No dejes que la información negativa entre en ti
Desplazamiento de generaciones
Desde siempre la gente ha pensado: «¡Qué tiempos aquéllos!». Parece que con los años la vida de uno se vuelve cada vez peor. El hombre recuerda su mocedad, cuando los colores eran más frescos, las impresiones más vivas, los sueños realizables, la música mejor, el clima más favorable, la gente más amable; hasta los embutidos eran más sabrosos, por no hablar de la salud, tanto mejor. La vida estaba llena de esperanzas, que causaban placer y alegría. Ahora, pasados tantos años, el hombre ya no se impresiona tan vivamente por los mismos acontecimientos. Por ejemplo: un picnic, una velada, un concierto, una película, una fiesta, una cita, unas vacaciones junto a la mar. Al parecer todo tiene la misma calidad de siempre, juzgándolo objetivamente. La fiesta es alegre; la película, interesante; la mar, cálida. Pero falta algo. Los colores se han desteñido, las impresiones se han apagado, el interés se ha extinguido.
¿Por qué, entonces, en la juventud todo era tan magnífico? ¿Acaso la percepción humana pierde su agudeza con la edad? Pero si con el paso de los años el hombre no pierde la capacidad de llorar ni reír, no deja de percibir colores ni sabores, sigue distinguiendo la verdad de la falsedad y lo bueno de lo malo. ¿O de verdad el mundo rueda cuesta abajo? En realidad el mundo circundante, por sí, no se está degradando ni se empeora. Se torna peor para cada uno personalmente. En paralelo a las líneas de la vida negativas existen otras líneas que el hombre dejó en su momento y donde su vida sigue siendo buena, como en los viejos tiempos.
Al expresar su disgusto uno se sintoniza con las líneas de la vida realmente peores. Y si es así, se le arrastra a éstas de verdad.
Según los principios del Transurfing, en el espacio de las variantes hay de todo y para todos. Por ejemplo, existe un sector donde la vida de un individuo en concreto ha perdido todos sus colores, en cambio para los demás la vida sigue siendo la de siempre. Al emitir la energía de los pensamientos negativos, el hombre se encuentra en el sector donde los decorados de su espacio han cambiado su aspecto. Al mismo tiempo, para las demás personas el mundo sigue igual de atractivo. Incluso no tenemos que ir muy lejos para ver casos tan radicales como el individuo que queda inválido, pierde su casa, sus familiares o arruina su vida dándose a la bebida. Con más frecuencia sucede que el hombre, a lo largo de su vida, lenta pero seguramente, se deslice a las líneas donde los colores de los decorados pierden su viveza. Es entonces cuando empieza a recordar qué alegre y fresco era todo muchos años atrás.
Al nacer, la persona acepta el mundo tal como es. El niño todavía desconoce que éste podría ser mejor o peor. Los jóvenes aún no son demasiado caprichosos ni antojadizos, simplemente están descubriendo para sí este mundo y celebran la vida, ya que tienen más esperanzas que quejas. Ellos creen que la vida actual no está mal y que será mejor aún. Pero con cada fracaso el joven empieza a comprender que no todos los sueños se cumplen, que otra gente vive mejor, que es necesario luchar para conseguir su lugar bajo el sol. Y con el tiempo tiene más quejas y pretensiones que esperanzas. El descontento y los lamentos son fuerzas motrices que empujan al individuo hacia líneas de la vida desafortunadas. Hablando en términos del Transurfing, el hombre emite una energía negativa que le traslada a las líneas con parámetros negativos.
El mundo se torna peor cuanto peor piensas de él. Nadie, siendo niño, se detenía a pensar si el mundo era bueno o no, sino que lo aceptaba como algo debido. Empezaba a descubrir el mundo y no abusaba de la crítica. Las ofensas más graves se referían a sus familiares, que no le compraban juguetes, por ejemplo. Pero luego el individuo empezaba a ofenderse en serio con el mundo: éste le satisfacía cada vez menos. Y cuanto más reclamaciones le hacía, peor era el resultado. Es entonces, al llegar a ser mayor, cuando uno empieza a recordar que antes casi todo fue mucho mejor.
Así es esa paradoja tan perjudicial: te enfrentas con una circunstancia enojosa, expresas tu descontento y, como resultado, la situación se agrava aún más. Tu descontento retorna a ti triplicado, como un bumerán. En primer lugar, el potencial excesivo de tu descontento vuelve a las fuerzas equiponderantes contra ti. En segundo lugar, el descontento sirve de canal por donde el péndulo te extrae energía. En tercer lugar, al emitir energía negativa te trasladas a las líneas de la vida correspondientes.
La costumbre de reaccionar negativamente se arraigó en nosotros tan profundamente que perdimos nuestra ventaja frente los seres vivos inferiores: la conciencia. Una ostra también reacciona negativamente a un irritante exterior. Pero nosotros, a diferencia de la ostra, podemos reglamentar nuestra actitud hacia el mundo exterior, consciente e intencionadamente. Sin embargo, no aprovechamos esa ventaja y a cualquier incomodidad respondemos con agresión. Nuestra comprensión de la agresión es errónea, dado que la interpretamos como una manifestación de nuestra fuerza; sin embargo, en realidad resulta que sólo nos agitamos, impotentes, en la telaraña de los péndulos.
Consideras que la vida se ha vuelto peor. Sin embargo, a los jóvenes de hoy la vida les parece bella. ¿Por qué sucede así? ¿Tal vez porque los jóvenes no saben qué bien se vivía en los tiempos aquellos, cuando tenías su edad? Pero en aquel entonces había gente mayor que tú, que también se quejaba de la vida y recordaba qué bien se vivía en sus tiempos de juventud. La causa no está sólo en la capacidad de la psíquica humana: borrar del pasado lo malo y guardar lo bueno. El descontento, pues, está dirigido más bien a lo existente ahora, lo que al parecer es peor de lo que era antes.
Si aceptamos el hecho de que, con el paso de los años, la vida empeora poco a poco, entonces el mundo tendría que haberse deshecho en pedazos ya hace mucho tiempo. ¿Cuántas generaciones hubo desde el comienzo de la historia de la humanidad? ¡Y cada generación considera que el mundo se ha vuelto peor! Por ejemplo, cualquier persona mayor te dirá, con toda seguridad, que la Coca-Cola antes era mejor. Sin embargo, la Coca-Cola se inventó en 1886, ¡imagínate qué repugnante sabor tiene ahora! ¿Tal vez, con la edad, la percepción gustativa empalidece? Poco probable. Para una persona mayor se ha vuelto peor también cualquier otra cualidad y calidad, por ejemplo, la calidad de los muebles, de la ropa.
Si el mundo fuera uno solo para todos, tras unas cuantas decenas de generaciones se hubiese convertido en el infierno. ¿Cómo se interpreta esa confirmación paradójica de que el mundo no es uno solo para todos? Todos nosotros vivimos en el mismo mundo de la realización material de las variantes. Pero las variantes del mundo son particulares, para cada uno. Por encima podemos distinguir las diferencias evidentes: ricos y pobres, prósperos y desgraciados, felices e infelices. Todos viven en el mismo mundo, pero cada uno tiene el suyo. Parece que aquí está todo claro: como que hay barrios ricos y barrios marginales.
No obstante, se diferencian no sólo los escenarios y ciertos roles: la desemejanza también está en los decorados. Y es, precisamente, lo que no se percibe con tanta certeza. Uno observa el mundo desde la ventanilla de su lujoso coche, el otro se asoma desde un cubo de basura.
Uno se divierte con la fiesta, el otro está preocupado por sus problemas. Uno ve a una compañía jovial y alegre, el otro, a una pandilla de gamberros descarados. Todos miran lo mismo, pero las imágenes que observa cada uno se diferencian como el cine a color del cine en blanco y negro. Cada persona se sintoniza con su sector en espacio de las variantes, por ende cada uno vive en su mundo. Todos estos mundos se superponen uno sobre el otro, a capas, y forman lo que entendemos como el espacio donde vivimos.
Puede que te resulte difícil imaginarlo. Es imposible separar las capas. Cada persona forma su realidad con sus pensamientos, y su realidad se entrecruza e interactúa con el mundo circundante.
Imagínate la tierra sin ningún ser vivo. Soplan vientos, llueve, los volcanes entran en erupción, los ríos corren; en otras palabras, el mundo existe. He aquí que nace un hombre y empieza observar todo eso. La energía de sus pensamientos produce la realización material en el sector determinado del espacio de las variantes, creando la vida de esta persona dada en el mundo dado. La vida de este ser humano representa una nueva capa de este mundo. Nace otra persona: aparece una capa más. Muere: la capa desaparece, o tal vez se trasforma, según lo que suceda después del umbral de la muerte.
La humanidad tiene vagas sospechas de que existen también otras entidades vivas que supuestamente están en algunos universos paralelos. Pero vamos a admitir, por un instante, que por ahora no existe en el mundo nada vivo. ¿Qué energía ha creado, en este caso, la realización material del espacio donde no existe ningún ser ni la entidad viva? Sólo nos queda hacer conjeturas. Pero, ¿es posible que, con la muerte del último ser vivo, también desaparezca el mundo? ¿Quién confirmará la existencia del mundo si no hay nadie? Pues, si no hay quienes puedan decir que el mundo (según lo entendemos) existe, significa que no podemos tratar del mundo como tal.
Pero ya basta, no profundicemos más a este berenjenal y dejemos el tema en este punto. No olvides que el Transurfing es sólo uno de los muchos modelos. Todos los conceptos sobre el mundo y la vida que tenga la gente no son más que modelos. Acuérdate de la importancia y no crees la importancia exterior para el modelo del Transurfing. De lo contrario corres el riesgo de convertirte en un apologista de una idea inútil y demostrar únicamente la veracidad y autenticidad de tu ideología. La verdad es una abstracción. Sólo nos da el derecho de conocer algunas de las manifestaciones y leyes del universo. Y nuestro objetivo es sólo averiguar cómo obtener la utilidad práctica de nuestro modelo de Transurfing.
Volvamos a los mundos de las generaciones. Cada persona, a lo largo de su vida, se desplaza de un sector de las variantes al otro, formando de este modo la capa de su mundo. Y ya que con más ganas se expresa su descontento, y emite más energía negativa que positiva, la calidad de su vida tiende a empeorar. Con los años esa persona puede adquirir un bienestar material, sin que eso le traiga felicidad. Los colores de los decorados se destiñen, la vida le deleita cada vez menos. Un espécimen de la generación mayor y un joven beben la misma Coca-Cola, se bañan en la misma mar, esquían por la misma montaña, y parece que todo sigue igual que muchos años atrás. Sin embargo, el mayor está seguro de que antes todo era mejor, y para el joven todo es maravilloso en este momento. Pero cuando el joven llega a ser viejo, la historia se repetirá de nuevo.
En esta tendencia observamos desviaciones, tanto hacia lo negativo como hacia lo positivo. Puede que sólo con la edad uno empiece tomar gusto a la vida, y también puede que la vida de un hombre próspero empiece a ir cuesta abajo. Pero por lo general las generaciones se muestran unánimes en que, con los años, la calidad de vida empeora. Y es así como se desplazan las capas de generaciones. La capa de la generación mayor se desplaza hacia el lado peor, y la capa de la generación joven, aunque con retraso, se dirige en la misma dirección. El desplazamiento se efectúa de modo gradual, comenzando cada vez por una actitud optimista. Pues precisamente por eso el mundo en general no se convierte en un infierno. Cada uno tiene su capa, que elige por sí mismo. El hombre es realmente capaz de elegir su capa, y es lo que hace. Poco a poco ya te formas una idea de cómo actúa el hombre para perjudicarse a sí mismo.
Sobre cómo no crear un infierno en tu capa hemos hablado en los capítulos anteriores. Pero, ¿qué se debe hacer para que vuelva el mundo de antes, cuando la vida estaba tan llena de esperanzas y colores, como lo era en la infancia o en la juventud? Con la ayuda de la técnica del Transurfing también podemos cumplir con esa tarea. Pero antes de empezar, hemos de averiguar de qué manera nos alejamos de las líneas favorables y llenas de ilusión hacia aquéllas donde nos pueden preguntar: «¿Cómo has venido a parar aquí?».
Embudo del péndulo
La mentalidad humana está organizada de tal manera que el hombre reacciona con más intensidad ante los irritantes negativos. Estos pueden ser: alguna información indeseable, hostilidades, peligro o simplemente energía negativa. Por supuesto, la influencia positiva también puede ocasionar emociones fuertes. Pero en intensidad, el miedo y la furia superan mucho a la alegría y el placer. La causa de esta desigualdad se remonta a la noche de los tiempos, cuando el miedo y la furia eran factores decisivos de la supervivencia. ¿Y para qué sirve la alegría? No ayuda a defenderse, ni a evitar el peligro, ni a procurar el sustento.
Pero también la vida, llena de sufrimientos y privaciones, más que alegría y placer, ha causado pena y miedo a lo largo de toda historia de la humanidad. Es el motivo por el cual la gente es propensa a someterse con más facilidad a los pensamientos melancólicos y a la depresión, mientras que la alegría se le pasa muy rápido. ¿Acaso escuchaste alguna vez que una persona normal sufra de una alegría excesiva? Pero de estrés y depresiones, a cada paso.
Los péndulos y los medios de información en particular aprovechan activamente esa especificidad de la percepción humana. En los programas informativos rara vez escucharás alguna noticia buena. Normalmente se hace así: se toma un hecho negativo cualquiera y se empieza a propagarlo; mientras surjan cada vez detalles nuevos, todo eso se saborea y se dramatiza de cualquier forma.
De esa manera se presentan todas las noticias negativas: las catástrofes, los cataclismos, los actos terroristas, los conflictos armados, etcétera. Pero presta atención a una regularidad. Los acontecimientos se desarrollan a modo de una espiral: al principio tenemos la intriga; después el desarrollo de la intriga aumenta la tensión; luego, viene la culminación donde las emociones ya abrasan y por fin llega el desenlace: toda la energía se esparce en el espacio y por un tiempo se establece la tranquilidad. Recuerda cómo golpean las olas contra la orilla. Todas esas telenovelas infinitas se escriben utilizando las mismas reglas. Desde el punto de vista objetivo, no tienen nada en especial, todo el «dramatismo», literalmente, es puro invento. Sin embargo, te enganchas a una de éstas con sólo ver un par de capítulos. ¿Por qué, si en esas novelas no pasa nada interesante? Pues porque el péndulo de la telenovela capta la frecuencia de tu emisión mental, y tu atención se fija en este sector.
Veremos cómo opera el mecanismo de desenrolle de la espiral arriba mencionada. Primero, el hombre se enfrenta con algo que, teóricamente, puede emocionarle y puede que no. Supongamos que la noticia trata de un hecho negativo sucedido en cualquier otro país. Es el primer empujón del péndulo destructivo. Si el hombre se conmueve con la noticia, empieza a responder a la acción: expresa su actitud, se emociona; en otras palabras, como respuesta, emite energía del mismo orden y en la misma frecuencia que el primer empujón. Ese hombre, al igual que otros miles, ha respondido al péndulo con su interés y participación. Su emisión entró en resonancia con el péndulo y aumentó su energía. Mientras tanto, los medios de comunicación continúan su campaña. El hombre sigue el desarrollo de los acontecimientos con mucho interés, de nuevo suministrando energía al péndulo. Es así como el péndulo atrae a los partidarios a sus redes y les saca energía. Las personas interesadas en este tipo de noticias permiten que la energía negativa entre en ellos, y se incorporan al juego, por ahora como observadores imparciales.
A primera vista no ha pasado nada en particular; es un hecho corriente. ¿Qué pasa si el hombre ha suministrado una parte de su energía al péndulo? Eso prácticamente no ha afectado su salud. Sin embargo, en realidad resulta que al emitir energía en la frecuencia del suceso negativo, el hombre se traslada a las líneas de la vida donde semejantes acontecimientos suceden cada vez más cerca. El hombre participa en la creación de la intriga y se encuentra dentro de la zona donde actúa la espiral, la cual, a medida que se desenrolle, atrae al hombre hacia dentro como en un embudo. La interacción entre el hombre y el péndulo se torna más estrecha; el hombre llega a aceptar el hecho sucedido como una parte inevitable de su vida. Ahora su atención funciona de modo selectivo: en todas partes encuentra nuevas noticias de hechos semejantes, sucedidos en otros países. Las discute con sus conocidos y familiares, recibe sus respuestas interesadas y compasivas. La energía del péndulo aumenta y el hombre, por la frecuencia de su emisión, se aproxima cada vez más a las líneas de los acontecimientos, donde ya no actúa como un observador imparcial, sino como un participante directo.
Podemos definir el fenómeno de atracción en un embudo como una transición inducida a la línea de la vida donde el partidario pasa a ser víctima del péndulo destructivo. Su respuesta al impulso del péndulo, así como el posterior suministro mutuo de energía de oscilación, inducen la transición a la línea de la vida próxima a la frecuencia de oscilación del péndulo. Y como resultado, el suceso negativo se incorpora a la capa del mundo de ese individuo. En particular dicho proceso sucede de la siguiente manera: el péndulo te «empuja» con alguna noticia negativa; al reaccionar, también en negativo, le devuelves el «empujón», aumentando de este modo su oscilación y suministrándole energía al mismo tiempo. El péndulo necesita energía, por lo que te devuelve el empujón bajo la forma de una noticia semejante o un detalle nuevo sobre este acontecimiento negativo que tanto te impresionó. Tu reacción, por costumbre, es negativa. Y cada vez la oscilación es más y más fuerte. Balanceándote de esa manera con el péndulo, sintonizas tus pensamientos con la frecuencia de ese acontecimiento e, imperceptiblemente para ti, éste pasa a formar parte de la capa de tu vida. En otras palabras, lo ocurrido en la noticia negativa originaria, de una u otra forma, sucede contigo.
Catástrofe
La mayoría de las personas admite, de algún modo, la probabilidad teórica de encontrarse implicado en una catástrofe. Pero no todos le permiten entrar en la capa de su mundo.
Hay personas que no ven telenovelas, no se interesan por las noticias, no se conmueven por los acontecimientos sucedidos a alguien en alguna parte. Viven en sus capas y son partidarios de otros péndulos. Les trae sin cuidado que en algún lugar se haya estrellado un avión. Escuchan semejantes noticias masticando impasiblemente su cena. Ya tienen suficiente con sus propios problemas.
Más expuesto a la transición inducida es otro tipo de gente: el que se interesa, se inquieta, se emociona por catástrofes que sucedan en cualquier lugar con otras personas. Si la vida de un hombre no está cargada de preocupaciones o emociones, intenta llenar este vacío dirigiendo su atención a los acontecimientos que ocurren en las capas ajenas. Tal individuo lee la prensa rosa con regularidad, ve telenovelas o espera información nueva sobre catástrofes y cataclismos. Los periodicuchos y las telenovelas son la actividad de los péndulos pequeños e inofensivos. Apegarse a éstos compensa sólo la escasez de información, emociones y sufrimientos. Pero el interés por los péndulos destructivos de las catástrofes y cataclismos trae consigo un peligro real. Son muy fuertes y muy agresivos.
Si uno se muestra interesado por semejantes sucesos, la frecuencia de su emisión mental queda capturada de la misma manera que en el caso de las telenovelas. El individuo atraído por información negativa la tendrá de sobra. Para empezar, ocupará la posición inofensiva de un observador imparcial, como si estuviera sentado en la grada viendo el partido de fútbol. El juego le apasiona cada vez más y se convierte en un hincha activo. Acto seguido baja al campo y empieza a correr, sin recibir todavía el balón. Poco a poco y sin darse cuenta, se implica más y más en el juego y por fin recibe el balón. El observador se ha convertido en jugador, es decir, en víctima de la catástrofe.
¿Y cómo no? Pues las catástrofes pasaron a formar parte de la vida de este individuo, él mismo les dejó entrar en su capa, aceptó involuntariamente el papel de la víctima y así materializó la variante trágica. Por supuesto, el hombre no optaba por el papel de víctima, pero en este caso eso no tiene importancia. Si el hombre ha aceptado el juego, es el péndulo quien reparte los papeles. Por ende, si para la mayoría de la gente esta desgracia es sólo una coincidencia fatal de circunstancias, para nuestra víctima es un final lógico y natural. Para nuestro protagonista, la probabilidad de estar en el lugar adecuado a la hora exacta ya es mucho mayor.
En cambio, si ignoras los empujones de los péndulos destructivos nunca te verás implicado; en ninguna catástrofe. Digamos que la probabilidad de que eso suceda contigo rondará el cero. Puedes replicar: «¿Y qué hay de la gente que fallece por millares durante las catástrofes o cataclismos? ¿Acaso ellos, todos al mismo tiempo, habían pensado en estas desgracias?». La cuestión es que no vives solo en este mundo.
Te rodea una multitud de gente que trabaja activamente para los péndulos destructivos y emite su energía en el espectro de esos péndulos. Nadie puede aislarse por completo de esa emisión. El campo de emisión se apodera de ti y, sin darte cuenta, empiezas emitir en la misma frecuencia. Las raíces de ese comportamiento vienen de tiempos remotos, cuando el instinto gregario ayudaba a evitar peligros. Precisamente por eso el campo energético de la transición inducida crece con efecto de avalancha y te atrae adentro como en un embudo.
El objetivo consiste en mantenerse lo más lejos posible del centro de este embudo. Lo que significa no admitir ninguna información negativa sobre catástrofes y cataclismos, no interesarse, ni emocionarse, ni discutir sobre esos sucesos; en resumen, pasar por alto esa información. Presta atención: no huir de la información, sino no dejar que entre en ti. Como hemos dicho en los capítulos anteriores, evitar encuentros con los péndulos es lo mismo que querer encontrarse con ellos. Cuando te opones a algo, no lo deseas o expresas tu aversión, emites activamente energía en la frecuencia de lo que quieres evitar. No dejar que entre en ti significa ignorar y no reaccionar a la información negativa. Redirige tu atención a los programas televisivos inofensivos o a los libros.
Si no puedes abstenerte de reaccionar, sólo te queda confiar en tu Ángel de la Guarda. Por ejemplo: si temes volar, no vuelas. Si hay miedo, significa que en el espectro de tu emisión existe la frecuencia que resuena con la línea de la vida donde está marcada una catástrofe aérea. Pero de ningún modo significa que llegarás obligatoriamente a esta línea; no obstante, existe la posibilidad. Si no piensas en el peligro que pueda representar el vuelo, pues entonces no tienes nada que temer. Y por el contrario, si antes de subir al avión sientes una inquietud impropia, será razonable perder este vuelo. Si temes coger el avión, pero te resulta imposible dejar de volar, entonces tienes que aprender a oír el susurro de las estrellas de madrugada. Qué es y cómo se hace lo sabrás más adelante.
Guerra
La guerra surge prácticamente del mismo modo que una pelea. Primero, una parte expresa su opinión a la otra. La otra parte piensa lo contrario, por lo que la expresión funciona como impulso al péndulo destructivo. Al primer empujón, el respondedor contesta con un impulso un poco más fuerte. A lo que el acusador, a su vez, le responde con una agresión más fuerte aún. Y así progresivamente hasta que la situación llega a las manos.
Pues bien, es la situación simple y evidente de una batalla entre dos péndulos que al chocar entre sí, oscilan cada vez con más fuerza. A la hora de desencadenar guerras y revoluciones, los factores que influyen son muchos, pero su esencia siempre es la misma. Primero dicen a la gente que vive mal. Todos se muestran inmediatamente de acuerdo; el primer saque del péndulo está aceptado. Después encuentran explicaciones: para vivir mejor, nuestra gente debe deshacerse de la gente extraña. Todo eso causa indignación: él péndulo oscila. Luego sigue la provocación por una de las dos partes, lo cual, a su vez, suscita una tempestad de resentimiento: el péndulo ha acumulado fuerzas. La guerra o la revolución ya pueden iniciarse. Cada golpe del péndulo crea una resonancia que aumenta aún más la oscilación. Los participantes de ese juego del péndulo experimentan una transición similar a una avalancha, que los lleva a las líneas de la vida donde la tensión se incrementa.
Es posible cambiar la situación sólo al comienzo del conflicto, luego la situación queda fuera de control. Si, en el momento en que la espiral empieza a enrollarse, respondes pacíficamente al primer ataque del péndulo o te apartas, simplemente, el péndulo quedará hundido o extinguido; eso significará que no pasarás a la otra vuelta de espiral, es decir, a otra línea de la vida. En cambio, si aceptas las oscilaciones del péndulo, la frecuencia de tu emisión, por sus parámetros, encajará con líneas del otro giro de la espiral.
Por desgracia, si un participante en particular no reacciona al péndulo de manera alguna, eso no le garantiza que no quede implicado en la guerra o revolución. Si uno se encuentra metido en un torbellino de acontecimientos muy potente, le será prácticamente imposible salir de allí, por mucho que se esfuerce. Sin embargo, al rechazar el juego del péndulo, el participante tiene, al menos, posibilidades adicionales de quedar vivo y salir con pérdidas mínimas. Aquí es imprescindible que comprendas bien lo que significa no aceptar la guerra o revolución. Puedes odiar la guerra o luchar activamente en contra. Pero al péndulo no le importa si estás a favor o en contra. Cualquier energía le vale, sea ésta positiva o negativa. Si emites energía en la frecuencia de la guerra, tu vida pasará a esta línea. Aceptas la guerra y participas en ella: estás en un campo de batalla. Luchas en contra: no importa, la guerra te absorbe de todos modos.
No aceptar el péndulo significa ignorarlo. Por supuesto, ignorarlo no siempre resulta posible; precisamente aquí está el peligro de la transición inducida. En este caso, al menos, no aceptas la postura de ninguna de las dos partes: ni la de los partidarios de la guerra ni la de sus adversarios. Siempre han existido países que escogieron la neutralidad y, quedándose aparte, observaron cómo naciones enteras se exterminaban mutuamente. Observa las demostraciones y los mítines donde la gente protesta con rabia contra las operaciones militares.
Para el péndulo que intenta desencadenar la batalla contra su enemigo, ellos son partidarios tan fieles y deseables como los partidarios de la guerra. Protestar activamente contra la guerra es exactamente lo mismo que apoyarla, aunque los ingenuos adversarios de la violencia estén convencidos de lo contrario. Las propuestas pacíficas y el descubrimiento de la verdadera cara y de los motivos del péndulo, son la actitud que anula la guerra. ¿Recuerdas la alegoría de la colmena de abejas salvajes? El péndulo pregonaba a sus partidarios que las abejas eran muy peligrosas, por lo que habría que exterminarlas. Pero, ¿qué es lo que necesita un péndulo en realidad? ¿Su miel, quizá?
Desempleo
Como hemos dicho, es posible participar de diferentes modos en el juego del péndulo destructivo: tanto apoyándolo como rechazándolo. Quizá, lo más peligroso sea rechazarlo, puesto que el deseo de evitar la colisión con el péndulo crea el potencial excesivo que te atrae hacia un embudo de la transición inducida. Hoy en día todos o casi todos tienen miedo de perder el trabajo. La transición inducida a la situación en la cual acabas en la calle es muy pérfida. Todo empieza con algo insignificante y totalmente inofensivo. Puede ser una señal muy débil: ha llegado a tus oídos que las cosas en tu empresa no marchan tan bien como antes. O alguno de tus conocidos ha perdido el trabajo recientemente, o corren rumores de que se planea reducir el personal, o algo por el estilo.
A nivel subconsciente, sin que te percates, se ha encendido una bombilla roja. Pronto llega otra señal; por ejemplo, ha aumentado la tasa de inflación. Eso ya te pone en alerta; de hecho, a los demás también. Empiezan surgir chismorreos y el péndulo del desempleo obtiene su suministro energético. He aquí que aparecen las noticias de las fluctuaciones bursátiles; la tensión general crece. El desasosiego es rápidamente reemplazado por un estado de alarma; luego se convierte en miedo. Ya estás generando un máximo de energía en la frecuencia de la línea de la vida donde te ves a ti mismo sin empleo.
Si llevas dentro el miedo de estar entre los despedidos, ten la certeza de que eso se ve con la misma claridad que si te hubiesen colgado un cartel en el cuello: «Se me puede despedir». Si te crees capaz de ocultar ese miedo, estás muy equivocado. Los gestos apenas perceptibles, los matices en la entonación de tu voz, a veces dicen más que las palabras. Al perder la seguridad en ti mismo, ya no eres un empleado tan eficaz como antes. Lo asuntos que anteriormente te eran fáciles, ahora no salen bien.
En las relaciones con otros empleados aparece una tensión, ya que éstos se encuentran en la misma situación que tú. Trasfieres este nerviosismo a tu familia y, en vez de apoyarte, ellos te culpan y critican. Ya está, se desarrolla el estrés y ya no eres un trabajador: en tu pecho tienes colgado un cartel: «Listo para el despido».
La causa del miedo a ser despedido se oculta en el sentimiento de la culpabilidad, el que arde débilmente en tu subconsciente o lo abrasa a fuego vivo. ¿A quiénes se despide en primer lugar? A los peores. Si te permitiste pensar que podrías ser peor que los demás, significa que tú mismo te has apuntado en la lista negra. Renuncia al sentimiento de culpabilidad. Concédete el lujo de ser tú mismo. Y si te resulta imposible, pues, entonces ya puedes empezar a buscar otro trabajo. El potencial excesivo de las emociones se disipa con la actitud. Algunas personas empiezan de inmediato, en cuanto obtienen un puesto, a buscar un trabajo nuevo. Y no lo hacen por tener intención de cambiar de trabajo enseguida. Es una medida de seguridad que inspira certeza: por si acaso, tengo mi salida de emergencia. Al estar tranquilo en cuanto a tu futuro, la actividad de las fuerzas equiponderantes no te afectará.
Epidemia
Tal vez pienses que no, que al menos en este caso no podemos hablar de líneas de la vida; uno se enferma simplemente porque lo contagiaron. Y tendrás razón, pero sólo en que esta persona ha admitido que la contagien. Con eso no quiero decir, en absoluto, que debería haberse puesto la mascarilla; eso, de cualquier manera, no le hubiera salvado. ¿No me crees? Bueno, con la pura teoría no podré demostrarte nada, lo mismo sucede con todo aquello de lo que trata este libro. Pero tú tampoco llevarás una mascarilla durante una epidemia de gripe sólo por comprobarlo, ¿verdad? Por ende, voy a decirte simplemente lo que sé, y tú decidirás si me crees o no.
Pues bien, vamos a abrir el historial de enfermedades. La causa de la enfermedad: tu consentimiento voluntario para participar en el juego llamado «Epidemia». Todo comienza por rumores que en algún lugar se ha propagado una epidemia de gripe, digamos. Toda el mundo sabe que la gripe se trasmite fácilmente a través de las gotitas expulsadas por la vías respiratorias de personas infectadas, por consiguiente, como cualquier persona normal, admites completamente que eso pueda sucederle a cualquiera. Enseguida en tu cabeza se proyecta una película: tienes fiebre, estornudas y toses. Desde este momento ya estás en el juego, pues emites energía mental en la frecuencia del péndulo destructivo.
Inconscientemente estás buscando ya alguna confirmación de la epidemia y tu atención empieza a funcionar de modo selectivo. Notas que a tu alrededor hay mucha gente que estornuda. Siempre hay gente que estornuda; lo que pasa es que antes no le prestabas atención. En el trabajo y en casa alguien, de vez en cuando, entabla una conversación sobre la gripe. Tu suposición sobre la amenaza de epidemia encuentra nuevas confirmaciones. Incluso si no las buscas especialmente y este tema tampoco te conmueve mucho. Todo pasa como por sí solo.
Si desde el comienzo del juego te has sintonizado con la frecuencia del péndulo destructivo, tu sujeción a éste será cada vez más fuerte, independientemente de tu participación consciente. Y si no tienes nada en contra de enfermarte un poco, o si te sientes irremediablemente condenado a caer enfermo, significa que ya eres el más activo partidario del péndulo. Por el contrario, decidiste no enfermar e intentas convencerte de que estás absolutamente sano y no vas a ponerte malo. No te resultará. Si piensas en la enfermedad, quiere decir que emites en su frecuencia. Y la orientación de tus pensamientos —que estás a favor o en contra— no tiene importancia. En otras palabras, si intentas convencerte de que no vas a enfermar, desde el principio estarás admitiendo esta posibilidad, por lo que ninguna convicción te ayudará.
Las palabras pronunciadas en voz alta sólo conmueven el aire; las palabras dichas para tus adentros no son nada; pero la fe es una energía muy potente, aunque no se la oiga. No te salvarás aunque corras a vacunarte. De una u otra forma te enfermarás. El primer síntoma de la enfermedad te pone ante la elección: al final te enfermarás o no. Te resistes débilmente y te resignas a la enfermedad. Eso introduce la corrección final a tu emisión y te trasladas a la línea de la vida donde te espera el menú completo de tu enfermedad. La transición inducida ha empezado desde el momento de aceptar el péndulo. Pero si realmente la epidemia te importa tres pepinos, no tendrás ninguna transición. O si estás de vacaciones y no te relacionas con nadie, no escuchas noticias y, por ende, no sabes nada de la epidemia, el péndulo no te tocará. Se hundirá simplemente como en el vacío. ¿Alguna vez te has detenido a pensar por qué los médicos no se contagian de sus pacientes? Muchos osados incluso trabajan sin mascarillas. No es porque se vacunen. Es imposible vacunarse contra todas las enfermedades. Lo que pasa es que los médicos también juegan activamente en el juego del péndulo de la enfermedad, pero su papel es absolutamente distinto. A manera de analogía, cuando tengas la posibilidad, observa a las azafatas de vuelos. Estas hadas buenas recomiendan insistentemente abrocharse los cinturones, pero ellas mismas mariposean por el salón como si, en caso de emergencia, pudieran mantenerse suspendidas en vuelo como un picaflor. «¿Y qué decir de los niños recién nacidos contagiados por el virus de sida?, preguntará el lector meticuloso. ¿También ellos emiten la frecuencia de transición?». Primero, aquí analizamos la cuestión de la epidemia como tendencia. Segundo, no intento demostrar, en absoluto, que no existe ningún contagio, sólo emisión de energía mental en la frecuencia de enfermedad. El Transurfing no es ningún dogma; tampoco es la instancia final de la verdad. Ninguna idea debe elevarse a lo absoluto. Sólo se pueden tomar en consideración las regularidades. Y la verdad siempre está «por aquí cerca», pero dónde exactamente, nadie lo sabe.
Pánico
Es la transición inducida más intensa y rápida. El pánico es el fenómeno que más destaca las particularidades de esa transición. En primer lugar, la espiral se enrolla con mucha tensión, porque la señal de peligro real siempre suena muy convincente y el hombre enseguida se incorpora al juego del péndulo destructivo. Por la misma razón, las oscilaciones del péndulo aumentan muy de prisa, prácticamente como una avalancha.
En segundo lugar, al dejarse llevar por el pánico, el hombre pierde casi todo el control sobre sí, lo cual quiere decir que se convierte en un receptor muy sensible y, al mismo tiempo, en un retransmisor activo de las oscilaciones del péndulo. Y, finalmente, el péndulo por sí mismo encuentra su materialización ideal bajo la forma de una muchedumbre. Desgraciadamente, todos esos factores hacen que la tarea de hundimiento y extinción sea muy difícil. En semejantes condiciones al hombre no se le pasa por la cabeza pensar en los métodos de lucha contra los péndulos.
Sin embargo, si te dominas y no te entregas al pánico, tienes más posibilidades de salvar tu vida y la de los demás. Por ejemplo, a bordo de un barco a punto de naufragar, la gente siempre se agolpa junto a los mismos botes de salvamento, mientras que otros botes, al lado, permanecen vacíos. Y eso que se necesita sólo un instante para mirar alrededor. Pero en eso, precisamente, consiste la pérfida particularidad de la transición inducida, que funciona como un embudo retrayendo para dentro todo lo que apenas le ha rozado.
Pobreza
Si razonamos lógicamente, ¿cómo puede hacerse rico un hombre humilde nacido en los tugurios? No exploraremos el camino criminal ni tampoco las dulces historias de millonarios. Ahora bien, los razonamientos basados en el sentido común no nos llevarán a ninguna parte.
Entonces, ¿qué utilidad tiene la lógica normal y corriente? El Transurfing no cabe dentro de los límites del sentido común, pero permite hacer lo que parece estar fuera de lo posible.
Al actuar lógicamente obtenemos el resultado correspondiente. Si uno ha nacido en la pobreza, está rodeado de miseria, se acostumbra a eso: se sintoniza a emitir su energía en la frecuencia de línea de la vida pobre. Pasar a la línea de la propia abundancia resultará muy difícil si el hombre se limita a odiar su pobreza, envidia a los ricos y se impacienta por llegar a serlo. No: yo diría que, disponiendo sólo de esas tres cosas, pasar a la línea de la propia riqueza es prácticamente imposible. Veremos por qué.
Puede que uno de los primeros descubrimientos que hacen los niños, al comenzar a ser conscientes, es el hecho que de que no basta querer evitar algo para librarse de ello. A veces desde tus adentros escapa un grito de desesperación: «¡Pero si es tanto que no lo quiero! ¡Lo odio! ¿Pero por qué eso no me deja en paz? ¿Por qué tiene que pasarme siempre esto?».
En un arranque de cólera, no solamente los niños plantean semejantes preguntas: también los adultos. En realidad es muy difícil conformarse con la situación, cuando lo que querías evitar sucede de todos modos y, si lo odias, te persigue vayas a donde vayas. Puedes odiar tu pobreza, tu trabajo, tus defectos físicos, a vecinos, vagabundos, alcohólicos, drogadictos, perros, ladrones, gamberros, a los jóvenes descarados, al gobierno… Cuanto más odias algo, más de eso encuentras en tu vida. Y ya sabes por qué. Te molesta, piensas en ello, lo cual significa que emites en la frecuencia de línea de la vida donde el objeto de tu descontento existe de sobra. No importa qué polaridad tenga tu emisión: «gusta» o «no gusta». Lo segundo hasta es más eficaz, pues contiene emociones más fuertes. Por otro lado, lo que te produce desagrado resulta ser para ti un péndulo destructivo; por lo tanto, con tus emociones negativas le balanceas cada vez más. Y por último, si odias muy activamente algo, significa que creas el potencial excesivo. Las fuerzas equiponderantes se dirigirán contra ti, porque les resulta más fácil eliminar a un adversario solo, en lugar de cambiar el mundo que no conviene a alguien. Puedes imaginar ¡cuántos factores perjudiciales están engendrados en la actitud negativa hacia la vida!
Volvamos al hombre nacido en la pobreza. El sueña con ser rico. Pero con soñar, como es sabido, no se cambia nada. Uno puede arrellanarse en el sofá y gemir con pereza: «Sería estupendo tener ahora un platito de fresas. Pero ¿de dónde lo saco si es imposible? Estamos en invierno y en invierno no hay fresas». De esta manera, aproximadamente, sueña un hombre pobre con ser rico.
Si uno no está dispuesto de actuar para conseguir lo deseado, jamás lo conseguirá.
Y no actúa, porque está convencido de que, por mucho que se esfuerce, nada le resultará. Así es el círculo cerrado.
El deseo no tiene fuerza ninguna. No es capaz tan siquiera de mover un dedo. La intención es lo que lo hace todo, es decir, la firmeza de actuar. Asimismo, la intención incluye la disposición de tener. A lo que puedes contestar: «Bueno, ¡eso sí que no se me puede quitar! ¡Si es muy fácil, pues yo quiero ser rico!».
No. De nuevo, hay mucha diferencia entre «querer» y «estar dispuesto a serlo». Por ejemplo, un pobre no se siente a sus anchas rodeado de ricos o en una tienda de lujo, aunque intente convencerse de lo contrario a sí mismo y persuadir a los demás. En el fondo de su alma, no cree merecer todo eso. La riqueza no entra en la zona de confort de un pobre, y no es porque ser rico sea incómodo, sino porque este hombre está muy lejos de todo eso. El nuevo sillón es más confortable, pero el viejo es más acogedor.
Los pobres conocen sólo el lado exterior de la riqueza: casas de lujo, coches caros, joyas, clubs… Si metes a un pobre en ese ambiente, se sentirá incomodo. Y si se le das un saco de dinero, empezará por hacer cualquier tontería y acabara por perderlo todo. La frecuencia de energía trasmitida por él está en una fuerte disonancia con la vida próspera. Y mientras un pobre no admita en la zona de su confort los atributos de riqueza, mientras no aprenda a sentirse dueño de cosas caras, seguirá siendo pobre, aún si encuentra un tesoro.
Otro obstáculo que existe por el camino hacia la riqueza es la envidia. Como es sabido, envidiar significa enojarse con el éxito de otros. En ese sentido, este sentimiento no tiene nada constructivo. En cambio tiene un elemento muy potente y destructivo. La psicología humana funciona de manera tal que, si uno envidia aquello que querría tener, lo intenta todo para devaluar el objeto de su envidia. He aquí la lógica de la «envidia negra»: «Envidio lo que tiene éste. Yo no lo tengo y es poco probable que pudiera tener algo semejante. Pero, ¿en qué soy peor que él? Por tanto, la cosa que él tiene es mala y no la necesito».
De esta manera, el deseo de tener pasa a ser una defensa psíquica y, poco después se convierte en un rechazo. El rechazo se produce a nivel sutil, porque el subconsciente lo interpreta todo al pie de la letra. La conciencia desvalora el objeto de envidia sólo para aparentar, para su propia tranquilidad, pero el subconsciente lo toma todo en serio. Y en este caso presta un flaco servicio, haciéndolo todo para que el envidioso no consiga lo que ha ido desvalorando y rechazando.
Pues bien, ya ves qué fuerzas tan tenaces mantienen a uno en la línea de la vida pobre. Aún con más dramatismo se desarrollan los acontecimientos con transición inducida desde las líneas prósperas de la vida a las líneas pobres. Puede que una persona enteramente próspera pierda todo y se encuentre en la calle. Toda la perfidia de la transición inducida reside en que, al principio, la espiral se desenrolla muy lenta e imperceptiblemente, pero luego cada vez más rápido, hasta que pararla resulta imposible.
La espiral empieza por las dificultades financieras temporales. Ya sabes, cualquiera puede tener aprietos financieros en cualquier momento. Es algo tan inevitable, tan corriente como la lluvia el día en que tenías planeado salir de picnic, digamos. Si por ese motivo no te enfureces, no te deprimes, no te preocupas ni te sientes ofendido con la vida, entonces las oscilaciones del péndulo destructivo, al quedarse sin suministro, se extinguirán. La transición inducida empezará sólo si aprovechaste el extremo de una espiral. Y para que la espiral se enrolle es necesario que respondas a las provocaciones del péndulo.
Tu primera reacción a la provocación es de disgusto. Para el péndulo este apoyo, de momento, es demasiado débil, por lo que si con eso tus emociones se agotan, se detendrá. La otra reacción es de indignación, eso ya es más fuerte, y el péndulo se anima: te envía información según la cual alguien tiene la culpa de tus dificultades financieras. Al segundo empujón respondes negativamente con palabras o actuando contra los culpables. En este momento, el péndulo destructivo se anima por completo y aquí empieza el nuevo giro: bien te reducen la nómina, bien vuelven a subir los precios, bien te exigen pagar la deuda.
Presta atención: en esta etapa todavía no te das cuenta de que hay un proceso. Te puede parecer que lo sucedido son simplemente unos disgustos enojosos. En realidad es un proceso dirigido, que tú mismo induces al responder ante las oscilaciones del péndulo. La frecuencia de tu emisión energética se reorganiza cada vez más, pasando de las líneas donde eres un hombre próspero a las líneas en las que eres desafortunado y estás enojado. Por tanto, te trasladas a las líneas que corresponden a los parámetros nuevos de tu emisión mental.
Así tu situación empeora paulatinamente. De todas partes empiezan a llegar malas noticias: los precios suben, la empresa donde trabajas va de capa caída. Empiezas a discutir activamente todas esas noticias negativas con tus familiares y conocidos. Como norma general, esas discusiones se mantienen dentro de las expresiones destructivas: quejas, descontento, agresión hacia supuestos culpables. Sobre todo y con más evidencia, podemos observarlo en empresas donde el negocio va verdaderamente mal. En estas empresas el día empieza con el postulado «no hay dinero», como si fuera una plegaria matutina.
En esta etapa estás totalmente absorbido por la espiral y tu emisión está sintonizada con la frecuencia del péndulo destructivo.
Como el asunto va de mal en peor, te invade la preocupación, cuya energía, a pesar de su pequeño tamaño, es bien asimilada por el péndulo; éste se torna más descarado aún. En este estado inevitablemente crearás a tu alrededor potenciales excesivos: descontento, agresión, depresión, apatía, ofensa, etcétera. Ahora, al unirse las fuerzas equiponderantes con el péndulo destructivo, la situación escapa a tu control y empieza a desarrollarse a modo de avalancha. Sientes miedo y te echas el alma a las espaldas.
Tienes la sensación de que te han cogido de las manos y empiezan a girar, a girar, y luego te sueltan bruscamente. Te alejas volando, caes y quedas echado en el suelo, en estado de choque. Una imagen terrible. Y todo empezó por unas pequeñas dificultades económicas. El péndulo no necesita tu dinero; le interesa la energía negativa que emites cuando se te esfuma el dinero. Cuando una espiral se desenrolla, como resultado, él desgraciado pierde mucho, en mejor de los casos; en el peor, lo pierde todo. Desde este momento no tiene ningún interés para el péndulo destructivo, puesto que ya no tiene nada que aprovechar. Luego los acontecimientos pueden desarrollarse de diferentes maneras: el desventurado ya se queda tumbado en la línea de la vida desgraciada; ya empezará salir con mucha dificultad. Una transición inducida de esas características puede ocurrir tanto con un individuo en particular como con un gran grupo de personas. En el segundo caso, como comprenderás, ya no será una espiral simple, sino un verdadero remolino, salir del cual resultará muy difícil.
El único medio contra la transición inducida es no agarrar el extremo de la espiral y no entrar en el juego del péndulo destructivo. No basta con saber cómo funciona el mecanismo. Hay que recordarlo siempre. Tu Celador no debe dormirse. Detente a ti mismo cada vez que, por costumbre, como en un sueño,[16] estés por aceptar el juego del péndulo, es decir, expresar tu disgusto, indignación, revelar tu preocupación, participar en conversiones destructivas, etcétera. Recuerda: todo lo que te produzca una reacción negativa es consecuencia de la actividad provocativa de los péndulos destructivos. En un sueño todo ocurre de la misma manera: mientras no te das cuenta de que se trata sólo de un sueño, eres una marioneta en manos ajenas y las pesadillas pueden perseguirte. En cuanto vuelves en ti, te sacudes la alucinación y reconoces cuál es el juego, ya está: eres dueño de la situación y caerás víctima de las circunstancias, mientras que a tu alrededor todos parecerán zombis.
Resumen
- Cada persona crea su capa particular del mundo donde vive.
- El mundo humano, en general, consiste de capas individuales superpuestas unas sobre otras.
- Al emitir energía negativa, el individuo empeora por sí mismo la capa de su mundo.
- La agresión se interpreta erróneamente como fuerza, y el disgusto como reacción normal.
- La respuesta a los acontecimientos negativos induce una transición a las líneas de la vida negativas.
- La transición inducida introduce el acontecimiento negativo dentro de la capa de una persona en particular.
- No dejes entrar en la capa de tu mundo ninguna información negativa.
- No dejar entrar no significa evitar, sino ignorar deliberadamente, no interesarse.