I
Se llama Ana Alvarado, y está teniendo un mal día. Llevaba toda la semana preparándose para una entrevista de trabajo, la primera en varios meses que llegaba a la etapa de la videoconferencia, pero el rostro del reclutador apenas acababa de materializarse en la pantalla cuando le informó de que la empresa había decidido contratar a otra persona. De modo que ahora está sentada delante del ordenador, vestida con su mejor traje para nada. Sin demasiado entusiasmo, sus intentos por sondear unas cuantas empresas más se saldan de inmediato con otras tantas cartas de rechazo automáticas. Transcurrida una hora, Ana decide que necesita distraerse: abre una ventana de Próxima Dimensión para jugar al que es su pasatiempo predilecto en la actualidad, la Edad del Iridio.
La cabeza de playa está abarrotada, pero su avatar lleva puesta la codiciada armadura de combate de madreperla, por lo que no pasa mucho tiempo antes de que algunos jugadores le pregunten si quiere unirse a su pelotón. Atraviesan la zona de combate, neblinosa a causa del humo de los vehículos incendiados, y durante una hora se dedican a limpiar una fortaleza de mántides; es la misión perfecta para el estado de ánimo de Ana, lo bastante fácil para permitirle confiar en la victoria, pero con la dosis justa de desafío para que la experiencia resulte satisfactoria. Sus compañeros de equipo se disponen a aceptar otra misión cuando una ventana de telefonía se abre en la esquina del monitor de vídeo de Ana. Se trata de una alerta de voz de su amiga Robyn, de modo que Ana cambia el estado del micrófono para aceptar la llamada.
—Hola, Robyn.
—Hola, Ana. ¿Cómo va eso?
—Te daré una pista: ahora mismo estoy jugando a EdI.
Robyn sonríe.
—¿Una mañana complicada?
—Por así decirlo. —Ana le cuenta lo de la entrevista cancelada.
—Bueno, las noticias que traigo quizá te levanten el ánimo. ¿Podrías reunirte conmigo en Tierra de Datos?
—Claro, dame un momento para que salga del juego.
—Te espero en mi casa.
—Vale, hasta ahora.
Ana se despide del pelotón y cierra la ventana de Próxima Dimensión. Cuando accede a su cuenta de Tierra de Datos, la ventana se centra en la última ubicación que había visitado, una discoteca excavada en la gigantesca cara de un acantilado. Aunque Tierra de Datos cuenta con sus propios continentes de juego (Elderthorn, Orbis Tertius), éstos no son del estilo de Ana, motivo por el cual pasa más tiempo aquí, en los continentes sociales. Su avatar todavía conserva la ropa de fiesta de su última visita; se pone un atuendo más convencional y abre un portal al domicilio de Robyn. Un paso al frente y aparece en la sala de estar virtual de Robyn, en un aerostato que flota sobre una catarata semicircular de mil quinientos metros de diámetro.
Sus avatares se encogen de hombros.
—Bueno, ¿qué hay de nuevo? —dice Ana.
—Que Blue Gamma vuelve a contratar —es la respuesta de Robyn—. Acabamos de recibir una inyección de fondos, así que estamos cubriendo vacantes. Les he enseñado tu currículo a unas cuantas personas, y todo el mundo se muere de ganas de conocerte.
—¿A mí? No será por mi inmensa experiencia. —Hace poco que Ana ha completado el programa que la acredita como evaluadora de software. Una de las clases de introducción corría a cargo de Robyn, y así fue cómo se conocieron.
—Precisamente por eso, la verdad sea dicha. Es tu último trabajo lo que suscita tanto interés.
Ana se había pasado seis años empleada en un zoológico; la clausura del mismo era el único motivo de que hubiese retomado los estudios.
—Ya sé que los primeros compases de cualquier aventura empresarial son un poco caóticos, pero me apuesto lo que sea a que no necesitáis ninguna cuidadora de animales.
—Espera a ver lo que nos traemos entre manos —responde Robyn, con una risita—. Me dijeron que podía dejarte echar un vistazo, acuerdo de confidencialidad mediante.
Esto es algo gordo; hasta ahora, Robyn no había podido desvelar el menor detalle de su labor en Blue Gamma. Ana firma el acuerdo y Robyn abre un portal.
—Tenemos una isla privada. Ven, vamos a echar un vistazo. —Sus avatares trasponen el umbral.
Ana medio se espera encontrarse con un paisaje fantástico cuando se actualice la ventana, pero en vez de eso su avatar aparece en lo que a primera vista parece ser una guardería. Tras fijarse mejor, da la impresión de tratarse de una escena que se hubiera escapado de algún libro infantil: un pequeño cachorro de tigre antropomórfico ensarta cuentas de colores en un entramado de alambres; un oso panda examina un coche de juguete; una pelota de gomaespuma rueda empujada por la versión caricaturizada de un chimpancé.
Las anotaciones superpuestas en la pantalla los identifican como digientes, organismos digitales que viven en hábitats como Tierra de Datos, aunque Ana nunca ha visto nada igual. Éstas no son las mascotas idealizadas que se venden a aquellas personas incapaces de comprometerse con un animal de verdad; carecen de su belleza fotográfica, y sus movimientos son demasiado torpes. Tampoco se parecen a los habitantes de los biomedios de Tierra de Datos: Ana ha visitado el archipiélago de Pangea, ha visto los canguros esciápodos y las serpientes bidireccionales evolucionadas en sus distintos invernaderos, y es evidente que estos digientes no son oriundos de allí.
—¿Esto es lo que hace Blue Gamma? ¿Digientes?
—Sí, pero no unos digientes cualquiera. Fíjate. —El avatar de Robyn se acerca al chimpancé que está jugando con la pelota y se acuclilla delante de él—. Hola, Pongo. ¿Qué haces?
—Pongo jigui piliti —dice el digiente, para pasmo de Ana.
—¿Estás jugando con la pelota? Qué bien. ¿Puedo jugar yo también?
—No. Pongo piliti.
—Porfa.
El chimpancé pasea la mirada a su alrededor y, sin desprenderse de la pelota en ningún momento, se acerca gateando hasta un montón de cubos de madera desordenados. Empuja uno de ellos en dirección a Robyn.
—Robyn jigui bliquis. —Se vuelve a sentar—. Pongo jigui piliti.
—Bueno, vale. —Robyn regresa junto a Ana—. ¿Qué te parece?
—Es asombroso. No sabía que los digientes estuvieran tan avanzados.
—Es todo bastante reciente; nuestro equipo de desarrolladores contrató a un par de doctorados después de asistir a su presentación en la conferencia del año pasado. Ahora contamos con un motor genómico, al que hemos puesto el nombre de Neuroblast, cuya capacidad cognitiva es superior a la de cualquier otro de los que se encuentran en el mercado en estos momentos. Éstos de aquí —abarca con un ademán a los habitantes de la guardería— son los bichitos más inteligentes que hemos generado hasta la fecha.
—¿Pensáis venderlos como animales de compañía?
—De eso se trata. Los comercializaremos como mascotas con las que se pueda conversar, capaces de aprender unos trucos impresionantes. Aunque no sea oficial, por las oficinas circula el siguiente eslogan: «Tan graciosos como cualquier monito, pero sin peligro de que te tiren caca a la cara».
Ana sonríe.
—Empiezo a comprender la utilidad que podría tener alguien con experiencia en el adiestramiento de animales.
—Pues sí. No siempre conseguimos que estos bichitos hagan lo que les decimos, y desconocemos hasta qué punto llevan la desobediencia en los genes y hasta qué punto se debe a que no estamos utilizando las técnicas adecuadas.
Se queda mirando mientras el digiente con forma de panda levanta el coche de juguete con una zarpa y examina los bajos; con cautela, utiliza la otra patita para dar vueltas a las ruedas.
—¿Con cuántos conocimientos parten de base estos digientes?
—Prácticamente ninguno. Deja que te lo enseñe. —Robyn activa una de las pantallas de vídeo de las paredes de la guardería; en ella aparece la grabación de una sala, decorada con colores primarios, en cuyo suelo remolonean un puñado de digientes. Su aspecto físico no difiere del de los que ocupan la guardería en estos momentos, pero sus movimientos son arbitrarios y espasmódicos—. Estos bichitos están recién instanciados. Tardarán unos cuantos meses de tiempo subjetivo en aprender lo básico: cómo interpretar los estímulos visuales, cómo mover las extremidades, cómo se comportan los objetos sólidos. Mientras dure esa fase los ejecutaremos en un invernadero, así que todo el proceso nos lleva alrededor de una semana. Cuando estén preparados para aprender el idioma y las convenciones sociales, pasaremos a ejecutarlos en tiempo real. Ahí es donde entrarías en acción tú.
El panda empuja el cochecito por el suelo, adelante y atrás, unas cuantas veces y emite un vagido intermitente: mo mo mo. Ana se da cuenta de que el digiente se está riendo.
—Sé que en la universidad estudiaste cómo se comunican los primates —continúa Robyn—. Aquí tienes la oportunidad de poner en práctica esos conocimientos. ¿Qué opinas? ¿Te interesa?
Ana vacila; no era esto lo que tenía en mente cuando se matriculó en la universidad, y por un instante se pregunta cómo ha podido llegar hasta aquí. De pequeña soñaba con seguir los pasos de Fossey y Goodall por África; cuando se graduó, quedaban tan pocos simios que su mejor opción pasaba por trabajar en el zoo; ahora contempla la posibilidad de aceptar un empleo como adiestradora de mascotas virtuales. Su trayectoria profesional es la crónica fehaciente del encogimiento del mundo natural, escrita en letra pequeña.
Ponte las pilas, se dice. Tal vez no se corresponda con sus expectativas, pero no deja de ser un empleo en la industria del software, motivo por el cual retomó los estudios. Además, lo cierto es que adiestrar monos virtuales podría resultar más entretenido que ejecutar baterías de pruebas; así que, siempre y cuando Blue Gamma le ofrezca un sueldo decente, ¿por qué no?
Se llama Derek Brooks, y la última tarea que le han encomendado no le hace ni pizca de gracia. Derek diseña los avatares de los digientes de Blue Gamma, y aunque normalmente disfruta con su trabajo, ayer los responsables de productos le pidieron que hiciera algo que considera que es una mala idea. Así intentó hacérselo ver, pero la decisión no está en sus manos, de modo que ahora le toca ingeniárselas para que salga algo decente.
Derek estudió animación, por lo que, en cierto modo, crear personajes digitales es algo que se ajusta a su perfil como un guante. En otros aspectos, su cometido no podría diferir más del de un animador tradicional. Habitualmente se encargaría de diseñar la forma de caminar y los gestos de un personaje, pero en el caso de los digientes esos rasgos eran propiedades emergentes del genoma; lo que debe hacer es diseñar un cuerpo que manifieste los gestos del digiente de un modo con el que la gente pueda simpatizar. Estas diferencias explican por qué muchos animadores —entre ellos Wendy, su esposa— no trabajan con formas de vida digitales, pero a Derek le encanta. Considera que ayudar a una nueva forma de vida a expresarse es la labor más emocionante con la que podría soñar cualquier animador.
Además, suscribe la filosofía que hay detrás del diseño de las inteligencias artificiales de Blue Gamma: la experiencia es la mejor maestra, por lo que en vez de intentar programar una IA con lo que quieras que sepa, véndelas con la capacidad de aprender y deja que sean los mismos clientes quienes les enseñen lo que les apetezca. Para que los clientes se animen a realizar semejante esfuerzo, sin embargo, los digientes deberán ser la quintaesencia de la seducción: sus personalidades tendrán que ser encantadoras, algo en lo que están trabajando los desarrolladores, y sus avatares necesitarán ser adorables, momento en el que Derek entra en juego. Pero no puede limitarse a dotar a los digientes de unos ojos grandísimos y unas naricillas de botón. Nadie se los tomará en serio si parecen personajes de dibujos animados. Y a la inversa: si su aspecto recuerda en exceso al de las bestias de verdad, sus expresiones faciales y su capacidad para hablar resultarán demasiado desconcertantes. Encontrar el punto intermedio es peliagudo, aunque tras dedicar innumerables horas a documentarse con vídeos de crías de animales, por fin ha conseguido diseñar unos rostros híbridos que resulten entrañables pero sin exagerar.
Su proyecto actual es un poco distinto. Los responsables de productos, no satisfechos con los gatos, los perros, los monos y los pandas, han decidido que debe existir una mayor variedad entre los avatares, que haya algo más aparte de tantas crías de animales. Han sugerido robots.
Para Derek, la idea es absurda. Toda la estrategia de Blue Gamma se cimienta sobre la afinidad que sienten las personas por los animales. Los digientes aprenden mediante refuerzos positivos, como los animales, y entre sus recompensas se cuenta el que les rasquen la cabeza o les den golosinas virtuales. Todo esto tiene sentido tratándose de avatares animales, pero con uno robótico se conseguiría un efecto cómico y forzado. Si se dedicaran a vender juguetes físicos, los robots tendrían la ventaja de ser más baratos de fabricar que unos animales plausibles, pero los costes de producción carecen de importancia en el reino virtual, y los rostros animales resultan más expresivos. Vender avatares robóticos sería como ofrecer burdas imitaciones en vez del producto original.
Interrumpen sus cavilaciones unos golpecitos en el marco de la puerta; se trata de Ana, la última incorporación al equipo de ensayo.
—Oye, Derek, tendrías que ver el vídeo de la sesión de adiestramiento de esta mañana. Han estado graciosísimos.
—Gracias, luego les echo un vistazo.
Ana ya se dispone a marcharse, pero se lo piensa mejor.
—Parece que tienes el día torcido.
En opinión de Derek, contratar a la antigua cuidadora de un zoo fue todo un acierto. No sólo ha diseñado un nuevo programa de adiestramiento para los digientes, sino que además aportó una sugerencia estupenda para mejorar su alimentación.
Los demás productores de digientes ofertan un surtido limitado de golosinas para ellos, pero Ana propuso que Blue Gamma ampliara radicalmente el formato de los alimentos que ingieren los digientes; señaló que las dietas variadas redundan en una mayor satisfacción de los animales en cautividad y consiguen que los visitantes se lo pasen mejor durante la hora de la comida. La dirección le dio el visto bueno y el equipo de desarrollo editó el mapa de recompensas básico de los digientes para ampliar el abanico de alimentos virtuales reconocibles; puesto que en realidad no podían simular todos los distintos componentes químicos —la física simulada de Tierra de Datos dista de estar a la altura de semejante reto—, se conformaron con añadir parámetros que sustituyeran el sabor y la textura de un alimento determinado, y diseñaron una interfaz para el software dispensador de comida que permite que los usuarios confeccionen sus propias recetas. Resultó ser un éxito tremendo; cada digiente individual siente debilidad por una golosina en concreto, y los informes de los beta testers reflejan que les entusiasma satisfacer las preferencias de sus digientes.
—En dirección han decidido que con los avatares animales no basta —dice Derek—. Ahora resulta que también quieren avatares robóticos. ¿Te lo puedes creer?
—La idea parece buena.
Derek no logra disimular su sorpresa.
—¿De veras lo crees? Pensaba que preferías los avatares animales.
—Aquí todo el mundo considera animales a los digientes, pero la cuestión es que los digientes no se comportan como ningún animal de verdad. Poseen tantas cualidades impropias de las bestias que da la impresión de que estemos vistiéndolos con disfraces de circo cuando intentamos conferirles el aspecto de monos o pandas.
Derek no puede por menos de sentirse zaherido ante la comparación de sus avatares, tan minuciosamente trabajados, con unos disfraces de circo. Su expresión debe de delatarlo, porque Ana se apresura a añadir:
—Tampoco es que el usuario de a pie vaya a percatarse de nada. Es sólo que me he pasado mucho más tiempo rodeada de animales que la mayoría de la gente.
—No pasa nada —dice Derek—. Siempre es agradable escuchar otros puntos de vista.
—Perdona. Los avatares tienen una pinta estupenda, en serio. Me gusta sobre todo el cachorro de tigre.
—Que no pasa nada. De veras.
Ana se disculpa con un ademán y se aleja por el pasillo, mientras Derek se queda recapacitando sobre sus palabras.
Puede que se haya obsesionado en exceso con el tema de los avatares animales, tanto que ha empezado a ver a los digientes como algo que no son. Ana tiene toda la razón, por supuesto, en el sentido de que los digientes tienen tanto de bestias como de robots convencionales. Además, ¿quién puede aseverar que una de las dos analogías sea más válida que la otra? Si parte de la premisa de que un avatar robótico es igual de adecuado que uno animal como vehículo para la expresividad de estas nuevas formas de vida, quizá logre diseñar el avatar que lo satisfaga.
Ha transcurrido un año y faltan apenas unos días para que Blue Gamma lance su producto estrella. Ana está trabajando en su cubículo, separada de Robyn por el pasillo; están sentadas de espaldas la una a la otra, pero en estos precisos instantes sus pantallas de vídeo muestran la misma imagen de Tierra de Datos, donde sus avatares aguardan en pie, hombro con hombro. A su alrededor, una docena de digientes corretean por un parque infantil, persiguiéndose por encima y por debajo de un puente en miniatura, escalando una pequeña escalerilla y dejándose caer por un tobogán. Estos digientes son los candidatos más firmes a salir al mercado; en cuestión de unos días, todos ellos —u otras versiones aproximadas— se pondrán a disposición de una clientela repartida a lo largo y ancho de los reinos solapados del mundo real y Tierra de Datos.
En lugar de enseñarles conductas nuevas a tan pocas jornadas de la fecha de salida, lo que se espera de Ana y Robyn es que animen a los digientes a poner en práctica aquellas destrezas que hayan aprendido ya. Están enfrascadas en plena sesión cuando Mahesh, uno de los cofundadores de Blue Gamma, pasa por en medio de sus cubículos y se queda a mirar.
—No os preocupéis, seguid con lo que estáis haciendo. ¿Qué habilidad toca hoy?
—La identificación de figuras —responde Robyn. Instancia un montón de cubos de colores desperdigados en el suelo, a los pies de su avatar—. Acércate, Lolly —dice, dirigiéndose a uno de los digientes. Un cachorro de león sale del parque infantil con paso inseguro.
Entretanto, Ana llama a Jax, cuyo avatar es un robot neovictoriano hecho de cobre bruñido. Derek realizó un trabajo sensacional diseñándolo, desde las proporciones de las extremidades al contorno del rostro; Ana opina que Jax es adorable. Instancia a su vez una selección de cubos de colores de formas distintas y llama la atención de Jax sobre ellos.
—¿Ves esos bloques, Jax? ¿Qué forma tiene el azul?
—Trínguli —dice Jax.
—Bien. ¿Qué forma tiene el rojo?
—Cuidrido.
—Bien. ¿Qué forma tiene el verde?
—Circli.
—Buen trabajo, Jax. —Ana le da una golosina, que el digiente devora con entusiasmo.
—Jax listi —dice Jax.
—Lolly timbién listi —apostilla Lolly.
Ana sonríe y les acaricia la nuca.
—Sí, los dos sois muy listos.
—Dis listis —dice Jax.
—Eso es lo que quería ver —declara Mahesh.
Los candidatos a salir al mercado constituyen el destilado final de incontables ensayos, la crema de la crema en términos de educabilidad. En parte ha sido una búsqueda en pos de la inteligencia, pero al mismo tiempo también de temperamento, de una personalidad que no frustre a los clientes. Una de sus características fundamentales es la capacidad de jugar en equipo. El equipo de desarrolladores ha intentado reducir la conducta jerárquica de los digientes —Blue Gamma quiere vender mascotas cuya docilidad no deba reafirmarse continuamente—, pero eso no significa que se hayan erradicado por completo las rivalidades. A los digientes les encanta recibir atenciones, y como uno se dé cuenta de que Ana está cubriendo de halagos a otro, se esforzará por reclamar su parte. En la mayoría de los casos esto no supone ningún problema, pero cada vez que un digiente se mostraba especialmente resentido con alguno de sus congéneres o con la propia Ana, ésta lo marcaba y su genoma específico quedaba excluido de la siguiente generación. El proceso podría compararse hasta cierto punto con la cría de perros, aunque la mayoría de las veces Ana tuviera la impresión de estar trabajando en una inmensa cocina experimental, preparando un sinfín de bandejas de pastas y comprobando el sabor de cada una de ellas en pos de la receta perfecta.
Las encarnaciones actuales de los prototipos se archivarán en calidad de mascotas, y se pondrán copias a la venta, pero lo que se espera es que la mayoría de la gente compre digientes más jóvenes, todavía en la fase prelingüística. Casi toda la gracia está en enseñar a hablar a los digientes; las mascotas sirven principalmente como ejemplos de la clase de resultados que se pueden esperar. Comercializar digientes en la fase prelingüística les permitirá, además, penetrar en los mercados de habla no inglesa, a pesar de que Blue Gamma sólo disponga de personal suficiente para crear mascotas que sepan inglés.
Ana envía a Jax de regreso al parque infantil y llama a un oso panda digiente llamado Marco. Se dispone a evaluar su reconocimiento de las figuras cuando Mahesh señala una esquina de su pantalla de vídeo.
—Mira, fíjate en eso. —Hay un par de digientes en la colina adyacente al parque, rodando ladera abajo.
—Anda, qué chulada —dice Ana—. Nunca les había visto hacer eso. —Cuando dirige su avatar hacia la colina, Jax y Marco la siguen y se suman a los juegos de los otros digientes. La primera vez que Jax intenta imitarlos, deja de dar vueltas casi de inmediato, pero con un poco de práctica consigue bajar rodando hasta el pie de la colina. Repite la operación unas cuantas veces y regresa corriendo junto a Ana.
—¿Ana mira? —pregunta Jax—. ¡Jax di viltis clini abaji!
—¡Sí, ya te he visto! ¡Has bajado la colina rodando!
—¡Ridandi clini abaji!
—Lo has hecho de maravilla. —Ana vuelve a acariciarle la nuca.
Jax se aleja a la carrera y continúa tirándose por la ladera dando vueltas. Lolly también se ha sumado con entusiasmo al nuevo pasatiempo. Cuando llega al pie de la colina, continúa rodando por el terreno llano hasta chocar con uno de los puentes del parque infantil.
—Iih, iih, iih —se lamenta—. Joder.
De repente, Lolly acapara la atención de todos.
—¿Dónde ha aprendido eso? —pregunta Mahesh.
Ana apaga el micrófono y conduce su avatar hasta Lolly para consolarla.
—No lo sé —dice—. Lo habrá oído por ahí.
—Bueno, pues no vamos a vender un digiente que diga «joder».
—Estoy en ello —dice Robyn. Abre una ventana nueva en la pantalla con los archivos de las sesiones de adiestramiento y ejecuta una búsqueda en la pista de audio—. Creo que es la primera vez que uno de los digientes dice algo parecido. En cuanto a cuándo lo hemos dicho alguno de nosotros… —Los tres observan expectantes mientras los resultados de la búsqueda se acumulan en la ventana; al parecer el culpable es Stefan, uno de los adiestradores de la sucursal australiana de Blue Gamma. La empresa tiene empleados en Australia y en Inglaterra para que los digientes continúen educándose cuando cierran las oficinas de la Costa Oeste; los digientes no necesitan dormir —o, para ser más exactos, el proceso de integración que sería su análogo del sueño se ejecuta a gran velocidad— por lo que su adiestramiento puede prolongarse durante las veinticuatro horas del día.
Repasan las grabaciones de vídeo de todas las ocasiones en que Stefan ha pronunciado la palabra «joder» en el transcurso de las sesiones de adiestramiento. El estallido más espectacular se produjo hace tres días; no queda del todo claro tras examinar los movimientos de su avatar de Tierra de Datos, pero a juzgar por el sonido parece que se golpeó la rodilla contra el escritorio. Hay ejemplos anteriores que se remontan a semanas atrás, aunque ninguno de ellos tan virulento ni prolongado como ése.
—¿Qué quieres que hagamos? —pregunta Robyn.
El elemento de compensación es evidente. Con la fecha de salida prácticamente encima, no hay tiempo para repetir tantas semanas de adiestramiento; ¿deberían apostar por que los anteriores exabruptos no hayan dejado ninguna huella en los digientes? Mahesh se queda pensativo un momento antes de tomar su decisión.
—Vale. Hacedles retroceder tres días y retomadlo a partir de ahí.
—¿A todos? —dice Ana—. ¿No sólo a Lolly?
—No podemos arriesgarnos; que retrocedan todos. Y a partir de ahora quiero un sistema de alarmas de voz activo en todas las sesiones de adiestramiento. La próxima vez que a alguien se le escape un taco, hacedles retroceder a todos hasta el último punto de control.
De esta manera, los digientes pierden tres días de experiencia. Incluida la primera vez que bajaron rodando por una colina.
II
Los digientes de Blue Gamma son un éxito. Transcurrido un año de su salida al mercado, cien mil clientes los han adquirido ya y —lo que es aún más importante— los mantienen en activo. Blue Gamma apuesta por una estrategia comercial del estilo «cuchillas y hojas de afeitar», puesto que jamás recuperarían el capital invertido en el desarrollo de los digientes exclusivamente con su venta; en lugar de eso, la empresa cobra a sus clientes cada vez que éstos crean comida para los digientes, manteniendo así un flujo de ingresos constante que depende de que los digientes continúen entreteniendo a sus propietarios. Hasta la fecha, los clientes los encuentran tremendamente entretenidos y los mantienen día y noche en activo. Es habitual que los clientes ejecuten el proceso de integración de forma paulatina, por lo que sus digientes se pasan toda la noche durmiendo, pero algunos lo ejecutan a gran velocidad, y sus digientes están despiertos la mayor parte del tiempo; comparten sus digientes en colaboración con otras personas residentes en distintos husos horarios, lo que les permite madurar más deprisa. Decenas de parques infantiles y guarderías para digientes salpican los continentes sociales de Tierra de Datos, y los calendarios de acontecimientos públicos se pueblan de citas para jugar en grupo, clases de adiestramiento y concursos de talentos. Algunos propietarios llevan incluso a sus digientes a las zonas de carreras y permiten que monten en sus vehículos. El mundo virtual se comporta como una aldea global por lo que a la educación de los digientes respecta, un entramado social al que se hubiera añadido una nueva categoría de mascota.
La mitad de los digientes que vende Blue Gamma son ejemplares únicos, poseedores de un genoma generado aleatoriamente aunque sin salirse de los parámetros seleccionados durante el proceso de cría. La otra mitad son copias de las mascotas, pero la empresa no escatima esfuerzos para recordar a los compradores que cada una de esas copias se desarrollará de forma distinta en función de su entorno. A modo de ejemplo ilustrativo, el equipo de ventas de Blue Gamma señala a Marco y a Polo, dos de las mascotas de la empresa. Ambos son manifestaciones del mismo genoma y ambos poseen avatares con forma de oso panda, pero sus personalidades son inconfundiblemente opuestas. Marco contaba dos años cuando se generó Polo, y éste se pegó a él como si lo tomara por una especie de hermano mayor; ahora ambos son inseparables, pero Marco es más extrovertido mientras que Polo se muestra más cauto, y nadie espera que Polo vaya a convertirse en un segundo Marco de la noche a la mañana.
Las mascotas de Blue Gamma son los digientes de Neuroblast más antiguos que existen en activo, y al principio la dirección esperaba que pudieran proporcionar al equipo de pruebas algún adelanto sobre la conducta típica de los digientes antes de que los clientes la experimentaran de primera mano. En la práctica, no ha funcionado así; no hay manera de predecir cómo van a salir los digientes criados en un millar de entornos distintos. Todos los propietarios de un digiente están explorando territorios desconocidos, en el sentido estricto de la palabra, y recurren los unos a los otros en busca de ayuda. Proliferan los foros online de dueños de digientes, repletos de anécdotas y debates, de consejos para dar y tomar.
Blue Gamma cuenta con un encargado de atención al cliente cuyo trabajo consiste en leer los foros, pero a veces Derek curiosea en ellos personalmente, al terminar el trabajo. En ocasiones los clientes hablan de las expresiones faciales de los digientes, pero aunque no sea así, Derek disfruta con las anécdotas.
De: Zoe Armstrong
¡No os vais a creer lo que ha hecho hoy mi Natasha! Estábamos en el parque infantil cuando otro digiente se hizo daño en una caída y empezó a llorar. Natasha le dio un abrazo para consolarlo, y yo la puse por las nubes. Antes de darme cuenta, va y le pega un empujón a otro digiente para que éste se eche a llorar… ¡lo abraza y se me queda mirando, esperando que la cubra de halagos!
El siguiente post al que se asoma le llama la atención:
De: Andrew Nguyen
¿Será que hay algunos digientes menos listos que otros? El mío no responde a las órdenes como he visto que hacen los de los demás.
Consulta el perfil público del cliente y descubre que su avatar es una lluvia incesante de monedas de oro; las monedas rebotan unas contras otras, de tal modo que sus trayectorias sugieren una figura humana sumamente abstracta. La animación es deslumbrante, pero Derek sospecha que ese usuario no se ha leído las recomendaciones de Blue Gamma sobre cómo educar a los digientes. Publica una respuesta:
De: Derek Brooks
Cuando juegas con tu digiente, ¿llevas puesto el avatar que aparece en tu perfil? Porque, en tal caso, el problema es que tu avatar carece de rostro. Configura tu cámara para que muestre tus expresiones faciales y ponte un avatar que sea capaz de exhibirlas, así obtendrás una respuesta mucho mejor de tu digiente.
Continúa navegando. Al cabo de un minuto, encuentra otra pregunta que suscita su interés:
De: Natalie Vance
Mi digiente Coco es un lolly, tiene un año y medio. Últimamente se ha vuelto realmente traviesa. No hace nunca lo que le digo, me vuelve loca. Hace unas semanas era una completa muñeca, así que intenté restaurarla desde un punto de control, pero no dura nada. Ya lo he probado dos veces, y sigue desarrollando la misma actitud descarada (aunque la segunda vez tardó un poco más). ¿Alguien ha tenido alguna experiencia parecida? Me interesa especialmente si tenéis un lolly. ¿Hasta dónde hay que retroceder para solucionar el problema?
Abundan las respuestas en las que la gente sugiere distintos métodos para aislar el desencadenante específico del cambio de humor de Coco y soslayarlo. Derek se dispone a publicar su propia réplica, explicando que un digiente no es un videojuego que se pueda repetir hasta obtener la puntuación perfecta, cuando ve que Ana también ha contestado:
De: Ana Alvarado
Te entiendo, porque lo he visto con mis propios ojos. No se trata de algo específico de los lollys, un montón de digientes pasan por lo mismo. Puedes seguir intentando evitar este tipo de episodios, pero sospecho que son insoslayables y terminarás desperdiciando meses con un digiente que no va a crecer jamás. O puedes tomar la vía menos cómoda y acabar con un digiente más maduro cuando llegues al final del trayecto.
A Derek le anima leer esto. La costumbre de tratar a los seres conscientes como si fueran juguetes está demasiado extendida, y no sucede únicamente con las mascotas. En cierta ocasión, Derek asistió a una fiesta de Navidad en la casa de su cuñado, donde conoció a una pareja que tenía un clon de ocho años. Cada vez que miraba al muchacho se compadecía de él. El niño era un amasijo de neurosis con patas, fruto de haberse criado como monumento al narcisismo de su padre. Incluso un digiente se merece algo más de respeto.
Le envía un mensaje privado a Ana para agradecerle su post. Después se da cuenta de que el cliente del avatar sin rostro ha respondido a su sugerencia.
De: Andrew Nguyen
Y una mierda. Este avatar me costó una pasta, y lo compré específicamente para ponérmelo cuando voy a los continentes sociales. No voy a dejar de usarlo por culpa de un digiente.
Derek exhala un suspiro; lo más probable es que intentar que ese tipo cambie de parecer sea una causa perdida, pero alberga la esperanza de que se limite a dar de baja el digiente antes de seguir educándolo de la peor manera posible. Blue Gamma ha hecho todo lo posible por minimizar los abusos; todos los digientes de Neuroblast están equipados con inhibidores del dolor, lo que los vuelve inmunes a la tortura y, por consiguiente, poco atractivos para los sádicos. Lamentablemente, protegerlos de algo tan simple como la negligencia es tarea imposible.
En el transcurso del año siguiente surgen otras empresas que empiezan a comercializar sus propios motores genómicos, con capacidad para aprender el lenguaje. Aunque ninguna de ellas consigue igualar la popularidad de Neuroblast en Tierra de Datos, en otras plataformas la situación es distinta. En Próxima Dimensión, por ejemplo, impera el motor de Origami; en Ninguna Parte, uno llamado Faberge. Por suerte, Blue Gamma ha inspirado a las empresas a ofrecer productos complementarios además de competidores.
Hoy, la mitad de la plantilla de la empresa se hacina en la recepción: administradores, desarrolladores, evaluadores, diseñadores. Están aquí porque por fin ha llegado el paquete que esperaban con tremenda expectación; una caja de cartón del tamaño de una maleta grande reposa encima de la mesa del recepcionista.
—Abrámosla de una vez —dice Mahesh.
Ana y Robyn tiran de las pestañas de la caja hasta dividirla en ocho bloques de espuma de celulosa que se abren abatiéndose como puertas en miniatura. El ocupante de este sarcófago a medida es una carcasa robótica, recién llegada de las instalaciones de producción. El robot posee forma humanoide pero mide menos de un metro de alto, a fin de reducir la inercia de sus extremidades y conferirle una agilidad moderada. Tiene la piel negra y lustrosa, y la superficie de su cabeza, desproporcionadamente grande, queda oculta en su mayor parte por un monitor envolvente.
El robot pertenece a SaruMech Toys. Son varias las empresas que se han apresurado a ofrecer servicios orientados a los propietarios de digientes, pero SaruMech es la primera que saca al mercado un producto de hardware en vez de meros programas de software. Si han enviado una muestra de su trabajo a Blue Gamma es con la esperanza de conseguir patrocinio.
—¿Qué mascota obtuvo la puntuación más alta? —pregunta Mahesh. Se refiere a los exámenes de agilidad. La semana pasada, todos los digientes recibieron unos avatares de prueba con una distribución de peso y un abanico de movimientos equiparables a los de la carcasa robótica; desde entonces todos los días han dedicado algo de tiempo a cargar con los avatares, aprendiendo a desenvolverse con ellos puestos. Ayer, Ana evaluó la capacidad de los digientes para tumbarse de espaldas y volver a incorporarse, para subir y bajar escaleras, y para hacer equilibrios primero con una pierna y después con la otra. Fue como someter a una panda de bebés de pecho a un test de alcoholemia.
—Te refieres a Jax —responde Ana.
—Eso, pues que se prepare.
El recepcionista cede su espacio de trabajo a Ana, que se conecta a Tierra de Datos y le pide a Jax que se acerque. Jax tiene la suerte de que el avatar de prueba no difiere radicalmente del suyo; es más corpulento, pero tanto las extremidades como el torso guardan unas proporciones parecidas. Los digientes que crecieron luciendo avatares de osos pandas y crías de tigre, por el contrario, deben superar otras dificultades.
Robyn consulta el panel de diagnóstico del robot.
—Parece que ya estamos listos para empezar.
Ana abre un portal al gimnasio en la pantalla y llama por señas a Jax.
—Bueno, Jax, adelante.
En la pantalla, Jax atraviesa el portal, y el pequeño robot cobra vida en la recepción. La cabeza del robot se ilumina para exhibir el rostro de Jax, girando la exagerada cabeza dentro de la escafandra que lleva puesta. El diseño es una manera de conservar el parecido con el avatar original del digiente sin tener que producir cuerpos personalizados. Jax recuerda a un robot de cobre enfundado en una armadura de obsidiana.
Jax se gira para contemplar toda la estancia.
—Guau. —Se detiene—. Guau guau. Suena distinto. Guau guau guau.
—No pasa nada, Jax —dice Ana—. Recuerda, te avisé de que tu voz podría sonar diferente en el mundo exterior. —El paquete de información de SaruMech había previsto esta contingencia; el sonido no se transmite igual por un chasis de plástico y metal que por los avatares de Tierra de Datos.
Jax levanta la cabeza para mirar a Ana, y ésta no puede por menos de maravillarse. Sabe que el digiente no se encuentra de verdad en ese cuerpo —el código de Jax todavía está ejecutándose en la red, y este robot sólo es un periférico vistoso— pero la ilusión es perfecta. E incluso después de tantas interacciones en Tierra de Datos, es emocionante tener a Jax frente a ella, mirándola a los ojos.
—Hola, Jax. Soy yo, Ana.
—Tu avatar es distinto.
—En el mundo exterior no lo llamamos «avatar», sino «cuerpo». Y aquí la gente no cambia de cuerpo, eso sólo podemos hacerlo en Tierra de Datos. Aquí siempre llevamos puesto el mismo cuerpo.
Jax se queda pensativo unos instantes.
—¿Siempre tienes el mismo aspecto?
—Bueno, me puedo cambiar de ropa. Pero sí, éste es mi aspecto.
Jax se acerca a Ana para observarla con más detenimiento, y ella se pone en cuclillas, con los codos en las rodillas, hasta situarse casi a su altura. Jax observa atentamente sus manos, primero, y después sus antebrazos; Ana lleva manga corta. Cuando Jax arrima la cabeza un poco más, Ana detecta el tenue chirrido que emiten las cámaras de los ojos del robot al enfocarse.
—Tienes pelitos en los brazos.
A Ana se le escapa la risa; los brazos de su avatar son tan suaves como los de un bebé.
—Sí, es verdad.
Jax levanta una mano y extiende el pulgar y el índice en dirección al vello de Ana. Repite la intentona un par de veces, pero sus dedos no dejan de resbalar, como si de las pinzas de una expendedora automática se tratara. Al final, antes de desistir de su empeño, le pellizca la piel.
—Ay. Jax, que eso duele.
—Perdón. —Jax escudriña el semblante de Ana—. Tienes como agujeritos por toda la cara.
A Ana no se le escapa que los demás presentes en la sala están pasándoselo en grande.
—Se llaman «poros» —explica mientras se pone de pie—. Podemos seguir hablando de mi piel más tarde. Ahora, ¿por qué no echas un vistazo por la habitación?
Jax gira lentamente sobre los talones y se da un paseo por el vestíbulo, como un astronauta en miniatura explorando un planeta alienígena. Se fija en la ventana que da al aparcamiento y encamina sus pasos hacia ella.
El sol del atardecer se filtra en diagonal por el cristal. Jax se adentra en el haz de luz y retrocede bruscamente.
—¿Qué es eso?
—Eso es el sol. Es idéntico al de Tierra de Datos.
Receloso, Jax vuelve a dejarse bañar por la luz.
—No es idéntico. Este sol brilla, y brilla, y brilla sin parar.
—Eso es verdad.
—No hace falta que el sol brille, y brille, y brille sin parar.
Ana suelta una carcajada.
—Supongo que tienes razón.
Jax regresa junto a ella y examina la tela de sus pantalones. Tentativamente, Ana le acaricia la nuca. Es evidente que los sensores táctiles del cuerpo del robot funcionan, puesto que Jax ejerce algo de presión contra su mano; Ana puede sentir su peso, la resistencia dinámica de sus solenoides. Jax le rodea los muslos con los brazos.
—¿Me lo puedo quedar? —pregunta Ana, a nadie en particular—. Me ha seguido hasta casa.
Todos se ríen.
—Eso dices ahora —replica Mahesh—, pero espera a que te atasque el váter con las toallas del cuarto de baño.
—Vale, vale —dice Ana. Blue Gamma invirtió en el mundo virtual y no en el real por varios motivos —costes de producción más reducidos, fácil acceso a las redes sociales— entre los que se contaba el riesgo de los daños al patrimonio; no podían vender una mascota potencialmente capaz de arrancarte de cuajo las persianas venecianas o de ponerse a hacer castillos de mayonesa en tu alfombra—. Es que ver así a Jax es una pasada, eso es todo.
—Tienes razón, sí que lo es. Por el bien de SaruMech, sin embargo, espero que la experiencia se refleje fielmente en los vídeos. —Vender las carcasas robóticas no entra en los planes de SaruMech Toys, que sólo aspira a alquilarlos durante unas cuantas horas seguidas. Los digientes tendrán acceso a unos cuerpos localizados en unas instalaciones en las afueras de Osaka, desde donde saldrán de excursión al mundo real mientras sus propietarios los observan a través de unas cámaras instaladas en microzepelines. Ana siente el repentino impulso de mandarles el currículo; ver a Jax de esta manera le recuerda cuánto echa de menos el componente físico del trato con los animales, y por qué trabajar con los digientes con un monitor de por medio sencillamente no tiene ni punto de comparación.
—¿Quieres que se turnen todas las mascotas con el robot? —pregunta Robyn a Mahesh.
—Sí, pero sólo cuando hayan superado las pruebas de agilidad. Como rompamos éste, olvidaos de que SaruMech nos vuelva a dar otro gratis.
Jax está jugando con las deportivas de Ana, tirando del extremo de uno de los cordones. No ocurre a menudo que Ana desee ser rica, pero en este preciso momento, mientras siente cómo se tensa el cordón a causa de los esfuerzos de Jax, precisamente ése es el único pensamiento que la ocupa. Porque, si pudiera permitírselo, compraría uno de estos robots en un abrir y cerrar de ojos.
Varios empleados se turnan para enseñar el mundo real a los robots; Derek suele encargarse de Marco o de Polo. Su idea inicial es sacarlos a la calle, rodear el edificio de oficinas en el que Blue Gamma tiene su sede y mostrarles las franjas de césped y arbustos que dividen el aparcamiento. Señala el robot parecido a un cangrejo que se encarga de las labores de jardinería, fruto de una incursión anterior en el acercamiento de los digientes al mundo real. El robot está equipado con un desplantador para arrancar las malas hierbas que recuerda a un estilete, y lo único que guía sus acciones es el instinto; desciende de una larga estirpe de ganadores en los concursos de jardinería evolutiva que se celebran en los invernaderos de Tierra de Datos. Derek siente curiosidad por ver cómo reaccionan las mascotas al escuchar la historia del robot desbrozador, preguntándose si se identificarán con él como camarada emigrante de Tierra de Datos, pero no muestran el menor interés.
Lo que fascina a las mascotas, en cambio, son las texturas. Las superficies de Tierra de Datos poseen una inmensa cantidad de detalles visuales, pero ninguna propiedad táctil aparte de un coeficiente de fricción; muy pocos usuarios utilizan controladores que transmitan el tacto, por lo que prácticamente ningún fabricante se toma la molestia de implementar texturas en sus superficies medioambientales. Ahora que los digientes tienen las superficies del mundo real al alcance de la mano, hasta las cosas más sencillas constituyen una novedad para ellos. Cuando Marco regresa de su turno en el cuerpo robótico, no para de hablar de las alfombras y la tapicería de los muebles; cuando es Polo el que ocupa la carcasa, se pasa todo el rato acariciando las rugosas bandas antideslizantes de las escaleras del edificio. A nadie le extraña que las almohadillas sensoriales de los dedos del robot deban ser los primeros componentes en remplazarse.
Lo siguiente que llama la atención de Marco es que la boca de Derek y la suya son muy distintas. Las de los digientes guardan un parecido meramente superficial con las de los seres humanos puesto que, aunque los digientes muevan los labios al hablar, sus generadores discursivos no se rigen por ninguna ley física. Marco quiere saberlo todo acerca de los mecanismos del lenguaje y no deja de preguntar si puede meter los dedos en la boca de Derek cada vez que éste dice cualquier cosa. A Polo le asombra descubrir que la comida baja literalmente por la garganta de Derek cuando traga, en vez de desvanecerse sin más como ocurre con los alimentos de los digientes. A Derek le preocupaba que descubrir los límites de su corporeidad pudiera perturbar a los digientes, pero en vez de eso les parece sencillamente gracioso.
Observar a los digientes en un cuerpo robótico tiene la inesperada ventaja de proporcionar una imagen más próxima de sus rostros de lo que es habitual al verlos en Tierra de Datos. De resultas de ello es más fácil apreciar el trabajo invertido por Derek en sus expresiones faciales. Un día, Ana se presenta en su cubículo y exclama, alterada:
—¡Eres la leche!
—Er… ¿gracias?
—Acabo de ver cómo Marco ponía unas caras divertidísimas. Tengo que enseñártelo. ¿Puedo? —Con un gesto, Ana señala el teclado de Derek, que aparta la silla del escritorio para facilitarle el acceso. Ana abre un par de ventanas en la pantalla: una de ellas, en la que se enmarca la grabación de la cámara de la carcasa robótica, muestra el punto de vista del digiente, mientras que la otra contiene un vídeo de lo que aparece en el monitor del casco. A juzgar por la primera, estaban otra vez en el aparcamiento—. La semana pasada salió en una de las excursiones de SaruMech —explica Ana— y le entusiasmó, por supuesto, así que ahora se aburre en las oficinas.
En la pantalla, Marco dice: «Quiero ir parque ir excursión».
«Aquí te puedes divertir igual». En la pantalla, Ana indica por señas a Marco que la siga.
La imagen se balancea a un lado y a otro cuando Marco sacude la cabeza. «No tan divertido. Parque más divertido. Te enseño».
«No podemos ir a ese parque. Está muy lejos; tendríamos que hacer un viaje muy largo para llegar allí».
«Abre portal y ya».
«Lo siento, Marco, pero no puedo abrir portales aquí, en el mundo exterior».
—Ahora fíjate en su cara —dice Ana.
«Prueba. Prueba mucho por favor por favor». Las facciones de oso panda de Marco componen una expresión implorante; Derek, que nunca había visto nada parecido, se desternilla de risa.
Ana se carcajea a su vez y dice:
—No te lo pierdas.
En la pantalla, dice: «Da igual cuánto me esfuerce, Marco; en el mundo exterior no hay portales. Sólo Tierra de Datos tiene portales».
«Entonces vamos Tierra Datos, abrimos portal allí».
«Eso daría resultado si allí tuvieras algún cuerpo que ponerte, pero yo no puedo cambiar de cuerpo, tendría que desplazarme con éste, y eso me llevaría mucho tiempo».
Marco se queda pensativo, y a Derek le entusiasma ver cómo la incredulidad del digiente se insinúa en sus rasgos.
«Mundo exterior tonto», declara el digiente.
Derek y Ana se parten de risa. Ana cierra la ventana y dice:
—Has hecho un trabajo estupendo.
—Te lo agradezco. Y también que me hayas enseñado eso, me has alegrado el día.
—Ha sido un placer.
Es agradable que le recuerden a uno que su trabajo anterior está dando sus frutos, porque la mayor parte de los últimos encargos de Derek distan de ser igual de interesantes. Los digientes de Origami y Faberge han empezado a surgir en una gama de avatares mucho más amplia, como bebés de dragón, grifos y otras criaturas mitológicas, por lo que Blue Gamma quiere ofrecer avatares parecidos para los digientes de Neuroblast. Los nuevos avatares, modificaciones directas de los ya existentes, no requieren ninguna novedad por lo que a sus expresiones faciales respecta.
De hecho, su último encargo le exige crear un avatar sin ninguna expresión facial en absoluto. El potencial del genoma de Neuroblast impresionó hasta tal punto a un grupo de entusiastas de la vida artificial que éstos, en lugar de esperar a que los biomedios desplieguen su propio intelecto, han solicitado a Blue Gamma que les fabrique una especie alienígena a medida. Los desarrolladores han ideado un taxón de personalidad que se encuentra a años luz de las especies que vende Blue Gamma, y Derek está diseñando un avatar con tres patas, un par de tentáculos por brazos y cola prensil. Algunos de esos apasionados reclaman fisiologías aún más extrañas, además de hábitats con físicas diferentes, pero Derek les ha recordado que tendrán que dirigir los avatares por su cuenta cuando quieran educar a los digientes, y controlar los tentáculos será reto suficiente.
Los antedichos entusiastas han bautizado su nueva especie con el nombre de xenotherianos y han acondicionado un continente privado, al que denominan Marte de Datos, en el que se proponen crear una cultura alienígena desde cero. Pese a la curiosidad que lo acucia, Derek no ha podido visitarlo aún porque en presencia de los digientes sólo está permitido hablar en un dialecto personalizado del lojbano, un idioma artificial. No deja de preguntarse hasta qué punto conseguirán sacar adelante su proyecto esos aficionados. Aparte de las tremendas dificultades de acceso, la experiencia de criar a los xenotherianos estará exenta de satisfacciones como la que acaban de experimentar Ana y él observando a Marco. La recompensa tendrá un carácter netamente intelectual y, a la larga, ¿será suficiente?
III
En el transcurso del año siguiente las previsiones sobre el futuro de Blue Gamma, antes tan soleadas, pasan a tornarse decididamente nubladas. Las ventas a nuevos clientes han descendido, pero lo peor de todo es que los ingresos generados por el software dispensador de alimentos han caído en picado: cada vez son más los clientes existentes que suspenden las cuentas de sus digientes.
El problema estriba en que, al dejar atrás la niñez, los digientes de Neuroblast se vuelven demasiado exigentes. Con su cría, Blue Gamma aspiraba a obtener una combinación de razón y obediencia, pero debido a la impredecibilidad inherente a todos los genomas, incluso los digitales, los desarrolladores están descubriendo que erraron el blanco. Como si de un juego excesivamente complicado se tratara, el equilibrio entre el desafío y la recompensa que proporcionan los digientes ha comenzado a alejarse de lo que la mayoría de las personas consideran entretenido, de modo que los abandonan. Sin embargo, al contrario de lo que ocurriría con los propietarios de un perro para cuya raza no estuvieran preparados, a los clientes de Blue Gamma no se les puede acusar de no haber hecho los deberes; ni siquiera la misma empresa sospechaba que los digientes fuesen a evolucionar así.
Algunos voluntarios han empezado a organizar centros de acogida para los digientes indeseados, con la esperanza de encontrarles nuevos propietarios. Estos voluntarios siguen dos estrategias; donde unos mantienen a los digientes en activo sin interrupción, otros prefieren restaurarlos a partir de su último punto de control cada pocos días, a fin de evitar que desarrollen trastornos derivados del abandono que pudieran dificultar su adopción. Por lo que respecta a atraer propietarios en potencia, ninguna de las dos estrategias está cosechando un éxito espectacular. De vez en cuando aparece alguien a quien le apetece tener un digiente sin la obligación de criarlo desde la infancia, pero estas adopciones nunca duran mucho tiempo, y los refugios están convirtiéndose cada vez más en meros almacenes de digientes.
A Ana no le hace ninguna gracia esta moda, pero está familiarizada con la realidad de las protectoras de animales: sabe que es imposible salvarlos a todos. Preferiría que lo que está sucediendo no afectara a las mascotas de Blue Gamma, pero el fenómeno está demasiado extendido para que eso sea factible. Ha llevado a los digientes al mismo parque infantil una y otra vez, y siempre hay alguno que se percata de la ausencia de un compañero de juegos habitual.
Hoy, la excursión al parque infantil es distinta y le depara una agradable sorpresa. Antes incluso de que todas las mascotas hayan cruzado el portal, Jax y Marco reparan en la presencia de un digiente que luce un avatar robótico.
—¡Tibo! —exclaman al unísono, y se abalanzan sobre él.
Tibo, uno de los digientes más veteranos aparte de las mascotas, es propiedad de un beta tester llamado Carlton. Éste suspendió su cuenta hace un mes; a Ana le alegra comprobar que el abandono no ha sido definitivo. Mientras los digientes conversan animadamente entre sí, ella conduce su avatar hasta el de Carlton y habla con él; el hombre le explica que necesitaba un descanso, eso es todo, y que ahora se siente dispuesto a prestar a Tibo toda la atención que necesita.
Más tarde, tras sacar las mascotas del parque infantil y regresar a la isla de Blue Gamma, Jax le cuenta la conversación que ha mantenido con Tibo.
—Dije que fue díver cuando no estaba. Dije del viaje al zoo, díver, díver.
—¿Le dio pena habérselo perdido?
—No, discutió en cambio. Dijo que excursión al centro comercial, no al zoo. Pero eso fue mes pasado.
—Como Tibo se ha pasado todo este tiempo suspendido —le explica Ana—, cree que la excursión del mes pasado fue ayer.
—Dije eso —replica Jax, sorprendiéndola con su comprensión—, pero no cree. Discute hasta que Marco y Lolly dicen también. Después triste.
—Bueno, seguro que se le presentan más ocasiones de ir al zoológico.
—No triste por zoo. Triste por mes.
—Ah.
—No quiero me suspendan. No quiero perder mes.
Ana se esfuerza por adoptar un tono tranquilizador.
—No hace falta que te preocupes por eso, Jax.
—Tú no me suspendes, ¿verdad?
—Verdad.
Le alivia ver que su respuesta parece satisfacer al digiente; Jax todavía desconoce el concepto de promesa, y a Ana le avergüenza alegrarse de que no le haya exigido ninguna. Se consuela con la certeza de que, si suspendieran las cuentas de las mascotas, casi con toda probabilidad lo harían con todas a la vez, por lo que al menos no surgirían discrepancias experienciales en el seno del grupo. Lo mismo en caso de que restauraran a todas las mascotas a una versión anterior. Recuperar los puntos de control guardados se cuenta entre las sugerencias de Blue Gamma para todos aquellos clientes cuyas mascotas les parecen demasiado exigentes, y hay quienes sostienen que la empresa debería dar ejemplo con sus propias mascotas a fin de respaldar esa estrategia.
Al ver la hora que es, Ana se apresura a instanciar unos cuantos juegos para que las mascotas se entretengan por su cuenta; ha llegado el momento de trabajar con los digientes de la nueva línea de productos de Blue Gamma. En los años transcurridos desde la creación del genoma de Neuroblast, sus desarrolladores han escrito herramientas más refinadas con las que analizar las interacciones de los distintos genes y entender mejor las propiedades del genoma. Recientemente han creado un taxón cuya menor plasticidad cognitiva debería propiciar que los digientes se estabilicen antes y se conserven siempre dóciles. La única manera de comprobarlo pasa por dejar que los clientes los críen durante años, a ver qué ocurre, pero los desarrolladores se muestran sumamente optimistas. Aunque esto suponga un alejamiento significativo del objetivo original de la empresa, fabricar digientes cada vez más sofisticados, las situaciones desesperadas requieren medidas drásticas. Blue Gamma depende de estos nuevos digientes para atajar las pérdidas de ingresos, por lo que Ana y el resto del equipo están sometiéndolos a un adiestramiento intensivo.
Las mascotas están lo bastante bien educadas para aguardar a que Ana les dé permiso antes de ponerse a jugar.
—De acuerdo, adelante todo el mundo —dice, y los digientes se abalanzan sobre sus pasatiempos preferidos—. Nos vemos más tarde.
—No —protesta Jax. Se detiene y regresa junto al avatar de Ana—. No quiero jugar.
—¿Cómo? Pues claro que sí.
—Jugar no. Trabajar.
—¿Qué? —se ríe Ana—. ¿Para qué quieres trabajar?
—Ganar dinero.
Ana se da cuenta de que Jax no lo dice en broma; su tono es sombrío. Ya más en serio, le pregunta:
—¿Para qué necesitas el dinero?
—No necesito. Doy a ti.
—¿Por qué quieres darme dinero?
—Necesitas —responde el digiente, solemne.
—¿He dicho yo que necesite dinero? ¿Cuándo?
—Semana pasada pregunto por qué juegas con otros digientes y no con yo. Dijiste gente paga juegues con ellos. Si tengo dinero, pago yo. Juegas más con yo.
—Ay, Jax. —Por unos instantes, Ana se queda sin palabras—. Qué amable eres.
Transcurrido otro año, ya es oficial: Blue Gamma va a cancelar sus operaciones. No había suficientes clientes que estuvieran dispuestos a apostar por los digientes perpetuamente dóciles. De puertas para adentro se barajaron muchas propuestas, entre ellas la creación de una raza de digientes capaces de entender el lenguaje aunque no de hablar, pero era demasiado tarde. La base de clientes se ha estabilizado en una pequeña comunidad de obstinados propietarios de digientes, y éstos no generan ingresos suficientes para mantener Blue Gamma a flote. La empresa ha decidido lanzar una versión gratuita del software dispensador de alimentos para que quienes lo deseen puedan mantener a sus digientes en activo durante todo el tiempo que quieran, pero por lo demás, los clientes se han quedado solos.
La mayoría del resto de la plantilla ya ha vivido antes este tipo de descalabros empresariales, por lo que, si bien no están nada contentos, para ellos sólo es un episodio más en la historia de la industria del software. Para Ana, sin embargo, el cierre de Blue Gamma le recuerda la clausura del zoológico, una de las experiencias más traumáticas de su vida. Todavía se le anegan los ojos de lágrimas cuando piensa en la última vez que se reunió con sus simios, deseando poder explicarles por qué no iban a volver a verla, esperando que fueran capaces de adaptarse a sus nuevos hogares. Cuando tomó la decisión de reeducarse para ingresar en la industria del software, rezaba para no tener que enfrentarse nunca a otra despedida semejante en su nueva trayectoria profesional. Pero hela aquí ahora, contra todo pronóstico, ante una situación extrañamente parecida.
Parecida, aunque no idéntica. En realidad Blue Gamma no necesita encontrar ningún nuevo hogar a sus docenas de mascotas; puede limitarse a suspenderles las cuentas, sin ninguna de las implicaciones que conllevaría la eutanasia. La propia Ana ha suspendido miles de cuentas durante el proceso de cría, y esos digientes no están muertos ni se sienten abandonados. El único sufrimiento derivado de la suspensión de las mascotas sería el que padecen los adiestradores; Ana se ha pasado los últimos cinco años compartiendo a diario su tiempo con ellas, y se resiste a decirles adiós. Por suerte, existe una alternativa: cualquier empleado tiene la posibilidad de adoptar una mascota como animal de compañía en Tierra de Datos, mientras que quedarse con un simio en su apartamento habría sido algo impensable.
Dado lo fácil que es el proceso de adopción, a Ana le extraña que la mayoría de los empleados ni siquiera se lo planteen. Sabe que puede contar con que Derek se quede con uno —se preocupa por los digientes tanto como ella— pero la reticencia de los adiestradores es inesperada. Todos sienten cariño por los digientes, pero muchos opinan que quedarse con uno como mascota ahora equivaldría a seguir trabajando sin cobrar por ello. Ana está segura de que Robyn se llevará uno, pero a la hora del almuerzo recibe una noticia inesperada.
—No pensábamos contárselo a nadie todavía —le confía Robyn—, pero… estoy embarazada.
—¿En serio? ¡Enhorabuena!
Robyn sonríe de oreja a oreja.
—¡Gracias! —Abre las compuertas de toda la información acumulada: las opciones que han contemplado ella y Linda, su pareja; el procedimiento de fusión ovular por el que apostaron, la tremenda suerte de haber tenido éxito al primer intento. Ana y Robyn comentan las vicisitudes de las búsquedas de empleo y las bajas por maternidad. Al cabo, retoman el tema de la adopción de mascotas.
—Vas a estar muy ocupada, por supuesto —dice Ana—, ¿pero qué te parecería adoptar a Lolly? —Ver cómo reacciona Lolly ante un embarazo sería fascinante.
—No —contesta Robyn, sacudiendo la cabeza—. Los digientes ya han quedado atrás para mí.
—¿Cómo que han quedado atrás?
—Estoy lista para algo más auténtico, ¿sabes lo que quiero decir?
—No estoy segura —responde diplomáticamente Ana.
—Todos dicen que hemos evolucionado para querer tener hijos, y aunque antes pensaba que eso era una chorrada, ya no. —Una expresión extasiada se cincela en las facciones de Robyn; es como si no estuviera hablando directamente con Ana—. Gatos, perros, digientes… meros sustitutos de lo que debería importarnos de veras. Tarde o temprano una empieza a entender lo que supone tener un bebé, qué significa realmente, y todo cambia. Es entonces cuando te das cuenta de que todas las sensaciones que has vivido antes no eran… —Robyn se muerde la lengua—. Lo que quiero decir es que a mí me ha ayudado a ver las cosas con cierta perspectiva.
Es algo que las mujeres que trabajan con animales escuchan constantemente: que su amor por ellos debe de radicar en algún tipo de instinto maternal sublimado. Ana está harta de esos estereotipos. No tiene nada en contra de los niños, pero tampoco considera que sean el rasero estándar con el que deba medirse cualquier otro logro. Cuidar de los animales es una actividad meritoria por derecho propio, una vocación por la que no es preciso disculparse. Aunque jamás lo hubiera creído posible cuando empezó a trabajar en Blue Gamma, ahora comprende que también de los digientes podría decirse lo mismo.
IV
El año siguiente al cierre de Blue Gamma entraña muchos cambios para Derek. Consigue un empleo en la empresa para la que trabaja su esposa, Wendy, animando actores virtuales para la televisión. Tiene suerte de encargarse de una serie con buenos guionistas, pero da igual lo ingeniosos y espontáneos que suenen los diálogos: hasta la última palabra, hasta la última entonación y el último matiz están meticulosamente coreografiados. Durante el proceso de animación escucha las mismas líneas repetidas mil veces, y la perfección del resultado final se le antoja plastificada y estéril.
La vida con Marco y Polo, por el contrario, es una inagotable sucesión de sorpresas. Los adoptó a ambos porque no querían que los separaran, y aunque no puede pasar tanto tiempo con ellos como cuando trabajaba en Blue Gamma, lo cierto es que poseer un digiente ahora es más interesante que nunca. Los clientes que mantuvieron sus digientes en activo fundaron un grupo de usuarios de Neuroblast para conservar el contacto, y si bien la comunidad es más reducida que antes, sus miembros son más activos y comprometidos, y sus esfuerzos están dando fruto.
Ha llegado el fin de semana y Derek conduce en dirección al parque; en el asiento del copiloto está Marco, vestido con un cuerpo robótico. Viaja de pie —sujeto por el cinturón de seguridad— para poder mirar por la ventanilla; busca cualquier cosa que antes sólo hubiera visto en los vídeos, cosas imposibles de encontrar en Tierra de Datos.
—Biqui incindios —dice Marco, señalando con el dedo.
—Boca de incendios.
—Boca de incendios.
—Eso es.
El cuerpo que luce Marco era propiedad de Blue Gamma. Las excursiones en grupo tocaron a su fin porque SaruMech Toys cerró poco después de que lo hiciera Blue Gamma, de modo que Ana —quien había conseguido un empleo evaluando el software que se utiliza en las estaciones de captura de carbono— adquirió el cuerpo robótico de oferta para dárselo a Jax. La semana pasada se lo prestó a Derek, para que Marco y Polo tuvieran ocasión de jugar con él, y ahora éste se dispone a devolvérselo. Ana piensa pasarse el día entero en el parque, dejando que los propietarios de otros digientes disfruten de la carcasa por turnos.
—Próxima hora de plástica hago bomba de incendios —anuncia Marco—. Uso cilindro, uso cono, uso cilindro.
—Me parece una idea estupenda —dice Derek.
Marco se refiere a las sesiones de manualidades a las que ahora los digientes asisten todos los días. Comenzaron hace unos meses, después de que un propietario escribiera un programa capaz de operar unas cuantas de las herramientas de edición de pantalla de Tierra de Datos desde dentro del propio entorno virtual. Mediante la manipulación de una consola repleta de botones y palancas, ahora los digientes pueden instanciar diversas figuras sólidas, cambiarlas de color, combinarlas y editarlas de múltiples formas distintas. Los digientes están en la gloria; para ellos es como si les hubieran concedido poderes mágicos, y a juzgar por el modo en que las herramientas de edición burlan la simulación física de Tierra de Datos, en cierto sentido es así. Cuando Derek entra en Tierra de Datos después del trabajo, Marco y Polo le enseñan los proyectos de manualidades que han hecho ese día.
—Así puedo enseñar Polo cómo… ¡Parque! ¿Parque ya?
—No, todavía no hemos llegado.
—Cartel dice «repuestos y parques». —Marco señala el letrero frente al que están pasando en esos instantes.
—Dice «repuestos y partes». Partes, no parques. Todavía nos falta un poquito.
—Partes —repite Marco, con la mirada fija en el cartel que se encoge de tamaño a lo lejos.
Otra actividad nueva para los digientes son las clases de lectura. Ni Marco ni Polo habían sentido nunca excesiva curiosidad por la palabra escrita —quizá porque en Tierra de Datos los textos predominantes sean anotaciones sobreimpresas en la pantalla, invisibles para los digientes— pero uno de los propietarios consiguió que su digiente aprendiera a reconocer distintas órdenes anotadas en tarjetas, lo que ha provocado una avalancha de propietarios dispuestos a probar suerte. A grandes rasgos, los digientes de Neuroblast reconocen las palabras razonablemente bien, pero les cuesta asociar las letras por separado con su correspondiente sonido. Se trata de una variedad de dislexia que parece ser específica del genoma de Neuroblast; según otros grupos de usuarios, los digientes de Origami aprenden el abecedario sin ningún problema, mientras que los de Faberge permanecen frustrantemente analfabetos, da igual el método de enseñanza empleado.
Marco y Polo asisten a clases de lectura con Jax y algunos otros, y parece que les gusta. Ninguno de los digientes se crio con cuentos para dormir, por lo que la palabra escrita no les fascina tanto como a los niños humanos, pero su curiosidad innata —sumada a los halagos de sus propietarios— los motiva a explorar los distintos usos que se le puede dar a un texto. Derek lo encuentra fascinante, y lamenta el hecho de que Blue Gamma no se mantuviera en activo el tiempo suficiente para ser testigo de este tipo de fenómenos.
Llegan al parque; Ana los ve y se encamina hacia ellos mientras Derek aparca. Marco abraza a Ana en cuanto Derek le deja salir del vehículo.
—Hola, Ana.
—Hola, Marco —responde Ana, mientras acaricia la nuca del robot—. ¿Todavía sigues en este cuerpo? Has tenido toda la semana. ¿Te parece poco?
—Quería montar coche.
—¿Os apetece jugar un rato en el parque?
—No, vamos ya. Wendy no quiere quedemos. Adiós, Ana. —Derek ha sacado la plataforma de carga para el robot del asiento de atrás. Marco se sube encima —han adiestrado a los digientes para que regresen a ella siempre que vuelvan a Tierra de Datos— y el casco del robot se oscurece.
Ana utiliza el portátil para preparar al primero de los digientes que van a entrar en el robot.
—¿Tú también tienes que irte? —le pregunta a Derek.
—No, no me esperan en ninguna parte.
—¿Entonces a qué se refería Marco?
—Pues…
—Deja que lo adivine: Wendy opina que te pasas demasiado tiempo rodeado de digientes, ¿correcto?
—Correcto —dice Derek. Wendy tampoco ve con buenos ojos que pase tanto tiempo con Ana, pero mencionar eso ahora no vendría a cuento. Le ha asegurado a Wendy que no alberga esa clase de sentimientos por Ana, que son simples amigos con un interés común por los digientes.
El casco del robot se ilumina para mostrar el rostro de una cría de jaguar; Derek reconoce a Zaff, propiedad de uno de los beta testers.
—Hola, Ana. Hola, Derek —saluda Zaff, que de inmediato se dirige al árbol más próximo. Derek y Ana lo siguen.
—Entonces, ¿no se ha ablandado al verlos dentro de la carcasa robótica? —pregunta Ana.
Derek impide que Zaff recoja unas cacas de perro del suelo. Dirigiéndose a Ana, dice:
—Pues no. Sigue sin entender por qué no les suspendo las cuentas cuando más me convenga.
—No es fácil encontrar comprensión en ese sentido. Me pasaba lo mismo cuando trabajaba en el zoo; a todos los chicos con los que salía les parecía que ocupaban un segundo plano. Y ahora, cuando digo que estoy pagándole clases de lectura a mi digiente, me miran como si fuese una chiflada.
—Esa discusión también la he tenido con Wendy.
Ven cómo Zaff escarba entre la hojarasca, elije una hoja prácticamente transparente de tan marchita y se la acerca a la cara para mirar a través de ella: un antifaz de encaje vegetal.
—Aunque supongo que en realidad ellos no tienen la culpa —dice Ana—. Yo misma tardé en encontrarle el aliciente.
—Yo no —replica Derek—. Los digientes me parecieron asombrosos desde el primer momento.
—Eso es verdad. Hay pocos como tú.
Derek la observa en compañía de Zaff, admira la paciencia con que lo guía. La última vez que sintió que tenía tanto en común con una mujer fue cuando conoció a Wendy, la cual compartía su entusiasmo por dotar de vida a personajes irreales por medio de las técnicas de animación. Si no estuviera casado, le pediría una cita a Ana, pero ahora no tiene sentido especular con cosas así. Pueden ser amigos, a lo sumo, y con eso basta.
Ha pasado un año, y Ana está pasando la noche en su apartamento. En su ordenador hay una ventana abierta a Tierra de Datos, donde su avatar se encuentra en un parque infantil, supervisando el encuentro previamente concertado de Jax con otra pandilla de digientes. El número de digientes continúa reduciéndose —Tibo, por ejemplo, no ha hecho acto de presencia en meses— pero el grupo habitual de Jax se ha mezclado con otro recientemente, por lo que aún tiene ocasión de hacer nuevos amigos. Unos cuantos digientes se dedican a escalar, otros están jugando en el suelo, y un televisor virtual acapara la atención de un par de ellos.
En otra ventana, Ana navega por los foros de discusión de los grupos de usuarios. El tema del día es el último gesto del Frente por la Libertad de Información, un colectivo que aboga por el fin del concepto de propiedad privada aplicado a los datos. La semana pasada, sus integrantes publicaron varios métodos para craquear muchos de los mecanismos de control de acceso a Tierra de Datos, y desde hace unos días la gente ha estado viendo objetos raros y de gran valor de sus inventarios de juego repartidos como octavillas por la calle. Ana no ha vuelto a visitar ninguno de los continentes de juego de Tierra de Datos desde que se detectó el problema.
En el parque infantil, Jax y Marco han decidido probar un juego nuevo. Ambos se ponen a cuatro patas y empiezan a gatear de acá para allá. Jax la llama por señas, y Ana conduce su avatar hasta él.
—Ana —dice el digiente—, ¿sabes que las hormigas hablan entre ellas?
Han estado viendo documentales en la televisión.
—Sí, algo había oído.
—¿Sabes que sabemos lo que dicen?
—¿Sí?
—Hablamos la lengua de las hormigas. Así: imp fimp deemul weetul.
—Beedul jeedul lomp womp —replica Marco.
—¿Y eso qué significa?
—No te lo decimos. Sólo lo sabemos nosotros.
—Nosotros y las hormigas —añade Marco. A continuación, Jax y él se echan a reír, mo mo mo, y Ana sonríe. Cuando los digientes se alejan corriendo para jugar a otra cosa, continúa leyendo los foros.
De: Helen Costas
¿Creéis que deberíamos preocuparnos por que copien nuestros digientes?
De: Stuart Gust
¿Quién iba a tomarse la molestia? Si hubiera tanta demanda de digientes, Blue Gamma no habría cerrado el negocio. ¿Os acordáis de lo que pasó con los refugios? La gente no los quería ni regalados, literalmente. Y no es que su popularidad haya aumentado desde entonces.
—¡Gano yo! —exclama Jax en el parque infantil. Estaba enfrascado en algún tipo de juego vagamente definido con Marco. Se mece de un lado a otro, triunfal.
—Vale —dice Marco—, te toca. —Rebusca entre los juguetes que lo rodean hasta que encuentra un silbato y se lo da a Jax.
Jax se lo mete en la boca. Se arrodilla y utiliza el silbato para picotear rítmicamente la barriga de Marco, más o menos donde estaría su ombligo si lo tuviera.
Ana pregunta:
—Jax, ¿qué haces?
Jax se saca el silbato de la boca.
—Hago una mamada a Marco.
—¿Qué? ¿Dónde has visto tú una mamada?
—Ayer, en la tele.
Ana dirige la mirada hacia el televisor, en cuya pantalla se enmarcan unos dibujos animados en esos instantes. En teoría, la programación extrae sus contenidos de un depósito de vídeos infantiles; probablemente alguien esté dedicándose a introducir material para adultos aprovechando el hack del FLI. Decide no concederle excesiva importancia delante de los digientes.
—Bueno —dice, y Jax y Marco reanudan su pantomima. Publica en los foros una nota relacionada con la manipulación de los vídeos y continúa leyendo.
Al cabo de unos minutos, Ana oye una algarabía inusitada y descubre que Jax se ha ido a ver la tele; todos los digientes se agolpan alrededor del aparato. Cambia la posición de su avatar para averiguar qué es lo que tanto les llama la atención.
En el televisor virtual, una persona ataviada con un avatar de payaso inmoviliza a un digiente que luce un avatar de cachorro y comienza a aporrearle repetidamente las patas con un martillo. No se pueden romper porque el diseño del avatar no contemplaba esa eventualidad, y probablemente el digiente no pueda gritar por el mismo motivo, pero eso no significa que no esté sufriendo, y los chirridos que emite son la única forma de expresar su dolor.
Ana apaga el televisor virtual.
—¿Qué pasa? —quiere saber Jax, y varios digientes más corean la pregunta, pero Ana no dice nada. En vez de eso, abre una ventana en su pantalla física para leer la descripción que acompaña al vídeo que se estaba emitiendo. No se trata de ninguna animación sino de la grabación de un griefer que ha utilizado el hack del FLI para desactivar los circuitos inhibidores del dolor del cuerpo del digiente. Peor aún, el digiente no es una proyección nueva y anónima, sino la querida mascota de alguien, copiada ilícitamente merced al hack del FLI. Se llama Nyyti, y Ana recuerda que asistía a las mismas clases de lectura que Jax.
Quienquiera que haya copiado a Nyyti también podría tener una copia de Jax. O podría estar haciéndola en estos instantes. Dada la arquitectura distribuida de Tierra de Datos, Jax será vulnerable si el griefer se encuentra en el mismo continente que el parque infantil.
Jax no deja de hacerle preguntas relacionadas con lo que acaban de ver en la tele. Ana abre una ventana con una lista de todos los procesos de Tierra de Datos que están ejecutándose en su cuenta, localiza el que representa a Jax y lo anula. En el parque infantil, Jax se queda paralizado con la palabra en la boca y se desvanece.
—¿Qué le ocurre a Jax? —pregunta Marco.
Ana abre otra ventana con los procesos de Derek —ambos gozan de privilegios plenos sobre la cuenta del otro— y suspende las cuentas de Marco y Polo. Carece de los privilegios necesarios para hacer lo mismo con los demás digientes, no obstante, y no sabe muy bien qué hacer a continuación. Salta a la vista que están nerviosos y desconcertados. Les falta la respuesta de lucha o huida, innata en los animales de verdad, y les son ajenas las reacciones desencadenadas por el olor de determinadas feromonas o el sonido de un llamada de auxilio, pero poseen una analogía de neuronas espejo. Esto les ayuda a aprender y a relacionarse, aunque también posibilita que las imágenes del televisor hayan sembrado la preocupación entre ellos.
Todos los que han traído sus digientes a la cita en el parque otorgaron a Ana permiso para hacer que los digientes echen la siesta, pero sus procesos seguirían ejecutándose aunque estuvieran dormidos, lo que significa que siguen corriendo el riesgo de que alguien los copie. Ana decide llevarse a los digientes a un islote alejado de los continentes principales, con la esperanza de reducir las posibilidades de tropezarse con algún griefer que esté escaneando procesos.
—A ver, todos —anuncia en voz alta—, nos vamos al zoo. —Abre un portal al centro de visitantes del archipiélago de Pangea y apremia a los digientes para que lo atraviesen. Parece que el centro de visitantes está desierto, pero no quiere correr ningún riesgo. Obliga a los digientes a echarse a dormir y envía un mensaje a todos sus propietarios, informándoles de dónde pueden recogerlos. Deja su avatar con ellos mientras entra en los foros para avisar a todos los demás.
En el transcurso de la hora siguiente, los demás propietarios llegan para recoger a sus digientes mientras Ana ve cómo las discusiones se extienden como algas por los foros. El sentir generalizado es de ultraje, y se lanzan amenazas de denuncias contra diversas partes. Algunos jugadores opinan que las quejas de los propietarios de digientes deberían ocupar un segundo plano con respecto a las suyas porque los digientes carecen de valor monetario, lo que desencadena una guerra de flames. Ana hace caso omiso de la mayor parte de la polémica mientras busca información relacionada con la respuesta de Daesan Digital, la empresa que dirige la plataforma de Tierra de Datos. Al final encuentra noticias sólidas:
De: Enrique Beltran
Daesan ha aplicado una actualización a la arquitectura de seguridad de Tierra de Datos, con la que aseguran que restañarán la brecha. Iba a formar parte de la actualización del año que viene, pero la han adelantado debido a lo ocurrido. No pueden decirnos cuándo se pondrá en práctica. Hasta entonces, será mejor que todo el mundo mantenga en suspenso a sus digientes.
De: Maria Zheng
Existe otra opción. Lisma Gunawan está acondicionando una isla privada en la que sólo va a permitir la ejecución de códigos controlados. No podréis utilizar nada que hayáis comprado recientemente, pero los digientes de Neuroblast funcionarán sin problemas. Poneos en contacto con ella si queréis que os añada a la lista de visitantes.
Ana envía una solicitud a Lisma y obtiene una respuesta automática con la promesa de que recibirá más noticias cuando la isla esté lista. Ana no dispone del equipo necesario para ejecutar por sí sola una instancia local del entorno de Tierra de Datos, pero aún le queda otra opción. Dedica una hora a configurar su sistema para ejecutar una instancia completamente local del motor de Neuroblast; sin un portal a Tierra de Datos, tiene que cargar manualmente el estado guardado de Jax, pero al final consigue ejecutar a Jax con la carcasa robótica.
—… ¿apagas la tele? —El digiente se interrumpe al comprender que su entorno ha cambiado—. ¿Qué pasa?
—No te preocupes, Jax.
El digiente se fija en el cuerpo que lleva puesto.
—Estoy mundo exterior. —Mira a Ana—. ¿Suspendido?
—Sí, lo siento. Sé que había prometido no hacerlo, pero no tuve elección.
—¿Por qué? —pregunta Jax, con voz lastimera.
Azorada, Ana se percata de la fuerza con que está estrechando el cuerpo robótico entre sus brazos.
—Intento mantenerte a salvo.
Un mes más tarde, Tierra de Datos recibe su actualización de seguridad. Los responsables del FLI declinan toda responsabilidad por el uso que den los griefers a la información publicada, alegando que cualquier libertad es susceptible de desembocar en abusos, y concentran su atención en otros proyectos. Durante una temporada, al menos, los continentes públicos de Tierra de Datos vuelven a ser seguros para los digientes, pero el daño ya está hecho. No hay manera de seguir la pista de las copias que están ejecutándose por canales privados, y aunque nadie ha vuelto a publicar vídeos de digientes torturados, muchos propietarios de Neuroblast no soportan la idea de que esté ocurriendo algo semejante; suspenden permanentemente las cuentas de sus digientes y abandonan el grupo de usuarios.
Al mismo tiempo, otras personas acogen con entusiasmo la disponibilidad de copias de digientes, especialmente de aquellos que han aprendido a leer. Los miembros de un instituto de investigación de IA llevaban tiempo preguntándose si los digientes encerrados en un invernadero serían capaces de fundar su propia cultura, pero nunca habían tenido acceso a unos que supieran leer, y no les interesaba criarlos por sí mismos. Ahora, esos mismos investigadores coleccionan todas las copias de digientes cultos que pueden, en su mayoría digientes de Origami, puesto que éstos son los más dotados para la lectura, aunque también añaden unos cuantos de Neuroblast a la mezcla. Los dejan en islas privadas repletas de bibliotecas de textos y software, islas que han empezado a ejecutar a velocidades de invernadero. Los foros de discusión son un hervidero de especulaciones acerca de estas ciudades embotelladas, microcosmos de salón.
A Derek la idea le parece absurda —un puñado de chiquillos abandonados a su suerte no van a convertirse en genios autodidactas, da igual cuántos libros tengan a su disposición— por lo que no se sorprende al conocer los resultados: todas las poblaciones de muestra terminan volviéndose ferales tarde o temprano. Puesto que los digientes carecen de la agresividad necesaria para sucumbir a un salvajismo a la altura de El señor de las moscas, sencillamente se dividen en indisciplinadas tropas sin jerarquía. Al principio, la rutina diaria de cada tropa se sostiene por la fuerza de la costumbre —leen y utilizan software educativo cuando es la hora de ir a la escuela, salen al patio de recreo a jugar— pero, sin ningún tipo de refuerzo, estas rutinas se desmadejan como ovillos de saldo. Todos los objetos se convierten en juguetes, todos los espacios en patios de recreo, y los digientes pierden gradualmente las destrezas adquiridas. Desarrollan una especie de cultura propia, quizá la misma de la que harían gala las tropas de digientes salvajes si evolucionaran por sí solas en los biomedios.
Por interesante que resulte todo esto, está a años luz de la civilización incipiente que buscaban los investigadores, así que éstos prueban a rediseñar las islas. En un intento por aumentar la variedad de poblaciones de muestra, solicitan a los propietarios de digientes educados que donen copias; para sorpresa de Derek, reciben unas cuantas de propietarios que se han aburrido pagar clases de alfabetización y se conforman con que los digientes ferales no sufran. Los investigadores diseñan diversos incentivos —todos ellos automatizados, para que las interacciones en tiempo real sean innecesarias— a fin de mantener motivados a los digientes. Endurecen las condiciones para que la indolencia tenga un precio. Si bien unas pocas de las poblaciones de muestra controladas evitan caer en el salvajismo, ninguna comienza siquiera el ascenso hacia la sofisticación tecnológica.
Los investigadores llegan a la conclusión de que al genoma de Origami debe de faltarle algo, pero por lo que a Derek respecta, los únicos culpables son ellos. Su ceguera les impide reconocer la más evidente de las verdades: que ninguna mente compleja se desarrolla por sí sola. De lo contrario, los niños salvajes serían como cualquier otro. Además, las mentes no crecen como las malas hierbas, inmunes al desafecto y la indiferencia; de lo contrario, todos los orfanatos estarían repletos de genios. Para que una mente se aproxime siquiera a desplegar todo su potencial, necesita que otras mentes la cultiven. Ese «cultivo» es lo que Derek intenta proporcionar a Marco y a Polo.
Los dos digientes discuten en ocasiones, pero nunca les dura mucho el enfado. Hace unos días, sin embargo, ambos se enzarzaron en una pelea sobre si era justo que Marco hubiese sido instanciado antes que Polo, y por algún motivo las cosas se salieron de madre. Desde entonces apenas si se dirigen la palabra, así que Derek reacciona con alivio cuando se acercan a él en pareja.
—Chicos, me alegra ver que volvéis a estar juntos. ¿Habéis hecho las paces?
—¡No! —dice Polo—. Todavía enfadados.
—Lamento oír eso.
—Queremos tu ayuda —dice Marco.
—Bueno, ¿qué puedo hacer por vosotros?
—Queremos devuelvas semana pasada, antes pelea grande.
—¿Cómo? —Que Derek sepa, ésta es la primera vez que un digiente solicita que lo restauren desde un punto de control—. ¿A qué viene eso?
—No quiero recordar pelea grande —dice Marco.
—Quiero estar contento, no enfadado —apostilla Polo—. Quieres estemos contentos, ¿verdad?
Derek opta por no ponerse a discutir con ellos sobre la diferencia entre sus instancias actuales y las instancias restauradas a partir de un punto de control.
—Desde luego que sí, pero no puedo devolveros a un estado anterior cada vez que os peleéis. Esperad algún tiempo y veréis cómo se os pasa el enfado.
—Hemos esperado y todavía enfadados —insiste Polo—. Pelea grande, grande. Quiero no pase nunca.
—Bueno —dice Derek, conciliador—, a lo hecho, pecho. Tendréis que vivir con ello.
—¡No! —grita Polo—. ¡Enfadado, enfadado! ¡Quiero lo arregles!
—¿Por qué quieres estemos enfadados siempre? —pregunta Marco.
—No quiero que estéis enfadados para siempre, lo que quiero es que os perdonéis mutuamente. Pero si sois incapaces, deberemos aprender a cargar con las consecuencias, y me incluyo.
—¡Ahora enfadado contigo también! —dice Polo.
Los digientes se alejan con paso airado, cada uno por su lado, y Derek se pregunta si habrá tomado la decisión acertada. No siempre ha sido fácil educar a Marco y a Polo, pero nunca los ha devuelto a un punto de control previo. Esta estrategia ha dado buenos resultados hasta la fecha, pero no está seguro de que vaya a seguir funcionando.
No existe ningún manual sobre la cría de digientes, y las técnicas diseñadas para las mascotas o los niños cosechan tantos éxitos como fracasos. Los cuerpos que habitan los digientes son muy básicos, por lo que su trayecto hacia la madurez está libre de las mareas y los inesperados vaivenes provocados por las hormonas de los cuerpos orgánicos, aunque esto no significa que no experimenten cambios de humor ni que sus personalidades se mantengan siempre inalteradas; sus mentes bordean continuamente zonas inexploradas del espacio escalonado definido por el genoma de Neuroblast. De hecho, cabe la posibilidad de que los digientes jamás alcancen la «madurez»; la idea de una meseta del desarrollo se basa en un modelo biológico que no tiene por qué ser necesariamente válido. Es posible que sus personalidades evolucionen al mismo ritmo durante tanto tiempo como continúen ejecutándose. Sólo el tiempo lo dirá.
A Derek le encantaría comentar lo que acaba de ocurrir con Marco y Polo; lamentablemente, la persona con la que quiere hablar no es su esposa. Wendy comprende las posibilidades del desarrollo de los digientes, y sabe que Marco y Polo se volverán cada vez más capaces cuanto más tiempo cuiden de ellos; sencillamente es incapaz de sentir el menor entusiasmo ante esa perspectiva. Resentida por el tiempo y la atención que Derek vuelva sobre los digientes, Wendy se tomaría su solicitud de regresión como la oportunidad perfecta para suspenderlos con carácter indefinido.
La persona con la que le apetece conversar es, naturalmente, Ana. Lo que antes parecía un temor infundado de Wendy se ha hecho realidad; es innegable que Derek ha desarrollado por Ana unos sentimientos que van más allá de la mera amistad. Sin embargo, no es ésa la causa de los problemas que tiene con Wendy; se trata de una consecuencia, a lo sumo. El tiempo que pasa con Ana constituye un alivio, una ocasión de disfrutar de la compañía de los digientes sin necesidad de disculparse. Cuando se enfada, atribuye a Wendy la responsabilidad de su distanciamiento, pero con la cabeza fría comprende que eso no es justo.
Lo fundamental es que no ha reaccionado a sus sentimientos por Ana, ni planea hacerlo. Lo que necesita es concentrarse en llegar a un acuerdo con Wendy, referido a los digientes; si lo consigue, la tentación que supone Ana debería desvanecerse. Hasta entonces, le convendría reducir la cantidad de tiempo que pasa con Ana. No será fácil: dado el reducido tamaño de la comunidad de propietarios de digientes, relacionarse con Ana es inevitable, y no puede permitir que Marco y Polo sufran por ello. No tiene claro qué hacer, pero por ahora reprime el impulso de llamar a Ana para pedirle consejo y se conforma con publicar una pregunta en el foro.
V
Transcurre otro año. Las corrientes que discurren bajo la superficie de los mercados cambian, y en respuesta los mundos virtuales experimentan una sacudida tectónica: una plataforma nueva llamada Real Space, implementada usando la última arquitectura de procesamiento distribuido, se convierte en el punto caliente de la formación de terreno digital. Mientras tanto, Ninguna Parte y Próxima Dimensión dejan de expandir sus límites y se asientan en una configuración estable. Hace tiempo que Tierra de Datos es un ancla en el universo de los mundos virtuales, resistente a los brotes de crecimiento y las bruscas desaceleraciones, pero ahora su topografía comienza a erosionarse; una por una, sus masas de tierra virtuales se hunden como islas auténticas, sumergidas bajo la creciente marea de la indiferencia de los consumidores.
Entretanto, el fracaso de los experimentos que pretendían obtener civilizaciones de invernadero en miniatura ha provocado una merma en el interés general por las formas de vida digitales. Ocasionalmente se observan curiosas formas animales nuevas en los biomedios, alguna especie exhibe una fisiología exótica o una estrategia reproductiva novedosa, pero en general se acepta que los biomedios no se ejecutan a una resolución lo bastante elevada para permitir que evolucione en ellos una inteligencia real. Las empresas que fabrican los genomas de Origami y Faberge entran en declive. Varios expertos en tecnología declaran que los digientes son un callejón sin salida, la prueba fehaciente de que la IA corpórea no sirve nada más que como entretenimiento, hasta la introducción de un nuevo motor genómico llamado Sophonce.
Los diseñadores de Sophonce querían unos digientes que pudieran aprender vía software en vez de necesitar la interacción con seres humanos; a tal efecto, han creado un motor que favorece la conducta asocial y las personalidades obsesivas. La inmensa mayoría de los digientes generados con ese motor se descartan debido a sus malformaciones psicológicas, pero una diminuta fracción demuestra ser capaz de aprender con una supervisión mínima: con el software educativo adecuado, son capaces de pasarse semanas enteras de tiempo subjetivo enfrascados en sus estudios, lo que significa que pueden ejecutarse a velocidades de invernadero sin temor a que se vuelvan ferales. Algunos entusiastas hacen demostraciones con digientes de Sophonce que superan a los de Neuroblast, Origami y Faberge en competiciones matemáticas, pese a haberse adiestrado con mucha menos interacción en tiempo real. Se especula que, si pudiera canalizarse toda su energía con fines pragmáticos, los digientes de Sophonce se convertirían en los empleados perfectos en cuestión de unos meses. El problema es que son tan desabridos que escasean las personas dispuestas a implicarse siquiera en las limitadas cantidades de interacción requeridas.
Ana ha acudido con Jax a Asedio del Paraíso, el primer continente de juego nuevo que aparece en Tierra de Datos en un año. Le enseña la Plaza Argenta, donde los jugadores se congregan y socializan entre una misión y otra; se trata de un inmenso patio de mármol blanco, lapislázuli y filigranas de oro emplazado en lo alto de un cumulonimbo. Ana debe lucir su avatar, un cernícalo-querubín, pero Jax conserva su tradicional apariencia de robot de cobre.
Mientras deambulan entre los demás jugadores, Ana ve la anotación en pantalla de otro digiente. Su avatar es un enano hidrocéfalo, el avatar estándar de un drayta: un digiente de Sophonce especializado en la resolución de los rompecabezas lógicos diseminados por los continentes de juego. El propietario del Drayta original lo adiestró empleando un generador de rompecabezas pirateado del continente de las Cinco Dinastías en la plataforma de Real Space, y después liberó varias copias de dominio público. Ahora, son tantos los jugadores que llevan un drayta con ellos en sus misiones que las empresas de juegos están planteándose realizar considerables cambios de diseño.
Ana llama la atención de Jax sobre el otro digiente:
—¿Ves a ése de ahí? Es un drayta.
—¿De veras? —Jax ha oído hablar de los draytas, pero éste es el primero que se encuentra. Se acerca al enano y dice—: Hola. Soy Jax.
—Quiero resolver puzles —dice Drayta.
—¿Qué clase de puzles te gustan?
—Quiero resolver puzles. —Drayta está poniéndose nervioso; empieza a corretear por la zona de espera—. ¡Quiero resolver puzles!
Un jugador próximo, vestido con un avatar de águila pescadora-serafín, interrumpe su conversación para apuntar con un dedo a Drayta; el digiente se queda paralizado en el acto, se reduce al tamaño de un icono y vuela hasta uno de los compartimentos del cinturón del jugador como si una cinta elástica hubiera tirado de él.
—Drayta es raro —dice Jax.
—Sí que lo es, ¿verdad?
—¿Todos los draytas son iguales?
—Creo que sí.
El serafín se acerca a Ana.
—¿Qué clase de digiente tienes? No lo había visto nunca.
—Se llama Jax. Funciona con el genoma de Neuroblast.
—No me suena. ¿Es nuevo?
Uno de los compañeros de equipo del serafín, vestido con un avatar de nefilim, se suma a la conversación.
—Qué va, es una antigualla, de la generación anterior.
El serafín asiente con la cabeza.
—¿Se le dan bien los rompecabezas?
—Pues no, la verdad —dice Ana.
—¿Entonces qué hace?
—Me gusta cantar —tercia Jax.
—¿En serio? A ver, cántanos algo.
Jax no necesita que lo espoleen; ataca uno de sus temas favoritos, «Mack the Knife», de Threepenny Opera. Se sabe toda la letra, pero la melodía que entona es, en el mejor de los casos, una burda aproximación a la original. Al mismo tiempo, ejecuta un baile de acompañamiento coreografiado por él mismo, en su mayor parte una serie de poses y gestos prestados de un vídeo de hip-hop indonesio que le gusta.
Todos los jugadores se carcajean de principio a fin de la actuación. Jax concluye con una reverencia, entre los aplausos de los espectadores.
—Ha sido brillante —dice el serafín.
—Eso significa que le ha gustado —traduce Ana para Jax—. Dale las gracias.
—Gracias.
Dirigiéndose a Ana, el serafín continúa:
—No debe de resultar de gran ayuda en los laberintos, ¿eh?
—Impide que nos aburramos.
—Eso seguro. Mándame un mensaje si alguna vez aprende a resolver rompecabezas y te compro una copia. —Ve que su equipo al completo se ha reunido ya—. Bueno, nos aguarda la próxima misión. Suerte con la tuya.
—Suerte —dice Jax. Se despide del serafín con la mano mientras sus compañeros de equipo despegan y descienden en formación sobre un valle a lo lejos.
Ana recuerda este encuentro unos días después, cuando lee una discusión en los foros del grupo de usuarios:
De: Stuart Gust
Anoche jugué a AdP con unas personas que llevan un drayta a sus misiones, y aunque no fue el colmo de la diversión, resultó innegablemente práctico que anduviera cerca. Eso hace que me pregunte si tiene que ser lo uno o lo otro. Los digientes de Sophonce no son mejores que los nuestros. ¿No podrían nuestros digientes ser divertidos y útiles al mismo tiempo?
De: Maria Zheng
¿Estás pensando en vender copias del tuyo? ¿Crees que puedes criar un Andro mejorado?
Maria se refiere a un digiente de Sophonce llamado Andro, adiestrado por su propietario, Bryce Talbot, para convertirse en su asistente personal. Talbot había hecho una demostración con Andro en VirlFriday, creadora de software de gestión de colocaciones, y había suscitado el interés de los directivos de la empresa. El acuerdo se quedó en agua de borrajas cuando los ejecutivos recibieron sus copias de muestra; lo que Talbot no había sabido ver era que Andro, a su manera, era tan obsesivo como Drayta. Igual que un perro, siempre fiel a su primer dueño, Andro se negaba a trabajar para nadie más a menos que Talbot estuviera presente para ordenárselo. VirlFriday probó a instalar un filtro de estímulos sensoriales, para que cada nueva instancia de Andro percibiera el avatar y la voz de su nuevo propietario como los de Talbot, pero la farsa nunca se sostenía durante más de un par de horas. No hubo de pasar mucho tiempo antes de que todos los ejecutivos tuvieran que apagar sus andros desconsolados, que no dejaban de buscar al Talbot original.
De resultas de esto, Talbot no logró vender los derechos de Andro por la suma que anticipaba. En su lugar, VirlFriday compró los derechos del genoma específico de Andro y un archivo completo con sus puntos de control, y contrataron a Talbot para que trabajara para ellos. Ahora forma parte de un equipo que se dedica a restaurar puntos de control previos de Andro a fin de reciclarlos, en un intento por crear una versión que posea las mismas dotes de asistente personal y además esté dispuesta a aceptar a su nuevo propietario.
De: Stuart Gust
No, no tengo la menor intención de vender ninguna copia. Tan sólo se me había ocurrido que Zaff podría realizar alguna tarea, como los perros que guían a los ciegos o detectan drogas con el olfato. Mi objetivo no es enriquecerme, pero si los digientes pueden hacer algo por lo que la gente esté dispuesta a pagar, eso demostraría a todos los escépticos de ahí fuera que los digientes no son un mero divertimento.
Ana publica una respuesta:
De: Ana Alvarado
Únicamente quiero asegurarme de que todos tenemos claro qué nos motiva. Sería fabuloso que nuestros digientes aprendieran habilidades prácticas, pero no deberíamos considerarlos unos fracasados si no lo consiguen. Jax podría ayudarme a ganar dinero, pero ésa no es su función. No es como los draytas ni los bots desbrozadores. Los rompecabezas que sea capaz de resolver o las tareas que pueda desempeñar no son la razón de que esté cuidando de él.
De: Stuart Gust
Sí, en eso estoy completamente de acuerdo. Me refería a que nuestros digientes podrían poseer talentos insospechados, nada más. Si destacaran en alguna actividad, ¿no sería genial que se dedicaran a ella?
De: Maria Zheng
¿Pero qué saben hacer? Los perros se criaban para desempeñar tareas concretas, y los digientes de Sophonce son tan estrechos de miras que sólo quieren hacer una cosa, tanto si se les da bien como si no. Nada de todo eso se aplica a los digientes de Neuroblast.
De: Stuart Gust
Podríamos exponerlos a un montón de cosas distintas y ver qué aptitudes demuestran. Proporcionarles una educación de letras mixtas en lugar de un adiestramiento vocacional (es broma, a medias).
De: Ana Alvarado
No es tan absurdo como cabría pensar, la verdad. Los bonobos han aprendido a hacer de todo, desde fabricar herramientas de piedra a jugar con el ordenador, cuando se les ha ofrecido la oportunidad. Nuestros digientes podrían destacar en aspectos para los que nunca se nos ha ocurrido adiestrarlos.
De: Maria Zheng
¿Exactamente de qué estamos hablando? Ya les hemos enseñado a leer. ¿Vamos a darles clases de ciencias e historia? ¿Vamos a enseñarles lo que es el pensamiento crítico?
De: Ana Alvarado
La verdad, no lo sé. Pero creo que, si vamos a embarcarnos en esto, es primordial que nos desembaracemos de todos nuestros prejuicios y nuestro escepticismo. Cuanto menores sean nuestras expectativas, antes fracasaremos. Para obtener grandes resultados debemos apuntar alto.
La mayoría de los miembros del grupo de usuarios están satisfechos con la educación actual de sus digientes —una improvisada mezcla de aprendizaje en el hogar, clases en grupo y software educativo— pero a algunos les seduce la idea de ir un paso más allá. Este último colectivo inicia un debate sobre la expansión del currículo con los tutores de sus digientes. En el transcurso de los meses siguientes, varios propietarios se empapan de teorías pedagógicas e intentan dilucidar en qué se diferencia el estilo de aprendizaje de los digientes del de los chimpancés o los niños humanos, y cómo diseñar los planes académicos pertinentes. Por lo general, los propietarios están abiertos a todas las sugerencias, hasta que surge la cuestión de si los digientes podrían avanzar más deprisa si sus tutores les mandaran deberes para casa.
Ana preferiría que buscasen actividades que desarrollaran sus habilidades pero con las que los digientes disfrutasen lo suficiente para realizarlas sin ayuda. Otros propietarios alegan que los tutores deberían asignar a los digientes tareas prácticas para que las completaran. A Ana le sorprende leer un post en un foro en el que Derek respalda esta idea. Lo interroga al respecto la próxima vez que hablan.
—¿Para qué quieres que hagan deberes?
—¿Qué tiene de malo? —dice Derek—. ¿No será que de pequeña tuviste un profe muy malo?
—Muy gracioso. Venga, en serio.
—Vale, en serio: ¿qué tienen de malo los deberes?
Ana no sabe por dónde empezar.
—Que Jax tenga cosas con las que distraerse fuera del aula es una cosa, ¿pero encomendarle tareas y decirle que tiene que completarlas aunque no le guste? ¿Que se sienta mal si no lo hace? Eso va contra todos los principios de la formación de animales.
—Hace mucho tiempo, tú misma me dijiste que los digientes no eran como los animales.
—Sí, lo dije —reconoce Ana—. Pero tampoco son herramientas. Y yo sé que lo sabes, pero por cómo hablas, parece que estés preparándolos para hacer cosas que no les gustan.
Derek sacude la cabeza.
—No se trata de obligarles a trabajar, sino de que aprendan lo que es la responsabilidad. Además, puede que sean lo bastante fuertes para soportar sentirse mal de vez en cuando; la única forma de averiguarlo es intentándolo.
—¿Por qué arriesgarse a que se sientan mal en absoluto?
—Eso es algo en lo que pensé cuando estaba hablando con mi hermana. —La hermana de Derek da clase a niños con síndrome de Down—. Mencionó que algunos padres no quieren presionar demasiado a sus hijos, porque temen exponerlos a la posibilidad del fracaso. Su intención es buena, pero mimándolos sólo impiden que esos niños desarrollen todo su potencial.
A Ana le cuesta acostumbrarse a la idea. Está acostumbrada a pensar en los digientes como simios extraordinariamente dotados, y si bien en el pasado la gente ha comparado a los simios con niños con necesidades especiales, siempre fue algo más que una metáfora. Ver a los digientes más literalmente como a niños con necesidades especiales requiere un cambio de perspectiva.
—¿Cuánta responsabilidad crees que pueden soportar los digientes?
Derek extiende las manos.
—No lo sé. En cierto modo, es como el síndrome de Down; como afecta a cada persona de forma distinta, siempre que mi hermana trabaja con un chico nuevo tiene que tocar de oído. Nosotros partimos aún con menos, porque nunca antes había educado nadie a los digientes durante tanto tiempo. Si resulta que lo único que conseguimos mandándoles deberes es que se sientan mal, pararemos, por descontado. Pero no quiero que Marco y Polo desperdicien su potencial porque me asuste presionarlos un poquito.
Ana ve que el concepto de grandes expectativas de Derek difiere del suyo. Es más, se da cuenta de que el de él es mejor.
—Tienes razón —dice, al cabo—. Deberíamos comprobar si les gusta hacer deberes.
Ha transcurrido un año, es sábado, y Derek está ultimando un proyecto antes de acudir a su cita para almorzar con Ana. Lleva un par de horas examinando una modificación en los avatares que cambiaría las proporciones del cuerpo y el rostro de los avatares para conferirles un aspecto más maduro. Entre aquellos propietarios que han optado por ampliar la educación de sus digientes, cada vez son más quienes hacen hincapié en lo incongruente de los avatares eternamente adorables de los digientes y su competencia, siempre en aumento. Este añadido pretende corregir esa disparidad y reforzar la fe de los propietarios en las aptitudes de sus digientes.
Antes de salir, echa un vistazo al correo y le sorprende ver un par de mensajes de desconocidos que le acusan de estar perpetrando algún tipo de estafa. Los mensajes parecen legítimos, de modo que los relee con más atención. Sus remitentes denuncian que un digiente se ha acercado a ellos en Tierra de Datos para pedirles dinero.
Derek sospecha lo que ha podido ocurrir. Recientemente ha comenzado a dar una asignación a Marco y a Polo, que por lo general se la gastan en suscripciones a juegos o en juguetes virtuales; cuando le pidieron más, cerró el grifo. Deben de haber decidido mendigar a usuarios de Tierra de Datos al azar, que los habrán rechazado, pero dado que los digientes se ejecutan desde la cuenta de Tierra de Datos de Derek, es lógico que la gente asuma que ha estado adiestrándolos para pedir limosna.
Enviará sus más sinceras disculpas a estas personas más tarde, pero ahora ordena a Marco y a Polo que entren en sus carcasas robóticas de inmediato. La tecnología de fabricación ha alcanzado el punto de poder permitirse dos cuerpos robóticos de su propiedad, personalizados para complementar los avatares de Marco y Polo. Un minuto después, sus caras de oso panda aparecen en los cascos de los robots, y Derek los regaña por pedir dinero a desconocidos.
—Pensaba que erais más responsables —dice.
Polo adopta una expresión compungida.
—Y lo somos.
—¿Entonces, por qué lo habéis hecho?
—Fue idea mía, no de Polo —dice Marco—. Sabía que no nos darían dinero. Sabía que te escribirían.
—¿Queríais que la gente se enfadara conmigo? —pregunta Derek, atónito.
—Esto pasa porque estamos en tu cuenta —dice Marco—. No pasa si tenemos nuestras propias cuentas, como Voyl.
Ahora lo entiende. Los digientes han oído hablar de un digiente de Sophonce llamado Voyl. El propietario de Voyl —un abogado llamado Gerald Hecht— solicitó la creación de Voyl S. A., y ahora su digiente se ejecuta en una cuenta de Tierra de Datos independiente registrada a nombre de esa sociedad anónima. Voyl paga impuestos y puede poseer propiedades, figurar en contratos, interponer querellas y ser denunciado; en más de un aspecto es una persona legal, si bien bajo la dirección técnica de Hecht.
Hace tiempo que circula esta idea. Todos los entusiastas de la vida artificial coinciden en la imposibilidad de que los digientes obtengan alguna vez protección legal como clase, y citan como ejemplo a los perros: la compasión humana por los perros está tan arraigada como extendida, pero la eutanasia canina en las protectoras de animales alcanza proporciones de holocausto, y si los tribunales no han puesto fin a eso, menos aún querrán garantizar protección a unas entidades que ni siquiera tienen pulso. Por este motivo algunos propietarios creen que, a lo sumo, pueden aspirar a conseguir protección legal con carácter individual: mediante la presentación de la escritura de constitución en sociedad anónima de un digiente específico, su propietario podrá beneficiarse de la considerable tradición judicial que defiende los derechos de las entidades no humanas. Hecht ha sido el primero en dar este paso.
—Así que era una declaración de intenciones —dice Derek.
—Dicen que ser una sociedad anónima mola —explica Marco—. Puedes hacer lo que quieras.
Son varios los adolescentes humanos que han protestado porque Voyl disfruta de más derechos que ellos; es evidente que los digientes han visto sus comentarios.
—Bueno, pues ni sois una sociedad anónima ni podéis hacer lo que os dé la gana.
—Perdón —dice Marco, consciente de pronto del atolladero en que se ha metido—. Sólo queremos ser corporaciones.
—Os lo he dicho antes: no sois lo bastante mayores.
—Somos mayores que Voyl —protesta Polo.
—Sobre todo yo —apostilla Marco.
—Voyl tampoco es lo bastante mayor. Su propietario cometió un error.
—Entonces, ¿no nos vas a hacer corporaciones? ¿Nunca?
Derek adopta su expresión más severa.
—Quizá algún día, cuando seáis mucho mayores, ya veremos. Pero como volváis a intentar una estratagema como ésta, habrá graves repercusiones. ¿Entendido?
Enfurruñados, los digientes responden:
—Sí —dice Marco.
—Sí —dice Polo.
—Bueno. Me tengo que ir; seguiremos hablando de esto más tarde. —Derek frunce el ceño—. Volved a Tierra de Datos ahora mismo.
Mientras conduce camino del restaurante, Derek vuelve a pensar en lo que quiere Marco. Muchas personas acogen con escepticismo la idea de que los digientes se conviertan en sociedades anónimas; ven las acciones de Hecht como un simple golpe de efecto, impresión reforzada por el propio Hecht cada vez que emite un nuevo comunicado de prensa con sus planes para Voyl. En estos momentos Hecht básicamente dirige Voyl S. A., pero está educando a Voyl en derecho empresarial e insiste en que algún día Voyl tomará todas las decisiones por sí mismo; el papel de director, tanto si lo desempeña Hecht o cualquier otro, será una mera formalidad. Mientras tanto, Hecht invita a todo el mundo a poner a prueba el estatus de persona legal de Voyl. Hecht cuenta con los recursos necesarios para defender su postura en los tribunales, y tiene ganas de pelea. Hasta ahora nadie ha aceptado el reto, pero Derek espera que alguien lo haga; quiere que los precedentes estén bien asentados antes de contemplar la posibilidad de constituir a Marco y a Polo en sociedades anónimas.
Otra cuestión es que tanto el uno como el otro sean intelectualmente capaces de convertirse en sociedades anónimas algún día; en opinión de Derek, éste es el problema más difícil de resolver. Los digientes de Neuroblast han demostrado que pueden hacer los deberes sin ayuda de nadie, y Derek confía en que su capacidad de atención para tareas independientes continuará aumentando con el paso del tiempo, pero aunque algún día consigan realizar proyectos de gran envergadura sin supervisión, eso seguirá distando de facultarlos para tomar decisiones responsables sobre su propio futuro. Ni siquiera está seguro de que ese nivel de independencia sea el objetivo al que deberían aspirar Marco y Polo. Transformarlos en sociedades anónimas sería una invitación a mantenerlos en activo incluso después del fallecimiento de Derek, una posibilidad preocupante: las personas con síndrome de Down que viven solas disponen de organizaciones que les proporcionan asistencia, pero aún no existe ningún servicio de apoyo parecido para los digientes emancipados. Quizá fuera más conveniente organizarlo todo para que las cuentas de Marco y Polo se suspendieran en caso de que Derek no pudiera seguir haciéndose cargo.
Sea cual sea su decisión, tendrá que llevarla a cabo sin Wendy; han decidido solicitar el divorcio. Los motivos son complejos, por supuesto, pero una cosa está clara: criar a una pareja de digientes no es la mayor ambición de Wendy en la vida, y si Derek quiere un socio en esta aventura, tendrá que encontrar a otra persona. Su consejero matrimonial les ha explicado que el problema no son los digientes per sé, sino el hecho de que Derek y Wendy no logran asumir que tienen intereses distintos. Derek sabe que el consejero tiene razón, pero seguro que tener algún interés en común les habría ayudado.
Aun sin querer adelantarse a los acontecimientos, no puede dejar de pensar que obtener el divorcio le ofrece la oportunidad de ser algo más que amigos con Ana. Seguro que ella también ha contemplado esa posibilidad; después de conocerse desde hace tanto tiempo, ¿cómo podría ser de otra forma? Los dos formarían un equipo espléndido, trabajando hombro con hombro por el bienestar de sus digientes.
Tampoco es que planee declarar sus sentimientos durante el almuerzo; es demasiado pronto para ello, y sabe que Ana está saliendo con alguien ahora, un tal Kyle. Pero su relación se acerca rápidamente a la marca de los seis meses, que suele ser cuando el tipo se da cuenta de que Jax no es un simple pasatiempo sino la prioridad número uno en la vida de Ana; lo más probable es que su ruptura esté a la vuelta de la esquina. Derek supone que al contarle a Ana lo de su divorcio estará recordándole que existen otras opciones, que no todos los hombres se tomarán a los digientes como competidores con los que deba disputarse su atención.
Pasea la mirada alrededor del restaurante, buscando a Ana, la ve y saluda con la mano; Ana sonríe de oreja a oreja.
—No te vas a creer lo que acaban de hacer Marco y Polo —dice Derek cuando llega a la mesa. Le cuenta lo ocurrido, y Ana se queda boquiabierta.
—Es asombroso. Dios, me apuesto lo que sea a que Jax ha oído los mismos rumores que ellos.
—Pues sí, te aconsejo que hables con él cuando vuelvas a casa. —Esto les lleva a sopesar los pros y los contras de que los digientes tengan acceso a los foros sociales. Los foros ofrecen más oportunidades de interacción de las que pueden proporcionar los propietarios por sí solos, pero no todas las influencias que reciben los digientes son positivas.
Después de charlar un rato acerca de los digientes, Ana pregunta:
—Bueno, y aparte de eso, ¿qué novedades hay?
Derek exhala un suspiro.
—Será mejor que te lo diga: Wendy y yo vamos a divorciarnos.
—Ay, no. Derek, cuánto lo siento. —La sinceridad de su preocupación reconforta a Derek.
—Se veía venir desde hace tiempo.
Ana asiente con la cabeza.
—Aun así, lo lamento.
—Gracias. —Habla durante un rato acerca de lo que han acordado Wendy y él, de cómo piensan vender el apartamento y repartirse las ganancias. Por suerte, el proceso es en su mayor parte amistoso.
—Por lo menos no quiere copias de Marco y Polo.
—Ya, gracias a dios —dice Derek. Un cónyuge casi siempre tiene derecho a recibir una copia de un digiente y, cuando el divorcio no es amistoso, resulta demasiado tentador utilizarla para vengarse de un ex. Los foros están plagados de ejemplos—. Basta de eso. Hablemos de otra cosa. ¿Qué novedades hay por tu parte?
—Ninguna, la verdad.
—Se te veía de muy buen humor hasta que empecé a hablar de Wendy.
—Ya, bueno, lo estaba —reconoce Ana.
—Entonces, ¿algún motivo en particular para tanta alegría?
—No es nada.
—¿Nada te pone de buen humor?
—Bueno, sí que hay novedades, pero no hace falta que hablemos ahora de eso.
—No, no seas tonta, adelante. Si tienes buenas noticias, escuchémoslas.
Tras unos instantes de silencio, casi como si se disculpara, Ana dice:
—Kyle y yo hemos decidido irnos a vivir juntos.
Conmocionado, Derek replica:
—Enhorabuena.
VI
Transcurren dos años más. La vida continúa.
Ocasionalmente Ana, Derek y los demás propietarios concienciados con la educación de sus digientes someten a éstos a exámenes estandarizados, para comparar sus resultados con los obtenidos por niños humanos. Los resultados varían. Los digientes de Faberge, analfabetos, no pueden realizar pruebas escritas, pero parecen estar desarrollándose bien según otros parámetros. Entre los digientes de Origami existe una curiosa disparidad de resultados, con una mitad que continúa desarrollándose a medida que pasa el tiempo y la otra estancada en una meseta, posiblemente debido a un defecto en el genoma. Los digientes de Neuroblast salen relativamente bien parados en los exámenes si se les disculpan los mismos errores que cometerían unas personas disléxicas; aunque existen disparidades entre los digientes individuales, como colectivo su desarrollo intelectual progresa a la par.
Más difícil de medir es su evolución social, pero un indicio esperanzador es que los digientes están relacionándose con adolescentes humanos en varias comunidades online. Jax se interesa por el tetrabrake, una subcultura concentrada en coreografías de danza virtuales para avatares con cuatro brazos; Marco y Polo se han unido a sendos clubes de fans de una serie basada en la dramatización de un juego, y regularmente cada uno de ellos intenta convencer al otro de la superioridad de su elección. Aunque Derek y Ana no siempre entienden el atractivo de estas comunidades, a ambos les gusta el hecho de que sus digientes formen parte de ellas. A los adolescentes que predominan en estas comunidades no parece importarles que los digientes no sean humanos y los tratan exactamente igual que a cualquier otro de sus amigos online, a los que probablemente jamás conocerán en persona.
La relación de Ana con Kyle tiene sus altibajos, pero a grandes rasgos es buena. En ocasiones salen con Derek y con quienquiera que sea su pareja en ese momento; Derek se ve con varias mujeres, aunque sin buscar nada serio. Aunque le dice a Ana que es porque las mujeres con las que sale no comparten su interés por los digientes, lo cierto es que sus sentimientos por Ana se niegan a desaparecer.
La economía entra en una recesión después de la última pandemia de gripe, lo que provoca cambios en los mundos virtuales. Daesan Digital, la empresa que creara la plataforma de Tierra de Datos, emite un comunicado conjunto con Viswa Media, los creadores de la plataforma de Real Space: Tierra de Datos va a integrarse en Real Space. Todos los continentes de Tierra de Datos serán remplazados por versiones de Real Space idénticas que se añadirán al universo de Real Space. Lo llaman la fusión de dos mundos, pero sólo es una forma diplomática de decir que, tras años de actualizaciones y nuevas versiones, Daesan no puede seguir permitiéndose el lujo de combatir en las guerras de las plataformas.
Para la mayoría de los clientes esto supone que podrán viajar entre más escenarios virtuales sin tener que salir de una cuenta para entrar en otra. En el transcurso de los últimos años, casi todas las empresas cuyo software se ejecuta en Tierra de Datos han creado versiones que se ejecutan también en Real Space. Los jugadores de Asedio del Paraíso o Elderthorn únicamente tienen que ejecutar un programa de conversión para que todos sus inventarios de armas y atuendos estén aguardándolos en las versiones de Real Space de los continentes de juego.
Una excepción, sin embargo, es Neuroblast. Real Space no ofrece ninguna versión del motor de Neuroblast —Blue Gamma cerró sus puertas antes de que se introdujera esa plataforma— lo que significa que ningún digiente con el genoma de Neuroblast puede entrar en el entorno de Real Space. Los digientes de Origami y Faberge experimentan la migración a Real Space como una expansión de posibilidades, pero para Jax y los demás digientes de Neuroblast el anuncio de Daesan constituye básicamente el fin del mundo.
Ana se dispone a acostarse cuando oye el estruendo. Se dirige corriendo a la sala de estar para investigar.
Jax, que lleva puesta la carcasa robótica, está examinándose la muñeca. A su lado, una de las baldosas de la pared presenta una grieta. Al ver entrar a Ana, dice:
—Lo siento.
—¿Qué estabas haciendo?
—Lo siento mucho.
—Dime qué estabas haciendo.
—Volteretas —confiesa Jax, a regañadientes.
—Se te venció la muñeca y has chocado con la pared. —Ana echa un vistazo a la muñeca del robot. Como se temía, habrá que remplazarla—. No te impongo normas para impedir que te diviertas, pero esto es lo que pasa cuando intentas bailar con el cuerpo robótico.
—Sé que me avisaste. Pero intento bailar, y el cuerpo va bien. Intento un poco más, y el cuerpo todavía va bien.
—Así que lo intentaste un poquito más, y ahora tenemos que comprarte una muñeca nueva y cambiar las baldosas de la pared. —Se pregunta fugazmente cuánto tardará en reemplazarlas, si podría evitar que Kyle (fuera de la ciudad en viaje de negocios) se entere de esto. Hace unos meses, Jax rompió una escultura que a Kyle le encantaba, y quizá lo más prudente sería evitar recordarle ese incidente.
—Lo siento mucho, mucho —dice Jax.
—Bueno, vuelve a Tierra de Datos. —Ana señala la plataforma de carga.
—Reconozco fue un error…
—En marcha.
Jax se pone en marcha, obediente. Justo antes de subir a la plataforma, musita:
—No es Tierra de Datos. —El casco de la carcasa robótica se oscurece.
La queja de Jax va dirigida a la versión privada de Tierra de Datos organizada por el grupo de usuarios de Neuroblast, que duplica muchos de los continentes originales. En cierto modo es muy superior a la isla privada que les sirvió de refugio durante el hack del FLI, porque ahora la capacidad de procesamiento es tan barata que pueden ejecutar docenas de continentes. En otros sentidos resulta muy inferior, porque esos continentes se encuentran prácticamente deshabitados.
El problema no estriba únicamente en que todos los humanos hayan emigrado a Real Space. También los digientes de Origami y Faberge se han ido allí, y Ana no culpa a sus propietarios; si se le hubiera presentado la oportunidad, ella habría hecho lo mismo. Más preocupante aún es que la mayoría de los digientes de Neuroblast también han desaparecido, incluidos muchos de los amigos de Jax. Algunos de los miembros del grupo de usuarios abandonaron cuando cerró Tierra de Datos; otros prefirieron esperar a ver qué ocurría, pero se desanimaron al ver cuán paupérrima era la Tierra de Datos privada y optaron por suspender las cuentas de sus digientes antes de criarlos en una ciudad fantasma. Porque eso es lo que parece Tierra de Datos, más que ninguna otra cosa: una ciudad fantasma del tamaño de un planeta. Hay inmensas extensiones de terreno meticulosamente detalladas por las que deambular, pero nadie con quien conversar aparte de los tutores que acuden a impartir clase. Mazmorras sin misiones, centros comerciales sin tiendas, estadios sin acontecimientos deportivos; es el equivalente digital de un paisaje postapocalíptico.
Antes, los amigos humanos que tenía Jax en la escena del tetrabrake entraban en la Tierra de Datos privada tan sólo para verlo, pero sus visitas se han vuelto cada vez más infrecuentes; ahora todas las citas importantes de tetrabrake tienen lugar en Real Space. Jax puede enviar y recibir coreografías grabadas, pero uno de los mayores alicientes de la escena son las reuniones en vivo, donde se improvisan los bailes, y le es completamente imposible asistir a ellas. Jax está quedándose prácticamente sin vida social en el mundo virtual, y en el mundo real no puede tenerla: su carcasa robótica entra en la categoría de vehículo autónomo no tripulado, por lo que el acceso a los espacios públicos le está vetado a menos que lo acompañen Ana o Kyle. Confinado al apartamento, cada vez se muestra más aburrido e inquieto.
Ana se pasó semanas intentando que Jax se sentara delante del ordenador con el cuerpo robótico para entrar en Real Space de ese modo, pero el digiente se niega a seguir intentándolo. Hubo algunos problemas con la interfaz de usuario —fruto de su inexperiencia con el manejo de un ordenador de verdad combinada con la ineptitud de la cámara a la hora de seguir los gestos realizados por un cuerpo robótico—, pero Ana cree que podrían haberlos superado. El mayor inconveniente es que Jax no quiere controlar un avatar a distancia: quiere «ser» el avatar. Para él, el teclado y el monitor son un triste sustituto de su presencia allí, y la experiencia es tan insatisfactoria como lo sería un videojuego ambientado en la selva para un chimpancé sacado del Congo.
Todos los digientes de Neuroblast restantes sufren frustraciones similares, por lo que parece evidente que la Tierra de Datos privada sólo es una solución temporal. Lo que se necesita es encontrar la manera de ejecutar los digientes en Real Space, lo que les permitiría moverse con libertad e interactuar con sus objetos y habitantes. En otras palabras, la solución pasa por «portar» el motor de Neuroblast, reescribirlo para que se ejecute en la plataforma de Real Space. Ana ha convencido a los antiguos dueños de Blue Gamma para que liberen el código fuente de Neuroblast, pero harán falta desarrolladores con experiencia que se encarguen de las modificaciones. El grupo de usuarios ha publicado anuncios en foros de código abierto en un intento por atraer voluntarios.
La única ventaja de la obsolescencia de Tierra de Datos es que sus digientes están a salvo de la cara oscura del mundo social. Una empresa llamada Edgeplayer comercializa una cámara de tortura para digientes en la plataforma de Real Space; a fin de evitar las acusaciones de copia sin autorización, elijen a sus víctimas exclusivamente entre los digientes de dominio público. El grupo de usuarios ha acordado que, cuando consigan portar el motor de Neuroblast, la conversión incluirá un exhaustivo proceso de verificación de la propiedad; ningún digiente de Neuroblast entrará jamás en Real Space sin que antes alguien se haya comprometido a cuidar de él.
Han transcurrido dos meses y Derek está navegando por el foro del grupo de usuarios, leyendo las respuestas a un post que había publicado sobre el estado del puerto de Neuroblast. Lamentablemente, las noticias no eran halagüeñas; los intentos por reclutar desarrolladores para el proyecto no han tenido demasiado éxito. El grupo de usuarios ha celebrado jornadas de puertas abiertas en su Tierra de Datos privada para que la gente pueda conocer a los digientes, pero las adhesiones han sido muy pocas.
El problema es que los motores genómicos son agua pasada. Los desarrolladores se sienten atraídos por proyectos más nuevos y emocionantes, y en estos momentos eso supone trabajar con interfaces neurales o software nanomédico. Decenas de motores genómicos languidecen en distintos estados de compleción en los depósitos de código abierto, todos ellos necesitados de programadores voluntarios, y la perspectiva de portar el motor de Neuroblast, con sus doce años de antigüedad, a una plataforma nueva se cuenta entre las menos seductoras de todas. Sólo un puñado de estudiantes contribuye al puerto de Neuroblast, y teniendo en cuenta lo escaso del tiempo que le dedican, la propia plataforma de Real Space se habrá quedado obsoleta antes de que el proyecto esté terminado.
La otra alternativa es contratar a profesionales. Derek ha hablado con algunos desarrolladores con experiencia en motores genómicos, a los que ha solicitado presupuesto para calcular cuánto costaría portar Neuroblast. Las estimaciones que ha recibido son razonables, dada la complejidad del proyecto, y para una empresa con varios cientos de miles de clientes sería lógico seguir adelante con ello. Para un grupo de usuarios cuyo número de miembros se ha reducido a unas veinte personas, sin embargo, el precio es abrumador.
Después de leer los últimos comentarios en el foro de discusión, Derek llama a Ana. Recluir a los digientes en una Tierra de Datos privada ha sido innegablemente difícil, pero para él también tiene su lado positivo: ahora puede hablar con Ana a diario, bien sea acerca del estado del puerto de Neuroblast o durante la organización de actividades para sus digientes. En los últimos años Marco y Polo se han distanciado de Jax, debido a intereses dispares, pero ahora los digientes de Neuroblast sólo se tienen los unos a los otros por toda compañía, de modo que Ana y Derek se esfuerzan por encontrarles cosas que hacer en grupo. Él ya no tiene ninguna esposa que le regañe por ello, y al novio de Ana, Kyle, no parece importarle, así que Derek puede hablar con ella por teléfono sin que nadie le recrimine nada. Pasar tanto tiempo con ella constituye una suerte de placentero martirio; tal vez fuera más saludable para él que interactuaran menos, pero no le apetece parar.
El rostro de Ana aparece en la pantalla del teléfono.
—¿Has visto el post de Stuart? —pregunta Derek. Stuart ha anunciado lo que tendría que pagar cada uno de ellos si dividieran los gastos a partes iguales, y ha preguntado cuántos de los miembros podrían permitirse esa suma.
—Acabo de leerlo —dice Ana—. A lo mejor se cree que así nos ayuda en algo, pero lo único que está consiguiendo es que todo el mundo se ponga nervioso.
—De acuerdo. Pero hasta que se nos ocurra una buena alternativa, el precio por barba es lo único que está en la cabeza de todos. ¿Te has reunido ya con esa recaudadora de fondos? —Ana debía consultar a la amiga de una amiga, una mujer que ha dirigido campañas de recogida de fondos para distintas protectoras de animales.
—A decir verdad, vengo de almorzar con ella.
—¡Estupendo! ¿Qué has averiguado?
—La mala noticia es que no cree que podamos optar a la denominación de «sin ánimo de lucro», porque sólo intentamos recaudar fondos para un conjunto de individuos específico.
—Pero si cualquiera puede utilizar el motor nuevo… —Derek se interrumpe. Es cierto que probablemente haya millones de instantáneas de los digientes de Neuroblast almacenadas en archivos por todo el mundo. Pero el grupo de usuarios no puede afirmar con sinceridad que esté trabajando por su bien; sin alguien que esté dispuesto a educarlos, ninguno de esos digientes se beneficiará de una versión para Real Space del motor de Neuroblast. Los únicos digientes a los que intenta ayudar el grupo de usuarios son los suyos propios.
Ana asiente con la cabeza mientras Derek permanece callado; debe de habérsele ocurrido exactamente la misma idea antes que a él.
—Vale —dice Derek—, no podemos actuar sin ánimo de lucro. ¿Y cuál es la buena noticia?
—Dice que todavía podemos solicitar contribuciones fuera del modelo altruista. Lo que necesitamos es contar una historia que despierte simpatías por los digientes. Así es como algunos zoológicos subvencionan operaciones para los elefantes y cosas por el estilo.
Derek contempla la posibilidad durante unos instantes.
—Supongo que podríamos publicar algunos vídeos acerca de los digientes, intentar apelar al corazoncito de la gente.
—Exacto. Y si conseguimos generar el suficiente respaldo popular, quizá obtengamos contribuciones en forma de tiempo además de económicas. Todo lo que aumente el perfil de los digientes incrementará nuestras posibilidades de reclutar voluntarios entre la comunidad de programadores de código abierto.
—Empezaré por repasar mis vídeos en busca de grabaciones de Marco y Polo —dice Derek—. Hay un montón de escenas entrañables de cuando eran pequeños. En cuanto a lo más reciente, no las tengo todas conmigo. ¿O necesitamos algo conmovedor?
—Deberíamos debatir sobre qué sería más adecuado. Publicaré un mensaje en los foros para sondear a los demás.
Esto le recuerda algo a Derek, que dice:
—Por cierto, ayer recibí una llamada de alguien que podría ayudarnos. Aunque es un poco descabellado.
—¿De quién?
—¿Te acuerdas de los xenotherianos?
—¿Aquellos digientes que supuestamente eran alienígenas? ¿Aún sigue adelante ese proyecto?
—Más o menos. —Derek le explica que se ha puesto en contacto con él un joven que responde al nombre de Felix Radcliffe, uno de los últimos participantes en el proyecto xenotheriano. La mayoría de los entusiastas originales tiraron la toalla hace años, agotados por la dificultad de inventar una cultura alienígena a partir de cero, pero todavía resiste un pequeño grupo de devotos que se han vuelto prácticamente monomaníacos. Por lo que Derek ha podido determinar, casi todos ellos están en paro y rara vez salen de sus dormitorios en el hogar paterno; toda su vida se desarrolla en Marte de Datos. Felix es el único miembro del grupo que está dispuesto a entablar contacto con alguien de fuera.
—Y luego nos tildan a nosotros de fanáticos —dice Ana—. En fin, ¿qué quería?
—Se había enterado de que estamos intentando portar Neuroblast y quiere ayudar. Reconoció mi nombre porque fui uno de los que diseñó sus avatares.
—Qué suerte la tuya —dice Ana, con una sonrisa; Derek hace una mueca—. ¿Qué más le da a él que portemos Neuroblast? Creía que la razón de ser de Marte de Datos era mantener aislados a los xenotherianos.
—Y así era, al principio, pero ahora ha decidido que están preparados para encontrarse con los seres humanos, y quiere realizar un experimento de primer contacto. Si Tierra de Datos aún estuviera en activo, dejaría que los xenotherianos enviaran una expedición a los continentes principales, pero esa opción ya no es válida. De modo que Felix y nosotros estamos en el mismo barco; quiere portar Neuroblast para que sus digientes puedan entrar en Real Space.
—Vaya… bueno, es comprensible. ¿Y has dicho que nos podría ayudar a recaudar fondos?
—Está intentando despertar el interés de los antropólogos y los exobiológos. Opina que querrán estudiar a los xenotherianos, hasta el punto de subvencionar el puerto.
Ana adopta una expresión dubitativa.
—¿De veras estarían dispuestos a pagar por algo así?
—Lo dudo —dice Derek—. Tampoco es que los xenotherianos sean alienígenas de verdad. Creo que Felix tendría más posibilidades con las empresas de juegos que necesiten alienígenas para poblar sus mundos, pero la decisión está en sus manos. Supongo que mientras no se acerque a ninguno de nuestros contactos, no nos hará ningún daño, y cabe la posibilidad de que nos sirva de algo.
—Pero si es tan incompetente socialmente como parece, ¿cómo va a persuadir a nadie?
—Bueno, no será gracias a su don de gentes. Tiene un vídeo de los xenotherianos que enseña a los antropólogos para abrirles el apetito. Me ha dejado ver un trozo.
—¿Y?
Derek se encoge de hombros, levanta las manos.
—Por lo que saqué en claro, podría haber estado contemplando una colmena de robots desbrozadores.
Ana se ríe.
—Bien, quizá eso resulte positivo. Tal vez cuanto más alienígenas parezcan, más interesantes serán.
Derek se ríe a su vez ante lo irónico del asunto: después de todo el empeño de Blue Gamma por dotar de atractivo a los digientes, ¿y si resulta que son los alienígenas los que más interesan a la gente?
VII
Transcurren otros dos meses. Los intentos del grupo de usuarios por recaudar fondos no se saldan con demasiado éxito; las almas más caritativas están empezando a cansarse de oír hablar de especies naturales en peligro de extinción, no digamos ya las artificiales, y los digientes distan de ser tan fotogénicos como los delfines. El caudal de donativos no ha pasado nunca de ser más que un goteo.
La tensión del confinamiento en Tierra de Datos por fin comienza a pasar factura a los digientes; sus propietarios intentan pasar más tiempo con ellos para evitar que se aburran, pero eso no es sustituto para un mundo virtual completamente poblado. Ana también procura escudar a Jax de los problemas que rodean al puerto de Neuroblast, pero eso no impide que el digiente sea consciente de ellos. Un día, cuando regresa a casa del trabajo y se conecta, lo encuentra visiblemente agitado.
—Quiero preguntarte por transferencia —dice Jax, sin preámbulos.
—¿Qué sucede?
—Antes pensaba era otra actualización, como antes. Ahora creo es mucho más grande. Más como subir, pero con digientes en vez personas, ¿verdad?
—Sí, supongo que sí.
—¿Has visto vídeo con ratón?
Ana sabe a cuál se refiere Jax: recién liberado por un equipo de investigación de subidas, muestra a un ratón blanco paralizado y vaporizado, micrómetro a micrómetro, en volutas de humo por el rayo de electrones de un escáner, e instanciado a continuación en un escenario de pruebas donde es literalmente descongelado y despertado. El ratón inmediatamente sufre un ataque, convulsionándose lastimeramente durante un par de minutos de tiempo subjetivo antes de morir. En la actualidad ostenta el récord de supervivencia en mamíferos subidos.
—No te va a pasar nada de eso —le asegura Ana.
—Quieres decir que no recordaré si pasa —dice Jax—. Sólo recordaré si transición tiene éxito.
—Nadie te va a ejecutar, ni a ti ni a nadie, en un motor que no se haya probado antes. Cuando Neuroblast haya terminado de portarse, ejecutaremos juegos de pruebas y repararemos todos los bugs antes de ejecutar un digiente. Esas juegos de muestra no sienten nada.
—¿Los investigadores ejecutaron juegos de muestra antes subir ratones?
Jax tiene un don para plantear las preguntas más peliagudas.
—Los ratones eran los juegos de muestra —reconoce Ana—. Pero eso es porque nadie posee el código fuente de los cerebros orgánicos, por eso no se pueden escribir juegos de muestra más simples que los ratones de verdad. Nosotros disponemos del código fuente de Neuroblast, así que ese problema no nos afecta.
—Pero no tenéis dinero permitiros puerto.
—No, en estos momentos no, pero lo obtendremos. —Espera sonar más confiada de lo que se siente.
—¿Cómo ayudo? ¿Cómo consigo dinero?
—Gracias, Jax, pero ahora mismo no puedes conseguir dinero de ninguna manera —dice Ana—. Por ahora tu trabajo consiste en seguir estudiando y aplicarte en clase.
—Sí, eso sé: ahora estudiar, luego hacer otras cosas. ¿Y si ahora consigo préstamo, luego devuelvo cuando tenga dinero?
—Deja que yo me encargue de eso, Jax.
—Bueno —capitula Jax, apesadumbrado.
De hecho, lo que sugiere Jax es casi lo mismo que el grupo de usuarios ha intentado recientemente al buscar inversores corporativos. Se trata de una vía abierta por el éxito de VirlFriday en la venta de digientes como asistentes personales. Tardó varios años, pero al final Talbot consiguió criar una instancia de Andro que se adecuaba a las necesidades de todo el mundo; VirlFriday ha vendido cientos de miles de copias. Es la primera prueba palpable de que un digiente puede ser verdaderamente rentable, y ahora son varias las empresas que pretenden duplicar el logro de Talbot.
Una de esas empresas se llama Polytope, la cual ha anunciado sus planes de lanzar un ambicioso programa de cría para crear el próximo Andro. El grupo de usuarios se puso en contacto con ellos y les ofreció intervenir en el futuro de los digientes de Neuroblast: a cambio de pagar la adaptación del motor de Neuroblast, Polytope recibiría un porcentaje de cualquier ingreso generado por los digientes, a perpetuidad. Hacía meses que el grupo no abrigaba tantas esperanzas, pero la respuesta de la empresa fue negativa; los únicos digientes que interesan a Polytope son los de Sophonce, cuya concentración obsesiva es indispensable para remplazar al software convencional.
El grupo de usuarios ha discutido brevemente la posibilidad de subvencionar la operación de su propio bolsillo, pero es evidente que no resulta factible. De resultas de ello, algunos de sus miembros están considerando lo inimaginable:
De: Stuart Gust
Detesto ser yo el que saque este tema, pero alguien tiene que hacerlo. ¿Y si suspendiéramos temporalmente a los digientes, durante un año o así, hasta que hayamos reunido el dinero necesario para el puerto?
De: Derek Brooks
Ya sabes lo que sucede cada vez que alguien suspende la cuenta de su digiente. Lo temporal se vuelve indefinido, primero, y después permanente.
De: Ana Alvarado
No podría estar más de acuerdo. Entrar en modo de postergación perpetua es demasiado tentador. ¿Sabéis de alguien que haya reiniciado un digiente suspendido durante más de seis meses? Yo no.
De: Stuart Gust
Pero nosotros no somos como los demás. La gente suspende las cuentas de sus digientes porque se ha aburrido de ellos. Nosotros los echaremos de menos todos los días que dure la suspensión; nos servirá de incentivo para recaudar el dinero.
De: Ana Alvarado
Si crees que suspender a Zaff aumentará tu motivación, adelante. Mantener a Jax despierto es lo que a mí me anima a seguir.
Ana no alberga ninguna duda cuando responde en el foro, pero la conversación se vuelve más complicada cuando, unos días más tarde, es el propio Jax el que sugiere la idea. Ambos se encuentran en la Tierra de Datos privada, donde Ana está enseñándole un nuevo continente de juego. Se trata de un clásico con el que Ana disfrutaba hace años, recientemente liberado de forma gratuita, de modo que el grupo de usuarios instanció una copia para los digientes. Ana intenta contagiarle su entusiasmo, indicando qué lo distingue de otros continentes de juego de los que los digientes ya se han aburrido, pero Jax ve el continente como lo que es: el enésimo intento por mantenerlo ocupado mientras aguardan la adaptación de Neuroblast.
Mientras cruzan la plaza de una ciudad medieval desierta, Jax dice:
—A veces desearía me suspendieras, no tener que esperar más. Reiniciarme cuando puedo entrar en Real Space, sentir el tiempo no ha pasado.
El comentario pilla desprevenida a Ana. Ninguno de los digientes tiene acceso a los grupos de usuarios, de modo que Jax debe de haber elaborado esa hipótesis por sí solo.
—¿Realmente es eso lo que quieres?
—Realmente, no. Quiero estar despierto, saber qué pasa. Pero a veces frustrante. —Tras guardar silencio durante unos instantes, Jax pregunta—: ¿A veces quieres no tener cuidar de mí?
Ana se asegura de que Jax esté mirándola a la cara antes de contestar.
—Puede que mi vida fuera más sencilla si no tuviera que ocuparme de ti, pero yo no sería tan feliz. Te quiero, Jax.
—Quiero también.
Al salir del trabajo, en el coche, Derek recibe un mensaje de Ana en el que ésta le cuenta que alguien de Polytope se ha puesto en contacto con ella, de modo que la llama en cuanto llega a casa.
—¿Qué ha ocurrido?
—Ha sido una llamada rarísima. —Ana parece divertida.
—¿En qué sentido?
—Me han ofrecido un empleo.
—¿En serio? ¿Haciendo qué?
—Adiestrando a los digientes de Sophonce. Dada mi experiencia anterior, quieren que dirija el equipo. Me ofrecen un sueldo extraordinario, tres años de empleo garantizado y una bonificación por firmar el contrato francamente estupenda. Pero hay una pega.
—¿Y bien? No me dejes con la intriga.
—Todos sus adiestradores tienen que usar InstantRapport.
Derek abre los ojos de par en par.
—Me tomas el pelo —dice. InstantRapport es un transder-mal inteligente, un parche que libera dosis de un cóctel de oxitocina y opioides siempre que el portador esté en presencia de una persona específica. Se emplea para fortalecer matrimonios inestables y relaciones tensas entre padres e hijos, y desde hace poco se puede adquirir sin receta—. ¿Para qué leches lo quieren?
—Según su teoría, el afecto generará mejores resultados, y la única forma de que los adiestradores sientan algún afecto por los digientes de Sophonce es con intervención farmacéutica.
—Ah, ahora lo entiendo. Es un método para incrementar la productividad de la plantilla. —Derek conoce a muchas personas que consumen nootrópicos o utilizan técnicas de estimulación magnética transcraneal para aumentar su rendimiento en el trabajo, pero hasta ahora ninguna empresa lo había convertido en requisito. Sacude la cabeza con incredulidad—. Si cuesta tanto querer a sus digientes, cualquiera diría que captarían la indirecta y se pasarían a los de Neuroblast.
—Les he dicho algo por el estilo, pero no querían saber nada. Sin embargo, se me ha ocurrido algo. —Ana se inclina hacia delante—. Quizá consiga hacerles cambiar de opinión si entro a trabajar para ellos.
—¿En qué te basas para decir eso?
—Sería una ocasión inmejorable para exhibir a Jax ante la directiva de Polytope de forma continuada. Podría entrar en nuestra Tierra de Datos privada desde el trabajo, tal vez podría acompañarme incluso con la carcasa robótica. ¿Qué mejor manera de demostrarles lo versátil que es el motor de Neuroblast? Y en cuanto se percaten de eso, lo portarán a Real Space.
Derek se queda pensativo.
—Asumiendo que no te prohíban pasar tiempo con Jax en horas de oficina…
—No me subestimes tanto. No iría a cañón, lo haría con sutileza.
—Podría funcionar. Pero te obligarían a ponerte el parche de InstantRapport. ¿Merece la pena?
Ana se encoge de hombros, frustrada.
—No lo sé. Te aseguro que no es mi opción favorita, ni de lejos. Pero a veces hay que arriesgarse, ¿no? Forzar un poquito las cosas.
Derek no sabe qué responder a eso.
—¿Qué opina Kyle?
Ana exhala un suspiro.
—Está totalmente en contra. No le gusta la idea de que use InstantRapport, y definitivamente no cree que las probabilidades lo justifiquen. —Tras una pausa, añade—: Pero los digientes no significan lo mismo para él que para ti o para mí, de modo que es inevitable que piense así. Para él, la recompensa no es tan grande.
Salta a la vista que Ana espera que la respalde, y Derek accede encantado, pero interiormente alberga sentimientos encontrados. Aunque recibe la propuesta de Ana con reservas, no se atreve a expresarlo.
Detesta que lo asalten estas ideas, pero cada vez que Ana menciona sus dificultades con Kyle, sueña con que los dos rompen su relación. Se dice a sí mismo que nunca haría nada por separarlos, pero si Kyle no comparte la entrega de Ana por los digientes, Derek tampoco comete ningún pecado demostrando que él sí. Y si eso le sugiere a Ana que Derek es mejor partido para ella que Kyle, él no tiene la culpa.
La cuestión es si realmente piensa que es buena idea que Ana acepte la oferta de empleo de Polytope. No está seguro de ello, pero hasta que se decida, le dará todo su apoyo.
Tras colgar el teléfono, Derek entra en la Tierra de Datos privada para pasar algo de tiempo con Marco y Polo. Están jugando un partido de ráquetbol en gravedad cero, pero bajan de la pista en cuanto lo ven.
—Conocimos visitantes simpáticos hoy —dice Marco.
—¿En serio? ¿Sabéis quiénes eran?
—Nombre de persona Jennifer, y nombre de persona Roland.
Cuando Derek consulta la lista de visitas, se le cae el alma a los pies: Jennifer Chase y Roland Michaels son empleados de una empresa llamada Deseo Binario, fabricantes de juguetes sexuales, tanto físicos como virtuales.
Ésta no es la primera vez que el grupo de usuarios recibe solicitudes de alguien que quiere utilizar a los digientes con fines sexuales. La inmensa mayoría de los juguetes sexuales siguen estando controlados por software convencional para representar escenas programadas de antemano, pero desde que existen los digientes ha habido quienes intentan practicar el sexo con ellos; el procedimiento habitual consiste en copiar un digiente de dominio público y reconfigurar su mapa de recompensas para que disfrute con lo que sea que a su propietario le parezca erotizante. Los detractores consideran que es el equivalente de obligar a un perro a lamerte los genitales untados de manteca de cacahuete, y no es una comparación injusta, ni en términos de la inteligencia de los digientes ni de la sofisticación del adiestramiento. Lo cierto es que ya no quedan digientes ni remotamente tan humanizados como Marco y Polo disponibles para practicar el sexo, por lo que el grupo de usuarios ocasionalmente recibe solicitudes de fabricantes de juguetes sexuales interesados en comprar copias de los digientes. Todos los miembros del grupo están de acuerdo en que deberían hacer caso omiso de esas peticiones.
Pero según el libro de visitas, Chase y Michaels llegaron escoltados por Felix Radcliffe.
Tras pedirles a Marco y a Polo que reanuden el partido, Derek llama por teléfono a Felix.
—¿En qué demonios estabas pensando? ¿Deseo Binario?
—No han intentado sexualizar a los digientes.
—Eso ya lo veo. —Está reproduciendo la grabación de la visita a cámara rápida en otra ventana.
—Han conversado con ellos.
A veces, hablar con Felix es como dirigirse a un alienígena.
—Teníamos un trato acerca de los fabricantes de juguetes sexuales. ¿Lo recuerdas?
—Estas personas no son como los demás. Me gusta cómo piensan.
Derek no se atreve a preguntar a qué se refiere con eso.
—Si tanto te gustan, llévalos a Marte de Datos y enséñales tus xenotherianos.
—Ya lo he hecho —replica Felix—. No les interesan.
Por supuesto que no, comprende Derek; la demanda de sexo con unos trípodes que sólo hablan lojbano será microscópica. Pero ve que Felix está siendo franco, que no le importaría prostituir a los xenotherianos si eso le ayudara a financiar su experimento de primer contacto. Quizá Felix sea un excéntrico, pero no es ningún hipócrita.
—Deberías haber dejado las cosas así —dice Derek—. Ahora tendremos que expulsarte de Tierra de Datos.
—Deberíais hablar con estas personas.
—No, de ninguna manera.
—Pagarán por que los escuchéis. Enviarán un mensaje con todos los detalles.
A Derek casi se le escapa la risa. En Deseo Binario deben de estar desesperados si han empezado a pagar a la gente para que escuche sus rollos publicitarios.
—Los mensajes están muy bien. Pero voy a poner a esas personas en la lista de acceso denegado, y no quiero que vuelvas a traer a nadie de ningún fabricante de juguetes sexuales. ¿Ha quedado claro?
—Muy claro —dice Felix, y cuelga.
Derek sacude la cabeza. Por lo general, ni siquiera contemplaría la posibilidad de escuchar semejantes argumentaciones, aun a cambio de dinero, porque no quiere dar la impresión de estar dispuesto a vender a Marco y a Polo como objetos sexuales.
Pero ahora mismo el grupo de usuarios necesita hasta el último dólar que pueda conseguir. Si escuchar la presentación de una empresa pudiera animar a otras a pagar por gozar de la misma oportunidad, quizá valga la pena. Reinicia el vídeo de la reunión entre los visitantes y los digientes, y lo ve a velocidad normal.
VIII
El grupo de usuarios se ha congregado para escuchar la presentación de Deseo Binario mediante videoconferencia; Deseo Binario ha efectuado un pago a una cuenta de depósito, y los fondos se liberarán al término de la reunión. Sentada en el centro de su pantalla envolvente, Ana mira a su alrededor; las entradas de vídeo de todo el mundo están integradas de tal modo que el grupo de usuarios parece haberse dado cita en un auditorio virtual, con cada uno de ellos sentado en una diminuta galería privada. Derek ocupa el balconcito a su izquierda, y Felix está a la izquierda de Derek. En el podio de la tarima se encuentra la representante de Deseo Binario, Jennifer Chase. Su imagen en pantalla es rubia, guapa y elegante, y puesto que todas las partes han accedido a utilizar vídeo real, Ana sabe que éste es el verdadero aspecto de Chase. Se pregunta si Deseo Binario asigna todas sus negociaciones a Chase; la mujer probablemente sea una experta en conseguir lo que se propone.
Felix se pone de pie y empieza a decir algo en lojbano antes de corregirse.
—Os gustará lo que tiene que decir —declara.
—Gracias, Felix, pero deja que hable yo a partir de aquí —dice Chase. Felix vuelve a sentarse, y Chase se dirige al grupo—: Gracias por acceder a verme. Por lo general, cuando me reúno con un posible socio, hablo de cómo Deseo Binario puede ayudarles a llegar a un mercado más amplio del que está a su alcance, pero no voy a hacer eso con vosotros. Mi objetivo para esta reunión es aseguraros que vuestros digientes serán tratados con respeto. No queremos mascotas que hayan sido sexualizadas mediante un burdo condicionamiento conductista. Queremos seres que se impliquen en el sexo a un nivel más elevado y personal.
—¿Cómo esperáis conseguir eso —interviene Stuart— cuando nuestros digientes son completamente asexuales?
Chase no se lo piensa dos veces.
—Con dos años de adiestramiento, mínimo.
—Ésa es una inversión considerable —dice Ana, sorprendida—. Creía que los juguetes sexuales digientes solían adiestrarse durante un par de semanas.
—Eso es porque normalmente se trata de digientes de Sophonce, que no serán mejores parejas sexuales después de dos años que al cabo de dos semanas. No sé si habéis visto los resultados, pero en caso de que sintáis curiosidad, puedo deciros dónde podéis encontrar un harem de draytas vestidos con avatares de Marilyn Monroe, todos ellos berreando: ¡Quiero chupar pollas! No es agradable.
Ana se ríe sin poder evitarlo, al igual que varios miembros más del grupo.
—No, no lo parece.
—Eso no es lo que busca Deseo Binario. Cualquiera puede coger un digiente de dominio público y reconfigurar su mapa de recompensas. Aspiramos a ofrecer parejas sexuales con auténtica personalidad, y estamos dispuestos a poner el empeño necesario para conseguirlo.
—Bueno, ¿y en qué consistiría el adiestramiento? —pregunta Helen Costas, desde el fondo.
—Para empezar, descubrimiento y exploración de la sexualidad. Dotaríamos a los digientes de avatares anatómicamente correctos y dejaríamos que se acostumbraran a poseer zonas erógenas. Animaríamos a los digientes a experimentar sexualmente entre sí, para que adquieran experiencia como seres sexuales y elijan el género con el que se sientan más cómodos. Puesto que gran parte del aprendizaje durante esa fase se desarrollará exclusivamente entre ellos mismos, quizá haya periodos en los que los digientes puedan ejecutarse más deprisa de lo normal. Cuando hayan adquirido una cantidad de experiencia razonable, comenzaremos a vincularlos a parejas humanas compatibles.
—¿Por qué estáis tan seguros de que querrán vincularse a un humano específico? —pregunta Derek.
—Nuestros desarrolladores han observado a algunos de los digientes en los refugios; son demasiado jóvenes para nuestros fines, pero ya han desarrollado lazos emocionales, y nuestros desarrolladores han practicado análisis suficientes para creer que pueden inducir vínculos similares en digientes más antiguos. A medida que el digiente vaya familiarizándose con la persona, reforzaremos la dimensión emocional de sus interacciones, tanto sexuales como no sexuales, para generar amor en el digiente.
—Como el InstantRapport pero en versión Neuroblast —dice Ana.
—Algo por el estilo —dice Chase—, aunque será más eficaz y específico, porque se personalizará en función del cliente. Para el digiente, será indistinguible de enamorarse espontáneamente.
—Esa «personalización» no tiene pinta de ser algo que se consiga a la primera —dice Ana.
—No, por supuesto que no —dice Chase—. Esperamos que un digiente tarde meses en enamorarse; a lo largo de ese periodo estaremos trabajando con el cliente, restaurando el digiente a puntos de control previos y probando distintos ajustes hasta que el lazo afectivo se establezca con firmeza. Será como el programa de cría que dirigías cuando trabajabas en Blue Gamma; tan sólo vamos a personalizarlo para un cliente en particular.
Ana está a punto de decir que es completamente distinto, pero decide guardar silencio. Lo único que tiene que hacer es escuchar el rollo publicitario de esta mujer, no rebatirlo.
—Ya veo a qué te refieres —dice.
—Aunque consigáis que se enamoren —interviene Derek—, ninguno de nuestros digientes imitará de forma convincente a Marilyn Monroe.
—No, aunque ése no es nuestro objetivo. Los avatares que les proporcionaríamos serían humanoides, pero no humanos. Veréis, no vamos a intentar duplicar la experiencia sexual con un ser humano; queremos producir parejas no humanas que sean adorables, afectuosas y genuinamente apasionadas del sexo. Deseo Binario opina que ésta es la nueva frontera sexual.
—¿Una nueva frontera sexual? —dice Stuart—. Te refieres a popularizar una perversión hasta convertirla en predominante.
—Es una forma de verlo —reconoce Chase—. Pero intentad darle la vuelta: nuestras ideas sobre qué es lo que constituye una relación sexual saludable no han dejado de ampliarse con el paso del tiempo. Antes la gente pensaba que la homosexualidad, el sadomasoquismo y el poliamor eran síntomas de problemas psicológicos, pero no hay nada en esas actividades que sea intrínsecamente incompatible con una relación sentimental. El problema era la estigmatización de los deseos del individuo por parte de la sociedad. Creemos que, a la larga, el sexo con digientes será igualmente aceptado como una expresión válida de la sexualidad. Pero eso requiere ser abiertos y francos al respecto, sin fingir que los digientes sean humanos.
El icono que se ilumina en la pantalla indica al grupo que Chase les ha enviado un documento.
—Ahí tenéis una copia del contrato que os proponemos, pero permitid que os lo resuma. Deseo Binario cubrirá los gastos de la adaptación de Neuroblast a Real Space a cambio de derechos no exclusivos sobre vuestros digientes. Conservaréis el derecho a crear y vender copias de ellos siempre y cuando no les hagan la competencia a los nuestros. Si vuestros digientes se venden bien, recibiréis los royaltis correspondientes. Y vuestros digientes disfrutarán con lo que hacen.
—Vale, gracias —dice Ana—. Echaremos un vistazo al contrato y os daremos una respuesta. ¿Eso es todo?
—Casi —responde Chase, con una sonrisa—. Antes de liberar los fondos, me gustaría aprovechar esta ocasión para resolver cualquier posible duda que tengáis. Os aseguro que no voy a ofenderme. ¿Es la índole sexual de la transacción lo que os inspira tantas reservas?
Tras un instante de vacilación, Ana dice:
—No, es la coacción.
—No habría ninguna. El proceso de vinculación garantiza que los digientes gocen tanto como sus propietarios.
—Pero no vais a darles elección sobre sus preferencias.
—¿Acaso es distinto para los seres humanos? Cuando era pequeña, la idea de besar a un chico me resultaba completamente carente de interés, y si hubiera dependido de mí, eso jamás habría cambiado. —Chase esboza una sonrisita traviesa, con la que parece sugerir cuánto disfruta con los besos ahora—. Nos convertimos en seres sexuales, nos guste o no. Las modificaciones que realizaría Deseo Binario en los digientes no son distintas. Serán mejores, de hecho. Algunas personas se ven abrumadas por unas inclinaciones sexuales que transforman sus vidas en un martirio. A los digientes no les ocurrirá eso. Cada uno de ellos se emparejará con un compañero sexual perfectamente compatible. Eso no es coacción, sino la plenitud sexual definitiva.
—Pero no es real —protesta Ana, e inmediatamente se arrepiente de ello.
Es precisamente la oportunidad que Chase estaba esperando.
—¿Por qué no? —pregunta—. Vuestros sentimientos por vuestros digientes son reales; sus sentimientos por vosotros son reales. Si vosotros y vuestros digientes podéis tener una conexión no sexual real, ¿por qué debería ser menos real una conexión sexual entre un ser humano y un digiente?
Derek acude al rescate de Ana, que por un momento se ha quedado sin palabras.
—Podríamos enzarzarnos eternamente en debates filosóficos, pero el quid de la cuestión es que no nos hemos pasado años criando a nuestros digientes para convertirlos ahora en juguetes sexuales.
—Lo entiendo —dice Chase—. Y firmar este acuerdo no impedirá que las copias de vuestros digientes sigan haciendo otras cosas. Pero en estos instantes vuestros digientes, por asombrosos que sean, carecen de cualidades laborales comercializables, y no podéis predecir que vayan a adquirirlas en un futuro próximo. ¿Cómo pensáis recaudar el dinero que necesitáis?
Cuántas mujeres se habrán hecho la misma pregunta a lo largo de la historia, piensa Ana para sus adentros.
—La profesión más antigua del mundo —dice en voz alta.
—Es una forma de verlo, pero permitidme recalcar una vez más que los digientes no se verán sometidos a ningún tipo de coacción, ni siquiera económica. Si quisiéramos vender deseos sexuales fingidos, hay formas más baratas de conseguirlo. El objetivo primordial de esta empresa es crear una alternativa al deseo fingido. Creemos que el sexo es mejor cuando ambas partes disfrutan con él; mejor como experiencia, y mejor para la sociedad.
—Todo eso me parece muy noble. ¿Qué hay de las personas a las que les van las torturas sexuales?
—No aprobamos ningún acto sexual no consensuado, y eso incluye el sexo con digientes. El contrato que os he enviado garantiza que Deseo Binario respetará los inhibidores instalados inicialmente por Blue Gamma, reforzados por lo último en sistemas de control de acceso. Como decía, creemos que el sexo es mejor cuando ambas partes disfrutan con él. Estamos muy comprometidos con esa teoría.
—Lo aprobáis, ¿no? —dice Felix, dirigiéndose al resto del grupo—. Han previsto todas las posibilidades.
Varios miembros del grupo de usuarios lo fulminan con la mirada, e incluso la expresión de Chase denota que preferiría que Felix no intentara ayudarla.
—Sé que esto no era lo que esperabais cuando empezasteis a buscar inversores —dice Chase—. Pero si podéis sobreponeros a vuestra reacción inicial, creo que estaréis de acuerdo en que nuestra propuesta será ventajosa para todos.
—Nos lo pensaremos y volveremos a llamarte —dice Derek.
—Gracias por escuchar mi presentación —dice Chase. La ventana emergente que aparece en pantalla indica que los fondos del depósito ya se han liberado—. Permitidme añadir tan sólo una cosa. Si os aborda cualquier otra empresa, fijaos bien en la letra pequeña. Probablemente incluya la misma cláusula que querían incluir nuestros abogados, según la cual tendríamos derecho a traspasar vuestros digientes a otra empresa, con los inhibidores desconectados. Supongo que entendéis lo que supondría eso.
Ana asiente con la cabeza; supondría que los digientes podrían terminar en manos de una empresa como Edgeplayer, que los utilizaría como víctimas de torturas.
—Sí, lo entendemos.
—Deseo Binario desestimó las recomendaciones de nuestros abogados. Nuestro contrato estipula que los digientes no se emplearán jamás para algo que no sean prácticas sexuales consensuadas. A ver si encontráis las mismas garantías en otra parte.
—Gracias —dice Ana—. Estaremos en contacto.
Ana acudió a la reunión con Deseo Binario con la actitud de que era algo puramente formal, un modo de ganar algo de dinero escuchando un simple rollo publicitario. Ahora, tras escuchar las palabras de Chase, se descubre pensando varias veces en ellas.
No ha vuelto a prestar atención al mundo del sexo virtual desde que estaba en la universidad, cuando su novio por aquel entonces se pasó un semestre en el extranjero. Compraron los periféricos juntos antes de su partida, discretos accesorios de carcasas rígidas e hilarantes interiores de silicona, e interconectaron digitalmente cada aparato al número de serie del otro, una garantía de fidelidad para sus genitales virtuales. Las primeras sesiones fueron inesperadamente divertidas, pero la novedad no tardó en perder su encanto cuando las limitaciones de la tecnología se hicieron palpables. El sexo sin besos resultaba sumamente incompleto, y Ana echaba de menos acercar el rostro a escasos centímetros del suyo, sentir el peso de su cuerpo, aspirar su fragancia almizcleña; contemplarse mutuamente en una pantalla de vídeo no podía remplazar eso, por muy cerca que estuviera la cámara. Su piel ansiaba la de él con una intensidad que ningún periférico podría satisfacer jamás; al final del semestre, se sentía como si estuviera a punto de reventar por las costuras. Sin duda la tecnología ha mejorado mucho desde entonces, pero sigue siendo un pobre remedo de la auténtica intimidad.
Ana recuerda la diferencia que supuso ver a Jax con un cuerpo físico por primera vez. Si un digiente habitara un maniquí, ¿la resultaría más apetecible la idea de practicar el sexo con él? No. Ha tenido la cara pegada a la de Jax, mientras limpiaba alguna mancha de sus lentes o inspeccionaba algún arañazo, y no se parece en nada a estar cerca de una persona; con un digiente no existe la sensación de estar entrando en el espacio personal de nadie, ni siquiera algo parecido a la confianza que demuestra un perro cuando permite que le rasques la barriga. En Blue Gamma decidieron no incluir ese tipo de consciencia física en los digientes —no tenía ningún sentido para su producto— ¿pero qué significa la intimidad física si no hay que superar antes esas barreras? No duda de que sea posible dotar a los digientes de una respuesta sexual lo bastante aproximada a la humana para estimular las neuronas especulares de ambas partes. ¿Pero podría Deseo Binario enseñar a un digiente lo que es la vulnerabilidad inherente a la desnudez, el mensaje que transmite a los demás el hecho de estar desnudos en su presencia?
Quizá todo eso carezca de la menor importancia. Ana reproduce una vez más la grabación de la videoconferencia, escucha a Chase hablando de esta nueva frontera, el sexo con una pareja no humana. No se espera que sea lo mismo que mantener relaciones sexuales con otra persona, será una clase de sexo diferente, acompañada tal vez de una clase de intimidad igualmente distinta.
Rememora un incidente que se produjo cuando aún trabajaba en el zoo, al fallecer una de las hembras de orangután. Todos lamentaron su pérdida, pero el cuidador favorito del animal se mostraba especialmente inconsolable. Al final confesó que había mantenido relaciones sexuales con ella, y poco después el zoológico lo despidió. Ana se sintió conmocionada, por supuesto, pero sobre todo porque aquel hombre no era el horripilante pervertido que cabría esperar de un zoófilo; su pesar era tan hondo y genuino como el de cualquiera que hubiese perdido a su amante. Había estado casado una vez, además, lo cual sorprendió a Ana; daba por sentado que esas personas serían incapaces de conseguir una cita, pero entonces comprendió que estaba aceptando el estereotipo sobre los empleados de los zoológicos: que pasaban tanto tiempo rodeados de animales porque no sabían relacionarse con las personas. Como hiciera entonces, Ana vuelve a intentar precisar exactamente por qué una relación no sexual con un animal puede ser saludable mientras que una de índole sexual no, por qué el limitado consentimiento que pueden dar los animales es suficiente para tenerlos como mascotas pero no para practicar el sexo con ellos. De nuevo se ve incapaz de articular una explicación que no esté arraigada en el rechazo personal, y no está segura de que ésa sea razón suficiente.
En cuanto a la cuestión de que los digientes practiquen el sexo entre sí, es un tema que se ha discutido ocasionalmente en el pasado, y Ana siempre ha opinado que los propietarios son afortunados por no tener que enfrentarse a ello, porque la madurez sexual señala el momento en que un montón de animales se vuelven intratables. No cabe siquiera la posibilidad de sentir la culpa que podría asociarse con la castración quirúrgica de Jax, puesto que no está privándolo de ninguna faceta fundamental de su naturaleza. Pero ahora hay un hilo en el foro de discusión que está consiguiendo que se replantee algunas cosas:
De: Helen Costas
No me gusta la idea de que alguien practique el sexo con mi digiente, pero recuerdo que los padres tampoco quieren pensar nunca en sus hijos manteniendo relaciones sexuales.
De: Maria Zheng
Esa analogía es una falacia. Los padres no pueden evitar el desarrollo de la sexualidad de sus hijos, pero nosotros sí. No existe ninguna necesidad intrínseca para que los digientes emulen ese aspecto del crecimiento del ser humano. No exageréis con las proyecciones antropomórficas.
De: Derek Brooks
¿Qué es intrínseco? Ninguna necesidad intrínseca justifica ni la encantadora personalidad de los digientes ni el aspecto adorable de sus avatares, pero existen por un buen motivo: así se consigue que la gente quiera pasar más tiempo con ellos, y eso es positivo para los digientes.
No estoy diciendo que debamos aceptar la oferta de Deseo Binario. Pero creo que nos tendríamos que preguntar lo siguiente: Si dotamos de sexualidad a los digientes, ¿posibilitaría eso que otras personas los quisieran de un modo que fuera positivo para ellos?
Ana se pregunta si Jax, debido a su carácter asexual, estará perdiéndose experiencias que podrían ser beneficiosas para él. Le gusta que Jax tenga amigos humanos, y si quiere que Neuroblast se traslade a Real Space es para que pueda conservar y estrechar esas relaciones. ¿Pero estrecharlas hasta qué punto? ¿Cuán íntima puede ser una relación antes de que el sexo entre en juego?
Más tarde, esa misma noche, escribe una respuesta al comentario de Derek:
De: Ana Alvarado
Lo que sugiere Derek es interesante. Pero aunque la respuesta sea «sí», eso no significa que debamos aceptar la oferta de Deseo Binario.
Si alguien busca una fantasía masturbatoria, puede valerse de software corriente para obtenerla. No debería comprar una novia por correo contra reembolso y plantarle una docena de parches de InstantRapport, pero eso es básicamente lo que Deseo Binario quiere ofrecerles a sus clientes. ¿Es ésa la clase de vida que les deseamos a nuestros digientes? Podríamos doparlos con tantas endorfinas virtuales que se conformarían con vivir en un trastero en Tierra de Datos, pero nos importan demasiado para hacer algo así. No creo que debamos permitir que nadie los trate con menos respeto.
Reconozco que la posibilidad de mantener relaciones sexuales con un digiente me molestaba al principio, aunque supongo que no me opongo tajantemente a la idea. No es algo que me imagine practicando personalmente, pero tampoco tengo ningún problema si otras personas quieren hacerlo, siempre y cuando no lo hagan con ánimo de explotación. Si existe reciprocidad en alguna medida, quizá sea como sugiere Derek: positivo tanto para el digiente como para el individuo humano. Aunque si éste es libre de personalizar el mapa de recompensas del digiente, o de restaurarlo una y otra vez hasta conseguir una instancia perfectamente configurada, ¿dónde queda la reciprocidad? Deseo Binario les dice a sus clientes que no tienen por qué satisfacer de ninguna manera las preferencias de sus digientes. Da igual que sean de índole sexual o no; eso no es una relación de verdad.
Todos los miembros del grupo de usuarios son libres de aceptar la oferta de Deseo Binario a título individual, pero los argumentos de Ana son lo bastante convincentes para que nadie dé su visto bueno, por ahora. Unos pocos días después de la reunión, Derek informa a Marco y a Polo de la oferta de Deseo Binario, diciéndose que merecen saber lo que ocurre. Polo manifiesta curiosidad por las modificaciones que quería realizar Deseo Binario; sabe que tiene un mapa de recompensas, pero nunca había contemplado la posibilidad de editarlo.
—Editar mi mapa de recompensas podría ser divertido —dice Polo.
—No puedes editar tu mapa de recompensas cuando trabajas para otro —dice Marco—. Sólo cuando eres sociedad anónima.
Polo se gira hacia Derek.
—¿Es cierto?
—Bueno, no permitiría que lo hicierais aunque fueseis sociedades anónimas.
—Eh —protesta Marco—. Dijiste que cuando somos sociedades anónimas, podemos tomar propias decisiones.
—Lo dije —reconoce Derek—, pero no pensaba que quisierais editar vuestros mapas de recompensas. Podría ser muy peligroso.
—Pero humanos pueden editar sus mapas de recompensa.
—¿Qué? No podemos hacer nada por el estilo.
—¿Y las drogas para sexo que toma gente? ¿Ifrodisiacos?
—Afrodisiacos. Sólo son temporales.
—¿InstantRapport temporal? —pregunta Polo.
—No exactamente, pero en la mayoría de los casos, cuando la gente utiliza algo así, está cometiendo un error. —Sobre todo, piensa, si una empresa les paga por ello.
—Cuando soy sociedad anónima, libre cometer propios errores —dice Marco—. Ésa la cuestión.
—Todavía no estás preparado para constituirte en sociedad anónima.
—¿Porque no gustan mis decisiones? ¿Preparado significa siempre acuerdo contigo?
—Si planeas editar tu mapa de recompensas en cuanto te constituyas en sociedad anónima es que todavía no estás preparado.
—No dicho eso —replica Marco, con énfasis—. No quiero. Dije cuando sociedad anónima, libre hacerlo. Distinto.
Derek se queda pensativo por unos instantes. Aunque resulte fácil olvidarlo, ésta es la misma conclusión a la que llegó el grupo de usuarios durante el debate en los foros acerca de constituir a los digientes en sociedad anónimas: para que ser una persona jurídica sea algo más que un juego de palabras, habrá que conceder cierto grado de autonomía a los digientes.
—Sí, tienes razón. Cuando seas una sociedad anónima serás libre de hacer cosas que yo considere que son errores.
—Bien —dice Marco, satisfecho—. Cuando decidas estoy listo, no porque de acuerdo contigo. Puedo estar listo aunque no de acuerdo contigo.
—Correcto. Pero, por favor, dime que no quieres editar tu mapa de recompensas.
—No, sé es peligroso. Podría hacer error impidiera arreglar error.
—Gracias —dice Derek, aliviado.
—Pero dejar Deseo Binario edite mapa de recompensas, no peligroso.
—No, no es peligroso, pero sigue siendo una mala idea.
—No de acuerdo.
—¿Cómo? Me parece que no entiendes lo que quieren hacer.
Marco adopta una expresión cargada de frustración.
—Sí. Hacen me guste lo que quieren me guste, aunque no guste ahora.
Derek se da cuenta de que Marco realmente lo comprende.
—¿Y no te parece que eso está mal?
—¿Por qué mal? Todas las cosas me gustan ahora, me gustan porque Blue Gamma hizo me gustaran. Eso no está mal.
—No, pero era distinto. —Reflexiona un momento antes de explicarle por qué—. Blue Gamma te diseñó para que te gustara la comida, pero no decidió cuáles serían tus platos favoritos.
—¿Y qué? No muy distinto.
—Sí que lo es.
—Vale, mal si editan digientes no quieren ser editados. Pero si digiente da permiso antes, entonces no está mal.
Derek comienza a exasperarse.
—¿Quieres ser una sociedad anónima y tomar tus propias decisiones, o quieres que otro tome las decisiones por ti? ¿Qué prefieres?
Marco medita la respuesta.
—Quizá pruebo las dos. Una copia mía es sociedad anónima, una copia mía trabaja Deseo Binario.
—¿No te importa que hagan varias copias de ti?
—Polo copia mía. No está mal.
Agotados todos los argumentos, Derek da la discusión por terminada y manda a los digientes a aplicarse en sus estudios, pero no puede olvidar fácilmente lo que acaba de decir Marco. Por una parte, Marco ha expuesto varias razones válidas, pero por otra, Derek recuerda sus años de universitario lo suficientemente bien para saber que el talento para los debates y la madurez no siempre van de la mano. No por vez primera, piensa en cuánto más fácil sería todo si existiera una mayoría de edad consensuada legal para los digientes; en su ausencia, dependerá por completo de él decidir que Marco está listo para constituirse en sociedad anónima.
Derek no es el único en sufrir un encontronazo de este tipo con motivo de la oferta de Deseo Binario. La próxima vez que habla con Ana, ésta se lamenta de una pelea reciente con Kyle.
—Cree que deberíamos aceptar la oferta de Deseo Binario —dice Ana—. Según él, es mucho mejor opción que aceptar el puesto en Polytope por mi parte.
Otra oportunidad de mostrarse crítico con Kyle; ¿cómo debería emplearla? Lo único que Derek acierta a decir es:
—Porque le parece que modificar a los digientes no es para tanto.
—Exacto. —Ana resopla y continúa—: No es como si pensara que ponerse el parche de InstantRapport no tiene importancia. Por supuesto que la tiene. Pero entre que yo utilice voluntariamente el InstantRapport y que Deseo Binario imponga su proceso de vinculación a los digientes existe una gran diferencia.
—Una diferencia inmensa. Pero, ¿sabes?, eso plantea otra cuestión interesante. —Derek le cuenta su conversación con Marco y Polo—. No sé si Marco estaría discutiendo por discutir, pero me ha hecho reflexionar. Si un digiente se somete voluntariamente a los cambios que sugiere Deseo Binario, ¿supone alguna diferencia?
Ana se queda pensativa.
—No lo sé. A lo mejor.
—Cuando un adulto decide utilizar un parche de InstantRapport, no ponemos ninguna objeción. ¿Qué necesitaríamos para respetar las decisiones de Jax o Marco del mismo modo?
—Tendrían que ser adultos.
—Pero podríamos tramitar los documentos de su constitución en sociedades anónimas mañana mismo, si quisiéramos. ¿Qué nos hace estar tan seguros de que sería mala idea? Pongamos que un buen día Jax te dice que entiende dónde estaría metiéndose al aceptar la oferta de Deseo Binario, igual que tú con el empleo en Polytope. ¿Qué necesitarías para aceptar su decisión?
Tras reflexionar unos instantes, Ana responde:
—Supongo que eso dependería de si creyera o no que su decisión se basa en la experiencia. Jax nunca ha tenido ni una relación sentimental ni un trabajo, y aceptar la oferta de Deseo Binario conllevaría las dos cosas, potencialmente para siempre. Me gustaría que hubiera tenido alguna experiencia en esos asuntos antes de tomar una decisión cuyas consecuencias fueran tan permanentes. Una vez acumulada dicha experiencia, supongo que no tendría nada que objetar.
—Ah —dice Derek, asintiendo con la cabeza—. Ojalá se me hubiera ocurrido eso cuando estaba hablando con Marco. —Para ello habría que convertir a los digientes en seres sexuales, pero sin la intención de venderlos; otro gasto para el grupo de usuarios, incluso después de finalizar el traslado de Neuroblast—. Eso llevará tiempo, no obstante.
—Claro, pero dotar de sexualidad a los digientes no es algo que nos corra la menor prisa. Podemos esperar hasta estar seguros de ir a hacerlo como es debido.
Más vale imponer una mayoría de edad elevada que arriesgarse a implantar una demasiado baja.
—Y hasta entonces, nos tocará a nosotros cuidar de ellos.
—¡Correcto! Debemos anteponer sus necesidades a todo lo demás. —Ana parece agradecida por el acuerdo, y Derek se alegra de poder proporcionárselo. Pero la frustración no tarda en plasmarse de nuevo en sus rasgos—. Ojalá Kyle lo entendiera.
Derek se esfuerza por encontrar una respuesta diplomática.
—No creo que nadie pueda entenderlo, a menos que les hayan dedicado tanto tiempo como nosotros. —Sus palabras no pretenden ser una crítica contra Kyle; cree sinceramente en ellas.
IX
Ha transcurrido un mes desde la presentación de Deseo Binario, y Ana está en la Tierra de Datos privada con unos cuantos de los digientes de Neuroblast, aguardando la llegada de unos visitantes. Marco le cuenta a Lolly el último episodio de la dramatización de su juego favorito mientras Jax ensaya un baile que él mismo ha coreografiado.
—Mira —dice.
Ana ve cómo adopta una rápida secuencia de poses.
—Recuerda, cuando lleguen, tienes que hablar de lo que has construido.
—Ya lo sé, lo has dicho y dicho otra vez. Dejo bailar en cuanto lleguen. Sólo estoy divirtiendo.
—Perdona, Jax. Estoy un poco nerviosa, eso es todo.
—Mírame bailar. Sentirás mejor.
Ana sonríe.
—Gracias, lo intentaré. —Respira hondo y se obliga a tranquilizarse.
Se abre un portal, y dos avatares lo atraviesan. Jax deja de bailar de inmediato, y Ana dirige su avatar al encuentro de los visitantes. Las anotaciones en pantalla los identifican como Jeremy Brauer y Frank Pearson.
—Espero que no hayáis tenido ningún problema para entrar —dice Ana.
—No —dice Pearson—, las contraseñas que nos diste han funcionado a la perfección.
Brauer está mirando a su alrededor.
—La vieja Tierra de Datos. —Su avatar tira de la rama de un arbusto y la suelta, contemplando cómo se mece—. Recuerdo lo emocionante que era cuando Daesan la liberó. Era el último grito.
Brauer y Pearson trabajan para Exponential Appliances, el fabricante de robots domésticos. Sus robots son ejemplos de IA chapadas a la antigua; no aprenden sus habilidades sino que se las dan programadas, y aunque resultan sumamente prácticos, carecen de consciencia apreciable. Exponential libera regularmente nuevas versiones, publicitando cada una de ellas como un paso más hacia la IA con la que sueña el consumidor: un mayordomo completamente leal y atento desde el momento en que se activa. A Ana esta secuencia de actualizaciones le parece un paseo hacia el horizonte, un progreso ilusorio que jamás se acerca realmente a su objetivo. Pero los consumidores compran los robots, y Exponential cuenta con una saludable cuenta de resultados, que es lo que Ana estaba buscando.
Ana no intenta conseguir empleo como mayordomos a los digientes de Neuroblast; es evidente que Jax y los otros tienen demasiada personalidad para realizar ese tipo de tareas. Brauer y Pearson ni siquiera representan a la división comercial de la empresa, sino que forman parte de la división de investigación, el motivo por el que se fundó Exponential. Los robots domésticos son la forma que tiene Exponential de subvencionar sus intentos por conjurar la IA con la que sueñan todos los tecnólogos: una entidad de cognición pura, un genio libre de trabas emocionales o físicas, un intelecto vasto y frío a la par que comprensivo. Lo que buscan es un Proyecto Athena completamente adulto desde su nacimiento, y aunque sería descortés por parte de Ana decirles que opina que pueden esperar eternamente, espera convencer a Brauer y a Pearson de que los digientes de Neuroblast constituyen una alternativa viable.
—Bueno, gracias por acceder a verme —dice Ana.
—Lo hacemos encantados —dice Brauer—. ¿Un digiente cuyo tiempo de ejecución acumulativo es superior a la esperanza de vida de la mayoría de los sistemas operativos? Eso no es algo que se vea todos los días.
—No, desde luego. —Ana se da cuenta de que han venido más por nostalgia que con la intención de escuchar propuestas empresariales. En fin, tanto da, están aquí y eso es lo que cuenta.
Ana les presenta a los digientes, quienes a continuación comienzan a explicar algunos de los proyectos en los que han estado trabajando. Jax les enseña un artilugio virtual que ha construido, una especie de sintetizador musical que toca bailando. Marco enumera las características del rompecabezas que ha diseñado, un juego que se puede desarrollar tanto de forma cooperativa como competitiva. Brauer se muestra especialmente interesado por Lolly, que les enseña el programa que ha estado escribiendo: a diferencia de Jax y Marco, quienes construyeron sus proyectos usando kits de herramientas, Lolly está escribiendo código real. La decepción de Brauer es evidente cuando se da cuenta de que Lolly es exactamente igual que cualquier otro programador novato; está claro que esperaba que su naturaleza de digiente la dotara de algún tipo de destreza especial en la materia.
Tras conversar un rato con los digientes, Ana y los visitantes de Exponential salen de Tierra de Datos e inician una videoconferencia.
—Son tremendos —dice Brauer—. Tuve uno en su día, pero nunca pasó de balbucear como un bebé.
—¿Tenías un digiente de Neuroblast?
—Claro, me lo compré en cuanto salieron. Era una instancia del modelo de mascota Jax, como el tuyo. Le puse el nombre de Fitz y lo dejé funcionando durante un año.
Este hombre tuvo un bebé Jax una vez, piensa Ana. En algún lugar hay una versión en miniatura de Jax que sabe que este hombre es su propietario. Ya en voz alta, pregunta:
—¿Te aburriste de él?
—Más que aburrirme, me di cuenta de sus limitaciones. Era evidente que el genoma de Neuroblast apuntaba en la dirección equivocada. Fitz era listo, sí, pero pasaría una eternidad antes de que pudiera realizar alguna tarea práctica. Tiene mérito que hayas aguantado con Jax tanto tiempo. Lo que has conseguido es impresionante. —Por la forma en que lo dice, es como si Ana hubiera construido la escultura de mondadientes más alta del mundo.
—¿Todavía crees que Neuroblast apuntaba en la dirección equivocada? Has visto con tus propios ojos lo que puede hacer Jax. ¿Tenéis algo equiparable en Exponential? —La pregunta suena más desabrida de lo que pretendía, pero la reacción de Brauer es tibia.
—No buscamos una IA de nivel humano, sino sobrehumano.
—¿Y no creéis que la IA de nivel humano sea un paso en esa dirección?
—No si es del tipo que demuestran tus digientes —dice Brauer—. No puedes estar segura de que Jax vaya a ser útil algún día, y mucho menos que se convierta en un genio de la programación. Que sepamos, podría haber alcanzado su máximo.
—No creo que haya…
—Pero no lo sabes con certeza.
—Sé que si el genoma de Neuroblast puede producir un digiente como él, podrá producir uno tan inteligente como lo que buscáis. El Alan Turing de los digientes de Neuroblast está por nacer.
—Vale, supongamos que tienes razón —dice Brauer, siguiéndole la corriente—. ¿Cuántos años tardaréis en encontrarlo? Ya habéis tardado tanto en criar la primera generación que la plataforma donde se ejecutan se ha quedado obsoleta. ¿Cuántas generaciones habrán de pasar antes de que encontréis vuestro Turing?
—No siempre estaremos restringidos por la necesidad de ejecutarlos en tiempo real. En algún momento habrá digientes de sobra para formar una población autosuficiente, y entonces dejarán de depender de la interacción con humanos. Podríamos ejecutar una sociedad entera a velocidades de invernadero sin temor a que se vuelvan ferales y ver qué producen. —Lo cierto es que Ana dista de creer que semejante escenario pudiera producir algún Turing, pero ha repetido este argumento tantas veces que suena como si realmente lo creyera.
Brauer, sin embargo, no se muestra tan convencido.
—Hablando de inversiones arriesgadas. Nos estás enseñando un puñado de adolescentes y pidiéndonos que les paguemos los estudios con la esperanza de que, cuando sean adultos, funden una nación que producirá genios. Discúlpame si creo que hay formas mejores de gastar el dinero.
—Pero pensad en lo que obtendríais. Los demás propietarios y yo hemos dedicado años de atención a educar a estos digientes. Portar Neuroblast es barato en comparación con lo que costaría contratar a alguien para que hiciera lo mismo con otro genoma. Y la gratificación potencial es precisamente lo que busca vuestra empresa: genios programadores trabajando a alta velocidad, acoplándose a una inteligencia sobrehumana. Si estos digientes son capaces de inventar juegos ahora, imaginad lo que podrían hacer sus descendientes. Y ganaríais dinero con cada uno de ellos.
Brauer se dispone a replicar cuando Pearson injiere:
—¿Para eso queréis portar Neuroblast? ¿Para ver lo que unos digientes superinteligentes podrían inventar algún día?
Ana ve que Pearson está escudriñándola y decide que no tiene sentido mentir.
—No —dice—. Lo que quiero es que Jax tenga una oportunidad de disfrutar de una vida plena.
Pearson asiente con la cabeza.
—Te gustaría que Jax se constituyera en sociedad anónima algún día, ¿verdad? Que tuviera algún tipo de estatus legal.
—Sí, en efecto.
—Y apuesto a que Jax quiere lo mismo, ¿verdad? Constituirse en sociedad anónima.
—A grandes rasgos, así es.
Pearson asiente de nuevo, confirmadas sus sospechas.
—Eso supone el fin de las negociaciones por nuestra parte. Está muy bien que uno pueda divertirse hablando con ellos, pero toda la atención que habéis volcado sobre vuestros digientes les ha animado a considerarse personas.
—¿El fin de las negociaciones? ¿Por qué? —Pero Ana ya conoce la respuesta.
—No buscamos empleados superinteligentes, sino productos superinteligentes. Lo que nos ofreces es lo primero, y no te culpo; nadie puede pasarse tantos años como tú enseñando a un digiente y seguir considerándolo un producto. Pero nuestro negocio no se basa en esa clase de sentimientos.
Ana fingía no verlo, pero ahora Pearson lo ha sacado a la luz: los objetivos de Exponential y los suyos son incompatibles de base. Ellos quieren algo que responda como una persona pero sin tener que tratarlo con el mismo respeto, y Ana no puede proporcionárselo.
Nadie puede proporcionárselo, porque es un imposible. Los años que ha empleado criando a Jax no sólo lo han convertido en un conversador entretenido, no sólo le han dotado de aficiones y sentido del humor. Le han dotado de todos los atributos que buscaba Exponential: fluidez para desenvolverse en el mundo real, creatividad para resolver nuevos problemas, sensatez para tomar decisiones importantes. Todas las cualidades que hacen que una persona sea más valiosa que una base de datos son fruto de la experiencia.
Quiere decirles que Blue Gamma tenía más razón de lo que pensaba: la experiencia no sólo es el mejor maestro, sino el único. Si criar a Jax le ha enseñado algo es que los atajos no existen; si quieres crear el sentido común que nace de haber vivido veinte años en el mundo, necesitarás dedicar veinte años a esa tarea. No se puede reunir una colección equivalente de resultados heurísticos en menos tiempo; la experiencia es algorítmicamente incomprensible.
Y aunque sea posible sacar una foto de toda esa experiencia y duplicarla ad infinitum, aunque sea posible vender copias a precio de saldo o regalarlas incluso, cada uno de los digientes resultantes seguirá habiendo vivido toda una vida. Cada uno de ellos habrá visto el mundo al menos una vez con nuevos ojos, habrá tenido esperanzas cumplidas y esperanzas malogradas, habrá aprendido qué se siente al contar una mentira y qué se siente al escucharla.
Lo que significa que cada uno de ellos será digno de respeto. Un respeto que Exponential no puede permitirse el lujo de concederles.
Ana hace un último intento.
—Estos digientes aún podrían ganar dinero para vosotros como empleados. Podríais…
Pearson sacude la cabeza.
—Aprecio lo que intentas hacer, y te deseo la mejor de las suertes, pero no encaja con Exponential. Si estos digientes fueran productos, los beneficios potenciales podrían merecer la pena. Pero si sólo van a ser empleados, la situación cambia; no podemos justificar semejante inversión a cambio de tan poco.
Por supuesto que no, piensa Ana. ¿Quién podría? Sólo un fanático, alguien empujado por el amor. Alguien como ella.
Ana está enviando un mensaje a Derek, contándole la fallida reunión con Exponential, cuando la carcasa robótica cobra vida.
—¿Cómo fue reunión? —pregunta Jax, pero puede interpretar la expresión de Ana lo suficientemente bien para responderse él mismo—. ¿Culpa mía? ¿No les gusta lo que les enseño?
—No, lo hiciste fenomenal, Jax. No les gustan los digientes, eso es todo; cometí el error de pensar que podría hacerles cambiar de opinión.
—Valió pena.
—Supongo que sí.
—¿Bien?
—Estoy bien —le asegura Ana. Jax le da un abrazo, conduce el cuerpo robótico de nuevo a la plataforma de carga y regresa a Tierra de Datos.
Sentada ante el escritorio, contemplando fijamente la pantalla en blanco, Ana sopesa las opciones restantes del grupo de usuarios. Todo indica que se reducen a una sola: trabajar para Polytope e intentar convencerlos de que merece la pena portar el motor de Neuroblast. Lo único que tiene que hacer es ponerse el parche de InstantRapport y unirse a su experimento de atención industrializada.
Pese a todo lo que se pueda decir de Polytope, lo cierto es que la empresa comprende el valor de la interacción en tiempo real mejor que Exponential. Puede que los digientes de Sophonce se conformen con estar solos en un invernadero, pero ese atajo no es viable si se pretenden obtener individuos productivos. Alguien tendrá que pasar tiempo con ellos, y Polytope lo sabe.
Lo que no le gusta es la estrategia de Polytope para que la gente les dedique ese tiempo. La estrategia de Blue Gamma consistía en volver entrañables a los digientes, mientras que Polytope parte de unos digientes sin atractivo y se vale de fármacos para conseguir que la gente los quiera. Para Ana está claro que el enfoque de Blue Gamma era el correcto, no sólo más ético sino también más eficaz.
Demasiado eficaz, quizá, considerando la situación en que está ahora: se enfrenta al mayor sacrificio de toda su vida, y es por su digiente. No es lo que nadie esperaba en Blue Gamma, tantos años atrás, aunque tal vez deberían haberlo anticipado. La idea del amor sin compromisos es tan fantástica como lo que vende Deseo Binario. Amar a alguien significa estar dispuesto a sacrificarse por él.
La única razón por la que Ana contempla la posibilidad de trabajar para Polytope. Si las circunstancias fueran otras, se sentiría insultada por la oferta de un empleo que requiere el uso de InstantRapport: posee tanta experiencia trabajando con digientes como el que más, a pesar de lo cual Polytope insinúa que no será una adiestradora eficaz sin intervención farmacológica. El adiestramiento de digientes —al igual que el de animales— es una profesión como otra cualquiera, y todo profesional es capaz de desempeñar su labor sin necesidad de enamorarse de cada proyecto individual.
Al mismo tiempo, sabe que el afecto puede ser el factor que marque la diferencia durante el proceso de adiestramiento, reforzando la paciencia cuando ésta sea más necesaria. La idea de que dicho afecto pueda manufacturarse no es halagüeña, pero Ana tampoco puede oponerse a la realidad de la neurofarmacología contemporánea: si su cerebro se inunda de oxitocina cada vez que esté trabajando con los digientes de Sophonce, influirá en sus sentimientos hacia ellos tanto si le gusta como si no.
La única cuestión es si podrá tolerarlo. Confía en que el parche de InstantRapport no le impida ocuparse de Jax; ningún digiente de Sophonce va a usurpar el lugar de Jax en su corazón. Y si trabajar para Polytope es la mejor manera de subvencionar el traslado de Neuroblast, está dispuesta a hacerlo.
Tan sólo desearía que Kyle lo entendiera; Ana siempre ha dejado muy claro que el bienestar de Jax es lo primero, y hasta ahora Kyle nunca había tenido ningún problema con ello. Ana no quiere que su relación termine por culpa de este trabajo, pero lleva más tiempo con Jax que con cualquiera de sus novios; llegado el momento, sabe a quién elegiría.
X
El mensaje de Ana acerca de la reunión fallida es sucinto, pero para Derek no podría resultar más elocuente. Ha notado el tono de su voz cuando hablaba antes de esta posibilidad, por lo que sabe que está preparándose para aceptar la oferta de empleo de Polytope.
Es el clavo ardiendo al que Ana piensa aferrarse para que el traslado de Neuroblast se realice con éxito, ni más ni menos. A nadie le gusta la idea, pero es una mujer adulta, ha sopesado los pros y los contras y ha tomado su decisión. Si está dispuesta a seguir adelante, lo mínimo que puede hacer él es mostrarle su apoyo.
El problema es que no puede hacerlo. No cuando existe una alternativa: aceptar la oferta de Deseo Binario.
Después de su conversación previa con Marco y Polo, Derek contactó en privado con Jennifer Chase para preguntarle si el deseo de los digientes de constituirse en sociedades autónomas podría ser incompatible con las intenciones de Deseo Binario. Chase le dijo que los clientes de Deseo Binario serán libres de presentar solicitudes de constitución en sociedades autónomas para las copias que hayan comprado. De hecho, si sus sentimientos hacia sus digientes se vuelven tan fuertes como espera Deseo Binario, no le extrañaría que muchos lo hicieran. Es la respuesta correcta por lo que a Derek concierne, pero una parte de él esperaba que no se la ofreciera, que le proporcionara una razón de peso para rechazar su propuesta. En vez de eso, sigue teniendo que tomar una decisión. Por él y por Marco.
Ha pensado en el argumento articulado por Ana, que los digientes no están capacitados para aceptar la oferta de Deseo Binario porque carecen de experiencia laboral y sentimental. Tiene sentido si uno piensa en los digientes como en niños humanos. También significa que mientras estén confinados en Tierra de Datos, mientras sus vidas estén tan radicalmente protegidas, jamás alcanzarán la madurez necesaria para tomar una decisión de esta magnitud.
Pero quizá los estándares de madurez de un digiente no deberían ser tan elevados como los de un ser humano; quizá Marco sea ya lo suficientemente maduro para tomar esta decisión. Marco parece completamente cómodo considerándose un digiente en vez de un humano. Cabe la posibilidad de que no entienda del todo las consecuencias de lo que sugiere, pero Derek no consigue librarse de la impresión de que Marco en realidad comprende su propia naturaleza mejor que él. Ni Marco ni Polo son humanos, y quizá pensar en ellos como si lo fueran sea un error, quizá los obligue a amoldarse a sus expectativas en vez de permitir que sean ellos mismos. ¿Qué es más respetuoso, tratarlo como a otra persona o aceptar que no lo es?
En otras circunstancias ésta sería una pregunta retórica, algo que podría aplazar para discutirlo más tarde, pero sin embargo entronca directamente con la decisión a la que se enfrenta, aquí y ahora. Si acepta la oferta de Deseo Binario, Ana no tendrá ninguna necesidad de empezar a trabajar para Polytope, de modo que la verdadera pregunta es: ¿qué cerebro prefiere ver químicamente alterado, el de Marco o el de Ana?
Ana sabe dónde se mete mejor que Marco. Pero Ana es una persona, y da igual cuán asombroso crea Marco que es, Derek valora más a Ana. Si uno de los dos debe someterse a algún tipo de manipulación neuroquímica, Derek no quiere que sea ella.
Abre en pantalla el contrato de Deseo Binario. A continuación llama a Marco y a Polo a sus cuerpos robóticos.
—¿Listo firmar contrato? —pregunta Marco.
—Sabes que no deberías hacer esto tan sólo para ayudar a los demás —comienza Derek—. Deberías hacerlo porque es lo que quieres. —Se pregunta si lo que acaba de decir es verdad.
—No necesitas seguir preguntando —dice Marco—. Opino igual antes, quiero hacer esto.
—¿Qué hay de ti, Polo?
—Sí, acuerdo.
Los digientes están dispuestos, deseosos incluso; tal vez eso debería bastar para zanjar el asunto. Pero existen otro tipo de consideraciones, puramente egoístas.
Si Ana acepta la oferta de Polytope se creará una fractura entre Kyle y ella, una disensión de la que Derek podría beneficiarse. No es un pensamiento precisamente admirable, pero no puede fingir que no se le haya pasado por la cabeza. Mientras que si él acepta la oferta de Deseo Binario, la fractura se creará entre Ana y él; echará a perder cualquier posibilidad de estar con ella. ¿Puede renunciar a eso?
Quizá nunca haya tenido la menor oportunidad con Ana; quizá haya estado engañándose durante todos estos años. En cuyo caso lo mejor será que se olvide cuanto antes de sus fantasías, que renuncie a anhelar algo que no va a suceder jamás.
—¿Qué esperas? —pregunta Marco.
—A nada —dice Derek.
Ante la atenta mirada de los digientes, Derek firma el contrato de Deseo Binario y se lo envía a Jennifer Chase.
—¿Cuándo voy Deseo Binario? —pregunta Marco.
—Cuando reciba una copia del contrato con su firma, te sacaremos una foto y se la mandaremos a ellos.
—Vale —dice Marco.
Mientras los digientes conversan animadamente acerca de lo que todo esto supone, Derek piensa en lo que le va a contar a Ana. No puede decirle que lo hace por ella, naturalmente. Ana se sentiría espantosamente culpable si pensara que Derek está sacrificando a Marco por su bien. Esta decisión le corresponde a él, y lo mejor será que Ana le atribuya toda la responsabilidad.
Ana y Jax están jugando a Jerk Vector, un juego de carreras que Ana ha añadido recientemente a Tierra de Datos; pilotan sus aerodeslizadores por un paisaje tan escarpado como el cartón de una caja de huevos. En el interior de una cuenca, Ana consigue acumular velocidad suficiente para cruzar una quebrada cercana de un salto, mientras que Jax no lo consigue y su aerodeslizador cae espectacularmente hasta el fondo.
—Espera te alcanzo —suena la voz del digiente en el intercomunicador.
—Vale —dice Ana, que pone el aerodeslizador en punto muerto. Mientras espera a que Jax regrese por el sendero que asciende abrazado a la pared de la quebrada, cambia a otra ventana para comprobar el correo. Lo que ve la sobresalta.
Felix ha enviado un mensaje dirigido al grupo de usuarios en pleno, comenzando triunfalmente una cuenta atrás hasta el primer contacto de la humanidad con los xenotherianos. Al principio Ana se pregunta si estará malinterpretando a Felix debido a su excéntrico uso del lenguaje, pero un par de mensajes de otros miembros del grupo de usuarios confirman que el puerto de Neuroblast está en camino y que Deseo Binario va a pagar por él. Alguien ha vendido su digiente como juguete sexual.
Es entonces cuando ve un mensaje que asegura que ha sido Derek, que éste ha vendido a Marco. Se dispone a publicar una respuesta, diciendo que no puede ser cierto, pero se contiene. En vez de eso, regresa a la ventana de Tierra de Datos.
—Jax, tengo que hacer una llamada. ¿Por qué no practicas un rato saltando por encima de la quebrada?
—Arrepentirás —dice Jax—. Próxima carrera te gano.
Ana pasa el juego a modo de entrenamiento para que Jax pueda probar a cruzar la quebrada sin tener que volver a escalar desde el fondo cada vez que falle. A continuación abre una ventana de videófono y llama a Derek.
—Dime que no es verdad —le espeta, pero un vistazo a su cara es cuanto necesita para saber que sí lo es.
—No quería que te enteraras así. Iba a llamarte, pero…
Ana está tan atónita que apenas si consigue encontrar las palabras.
—¿Por qué lo has hecho? —Ante el interminable silencio de Derek, insiste—: ¿Por el dinero?
—¡No! Por supuesto que no. Decidí que los argumentos de Marco tenían sentido, eso es todo, y que ya tenía edad suficiente para elegir.
—Lo habíamos hablado. Estabas de acuerdo en que sería mejor esperar hasta que tuviera más experiencia.
—Ya lo sé. Pero luego pensé… pensé que estaba pecando de un exceso de cautela.
—¿Exceso de cautela? No estás permitiendo que Marco se arriesgue a magullarse la rodilla; Deseo Binario lo va a someter a una operación de cirugía cerebral. ¿Cómo se puede ser demasiado precavido con algo así?
Tras unos instantes, Derek responde:
—Comprendí que había llegado el momento de dejarlo.
—¿«Dejarlo»? —Como si la idea de proteger a Marco y a Polo fuera un capricho infantil que se le hubiera pasado con la edad—. No sabía que pensaras así.
—Tampoco yo, hasta hace poco.
—¿Significa esto que no planeas constituir a Marco y a Polo en sociedades anónimas algún día?
—No, el plan sigue en pie. Sólo que no será algo tan… —Derek titubea de nuevo—. Fijo.
—No será algo tan fijo… —Ana se pregunta hasta qué punto conocía realmente a Derek—. Pues me alegro por ti, supongo.
Parece dolido por sus palabras, lo cual a Ana le parece estupendo.
—Es lo mejor para todos —dice Derek—. Los digientes podrán acceder a Real Space…
—Ya lo sé, ya.
—En serio, creo que es lo mejor —insiste Derek, pero no parece convencido.
—¿Cómo puede ser lo mejor? —pregunta Ana. Derek no dice nada, y ella se queda mirándolo fijamente—. Hablaremos más tarde —dice Ana, y cierra la ventana del videófono.
Pensar en cómo podrían utilizar a Marco —sin que él sepa siquiera que lo están utilizando— le parte el corazón. No puedes salvarlos a todos, se recuerda. Pero nunca se le pasó por la cabeza que Marco pudiera ser el que más peligro corría. Daba por sentado que Derek opinaba igual que ella, que comprendía la necesidad de hacer sacrificios.
En la ventana de Tierra de Datos puede ver a Jax pilotando su aerodeslizador por las pendientes, arriba y abajo, tan entusiasmado como un niño en una montaña rusa sin raíles. No le apetece contarle ahora mismo lo del acuerdo con Deseo Binario; tendrían que hablar de lo que supone para Marco, y no se siente con fuerzas para mantener esa conversación en estos momentos. Por ahora, lo único que quiere es contemplarlo y, tentativamente, intentar acostumbrarse a la idea de que el puerto de Neuroblast ya es casi una realidad. Es una sensación peculiar. No sabe si calificarla de alivio, debido al precio que conlleva, pero es innegablemente positivo que se haya eliminado este enorme obstáculo para el futuro de Jax, y Ana no ha tenido que aceptar la oferta de Polytope para ello. Pasarán meses antes de que el puerto esté terminado, pero el tiempo pasará más deprisa ahora que ya se vislumbra la meta. Jax podrá entrar en Real Space, reencontrarse con sus amigos y unirse al resto del universo social.
Tampoco es que el futuro vaya a ser un camino de rosas. Todavía se enfrentan a un sinfín de escollos, pero al menos Jax y ella tendrán una oportunidad de afrontarlos. Por unos instantes, Ana se permite el lujo de fantasear con lo que podría suceder si lo consiguen.
Se imagina a Jax madurando a lo largo de los años, tanto en Real Space como en el mundo real. Se lo imagina constituido en sociedad anónima, una persona jurídica, empleado y ganándose la vida. Se lo imagina participando en la subcultura de los digientes, una comunidad con dinero y destrezas suficientes para trasladarse a nuevas plataformas cuando surja la necesidad. Se lo imagina aceptado por una generación de seres humanos que habrán crecido rodeados de digientes, a los que verán como parejas sentimentales en potencia de un modo impensable para la gente de su generación. Se lo imagina amando y siendo amado, discutiendo y comprometiéndose. Se lo imagina haciendo sacrificios, algunos de ellos difíciles y algunos más fáciles porque serán por alguien que verdaderamente le importe.
Transcurridos unos minutos, Ana se obliga a dejar de soñar despierta. No existe ninguna garantía de que Jax sea capaz de hacer todas esas cosas. Pero si alguna vez quiere tener la oportunidad de intentarlo, ella debe continuar con el desafío al que se enfrenta en estos momentos: enseñarle, lo mejor que pueda, en qué consiste estar vivo.
Inicia el proceso de apagado del juego y llama a Jax por el intercomunicador.
—Se acabó el recreo, Jax —dice—. Hora de hacer los deberes.