2.- La supuesta ley del vitalismo
Nadie está libre de decir estupideces, lo gra ve es decirlas con énfasis.
Michel de MontaigneEn tiempos de Hahnemann había dos formas principales de entender la enfermedad: el vitalismo y el descriptivismo. El primero era una variante animista que postulaba un principio o "fuerza vital" que animaba o vitalizaba el organismo, y así explicaba todos los procesos fisiológicos y patológicos que acaecían a éste. El segundo, basado en el concepto de especie morbosa de Sydenham, se limitaba a clasificar las enfermedades al modo natural de la época, es decir, en géneros, familias, órdenes y clases, tal como lo hacían botánicos y zoólogos. Pues bien, mientras el vitalismo era una concepción metafísico-animista carente de rigor científico, el descriptivismo planteaba al menos la necesidad de buscar los fundamentos reales y la explicación de las descripciones y clasificaciones que realizaba.
Como es fácil suponer, la personalidad mística y mesiánica de Hahnemann le llevó por los derroteros del vitalismo más montaraz. Conozcamos ahora brevemente en qué consiste ese vitalismo y sus implicaciones homeopáticas.
La "fuerza vital" es, según Hahnemann, un ente inmaterial, espiritual e intangible y su función consiste en animar virtual y dinámicamente la parte material del cuerpo, es decir, "sostiene todas las partes del organismo en una admirable armonía vital" {Órganon, 9). Por esta razón, el organismo material, "desde el momento en que le falta la fuerza vital, no puede sentir ni obrar ni hacer cosa alguna para su propia conservación" {Órganon, 10). En suma, es un organismo muerto. Tras esta introducción mitomágica, me pregunto dónde están las dotes de gran experimentador que sus acólitos atribuyen a Hahnemann.
Ahora bien, que sea pura magia no significa, como algunos creen, que nos alejemos de la homeopatía. Más bien al contrario: sólo así es posible comprenderla. De hecho, nos encontramos ante el postulado explicativo que mencionaba al principio, puesto que gracias al vitalismo Hahnemann da cuenta de la etiología y la fisiopatología de la enfermedad, es decir, de su naturaleza.
En relación con las causas y génesis de los procesos morbosos, Hahnemann parte de la idea de que toda enfermedad no susceptible de tratamiento quirúrgico -ya comienza a eliminar lo que no le interesa- se debe a un desequilibrio particular de la "fuerza vital" que vivifica dinámicamente al organismo.
Este desequilibrio es obra de la influencia de agentes hostiles a la vida. "Cuando el hombre cae enfermo, esta fuerza espiritual, activa por sí misma y presente en todas las partes del cuerpo, es la primera que luego se resiente de la influencia dinámica del agente hostil a la vida" {Órganon, 11). "Sólo la fuerza vital desarmonizada es la que produce las enfermedades […]. Por lo mismo, la curación […] tiene por condición y supone necesariamente que la fuerza vital esté restablecida en su integridad y que el organismo entero haya vuelto al estado de salud" {Órganon, 12). En otras ocasiones es el propio desequilibrio el que hace que el organismo sea susceptible de ser atacado por agentes patógenos, como virus o bacterias, sufrir disfunciones metabólicas, etc. En resumen: la "fuerza vital" es el principio y causa de la vida, del organismo vivo. Su equilibrio es origen y fundamento de la salud; su desequilibrio, causa de la enfermedad o predisposición necesaria a padecerla. Desde luego, no pasa desapercibida la semejanza de estos postulados con los de la acupuntura: sólo hay que sustituir la "fuerza vital" por el qi y el "desequilibrio de la fuerza vital" por el desequilibrio del yin-yang para obtener la misma teoría mitomágica de la enfermedad. Esta coincidencia ha llevado a algunos médicos "alternativos" a la creación de una nueva pseudomedicina: la homeosiniatría o terapéutica mixta formada por la homeopatía y la acupuntura. Así lo explica Beau en el libro citado:
La acupuntura y la homeopatía no tienen otro objetivo que el de producir, bien por el pinchazo de una aguja, bien por una dilución medicamentosa, una estimulación infinitesimal que obra sobre el desequilibrio funcional. El paralelismo del mecanismo que está en la base de las dos terapéuticas no podía dejar de seducir a quienes las han estudiado. Para realizar la síntesis perfecta de ambas hay que superponer la acción tonificante o calmante de un producto a la de la acupuntura. Esta terapéutica, de la que ha sido promotor el doctor Roger de La Fuge, lleva el nombre de homeosiniatría.
Pero volvamos a la homeopatía no adulterada. Si su doctrina etiológica era una barbaridad ya en el siglo XVIII, a comienzos del XXI es un puro disparate. Repare el lector, además, en que con esos presupuestos cualquiera puede ser médico: son ideas fáciles de admitir, lo suficientemente amplias como para aplicarlas a cualquier cosa que se desee, y con la ventaja añadida -algo común en todas las pseudomedicinas- de que nos evitamos el engorro de tener que estudiar las verdaderas causas de la enfermedad: microbiología, genética, inmunología, etc.
Sin embargo, los homeópatas actuales, que saben que sin estos principios la homeopatía se esfuma como sistema médico alternativo o "complementario", en lugar de abandonarlos, como debería hacer todo buen investigador, recurren a una de las leyes básicas de la pseudociencia: buscar analogías con términos científicos para mantener los mismos objetos y leyes que defienden. Es su manera de progresar. Así, la "fuerza vital" se transforma en el "potencial reactivo del organismo", la "dinamización vital" en la "memoria del agua", etcétera (más adelante veremos nuevos ejemplos de esta mutación científica).
Otro modo de librarse de las críticas es afirmar que la ciencia actual no es capaz de detectar esa "fuerza vital", que, sin embargo, es un principio físico de universalidad equiparable a la electricidad o la gravitación. Y si los científicos lo niegan es porque son unos intransigentes, mientras que ellos son los nuevos Galileos que sufren las consecuencias de la intolerancia por proponer hipótesis novedosas. Pero esto es pura palabrería puesto que, como he dicho, no se trata de ideas científicas originales sino de hipótesis caducas y falsas (como el flogisto, el calórico o la teoría de los humores), que ahora las reciclan para parasitar la ciencia. Denunciarlo no es intransigencia, sino pura y simple labor científica.
Dado que la "fuerza vital" es invisible e inaccesible a los sentidos, su disarmonía o desequilibrio sólo podrá apreciarse por los efectos patológicos que produce en el organismo, es decir, por medio de los signos y los síntomas (semiología). Este es el modo que tiene el hombre, según Hahnemann, de conocer las enfermedades. ¿Por qué? Pues porque "la bondad infinitamente sabia del Supremo Creador y conservador de la vida de los hombres así lo ha dispuesto". Las dotes de investigador de Hahnemann son, sin duda, notables… en teología.
Pero lo que Hahnemann no sabe es que sus teorías teológicas no pueden ser admitidas por el Supremo Creador a pesar de su inmensa bondad y sabiduría. ¿Acaso Dios puede hacer que los círculos sean cuadrados o que 2 + 2 sean 5? Es evidente que no. Pues bien, algo semejante le sucede a Hahnemann cuando intenta probar los principios (el desequilibrio de la "fuerza vital") con la conclusión (los signos y síntomas de la enfermedad). Lo mismo hacen los acupuntores con el "triple calentador" u objetos similares inexistentes.
Hahnemann modifica de forma radical el concepto de enfermedad. En primer lugar, la reduce a una serie de síntomas sin conexión mutua: podemos decir que no hay enfermedades sino síntomas. A continuación, todo síntoma particular es tratado según el principio de semejanza. Desde su prueba con la quina en 1790, Hahnemann había ensayado medicamentos en sí mismo y en sus hijos mientras crecían. En tales ensayos había procedido de la siguiente forma: tras una abstención prolongada de toda clase de sustancias excitantes (café, té, licores, perfumes, flores excesivamente aromáticas, etcétera), tomaba una dosis mediana del medicamento y anotaba todo lo que sentía y observaba en su cuerpo en el curso de los 30 o 40 días siguientes como efecto de dicho medicamento. Así vio la luz una de las recopilaciones más estúpidas que conoce la historia de la medicina. Veamos un caso concreto. Tras la toma de una pequeña dosis de licopodio, sustancia absolutamente inocua, Hahnemann anotó 981 efectos específicos. He aquí algunos como muestra {Enfermedades crónicas, vol. II, tomado de H. S. Glasscheib, El laberinto de la medicina, Destino, Barcelona, 1964):
1. Tiene mareos en una habitación caliente (a los 23 días).
2. Mareos al levantarse de la cama y después (a los 30 días).
9. Puede hablar razonablemente de cosas elevadas e incluso abstractas; en cambio, se confunde en las más vulgares (por ejemplo, llama ciruelas a lo que debería llamar peras).
60. En la parte superior izquierda de la cabeza, sensación de que se le tira de un pelo.
78. Más manchas de verano en el lado izquierdo de la cara y en la nariz.
118. Por la noche los ojos se llenan de mucosidades purulentas (a los 33 días).
173. Enrojecimiento y prurito en el labio superior (a los 40 días).
446. Se duerme durante el coito sin eyaculación de semen (a los 12 días).
476. Estornudos sin resfriado.
Y así sucesivamente hasta el n° 981…
La finalidad de los aludidos autoensayos era, como sabemos, la puesta en práctica del principio de semejanza en la consulta médica de acuerdo con el siguiente razonamiento: si un enfermo padece uno de los síntomas citados, éste desaparecerá mediante una pequeña dosis del medicamento que provoca la aparición del mismo síntoma. Por tanto, si el paciente sufre un mareo en una habitación caliente, es señal de que el licopodio cura. Si puede hablar razonablemente de cosas elevadas e incluso abstractas pero se confunde en las vulgares, es señal de que el licopodio cura. Si se duerme durante la cópula sin eyaculación de semen, es señal de que el licopodio cura. Etcétera. Este último caso es un excelente pretexto para que el paciente lector ensaye algún homeochiste (del tipo: "¿Licopodio? No, gracias") y así ingresar en el club médico de la comedia.
No es de extrañar, por tanto, que la obra Teoría de los medicamentos (1811-1821, en seis volúmenes), obra fundamental del sistema homeopático junto con el Órganon, parecía que no iba a acabarse nunca, pues crecía día tras día. Su precisión es tan grande que cada medicamento cuenta con más de 1.000 síntomas experimentados. Cada síntoma individual se menciona brevemente, de manera que las diferencias insignificantes entre unos y otros resultan indiscernibles para una inteligencia corriente. Así, para que el lector se haga una idea de estas diferencias, Hahnemann llega a distinguir ¡350 clases de dolor de cabeza! (no se incluye el producido por la lectura de la propia lista).
Por consiguiente, lo decisivo de esta semiología es que el desequilibrio de la "fuerza vital" y los síntomas y signos que lo expresan forman un todo individual, de tal modo que la enfermedad se reduce a los síntomas y signos, es decir, son una misma cosa: la enfermedad son los síntomas y signos, y los síntomas y signos son la enfermedad. Hahnemann es claro al respecto:
El trastorno, invisible para nosotros, de la fuerza vital que anima nuestro cuerpo, no forma, en efecto, más que un todo con el conjunto de los síntomas que esta fuerza produce en el organismo, que hieren nuestros sentidos y que representan la enfermedad existente. (Órganon, 15)
Y de nuevo cuenta con el beneplácito divino:
El dueño de la vida no ha hecho accesible a nuestros sentidos más de lo que es necesario conocer en la enfermedad para poder curarla. (Órganon, 12)
Pues bien, a pesar de contar con la inestimable ayuda divina, todo lo que dice Hahnemann es radicalmente falso. En efecto, entre la causa de la enfermedad y su semiología están, por una parte, los mecanismos productores de la lesión y, por otra, las lesiones propiamente dichas (unas de carácter anatómico, descritas por la anatomía patológica, y otras de carácter funcional, cuyo estudio incumbe a la fisiopatología). Lo que unifica precisamente los síntomas y signos, es decir, lo que les hace pertenecer a una enfermedad determinada y específica, son la etiopatogenia y sus lesiones correspondientes.
Puede argüirse en su defensa que la teoría de Hahnemann es una teoría errónea por desconocimiento, es decir, debido a lo poco que se sabía en su tiempo sobre los mecanismos de la enfermedad. Pero esto es un simple truco por varios motivos.
1. Sus contemporáneos y él mismo conocían la diferencia aunque no con tanta nitidez como hoy en día, obviamente. Veamos lo que opinaban al respecto en 1863 A. Trousseau y M. Pidoux en su Tratado de terapéutica y materia médica (Madrid, vol. I):
Hahnemann es en todo superficial. Uno de los puntos de su doctrina que ha tratado de establecer con más empeño es que la enfermedad consiste en el conjunto de los síntomas. No hubiera dicho más Pifiel. Si Hahnemann da tanta importancia a esta proposición es porque la necesita para demostrar la acción homeopática de los medicamentos. Y en efecto, no bien dice: la enfermedad consiste en el conjunto de los síntomas, cuando añade: la virtud del medicamento consiste en el conjunto de los síntomas de la enfermedad artificial que produce.
Lógicamente hablando, no va esto muy mal urdido; pero analizado médicamente no representa más que el elemento particular de la enfermedad. Para que pase de ser una abstracción debe hallarse unido al elemento general, es decir, a esa parte común de todos los síntomas que forma su lazo de unión y constituye lo que llamamos diátesis en las enfermedades crónicas y hereditarias: otro tanto puede decirse del síntoma medicinal o tóxico.
No es, pues, el conjunto de los síntomas lo que representa tal o cual enfermedad sino su comunidad o su principio común, manifestado por cada uno de ellos a su modo, y no menos también por sus relaciones o su coordinación. Si se quita este elemento común, hallaremos parecidos todos los síntomas de todas las enfermedades y de todos los envenenamientos; y nada será más fácil entonces que imitar los síntomas de las primeras con los de los segundos, estableciendo de este modo con el mayor rigor una materia médica homeopática. Pero como el citado elemento común, que representa la diátesis, el estado general, el principio especial de la enfermedad, es lo que diferencia los síntomas de todas las afecciones, será imposible, teniéndole en cuenta, encontrar medicamentos homeopáticos, a no dejarse llevar de las más groseras apariencias. ¿Qué relación puede haber entre una peritonitis general sobreaguda y cierto grupo de accidentes histéricos, que bajo el punto de vista de los síntomas, considerados en sí mismos y como fenómenos particulares, hecha abstracción de su elemento general, simulan bastante bien aquella grave enfermedad? ¿Qué relación hay entre las úlceras mercuriales y las sifilíticas; entre la angina y erupción escarlatinosas y la sequedad faríngea y las eflorecencias de la piel que en ocasiones produce la belladona, etc?
Nos hallamos, sin duda, ante un texto de increíble actualidad escrito hace casi siglo y medio. No hay, pues, disculpa por desconocimiento.
2. La teoría de Hahnemann es la consecuencia lógica de su tesis de la "fuerza vital" como entidad unificadora de la enfermedad, donde se elimina sin contemplaciones cualquier mecanismo patogénico y fisiopatológico. De hecho, para él, conocer el mecanismo en virtud del cual se origina y manifiesta la enfermedad es algo totalmente inútil que no le servirá al médico para nada. Y lo que es peor, añade que el hombre siempre ignorará cómo la "fuerza vital" determina el organismo para producir los síntomas de la enfermedad. En consecuencia, Hahnemann no sólo es un pseudocientífico sino también un activista anticientífico, pues con sus tesis aboga contra el progreso científico al calificarlo de vano e inalcanzable.
Además, como señalaban Trousseau y Pidoux, esta concepción reduccionista de la enfermedad no era mera ignorancia sino un presupuesto fundamental y necesario de la homeopatía para justificar la ley de la analogía o del similia, ya que así -cuando la naturaleza de la enfermedad son los propios síntomas- la comparación entre "enfermedad natural" y "enfermedad artificial" tiene la apariencia de ser correcta, o al menos resulta muy difícil demostrar que no lo es. Por otra parte, como la enfermedad es la misma tanto si los síntomas y signos se producen por fármacos como por causas naturales, con los medicamentos apropiados se podrá imitar fácilmente la semiología de las enfermedades y constituir así una materia médica homeopática.
Este reduccionismo semiológico es el error más grave que se puede cometer en la medicina clínica. Cualquier estudiante de medicina sabe -vuelvo a repetirlo- que síntoma y enfermedad no se identifican. Así, diferentes síntomas pueden ser expresión de una misma enfermedad, debido a la evolución del proceso, la constitución del individuo, el grado de defensas, etc.; y a la inversa, iguales síntomas pueden ser manifestación de enfermedades diferentes. Esto es tan frecuente que muchas veces los médicos nos debemos conformar con hacer un diagnóstico meramente sindrómico.
Constantin Hering (1800-1880), homeópata alemán emigrado a Estados Unidos y autor de la obra Síntomas guías de nuestra materia médica, que consta de diez volúmenes de 500 páginas cada uno, describió en el prólogo de la primera edición norteamericana de las Enfermedades crónicas de Hahnemann lo que se ha dado en llamar la ley de Hering.
Dicha ley se refiere al supuesto orden natural de curación, y según ella la secuencia en que ocurren los acontecimientos curativos es la siguiente:
1. De dentro hacia afuera, es decir, desde los órganos y visceras hacia las mucosas y la piel.
2. De arriba hacia abajo, es decir, de las partes superiores del cuerpo (cabeza) a las inferiores (pies). Por ejemplo, se considera que un enfermo mejora si el dolor articular que presentaba en la región cervical ha disminuido, aunque ahora tenga dolor en las articulaciones de las manos.
3. En orden inverso a la instauración de los síntomas.
Semejante ley es científicamente gratuita y como homeochiste es bastante malo. Sin embargo, para la homeopatía como sistema es fundamental. Más aún, de esta supuesta ley podemos extraer la conclusión de que el remedio homeopático actúa sobre la "fuerza vital", que procede del centro del organismo hacia el exterior. Su acción, por tanto, ayuda al organismo a drenarse, es decir, a eliminar y llevar a la superficie todo aquello que le intoxica en sus zonas vitales. Digamos que la enfermedad es expulsada a través de las mismas vías que utiliza el organismo para depurarse: orina, heces y sudor. En el colmo del delirio, según los homeópatas, esta ley hace referencia a la curación real (causal) y no meramente supresiva (sintomática), principalmente en el caso de las erupciones cutáneas. Según sus defensores, la homeopatía es una terapia reaccional, ya que estimula la fuerza curativa del organismo, no una terapia supresiva. Por eso los microorganismos -bacterias, virus, etc.- son agentes secundarios en las enfermedades infecciosas:
Los homeópatas consideran la presencia de microbios como el resultado [no la causa], y comprenden la enfermedad como la susceptibilidad preexistente (anomalía constitucional) de una persona a la infección. (S. Cummings y D. Ullman, Guía prác tica de medicina homeopática, Edaf, Madrid, 1986)
Así pues, de esta supuesta ley podemos extraer la conclusión de que el remedio homeopático actúa sobre la "fuerza vital", que procede del centro del organismo hacia el exterior. Su acción, por tanto, ayuda al organismo a drenarse, es decir, a eliminar y llevar a la superficie todo aquello que le intoxica en sus zonas más vitales. Digamos que la enfermedad es expulsada a través de las mismas vías que el organismo utiliza para depurarse: orina, heces y sudor.
Que médicos formados científicamente defiendan y apliquen estas memeces, propias de la época mágico-empírica de la medicina, es preocupante y motivo más que suficiente de inhabilitación, pero que además sean los propios colegios de médicos y muchas facultades de' medicina quienes les ayuden, mediante cursos, titulaciones, etc., es para echarse a temblar. Vista la situación, somos los escépticos quienes tenemos la obligación de denunciar estas tropelías irracionales y, a la postre, peligrosas.
Al igual que sucede en la acupuntura con el qi, el yin-yang o los pulsos, también en homeopatía son necesarios los "desequilibrios de la fuerza vital", las falsas analogías del similia similibus o el reduccionismo semiológico, pues todo ese conjunto de aberraciones médicas -y más que nos quedan por conocer- constituyen el sistema médico homeopático. Por esta razón insisto una y otra vez en que la homeopatía no es sólo un medio terapéutico (las diluciones infinitesimales) sino un sistema médico completo más allá de la medicina científica, como acabamos de ver en el texto de Coulter, donde no vale quitar o poner lo que nos interesa según a quien vaya dirigido el engaño.