Cuídate sin preocuparte
Potenciales excesivos
En la naturaleza todo tiende al equilibrio. El salto de la presión atmosférica se equilibra con el viento. La diferencia en temperaturas se compensa por el cambio térmico. Dondequiera que exista el potencial excesivo de cualquier energía surgen las fuerzas equiponderantes orientadas a la eliminación de distorsiones. Estamos tan acostumbrados a tal estado de cosas que ni siquiera nos planteamos hacer una pregunta: ¿y por qué todo tiene que ser precisamente así? ¿Por qué funciona la ley del equilibrio? Para esta pregunta no hay respuesta.
En realidad, ninguna ley explica nada: sólo es una constatación de hechos. Todas las leyes de la naturaleza son secundarias, derivados de la ley del equilibrio, que es la primaria (al menos lo parece), por lo que es imposible explicar por qué razón tiene que existir el equilibrio en la naturaleza. O para ser más exactos, es imposible demostrar de dónde salen las fuerzas equiponderantes y por qué existen. No todo debe ser como es sólo porque estemos habituados a que sea así. Sólo podemos conjeturar cómo sería el mundo sin esa ley: ¿se habría convertido en una gacha amorfa o en un infierno agresivo? No obstante, el aspecto poco atrayente de tal mundo no puede ser la razón de la existencia de la ley del equilibrio. Por lo que nos queda sólo aceptarlo como hecho y sorprendernos, entusiasmados por la perfección del mundo circundante, y al mismo tiempo, perdernos en conjeturas: ¿qué es lo que rige todo eso?
Estamos acostumbrados a que la vida tenga épocas blancas y negras; el éxito sustituye al fracaso. Todo eso revela la existencia de esa ley, puesto que la suerte, al igual que el fiasco, es la ruptura del equilibrio. El equilibrio total se establece cuando no pasa absolutamente nada, y lo absoluto nunca ha existido. Al menos, nadie lo ha podido observar. En el mundo se observan constantemente fluctuaciones de todo tipo: día-noche, flujo-reflujo, nacimiento-muerte, etcétera.
Incluso en el vacío las partículas elementales están en un incesante proceso de nacimiento y aniquilación.
Podemos imaginar el mundo a modo de péndulos que oscilan, se extinguen y actúan recíprocamente entre sí. Cada péndulo recibe los impulsos de sus contiguos y les pasa los suyos. Una de las leyes básicas que rigen todo este complejo sistema es la ley del equilibrio. Al fin y al cabo, todo procura estar equilibrado. Tú también eres una especie de péndulo. Si de repente se te ocurre romper el equilibrio e inclinarte marcadamente hacia cualquier lado, chocarás contra los péndulos contiguos y de esta manera crearás a tu alrededor una perturbación, que después se volverá contra ti.
El equilibrio se desestabiliza no sólo con acciones, también con pensamientos. Y no sólo porque los pensamientos procedan a las acciones. Como sabes, los pensamientos emiten energía. En el mundo de la realización material todo tiene una base energética. Y todo lo que sucede a nivel invisible se refleja en el mundo de los objetos materiales visibles. Puede parecer que la energía de nuestros pensamientos es demasiado débil para poder influir en el mundo circundante. Todo sería mucho más fácil con tal correlación de cosas.
Pero dejemos de hacer conjeturas sobre lo que ocurre a nivel energético para no enmarañarnos por completo. Para nuestro objetivo será suficiente con aceptar el modelo del equilibrio simplificado: cuando aparece el potencial energético excesivo, surgen las fuerzas equiponderantes orientadas a la eliminación del potencial.
El potencial excesivo se crea con energía mental cuando a un objeto se le atribuye demasiada importancia. Comparemos dos situaciones: en una, por ejemplo, estás de pie en él suelo de tu casa; en otra, al borde de un precipicio. En el primer caso, tu estado no te preocupa. En el segundo, la situación tiene mucha importancia: descuídate un poco y sucederá algo irremediable. Sin embargo, en el nivel energético, el hecho de que te mantengas de pie tiene la misma importancia en ambos casos. Pero al permanecer al borde del precipicio, aumentas la tensión con el miedo y creas una heterogeneidad en el campo energético. Enseguida surgen las fuerzas equiponderantes orientadas a eliminar este potencial excesivo. Puedes sentir su efecto incluso físicamente: por un lado, una fuerza inexplicable te arrastra hacia abajo; por el otro, algo te hace retroceder más lejos del borde. Pues para eliminar el potencial excesivo de tu miedo, las fuerzas equiponderantes necesitan; ya, apartarte del borde, ya arrojarte abajo y así terminar con todo. Estás sintiendo justamente ese efecto.
A nivel energético todos los objetos materiales tienen la misma importancia. Somos nosotros quienes los dotamos de cualidades determinadas: bueno-malo, alegre-triste, atrayente-repulsivo, simple-complejo, etcétera. En este mundo todo se somete a nuestra valoración.
La valoración por sí no crea heterogeneidad en el campo energético. Sentado en tu sillón, valoras: estar sentado aquí no presenta peligro, pero permanecer al borde del precipicio es muy peligroso. En este momento, sin embargo, eso no te preocupa, pues sólo lo estás evaluando, por lo que el equilibrio no se desestabiliza. El potencial excesivo aparece sólo si se le aporta demasiada importancia a la valoración.
El tamaño del potencial aumenta si la valoración, además de estar cargada de relevancia excesiva, altera gravemente la realidad. En general, no podemos apreciar ecuánimemente la cualidad del objeto si éste tiene para nosotros mucha importancia. Por ejemplo: siempre sobrevaloramos el objeto de nuestra admiración; atribuimos demasiados defectos al objeto del odio; cargamos al objeto de nuestros miedos con demasiadas características siniestras. Resulta que la energía mental intenta reproducir artificialmente una determinada propiedad ahí donde en realidad ésta no existe. En tal caso se crea el potencial excesivo que provoca el viento de las fuerzas equiponderantes.
La desviación en la valoración que altere la realidad puede producirse en dos direcciones: por atribuir al objeto cualidades excesivamente negativas o excesivamente positivas. Pero el error mismo en la valoración no tiene ninguna importancia.[6] Presta de nuevo atención: la desviación en la valoración produce el potencial excesivo sólo si la valoración tiene mucha importancia. Sólo la importancia que tengan los asuntos u objetos para ti, concretamente, proporciona energía a tu valoración.
Los potenciales excesivos, a pesar de ser invisibles e intangibles, juegan un papel considerable y, además, pérfido en la vida de los humanos. La actitud de las fuerzas equiponderantes para eliminar esos potenciales crea una inmensa parte de los problemas. La perfidia de los potenciales está en que a menudo el hombre obtiene como resultado algo totalmente opuesto a lo que era su intención, por lo cual no queda nada claro qué es lo que ocurre. Y como consecuencia surge una sensación de que aquí está actuando una fuerza inexplicable, una especie de «ley de Murphy». Ya hemos tocado este asunto a la hora de analizar por qué obtenemos lo que menos queremos. Y con el siguiente ejemplo veremos el caso contrario: cómo se nos escapa lo deseado.
Existe una opinión errónea que si te dedicas por completo al trabajo puedes lograr grandes éxitos. Viendo el asunto desde el punto de vista del equilibrio, será evidente que «sumergirse en el trabajo» significa poner en un platillo de la balanza el trabajo mismo y en el otro, todo lo demás. El equilibrio se rompe y las consecuencias no se hacen esperar. El resultado será el diametralmente opuesto.
Si para ti trabajar más significa ganar más o mejorar tu nivel profesional, en tal caso, por supuesto, es imprescindible que emplees algo de esfuerzo; no pasa nada. Pero como en todo, hay que conocer los límites. Si sientes que te cansas mucho, que el trabajo se ha convertido para ti en una auténtica galera, significa que debes bajar el ritmo o cambiar por completo de trabajo. Los esfuerzos excesivos te llevarán infaliblemente a un resultado negativo.
Veamos cómo ocurre eso. Aparte del trabajo tienes un determinado sistema de valores: tu casa, tu familia, el entretenimiento, el tiempo libre, etcétera. Si a todo eso opones el trabajo, se sobrentiende que en su lugar has creado un potencial muy fuerte. En la naturaleza, todo pretende mantener el equilibrio, es decir, independientemente de tu voluntad surgirán fuerzas que actuarán para disminuir el potencial excesivo. Estas fuerzas pueden actuar de cualquier modo. Por ejemplo, te enfermas; entonces de ganancias ni se habla. Puedes caer en una depresión. ¿Y cómo no, si te estás obligando a hacer algo que para ti supone una carga? La mente te repite: «¡Venga! ¡Vamos! ¡Hay que ganar dinero!». Con lo que el alma (la conciencia) se asombra: «¿Acaso para esto he venido a este mundo, para sufrir y atormentarme? ¿Para qué necesito todo esto?». Al final acabarás con un cansancio crónico, en cuyo caso, de rendimiento en el trabajo ni se habla. Tendrás una sensación de aporrearte en la jaula sin ningún resultado.
Al mismo tiempo puedes notar que otra gente logra mucho más con mucho menos esfuerzo. Resulta que al llegar a cierto punto, el significado que das a tu trabajo empieza pasar el límite. Cuanta más importancia atribuyes a tu trabajo, más problemas surgirán. Te parecerá normal que aparezcan tantos problemas, algo rutinario dentro del «trascurso corriente del trabajo», por así decirlo. En realidad tendrás muchos menos si bajas tu «listón de importancia».
La conclusión es única: debes revisar conscientemente tu actitud hacia el trabajo para eliminar el potencial excesivo. Has de tener tiempo libre para hacer lo que más te guste, aparte del trabajo. El que no sepa descansar, relajarse, no sabe trabajar. Al llegar al trabajo, alquílate. Entrega tus manos y tu cabeza, pero no el corazón. El péndulo necesita toda tu energía, pero no has llegado a este mundo sólo para trabajar para él, ¿verdad? El rendimiento de tu trabajo aumentará notablemente cuando elimines tus potenciales excesivos y te libres de los péndulos.
Al alquilarte, actúa impecablemente. No cometas pequeñas faltas por las que te puedan culpar de negligencia elemental. Esa impecabilidad concierne a todas tus obligaciones. Alquilarse no significa, en absoluto, actuar de manera indisciplinada e irresponsable. Significa actuar con indiferencia, sin crear potenciales excesivos, y no obstante, hacer lo necesario con precisión. De lo contrario pueden surgir disgustos. Por ejemplo, a tu alrededor siempre habrá personas que, a diferencia de ti, se enfrasquen del todo en el trabajo. Subconscientemente ellos sentirán que te alquilaste, es decir, que actúas de modo eficaz sin aplicar mucho esfuerzo. Estos tipos tan diligentes y afanosos empezarán a buscar algún pretexto para pillar al competidor en cualquier error. Apenas cometas uno se lanzarán sobre ti. El error será muy elemental y por tanto, enojoso. Por ejemplo, llegas tarde, te olvidas de algo o lo dejas escapar. Si hubieras estado completamente absorbido por el trabajo, habrían hecho la vista gorda ante tu error. Pero ahora te culparán de trabajar con descuido.
Semejantes situaciones podrán ocurrir no sólo en el trabajo, sino también en tu familia, en tu círculo de conocidos. Por eso es imprescindible que en cualquier situación donde te alquiles, cumplas tus obligaciones impecablemente para que nadie te pueda reprochar nada. Deja que tu vigía interior —el Celador— te ayude en eso, si no, otra vez te sumergirás por completo en el juego. El Celador interior no tiene nada que ver con la doble personalidad. Simplemente vas notando, en el fondo, cómo y qué es lo que haces. Volveremos sobre, este tema en los capítulos siguientes.
Puedes objetar: «¿Y qué hay con lo de “poner el alma en lo que haces”?». Depende de lo que hagas. «Enfrascarse en el trabajo» está justificado en un solo caso: si el trabajo es tu objetivo. Sobre lo que es tu objetivo hablaremos más adelante. En caso de ser tu objetivo, el trabajo te sirve de túnel que te llevará al éxito. Un trabajo así, al contrario, te llena de energía, te da alegría, inspiración y satisfacción. Si eres uno de estos raros afortunados que pueden decir eso de su trabajo con toda seguridad, entonces no tienes por qué preocuparte.
Todo lo arriba mencionado se refiere también a los estudios. A continuación de este capítulo veremos las demás situaciones en la vida en las que surgen potenciales excesivos y qué consecuencias trae consigo la actitud de las fuerzas equiponderantes.
Descontento y reprobación
Empecemos por el no estar contento con uno mismo. Eso se revela como insatisfacción por los logros y cualidades personales, así como en un rechazo activo de las propias imperfecciones. Uno puede vivir dándose cuenta de sus defectos, pero sin acomplejarse por ellos. En cambio, si los defectos no le dejan en paz y obtienen mucha importancia para él, surge el potencial excesivo. Enseguida intervienen las fuerzas equiponderantes para eliminar el potencial. Su actitud puede dirigirse, ya hacia el desarrollo de las cualidades positivas, ya hacia la lucha con los defectos. La persona se inclina hacia uno u otro lado, respectivamente.
Con más frecuencia, el individuo elige la lucha y tal postura se vuelve contra él. Es inútil esconder defectos, y muy difícil eliminarlos. El resultado llega a ser algo totalmente opuesto a lo esperado y la situación empeora aún más. Por ejemplo, al intentar esconder su timidez, el hombre se vuelve más vergonzoso todavía o, al contrario, demasiado descarado.
Si uno está insatisfecho con sus logros, pero sólo en un grado en que eso le sirva de impulso hacia la autoperfección, el equilibrio no se altera. Eso no afecta al mundo circundante; más aún, el cambio interior se compensa con las actitudes positivas. Si la persona empieza a hacerse reproches, se enfada consigo misma o, peor aún, se flagela, surge un caso peligroso de conflicto entre el alma y la mente. Pues el alma no merece tal comportamiento. Es autosuficiente y perfecta. Todas las imperfecciones adquiridas son defectos de la mente de uno, no de su alma. Sin embargo, éste un tema tan grande y complicado que merece un libro entero aparte. Aquí sólo señalamos que enemistarse consigo mismo es muy desventajoso. El alma se encerrará en sí, la mente «cantará victoria» y, como consecuencia, puede ocurrir un desacuerdo total en la vida de una persona. Para no tener que recurrir después a la ayuda de un psicoanalista, antes de nada relájate y perdónate todas tus imperfecciones. Si de momento no eres capaz de amarte, al menos, desiste de luchar contra ti mismo y acéptate tal cual eres. Sólo en este caso el alma se convertirá en un aliado de la mente. Y es un aliado muy poderoso.
«Vale», dirás, «dejo en paz todas mis imperfecciones, pero ¿cómo adquiero las virtudes? Es que no puedo dejar de crecer como persona». Por supuesto, sigue desarrollando tus cualidades a voluntad. Aquí se trata pues sólo de que dejes de luchar contra tus imperfecciones. En esa lucha consumes energía para mantener el potencial excesivo más que inútil, muy perjudicial. Cuando por fin renuncies a esta lucha, la energía liberada se dirigirá al desarrollo de tus cualidades positivas.
A pesar de que todo eso suena tan simple, hasta trivial, muchas personas desperdician una energía colosal para luchar contra sí mismas y ocultar sus imperfecciones. Se condenan a sí mismas, como si fueran titanes, a soportar ese peso toda la vida. Pero en cuanto se permitan ser ellas mismas y se desprendan de esa dura carga, la vida se tomará para ellas notablemente fácil y sencilla. La energía será redirigida, no ya a la lucha contra los defectos, sino al desarrollo de las cualidades positivas. Además, los parámetros de tal emisión se corresponden con las líneas de la vida donde los méritos predominan sobre las deficiencias. Piensa: ¿cómo puedes desplazarte a las líneas de la vida donde luces una buena forma física, por ejemplo, si todos tus pensamientos giran sólo alrededor de tus defectos corporales? Obtienes lo que menos quieres.
Si en caso de no estar contento contigo mismo entras en conflicto con tu alma, pues en caso de estar descontento con el mundo entras en confrontación con una gran cantidad de péndulos. Y como ya sabes, no hay nada bueno en caer bajo su influencia. Y peor aún es pensar en luchar contra ellos.
El descontento representa una emisión bastante material, cuya frecuencia encaja perfectamente con las líneas de la vida, donde todo lo que te causa descontento se revela de forma más destacada. Al sentir que te arrastra a esas líneas, estás más descontento aún, y así continúa hasta que llegues a la línea donde ya eres un anciano enfermo incapaz de cambiar nada. Y sólo te queda buscar consuelo en quejarte de este mundo en compañía de tus semejantes y en recuerdos de tiempos pasados, en los que todo era mucho mejor.
Cada generación está convencida de que la vida se ha vuelto peor. No, la vida es cada vez peor sólo para cada generación determinada, y sólo para aquellos en concreto que están acostumbrados a revolcarse en su disgusto por este mundo. Si no (después de tantas generaciones) la humanidad habría caído en un verdadero infierno. Una imagen deprimente, ¿verdad? Es el primer aspecto de descontento con el mundo lo que lleva al empeoramiento creciente de la propia vida.
Pero hay otro aspecto de esa nociva costumbre de expresar rechazo, que es la alteración del estado de equilibrio. Tu disgusto forma un potencial excesivo en el espacio energético circundante, independientemente de que el disgusto sea cierto o no. El potencial da lugar a las fuerzas equiponderantes que intentarán restablecer el equilibrio. Si esas fuerzas actuaran para mejorar la situación, sería una cosa estupenda. Pero, por desgracia, a menudo ocurre justamente lo contrario. Las fuerzas equiponderantes intentarán hacerte retroceder para que tus pretensiones sobre el mundo tengan el menor peso posible, lo cual, para ellas, resulta mucho más fácil que tener que cambiar todo aquello que te disgusta. Imagínate cómo sería si el gobernador empezara a expresar activamente su disgusto por todo lo que está pasando en su país. Debemos apuntar que no importa si sus intenciones son buenas o malas. El sería destituido o aniquilado físicamente. Toda la historia de la humanidad nos sirve para confirmarlo.
En resumidas cuentas: la actitud de las fuerzas equiponderantes estará dirigida a restarte influencia sobre el mundo circundante. Es muy fácil hacerlo y en diferentes formas, además: tu cargo, trabajo, sueldo, casa, familia, salud, etcétera. ¿Ves cómo las generaciones de ancianos llegan a tener la vida que tienen?
Ahora veamos la cuestión desde el otro lado. Parece que si, por el contrario, nos alegramos por el mundo en el que vivimos, las fuerzas equiponderantes, por analogía, tendrán que estropearnos todo o meternos en un rincón lejano. Sin embargo, eso no ocurre; por supuesto, si nuestra alegría no pasa a ser un «ñoño», un entusiasmo loco. En primer lugar, según la ley del Transurfing, al alegrarnos, emitimos energía constructiva, la cual nos traslada a las líneas positivas de la vida. Y en segundo lugar, esa energía no causa aquel potencial destructivo que las fuerzas equiponderantes tienden a eliminar. No sin razón, diferentes interpretaciones en filosofía y religión coinciden con la idea de que el amor fue la fuerza constructiva que creó el mundo. Se refiere al amor en el sentido general de la palabra. Es comprensible que la fuerza creadora del universo haya engendrado a las fuerzas equiponderantes. Ellas procuran mantener el mundo en orden, y no pueden dirigirse contra la energía que las creó.
Desde el punto de vista del Transurfing, a la hora de conseguir lo deseado nos resulta desventajosa la costumbre nociva de mostrar nuestro disgusto por cualquier futilidad, sólo nos impide conseguir lo deseado. Y al contrario, la costumbre de experimentar pequeñas alegrías por cualquier motivo, por insignificante que sea, es muy beneficiosa. La conclusión es única: necesitamos sustituir la vieja costumbre por una nueva.
La técnica de sustitución es muy simple. En primer lugar, por muy trivial que suene, no hay mal que por bien no venga. Si te propones hallar algo bueno en cosas que te parezcan negativas, lo lograrás sin mayor esfuerzo. Conviértelo en un juego, de modo tal que, al practicar constantemente, con el tiempo la vieja costumbre será reemplazada por una nueva: la capacidad de encontrar, siempre y dondequiera, lo positivo y alegrarse por ello. Una costumbre muy útil para ti y horrible para los péndulos destructivos.
En segundo lugar, si realmente te ha sobrevenido una desgracia por la cual alegrarse sea totalmente antinatural, puedes tomar el ejemplo del rey Salomón, que llevaba en el dedo un anillo con un grabado siempre vuelto hacia dentro, de modo que nadie viera lo que había escrito allí. Cuando Salomón se topaba con una desgracia o con un problema de difícil solución, giraba el anillo y leía las siguientes palabras: «Y eso también pasará».
La costumbre de manifestar el descontento se formó en los humanos bajo la influencia de los péndulos destructivos, que se alimentan de la energía negativa. En cambio tú con la nueva costumbre, generarás energía positiva que, con flujo muy potente, te sacará a las líneas de la vida positivas.
Supongamos que, entusiasmado por las perspectivas, has empezado a practicar la técnica de la sustitución. Debo decirte que pronto te percatarás de que lo haces cada vez con menos regularidad y, de cuando en cuando, simplemente olvidas que deseabas cambiar la costumbre. Es algo inevitable, pues la costumbre está muy arraigada en ti. Tan pronto cedas en tus esfuerzos, el péndulo encontrará motivos para darte un disgusto y, de una manera para ti imperceptible, lo alimentarás con tu energía. ¡No desesperes! Si tu propósito es firme, conseguirás tus fines y los péndulos destructivos acabarán por dejarte en paz. Sólo tienes que obligarte a recordar con más frecuencia cuál es el propósito.
Todos somos huéspedes en este mundo, por lo que nadie tiene derecho a juzgar lo que no ha creado. Esta afirmación debe comprenderse a la luz de las relaciones con los péndulos. Como habíamos dicho, si te lanzas contra un péndulo destructivo que provoque tu descontento, sólo te perjudicarás. No tienes por qué ser una mansa ovejita, pero tampoco hay que enfrentarse abiertamente al mundo circundante. Si un péndulo se lanza personalmente contra ti, puedes aplicar el método de hundimiento o de extinción. Cuando el péndulo intenta implicarte en una lucha contra otro péndulo, intenta dilucidar si tú, personalmente lo necesitas.
Volvamos otra vez al ejemplo de la exposición que no te gustaba tanto. Siente como si estuvieras en tu casa, pero no olvides que eres sólo un huésped. Nadie tiene derecho de juzgar, pero cada uno tiene derecho a elegir. Al péndulo le conviene que expreses activamente tu descontento. Por tanto, te será más provechoso retirarte, simplemente, y elegir otra exposición. Preveo la pregunta: «¿Y si no tengo adonde ir?». Fueron los péndulos los que te inculcaron esa confusión. Este libro se dedica precisamente a ese tema: cómo librarse de la falsa limitación.
Relaciones de dependencia
Una idealización del mundo es el lado inverso del descontento. Lo vemos todo color de rosa y muchas cosas parecen mejores de lo que son en realidad. Como ya sabes, si parece que en algún lugar haya algo cuando en realidad no lo hay, en tal caso surge el potencial excesivo.
Idealizar significa sobreestimar, subir al pedestal, adorar, crear un ídolo. El amor que crea y dirige el mundo se distingue de la idealización en que en el fondo es, por muy paradójicamente que suene, impasible. El amor absoluto es un sentimiento sin derecho de posesión, admiración sin adoración. En otras palabras, no causa relaciones de dependencia entre el que ama y el objeto de su amor. Esta fórmula tan simple te ayudará a determinar dónde acaba el sentimiento y comienza la idealización.
Imagínate que paseas por un valle entre montañas, cubierto de verdor y flores. Admiras ese paisaje tan maravilloso, aspiras el aroma del aire fresco, tu alma está pletórica de felicidad y tranquilidad. Esto es amor.
A continuación empiezas a recoger flores: las arrancas, las estrujas con las manos sin pensar que están vivas. Las flores empiezan a morir lentamente. Luego se te ocurre que puedes elaborar perfumes y productos de belleza con esas flores o, simplemente, venderlas; o en general, fundar el culto de las flores y adorarlas como si fueran ídolos. Eso es la idealización, porque en cualquier caso surge una relación de dependencia entre tú y el objeto de tu ex amor: las flores. De aquel amor que existía en el momento en el que tú simplemente contemplabas la vista del valle de las flores, no quedó ni rastro. ¿Sientes la diferencia?
Así, el amor genera energía positiva que te llevará a la línea de la vida correspondiente; y la idealización crea el potencial excesivo que dará lugar a las fuerzas equiponderantes que intentarán eliminar ese potencial. En cada caso las fuerzas actúan de manera distinta, pero siempre con un único resultado, al que, a grandes rasgos, se le puede caracterizar como «desmitificación». La desmitificación sucede siempre y, dependiendo del objeto y el grado de idealización, obtienes un resultado considerable o pequeño, pero siempre negativo. Así se recuperará el equilibrio.
Si el amor se convierte en una relación de dependencia, inevitablemente se creará el potencial excesivo. El deseo de tener lo que no tienes causa el «salto de presión» energético. Una relación de dependencia se determina por la manera de plantear la cuestión: «si haces tal, yo haré cual». Podemos poner ejemplos cualesquiera. «Si me quieres; entonces te dejas todo y vienes conmigo al fin del mundo. Si no te casas conmigo, entonces no me quieres. Si me alabas, eres mi amigo (amiga). Si no me das tu pala, no te dejo jugar con la arena.» Y etcétera, etcétera.
La comparación o la contraposición también rompen el equilibrio. «¡Somos de esta manera, y los otros son de otra!» Por ejemplo, el orgullo nacional: ¿comparando con qué nación? El complejo de inferioridad: ¿comparando con quién? Al existir la contraposición, las fuerzas equiponderantes infaliblemente se incorporarán al trabajo para eliminar el potencial: tanto positivo como negativo. Ya que el potencial lo creas tú, las fuerzas se volverán ante todo contra ti. Y éstas actúan, ya sea para «separar» a los sujetos de la contradicción, ya sea para unirlos en un acuerdo común o para una colisión.
Todos los conflictos se basan en la comparación o en la contraposición. Primero se nace una confirmación principal: «Ellos no son como nosotros». A continuación la confirmación se desarrolla: «Ellos tienen más que nosotros, hay que despojarlos de eso». «Ellos tienen menos que nosotros, debemos darles.» «Son peores que nosotros, tenemos que cambiarlos.» «Son mejores que nosotros, debemos luchar contra nosotros mismos.» «Ellos no actúan igual que nosotros, es preciso hacer algo con eso.» Todas estas comparaciones, en versiones diferentes, de uno u otro modo llevan al conflicto: empezando por una incomodidad personal y terminando por las guerras y revoluciones. Surge la contraposición que las fuerzas equiponderantes intentarán eliminar con la reconciliación o confrontación de las partes.
Y como en esas situaciones existe siempre la posibilidad de lucrar con energía, sucede más frecuentemente que los péndulos llevan los asuntos hasta la confrontación.
Ahora veamos ejemplos de idealizaciones y sus consecuencias relativas.
Idealización y sobrevaloración
Sobrevalorar significa dotar a una persona con cualidades imaginarias, que en realidad no posee. A nivel mental eso se manifiesta bajo la forma de ilusiones al parecer inofensivas. Pero en el nivel energético en este caso se crea el potencial excesivo, ya que éste surge dondequiera exista cualquier diferencia en cantidad o calidad. Podemos definir la sobrevaloración como concentración y modelación mental de determinadas cualidades ahí donde, en realidad, éstas no existen. Aquí observamos dos variantes. La variante primera: si el lugar está ocupado, es decir, si existe una persona en concreto a la que dotar de cualidades que no le pertenecen. Para eliminar la heterogeneidad que surja en este caso, las fuerzas equiponderantes han de crear un contrapeso.
Por ejemplo, un muchacho romántico y soñador imagina a su querida como un «ángel de belleza pura».[7] Pero en realidad resulta que su amada es una persona del todo prosaica, que gusta de divertirse y no comparte en absoluto los ensueños del muchacho enamorado. En cualquier caso, si una persona crea para sí un ídolo y le eleva al pedestal, tarde o temprano sobrevendrá la desmitificación.
En relación con esto es muy curiosa la historia de Karl May[8], autor de famosas novelas sobre el Salvaje Oeste y creador de personajes como Winnetou, Mano Segura u otros. En todas sus novelas, May narraba en primera persona, con lo cual daba la impresión de que él mismo había estado en el Salvaje Oeste y participaba realmente en todos los hechos, por lo que debía de ser una persona verdaderamente destacada, digna de admiración. Las obras de Karl May, de tan vivas y pintorescas, causan la fuerte ilusión de que sólo pudo escribirlas un partícipe real. Al leer sus libros da la impresión de que estás viendo una película. Y la trama es tan cautivadora que a Karl May le bautizaron como el «Dumas alemán».
Los numerosos admiradores de Karl May estaban absolutamente seguros de que él era el famoso aventurero, Mano Segura, como se representaba en los libros. Sus fans no podían pensar de otra manera, pues se encontraron un objeto de admiración e imitación; por añadidura, si el ídolo vive cerca eso despierta aún más interés. ¡Qué sorpresa se llevaron cuando se supo que Karl May nunca había estado en América, y que había escrito algunas de sus obras en la cárcel!
Se produjo la desmitificación y sus admiradores pasaron a odiarlo. ¿Y quién tiene la culpa de ello? Pues los mismos fans, que crearon el ídolo y establecieron la relación de dependencia: «Eres nuestro héroe a condición que todo eso sea verdad».
La segunda variante de la sobrevaloración se presenta cuando, en lugar de cualidades fabricadas y quiméricas, no hay ningún objeto en absoluto; entonces surgen ilusiones y castillos en el aire. El soñador vive en las nubes, intentando escapar de una realidad poco atrayente, y de esta manera crea el potencial excesivo. En tal caso, las fuerzas equiponderantes harán chocar constantemente a este romántico con la dura realidad, para destruir sus castillos en el aire. Aunque éste pueda arrastrar a gran cantidad de gente en pos de su idea y crear un péndulo, la utopía está igualmente condenada, pues el potencial excesivo ha surgido de la nada, por lo que tarde o temprano las fuerzas equiponderantes detendrán este péndulo.
Un ejemplo más, si el objeto de sobrevaloración existe sólo en la mente como un ideal. Supongamos que una mujer traza en su imaginación el retrato del marido perfecto. Cuanto más se convenza la mujer de las cualidades imaginarias que debe poseer su supuesto marido, más fuerte será el potencial excesivo que surja. Extinguir dicho potencial es posible sólo con un individuo de cualidades diametralmente opuestas.
A la mujer sólo le queda sorprenderse luego: «¿Dónde tenía yo los ojos?». Y al contrario, si una mujer odia vivamente el alcoholismo y la grosería, escoge a un alcohólico o a un grosero, como si estuviese atrapada en una trampa. Uno obtiene lo que rechaza activamente, pues emite energía mental en la frecuencia de su aversión, y para el colmo está creando potencial excesivo. A menudo la vida une a personas totalmente distintas que, al parecer, no congenian en absoluto. De esta manera las fuerzas equiponderantes, haciendo chocar a personas de potenciales opuestos, intentan neutralizarlos.
La actitud de esas fuerzas resulta más evidente en los niños, pues energéticamente son más sensibles que los adultos y se portan de una manera natural. Si a un niño se le alaba en exceso, se comportará mal para fastidiar. Y si le adulas, te despreciará o, cuando menos, te perderá el respeto. Si te empeñas en convertir al pequeño en un niño bueno como una malva, lo más probable es que se líe con una pandilla de callejeros. Si intentas esculpir en él a un niño prodigio, perderá todo el interés por los estudios. Y cuanto más lo apuntes a escuelas y cursos de todo tipo, más, posibilidad habrá de que acabe por ser un adulto mediocre.
El mejor método para educar y tratar a los niños (y no sólo a ellos) es el que no crea el potencial excesivo, es decir, tratarlos como si fueran invitados; en otras palabras, dedicarles atención, respeto y darles libertad de elegir, pero no por eso permitir que te pisoteen. Tienes que establecer una relación, pero sin olvidar que también tú eres sólo un huésped. Si aceptas las reglas de juego y no te lanzas a los extremos, se te permitirá elegir todo lo que hay en este mundo.
La actitud positiva hacia los demás está tan extendida como la actitud negativa. En este caso se observa un cierto equilibrio: hay odio y hay amor. La actitud buena inmutable no produce la aparición del potencial excesivo. El potencial surge como resultado de un notable desplazamiento de la evaluación en relación con su valor nominal. El amor absoluto se puede considerar como el cero en la escala de desplazamiento. Como es sabido, el amor absoluto no crea relaciones de dependencia ni tampoco potencial excesivo. Pero muy rara vez se encuentra un amor puro. Básicamente se le añade una mezcla de derecho de posesión, dependencia y sobrevaloración. Es difícil negar el derecho de posesión: poseer el objeto de amor, es completamente natural y, en general, es algo normal, mientras no se pase a uno de los dos extremos.
El primer extremo: el deseo de poseer un objeto de amor que no te pertenece en absoluto e incluso no sospecha siquiera la existencia de tal deseo. (Confío en qué comprendas que no me refiero sólo al acto físico de la posesión.) Es un caso clásico de amor no correspondido, que siempre ocasiona muchos sufrimientos. Sin embargo, este mecanismo no es tan fácil como puede parecer. Recordemos el ejemplo de las flores. Te gusta pasear entre ellas, contemplarlas, pero probablemente nunca te has detenido a pensar si ellas te quieren. Ahora intenta imaginar qué piensan las flores de ti. Surgirán hipótesis malas de todo tipo: miedo, recelo, aversión, indiferencia. ¿Y por qué crees que ellas deberían quererte? U otro caso: ardes en deseo de cogerlas, pero es imposible, ya porque crecen en un parterre, ya porque son muy caras. Ya está: eso no es ya un amor, sino una relación de dependencia y las emociones negativas ya se cuelan en tu mente.
Pues bien, en un lugar está el objeto de tu amor, en el otro estás tú y quieres poseerlo, es decir, creas el potencial energético. Puedes suponer que ese potencial debe atraerte el objeto deseado del mismo modo que las masas aéreas se dirigen desde la zona de alta presión a la de baja presión. ¡Ni por asomo! A las fuerzas equiponderantes les da igual cómo se restablezca el equilibrio; por ende, pueden elegir otro camino: alejar más aún el objeto de tu amor y neutralizarte a ti; en otras palabras, romperte el corazón. Y para colmo, ante el más mínimo fracaso tenderás a dramatizar la situación («él/ella no me ama»); como consecuencia, tales pensamientos te arrastrarán a la línea de la vida desde las cuales hay mucha distancia hasta el amor mutuo.
Cuanto más fuerte sea el deseo de posesión o de amor recíproco, más fuerte será la actitud de las fuerzas equiponderantes. Por supuesto, si éstas eligen el rumbo que te acerque a tu ser amado, la historia tendrá un final feliz. El rumbo que tomarán las fuerzas equiponderantes es muy fácil de determinar al principio del amor: si el propósito de conseguir reciprocidad no te deja en paz y desde el principio algo no te sale bien, tienes que cambiar radicalmente la táctica, es decir, amar sin pedir recompensa; entonces puedes inclinar a tu favor las indecisas oscilaciones de las fuerzas equiponderantes y hacer que trabajen para ti. En caso contrario, la situación, como un alud, escapará a tu control y será casi imposible cambiar algo.
La conclusión es única: para lograr reciprocidad en el amor, simplemente tienes que amar, sin buscar que te amen. En este caso, en primer lugar, no surge el potencial excesivo, por lo que no aparecerá aquel 50 por 100 de probabilidades de que las fuerzas equiponderantes actúen en tu contra. En segundo lugar, al no pretender la reciprocidad, no surgen dramáticos pensamientos incontrolados sobre un amor no compartido y tu emisión no te arrastrará a las líneas de la vida correspondientes. Al contrario, si amas simplemente, sin derecho de poseer, los parámetros de tu emisión se corresponden con aquellas líneas de la vida donde existe la mutualidad, pues en un amor mutuo no existe relación de dependencia. Si ya estás en una relación en la que existe la dependencia, no tienes que preocuparte por el derecho de posesión.[9] Pero imagina ¡cuánto aumentan tus probabilidades de establecer y profundizar tu amor mutuo sólo por renunciar al derecho de posesión! Además, el amor correspondido es algo muy raro, y eso basta para despertar la simpatía y un vivo interés. ¿Acaso no sería agradable que alguien simplemente te amara sin pretender nada?
El segundo extremo del derecho de posesión son, por supuesto, los celos. Aquí las fuerzas equiponderantes también tienen dos modos de actuar. Si el objeto de tu amor ya te pertenece, la variante primera: los celos os aproximan más todavía. En realidad, a algunos les gustan en cierto grado los celos de su otra mitad. La otra variante de actitud de las fuerzas equiponderantes se reduce a destruir lo que provocó los celos, es decir, el amor mismo. Con todo eso, cuantos más fuertes son los celos, más profunda es la tumba para el amor. Es lo mismo que pasar de gozar con el aroma de las flores vivas a producir perfumes con ellas.
Todo lo arriba expuesto se refiere por igual a hombres y a mujeres. Pero todavía no hemos terminado. Volveremos sobre este asunto a la hora de ver otros conceptos del Transurfing. Así están las cosas, tan simples y al mismo tiempo tan complicadas. Complicadas, porque una persona enamorada pierde la capacidad de razonar con sensatez y lo más probable es que estas recomendaciones caigan en saco roto. No obstante, yo a su vez no me amargaré en cuanto a eso, puesto que renuncio al derecho de posesión de tu agradecimiento.
Desprecio y vanidad
Juzgar a otras personas es una fuerte alteración del equilibrio, y despreciar a los demás es peor aún. En el plano energético no existen personas buenas o malas. Existen únicamente los que obedecen las leyes de la naturaleza y los que provocan desorden en el «statu quo» establecido. Y estos últimos, al fin y al cabo, siempre se someten a la influencia de las fuerzas que tratan de recuperar el equilibrio perdido.
Es cierto que a menudo ocurren situaciones en las que uno merece una reprobación. Pero, ¿justamente de ti? No es una pregunta ociosa. Si alguien te ha perjudicado personalmente a ti, ante todo, ha turbado el equilibrio; en este caso tú no estás originando un potencial insano, sino que eres un instrumento de las fuerzas que intentan recuperar el equilibrio. Así que el perturbador de la paz llevará su merecido si le dices todo lo que piensas de él o, más aún, emprendes cierta acción dentro de lo razonable. Pero si el objeto de tu vituperación no te ha hecho nada malo a ti en concreto, no eres quien para culparle.
Abordemos prácticamente esa cuestión. Reconoce que es totalmente absurdo odiar al lobo que devora una ovejita si lo estás viendo por la tele. El sentido de la justicia nos empuja constantemente a juzgar a los demás. Sin embargo, eso rápidamente se convierte en costumbre, y con el trascurso de los años muchos se trasforman en acusadores profesionales. Aunque en la mayoría de los casos, al juzgar a alguien, no tenemos ni la menor idea de qué le indujo a actuar así. ¿Puede que en su lugar lo habríamos hecho aún peor?
Así, al juzgar a los demás creas potencial excesivo alrededor de tu propia persona. Cómo no, si cuanto peor sea el acusado, tanto mejor deberás ser tú. Y ya que le han aparecido cuernos y pezuñas, tú tendrás que ser un ángel. Pero como a ti no te crecen las alas, entran en acción fuerzas que intentan restablecer el equilibrio. Sus métodos serán diferentes en cada situación en concreto, pero el resultado, en esencia, siempre será el mismo: te llevarás un papirote. Según la fuerza y la forma con que juzgues, éste puede ser o bien insignificante, o bien tan fuerte que aparecerás en una de las peores líneas de la vida.
Puedes hacer por ti mismo una larga lista de maneras de juzgar y sus consecuencias, pero para que lo tengas más claro, te pongo algunos ejemplos. Nunca desprecies a nadie, cualesquiera sean las causas. Es uno de los modos de juzgar más perjudicial, ya que como resultado de la actuación de fuerzas equiponderantes puedes encontrarte en el lugar de la persona despreciada. Para las fuerzas es un método más corto y sencillo de restablecer la armonía perdida. ¿Desprecias a los mendigos y a los sintecho? Puedes perder tu casa y tu dinero, y ya está: el equilibrio recuperado. ¿Desprecias a las personas con deficiencias físicas? No hay ningún problema, y para ti también encontrarán un accidente. ¿Desprecias a los alcohólicos y drogadictos? Podrás aparecer en su lugar, sin ceremonias. Pues nadie nace así, sino que se hace, debido a circunstancias de la vida. ¿Por qué crees que estas circunstancias deban esquivarte a ti?
Nunca, por ningún motivo, juzgues mal a tus colegas de trabajo. En el mejor de los casos cometerás los mismos errores. En el peor, podrá surgir un conflicto que no te traiga nada bueno. Hasta pueden despedirte, aunque tuvieses toda la razón del mundo.
Si criticas al otro sólo porque no te gusta cómo viste, en la escala «bueno-malo» tú mismo te pones en un escalón más bajo que él, porque estás emitiendo energía negativa.
No hay nada malo en que una persona se enorgullezca por sus logros o se enamore de sí misma. El amor independiente por uno mismo es autosuficiente; por ende no molesta a nadie. El equilibrio se rompe sólo si la persona con la autoapreciación sobrevalorada empieza a revelar la actitud despectiva hacia las debilidades ajenas, imperfecciones o simplemente los logros modestos. Entonces el amor por uno mismo se convierte en amor propio, y el orgullo en vanidad. Y como resultado de la acción de las fuerzas equiponderantes de nuevo habrá un papirote.
El desprecio y la vanidad son vicios humanos. Los animales no los conocen. Se guían por intenciones convenientes y de este modo cumplen la voluntad de la naturaleza perfecta. Es mucho más perfecta la naturaleza salvaje que el hombre sensato. El lobo, así como cualquier otro depredador, no siente ni odio ni desprecio hacia su víctima. (Intenta tú mismo odiar y despreciar a una albóndiga.) En cambio las personas basan sus relaciones sobre en meros potenciales excesivos. La grandeza de los animales y las plantas está en que éstos no son conscientes de ello. La conciencia ha dado al hombre tanto ventajas útiles, como basura perjudicial: vanidad, desprecio, el complejo de culpabilidad e inferioridad.
Superioridad e inferioridad
Los sentimientos de superioridad o de inferioridad son mera relación de dependencia. Tus cualidades se oponen a las cualidades de los demás, por lo que inevitablemente surge el potencial excesivo. A nivel energético no tiene importancia si expresas tu superioridad públicamente o, simplemente, te felicitas en secreto a la hora de compararte con los demás. No es necesario demostrar que, al evidenciar superioridad, nada se logra, salvo la aversión del prójimo. Al cotejarse favorablemente con los demás, el hombre intenta autoafirmarse artificialmente a cuenta de otro. Tal predisposición siempre crea un potencial, aunque sea sólo una sombra de soberbia no expresada claramente. En este caso el vanidoso se llevará un coscorrón de las fuerzas equiponderantes.
Es comprensible que, al compararse con el mundo circundante, el hombre intente demostrar su relevancia. Pero autoafirmarse por comparación es algo ilusorio. Para hacer una analogía, es como una mosca que intenta atravesar el cristal, cuando al lado tiene una ventana abierta. A la hora de intentar declarar su importancia al mundo, uno malgasta su energía para mantener el potencial excesivo artificialmente creado. El autoperfeccionamiento, al contrario, desarrolla virtudes reales, por lo que la energía no se gasta en vano y no crea potencial perjudicial.
Puede parecer que es muy poca la energía que se consume al compararse con los demás. Sin embargo, esa cantidad es suficiente para mantener un potencial bastante fuerte. Lo importante aquí es el propósito firme de dirigir la energía hacia uno y otro lado. Si el objetivo de uno es adquirir virtudes, su intención le lleva adelante hacia la obtención de la meta. Si su objetivo, en cambio, es mostrar al mundo sus «condecoraciones», se queda atascado en un sitio, creando una heterogeneidad en el campo energético. El mundo se «deslumbrará» con el resplandor de sus condecoraciones y las fuerzas equiponderantes entrarán en acción. Éstas tienen pocas opciones: bien reavivar los colores mustios del mundo circundante, bien apagar el esplendor de la estrella inoportuna. La primera variante es demasiado trabajosa, por supuesto. Sólo queda la segunda. Y a las fuerzas equiponderantes les sobran modos de hacerlo. No necesitan siquiera desposeer de sus condecoraciones al ambicioso. Con darle un disgusto cualquier sería suficiente para bajarle los humos.
Con frecuencia interpretamos los disgustos, problemas u obstáculos cualesquiera como propiedades integrantes de este mundo. Nadie se sorprende de que todos esos contratiempos, empezando por los pequeños y terminando por los serios, sean sus infalibles acompañantes a lo largo de la vida. Estamos acostumbrados a que nuestro mundo sea así. En realidad, la desgracia es una anomalía, no un hecho normal. De dónde procede esta anomalía y por qué le sucede precisamente a uno, a menudo es imposible de averiguar por lógica, pues, la mayoría de las desgracias, de una u otra manera, son provocadas por la actitud de las fuerzas equiponderantes al eliminar los potenciales excesivos creados por ti o por quienes te rodean. Tú mismo no te das cuenta de que primero creas el potencial excesivo y luego aceptas las desgracias como un mal inevitable, y no comprendes que es sólo el funcionamiento de las fuerzas equiponderantes.
Puedes deshacerte de gran parte de esas desgracias si te libras de los titánicos esfuerzos destinados a mantener potenciales excesivos. Aparte de malgastar tanta energía, por la acción de las fuerzas equiponderantes surgidas obtienes algo totalmente contrario a tu intención. Por lo tanto, debes dejar de golpearte como una mosca contra el cristal y redirigir tu intención hacia el desarrollo de tus cualidades, sin preocuparte por tu posición en la escala de superioridad. Al quitarte de encima el peso de la preocupación por elevar tu propia relevancia, te librarás de la influencia de las fuerzas equiponderantes. Tendrás menos problemas y te sentirás más seguro de tus capacidades.
Por otra parte, debes desechar toda idea de que eres capaz de controlar el mundo que te rodea. Independientemente de tu posición en la escala social, si crees eso seguro que saldrás perdiendo. Los intentos de cambiar el mundo circundante alteran el equilibrio. Al intervenir activamente en la organización del mundo lesionas, en cierto grado, los intereses de muchas personas. El Transurfing permite elegir el destino sin rozar los intereses de nadie. Es mucho más eficaz que ir a campo traviesa superando obstáculos. Tu destino está realmente en tus manos, pero en el sentido que sólo se te da el derecho de. elegirlo, no de cambiarlo. Al actuar desde la posición de creador del destino, en su sentido literal, mucha gente sale derrotada. En el Transurfing no hay lugar para la lucha; por lo tanto, puedes «enterrar el hacha de la guerra» con alivio.
Por el otro lado, renunciar a la superioridad no tiene nada que ver con humillarse uno mismo. El rebajamiento de las cualidades propias es otra cara de la superioridad, lo que no tiene ninguna importancia a nivel energético. El valor del potencial surgido es directamente proporcional a la diferencia entre el valor que uno da a sus capacidades y lo que en realidad vale. Al chocar contra la relevancia, las fuerzas equiponderantes actúan de cualquier modo con tal de bajarla del pedestal. En caso de complejo de inferioridad, le obligan a uno a intentar elevar de cualquier manera sus cualidades artificialmente rebajadas. Normalmente las fuerzas equiponderantes actúan a quemarropa, sin preocuparse por las delicadezas de las relaciones humanas. Por ende, al intentar ocultar el complejo la persona se porta de una manera poco natural, resaltando más aún su complejo.
Por ejemplo, los adolescentes pueden comportarse de manera insolente, pero en realidad, sólo están compensando su falta de seguridad en sí mismos. Los tímidos pueden actuar de forma descarada para encubrir su timidez.
Las personas con baja autoestima, en su deseo de mostrar su mejor lado, pueden comportarse de manera torpe o afectada. Y así todo. En cualquier caso, la lucha contra el complejo trae consigo consecuencias aún más desagradables que el complejo mismo.
Como comprenderás, todos estos intentos de vencer el complejo de inferioridad son vanos. Es inútil luchar contra él. El único modo de evitar sus consecuencias es eliminar el complejo mismo. Sin embargo, librarse de él resulta bastante difícil. Tampoco es eficaz tratar de convencerte que todo va bien. El autoengaño lleva al fracaso. Aquí te puede ayudar la técnica de diapositivas que conoceremos más adelante.[10]
A estas alturas será suficiente comprender que nuestra preocupación por las imperfecciones, comparadas con las cualidades de los demás, funciona de la misma manera que si hubiéramos mostrado al mundo nuestra comparativa superioridad. El resultado será totalmente contrario a la intención. No creas que cuantos te rodean atribuyen a tus imperfecciones la misma importancia que tú. En realidad cada uno se preocupa sólo por sí mismo; por lo tanto, puedes quitarte tranquilamente esta titánica carga de encima. Al hacerlo desaparecerá el potencial excesivo, las fuerzas equiponderantes dejarán de agravar la situación y la energía liberada se dirigirá al desarrollo de tus virtudes.
Se trata de que no luches contra tus imperfecciones ni intentes ocultarlas, sino que las compenses con otras cualidades. La falta de belleza se puede compensar con el encanto. Hay personas con un exterior nada atractivo, pero sólo tienen que empezar a hablar para que su interlocutor quede cautivado por sus encantos. Los defectos físicos se compensan con la seguridad en uno mismo. ¡Cuántos personajes históricos eminentes tenían un aspecto poco atrayente! La incapacidad de hablar con soltura se puede reemplazar por la capacidad de escuchar. Existe un proverbio: «Todos mienten, pero eso no cambia nada, pues nadie escucha a nadie». La gente puede interesarse por tu elocuencia, pero en último lugar. Todos, al igual que tú, se ocupan exclusivamente de sí mismos, de sus problemas, por lo que un buen oyente con quien desahogarse es un verdadero hallazgo. A las personas tímidas se les puede dar un único consejo: ¡que cuiden su cualidad como si fuera un tesoro! Creedme, la timidez tiene un encanto oculto. Cuando renunciéis a la lucha contra la timidez, ella dejará de tener un aspecto torpe y notaréis que los demás os miran con simpatía.
Bien, vaya un ejemplo más sobre la compensación. La falsa necesidad de ser «un tipo duro» empuja frecuentemente los individuos a imitar a los que consiguieron este «título».
Una copia irreflexiva del guion ajeno no crea más que una parodia. Cada uno tiene su guion de vida. Para eso bastará sólo con elegir tu propio credo y vivir de acuerdo con él. Imitar a los demás en un intento de conseguir el estatus del «tío duro» significa utilizar el método de la mosca que se golpea contra el cristal. Por ejemplo, en el líder de un grupo de adolescentes, quien se convierte en líder es el que vive según su propio credo. Precisamente por eso se ha convertido en un líder, porque se liberó a sí mismo de la obligación de tener que consultar a los demás sobre cómo tiene él que actuar. No tiene necesidad de imitar a nadie, puesto que ha establecido para sí un valor digno; él mismo sabe lo que hace, no adula a nadie, no intenta demostrar nada a nadie. De esa manera se libra de los potenciales excesivos y adquiere una ventaja merecida. Se convierte en dirigente de cualquier grupo aquel que viva según su credo. Si un hombre se ha liberado de la carga de los potenciales excesivos, no tiene nada que defender: en su interior está libre, es autosuficiente y tiene mucha energía. Estas ventajas frente a los demás miembros del grupo le convierten en un líder.
¿Ves dónde está la ventanilla abierta? Puede que pienses: «Todo eso no tiene nada que ver conmigo; yo, al menos, no adolezco de eso». No intentes engañarte. Cualquiera, en uno u otro grado, es propenso a crear potenciales excesivos a su alrededor. Pero generalmente, si sigues los principios del Transurfing, el complejo de inferioridad o de superioridad simplemente desaparecerá de tu vida.
Deseo de tener y no tener
«Quieres mucho, tendrás poco».[11] Este refrán infantil tiene su razón. Pero yo lo parafrasearía así: «Cuanto más quieres, menos consigues». Cuando tus deseos de obtener algo son excesivamente fuertes, al punto de jugarlo todo a una sola carta, creas un potencial excesivo enorme que rompe el equilibrio. Las fuerzas equiponderantes te arrojarán a líneas de la vida donde no habrá ninguna señal de tu objeto deseado.
Si describimos a nivel energético el comportamiento de un hombre obsesionado con su deseo, puede tener el siguiente aspecto. Un jabalí intenta atrapar un pájaro. El animal tiene muchas ganas de agarrarlo y se relame los labios, gruñe ruidosamente y revuelve la tierra de impaciencia. Por supuesto, el pájaro se aleja volando. Pero si el cazador pasea al lado del pájaro azul con una actitud indiferente, tiene muchas posibilidades de agarrarlo por la cola.
Podemos destacar tres formas de deseo. La primera forma es aquélla en que un deseo fuerte se convierte en una intención firme de tener y actuar. Entonces el deseo se cumple. Con eso el potencial excesivo se dispersa; pues la energía del deseo se emplea en la acción. La segunda forma es un deseo inactivo fatigoso, que representa un mero potencial excesivo. Está suspendido en el campo energético y, en el mejor de los casos gasta en vano la energía; en el peor, atrae cualquier desgracia.
La más pérfida es la tercera forma, que se presenta cuando un deseo fuerte se convierte en dependencia del objeto de deseo. La importancia elevada crea automáticamente una relación de dependencia que da lugar a un fuerte potencial excesivo, que a su vez provoca la reacción de las fuerzas equiponderantes suficiente para extinguir este potencial. En estos casos suelen formarse objetivos de este tipo: «Si puedo lograr esto, mi situación mejorará mucho», «Si no lo logro, mi vida perderá todo sentido», «Si hago esto, me demostraré cuánto valgo, a mí mismo y a los demás», «Si no lo hago, no valgo un comino», «Si obtuviera esto, sería genial», «Si no lo obtuviera, estaría muy mal». Y así en distintas variantes.
Una vez que dependes del objeto deseado, te incorporas a un torbellino tan torrencial que luchar por lo deseado será simplemente superior a tus fuerzas. Al fin no lograrás nada y renunciarás a tu deseo. El equilibrio queda establecido y a las fuerzas equiponderantes no les importa en absoluto que hayas sido la víctima. Y todo ha sucedido por tu fuerte necesidad de cumplir tu deseo. «Colocaste» el deseo en un platillo de la balanza, lo demás en el otro.
Sólo la primera forma está destinada a cumplirse: cuando el deseo se convierte en una intención pura, libre de potenciales excesivos. Estamos acostumbrados a que haya que pagar por todo en este mundo; nada se nos da gratis. En realidad, sólo estamos expiando por los potenciales excesivos que nosotros mismos creamos. En el espacio de las variantes todo es gratis. Ya que nos expresamos en estos términos, deshacernos de la importancia y las relaciones de dependencia se puede considerar una forma de pago por el cumplimiento de nuestros deseos. Para pasar a la línea de la vida donde lo deseado se convierte en realidad, bastará con la energía de la intención pura. De la intención hablaremos más tarde. Ahora sólo mencionemos que la intención pura es la unión entre el deseo y la actitud, donde no hay lugar para la importancia. Por ejemplo, es pura la libre intención de ir al kiosco para comprar un periódico.
Cuanto más alto valoremos un evento, más probable es que fracase. Si concedes demasiada importancia a lo que tienes y lo aprecias mucho, lo más probable es que las fuerzas equiponderantes te lo quiten. Si lo que quieres conseguir es también demasiado importante para ti, no te hagas ilusiones de conseguirlo.
Es imprescindible que bajes el listón del significado, de la importancia.
Por ejemplo, estás loco por tu coche nuevo: lo mantienes siempre limpio, lo cuidas mucho, temes hacerle el más ínfimo raspón, en otras palabras, lo cuidas con mucha ternura y lo adoras. Como resultado surge el potencial excesivo. Pues fuiste tú quien le atribuyó tanta importancia. Pero en el campo energético, en realidad, su importancia equivale a cero. Desgraciadamente, pronto las fuerzas equiponderantes encontrarán algún imbécil que «abollará» tu coche. O tú mismo, por ser demasiado cuidadoso, te sales de la curva. Basta con dejar de adorar el coche y empezar a tratarlo de modo habitual para que se disminuya cualquier peligro. Tratar con normalidad no significa descuidar. Puedes cuidar impecablemente tu coche, sin hacer de él un ídolo.
El fuerte deseo de tener presenta otro aspecto. Existe una opinión: si tienes muchas ganas de tener algo, lo puedes conseguir. Te puede parecer que un deseo fuerte te arrastrará supuestamente a aquella línea de la vida donde éste se cumple. Pero no es así. Si el deseo se ha convertido para ti en una dependencia, en una especie de psicosis, en un anhelo histérico de conseguir lo tuyo como sea, significa que en tu interior no confías en que éste se cumpla, por lo que tu emisión se trasmite con «fuertes interferencias». Al no tener fe en la realización de tu deseo, intentas con todas tus fuerzas convencerte de lo contrario, aumentando de ese modo aún más el potencial. Hay peligro de que así malgastes toda tu existencia en «la tarea de tu vida».
Lo único que puedes hacer, en este caso, es bajar la importancia que tenga para ti el objetivo. Tienes que ir a por él como al kiosco a por un periódico.
El fuerte deseo de evitar algo es una lógica continuación de tu descontento con el mundo y contigo mismo. Cuanto más fuerte es la necesidad, más potente es el potencial excesivo. Cuanto más rechazas algo, más probable será el enfrentamiento. A las fuerzas equiponderantes les trae sin cuidado cómo se consiga el equilibrio. Y se puede lograr el equilibrio de dos modos: ya desviándote del enfrentamiento, ya encarándote con lo que quieres evitar. Es mejor que renuncies conscientemente al rechazo para no crear el potencial. Pero eso aún no lo es todo. Cuando piensas en lo que no quieres tener, emites energía en la frecuencia de aquella línea en la que sucederá eso. Siempre obtienes lo que menos quieres.
Y sucede literalmente lo siguiente. Un hombre está en la solemne recepción de una embajada; el ambiente es muy decente, cortés, equilibrado. De repente el hombre empieza a agitar salvajemente las manos, a patear y chillar desesperadamente que él no quiere que le lleven de allí en ese momento. Naturalmente, aparecen los agentes de seguridad y cogen del brazo al buen hombre; él se resiste y vocifera, pero enseguida le ponen en la puerta de la calle.
Es una imagen demasiado exagerada para ser realidad, pero en el nivel energético todo pasa con la misma intensidad.
Veamos otro ejemplo. Supongamos que el bullicio de los vecinos te despierta por la noche. Quieres dormir, ya que mañana tienes que trabajar, pero la fiesta de al lado está en su apogeo. Cuanto más quieras que se callen la boca, más probabilidades hay de que la velada se prolongue. Cuanto más te enfades, más frenética se pondrá la celebración. Y si los odias en grado suficiente, es seguro que ese tipo de noches se repetirá cada vez con más frecuencia. Para solucionar este problema puedes aplicar el método de hundimiento o extinción del péndulo. El hundimiento, en este caso, consistirá en tratar la situación con ironía. También puedes ignorarlo por completo, sin mostrar ninguna emoción o interés. Entonces el péndulo se hundirá y no surgirá el potencial. Que te mantenga tranquilo la seguridad de que puedes elegir y sabes hacerlo. Pronto tus vecinos se calmarán. Así funciona esto; puedes comprobarlo.
Ahora, puedes analizar por tu cuenta dónde te has excedido en la importancia y qué problemas has obtenido como resultado. Si tus asuntos andan del todo mal, manda la importancia a freír espárragos, quítate de encima las relaciones de dependencia y emite obstinadamente la energía positiva. Cuanto peor estés ahora, mejor. De esta manera puedes valorar la situación si consideras que has sufrido una gran derrota. ¡Alégrate! En este caso las fuerzas equiponderantes están de tu lado, pues su objetivo es compensar lo malo con lo bueno. Las cosas no pueden ir siempre mal, al igual que tampoco pueden siempre ir bien. Nadie es capaz de volar toda la vida sobre la ola de la suerte. En el plano energético, tus intentos conscientes por cambiar la situación deshaciéndote de la importancia tendrán aproximadamente siguiente aspecto. Te atacaron e injuriaron, te quitaron todo, te pegaron, y luego te obligaron a aceptar un saco de dinero. Cuanto más daño has sufrido, más dinero encontrarás en el saco.
Sentimiento de culpa
El sentimiento de culpa es un potencial excesivo en su aspecto puro. El hecho es que en la naturaleza no existen conceptos tales como bien y mal. Para las fuerzas equiponderantes, los actos buenos y los malos son equivalentes. El equilibrio se establece en cualquier caso cuando surge un potencial excesivo. Has actuado mal, te das cuenta de ello, sientes la culpa (hay que castigarme): creas el potencial. Has actuado bien, te das cuenta, sientes orgullo por ti (hay que premiarme): has creado también el potencial.
Las fuerzas equiponderantes no tienen idea alguna de por qué hay que castigar o premiar. Lo único que hacen es eliminar las heterogeneidades creadas en el campo energético.
Por el sentimiento de culpa se paga, en una u otra forma, con el castigo. Pero si el sentimiento no existe, puede que el castigo no proceda. Por desgracia, un acto bueno también trae consigo un castigo y no un premio, ya que las fuerzas equiponderantes han de eliminar el potencial excesivo de orgullo que surja en este caso y el premio sólo le intensifica.
El sentimiento de culpabilidad inducido, es decir, cuando alguna gente «buena» intenta hacerte sentir culpable, crea potencial al cuadrado, porque al hombre ya le acusa la propia conciencia, y por añadidura los buenos le acometen con su furor. Y por fin, la culpabilidad infundada relacionada con la innata propensión a «ser responsable de todo», crea el potencial máximo. En este caso no hay que sentir remordimientos de conciencia en absoluto: la causa es inventada, simplemente. El complejo de culpabilidad puede estropear considerablemente la vida, pues el hombre siempre está expuesto a la acción de las fuerzas equiponderantes, es decir, a castigos de todo tipo por culpas imaginarias.
Ésta es la razón de este dicho: «La insolencia es la segunda felicidad».[12] Como regla general, las fuerzas equiponderantes no afectan a quienes no sienten remordimientos de conciencia. Aún así, todos querríamos que Dios castigase a los canallas. Podría pensarse que la justicia debe triunfar y el mal, ser castigado. Sin embargo, la naturaleza no conoce la sensación de justicia por muy lamentable que sea. Al contrario, a las personas honradas con un innato sentimiento de culpa se les lanzan continuamente nuevas desdichas, y a los malvados desvergonzados y cínicos frecuentemente les acompaña no sólo la impunidad, sino también el éxito.
El sentimiento de culpa siempre crea el guion de castigo, sin que seas consciente de ello. Según este guion tu subconsciente te hará pagar: en el mejor de los casos te harás una cortadura, o recibirás golpes leves, o tendrás problemas. En peor, puedes sufrir un accidente con graves consecuencias. Es lo que hace el sentimiento de culpa. Sólo encierra destrucción, nada de útil ni creativo. No tienes que atormentarte con remordimientos de conciencia, eso no te ayudará a resolver tus problemas. Es mejor que actúes de manera que luego no debas sentirte culpable. Y si te sientes culpable por tus actos, sufrir en vano tampoco tiene sentido, ya que eso a nadie hará feliz.
Los mandamientos bíblicos no son las reglas morales en el sentido de que debes portarte bien, sino recomendaciones de cómo hay que proceder para no alterar el equilibrio. Somos nosotros, con nuestra rudimentaria manera de pensar, quienes interpretamos los mandamientos como que mamá nos ordenó no hacer travesuras si no queremos que nos ponga en el rincón. Al contrario, nadie se propone castigar a los traviesos. Al romper el equilibrio las personas crean sus propios problemas. Y los mandamientos sólo les advierten de ello.
Como habíamos dicho, el sentimiento de culpa sirve de hilo por el que los péndulos, sobre todo los manipuladores, tiran de ti. Los manipuladores son personas que actúan según la fórmula: «Debes hacer lo que yo te diga, porque eres culpable» o «Soy mejor que tú, porque no tienes razón». Ellos intentan imponer a su «tutelado» un sentimiento de culpa, para así conseguir poder sobre él o para confirmar su propio valor. Los manipuladores son personas aparentemente «buenas», quienes hace tiempo tienen determinado lo que es bueno y lo que es malo. Como siempre dicen palabras correctas, siempre llevan la razón. También sus actos son todos impecables.
Sin embargo, he de mencionar que no todas las personas buenas son propensas a manipular. Y los manipuladores, ¿de dónde sacan la necesidad de aleccionar y dirigir? Su necesidad está condicionada por las dudas y la inseguridad que los atormentan constantemente en su interior. Con mucha habilidad, ocultan esa lucha interior tanto a sus allegados como a sí mismos. La ausencia de esa fuerza interior que poseen las personas verdaderamente buenas empuja a los manipuladores a autoafirmarse a costa de otro. La necesidad de aleccionar y dirigir surge como consecuencia del deseo de reforzar sus posiciones rebajando al tutelado. Nacen relaciones de dependencia. Sería maravilloso si las fuerzas equiponderantes dieran su merecido a los manipuladores. Sin embargo, el potencial excesivo surge sólo donde existe la tensión y no hay movimientos de energía. En este caso, pues, el tutelado da su energía al manipulador, el potencial no surge y el manipulador actúa impunemente.
En cuanto alguien está dispuesto a aceptar el sentimiento de culpa y se lo manifiesta al mundo, enseguida se le adhieren los manipuladores y empiezan a chuparle energía. Para no caer bajo la influencia de los manipuladores, lo único que necesitas es renunciar al sentimiento de culpa. No estás obligado a justificarte ante nadie y no debes nada a nadie. Si en verdad tienes la culpa puedes llevarte el castigo, pero nunca seguir siendo el culpable. Y a tu prójimo ¿le debes algo? Tampoco. Pues te preocupas por ellos por convicción y no por coacción, ¿verdad? Son dos cosas totalmente diferentes. Renuncia a tu propensión a justificarte, si la tienes. En tal caso los manipuladores comprenderán que no tienes nada por donde se te pueda enganchar y te dejarán en paz.
De hecho, la principal causa del complejo de inferioridad es el sentimiento de culpa. Si te sientes inferior en algo, significa que esta insuficiencia la has creado al compararte con los demás. Se inicia el proceso de primera instancia donde tú mismo intervienes como tu propio juez.
No obstante, eres el juez sólo en apariencia. En realidad ocurre algo distinto. Desde el principio estás predispuesto asumir la culpa, no importa por qué. Simplemente, en principio aceptas ser culpable. Y si es así, aceptas que puedas ser acusado y llevar el castigo. Al compararte con los demás les otorgas el derecho de ser superiores a ti. ¡Ten en cuenta que tú mismo les diste este derecho, les has permitido suponer que son mejores que tú! Lo más probable es que ellos no lo piensen, pero tú mismo lo has decidido así e intervienes como tu propio juez en nombre de los demás. Resulta que ellos te juzgan, porque tú mismo te entregaste a los tribunales.
Recupera el derecho de ser tú mismo y levántate del banquillo de los acusados. Nadie se atreverá a juzgarte, si tú mismo no te consideras culpable. Sólo tú por propia voluntad puedes dar a los demás el privilegio de ser tus jueces. Puede que todo lo que digo parezca una demagogia huera, puesto que si uno tiene algún defecto real, siempre habrá gente que lo notará. Exactamente, los habrá. Pero sólo en el caso de que perciban tu predisposición a cargar con la culpa de tus imperfecciones. Si admites que eres peor que los demás, aunque sea por un instante, la gente lo sentirá seguro. Por el contrario, si estás libre del sentimiento de culpa, a nadie se le ocurrirá autoafirmarse a costa tuya. Aquí podemos observar un efecto muy sutil que produce el potencial excesivo sobre el ambiente energético circundante. Viéndolo todo desde el punto de vista del sentido común, resulta difícil de creer en su totalidad. Y yo no puedo demostrar nada usando sólo palabras. Si no lo crees, ¡compruébalo!
Existen otros dos aspectos interesantes del sentimiento de culpa: el poder y la valentía. Las personas con sentimiento de culpa siempre se someten a la voluntad de aquellos que carecen de él. Si potencialmente estoy dispuesto a aceptar el hecho de ser culpable siquiera de algo, subconscientemente estoy dispuesto a llevar un castigo, lo cual significa que estoy listo para la sumisión. Y si no tengo sentimiento de culpa, pero sí la necesidad de confirmar mi propio valor a costa de otros, estoy dispuesto a ser manipulador. Con todo eso no quiero decir, en absoluto, que todo el mundo se divida en manipuladores y marionetas. Sólo te sugiero que prestes atención a la regularidad, simplemente. En los señores y gobernadores, el sentimiento de culpa está desarrollado en un grado menor o no existe en absoluto. La culpa es ajena a los cínicos y otra gente deshonesta. Pasar sobre las cabezas o los cadáveres es su método. No es de extrañar que, con frecuencia, lleguen al poder personas sin escrúpulos. Pero eso tampoco significa, en absoluto, que el poder sea malo y todos individuos que estén en el poder sean malos. Puede que tu suerte también consista en ser favorito de un péndulo. Cada uno decide por sí mismo cómo sopesar su conciencia; aquí nadie tiene derecho de indicártelo. Pero en cualquier caso hay que renunciar al sentimiento de culpa.
El otro aspecto —la valentía— es un indicio claro de ausencia del sentimiento de culpa. La naturaleza del miedo está en el subconsciente, y su causa no es sólo la incertidumbre espantada, también es el miedo al castigo. Si soy «culpable», potencialmente estoy de acuerdo en llevar el castigo, y por eso tengo miedo. Los individuos audaces, además de no sufrir remordimientos de conciencia, tampoco tienen ni el más mínimo sentimiento de culpa. No tienen nada que temer, puesto que su juez interior confirma que la razón está con ellos. A una víctima miedosa, al contrario, le es muy propia otra postura: no estoy seguro de actuar bien, me pueden acusar, cualquiera puede castigarme. El sentimiento de culpa, aunque sea muy pequeño y esté bien escondido, abre al castigo las puertas del inconsciente. Si yo siento culpa, quiere decir que potencialmente estoy de acuerdo en que un saqueador o delincuente tenga derecho de atacarme, y por eso yo tengo miedo.
La gente inventó un método muy curioso para dispersar el potencial excesivo de la culpa: pedir perdón. Y eso funciona de verdad. Si uno lleva dentro el sentimiento de culpa, significa que está reteniendo la energía negativa, y eso aumenta el potencial excesivo. Al pedir perdón la persona se desprende del potencial y permite que la energía se disipe. Rogar del perdón, reconocer los propios errores, hacer penitencias por los pecados, confesarse, todos son métodos para liberar el potencial de la culpa. Al expedirse la indulgencia, de uno u otro modo, el hombre se libera de la acusación creada por él mismo y se siente mejor. Sólo es necesario cuidar que el arrepentimiento no se convierta en dependencia de los manipuladores. Pues es exactamente lo que ellos esperan. Al pedir perdón reconoces tu error a fin de quitarte el potencial de encima. Los manipuladores intentarán recordarte este error más de una vez, incitándote a conservar el sentimiento de culpa. No te dejes provocar, tienes derecho de pedir perdón por un error sólo una vez, la única y la última. Renunciar al sentimiento de culpa es el modo más eficaz de sobrevivir en un ambiente agresivo: en la prisión, en una banda, en la mili, en la calle. Por algo en el mundo criminal funciona una regla tácita: «No creas a nadie, no temas nada, no pidas nada a nadie». Esa regla exhorta a no crear potenciales excesivos. En el sentimiento de culpa se basan los potenciales que pueden hacerte un mal servicio en un ambiente agresivo. Puedes cuidar tu seguridad demostrando tu fuerza. En un mundo en el cual sólo sobrevive el más fuerte, eso funciona. Pero es un método demasiado general para poder aplicarlo a cualquier asunto. Más eficaz resulta el método por el cual excluyes del subconsciente cualquier probabilidad de castigo potencial. Como ilustración podemos ver el siguiente ejemplo. En la ex Unión Soviética, a los presos políticos se los encarcelaba intencionalmente junto con los delincuentes, a fin de doblegar su voluntad. Pero resultaba así que muchos presos políticos, siendo personas extraordinarias, no sólo no se convertían en víctimas de humillación, sino que ganaban prestigio entre los delincuentes. El caso es que la independencia personal y la dignidad siempre se aprecian más que la fuerza. Muchos tienen fuerza física, pero una personalidad fuerte es un fenómeno poco común. La llave de la dignidad propia está en la ausencia de cualquier sentimiento de culpa. La auténtica fuerza personal no consiste en la capacidad de agarrar a alguien por el cuello, sino en el grado en que el individuo puede permitirse a sí mismo permanecer libre del sentimiento de culpa.
El célebre escritor ruso Antón Pavlovich Chejov decía: «Gota a gota exprimo de mí al esclavo». Esa frase destaca el propósito de librarse del sentimiento de culpa. Librarse significa luchar. Sin embargo, en el Transurfing no hay lugar para la lucha ni para una actitud de fuerza contra uno mismo. Se prefiere otra cosa: renunciar, es decir, elegir. No tienes necesidad de exprimir de ti el sentimiento de culpa. Bastará con que te permitas vivir según tu propio credo. Nadie tiene derecho a juzgarte. Tienes derecho a ser tú mismo. Si te permites a ti ser tú mismo, la necesidad de justificarse pierde vigencia, y el miedo al castigo se esfumará. Es entonces cuando pasará algo verdaderamente asombroso: nadie se atreverá a ofenderte. Dondequiera estés: en la prisión, en la mili, en una banda, en el trabajo, en la calle, en un bar, en cualquier sitio, nunca más te encontrarás en una situación donde alguien te amenace con la violencia. De vez en cuando los demás se expondrán a la violencia de una u otra forma, pero tú no, pues habrás expulsado de tu subconsciente el sentimiento de culpa, lo que significa que estás en las líneas de la vida en las cuales no existe el guion de castigo. Así es.
Dinero
Es difícil querer el dinero sin un propósito por el que poseerlo, por lo que aquí es prácticamente imposible evitar las relaciones de dependencia. Sólo puedes reducirlas al mínimo. Si recibes algo de dinero, alégrate. Pero en ningún caso debes consumirte de pena por su escasez o pérdida; si lo haces, tendrás cada vez menos. Si uno gana poco, un error típico será lamentarse por la constante falta de dinero. Los parámetros de tal emisión corresponden a las líneas de la vida pobres.
Sobre todo es peligroso someterse a la angustia al ver que el dinero escasea cada vez más. El miedo es la emoción más cargada de energía; por lo tanto, con el temor de perder o no ganar dinero te trasladas, del modo más eficaz, a las líneas donde en realidad habrá menos y menos dinero para ti. Si has caído en esta trampa, salir de ahí será bastante difícil, pero posible. Para eso tienes que eliminar la causa del potencial excesivo que has creado.
Y en este caso la causa es tu dependencia del dinero o tu enorme deseo de tenerlo.
Para empezar, resígnate y conténtate con lo que ya tienes. Recuerda que siempre puede ser peor. No tienes que renunciar al deseo de tener dinero. Sólo debes tomar con tranquilidad el hecho de que, de momento, el dinero no fluya en abundancia hacia ti. Asume la postura del jugador que en cualquier momento puede enriquecerse o perderlo todo.
Muchos péndulos utilizan el dinero como medio universal para ajustar cuentas con sus partidarios. Es precisamente esta actitud de los péndulos lo que condujo al fetichismo total del dinero. Con dinero uno se asegura la subsistencia en el mundo material. Prácticamente todo se vende y todo se compra. Todos los péndulos, cualquiera que sea el que elijas, pagan con dinero. Y es aquí donde se oculta el peligro. Al picar el anzuelo de un falso brillo puedes desviarte a líneas de la vida muy alejadas de tu felicidad.
En la búsqueda de sus fines, los péndulos crearon el mito de que, para conseguir el objetivo, es necesario tener recursos. De esta manera el objetivo de cada persona en particular queda reemplazado por un sucedáneo artificial: el dinero. Como se puede conseguir de diferentes péndulos, uno no piensa en el objetivo en sí, sino en el dinero, y así cae bajo influencia del péndulo extraño. Uno deja de comprender qué es lo que realmente quiere lograr en la vida y se incorpora a una inútil carrera por dinero.
Para los péndulos tal estado de cosas resulta ventajoso; el individuo, en cambio, cae en la dependencia y se desvía del camino. Al trabajar para el péndulo extraño, uno no puede ganar mucho dinero, puesto que trabaja para un objetivo que le es ajeno. En esa situación se encuentran muchas personas. Tal es el origen del mito de que la riqueza es un privilegio de la minoría. En realidad cualquiera puede ser rico, si va rumbo a su objetivo.
El dinero no es el objetivo, ni siquiera un medio para conseguirlo; únicamente es un atributo acompañante. El objetivo es aquello que uno quiere conseguir en la vida. Aquí tienes ejemplos de algunos objetivos. Vivir en casa propia y cultivar rosas. Viajar por el mundo y conocer países lejanos. Pescar truchas en Alaska. Esquiar en los Alpes. Criar caballos en una granja propia. Disfrutar de la vida en la propia isla en el océano. Ser estrella del espectáculo. Pintar cuadros.
Está claro que para alcanzar algunos objetivos es necesario poseer un saco de dinero. Así es, precisamente, como actúa la mayoría: intenta conseguir este saco. Se piensa sólo en el dinero, relegando el objetivo mismo en segundo plano. Según las reglas del Transurfing, intentan pasar a las líneas de la vida donde les espera el saco. Pero mientras se trabaja para el péndulo extraño es muy difícil obtener el saco, por no decir casi imposible. Así resulta que no hay ni dinero ni objetivo conseguido.
No puede ser de otra manera, pues en vez de objetivo, la emisión de la energía mental está sintonizada con la frecuencia de un sucedáneo artificial.
Si crees que sólo podrás conseguir tu meta siendo rico, manda esta condición al cuerno. Supongamos que quieres viajar por el mundo. Es evidente que para eso se necesita mucho dinero. Para alcanzar lo deseado piensa en tu objetivo y no con qué medios lo realizarás. El dinero vendrá solo puesto que es un atributo acompañante. Todo es tan fácil… Suena increíble, ¿verdad? Pero es realmente así, y pronto te persuadirás de ello. Los péndulos, en la búsqueda del propio beneficio, han dado vuelta a todo. No es el objetivo que se consigue con la ayuda de dinero, sino el dinero el que viene por el camino hacia el objetivo.
Ahora sabes hasta qué grado es potente la influencia de los péndulos. Esa influencia ha dado lugar a muchos mitos y errores. Incluso mientras lees estas líneas puedes opinar lo contrario, pensar que, obviamente, primero uno debe llegar a ser un gran empresario, banquero o una estrella del cine, y sólo entonces llega ser millonario. Es cierto, con una salvedad: en millonarios se convirtieron sólo aquellos que no pensaban en la riqueza, sino en su objetivo. En cuanto a la mayoría de la gente, hace lo contrario: ya sirviendo a un objetivo que le es ajeno y no le conviene, ya reemplazando su objetivo por un sucedáneo artificial, ya renunciando por completo a su objetivo por la irrealizable condición de comenzar por ser rico.
En realidad no existe ningún límite para la riqueza. Puedes desear absolutamente todo lo que te plazca. Si es verdaderamente tuyo, lo tendrás. En cambio, si el objetivo es impuesto por el péndulo, no conseguirás nada. Más adelante hablaremos más detalladamente sobre los objetivos.[13] Aquí me adelanto, pues de otro modo no resulta, porque sobre el dinero, en general, no hay nada que decir. De nuevo vuelvo a repetir que el dinero no es más que un atributo acompañante por el camino hacia el objetivo. Por tanto no te preocupes por él, que vendrá solo. Lo importante ahora es disminuir al mínimo la importancia del capital monetario para no crear potenciales excesivos. No pienses en el dinero: piensa sólo en lo que quieres obtener.
Al mismo tiempo, el dinero se debe tratar con mucha atención y cuidado. Si ves una monedilla en el suelo y te da pereza agacharte para recogerla, significa que no lo respetas en absoluto. Difícilmente el péndulo del dinero te favorecerá si tratas con negligencia sus atributos.
No tienes que preocuparte a la hora de gastar. De esta manera el dinero cumple su misión. Si has tomado la decisión de gastarlo, no lo lamentes. El propósito de ahorrar una suma redonda y gastar lo menos posible crea un potencial fuerte: el dinero se acumula en un lugar y no va a ninguna parte. Pues bien, así hay una gran probabilidad de perderlo todo. Al mismo tiempo es necesario ser prudente al gastar el dinero para que haya movimiento. Allí donde el dinero no se mueve surge el potencial. Por algo los ricos practican la beneficencia. De esta manera disminuyen el potencial de su riqueza acumulada.
Perfección
Finalmente vamos a ver el caso más ambiguo y paradójico de la alteración de equilibrio. Todo empieza por algo insignificante, pero puede acabar con consecuencias muy graves. Como norma general, desde la infancia nos enseñan que hagamos todo con cuidado, a conciencia; nos inculcan el sentido de la responsabilidad y algunas nociones del bien y del mal. Sin duda alguna así debe ser, pues si no, el ejército de perdularios y mediocres sería enorme. Pero a los más celosos partidarios de los péndulos esas nociones se les graban tanto en el alma que acaban por convertirse en parte de su personalidad.
El propósito de llegar a la perfección en todo se trasforma en algunos en una obsesión. La vida de esas personas es una lucha continua. Adivina ¿contra qué? Por supuesto, contra las fuerzas equiponderantes. El tener por objetivo la perfección en todo y dondequiera crea complicaciones a nivel energético, puesto que las valoraciones de esas personas se desplazan inevitablemente y, en consecuencia, surge el potencial excesivo.
La intención de hacerlo todo bien no tiene nada de malo. Pero si a eso se le atribuye mucha importancia, las fuerzas equiponderantes no se hacen esperar. Simplemente echarán a perder todo. Además surge la relación inversa y la persona entra en un bucle: quiere conseguir más perfección, y todo le resulta al revés, desesperadamente intenta remediar la situación y todo le sale peor aún. Al final su propensión a la perfección se convierte en una costumbre y hasta puede pasar a ser una manía. La existencia de esa persona se convierte en una lucha constante y automáticamente envenena la vida de sus allegados, pues el perfeccionista es exigente no sólo consigo mismo, sino también con los demás. Eso se manifiesta en su intolerancia hacia las costumbres y gustos de los demás, lo que frecuentemente da motivos para pequeños conflictos que pueden tornarse grandes.
Desde fuera se ve bien lo absurdos que son los intentos del perfeccionista por conseguir la perfección en todo y, al mismo tiempo, tiranizar a sus cercanos. En cambio, a él no le parece así y se identifica tanto con su papel que empieza a creerse una persona irreprochable e infalible. Y lo manifiesta, en cierto modo, al mundo: «Si aspiro a convertirme en un ejemplo, entonces yo mismo soy un ejemplo».
Lo cual el perfeccionista no se confiesa ni a sí mismo, pues sabe que su sentido de la propia superioridad no encaja dentro de los límites de la idea que generalmente se tiene de sobre la perfección. Pero en su subconsciente, el «sentido de tener razón en todo» está bien arraigado.
Precisamente aquí le acecha la tentación de presentarse a la humanidad como juez supremo, el que decide qué es lo que tienen que hacer y cómo deben obrar las otras almas descarriadas. Como es de esperar, el perfeccionista cae con mucha facilidad en esa tentación. Puesto que se justifica con la convicción de tener razón, y el virtuoso deseo de poner a todos en el camino de la verdad le motiva a avanzar.
Desde ese momento, el «Hacedor de destinos», revestido con su toga de juez, se arroga el derecho de juzgar y sentenciar a los demás. En realidad tal pleito, por supuesto, no pasa más allá de acusaciones y sermones cotidianos. Pero en el plano energético surge un potencial excesivo poderosísimo. «El juez» asume la misión de decidir cómo deben portarse esas insensatas e innecesarias criaturas, qué deben pensar, qué apreciar, en qué creer, a qué aspirar. Y si a algún alfeñique se le ocurre tener su propia opinión sobre el asunto, habrá que ponerlo en su lugar; si se obstina, hay que juzgarlo, sentenciarlo y etiquetarlo como desleal, para que todos sepan quién es.
Estoy seguro de que tu retrato, querido lector, está muy lejos de lo descrito aquí. El presente libro no puede caer en manos de un cretino convencido de tener siempre razón. Él ya tiene claro cómo han de vivir todos; en cuanto a eso no le atormentan las dudas. Pero si encuentras a un ejemplar de ésos, míralo con mucho interés. Es un ejemplo que representa la más grave violación de la ley del equilibrio. En este mundo todos somos huéspedes, cualquiera es libre de elegir su camino, pero nadie tiene derecho de juzgar a los demás, sentenciarlos ni etiquetarlos (dejemos de lado el derecho criminal).
Así es, parece que todo empieza desde el inofensivo propósito de perfeccionarse y termina en las pretensiones de tener privilegios de dueño. Por ende, la resistencia de las fuerzas equiponderantes, que antes se manifestaba como pequeños disgustos, crecerá también. Si el infractor está bajo el auspicio del péndulo, hasta cierto punto puede salir bien librado. Pero al fin llegará el momento de saldar cuentas. Cuando al huésped se le olvida que sólo es un huésped y empieza a optar por el papel de dueño, le pueden echar fuera.
Importancia
Por último analicemos el tipo más común de potencial excesivo: la importancia. Surge donde se atribuye demasiada importancia a algo. La importancia representa el potencial excesivo en su aspecto puro.
Al eliminar el potencial, las fuerzas equiponderantes provocan problemas a la persona que creó ese potencial.
Existen dos tipos de importancia: interior y exterior. La interior, o propia, se manifiesta como sobrevaloración de las propias cualidades o defectos. Su fórmula suena así: «Yo soy una persona importante» o «Yo hago un trabajo importante». Cuando la aguja de su importancia rebasa los límites, las fuerzas equiponderantes ponen manos a la obra y el «pez gordo» recibe un papirote. Al que «realiza el trabajo importante» también le espera una desilusión: nadie necesitará su trabajo o estará muy mal hecho. Pero chulear y lustrarse uñas en la solapa es sólo una cara de la moneda. También existe otra cara que consiste en rebajar las propias cualidades y autohumillarse.
A qué lleva todo eso, ya lo sabes. Como comprenderás, el valor del potencial excesivo en ambos casos es el mismo; la diferencia sólo está en la orientación: positiva o negativa.
La importancia exterior también puede crearla artificialmente una persona, si atribuye demasiada significación a un objeto o a un suceso del mundo circundante. Su fórmula es: «Esto tiene mucha importancia para mí» o «Para mí es muy importante hacer esto». El potencial excesivo que surge en este caso echa a perder todo el asunto. Aunque puedas frenar de alguna manera la sensación de importancia interior, lo tendrás más difícil con la exterior. Imagínate que tienes que pasar sobre un tronco tumbado en el suelo. No hay nada más fácil. Y ahora tienes que pasar por encima del mismo tronco arrojado entre los techos de dos casas muy altas. Para ti es muy importante pasar sin caer y no podrás convencerte de lo contrario. El único método para eliminar la importancia exterior será resguardarse con algún mecanismo de seguridad, lo que es propio de cada caso. Lo importante aquí es no poner todo en un solo platillo de la balanza. Ha de tener algún contrapeso, una defensa, una salida de emergencia.
No tengo más que decir sobre este tema. En realidad sobre la importancia ya hemos hablado más arriba. ¿Te das cuenta? Todo lo que hemos tratado a lo largo de este capítulo son variaciones sobre el tema de la importancia: la interior y la exterior. Todos los sentimientos y reacciones que no son equiponderantes —indignación, descontento, irritación, inquietud, alteración, agobio, angustia, desesperación, miedo, lástima, afecto, admiración, enternecimiento, idealización, arrebatamiento, desilusión, orgullo, arrogancia, desprecio, aversión, ofensa, etcétera— no son nada más que manifestaciones de la importancia en una u otra forma. El potencial excesivo surge sólo si atribuyes demasiada relevancia a la cualidad, al objeto o al asunto en tu interior o en el mundo exterior.
La importancia causa el potencial excesivo que produce el viento de las fuerzas equiponderantes.
Éstas, a su vez, provocan la aparición de muchos problemas y la vida se convierte en una constante lucha por la existencia. Ahora puedes juzgar tú mismo hasta qué grado te complica la vida la importancia interior y exterior.
Pero eso no es todo. Acuérdate de los hilos de las marionetas. Los péndulos se enganchan a tus sentimientos y tus reacciones: miedo, inquietud, odio, amor, admiración, la conciencia del deber, culpa y otros. Como comprenderás, todo eso es consecuencia de la importancia. Y pasa literalmente lo siguiente. Supongamos que frente a ti tienes un objeto cualquiera. A nivel energético es neutral: ni es bueno ni malo. Te acercas a él, lo envuelves en un envase de importancia, te haces a un lado, lo miras y quedas pasmado. Ahora estás listo para dar energía al péndulo, que ya tiene por dónde engancharte. El borriquito se arrastrará obedientemente detrás de la zanahoria. En este caso la importancia representa esa misma zanahoria, con ayuda de la cual el péndulo puede apoderarse de la frecuencia de tu emisión, sacarte la energía y llevarte adonde le plazca.
De esta manera, para entrar en equilibrio con el mundo circundante y liberarse de los péndulos es imprescindible reducir la importancia. Tienes que vigilar siempre en qué grado de relevancia te percibes a ti mismo y al mundo que te rodea. Tu Celador interior nunca debe dormir. Al reducir la importancia, enseguida entras en estado de equilibrio, y los péndulos no podrán establecer su control sobre ti, pues no hay por dónde enganchar el vacío. Puedes replicar en contra: a ese ritmo no tardaré mucho en convertirme en una estatua. No propongo a nadie que renuncie por completo a las emociones o disminuya su intensidad. Luchar contra emociones, en general, es inútil e innecesario. Si intentas sostenerte y en tu exterior conservas la calma, mientras en el interior todo te está «echando chispas», el potencial excesivo aumentará más aún. Es la actitud la que engendra las emociones; por tanto hay que cambiar la actitud. Los sentimientos y emociones sólo son consecuencias. Y su causa es una sola: la importancia.
Supongamos que en el círculo de mis conocidos ha nacido un niño, ha muerto alguien, hay una boda u otro acontecimiento importante. ¿Es importante para mí? No. ¿Me es indiferente? Tampoco. ¿Captas la diferencia? Lo que pasa es que no lo convierto en un problema, no me atormento ni atormento al prójimo por ese motivo. Bueno, y ¿qué hay de la compasión? Creo que no me equivocaré al decir que la compasión y la ayuda a los realmente necesitados todavía no ha hecho daño a nadie. Pero aquí también es imprescindible vigilar la importancia. Especifiqué intencionadamente que sólo se debe ayudar a los que realmente lo necesitan. ¿Y si uno quiere sufrir? Entonces le gusta tanto sufrir que tu compasión para él es un método para autoafirmarse a costa tuya.
O, por ejemplo, si ves un mendigo inválido y le das limosna; después sonríe maliciosamente a tus espaldas, pues en realidad no es ningún inválido, sino un mendigo profesional.
En el mundo de los animales y las plantas, así como en la naturaleza en general, no existe la importancia como tal noción. Se guían por la conveniencia a la hora de cumplir las leyes del equilibrio. La sensación de la propia importancia puede manifestarse sólo en los animales domésticos, que viven junto al hombre. Sí, la sociedad ejerce alguna influencia sobre ellos también. La conducta de los otros animales se guía sólo por el instinto. La importancia es un invento de los seres humanos para gozo de los péndulos. Una desviación fuerte hacia la importancia exterior crea fanáticos. Y la desviación hacia la importancia interior, ¿qué crees que puede crear? Tiranuelos.
Puede parecer que tal correlación le llenará a uno de miedo. Por suerte, no está todo tan mal. Las fuerzas equiponderantes empiezan a actuar sobre ti sólo si te atas demasiado a tus ideas y te concentras en ellas hasta pasarte de rosca. Con los péndulos también está todo claro. Todos estamos bajo su influencia. Lo importante es que comprendas de qué manera te meten en el puño y hasta qué punto les permites que lo hagan.
Al reducir la importancia —tanto la exterior como la interior— no sólo disminuirás la cantidad de problemas en tu vida, sino que también obtendrás un tesoro tal como el de la libertad de elegir. «¿Pero cómo?», preguntarás, «si ya poseemos el derecho de elegir según el primer principio del Transurfing». Por poseer, ya lo posees pero eres incapaz de usarlo. Te lo impiden las fuerzas equiponderantes y los péndulos. A causa de la importancia pasas toda la vida luchando contra ellos. Así no te queda energía no sólo para la elección, sino tampoco para pensar qué es lo que quieres exactamente de la vida. Entre tanto, los péndulos intentan constantemente establecer control sobre ti e imponerte objetivos ajenos. ¿De qué libertad podamos hablar?
Cualquier importancia —tanto interior como exterior— es inventada. Todos nosotros no significamos absolutamente nada en este universo. Y al mismo tiempo tenemos acceso a toda la riqueza del mundo. Imagínate a unos niños chapoteando alegremente en el agua cerca de la playa. Supongamos que ninguno de ellos se pregunta si eso está bien o mal, si el agua es buena o mala, si los demás niños son buenos o malos. Mientras se mantenga ese estado de las cosas, los niños son felices, puesto que están en equilibrio con la naturaleza. Cada persona vino al mundo como hijo de la Naturaleza. Mientras está en equilibrio tiene acceso a lo mejor que exista en el mundo. Pero en cuanto empieza a inventar la importancia, enseguida surgen problemas. La persona no ve la relación de causa-efecto entre la importancia creada y los problemas, por lo que le parece que el mundo, desde el principio, es un ambiente hostil, donde es muy difícil obtener lo deseado.
En realidad el único obstáculo que hay en el camino hacia lo deseado es la importancia creada artificialmente. Quizá todavía no he podido convencerte. No obstante, aún no he agotado todos mis argumentos.
De la lucha al equilibrio
¿Es posible hacer frente de alguna manera a las fuerzas equiponderantes? Pues es exactamente lo que hacemos cada día. En la lucha con esas fuerzas reside toda la vida. Todas las dificultades, disgustos y problemas están relacionados con la actitud de las fuerzas equiponderantes. Oponerse a ellas no tiene ningún sentido, en todo caso seguirán haciendo lo suyo. Los esfuerzos dirigidos a eliminar las consecuencias no llevan a nada. Al contrario, la situación empeorará. El único remedio efectivo contra las fuerzas equiponderantes es eliminar la causa, es decir, disminuir el potencial excesivo de la importancia que las creó. Las situaciones de la vida son tan diferentes que es imposible dar una receta universal para resolver todos los problemas. Aquí sólo puedo dar unas recomendaciones generales.
Lo único que hace cada uno es construir una pared sobre el fundamento de la importancia y luego, intentar escalarla o partirla con la cabeza. En vez de superar el obstáculo, ¿no te parece que sería mejor sacar un ladrillo de la base para que se derrumbe la pared? Todos somos capaces de ver con claridad nuestros obstáculos. Pero no siempre es tan fácil comprender qué fundamento los está soportando. Al tropezar con una situación problemática, intenta definir dónde excedes los límites, en qué estás concentrado, a qué estás dando demasiado valor. Detecta tu importancia y luego renuncia a ella. La pared se viene abajo, el obstáculo se autodestruirá y el problema se resolverá por sí solo. No superes los obstáculos: disminuye la importancia.
Disminuir no significa luchar contra tus sentimientos e intentar reprimirlos. Las emociones excesivas son consecuencia de la importancia. Por tanto, hay que eliminar la causa: tu actitud. Puedo aconsejarte que trates la vida tan filosóficamente como puedas. Aunque este llamamiento ya nos da dentera. Debes tomar conciencia de que la importancia no trae nada más que problemas y a continuación, a sabiendas, disminuirla.
La reducción de la importancia exterior no tiene nada que ver con el menosprecio o la subestimación. Al contrario, el menosprecio es la importancia bajo el signo de menos. Hay que tratar la vida con más simplicidad. No menospreciarla, pero tampoco embellecerla. Cavilar menos sobre cómo es la gente: buena o mala. Aceptar el mundo en su manifestación diaria.
La reducción de la importancia interior no tiene nada que ver con resignarse y humillarse a sí mismo. Reconocer las propias faltas y confesar los pecados es lo mismo que hacer exhibir sus méritos y logros. La diferencia entre ellos está sólo en el signo: más o menos. Los péndulos sólo necesitan de tu arrepentimiento para establecer su control sobre ti. Permítete el lujo de ser tú mismo. No te ensalces ni rebajes tus cualidades y defectos. Procura establecer la paz en tu interior: no eres importante y tampoco eres insignificante.
Si tu situación depende mucho de algún acontecimiento, búscate una vía de escape. Para pasar tranquilamente por encima del tronco se necesita algún dispositivo de seguridad. Cada caso en concreto tiene sus medidas de seguridad. Sólo plantéate una pregunta: qué es lo en este caso te puede asegurar contra el riesgo. Recuerda que es totalmente inútil luchar contra las fuerzas equiponderantes. Es imposible reprimir el miedo o la alteración. Lo único que se puede hacer es disminuir la importancia. A lograrlo te ayudará alguna medida de seguridad o una vía de escape. ¡Nunca pongas todo a una carta, por muy segura que sea ésta!
La única cosa que no origina potencial excesivo es el sentido del humor, la capacidad de reírse de uno mismo y de los demás, pero sin malicia, para no ofenderlos. Basta eso para que no te conviertas en un maniquí insensible. El humor es la renuncia misma, la caricatura de la importancia.
Al resolver problemas se debe observar una regla de oro. Antes de empezar a buscar la solución es necesario disminuir la importancia del problema. Así las fuerzas equiponderantes no serán obstáculo y el problema se solucionará de una manera simple y fácil.
Para reducir la importancia, primero debes recordar y comprender que la situación problemática ha surgido a consecuencia de la importancia. Mientras no te expliques (como en el sueño)[14] que cualquier problema es fruto de la importancia y te enfrasques en este problema, estarás completamente bajo el poder del péndulo. Detente, deshazte de la alucinación y recuerda qué es la importancia. Después, intencionadamente, cambia tu actitud ante el problema. Eso no es difícil. Pues ya sabes que cualquier relevancia sólo estorba. La mayor dificultad está en recordar a tiempo que estás revolcándote en la importancia interior o exterior. A recordarlo te ayudará tu Celador —tu vigía interno— que siempre cuidará todos tus valores interiores.
La importancia se apodera de los pensamientos humanos tal como los músculos se tensan involuntariamente. Por ejemplo, cuando algo te oprime, los músculos de tus hombros o de la espalda están en una tensión espasmódica. Y mientras no empieces a sentir el dolor no notarás la tensión. Pero si te acuerdas a tiempo y prestas atención a tus músculos, puedes quitarte esa restricción muscular.
Cada vez que te prepares para algún acontecimiento, detecta cualquier importancia que pueda surgir en ti. Si este acontecimiento realmente tiene mucha importancia para ti, no la aumentes aún más. La mejor fórmula para evitar el aumento es la espontaneidad, la improvisación, una actitud ligera. Y la preparación en sí debe ser sólo como un dispositivo de seguridad. De ningún modo hay que «prepararse en serio y minuciosamente», ya que eso sólo acrecienta a la importancia. Tampoco vale sufrir sin hacer nada al respecto, ya que la inactividad también eleva la importancia. El potencial de la importancia se dispersa con la acción. No pienses: actúa. Si no puedes actuar, no pienses. Redirige tu atención hacia otro objeto, suelta la situación.
Puedes lograr la máxima eficiencia en cualquier acción si apartas el foco de atención de ti como ejecutante y del objetivo final, y lo pasas al proceso de la realización de la acción. En este caso tenemos siguientes formulas: «Yo no hago el trabajo importante» y «El trabajo no es importante»; de esta manera se eliminan los potenciales excesivos y las fuerzas equiponderantes no molestan. La acción se realiza impasiblemente, pero no sin disciplina ni al descuido. Puede surgir una duda: ¿por qué es necesario apartar el foco de atención del objetivo final? ¿Cómo es posible realizar el trabajo sin pensar en el objetivo? Llegarás a comprender este hecho no muy evidente cuando leas los siguientes capítulos de ese libro.
¿Por qué a veces temes mucho por algo que pueda pasar, piensas constantemente en ello, te figuras cualquier complejidad concomitante y situaciones problemáticas y, a fin de cuentas, todo termina felizmente y de una manera muy simple? Y viceversa, el próximo asunto lo tomas a la ligera, y como resultado obtienes unos disgustos absolutamente imprevistos. En el primer caso el índice de valoración de acontecimiento pasa a negativo, en el segundo, a positivo. El resultado final es el efecto de la acción de las fuerzas equiponderantes. Las fuerzas deben equilibrar el potencial excesivo que has creado artificialmente, y es lo que hacen.
Según lo dicho, puedes suponer: «Si antes del examen imagino deliberadamente las escenas más horrendas, seguramente obtendré una nota muy alta». De ningún modo. Es una intención artificial. Es fruto de la mente, no del alma. Puedes tratar de engañarte, pero eso será tan sólo una apariencia falsa, sin ninguna base energética. La base energética sólo tiene la intención que proviene del alma. Precisamente por eso es imposible obtener lo deseado con una simple visualización de la situación deseada. Pero de todo eso hablaremos más tarde.
Nunca, bajo ninguna circunstancia te alabes por nada, ni siquiera cuando ciertamente lo merezcas. Y por algo que todavía no has conseguido, menos aún. Es extremadamente desventajoso, pues en este caso las fuerzas equiponderantes siempre actuarán en tu contra.
Siéntete como si estuvieras en tu casa, pero no olvides que eres sólo un huésped.[15] Si estás en armonía con los péndulos que te rodean, es decir, si lates al unísono con ellos, tu vida trascurre fácil y agradablemente. Si has entrado en resonancia con el mundo circundante, obtendrás energía y alcanzarás tu objetivo sin muchos esfuerzos.
Si has llegado a un punto en que te resulta prácticamente imposible vivir en equilibrio con el mundo que te rodea (por ejemplo, si tu marido te maltrata), entonces debes pensar en dar un paso decisivo y cambiar de ambiente. ¿Te parece que no tienes adonde ir? Es la sugestión del péndulo, al que resulta útil tenerte a su lado. Siempre hay salida y más de una. Acuérdate de la mosca contra el cristal, la que no ve una ventana abierta al lado. Eso sí: hay que evitar movimientos impensados y bruscos. En cuanto disminuyes la importancia y te liberas de la influencia del péndulo destructivo que no te deja vivir, de inmediato encontrarás una salida óptima. Los métodos de liberación ya los conoces: hundimiento o extinción.
Con lo dicho termino el tema del equilibrio, tan extenso y complicado. Ahora, como ya comprendes el mecanismo de funcionamiento de las fuerzas equiponderantes, podrás encontrar fácilmente la causa de cualquier problema o fracaso. Hemos llegado a la conclusión de que es necesario acatar el principio de equilibrio en todo. Y ahora debo advertirte contra la obediencia excesiva de este principio. Si te concentras sobre él, intentarás seguirlo fanáticamente; con esta actitud quiebras el principio mismo. Si a un ciempiés le explicas con todo detalle cómo debe caminar, se confundirá por completo y no podrá ni moverse. Hay que conocer la medida en todo. A veces puedes permitirte alterar el equilibrio: no pasa nada. Lo fundamental es que la importancia no pase de la raya.
Resumen
- El potencial excesivo surge sólo si a la valoración se le atribuye especial significación.
- Sólo lo que tiene importancia para ti concretamente proporciona tu energía a tu valoración.
- La magnitud del potencial aumenta si la valoración altera la realidad.
- La actitud de las fuerzas equiponderantes está orientada hacia la eliminación del potencial excesivo.
- La actitud de las fuerzas equiponderantes es con frecuencia lo opuesto de la intención que creó este potencial.
- Al alquilarte pon en funcionamiento a tu Celador interior, quien ha de vigilar para que cuanto hagas sea impecable. El descontento y la reprobación siempre vuelven a las fuerzas equiponderantes contra ti.
- Es necesario reemplazar por una trasmisión positiva las reacciones negativas a las que estés acostumbrado.
- El amor absoluto es la admiración sin derecho de posesión ni adoración.
- El planteamiento de condiciones y la comparación causan las relaciones de dependencia.
- Las relaciones de dependencia crean potenciales excesivos.
- La idealización y la sobrevaloración siempre terminan por derribar mitos.
- Para lograr un amor mutuo, es imprescindible renunciar al derecho de poseer.
- El desprecio y la vanidad se pagan infaliblemente.
- Libérate de la necesidad de confirmar tu superioridad.
- El propósito de ocultar tus defectos produce un efecto retroactivo.
- Cualquier insuficiencia propia se compensa con las cualidades que te caracterizan.
- Cuanto mayor es la relevancia atribuida a un objetivo, menor es la probabilidad de lograrlo.
- Los deseos, libres de potenciales de relevancia y dependencia, se cumplen. Renuncia al sentimiento de la culpabilidad y a la obligación de justificarte.
- Para renunciar al sentimiento de culpabilidad es suficiente que te permitas ser tú mismo.
- Nadie tiene derecho a juzgarte. Tienes derecho a ser tú mismo.
- El dinero viene por sí solo, como atributo acompañante, por el camino hacia el objetivo.
- Recibe el dinero con amor y atención y despídete de él sin arrepentimiento.
- Renunciando a la importancia externa e interna obtienes la libertad de elección.
- El único obstáculo, a la hora de cumplir tus deseos, es la relevancia.
- No superes los obstáculos: disminuye la importancia.
- Cuídate sin preocuparte.