4.- La supuesta ley de las dosis infinitesimales

¡Bueno! Muchas veces he visto un gato sin sonrisa — pensó Alicia — ¡pero una sonrisa sin gato…!¡Esto es lo más extraño que he vis to en toda mi vida!

Lewis Carroll, Alicia en el país de las maravillas

Preparaciones homeopáticas

En los años siguientes al descubrimiento del similia, Hahnemann fue ampliando su principio hasta dar con otro nuevo, derivado, por tanto, del primero. Su gestación y parto tienen la clásica impronta hahnemanniana: durante una epidemia de escarlatina -mencionada en el capítulo anterior-, se percató sagazmente de que un niño enfermo presentaba síntomas semejantes a los producidos por la belladona y decidió entonces, de acuerdo con ley de los similares, tratarlo con dicha planta. La novedad -acompañada, cómo no, de un supuesto éxito- consistía esta vez en administrar la belladona en cantidades ínfimas, para lo cual se basaba en los buenos resultados obtenidos con dosis muy pequeñas de tintura de opio en una epidemia anterior, también de escarlatina. Nació así un nuevo principio: el de las dosis o diluciones infinitesimales.

1cc1cc1cc1ccTintura Madre1 CH2 CH3 CHN CH99 cc alcohol99 cc alcohol99 cc alcohol99 cc alcoholDilución10-210-410-610-2n

CH: concentración centesimal

Figura 3. Metodología de las diluciones homeopáticas.

Según Hahnemann, estos buenos resultados se debían a que el organismo se hace enormemente sensible a sustancias que durante el estado sano no originan en él efecto alguno, lo que le lleva a la conclusión siguiente: esas sustancias poseen efectividad terapéutica a dosis infinitesimales, con lo cual nos evitamos de paso los efectos que dichas sustancias producen en dosis mayores.

Llegamos de este modo al homeochiste más famoso de la homeopatía, el de las dosis o diluciones infinitesimales, que en el club médico de la comedia (de gala para la ocasión) dice así: para curar se hace necesario administrar dosis infinitesimales de una sustancia que a dosis mayores produce en un individuo sano los mismos síntomas que presenta el enfermo.

La importancia de la preparación de los supuestos medicamentos homeopáticos es capital (figura 3). Los materiales brutos a partir de los cuales se preparan pertenecen a los tres reinos de la naturaleza: vegetal, animal y mineral. Más de la mitad de las 3.000 "cepas homeopáticas" -sustancias que se hallan en el origen de las diluciones hahnemannianas- proceden de las plantas. Además de ellas, la homeopatía recurre a unas 1.500 sustancias minerales o químicas, como fósforo, azufre, sal marina, carbonato de calcio extraído de conchas de ostras, etc., así como a productos de origen animal. Estos pueden ser animales enteros, generalmente insectos (abejas o Apis mellifica, hormigas o Fórmica rufa, etc.), partes de animales o secreciones de los mismos: por ejemplo, veneno de serpientes, Vípera, Naja o Lachesis, suministrados en forma liofilizada por institutos especializados. Otras sustancias, como hormonas y medicamentos alopáticos, son objeto de patogenesias. Por último, existe una categoría especial de remedios denominados bioterápicos, que se fabrican a partir de microorganismos patógenos, como virus, parásitos o bacterias {Tuberculinum, Staphylococcinum, Influenzinum…).

Estas materias primas son transformadas hasta obtener una "cepa homeopática" antes de ser objeto de las diluciones homeopáticas. Las materias insolubles, como los insectos o los metales, son triturados en un mortero junto con lactosa como vehículo en una proporción de 1 a 10. Esta trituración constituye la primera dilución. En los productos solubles de origen mineral o químico o los venenos, la dilución básica se realiza directamente con alcohol y una décima parte del peso seco.

Con las plantas hay que preparar una tintura madre, solución que se obtiene macerándolas (tras el prensado y el filtrado sigue una cuarentena durante la que se practican análisis fitobotánicos, químicos y bacteriológicos). Las tinturas madre son soluciones en que se utiliza como disolvente alcohol, agua, glicerina o una solución de cloruro sódico. Se preparan a partir de sustancias vegetales o animales utilizando técnicas de maceración y percolación para obtener una materia líquida que hay que potencializar o dinamizar. Los productos químicos minerales u orgánicos son utilizados directamente. Una vez preparadas las tinturas madre y las primeras diluciones, empieza la fase de dilución hahnemanniana propiamente dicha.

El preparador realiza la primera dilución con tintura madre y alcohol de 70°. A continuación dispone tantos frascos como diluciones quiere conseguir. En el primero obtiene una dilución 1CH (centesimal hahnemanniana) mezclando una parte de tintura madre con 99 partes de alcohol (en ocasiones la dilución puede ser decimal) a la vez que se agita enérgicamente el recipiente: nos hallamos ante las importantísimas sucusiones dinamizantes (hoy en día el proceso es mecánico). La operación descrita se repite con una parte de dilución 1CH y 99 partes de disolvente, lo que da una dilución 2CH, y así sucesivamente N veces hasta obtener una dilución NCH. En resumen, la potencialización o dinamización es la técnica por la cual se consigue, supuestamente, que un preparado homeopático tenga actividad y consiste en realizar diluciones sucesivas de la cepa con sucusión, es decir, con una agitación enérgica en cada nivel de dilución. Por si quedara alguna duda, he aquí las palabras del propio Hahnemann:

Se toman dos gotas de la mezcla de partes iguales de un jugo vegetal fresco y alcohol y se dan dos fuertes sacudidas al frasco que contiene el líquido. Se tienen en seguida otros 29 frascos llenos en sus tres cuartas partes con 99 gotas de alcohol, en cada uno de los cuales se echa una gota del líquido contenido en el precedente, cuidando siempre de dar dos sacudidas a cada frasco. El último, o n° 30, contiene la dilución al decillonésimo grado de potencia (X), la que se emplea con más frecuencia. {Órganon, 270)

En este proceso es importante saber, como recalca el iluminado, que sólo se den dos sacudidas en lugar de dar más, como se hacía con anterioridad, lo que desarrollaba demasiado la potencia o actividad de los remedios (como curiosidad, en los laboratorios Boiron el dinamizador agita el frasco 150 veces, ida y vuelta, en 7 segundos y 5 décimas). En otras palabras: a mayor dilución, mayor potenciación, es decir, cuanta menos sustancia original hay en la dilución, más potentes son sus efectos (hay farmacólogos que se lo creen). Las experiencias de Hahnemann al respecto son concluyentes:

He disuelto un grano de natrón en media onza de agua mezclada con un poco de alcohol, y por espacio de media hora he sacudido sin interrupción el frasco lleno en sus dos terceras partes, y he encontrado que esta mezcla igualaba en energía a la trigésima dilución. ( Órganon, 270)

Una centesimal hahnemanniana (CH) es una dilución al centésimo. Por tanto, una sustancia 2CH está diluida dos veces al centésimo, o sea, al 10.000e (100 x 100). Una 3CH se ha dividido por un millón. Dicho de otro modo:

2CH equivale a 2 veces el factor 1/100: 1/100 x 1/100 = 10-4

3CH equivale a 3 veces el factor 1/100: 1/100 x 1/100 x 1/100 = 10-6

12CH equivale a 12 veces el factor 1/100: 1/100 x 1/100 x 1/100 x 1/100 x 1/100 x 1/100 x 1/100 x 1/100 x 1/100 x 1/100 x 1/100 x 1/100 = 10-24

Este parece el momento adecuado para referirme al número de Avogadro. El científico italiano Amadeo Avogadro (1776-1856) mostró que en un mol de una sustancia hay un número de átomos o moléculas importante pero finito y específico, concretamente: 6,02 x 1023. Un mol es el peso molecular de una sustancia expresado en gramos. Así, un mol de agua, H2O, tiene un peso molecular de 2 + 16 = 18 gramos. Por tanto, hay 6,02 x 1023 (602.000 trillones) de moléculas de agua en 18 gramos de agua. Por igual razón, el número de moléculas en 22,4 1 (un mol de un gas) a 0 °C y 760 mm de presión es de 6,02 x 1023. Esto significa que una molécula-gramo de cualquier sustancia disuelta trece veces consecutivas en cien mililitros de agua desaparece totalmente.

Veamos un caso práctico. Si disolvemos 342,3 gramos de sacarosa en agua pura para obtener un volumen de un litro, la solución inicial contendrá aproximadamente 6,02 x 1023 moléculas de sacarosa (es decir, un mol). Supongamos ahora que preparamos nuestra agua azucarada a la dilución 12CH (12 veces el factor 1/100, es decir, 10-24). Si comparamos este 10-24con el valor 6,02 x 10-23 inicial, se constata que no queda nada de la sustancia disuelta. En suma, las diluciones utilizadas en homeopatía son tales que no queda, en general, nada de la sustancia madre utilizada: no queda estrictamente nada de la sustancia disuelta.

Finalmente, quiero advertir que, además de las diluciones centesimales (C) o decimales (D), en homeopatía se emplean otras diluciones más absurdas: las korsakovianas. Su autor fue el general ruso Simeón Kórsakov, quien las ideó en 1830. El método tiene los siguientes pasos: se llena un frasco de tintura madre (con un frasco es suficiente), se vacía (lo que quede adherido a las paredes representa 1/100 del volumen inicial), se llena de agua, se agita, y ya tenemos la primera dilución korsakoviana (1K). Se vacía de nuevo, se llena de agua, se agita, y ya tenemos la dilución siguiente. Y así hasta que nos cansemos. Con objeto de evitar tanto esfuerzo inútil, en la actualidad el proceso está automatizado; para obtener, por ejemplo, la dilución 100.000K-que ya son ganas-, el aparato gira ininterrumpidamente durante 10 días y son necesarios 2.000 litros de agua destilada.

A pesar de que las diluciones homeopáticas más alla de la 13CH no contienen, como acabo de demostrar, sustancia disuelta alguna, los homeópatas insisten en que dichas diluciones poseen un efecto terapéutico independientemente de la creencia del paciente y del médico, es decir, poseen un efecto real y específico. Tal creencia está fundada en el supuesto según el cual las diversas preparaciones obtenidas siguiendo el método descrito más arriba pueden ser distinguidas unas de otras. Sin embargo, un estudio cuantitativo ha mostrado que dos preparaciones específicas, Natrum muriaticum (sal marina) 30CH y Sulphur 30CH, pretendidamente muy activas y supuestamente dotadas de propiedades muy diferentes, no han podido ser distinguidas por un eminente homeópata (figura 4).

4CH = una gota de la sustancia del producto activo inicial en una piscina de jardín.

5CH = una gota de esa misma sustancia en una piscina olímpica.

6CH = una gota en un estanque de 250 m de diámetro.

7CH = una gota en un pequeño lago.

8CH = una gota en un gran lago de 10 km2 por 20 m de profundidad.

9CH = una gota en un lago aún mayor, de 200 km2 por 50 m de profundidad.

10CH = una gota en la Bahía de Hudson.

11CH = una gota en el mar Mediterráneo.

12CH = una gota en todos los océanos del planeta.

30CH = una gota en mil millones de mil millones de mil millones de veces todo el agua de todos los océanos del planeta. A este nivel de dilución, una gota inicial se encontraría extendida en una esfera de líquido con un radio similar al sistema solar.

Figura 4. Diluciones increíbles. Para hacernos una idea de las diluciones homeopáticas, he aquí una tabla muy expresiva tomada de Tempéte sur l'homeopathie, de Elie Arié y Roland Cash, Les Asclépiades éditeur, Les Caves, 2008, ligeramente modificada.

El estudio en cuestión ha sido descrito por T.D. M. Roberts ("Homeopathic test", Nature, 342, 1989). Analicemos sus puntos principales. 20 frascos esterilizados se numeraron después de ser llenados de forma aleatoria uno u otro de los preparados. El homeópata podía utilizar todos los métodos posibles, "químicos, físicos, clínicos, parapsicológicos e incluso mágicos", para determinar el contenido de cada uno de los frascos. La experiencia se realizó entre 1958 y 1967 y las conclusiones se presentaron en 1970. Pues bien, un análisis estadístico riguroso mostró que la identificación no fue superior a lo que daría una simple prueba al azar.

Formas de presentación

Una vez preparada la dilución homeopática, se procede a darle una forma farmacéutica para su correcta administración. Dichas formas farmacéuticas son similares a las utilizadas en la medicina científica (jarabes, comprimidos, supositorios, pomadas, colirios, linimentos, óvulos, etc.). No obstante, algunas son muy específicas de la homeopatía: los gránulos, los glóbulos, las ampollas bebibles, los supositorios, las gotas y las trituraciones. Los problemas que suscitan estas presentaciones serán abordados más adelante; aquí me limitaré a hacer una descripción lo más objetiva posible.

1. Gránulos. Son pequeñas esferas de sacarosa y lactosa de cinco centigramos. En principio, estos gránulos son inertes, y se transforman en medicamentos homeopáticos por "impregnación" de la dilución hahnemanniana de la que toman el nombre. Así, por ejemplo, un gránulo impregnado con la dilución Nux vómica a la 4CH toma el nombre de "gránulo Nux vómica 4CH".

Se presentan en tubos con un tapón dosificador para evitar ser tocados con la mano debido a su pequeñez. Deben tomarse fuera de las comidas, generalmente a razón de tres a cinco gránulos por día, dejándolos desleír lentamente bajo la lengua. Según los homeópatas, la absorción sublingual desempeña un papel muy importante en el efecto producido por el medicamento.

2. "Dosis". Se caracterizan por ser unidades para tomas únicas: todo su contenido debe ser tomado de una sola vez. Esta forma se suele reservar para las altas diluciones, generalmente a partir de la 7CH. Existen tres formas principales:

Los glóbulos son pequeñas esferas de sacarosa y lactosa de tres a cinco mg. Según Hahnemann, "deben tener el grosor de un grano de adormidera". También adquieren su carácter medicamentoso por impregnación y llevan el nombre de la dilución correspondiente.

Los supositorios se preparan como en la medicina científica, con un excipiente de manteca de cacao o glicéridos semisintéticos. Por cada supositorio de 2 g. se añade 0,25 g. de la dilución deseada en alcohol de 30° con objeto de no irritar la mucosa rectal.

Las ampollas bebibles llevan como principio medicamentoso la propia dilución homeopática, es decir, la dilución de la sustancia activa. Se preparan en alcohol de 15o.

3. Gotas. Esta forma farmacéutica es la elegida para prescribir gran parte de las tinturas madre y de las diluciones homeopáticas. Cuando se hacen a la dilución de la primera decimal (ID) se utiliza alcohol de 60°, y si la dilución es superior se utiliza alcohol de 30°. Su administración es sublingual. La posología es muy amplia, y va de 10 a 100 gotas diarias.

4. Polvos. Se presentan en frascos de 15, 30 o 60 gramos y van acompañados de una cucharilla dosificadora. Se pueden preparar mediante trituración de una sustancia insoluble (trituración verdadera) o mediante impregnación al 1% de determinadas diluciones líquidas sobre un soporte de lactosa (polvos impregnados).

Tras haber adquirido estos conocimientos, volvamos de nuevo al club médico de la comedia. Esta vez Hahnemann se encuentra dando instrucciones a su alumno más avezado (Don Infinitésimo) sobre la preparación de un producto homeopático:

HANNEMANN: Echa una cienmillonésima de un grano de mostaza en un recipiente de agua, agita fuertemente la mezcla, no más de dos veces, y vierte dos gotas de ella en un litro de agua pura… ¿Has seguido bien las intrucciones?

DON INFINITÉSIMO: Oh, sí, perfectamente… sólo se me ha olvidado la mostaza, pero el resto bien…

HANNEMANN: ¡Bah!, tranquilo, has hecho lo principal.

{La sala permanece vacía, a pesar del intenso frío que hace en el exterior).

A continuación, tras el duro trabajo de maestro homeópata, Hahnemann se dirige a su bar favorito.

CAMARERO [ex-homeópata a tiempo parcial): Dr. Hahnemann,

¿qué va a tomar hoy?

HAHNEMANN: Lo de siempre: nada.

CAMARERO: ¿Cómo la quiere, en gránulos o en jarabe?

HAHNEMANN: En gránulos, que tengo que conducir.

Con estos homeochistes queda demostrado nuevamente que no hay diferencia alguna entre la realidad homeopática y los chistes que se hacen sobre ella.

Mecanismos de acción

Falsedad de la explicación clásica espiritual

¿Por qué y cómo curan los medicamentos homeopáticos? Esta es la gran pregunta a la que Hahnemann responde con su habitual rigor metodológico y experimental, es decir, con su habitual sentido del humor.

Según él, gracias a los medicamentos homeopáticos originamos en el organismo del paciente una enfermedad artificial semejante a la enfermedad natural pero más fuerte que ella. De este modo conseguimos reemplazar la enfermedad natural por la artificial, y entonces el organismo se encuentra afectado ya sólo por esta última. Ahora bien, debido a que la enfermedad artificial es más fuerte que la natural, la energía o "fuerza vital" se ve obligada a responder con mayor potencia y, como fruto de esta poderosa respuesta, así como por la corta duración de la propia enfermedad artificial, el organismo se ve liberado, en última instancia, también de ella: es decir, obtenemos la salud. Leamos al propio Hahnemann:

Una afección dinámica en el organismo viviente se extingue de un modo duradero por otra más fuerte, cuando ésta, sin ser de la misma especie que ella, se le asemeja mucho en cuanto al modo de manifestarse. (Órganon, 26)

El poder curativo de los medicamentos está, pues, fundado en la propiedad que tienen de producir síntomas semejantes a los de la enfermedad y de una fuerza superior a estos últimos. De donde se sigue que la enfermedad no puede ser destruida y curada de un modo cierto, radical, rápido y duradero sino por medio de un medicamento capaz de producir un conjunto de síntomas lo más semejante posible a la totalidad de los suyos, y dotado al mismo tiempo de una energía superior a la que ella posee. (Órganon, 27)

Así es como se tratan los males físicos y morales. (Órganon, 26)

Pero aún queda otro detalle de gran trascendencia. Hemos visto cómo los homeomedicamentos producen síntomas más fuertes que los de la enfermedad natural, a la que desplazan. Pero, ¿por qué? Hahnemann responde que

la acción de los medicamentos líquidos sobre nosotros es tan penetrante, se propaga con tanta rapidez y de un modo tan general, […] que casi se ve uno inclinado a darle el nombre de efecto espiritual, dinámico o virtual. {Órganon, 288)

Y lo demuestra de la siguiente manera.

Siendo nuestra fuerza vital un poder dinámico […], el médico sólo puede remediar estos trastornos valiéndose de sustancias dotadas de fuerzas modificadoras igualmente dinámicas o virtuales cuya impresión percibe por medio de la sensibilidad nerviosa presente en todas partes. Así, los medicamentos no pueden restablecer ni restablecen en realidad la salud y la armonía de la vida sino obrando en ella dinámicamente, después de que una observación atenta de los cambios accesibles a nuestros sentidos en el estado del individuo ha suministrado al médico un conocimiento de la enfermedad tan completo como lo necesita para poder emprender la curación. {Órganon, 16)

Por tanto, tenemos bien demostrado, si seguimos fielmente a Hahnemann, cómo el mecanismo de acción de los homeomedicamentos radica en su virtud o capacidad dinámico-espiritual. Nos encontramos así en pleno pensamiento mágico y de ninguna manera podía faltar el consabido conjuro. En efecto, ¿cómo adquiere el homeomedicamento esa propiedad curativa o fuerza dinámico-espiritual? Precisamente mediante la vigorosa y calculada agitación o sucusión, gracias a la cual se "dinamiza" la solución, es decir, se inviste de propiedades vitales o poderes mágico-curativos. Esto es lo que en Jacques Benveniste se transforma, como mostraré a continuación, en la "memoria del agua", versión modernizada del poder mágico de las diluciones infinitesimales homeopáticas.

La ley de las dosis infinitesimales es falsa por las siguientes razones:

1. Por fundarse en la ley de la fuerza vital. No hay pruebas científicas de que exista tal fuerza. Los fantasmas son bastante elusivos a la experimentación. Se trata, en realidad, de un concepto meta-físico prácticamente igual al qi (energía) de la acupuntura.

2. Por fundarse en la ley de la similitud. Decía al principio que la ley de las dosis infinitesimales se fundamentaba en la ley de la similitud. Pues bien, si esta última es falsa, como ha quedado suficientemente demostrado, también lo será, en buena lógica, la primera. Pero aunque esta inferencia es impecable, aún quedan detalles en ella que conviene matizar.

La infinitesimalidad es en el fondo, si nos fijamos bien, una añagaza o argucia para poder encajar la ley de la similitud. Si se aplicara tal ley con dosis altas o normales de la sustancia que se experimenta, pondríamos en peligro la vida del paciente o, en el mejor de los casos, se producirían síntomas desagradables o molestos. Por tanto, con el fin de evitar tales problemas, debió de pensar Hahnemann, nada mejor que reducir la dosis sin variar la ley. Y para dar más fuerza y consistencia al razonamiento, añadió una hipótesis ad hoc. las dosis infinitesimales son más potentes en el enfermo -pues su estado lo hace muy sensible- que en el sano, y cuanto más pequeñas mayor es su potencia. Así, de forma circular, la ley de similitud queda justificada por las propias dosis infinitesimales, que se fundan, a su vez, y derivan de la primera.

3. Por violar las leyes de la fisicoquímica. Decir que se violan las leyes más elementales y básicas de la física y la química es tanto como decir que se transgrede todo el sistema científico. Si las leyes y teorías sobre la materia son correctas, y todo lo indica así, resulta que con diluciones de 10 -24 o 10 -25 se supera el número de Avogadro y, en consecuencia, no encontraremos ni una sola molécula del soluto (la sustancia original). Más aún, una dilución homeopática habitual de 30CH, es decir, 10 -60 , equivale a un grano de sal disuelto en un volumen diluyente de 10.000 millones de esferas, cada una de ellas como el sistema solar (figura 4). A pesar de esto, según la OMS, se han utilizado con éxito potencias de cerca de 100.000, es decir, diluciones de 10 -200000 . Sobran comentarios.

El caso Benveniste y la "memoria del agua"

La ciencia es contundente, como acabamos de ver, respecto a la falsedad de la homeopatía. Esto es tan evidente que sus defensores recurren entonces a la propia ciencia. Existen al respecto varias opciones, aunque todas ellas tienen como origen la hipótesis de la "memoria del agua" de Jacques Benveniste.

El 30 de junio de 1988 apareció en la revista Nature (n° 333) un artículo firmado por Benveniste y otros autores (entre los que figuraba -¡qué casualidad!- B. Pomeranz, el inefable acupuntor que mezcla las endorfinas con qi y los chakras: nos hallamos, pues, ante una especie de Internacional pseudomédica), titulado "Human basophil degranulation triggered by very dilute antiserum against IgE", cuya conclusión era básicamente que el agua que contuvo una vez un principio activo, por mucho que se diluyera hasta el extremo de no quedar una sola molécula de ese principio en la dilución, parecía retener, sin embargo, las propiedades terapéuticas del principio activo que anteriormente poseyó. Esta es la famosa hipótesis de la "memoria del agua", llamada así porque da la impresión de que el agua es capaz de recordar sustancias que tuvo disueltas pero que en la actualidad no tiene.

El descubrimiento rompía todos los esquemas científicos conocidos hasta entonces, y sus consecuencias habrían sido revolucionarias si el experimento hubiese sido real. La propia revista afirmaba, en un editorial titulado "Cuándo creer lo increíble", que "no hay una explicación objetiva para estas observaciones, y ni siquiera la explicación ofrecida al final del artículo es suficientemente convincente para nadie". Si se publica, continuaba el editorial, es para permitir que miembros destacados de la comunidad científica puedan descubrir fallos en el planteamiento o propongan nuevas experiencias que permitan validar las conclusiones. Además, Nature incluyó al final del artículo una nota en la que se decía que Benveniste había aceptado que un equipo de investigadores independientes pudiera observar la repetición de los experimentos.

También se supo que, lamentablemente, el experimento fue auspiciado por el Instituto Nacional Francés de Salud e Investigación Médicas (INSERM) y que ciertos laboratorios homeopáticos prestaron "pequeñas ayudas" de forma no ortodoxa. El escándalo no se hizo esperar y se nombró una comisión investigadora constituida por James Randi, Walter Stewart y el propio editor de Nature, John Maddox. Los tres investigadores diseñaron protocolos doble ciego (pues se descubrió que en los originales no se cumplía esta indispensble condición) para que el equipo de Benveniste reprodujera los experimentos (véase James Randi, "The Case of the Re-membering Water", The Skeptical Inquirer, 13, 1989). Los resultados primitivos no se pudieron repetir; se constataron, además, muchas anomalías en el experimento original, a pesar de que Benveniste afirmase repetidamente que se llevó a cabo en unas "condiciones de rigor extremas con controles sistemáticos tanto internos como externos a la unidad, e incluso para algunas de ellas con un doble control por el decano de la UER y un funcionario" (Jano, 834, 1988).

Para que el lector se haga una idea de estas rigurosas condiciones, lo primero que se descubrió es que Elisabeth Davenas, encargada del registro de los resultados de los experimentos, era la que mejor resultados lograba. El procedimiento era muy sencillo: los resultados obtenidos los escribía a lápiz en el cuaderno de laboratorio y, una vez en casa, redactaba la versión definitiva. El sueldo de Davenas se pagaba, cómo no, con fondos de los laboratorios homeopáticos Boiron. Otro detalle de cómo las gastan los homeópatas, en este caso durante la reproducción del experimento, es el siguiente. El sobre que contenía el código de las probetas (vigiladas por televisión) se guardó sobre el techo del laboratorio. Antes de abandonarlo, y sin que nadie se enterara, Randi señalizó con unas marcas en el suelo la posición de la escalera que servía para llegar al sobre. El último en salir fue Benveniste. Al día siguiente, Randi observó que la escalera se había movido y el sobre mostraba signos de haber intentado ser abierto con un objeto punzante. Un duro informe dirigido a Nature por parte de la comisión investigadora, terminó con la mascarada (John Maddox, James Randi y Walter W. Stewart, "High-dilution experiments a delusion", Nature, 334, 28 de julio de 1988). Se trataba, en suma, de un mero fraude, algo consustancial a la homeopatía.

Veamos ahora de forma detallada el experimento. Para empezar, nada mejor que recordar el título del artículo, a saber: "Desgranulación de basófilos humanos activada por un antisuero contra inmunoglobulina E muy diluido". Para el profano esto significa poca cosa, así que vayamos por partes (para lo que sigue me baso en el interesante artículo "Recuerdos del agua", de Fernando D. Saraví, El ojo escéptico, 12-13, Buenos Aires, 1995).

Los basófilos son una clase de glóbulos blancos de la sangre que contienen gránulos portadores de diferentes sustancias, entre las cuales la más importante es la histamina, uno de los mediadores básicos de las reacciones alérgicas. Los gránulos se tifien de azul violeta con la tinción de Wright. Los basófilos tienen en su membrana celular receptores que les permiten unirse a las inmunoglobulinas E (IgE). La IgE es el anticuerpo responsable de las reacciones alérgicas (asma, urticaria, etc.). Cuando penetra en el organismo un alérgeno -antígeno desencadenante de la reacción alérgica- contra el cual el individuo está sensibilizado, es decir, contra el que ha producido IgE específica, el mencionado alérgeno se liga con la IgE fijada a los basófilos y se desencadena una serie de reacciones intracelulares que tienen como final la liberación de las sustancias (histamina, etc.) almacenadas en los gránulos, que provocan las manifestaciones características de la alergia.

La reacción de desgranulación mediada por la IgE puede ser activada también en sujetos normalmente no sensibilizados por otros estímulos químicos, entre los cuales se hallan los anticuerpos contra la IgE. Estos anticuerpos anti-IgE (generalmente inmunoglobulinas de tipo G) se obtienen sensibilizando un animal de otra especie contra la IgE (comercialmente puede obtenerse anti-IgE humana producida por carneros).

Con estos conceptos podemos ya entender el experimento de Benveniste. Consistía en la desgranulación de basófilos humanos producida por anti-IgE de carnero. La sangre, procedente de sujetos voluntarios, era centrifugada hasta obtenerse un plasma rico en glóbulos blancos. Diez microlitros (µl) de esta suspensión se mezclaban con 10 ul de cloruro calcico y 10 µl de anti-IgE, y se incubaban a 37 °C durante 30 minutos. Luego se añadía el colorante azul de toluidina en medio ácido, que colorea de rojo los gránulos de los basófilos (lo que permite observarlos en el microscopio como si fueran pequeñas esferas rojas), y se contaba bajo el microscopio el número de células teñidas. A continuación se comparaba el número con el de basófilos observados con igual tinción en muestras de control no tratadas, esto es, no incubadas con anti-IgE (con lo cual no hay reacción de desgranulación). Es muy importante tener presente esta desgranulación de control, ya que en ocasiones es posible observar una desgranulación espontánea, es decir, sin que exista reacción inmunológica. El porcentaje de desgranulación se expresa así:

basófilos control — basófilos muestra

____________________ x 1OO

basófilos control

Para las diluciones se utilizó una preparación comercial de anti-IgE, cuya concentración era de 1 mg/ml, correspondiente a 6,7 x lO-6 mol/litro (M). El anticuerpo era diluido agregando una disolución estándar antes del ensayo. Con la concentración inicial de anti-IgE en el ensayo, de 2,2 x 10-9 M, se observaban desgranulaciones del 80%, lo cual no tenía nada de raro. Sin embargo, cuando el anti-IgE se diluía progresivamente, la reacción de desgranulación seguía observándose. Incluso con diluciones de 1060 y 10120, en las cuales era improbable que quedara una sola molécula de anti-IgE en la muestra. Dado que el peso molecular de la IgG es de 150.000, la correspondiente concentración molar era de 1/150.000 = 6,67 x 10-6 M; por otra parte, la mínima dilución empleada fue de 103, que da una concentración inicial máxima de 6,67 x 10-9 M. Diez microlitros de esta disolución contienen 6,67 x 10 -14 moles, que al mezclarse con volúmenes iguales de glóbulos blancos y cloruro de calcio dan una concentración de 2,22 x 10-9 M y un número total de moléculas anti-IgE presentes de 1,33 x1015; pues bien, para una dilución 1013 quedarían teóricamente 1,338 moléculas en el ensayo, y para diluciones superiores, es decir, más allá de 1014, era improbable que quedase una sola molécula, a pesar de lo cual se seguían observando desgranulaciones estadísticamente significativas, de entre 40 y 60%. Utilizando el doble-ciego los resultados fueron los mismos.

Figura 5. Curva dosis-respuesta con "altas diluciones".

Las conclusiones fueron varias y realmente asombrosas:

1. Mediante diversos métodos de separación, los autores concluyeron que las altas diluciones carecían de moléculas anti-IgE y, sin embargo, conservaban su capacidad de inducir desgranulación.

2. El efecto no se detectaba en todas la diluciones, sino que se obsevaban picos de desgranulación en sucesivas diluciones (figura 5). Así, con 10" el efecto podía ser nulo; con 1015, del 50%; con 1017, otra vez nulo; con 1020, del 40%, etc. Esto supone un hallazgo extraordinario. Veamos por qué. En los experimentos biológicos como el de Benveniste, es posible establecer normalmente una relación entre la dosis de una sustancia activa y el efecto biológico observado; su representación gráfica es una curva dosis-respuesta. Pues bien, los resultados del experimento no permitían elaborar tal tipo de correlación, puesto que se podían obtener resultados similares con concentraciones muy diferentes, y resultados nulos con concentraciones intermedias.

3. El efecto de las diluciones extremas solamente se observaba si entre dilución y dilución se realizaba una vigorosísima agitación mecánica durante no menos de 10 segundos, aunque lapsos de 30 o 60 segundos no aumentaban el efecto.

Los autores propusieron, como una hipótesis ante tan revolucionarios hallazgos, que, dado que no había moléculas de anti-IgE en las diluciones extremas pero éstas conservaban su actividad biológica, la información específica perteneciente a la anti-IgE debía de haber sido transmitida al líquido durante el proceso de dilución y sucusión. El agua podría actuar como una plantilla o molde para la molécula, por ejemplo mediante una red indefinida de enlaces por puentes de hidrógeno o mediante campos eléctricos o magnéticos. Había nacido la "memoria del agua". Pronto nos acordaremos de ella.

Evaluación y desenmascaramiento

Durante la semana de su visita, Maddox, Randi y Stewart observaron la realización de siete experimentos.

Los tres primeros, realizados según la técnica habitual en el laboratorio, dieron resultados similares al del trabajo original, aunque en esta ocasión la posición de los picos de desgranulación no coincidía, es decir, se producían con diluciones diferentes cada vez. El mismo hecho aparecía en los cuadernos de protocolo del laboratorio. De igual modo, pudo apreciarse que los errores de conteo, que siempre existen, eran mucho menores de lo esperado. En el cuarto experimento, donde quienes leían (las doctoras Davenas y Beauvois) no sabían qué resultados debían esperar, es decir, era realizado a ciegas, se detectaron picos que mantenían la misma altura, alrededor del 70%, entre la dilución inicial y la dilución 1022. El resultado parecía apoyar el trabajo original. Pero en este caso sí aparecieron los errores de conteo previstos, lo cual hizo aún más sospechosa la ausencia de ellos en los experimentos anteriores. Por su parte, los tres últimos experimentos (también a ciegas, por exigencia de los observadores) dieron resultados negativos, es decir, se produjo desgranulación con las concentraciones habituales de anti-IgE, pero no con las altas diluciones. Todo, pues, volvía a la normalidad con los controles adecuados.

Pero esto no fue todo. La comisión investigadora descubrió varias anomalías más. En primer lugar, los experimentos no siempre funcionaban, a veces pasaban meses sin que se obtuvieran resultados positivos con las altas diluciones; el hecho, sin embargo, no fue investigado sistemáticamente. En segundo lugar, no había control riguroso del origen de la sangre utilizada, sólo se exigía que no proviniera de sujetos alérgicos. En algunas muestras los basófilos no mostraban desgranulación en absoluto. En tercer lugar, como ya sabemos, los mejores resultados eran siempre obtenidos por la doctora Davenas. En cuarto lugar, cuando en las muestras tratadas el conteo de basófilos era mayor que en los controles, éstos se volvían a contar (a veces por la misma persona), lo que indicaba que el conteo no se realizaba verdaderamente a ciegas. En quinto lugar, se descartaban -es decir, no se registraban en los cuadernos de protocolo- los experimentos negativos, utilizando para ello una larga serie de excusas invocadas a posteriori. En sexto lugar, los controles realizados con anti-IgE, que aparecen en la figura Ib del trabajo original no se habían hecho a la vez que el resto de los experimentos. En séptimo lugar, no se pudo demostrar efecto alguno de las altas diluciones midiendo la liberación de histamina, un método más sencillo y seguro que el conteo de basófilos al microscopio. En octavo y último lugar, en contra de la práctica habitual, el patrocinio de Boiron no se menciona en el trabajo original, máxime cuando dos de los autores del artículo recibían su sueldo de dicho laboratorio homeopático.

Los intentos de convalidación por diferentes autores fracasaron. Este es el caso de Metzger y Dreskin ("Only the smile is left", Nature, 334, 1988), quienes utilizaron la liberación de serotonina marcada con tritio para detectar la desgranulación de mastocitos de rata sensibilizados con IgE. Sólo se observó liberación de serotonina en las concentraciones normales, no en las altas diluciones. De igual modo, Bonini, Adriani y Balsano determinaron la liberación de histamina en basófilos humanos, según el protocolo de Benveniste; la liberación de histamina sólo se producía con diluciones de 101 a 104, no con mayores. Por último, Hirst, Hayes, Burridge, Pearce y Foreman ("Human basophil degranulation is not triggered by very dilute antiserum against human IgE", Nature, 366, 1993), siguiendo el mismo método de Benveniste (él siempre había protestado que no se empleaba su mismo método) y controles de todo tipo, concluyeron que no había ninguna prueba de que las diluciones elevadas de anti-IgE causaran ningún efecto reproducible sobre la desgranulación de basófilos humanos. Como colofón, a petición de la revista científica francesa Science et Vie, se realizaron nuevos intentos en el hospital Rothschild de París que confirmaron el fracaso de manera irrefutable. Esta misma revista (856, enero de 1989) ofreció a Benveniste un sustancioso premio de 100.000 francos si era capaz de repetir el increíble experimento. Obviamente, el invitado no acudió a la cita.

¿Es homeopático el experimento de Benveniste? En contra de las apariencias, un análisis cuidadoso demuestra que el estudio de Benveniste no apoya de ninguna manera los principios homeopáticos. Se trata, como en otras ocasiones, de una falsa analogía. Quien mejor se ha percatado del engaño ha sido nuevamente Fernando Saraví en el artículo citado:

En el arcaico lenguaje de Hahnemann, la trituración y agitación mecánica "espiritualiza" la sustancia dándole un "mágico poder curativo". Hoy los homeópatas prefieren actualizar estas expresiones hablando de la "energización" que le conferiría a la sustancia nuevas e insospechadas propiedades curativas. Sin embargo, según Benveniste, la anti-IgE diluida producía el mismo efecto que el antisuero en concentraciones normales; en otras palabras, no se demostró ninguna nueva propiedad de la anti-IgE diluida. Si el efecto es el mismo, ¿para qué diluir?

En segundo lugar, para apoyar las creencias homeopáticas hubiese sido preciso demostrar que la anti-IgE tenía, en basófilos de pacientes alérgicos, un efecto opuesto al que causaba en los basófilos de voluntarios no alérgicos. Nada de esto se documentó. Además, la existencia de picos de actividad con ciertas diluciones y valles de inactividad con otras, que variaban entre una y otra serie, haría que el homeópata no pudiese predecir exactamente cuál dilución (o "potencia", en la jerga homeopática) será efectiva y cuál no lo será. La exquisita e impredecible sensibilidad del efecto a las modificaciones del grado de dilución hubiese sido otro contundente mazazo contra la maltrecha homeopatía.

Finalmente, la concepción homeopática de la individualización del tratamiento tampoco se condice con los datos del trabajo de Benveniste. Según las teorías de Hahnemann, el tratamiento debe formularse sobre una base estrictamente individual, conforme a los antecedentes, signos y síntomas de cada paciente en particular.

Por tanto, o Hahnemann nos mentía o nos miente Benveniste… o nos mienten los dos. En conclusión, los homeópatas deben decirnos claramente qué es la homeopatía, cuáles son sus principios, reglas y cumplimiento, y no jugar con las palabras ni hacer analogías a cual más disparatada. De lo contrario, siempre tendrán razón y los críticos no sabremos qué criticar. Esa es la trampa, claro está.

¿Por qué se publicó el artículo de Benveniste? O más correctamente, ¿por qué John Maddox permitió publicar en Nature un artículo tan mediocre y poco riguroso como el de Benveniste, en contra, además, de varios de sus responsables? Antoine Danchin, profesor del Instituto Pasteur, escribe lo siguiente:

Había que leerlo atentamente para ver que los efectos expuestos no respondían a ninguno de los criterios necesarios para su reconocimiento como elementos de un artículo científico. A los experimentos les faltaban los controles más elementales (especialmente los relativos a la propia dilución). Y el sistema utilizado, el comportamiento de las células basófilas, no era muy fiable, ya que estas células son particularmente sensibles a su medio. Por supuesto, el medio de crecimiento no estaba químicamente definido -como ocurre la mayoría de las veces, todo hay que decirlo, con los organismos vivos-. Como es sabido, incluso con bacterias los investigadores componen un medio al que no añaden elementos esenciales como el cinc y el cobalto, a pesar de lo cual los encuentran al término del experimento, aunque no por ello concluyen que la vida se dedica a transmutar los átomos. ("Sílice, basófilos y comités de lectura", Mundo científico, 193, septiembre de 1998)

La disculpa hecha por Maddox de que Benveniste con su insistencia le hizo "perder la serenidad" es difícil de creer. A mi también los homeópatas me hacen perder la serenidad y, sin embargo, me limito a contar homeochistes. Lo que realmente Maddox perdió fue el siempre recomendable lema de que "hechos extraordinarios requieren pruebas extraordinarias"; y, desde luego, lo único extraordinario en el artículo de Benveniste era la caradura de sus autores. Por tanto, hay que decirlo bien alto y claro: lo que John Maddox buscaba era otra cosa: el escándalo y la publicidad, lo mismo que buscan The Lancet y otras revistas biomédicas cuando publican bazofia pseudomédica envuelta en vistosas estadísticas. Más aún,

el llamado caso de la memoria del agua tiene múltiples significados que no agotan ni el presente artículo ni el dossier al que pertenece. Más allá de la pretensión ilegítima a la condición de ciencia por parte de una doctrina de inspiración preatomista, el caso ilustra la mediocridad de la literatura científica en general y, en el trasfondo, los complejos juegos de poder que agitan la comunidad científica internacional y sus relaciones con la sociedad civil. Una mediocridad y unos juegos de poder que facilitan, a su vez, la acción intempestiva de actores ajenos al espíritu científico, que explotan las debilidades del sistema y recurren a la intimidación (la verdadera ciencia es hija de la duda) capaz de ahogar la verdadera originalidad, invocando la idea a veces correcta (¡Galileo!) de que una cierta ortodoxia corta de miras es un vigilante atento. (A. Danchin, ibid.)

Que nadie piense que el asunto de la "memoria del agua" ha caducado. La sombra de Benveniste y sus acólitos es alargada. Así, en 2007, el polémico premio Nobel francés Luc Montagnier, descubridor del virus del sida, nos sorprendió con un experimento que pretendía probar la "memoria del agua". Montagnier, que se siente sucesor espiritual de Benveniste, nos presentaba un modelo experimental en el cual ultrafiltrados de micoplasmas, bacterias o virus, aparentemente desprovistos de todo resto de material genético, transmiten, sin embargo, una información genética específica a linfocitos humanos cultivados. Tras la amplificación en el cultivo, la información genética conduce a la reaparición de los microorganismos originales (lo de Parque jurásico es un juego de niños si lo comparamos con este experimento). Según Montagnier, respaldado por los controles que dice haber efectuado, la transmisión del material genético observado no puede ser debido más que a un efecto todavía no identificado de "memoria del agua". Vamos, un calco de lo que en su momento hizo su padre espiritual.

Muchos reparos pueden ponerse a semejante modelo (véase, por ejemplo, Alain de Weck, Science et pseudoscience, 286, 2009). En primer lugar, el modelo utilizado es muy sensible a los artefactos y tiene diversas fuentes posibles de contaminación. Es conocido desde hace más de 20 años que los linfocitos humanos reaccionan intensamente a los rastros de ADN o ARN. La contaminación por ADN o ARN es el punto débil de los laboratorios de PCR (reacción en cadena de la polimerasa: técnica que permite la amplificación específica de una secuencia de ADN en una muestra compleja), donde una sola molécula puede ser suficiente para falsear los resultados. En segundo lugar, la simple adición de DNasa (deso-xirribonucleasa: enzima que cataliza la destrucción del ADN) en el ultrafiltrado no garantiza la ausencia de contaminación. Por consiguiente, ante la falta de datos técnicos más precisos (que de momento no se aportan) sobre los controles efectuados, es imposible juzgar. De hecho, los trabajos de Luc Montagnier y su equipo no han sido objeto de ninguna publicación científica clásica. En un principio se realizaron casi en familia, ya que, en abril de 2006, se montó una sociedad, Nanectis, que incluye a la antigua sociedad Digibo creada por Jacques Benveniste; resultados posteriores se han dado a conocer a través de resúmenes o en homenajes.

Naturaleza de la "memoria del agua"

Por obra y gracia de un falso experimento, la capacidad dinámico-espiritual de las diluciones hahnemannianas se ha transformado en algo tan vulgar como una "memoria del agua". ¿Cuál es su naturaleza?

Se han propuesto varias teorías al respecto, a cual más peregrina, aunque todas ellas tienen algo en común: intentan dar cuenta de cómo las moléculas de agua se ordenan en patrones específicos, de manera tal que permitan que la "información" de la sustancia activa se almacene en la estructura de la mezcla líquida (mixtura de agua y alcohol). El propio Benveniste decía en su famoso artículo que el agua se comportaba como un molde o plantilla para la molécula de la sustancia activa mediante una red indefinida de enlaces de puentes de hidrógeno o mediante campos eléctricos y magnéticos. Otros autores invocan fenómenos de "resonancia" (según esta teoría, parece que los homeomedicamentos y la consiguiente sucusión actúan mediante un "efecto de resonancia" que hace que el líquido quede perturbado, es decir, dinamizado) o "vibraciones coherentes" de las moléculas de agua, isótopos semejantes al deuterio (oxígeno-18), etc. Pero todo lo que se diga es una especulación sin fundamento, ya que el orden local en los líquidos es transitorio y dependiente de la temperatura. Precisamente por eso son líquidos, porque no guardan un orden local. El bioquímico Alberto Sols y el físico Antonio Fernández Rañada afirmaron en su momento que

estos resultados habrían llevado a la necesidad de admitir un mayor orden en el estado líquido, al que se considera intermedio entre el desorden absoluto de los gases y el orden de los sólidos. Por otra parte, el agua, como todos los fluidos, es incapaz de transmitir fuerzas tangenciales, como parece deducirse de los experimentos de Benveniste. ( El País, 7 de agosto de 1988)

Utilizando modernas técnicas espectroscópicas se ha podido mostrar que el agua pierde su "memoria" de correlaciones estructurales en 50 femtosegundos (un femtosegundo equivale a 10- 15 segundo), lo que hace imposible cualquier almacenamiento a largo plazo de información proveniente de partículas anteriormente disueltas, como pretenden los homeópatas.

Sin embargo, la "memoria del agua" presenta también otros problemas que hacen de ella algo aún más falso y disparatado. Veamos los más curiosos.

1. ¿Por qué la mezcla líquida de agua y alcohol recuerda los poderes curativos de la sustancia y se olvida del resto, por ejemplo de los adversos? Nos encontramos, sin duda, ante auténticos medicamentos inteligentes (de ahí que sea más correcto hablar de "inteligencia del agua"), y su valoración no se hará con peso y medida sino con pruebas psicológicas (y tendremos entonces unas nuevas clases de medicamentos: medicamentos con memoria selectiva, medicamentos con memoria a corto y largo plazo, medicamentos amnésicos, medicamentos con C. I. elevado, etc.).

2. Por otra parte, la "memoria del agua" está bien para el agua, pero ¿y los gránulos? ¿Habrá también una memoria de la sacarosa o la lactosa?

3. Además, cuando el agua se evapora, ¿cómo pasa el recuerdo a la sacarosa o a la lactosa de los gránulos? Para los homeópatas modestos parece ser que lo hace por simple "impregnación". Para los más atrevidos, por "teletransportación cuántica", como en Star Trek. En cualquier caso, pura palabrería.

Otra cuestión básica es cómo actúa la "memoria" del remedio homeopático sobre el proceso patológico, es decir, ¿cuál es su mecanismo de acción?

Endler y colaboradores (FASEB Journal, 8, 1994), empleando "altas diluciones" de tiroxina en ranas, han postulado que la "información" reside en la estructura molecular de la sustancia activa que, una vez transferida al agua durante la sucusión, pasa al cuerpo (en nuestro caso, de la incauta rana) por medio de un efecto radiante denominado biofotón (se trata no de un nuevo biodetergente sino de una especie de "energía bioeléctrica"). Obviamente no hay una sola prueba de la existencia de semejante biofotón.

En consonancia con la anterior hipótesis, Benveniste {Frontier Perspectives, 3, 1993) postuló en su momento que la "memoria del agua" se puede transmitir y potenciar a través de la línea telefónica, es decir, que la homeopatía se puede administrar por Internet (he ahí la homeointerneterapia). Veamos un poco más detenidamente esta revolucionaria teoría

(biología numérica, la llaman algunos).

Con un dispositivo relativamente simple, que consiste en una bobina de captación y una bobina de emisión unidas por un amplificador de bajas frecuencias, semejante al utilizado en los teléfonos, Benveniste pretende detectar las ondas electromagnéticas emitidas por la materia (bioresonancia). Más concretamente, por medio de este invento de tebeo pretende transmitir una señal biológica específica, emitida, por ejemplo, por ciertos medicamentos y detectada por diversos sistemas biológicos, tales como los basó-filos, el corazón aislado de cobaya o el fibrinógeno (que interviene en la coagulación sanguínea).

Siguiendo esta estela, su discípulo Luc Montagnier nos informa de que las muestras de ultrafiltrados de sangre provenientes de enfermos con sida u otras enfermedades (reumáticas, de Alzheimer, etcétera) emiten también perfiles electromagnéticos específicos, lo cual abre una puerta revolucionaria hacia el diagnóstico electromagnético y la medicina por ordenador. En consecuencia, si teníamos poco con los virus informáticos, ahora resulta que nos podremos contagiar de sida, de gripe porcina o de cualquier otra enfermedad infecciosa mientras chateamos con los amigos…

En este carnaval pseudocientífico tampoco podía faltar la analogía con la teoría del caos. Así, los remedios homeopáticos pueden ser considerados como una pequeña variable -el famoso aleteo de la mariposa capaz de producir un huracán en la otra parte del mundo- que modifica el cuadro sintomático de una enfermedad. Sin embargo, como es fácil suponer, nada tiene que ver una cosa con otra. El caos determinista se refiere a sistemas complejos que son tan sensibles a las condiciones iniciales que es imposible predecir cómo pueden comportarse (sistemas caóticos son, por ejemplo, las corrientes turbulentas, el tiempo meteorológico, los latidos del corazón, etc.). Ahora bien, si a pesar de la lógica seguimos con la falsa analogía, resulta que la "homeopatía caótica" es impredecible y, por consiguiente, tiene también la posibilidad de agravar el cuadro clínico y acabar con la vida del paciente. ¿Quién decía que la homeopatía no es peligrosa? La teoría del caos ha demostrado que sí.

Otro filón para buscar analogías es, cómo no, la mecánica cuántica. Ya adelantábamos que la "teletransportación cuántica" era un mecanismo muy plausible, a condición de que uno no sepa nada ni de farmacología ni de mecánica cuántica. Pero quien desee saber de verdad qué es la "homeopatía cuántica" deberá consultar el artículo de Michael Wilkinson titulado "Interpretación mecano-cuántica de la homeopatía" {El Escéptico, 6, otoño de 1999). Dicha interpretación -¡ojo!, esta interpretación es en realidad un homeochiste que requiere conocimientos de física avanzada-

se reduce a esto: siempre que ni el medicamento ni el paciente sean observados, se espera un efecto apreciable […].

Apliquemos este principio a la medicina homeopática. Si tomamos el caso de una dilución homeopática de una única molécula en N frascos de disolvente, la mecánica cuántica nos indica que la molécula no está en ningún recipiente en particular hasta que se hace una observación consciente. En jerga cuántica se dice que la función de onda de la partícula colapsa en un estado específico -o frasco- debido al acto de observación […].

Este nuevo enfoque teórico de la homeopatía nos abre la puerta a nuevos horizontes. Ahora bien, dada la naturaleza cuántica de los preparados homeopáticos, es decir, debido al colapso de la función de onda en un estado determinado, hacer que las moléculas de la sustancia activa estén en un número limitado de frascos definidos es un problema real. Por tanto, el control de calidad debería ser llevado a cabo solamente por personal no consciente.

Análogamente, existe un gran riesgo en la observación del paciente, y especialmente de aquellos estados cuánticos relacionados con la dolencia, ya que dicha observación puede provocar un colapso de su función de onda y destruir así los efectos beneficiosos de la terapia. Esto es especialmente importante tras el tratamiento y, por lo tanto, se recomienda que el médico no mantenga ulteriores contactos con el enfermo. En el caso ideal, el médico podría mudarse a otra ciudad o, si está de verdad comprometido con el bienestar de su paciente, suicidarse. Todo esto en interés del paciente.

Vacunas y homeopatía: la falsa analogía

Hemos visto que no ha sido posible comprobar ninguno de los principios básicos de la homeopatía, como el reduccionismo semiológico, el vitalismo etiológico y la dinamización espiritual de las diluciones. La explicación homeopática es falsa por los cuatro costados. Los estudios clínicos, es decir, las pruebas, tampoco han mostrado significación clínica, como veremos en el próximo capítulo. Su existencia es una pura ilusión. Pues bien, la trampa para sobrevivir en tan precarias condiciones científicas consiste en la parasitación por falsa analogía de alguna técnica biomédica que le dé soporte práctico y le preste su mecanismo de acción.

En efecto, si la acupuntura se adueña de la TENS (o estimulación eléctrica nerviosa transcutánea) y su mecanismo de acción, la homeopatía hará lo propio con las vacunas, pues parecen guardar ciertas similitudes con las diluciones homeopáticas, a saber: utilizan el mismo agente productor de la enfermedad que van a curar, generan ocasionalmente los mismos síntomas al principio del tratamiento y se emplean en pequeñas dosis. Gracias a estos supuestos parecidos, las "altas diluciones" homeopáticas parasitan a la inmunología y así se habla de inmunoterapia homeopática. El grado máximo de parasitación se alcanza con la isopatía (véase el capítulo 5).

Buscar una teoría científica que explique la homeopatía es, como ya adelanté, una pura contradicción; es tanto como decir que la peligrosísima alopatía explica a la benéfica homeopatía. Más aún, si así fuera, la homeopatía quedaría refutada automáticamente, pues se trataría de una técnica biomédica más. Por otro lado, ¿qué sentido tendría usar la homeopatía si la biomedicina hace lo mismo de modo más perfecto y controlable?

Por consiguiente, lo que la homeopatía debe hacer, si es realmente un sistema médico propio, independiente y efectivo, no es buscar analogías con teorías y procedimientos biocientíficos sino mostrar y demostrar sus principios: por ejemplo, darnos pruebas experimentales, reproducibles y cuantificables de la "fuerza vital" y sus desequilibrios (algo que también se exige a la acupuntura con el qi, el tao o el yin-yang). De lo contrario, la homeopatía será algo carente de existencia: una pura entelequia. Pero como tales consideraciones no entran en los planes de los homeópatas, la solución consiste en valerse de la falsa analogía para seguir dando el pego. Que el engaño es efectivo lo podemos comprobar en el siguiente texto:

Pequeñas dosis de un mal pueden acabar sanando ese mismo mal. Las vacunas y una rama de la medicina denominada homeopatía practican esa vieja sabiduría de la Naturaleza. La evolución misma tiene claros tintes homeopáticos, así como todos los sistemas inmunológicos de los seres vivos.

En contra de lo que pueda parecer, quien escribe este horneo-chiste no es un homeópata converso ni un adepto de la Nueva Era sino el impoluto naturalista Joaquín Araújo (Conocer, 128, septiembre de 1993), que imagino se dedicará en sus ratos libres a contaminar el ambiente en dosis infinitesimales para así curar -es decir, acabar con- la contaminación y restaurar la capa de ozono. En cuanto a la revolucionaria tesis según la cual la evolución "tiene claros tintes homeopáticos", le propongo al señor Araújo que la denomine teoría del "equilibrio homeopático de especiación" y que, una vez desarrollada en profundidad (eso corre por su cuenta y riesgo), la envíe sin dilación a revistas como Nature, Science y, sobre todo, al Libro Guinness de los récords, sección "Disparates científicos".

Por lo que respecta a las vacunas, que es de lo que se trata en este apartado, seré claro y directo: nada tienen que ver las vacunas con la homeopatía. Nada. Como sucede en los relatos de ficción, cualquier parecido entre la vacunación y la homeopatía es una pura coincidencia. Se trata -insisto- de una falsa analogía. Analicemos a continuación los puntos más interesantes del engaño.

1. El fin de la vacunación es fundamentalmente preventivo y no abarca todas las enfermedades. Sólo en raras ocasiones se utiliza como procedimiento curativo, es decir, cuando el sujeto se encuentra ya infectado (éste es el caso de las enfermedades causadas por gérmenes de desarrollo lento). Por el contrario, la homeopatía se aplica en la práctica a cualquier enfermedad y es indistintamente preventiva y curativa.

2. El mecanismo de acción es totalmente diferente, científico en un caso (el de las vacunas) y pseudocientífico, o mejor, inexistente, en el otro (el de la homeopatía). En efecto, si las vacunas protegen no es porque, como pretende la ley del similia, produzcan en el hombre sano síntomas semejantes a la enfermedad que van a combatir -eso es irrelevante para la acción de las vacunas- o porque reequilibren la "fuerza vital" alterada (esto es lo que tiene que probar la homeopatía), sino porque son capaces de estimular la producción de anticuerpos específicos o de ciertas células, si se trata de inmunidad celular, que actúan curiosamente, como sabemos, de modo alopático, es decir, contra el germen invasor, si de eso se trata.

Así pues, la acción de las vacunas se basa en una teoría perfectamente comprobada y analizada que va desde la penetración del antígeno debidamente presentado hasta la formación de los anticuerpos específicos, teoría que, por supuesto, es posible verificar y replicar en el laboratorio y aplicar con éxito en la clínica. Además, coincide y concuerda con el resto de los postulados anatómicos, fisiológicos y bioquímicos en que se basa la medicina científica. Por último, tal mecanismo inmunoprotector nada tiene que ver con el mecanismo que produce los efectos adversos (secundarios, tóxicos…) o con el mecanismo responsable de la propia enfermedad.

3. En las vacunas, a diferencia de la homeopatía, el antígeno se aplica en cantidades suficientes para ser detectado por el sistema inmunológico. Por tanto, no es que se diluya hasta el extremo de que no quede ningún resto de él sino que se modifica, tanto cualitativa como cuantitativamente, con el objetivo de que eliminar su poder patógeno no sea perjudicial para el organismo, pero conserve, sin embargo, su capacidad de estimular el sistema inmunológico y éste pueda producir los anticuerpos correspondientes.

El germen o, en general, el contenido de la vacuna no es exactamente el mismo que el que produce la enfermedad, ya que está atenuado o fragmentado pues sólo conserva la parte inductora de la reacción inmunológica. Por su parte, las dosis -grandes, medianas, pequeñas o infinitesimales- están adecuadamente establecidas, es decir, cuantificadas, controladas y protocolizadas. Y para lograr todo ello se emplean técnicas y métodos físicoquímicos bien establecidos, no "altas diluciones" ni "sucusiones dinamizantes" que carecen de sentido en inmunología.

4. Decía que la presencia del antígeno, debidamente modificado, era el estímulo idóneo para la producción de anticuerpos por parte del sistema inmunológico. Pues bien, en la vacunación estos últimos se pueden detectar fácilmente. De hecho, tal comprobación es un método habitual de diagnóstico y control (serología diagnóstica) en muchas enfermedades, como la brucelosis, la hepatitis, el sida, etc. Por el contrarío, tras un tratamiento homeopático no se detecta la presencia de anticuerpo alguno ni tampoco de cualquier otro tipo de sustancia defensiva de carácter inespecífico. En consecuencia, la inmunoterapia homeopática es sólo un nombre vacío utilizado para engañar.

5. Por último, quisiera recordar que la aplicación científica de las vacunas ha revolucionado la efectividad de la medicina científica, efectividad que va desde la erradicación mundial de la viruela a la práctica desaparición de la poliomielitis o la difteria en los países en que la vacunación es obligatoria. ¿Por qué no ha hecho lo mismo la homeopatía, si es tan poderosa? ¿Por qué, si son lo mismo, los homeópatas no renuncian a las vacunas de la "ciencia oficial" y aplican las diluciones mágicas a sus familiares y a ellos mismos? Si fuesen coherentes y valientes, lo harían, pero no son ninguna de las dos cosas. En conclusión, señor Araújo, mal que le pese, en la homeopatía no se encierra ninguna "vieja sabiduría de la Naturaleza" sino, desgraciadamente, lo más recalcitrante de la estupidez humana.