camaradas bajaba una pizca. Estaban preparados por si acaso el mercader sacaba algún artefacto protector. Lo cierto es que no había nada amenazante en él.
Valkoth le quitó la gema y la estudió con cuidado. Colocó la joya en un escáner que llevaba en el cinturón de combate. Las runas que aparecieron mostraron que era un artilugio seguro y que contenía datos.
—El resto —insistió Valkoth.
Pantheus señaló con un gesto de la cabeza una de las paredes. En ella había colgado un retrato suyo, mucho más joven y delgado. Tenía un aspecto tan diferente que podía haberse tratado de otra persona.
—Ábrela. Sin trucos, o te mato.
El olor a miedo se intensificó. Se trataba de una persona que evidentemente creía a los Lobos Espaciales capaces de cometer cualquier acto.
Pantheus se acercó al retrato y pasó la mano por encima de una serie de runas. Murmuró una invocación de apertura y el cuadro se deslizó hacia un lado. En su interior relució un pequeño tesoro. Allí no sólo había cristales de memoria, sino joyas de todas clases. El mercader guardaba allí una pequeña fortuna por sí se producía alguna emergencia. Si se tenía en cuenta el modo en que Torin las metía en una funda de almohada, en poco tiempo pasarían a engrosar las arcas de la familia Belisarius.
Valkoth pasó el escáner por encima de la funda. El aparato pitó unas cuantas veces y las runas indicaron que había unos cuantos cristales de datos. Al parecer, ya habían conseguido lo que habían ido a buscar. Lo único que les quedaba por hacer era lograr llegar a una cápsula de salvamento y reunirse con la nave de la Casa Belisarius. Fácil, pensó Ragnar con cierto sarcasmo. Sabía cuál era la realidad. Todo había salido demasiado bien. Estaba seguro de que todo se torcería en muy poco tiempo.
El retumbar de las pistolas de Haegr le confirmó que estaba en lo cierto. Los problemas ya habían dado con ellos.