3.- La supuesta ley de individualización del enfermo y el remedio
Para la homeopatía, cuando una persona cae enferma presenta unos determinados síntomas que le son propios, es decir, individuales. Esta es la razón por la cual los homeópatas hacen suyo el famoso aforismo: "No hay enfermedades sino enfermos" (en el club médico de la comedia se prefiere el aforismo: "No hay chistes sino chistosos"). Pero se trata nuevamente de un juego de palabras o, mejor aún, de una falsa interpretación del aforismo, que en su origen nada tiene que ver con la homeopatía.
Esta supuesta ley no es, como algunos creen, una cuestión banal, pues de cómo se resuelva depende nada menos que el destino de la medicina como ciencia. Muestra, además, que la homeopatía es un sistema médico no científico y, por tanto, no complementario de la biomedicina.
Para la medicina científica hay individuos afectados por una determinada enfermedad (una clase de enfermedad o especie morbosa). ¿Qué quiere decir esto? Significa simplemente que cada individuo es atacado por una misma enfermedad de diferente manera según sus características. En efecto, los diferentes modos o variantes de una misma clase o especie de enfermedad que aparecen en los distintos individuos no obedecen a extrañas causas mitomágicas o misteriosas totalidades animadas por una "fuerza vital", sino a circunstancias concretas y singulares, tales como la edad, el sexo, los caracteres de peso y estatura, los factores farmacogenéticos, la virulencia de la causa, el grado de inmunidad, el genotipo, los tratamientos previos, la personalidad, etcétera. Es evidente que todo ello puede influir en la forma de manifestarse una enfermedad, pero que se manifieste de diferente manera no la hace diferente, es decir, no la hace otra enfermedad, ya que la unidad y especificidad de las enfermedades vienen dadas por la etiopatogenia, que es común y condición sine qua non de los diferentes tipos de enfermedades.
Como consecuencia, el tratamiento etiológico será también específico. Así, por ejemplo, que una brucelosis se manifieste con síntomas y signos meníngeos no la transforma en otra enfermedad sino en una variante más o menos rara del mismo proceso, que tendrá también, por tanto, un tratamiento específico, y si hay que particularizarlo no será en función de una individualidad metafísica sino de un conjunto de condiciones como las arriba mencionadas, determinantes de la variabilidad interindividual. En suma, algo nada críptico que requiere una intervención de saberes "alternativos". Otra cosa bien distinta es que cada uno, en el ámbito psicológico y personal, se sienta afectado de diferente manera por la enfermedad, pero tal circunstancia tampoco la hace ser otra enfermedad. Para la medicina científica, las enfermedades son cuadros nosológicos definidos específicamente por un proceso de cuantificación lógica cuyo referente último son los individuos. Y es ahí, en ese momento individual, donde entra en escena el arte clínico o maestría clínica individual. Por tanto, la medicina científica se adapta perfectamente a las necesidades lógicas propias del saber científico y a las necesidades reales y prácticas propias de la técnica médica, que siempre trata con entidades reales e individuales.
El arte clínico tampoco es nada especial ni misterioso. Entendemos por tal cierto hábito o habilidad para realizar del modo más perfecto posible y con soltura las normas y reglas dictadas previamente por la clínica y por las pruebas más fiables disponibles en ese momento. De hecho, los buenos médicos utilizan a la vez la maestría clínica y las mejores pruebas externas disponibles. Ninguna se basta por sí sola. Sin maestría clínica, los riesgos de la práctica son tiranizados por las evidencias externas, porque hasta las evidencias externas calificadas como excelentes pueden ser inaplicables o inapropiadas para un paciente individual. Sin las mejores evidencias externas actuales, los riesgos de la práctica quedan desfasados en seguida en perjuicio del paciente.
Según la homeopatía, la enfermedad y sus respectivos síntomas y signos son propios de cada persona. No existen cuadros nosológicos específicos y universales sino sólo esos síntomas que se dan en el individuo enfermo. Cada individuo agota la especie (como lo hacen los ángeles, según la teología católica). Es decir, cada enfermo es una enfermedad diferente y, por tanto, habrá tantas enfermedades distintas como individuos enfermos. En consecuencia, el diagnóstico será netamente individual. Y si el tratamiento quiere ser efectivo, requerirá ser también estrictamente individual.
De este principio deriva otro fundamental para la homeopatía, a saber: los síntomas comunes y poco llamativos carecen de importancia diagnóstica y terapéutica. Hahnemann es taxativo al respecto:
Los síntomas generales y vagos, como la falta de apetito, el dolor de cabeza, la languidez, el sueño agitado, el malestar general, etc., merecen poca atención porque casi todas las enfermedades y medicamentos producen algo semejante. (Organon, 153)
Se supone, pues, que no hay que hacer caso a un infarto agudo de miocardio acompañado de una ligera molestia epigástrica y sudoración o a una tuberculosis con febrícula y anorexia.
Hay aún otra peculiaridad interesante en la interpretación homeopática del principio que analizamos. Esa peculiaridad consiste en que la individualidad del enfermo se refiere principalmente a caracteres de su personalidad, en muchas ocasiones a rasgos tan peculiares como, por ejemplo, la afición a comer cebollas o el gusto por la música religiosa.
Este individualismo extremo de la homeopatía no sólo es cómico sino que, desgraciadamente, hace imposible cualquier discurso científico sobre la enfermedad, por lo que volvemos al principio del presente capítulo. Si toda enfermedad es exclusivamente individual bajo todos sus aspectos, no es posible formar términos universales y, consecuentemente, hacer ciencia. Por esta razón dice Karl Popper que en toda explicación se precisan no sólo condiciones iniciales singulares sino también, al menos, una ley universal {Conocimiento objetivo, Tecnos, Madrid, 1988).
De modo similar, el viejo Aristóteles enseñaba que sólo si entendemos la realidad del enfermo mediante conceptos generales (el bilioso o el flemático, decía él; el tuberculoso o el neumónico, diríamos nosotros) puede pasar el terapeuta de la condición de empírico a la de técnico o científico de orden práctico. Y sabemos, por añadidura, según Laín Entralgo, algo a lo que no podía llegar el saber de Aristóteles: que el neumococo del neumónico A pertenece a la misma especie que el neumococo del neumónico B, y que las lesiones pulmonares de ambos neumónicos se parecen entre sí mucho más que sus respectivos cuadros clínicos {Patología general, Toray, Barcelona, 1987).
Por tanto, si se admiten los principios homeopáticos de individualización del enfermo y la enfermedad -cosa imprescindible si deseamos hablar verdaderamente de homeopatía-, la ciencia y su método se hacen inservibles e inviables al no poder establecerse leyes universales que expliquen o den razón de lo que queremos conocer científicamente. Esta incapacidad científica se muestra con toda su crudeza pseudocientífica en la clasificación de las enfermedades (nosotaxia) y en la realización de ensayos clínicos, pues en ambos casos se requiere necesariamente la formación de criterios generales, lo cual va en contra del propio principio homeopático de individualización de la enfermedad y el remedio. En suma, si siguiésemos este postulado homeopático, la patología desaparecería como ciencia y se convertiría en mera casuística.
Quisiera añadir dos breves apostillas. Primera: el principio de individualización del enfermo, es decir, la teoría homeopática según la cual hay tantas enfermedades como enfermos, es posible sólo gracias a que la enfermedad se reduce a los síntomas, lo que pone en evidencia nuevamente la interconexión esencial de todos los principios de la homeopatía. Segunda: esta falsa e imposible consideración individual y personal de cada paciente es algo que airean con gran profusión de medios los homeópatas contra los médicos científicos, a los que tildan de impersonales e incapaces de ver al individuo enfermo como tal.
Las consecuencias que se derivan de esta ley y de la anterior muestran otra vez el carácter anticientífico y pseudocientífico de la homeopatía. Las principales son las siguientes:
1. La homeopatía impide el desarrrollo de la ciencia, que necesita, como sistema lógico, criterios y leyes generales para explicar y predecir.
2. Con la homeopatía es imposible realizar ensayos clínicos (aunque se realizan, y muchos) puesto que no podemos seleccionar, sin violar el presupuesto homeopático de la individualización, grupos homogéneos de pacientes que puedan ser comparados, condición básica para hacer estudios estadísticos rigurosos. Por ello, todos los ensayos que se hagan serán falsos y sesgados o dejarán de ser homeopáticos. Además, la individualización les servirá de coartada para justificar los fracasos diagnósticos o terapéuticos.
3. En la homeopatía no podemos establecer clasificaciones pues las clases son términos generales y la homeopatía considera sólo cuadros clínicos y tratamientos rigurosamente individuales. Ahora bien, como a la homeopatía no le queda más remedio que clasificar y hacer ensayos clínicos para conocer y mostrar su valor, se transforma en un sistema incongruente.
4. No es posible la experimentación con animales, ya que, en primer lugar, el propio Hahnemann lo prohibe; en segundo lugar, no se pueden formar grupos homogéneos y, por último, tampoco se pueden hacer anamnesis individuales fiables, pues ¿cómo conocer el miedo de las vacas a las tormentas? o ¿qué sueños y personalidad tiene un hámster? Sobre estas cuestiones volveré más adelante en el capítulo 6, dedicado a la homeopatía veterinaria.
5. En la homeopatía se experimentan los remedios sólo en el hombre sano, por lo que nunca conoceremos las enfermedades ni los mecanismos de acción de los fármacos.
La nosotaxia o clasificación es el ordenamiento y distribución de los síntomas y signos en forma de cuadros clínicos o conjuntos de síntomas y signos que caracterizan a una enfermedad o síndrome. Su importancia es transcendental, puesto que el diagnóstico homeopático de la enfermedad se basa en una anamnesis exhaustiva o interrogatorio. Ahora bien, esta nosotaxia, al margen de retrotraernos al siglo XVIII, es contradictoria y falsa.
Es contradictoria porque, como acabo de demostrar, la formación de clases está en oposición al principio o ley de individualización de la enfermedad y el remedio.
Es falsa porque, al reducir la enfermedad a sus síntomas, se carece de un fundamento real capaz de referendarios, ordenarlos y distribuirlos en clases. En consecuencia, la clasificación será aleatoria -pues se puede adoptar el fundamento o el punto de vista clasificatorio que se desee- y estará sometida a continuos errores, dado que los síntomas y signos son muchísimas veces engañosos e imprevisibles. Esto sucede precisamente al confudir los efectos secundarios de un fármaco con la semiología de una enfermedad real. No obstante, cuando digo que la nosotaxia homeopática carece de fundamento real, no quiero decir que carezca de todo fundamento; lo tiene, pero es totalmente pseudocientífico, a saber: la "fuerza vital" de cada persona, cuyas alteraciones o modificaciones sólo alcanza a conocer la privilegiada mente del homeópata.
No es de extrañar, como veremos más adelante, que, puestos en esta línea de razonamiento, algunos homeópatas acaben apuntando como fundamento nosotáxico ¡al pecado original! Por el contrario, la medicina científica es algo más modesta en sus pretensiones nosotáxicas; para ella, el fundamento de universalidad y unidad específica de los cuadros clínicos no viene dado por los síntomas ni por la "fuerza vital" (pecado original incluido), sino por la etiopatogenia de forma inmediata y por la anatomopatología y fisiopatología de forma mediata. ¡Precisamente todo lo que Hahnemann declaraba incognoscible y sin valor!
Pasemos a la nosotaxia propiamente dicha. Las enfermedades se clasifican, según Hahnemann y sus discípulos, en enfermedades agudas y crónicas (figura 1). Las enfermedades agudas se caracterizan por ser "operaciones rápidas de la fuerza vital salida de su ritmo nomal, que terminan en un tiempo más o menos largo pero siempre de mediana duración" {Órganon, 72). Decir seriamente que las enfermedades agudas tienen un tiempo de evolución "más o menos largo" o "de mediana duración" es una vaguedad estúpida. Afirmar que se deben a operaciones rápidas de la "fuerza vital", como si estuviera desmadrada, forma parte del delirio mágico simplista de la homeopatía.
Enfermedades agudas Enfermedades crónicas
individuales alopáticas (artificiales)
epidémicas (colectivas) naturales
lúes (sífilis)
sicosis (gonococia)
psora (sarna)
Figura 1. Clasificación homeopática de las enfermedades.
Las enfermedades agudas pueden ser individuales, cuando atacan a hombres aislados, y epidémicas, cuando atacan a muchos individuos a la vez, y se desarrollan acá y allá {Órganon, 73). Estas últimas tienen "una misma causa, se manifiestan por medio de síntomas muy análogos (epidemias) y se vuelven muy contagiosas cuando obran en masas cerradas y compactas de individuos. La guerra, las inundaciones y el hambre son con frecuencia las causas de estas enfermedades; pero pueden depender también de miasmas agudos que reaparecen siempre bajo la misma forma, y a los que, por consiguiente, se dan nombres particulares. De esos miasmas, unos no atacan al hombre sino una sola vez en el curso de su vida, como la viruela, el sarampión, la tosferina, etc., y otros pueden afectarle repetidas veces, como la peste de levante, la fiebre amarilla, el cólera morbo asiático, etc." {Órganon, 73). Los homeochistes sobre miasmas son escasos y muy codiciados, por eso me encanta leer estos párrafos.
Las enfermedades crónicas son "poco marcadas, muchas veces imperceptibles en su comienzo, se apoderan del organismo cada una a su modo, lo desarmonizan dinámicamente, y poco a poco lo alejan de tal modo del estado de salud que la automática energía vital destinada al mantenimiento de ésta no puede oponerles sino una resistencia incompleta, mal dirigida e inútil, y al no poder extinguirlas por sí mismas tiene que dejarlas aumentar hasta que por fin ocasionan la destrucción del organismo" {Órganon, 72). No contento con esto, Hahnemann añade que tales enfermedades "deben su origen a un miasma crónico". Así pues, las enfermedades agudas se deben a miasmas agudos, las crónicas a miasmas crónicos y -esto es fruto de una profunda reflexión personal- las enfermedades subagudas se deben a miasmas subagudos. Observe el lector que la homeopatía, incluso para los escépticos, no es tan difícil como parece.
Hay dos grandes grupos de enfermedades crónicas. El primero viene dado por aquellas enfermedades crónicas que "los alópatas ocasionan con el uso prolongado de medicamentos heroicos a crecidas dosis y siempre en aumento" {Órganon, 74). Además, "estos trastornos de la salud debidos a la fatal práctica de la alopatía, de la que se han visto más tristes ejemplos en los tiempos modernos, constituyen las más peligrosas e incurables de todas las enfermedades crónicas" {Órganon, 75). Y es tal el pecado cometido por los alópatas -es decir, por aquellos que se oponen a la homeopatía- que, como queda dicho, "el Todopoderoso, al crear la homeopatía, sólo nos ha dado armas contra las enfermedades naturales" (Órganon, 76). Sobran comentarios sobre el fanatismo de Hahnemann, al que sus seguidores tienen por precursor de la medicina experimental de Claude Bernard (véase R Joly, "Principios básicos de la homeopatía", Praxis médica, 12, 1990, pág. 785).
El segundo grupo está integrado por las verdaderas enfermedades crónicas naturales, que son "aquellas que deben su origen a un miasma crónico, progresan incesantemente cuando no se les oponen medios curativos específicos, y a pesar de todas las precauciones imaginables relativas al cuerpo y al espíritu, abruman al hombre con padecimientos que siempre van en aumento hasta el término de su existencia" {Órganon, 78).
Pero lo más interesante está por llegar. Hahnemann distingue tres clases de enfermedades crónicas naturales o enfermedades miasmáticas crónicas:
1. La lúes (sífilis). Se manifiesta a través de úlceras y es "la única que se ha manifestado hasta el día de hoy" (Órganon, 79). No me pregunte el lector por qué pues yo también tengo mis limitaciones.
2. La sicosis (gonococia). Se revela por medio de excrecencias en forma de higo o coliflor, "y se la creía curada después de la destrucción de las excrecencias de la piel, sin atender a que su foco o manantial existía siempre" (Órganon, 79). No debe confundirse sicosis (enfermedad dermatológica) con psicosis (enfermedad mental). El término psicosis viene del griego psyché (alma, mente), mientras sicosis deriva del término, también griego, sykon, higo.
3. La psora (sarna). Después de que "ha infectado todo el organismo, anuncia su miasma crónico interno por una erupción cutánea particular a la que acompañan un prurito voluptuoso insoportable y un olor especial" (Órganon, 80). Y en relación con lo que voy a escribir a continuación ruego al lector que contenga la respiración, el asombro y la risa.
Esta psora, afirma Hahnemann, es la única causa real productora de innumerables formas morbosas que se hallan bajo los nombres de: debilidad nerviosa, histerismo, hipocondría, manía, melancolía, demencia, furor, epilepsia y espasmos de toda especie, reblandecimiento de los huesos o raquitismo, escoliosis y cifosis, caries, cáncer, fungus hematodes, tejidos anormales, gota, hemorroides, ictericia, cianosis, hidropesía, amenorrea, gastrorragia, asma y supuración de los pulmones, impotencia y esterilidad, hemicránea, sordera, catarata y amaurosis, mal de piedra, parálisis, abolición de un sentido, dolores de toda especie, etc. (Órganon, 80).
Y esto no lo decía porque estuviese en el siglo XVIII sino simplemente porque desvariaba. Para confirmarlo, remata la faena con la siguiente observación a pie de página: "Me han sido necesarios 12 años de investigaciones para encontrar el origen de este increíble número de afecciones crónicas, para descubrir esta gran verdad desconocida por todos mis predecesores y contemporáneos, para establecer las bases de su demostración y reconocer al mismo tiempo los principales medios curativos propios para combatir todas las formas de este monstruo de mil cabezas" (Órganon, 80).
Otro homeópata histórico, J. T. Kent, del que hablaré en el capítulo 5, terminó identificando la psora con el "pecado original", detalle que he comentado anteriormente y que ahora se nos hace más comprensible (homeopáticamente hablando). Pero aún hay más. Gracias a estas profundas y prolijas investigaciones, Hahnemann intuyó cuál podía ser el origen común de la enorme diversidad que encierra la psora: "El paso de este miasma a través de millones de organismos humanos en el curso de algunos centenares de generaciones, y el extraordinario desarrollo que con este motivo ha debido adquirir, explican hasta cierto punto cómo puede ahora manifestarse bajo formas tan diferentes" (Órganon, 81).
Es bastante notorio que todo el discurso de Hahnemann está plagado de connotaciones teológicas y morales; no en vano la sarna, la gonococia y la sífilis eran enfermedades consideradas por entonces vergonzosas, claramente inmorales. Esta connivencia de la enfermedad y el pecado hunde sus raíces en el origen mismo de la medicina y se prolonga hasta nuestros días de manera más o menos larvada, que se manifiesta abiertamente a la menor ocasión. El mejor ejemplo actual es el sida, que para algunos es un castigo divino contra la libertad sexual y el uso de drogas, aunque muchas campañas sanitarias preventivas no le van a la zaga. Petr Skrabanek escribe lo siguiente refiriéndose a ejemplos extremos de medicina preventiva:
Además de entretenernos, estas fantasías tienen el objetivo más serio de recordarnos la falta de consistencia ideológica de las cruzadas casi religiosas que se mantienen contra viejos enemigos como el sexo, las drogas, la gula y la pereza. W. H. Carylon, antiguo director del Health Education Programme [Programa de educación sanitaria] de la American Medical Association, afirmó respecto a las falsas promesas de salvación: "La constante búsqueda de factores de riesgo en el estilo de vida, la negación del placer, el rechazo del pernicioso antiguo modo de vida y la adopción de otro más riguroso, van seguidos por reafirmaciones periódicas de fe en el transcurso de reuniones para reanimar a los creyentes. Los recién convertidos y salvados buscan con intenso celo a los futuros conversos. La intolerancia santurrona de algunos de estos fanáticos raya en un fascismo de la salud. Según la historia, los seres humanos han vivido sus peores momentos cuando alguien ha pretendido mejorar al máximo las posibilidades de la humanidad". {Sofismas y desatinos en medicina, Doyma, Barcelona, 1992)
Y si esto sucede hoy día, no tiene nada de extraño que Hahnemann, como todo buen curandero, cayera en la tentación moralizante que lleva aparejada la actividad médica casi como su sombra.
Tras lo dicho hasta ahora, tal vez alguien objete que tengo una idea algo anticuada sobre la homeopatía, pero es fácil comprobar lo falso de la acusación. Para ello, nada mejor que tomar cualquier manual reciente homeopático, donde se verá que persisten los mismos principios, a veces, eso sí, con diferentes collares. Algunos lo dicen abiertamente: "La homeopatía ha evolucionado poco porque, tal como fue concebida y desarrollada posteriormente, se acaba en sí misma" (Ricardo Ancarola en el prólogo a una edición española del Órganon). Esta inmutabilidad es, por otra parte, algo bastante lógico. Es como si alguien me reprochara que estoy anticuado por estudiar y repetir el teorema de Pitágoras, la tabla de multiplicar, la ley de la gravitación universal o el ciclo de Krebs en biología. Toda ciencia tiene sus principios, sin los cuales ni siquiera es ciencia, y ello independientemente de su antigüedad. La diferencia estriba en que los principios de la ciencia son reales y racionales: evolucionan, predicen datos y leyes contrastables y son coherentes con el propio sistema científico.
Por el contrario, los principios de la homeopatía o de cualquier otra pseudomedicina son irreales, irracionales y se hallan estancados (ya hemos visto, por ejemplo, cómo las predicciones de altas dosis de penicilina son un auténtico disparate). Sin embargo, todo esto no supone ningún escollo para los pseudomédicos. Aquí tienen la solución: démosles a esos principios otro aspecto para que cuelen mejor, es decir, para que parezcan más reales, más científicos, más actuales, y así el sistema permanezca inmutable y creíble. ¿Cómo? La respuesta la di ya al tratar de la etiología homeopática, aunque no con el detenimiento que merecía lá ocasión. Para subsanar esta deficiencia, analizaré con más detalle un caso típico: los miasmas.
En tiempos de Hahnemann, los miasmas eran agentes de naturaleza desconocida, unos efluvios o emanaciones que causaban enfermedades contagiosas y epidémicas como la malaria, la peste, el cólera o la viruela. Incluso se pensaba que durante las epidemias la tierra adquiría una especie de "constitución epidémica" o "genio epidémico", lo que hacía que una determinada afección epidémica dominara durante ese tiempo al resto de las afecciones que se presentaban en dicho período de forma semejante. Así, por ejemplo, durante una epidemia de viruela las demás enfermedades se manifestaban con un cuadro semejante al de la viruela. Estos extravíos especulativos tuvieron su fin con la entrada en escena de la microbiología. Sin embargo, el contexto histórico en el que se movía Hahnemann, en el siglo XVII y parte del XVIII, era ése. No hay razón, pues, para atribuir diferentes significados a dichas teorías. ¿Por qué digo esto? Veámoslo.
Que hoy en día los homeópatas sigan hablando de la vigencia de los miasmas no es sólo anacrónico sino una vulgar tomadura de pelo. El quid de la cuestión radica, como bien sabemos, en que la homeopatía no puede prescindir de conceptos tan obsoletos y falsos como los descritos por Hahnemann (terreno, miasmas, psora, lúes, sicosis…). En efecto, ellos son tan importantes como la ley de similitud, la de individualización o la de las dosis infinitesimales, pues unos se justifican con otros dentro del sistema homeopático que constituyen. Pero, ¿quién se creerá a estas alturas lo del "genio epidémico" o lo del pecaminoso monstruo de mil cabezas que es la psora?
Para salvar cualquier crítica adversa, los nuevos homeópatas deciden interpretar la historia a su medida, es decir, modificar el significado históricamente real de los términos. El mecanismo ya lo conocemos: la falsa analogía. Mediante ella, los miasmas no son ya aquellos efluvios nocivos de la tierra, el aire o el agua, sino una "alteración dinámica", una "predisposición mórbida constitucional" (es decir, una alteración dinámica anterior a la enfermedad en sí) o, incluso, modos reaccionales ante la agresión de una noxa. Por su parte, la constitución epidémica o "genio epidémico" -algo necesario, insisto, para que se pueda mantener el edificio homeopático- se convierte en la constitución o carga genética y, por último, la psora se puede "referir actualmente tanto a la inmunodepresión como a enfermedades autoinmunes y a la alergia" (T. Pascual, T. Ballester y R. Ancarola, Curso de homeopatía, Miraguano, Madrid, 1989)… o a cualquier cosa que se le pueda parecer en algún aspecto por estrafalario que sea. Obviamente, esto que ahora nos quieren endosar los homeópatas es algo mucho más pseudo-científico que las teorías del siglo XVIII. Que Sydenham o el propio Hahnemann hablaran de miasmas como de algo real que existía en el ambiente era lo adecuado, es decir, una hipótesis o conjetura propia del momento histórico que les tocó vivir y que les servía para explicar una serie de procesos morbosos. Pero en el caso actual sólo puede haber mala fe e intención de engañar.
Para la medicina científica, realizar un diagnóstico es asignar, con razonable probabilidad, un paciente a una clase constituida por sujetos con una enfermedad o entidad nosológica común. Sobre esa enfermedad disponemos de una definición más o menos explícita, de unos conocimientos causales o fisiopatológicos y de una serie de conocimientos relacionados con el pronóstico previsible o con los tratamientos efectivos.
En homeopatía, el diagnóstico se guía por el principio de la individualización de la enfermedad y el enfermo. Me he referido ya a la meticulosidad del proceso (observación y anamnesis) y de su fundamento, por lo que no insistiré. A la individualización del diagnóstico le sigue la individualización del remedio. ¿Cómo elegirlo? (Advierto al lector que lo que aquí nos interesa es saber el tipo de remedio: de su naturaleza, preparación, mecanismo de acción, etcétera, trataré en el próximo capítulo).
Una vez hecho el diagnóstico clínico, es decir, la lista completa de la totalidad de signos y síntomas del enfermo, los homeópatas proceden a compararla (figura 2) con la lista de síntomas de la materia médica homeopática, y aquel medicamento o medicamentos -en esto las diferentes escuelas homeopáticas no coinciden- que presente o presenten síntomas semejantes a los de la enfermedad, será o serán los indicados.
Del paciente (Patogenesias)
Comparación (para buscar semejanzas)
Elección del remedio o conjunto de remedios
Recordemos que para la elección del remedio no basta con considerar la totalidad de los síntomas del proceso morboso, sino los más característicos, los que tienen un valor máximo, que para los homeópatas son los más sorprendentes, originales, inusitados y personales. Por el contrario, los síntomas comunes e imprecisos deben recibir poquísima atención dado su escaso valor. Así resume Hahnemann su mitología diagnóstico-terapéutica:
Cuando se busca un remedio homeopático específico, es decir, cuando se compara el conjunto de signos de la enfermedad natural con las series de síntomas de los medicamentos bien conocidos, para encontrar entre estos últimos una potencia morbífica artificial semejante al mal natural que se quiere curar, es menester atenerse, sobre todo y casi exclusivamente, a los síntomas predominantes, singulares, extraordinarios y característicos, porque a estos principalmente deben corresponder los síntomas semejantes del medicamento que se busca, para que este último sea el remedio más a propósito para obtener la curación. Por el contrario, los síntomas generales y vagos, como la falta de apetito, el dolor de cabeza, la languidez, el sueño agitado, el malestar general, etc., merecen poca atención porque casi todas las enfermedades y medicamentos producen algo análogo. {Órganon, 153)
Permítame el paciente lector una larga cita extraída del libro El laberinto de la medicina, de H. S. Glasscheib:
En 1800, domiciliado [Hahnemann] en Molln, publicó su Cuaderno de secretos benéficos. Con este cuaderno el lector podía enterarse, por un federico de oro, de cómo prevenirse contra una afección de escarlatina y cómo curar esta enfermedad una vez declarada. El remedio era "infalible". Hahnemann se decía dispuesto a revelar el secreto a la humanidad si se le compraban 300 ejemplares de la obra mediante pago anticipado. Como por entonces había una grave epidemia de escarlatina, Hahnemann se figuraba que se haría muy pronto con sus 300 federicos de oro. Pero la clase médica se puso unánime en contra de esta especie de caza de clientela, condenó duramente la idea deliberada de mantener en secreto un medicamento que podía ser de gran importancia y exigió la revelación de la fórmula, apelando a las normas de la ética profesional.
Hahnemann no cedió. En una declaración pública, aparecida en las columnas del Reischanzeiger, defendía su pretensión, alegando que sólo pedía una justa recompensa para sus trabajos de investigación y prometía enviar una dosis del medicamento secreto, "suficiente para prevenir a 1.000 personas contra una afección de escarlatina", a cuantos le mandaran un federico de oro, libre de franqueo, para la adquisición de su folleto. Muy poco después, siquiera fuese para salvar su honor, Hahnemann reveló gratis la fórmula de su remedio. Este consistía en belladona (jugo de estramonio), en la dosis mínima de 1/24.000.000 de granos. Se probó la fórmula y resultó absolutamente ineficaz.
Sin embargo, Hahnemann se matuvo firme en la idea de que su medicamento era "infalible", que curaba toda especie de escarlatina y que los médicos lo habían empleado erróneamente, tratando con él no la escarlatina sino la laringitis o calentura miliar. Los médicos sabían distinguir a la perfección la escarlatina de la laringitis o calentura miliar. Le dejaron que se enfureciera y gritara, pues ya estaban acostumbrados a la clase de hombre que era Hahnemann, de suerte que no se dieron por enterados.
¿Pero qué había ocurrido en realidad? ¿Cómo se le había ocurrido a Hahnemann la belladona como medicamento adecuado para la escarlatina, y por qué se mantenía firme e impasible en su idea, a pesar de haberse hecho patente su ineficacia?
La escarlatina es una enfermedad entre cuyos síntomas figuran una erupción cutánea, fiebre e inflamación dolorosa de las amígdalas. El jugo de estramonio produce síntomas parecidos, a saber: eritema, aceleración del pulso y sequedad en la garganta. El eritema no es erupción cutánea, la aceleración del pulso no es tampoco fiebre, así como la sequedad de garganta no es una angina, pero en todo caso se daba entre tales síntomas la semejanza teóricamente requerida. Por eso, en uso del principio de semejanza, la belladona tenía que prevenir, en pequeñas dosis, la aparición de la escarlatina. Hahnemann estaba tan absolutamente convencido de la exactitud de su principio que había proclamado la "infalibilidad" de su medicamento antes de haberlo ensayado de antemano.
Hahnemann desoyó a la pérfida realidad, que se negaba a confirmar su teoría, y se refugió en un mundo quimérico, donde sus principios gozaban de validez ilimitada. Como la ciencia no reconocía sus méritos, se creyó incomprendido y rodeado de enemigos.