INTRODUCCIÓN

Y ahora la introducción, en la cual supuestamente debo comunicarles lo excelentes que son los cuentos incluidos en esta antología, y urgirlos a que sigan adelante y compren el volumen, ya que supuestamente lo están sosteniendo entre las manos en alguna librería polvorienta y/o inundada de luz y saltando de una página a otra en el venerable acto de hojear. Si es cierto, y eso es lo que están haciendo, entonces permítanme cumplir con mi papel de inmediato: (1) todos los cuentos incluidos en esta antología son excelentes dentro de sus diversas modalidades o no me habría molestado en reunirlos en primer lugar; y (2) sí, tienen que comprar este libro, porque necesito el dinero por una parte, y porque de ese modo obtienen una hermosa porción de narrativa de primera calidad, por otra.

Ahora que eso terminó y ustedes, influidos por mi retórica, supuestamente han comprado el libro y supuestamente están tranquilos en el equivalente propio de un cómodo cuarto de lectura (el mío tiene una destartalada biblioteca, una desteñida cama plegadiza que pasó hace rato su época de gloria, una botella de vino desde la que asoman algunas flores silvestres y una escalera de incendios que te mira por sobre el hombro) dejen que pase a cuestiones distintas —y más interesantes— que deberían ser abarcadas por la introducción a una antología.

¿Por qué se me ocurrió hacerla? y ¿Qué esperaba lograr con ella, además de pagar el alquiler?

En parte, esta antología fue originada por la frustración. He sido lector profesional durante más de dos años, y ese es un trabajo asesino, como atestiguarían con gusto muchas personas. Ser un lector profesional significa estar atrapado en el mismo cuarto con una pila de basura durante largas extensiones de tiempo y, peor aún, estar obligado no sólo a coexistir sino a relacionarse con ella. Una pila de basura es un monstruo fabuloso con tripas de acero y la cabeza de un idiota; es la acumulación de originales no solicitados que se envían a una revista o a una editorial. Estos originales son tan innumerables e inagotables como los granos de arena del Sahara: si uno cava desde la base, vuelven a volcarse desde la cima. La mayor parte de estos originales son de ciencia-ficción (o cf, como a los iniciados nos gusta llamarla), una gran cantidad son espantosos, la vasta mayoría son a la vez cf y espantosos. No se puede pasar por alto una pila de basura: a uno le pagan específicamente por leerla y hacerla desaparecer. De modo que yo me sentaba y trataba de enfrentarla, y día a día leía las agitadas sagas de las rutas espaciales; leía aventuras que sacudían galaxias y hacían estallar soles; contemplaba cómo mil encarnaciones distintas del Capitán Avispa1 de la Patrulla Espacial Terrestre lograban hacer el universo seguro para la humanidad con una sola mano; contemplaba a intrépidos científicos que construían Nuevos Inventos Asombrosos y Armas Secretas en los talleres de sus sótanos, utilizando restos de jaulas para pájaros y alambre de embalar; contemplaba astronautas que caminaban por el espacio a lo largo del casco de su nave bajo una lluvia mortal de meteoritos para reparar el motor hiperlumínico con un alfiler de gancho y una plegaria; contemplaba a Júpiter saliéndose de su órbita y "cayendo encima" de la Tierra, para ser desviado a último momento por un rayo de cobalto construido a toda velocidad en el taller de un sótano; contemplaba conspiraciones galácticas de una escala tan compleja y paranoica que harían palidecer a Dostoievski; contemplaba imperios estelares que crecían y se marchitaban en cantidades tan inmensas como la de todos los tulipanes que existen y existieron en Holanda; leía cuentos de proporciones tan amplias y dinámicas que debía luchar pava que cada centelleante, estridente puñado de originales entrara en el sobre de devolución al autor.

Todos eran pésimos.

Y así todos los días, a la hora del almuerzo, me sentaba ante la mesa de fórmica con mi sandwich y mi taza de café, y los ojos colgando fláccidos de las órbitas como derretidos lápices azules, y me concentraba en el vapor del café y pensaba: tiene que haber una manera de hacer todo esto bien.

La hay, por supuesto.

Esta antología contiene ocho relatos que "lo hacen bien"; que toman la temática tradicional de la cf y la manejan con inteligencia, humanamente, con un alto grado de legibilidad.

Y logran algo más.

En los últimos años ha habido una buena cantidad de charla acerca del “sense of wonder”, el sentido de lo maravilloso, y muchas llorosas lamentaciones acerca de que ha desaparecido para siempre, de que la cf ya es incapaz de proporcionar ese estremecimiento casi religioso que nos atraviesa cuando entramos en contacto con algo mayor a nosotros, esa intuición de sistemas distintos a todos los que hayamos conocido. Eso es lo que los innumerables infelices de la pila de basura trataban de hacer: intentaban comunicar el sentido de lo maravilloso, pero el único medio en que podían pensar para conseguirlo era hacer sus bastidores cada vez más más grandes, más sangrientos. Y esos tonos especiales del registro se han vuelto bastante artificiales con el uso. Sencillamente ya no funcionan.

La cf ha desarrollado una desafortunada tendencia evolutiva a depender del melodrama de las tramas que sacuden al mundo, las hazañas heroicas y la acción que pende de un hilo. Y, como consecuencia de la receta, los personajes son de cartón, la conceptualización superficial, cada vez más simple —o inexistente— la elaboración cerebral. Del clisé que se estereotipa con el paso de los años. Esto conduce a la falta de frescura, al conformismo, al estancamiento: a la insistencia sobre sueños en pantalla panorámica que limitan la amplitud del género, haciéndose monótonos, derrotando por último su propio propósito: la sugerencia de lo maravilloso y el espanto del lector. El microcosmos de las relatos para revistas populares se transforma en algo tan divorciado de lo que sabemos del macrocosmos, la calidad existencial de la vida del héroe se aparta tanto de la experiencia de nuestras propias vidas cotidianas, que dejamos de estar relacionados con ella, cesa de tener la menor importancia para nosotros. Se transforma en fantasía, algo tan intensamente estilizado como una pieza de teatro.

No. No logramos dejar de lado nuestra incredulidad, deja de existir la menor simpatía por esos superhombres y sus superhazañas. Deja de importarnos: de todos modos sabemos que es algo sin sentido, que sólo ocurre sobre ese pequeño trozo de papel. Sabemos que no tiene nada que ver con nosotros.

Y el sentido de lo maravilloso muere.

Estos ocho relatos encuentran caminos que evitan ese síndrome. Son narraciones que intuimos como vida, que de alguna manera consiguen hacernos pensar —mientras las leemos— que son algo más que palabras sobre un papel, que los hechos del argumento ocurren realmente en alguna dimensión compatible con la nuestra, presenciados mediante la ventana de la ficción. La mayoría lo logra manteniendo un foco compacto, intenso, personal, concentrándose sobre las personas implicadas y dejando que vivan el relato de adentro hacia afuera, de modo tal que sus puntos de vista y sus valores se vuelvan nuestras, y la solución de sus problemas nos importe porque se han convertido en nuestros propios problemas. Nos muestran con convicción, algo que de otra manera nunca conoceríamos en esta tierra; cómo sería la vida diaria, cotidiana, en una sociedad diferente, una cultura extraña, otro mundo. Son relatos que afectan a gente mas o menos común —por extraños que puedan parecemos en su propio contexto— que llevan vidas comunes, luchando como nosotros, amando, perdiendo, muriendo, arreglándoselas. No es que los hechos aquí descriptos sean mundanos —hay más que suficiente acción, colorido, amplitud dramatismo— sino que la acción es una exposición intensa que armoniza con la vida, no con el melodrama. La acción, la gran tormenta de Zelazny, los routiers de Roberts, el mar hostil y destructor de Delaney, el demonio retozón de Leiber, las batallas y enfrentamientos de Smith... es el tipo de ataque violento, repentino a la normalidad que nos suele ocurrir a nosotros: yo he sido asaltado en las calles de Manhattan, golpeado, robado, he sufrido las grandes tormentas, he visto gente atropellada y muerta por automóviles. Puedo creer en el tipo de acción que estos autores nos brindan, en la violencia sin sentido y la despreocupada crueldad, mucho más de lo que puedo creer en las heroicas aventuras del Capitán Avispa.

Estos relatos nos trasladan hacia otro mundo por medios que podemos encontrar verosímiles y consistentes, que nos permiten compartir la piel de alguien/algo distinto. Y al lograrlo engendran un sentido de lo maravilloso muy superior al de una biblioteca repleta de revistas con relatos que sacuden el mundo... porque somos capaces de ir Allá Afuera nosotros mismos, no a través de un sustituto.

Todas estas narraciones son un día en la vida de alguien, alguien real, y por eso nos importan. En eso reside la diferencia.

Disfruté al seleccionarlas. Espero que ustedes disfruten cuando las lean.

Y mantengan el rayo de cobalto en buenas condiciones. Aún podemos necesitarlo.

Gardner R. Dozois