I

El letrero en la pared al final de la calle era tan simple como explícito. Estaba escrito sobre pintura de cal blanca con enormes letras rojas. La consigna del momento, repetida hasta el cansancio en la televisión, la radio y las reuniones.

¡ESTE ZOMBI ES DE FIDEL!

Todo como en los viejos tiempos. Como en el Periodo Especial. Muchas consignas para ocultar la crisis. Lo extraño era que ahora no había crisis alguna, las cosas marchaban bien para nosotros.

O al menos eso pensábamos.

La pared, por su parte, estaba descuidada como si perteneciera a un edificio colonial. Pero no hay casas coloniales en esta parte de la ciudad. Todas las casas datan de principios del siglo XX; por lo tanto, fueron levantadas siguiendo las normas constructivas norteamericanas. Paredes de bloques, columnas de hormigón y techos de cemento. Han pasado más de cien años y cada casa se sostiene sola pese al abandono de años.

Pero la pared, al no pertenecer a casa alguna, está más deteriorada que el resto. El cemento se ha caído en algunas partes dejando ver los ladrillos de arcilla. El moho y los líquenes le dan una coloración verdosa en la parte inferior, allí donde nace la acera. Hasta ayer la pintura y el viejo letrero, junto a la vieja consigna, tenían una tonalidad amarillenta. Incluso el viejo PATRIA O MUERTE de siempre parecía mustio y triste.

La acera, la menos transitada por estar al final de un callejón, luce rajaduras dignas de un terremoto de alta intensidad en la escala Richter. El asfalto de la calle, agotado por los años y la falta de tráfico, luce viejos baches de un pasado medianamente glorioso. Algunas hierbas brotan del contén y se abren paso hacia la acera.

Todo estaba en calma en el barrio. Era un amanecer como otro cualquiera.

Cada vez que salgo de mi casa los perros de las viviendas contiguas comienzan a ladrar. Semejante escándalo es tan desagradable para mí como debe serlo para sus dueños, que apenas comienzan los ladridos los mandan callar. Pero ellos siguen con sus ladridos, sin importarles la disciplina. Siempre es la misma rutina. Yo salgo al portal, abro la reja y ellos comienzan a ladrar como locos. Para ellos es muy simple: me odian y punto. En sus pequeños cerebros no hay espacio para otra cosa. Estoy acostumbrado. Desde pequeño fue así. No tengo sangre para los perros.

—¡Hey, Ricardo! ¡Ricardo Miguel, oiga!

La voz viene de la casa de al lado, la última del callejón. Allí, parado en el portal de su casa, estaba mi vecino Ramón. Alto, gordo y de bigote frondoso. Autoritario, controlador y altamente necesitado de autoafirmación. Habla con esa expresión autoritaria de todo aquel acostumbrado al mando y sabe que será obedecido. No es ni militar ni director de una empresa, es el presidente del CDR de mi cuadra.

Para aquellos que sean neófitos en esto de la dinámica de la Revolución cubana, CDR son las siglas de Comité de Defensa de la Revolución. Se trata de una organización política creada en Cuba en 1960. Su finalidad nominal fue vigilar cualquier tipo de «actividad enemiga» que pretendiera derrocar al proceso revolucionario. Una especie de organismo paramilitar con fines antiterroristas. Pero con los años se volvió un mecanismo de control y acción política. Poco a poco se fue transformando en una maquinaria cuya única finalidad era que la comunidad de vecinos olvidara conceptos como privacidad. Todo trámite, desde comenzar a trabajar hasta que te pongan teléfono en casa, pasaba por una previa autorización del CDR. En cuyo caso su presidente, cada año elegido democráticamente, era la persona con más poder en el barrio. Alguien veladamente temido a quien había que respetar si no se quería tener problemas. Con los años la institución fue degenerando poco a poco en un sindicato de chismosos que luchan contra la privacidad del vecino. Pero eso no significa que no haya presidentes hijos de puta que esperen su oportunidad para joder al prójimo.

Este era uno de esos casos.

Y el prójimo era yo.

Hey, Ramón ¿cómo está? —digo en el tono más amable que encuentro.

—Recuerde que tiene que entregarle a Carmita una copia de la carta que me entregó por lo del asunto de su hermano.

—Pero yo ya entregué una carta de mi trabajo con todos los cuños y firmas.

—Pero es necesario que la compañera de Vigilancia tenga una copia.

—Verá, en el centro tenemos trabajo que hacer. No tenemos tiempo para tanta burocracia.

—Es lo establecido. Una copia para el presidente y otra para la compañera de Vigilancia. Yo no puedo autorizar algo así si no se cumplen los canales apropiados.

—No le veo sentido a eso.

—Hace falta que vayas sin falta a casa de Carmita, es aquí mismo, enfrente, y le entregues una copia de la carta del CIDEZ. —Luego dejó de lado el tono de militar autoritario y me puso la mano en el hombro, condescendiente—. Mira que ya les llegó la dieta en la bodega por lo de tu hermano, no vayas a complicar tu situación.

El mensaje había quedado claro.

—Bien, bien, yo me encargo.

—Y recuerde que esta noche tenemos reunión en la cuadra. A las nueve y media. Se discutirá la última intervención del Comandante respecto al tema zombi. Como usted es un especialista en el tema, espero que asista.

Con mucha sutileza me aparté de él hasta que tuvo que apartar su mano grasienta de mi persona. No resisto a la gente que tiene que hablarle a uno tocándolo todo el tiempo. Es cierto que somos cubanos, y que hablar gesticulando es parte de la identidad nacional, pero ese toqueteo ya es excesivo.

—Bueno, Ramón. Me tengo que ir, que se me va la guagua del trabajo.

—Acuérdate, llévale a Carmita el papel de tu instituto.

—Claro, claro.

Y me largué de allí a toda prisa por si se le ocurría seguir hablando. De hecho, ya iba tarde. Como mi casa es la segunda después del final de la calle, tengo que caminar toda una cuadra para llegar a la avenida. En la esquina hay una mesa improvisada, cuatro sillas, un juego de dominó desplegado y cerca de seis personas gritando.

Originalmente el dominó surgió como una evolución del juego de los dados. Según las reglas internacionales, debe jugarse en silencio y por parejas. Pero, como siempre pasa, aquí las cosas se comportan de un modo diferente. El dominó en Cuba se juega con muchos espectadores, gritándole al contrario y a tu pareja mientras todos los demás dan su opinión. El resultado, cuando todo esto se escucha en la distancia, es muy parecido al de una pelea tumultuaria. En cualquier caso es una alteración del orden público, pero como forma parte de nuestra idiosincrasia, las leyes se vuelven un poco flexibles.

—¡Oye Richard, llégate!

Me grita uno de los jugadores y abandona la mesa. Los gritos de protesta del resto me impiden escuchar lo que dice. Pronto otro termina por tomar su lugar en el juego y todo continúa normalmente. Cuando ya está cerca reconozco a Omarito, el hijo de Clarita, la que vive a tres casas de la mía. Nos conocemos desde pequeños pero él es más socio de mi hermano que yo.

—Dile a tu hermano que nos tiene abandonados. Todos los días estamos tirando un dominó aquí y él ni se aparece.

—Habla bajito, mijo. Tú sabes que mi hermano ahora está de zombi. Y tengo al gordo del CDR abriéndome tremendo fuego.

—Verdad, asere. No seas gil. Tú sabes que ese tipo es un tremendo chismoso. ¡Míralo! Está parado ahí en la puerta de su casa, mirando para acá.

—Ven acá, Richard, ¿y eso que a tu hermano le dio por hacerse el zombi?

—Por la dieta.

—¿Te dan dieta por tener a un zombi en la casa?

—Carne de res y picadillo.

—¡Necesito un zombi en casa, pero ya!

—Tiene que ser de la familia y estar certificado por el CIDEZ. Hay que hacer más papeles que para irse del país.

—Pero tú trabajas en el CIDEZ, loco.

—Y así y todo ni el gordo ni la chivatona de Vigilancia se han tragado la historia del todo.

—¡Candela! Ta´ bien, dile a tu hermano que vamos a mudar el dominó para por las tardes para que pueda venir. Como zombi, claro.

—Ok, yo se lo digo.

Comencé a caminar en dirección a la calzada. Bajé a toda velocidad las dos cuadras que me faltaban. Ya era tarde y se me iba la guagua del trabajo.

—¡Pero que no sea hoy! —gritó Omarito desde la esquina—. Hay reunión del CDR.

Hice una seña afirmativa con la cabeza y seguí mi camino. Doblé la esquina casi corriendo. Ya estaba en la calzada, el humo de las guaguas y el ruido me aturdieron un rato. Resulta un poco raro para quien vive en un vecindario tan tranquilo que a solo doscientos metros exista un lugar tan bullicioso. Aún no había amanecido pero ya la acera estaba repleta de transeúntes que iban a las paradas del transporte público. Las luces de innumerables autos me encandilaron. Aparté la vista y apresuré el paso. Normalmente la guagua de mi trabajo me recoge en la calzada a las siete y media, pero a veces se adelantaba. Consulté mi reloj pero antes que pudiera ver la hora una voz imperativa me hizo detenerme.

—Ciudadano.

Nadie en todo el territorio nacional llama a otra persona con ese vocativo a menos que pertenezca a la Policía Nacional Revolucionaria. Alcé la vista y ahí estaba, vestido de impecable azul y con la tonfa en la mano, el compañero de la PNR. Tras él, en la misma acera pero pegado al contén, había otros dos policías más revisando papeles frente a dos civiles.

—Su carné, por favor.

El carné de identidad es el documento oficial, análogo al ID norteamericano y al DNI europeo, que teóricamente evita papeleos a la hora de identificar a un cadáver o a un enfermo inconsciente en una sala de emergencias. El único inconveniente del dichoso documento es que portarlo se considera un deber ciudadano. Y no llevarlo encima, claro está, constituye un delito. En tiempos de la universidad, cuando todavía andaba para arriba y para abajo con mi hermano y la gente del barrio, recuerdo que pasé más de una noche en la estación de policía por olvidarlo. Ya ha pasado el tiempo, no tengo el pelo largo, no me reúno con elementos antisociales y soy un investigador de prestigio en el CIDEZ, pero todavía me lo piden con el mismo desprecio que cuando tenía diecinueve años. He llegado a pensar que pedir el carné constituye para la policía algo así como una afición, casi adictiva, como el cigarro o las drogas. Fuese cual fuese la causa, me hacen sentir como un ser despreciable cada vez que me lo piden.

De los dos hombres en el contén, uno de ellos discutía en voz alta con los policías. Un carro patrulla estaba parqueado cerca. El hombre gesticulaba frente al agente del orden. Esa siempre será una muy mala señal, con dos uniformados en la acera y dos más en el carro. El resultado de esa actitud puede terminar en un calabozo.

Me fijé en la forma de pararse del segundo hombre. La cabeza doblada tres cuartos de ángulo hacia atrás, los brazos caídos a ambos lados como si no pudiera moverlos más y un leve movimiento oscilatorio con la cadera. Su mirada estaba perdida en algún punto entre las azoteas de los edificios y el cielo. Conozco esas características de memoria; al fin y al cabo trabajo con ellos. Ese hombre era un zombi.

Entregué el carné al policía frente a mí. Este ni siquiera se molestó en leer mi nombre, comprobar la dirección o verificar si me parecía al de la foto. Acercó una pequeña linterna a mis ojos. La luz me encandiló provocándome una sensación muy desagradable. Pero mi respuesta no fue hostil. Tengo que pasar por estos controles cada vez que entro a mi trabajo. Ya sé lo que busca, siempre es bueno saber lo que busca la policía. Como normalmente no se trata de individuos inteligentes, aunque por regla general sí muy violentos y con la autoridad de su lado, siempre es bueno darles lo que quieren para que se marchen rápido. Estaba buscando la reacción pupilar natural ante la luz. Buscaban zombis cimarrones, muertos vivientes sin licencia.

—Oiga, compañero —dije mientras sacaba del bolsillo la tarjeta de entrada del trabajo—. Yo no soy zombi, soy de los que los hacen.

El policía enfocó mi mano con la linterna, cosa que considero innecesaria pues ya hay bastante luz. Lee las siglas CIDEZ y su rostro cambia. Extendió el carné hacia mí mientras hablaba con voz plana. La misma voz que tendría un zombi. Si ellos hablaran, claro.

—Disculpe la molestia, puede continuar.

Eché a andar con paso apurado hacia la esquina donde ya podía ver la guagua del trabajo esperándome. A mi espalda quedaba el dueño del zombi sin papeles que gritaba mientras lo esposaban y metían por la fuerza en la patrulla. El muerto viviente no tuvo reacción alguna ante la violencia desarrollada frente a sus ojos fríos. Esperaba pacientemente al camión de la Brigada Especial que lo llevaría a la estación de policía hasta que se aclarase todo.

El ómnibus de mi centro de trabajo es una guagua china marca Yutong. En ninguna parte del mundo son conocidas. Las fabrican en una provincia de China que es más famosa por el templo del Shaolín que por su producción de ómnibus para el transporte urbano. Miré las dos vallas gigantescas a ambos lados de la calle antes de subirme. Leí ambas consignas: LIBERTAD PARA LOS CINCO HÉROES, proclamaba la primera; NUESTROS ZOMBIS NO SON HOSTILES, PORQUE SON ZOMBIS REVOLUCIONARIOS, decía la segunda.

Caminé por el pasillo de la guagua hasta sentarme en un cómodo asiento acolchado. Me senté en el lado donde se veía la valla con la propaganda de los cinco héroes. Ellos no me interesan pero los zombis sí. Los zombis son mi trabajo. Y si no atacan a la gente es por personas como yo. Nosotros, los grises investigadores del polo científico que no tenemos grandes salarios, ni javitas a fin de mes, ni estimulo en dólares. Nosotros le dimos a la Revolución cubana el suero. La última y definitiva herramienta para que este país no explote como un polvorín.

II

—Es increíble que hagan cosas como esta…

Había comenzado a decir María. Ninguna otra persona dentro de los límites del Centro de Investigación y Desarrollo Zombi se atrevía a comenzar una oración de esa manera. La mayoría de los trabajadores del CIDEZ eran estudiantes destacados en sus especialidades, casi todos primeros escalafones y diplomas de oro de su graduación. Todos siguiendo más o menos el mismo perfil: jóvenes, estudiosos, blanquitos y de familia de clase media; respetuosos de las reglas y temerosos de la Revolución. Todos graduados preuniversitarios de ciencias exactas y miembros de la Federación Estudiantil Universitaria. Incapaces todos de protestar ante una injusticia laboral, señalar errores de los jefes o criticar una mala política del centro.

Pero María era un caso aparte. Para empezar, era licenciada en Física, lo cual la convertía de facto en un bicho raro. Uno raro entre los raros. Por otro lado, había sido una estudiante tan brillante como indisciplinada, al punto de que no consiguió que la ubicaran al graduarse en ningún centro de investigación de Física pura. Pero como sus notas eran una buena referencia consiguió plaza en el CIDEZ, no como física sino como informática. Esa es la única característica de los físicos que personalmente envidio. Por lo general son autosuficientes y prepotentes pero también es cierto que poseen una multiplicidad asombrosa. Pueden desempeñar cualquier tarea ajena a su perfil profesional y se adaptan con facilidad al rol de ingenieros o biólogos. María era uno de esos casos.

En los escasos tres años que llevaba trabajando en el Centro ya se había convertido en una experta modelando moléculas complejas en computadora. Posiblemente un setenta y cinco por ciento de la modelación requerida para sintetizar el suero se debía a ella, además de administrar toda nuestra red informática y haber montado un clúster de computadoras que no tenía nada que envidiarle al de ninguna universidad extranjera. Por eso tanto la dirección de investigación, la administración y los cuadros políticos aguantaban su carácter desobediente y conflictivo, así como su manía de cuestionar las directivas de investigación y decirle la verdad en la cara a cualquier investigador jefe.

Digamos que era magnánimamente tolerada y veladamente envidiada.

—Es verdaderamente inaudito —decía.

—¿Qué pasó ahora, María —estábamos en el local de los servidores disfrutando del aire acondicionado más frío de todo el Polo Científico—, que te veo protestando y protestando?

—Nada, que ayer llegó un general y pidió hablar con el director. Después llamaron al jefe de departamento a la oficina. Estuvieron allí cerca de tres horas. El general vino a irse como a las cuatro de la tarde.

—Anjá, los zombis le interesan a todos pero a los militares más que a nadie. Es cosa de seguridad nacional y esas cosas.

—¡Qué seguridad nacional ni qué carajo! Mira lo que añadieron esta mañana en el plan de trabajo.

Me señaló el monitor de su computadora. Acerqué la cabeza y pude leer la lista dentro de una tabla de Excel:

  1. Zombización voluntaria en especimenes militares. Crear condiciones para inoculación mediante el suero.
  2. Aceleración de las pruebas pilotos de la versión del suero 7143 en forma de aerosol.
  3. Iniciar primeras pruebas para una campaña de zombización masiva mediante la cepa experimental VZA1-34907.

Me quedé con la boca abierta. Si lo que decía aquel fichero era cierto, se preparaba una campaña de zombización masiva. No hablamos de usar criminales o disidentes para convertirlos en zombis obedientes mediante el suero. Ni siquiera hablamos de una zombización voluntaria para probar vacunas piloto. Hablamos de convertir en muertos vivientes a toda una población. Eso no podía ser posible. La Revolución no podía dar luz verde a un proyecto tan fascista, debía haber un error.

—¿Entiendes ahora de lo que hablo? Están tratando de desarrollar un virus Z aéreo. Una mutación del virus resistente al oxigeno de la atmósfera, que se propague como la gripe y no por la saliva de los zombis. Y después de esto gasear todo con una versión del suero en forma de aerosol.

—Bueno, supongo que confían en que de un momento a otro obtengamos la vacuna. Gracias al suero podemos hacer soldados zombis.

—¿Estás loco tú también, Ricardo? ¿No te das cuenta que el término «voluntario» en este país es muy relativo? Menos aún en el ejército. No estamos hablando de militares profesionales que decidieron volverse zombis para servir mejor a la patria. Esos son muchachitos del servicio militar. Niños de diecisiete y dieciocho años que están obligados por la disciplina militar. Y no necesito aclararte lo que significa la palabra masivo cuando se aplica aquí: estamos hablando de un primero de mayo zombi.

—Creo que estás exagerando. A lo mejor solo están buscándole un uso práctico a todos los soldados y policías que fueron mordidos en los primeros días del brote de virus Z.

—¿La palabra zombización te dice algo? Si los militares tuvieran zombis agresivos encerrados en alguna instalación secreta tendría lógica que nos pidieran mucho suero. Si es en aerosol mejor. Pero no necesitarían zombizar a nadie. Te digo que lo que quieren es inocular el virus en individuos sanos. Voluntarios o no.

—Nosotros también hacemos eso. Usamos presos con pena capital y también tenemos voluntarios.

—Y disidentes.

—Sí, disidentes también, pero ellos se lo buscaron por hacer contrarrevolución ¿no?

—Claro, claro, esas cosas se hacen por la ciencia, para lograr la vacuna. Esto es distinto. Están fabricando zombis para la guerra. Ni hablar de lo que esperan contaminando a la población civil.

—Estás exagerando, María. Nadie está en guerra con nosotros y tampoco creo que como marcha el problema zombi en el mundo ningún país se decida a atacarnos ahora. A lo mejor quieren crear una fuerza especial para cazar zombis cimarrones o algo así.

—Y yo que creía que tú eras la única persona con la cabeza en su sitio en este lugar.

—Lo soy, pero tú estás protestando sin fundamento. En la práctica nosotros hacemos ciencia partiendo del sacrificio de seres humanos inoculados con el virus. En cierta forma nos apoyamos en el concepto de que los infectados están esencialmente vivos aunque con actividad cerebral baja. Y en la esperanza de conseguir un día una vacuna para revertir el proceso. Eso, amiga mía, es tan inhumano como crear zombis para el ejercito, ya sea para matar a otros zombis o para que desfilen mejor el día 2 de diciembre en la parada militar por el aniversario de las FAR. La única diferencia es que nosotros buscamos conocimiento y ellos buscan objetivos más prácticos. El mundo ya no es como antes y si lo dudas mira las noticias y verás. Ya no son tiempos de derechos humanos, son tiempos de sobrevivir y nosotros sobrevivimos.

III

[Canal 4. Canal Educativo]

En horas de la madrugada de ayer colapsó la zona de contención número 7 en el centro de Tokio. La multitud de zombis derrumbó las barreras y arremetió contra las fuerzas de autodefensa. Las tropas desplegadas poco pudieron hacer para controlar la situación en el área metropolitana de la capital nipona. Según expertos del instituto de investigación zombi, en Yokohama, el exceso de población de la mega urbe provocó una «masa crítica» de muertos vivientes que resultó incontrolable.

[Canal 6. Cubavisión]

El congreso de los Estados Unidos aprobó una ley que autoriza el uso de armas automáticas y de asalto dentro de las zonas de «peligro zombi» tras perder el control de Oklahoma y New Orleans a causa ataques de los muertos vivientes. Una multitud de protestantes se reunió en Washington en horas de la tarde temerosos de que el uso de armas de asalto se hiciera extensivo a las áreas de «riesgo zombi» o de «cuarentena zombi». Los Estados Unidos se vieron obligados a anular el estricto control de armas, tan duramente luchado por los demócratas en el Congreso, tras el brote del virus Z.

[Canal 12. Educativo 2]

Las autoridades israelíes aseguraron que el llamado problema zombi está controlado dentro del perímetro de Jerusalén y que Tel-Aviv se encuentra actualmente en cuarentena zombi. El ministro de salud, en conferencia de prensa junto al ministro del Interior, acusó al movimiento de resistencia islámico HAMAS de usar zombis en ataques suicidas contra objetivos militares en Gaza.

[Canal 27. Canal Habana]

Los miembros del G-8 reunidos ayer en Copenhague discutieron una posible sanción del Consejo de Seguridad contra la Federación Rusa por emplear armamento nuclear táctico contra una aldea contaminada con el virus Z, a varios kilómetros al norte de Georgia. Según fuentes de la OTAN, el ataque se realizó usando un proyectil de artillería y la bomba «limpia» creó una detonación de 1,5 kilotones. Tan solo 0,5 por encima de la prohibición nuclear decretada por la ONU tras la firma de los tratados de no proliferación nuclear entre Estados Unidos y la antigua Unión Soviética.

[Canal 56. Multivisión]

El líder del mando conjunto de la OTAN hizo pública su intención de movilizar tropas en el interior de Europa para poner fin a lo que llamaron «brotes minoritarios de población infectada con el virus Z». Ciudades como Varsovia, Praga y Budapest han tenido que ser puestas en cuarentena tras el brote de la segunda mutación del virus.

La abuela dejó de cambiar los canales y comenzó a concentrarse en el noticiero que ya estaba por acabarse. Luego la imagen comenzó a distorsionarse. La abuela se levantó lentamente y le dio unos cuantos golpes al equipo. La imagen volvió rápidamente y la abuela se sentó de nuevo. A los cinco minutos apagó el televisor. No ponían una novela hasta las nueve; ella lo sabía pero insistía en probar suerte. «A lo mejor ponen algo interesante», solía decir.

Mamá supo que yo llegaba por el ladrido de los perros de al lado. Apenas llegué salió de la cocina y me interceptó antes de que pudiera llegar a mi cuarto.

—¿Trajiste el papel del trabajo?

—No pude, lo traigo mañana.

—Pero Ricardo Miguel, mira que Fernando no me deja tranquila con lo del dichoso papel para Vigilancia.

—¡Ah, mamá! No te preocupes. Los tramites serios ya los hicimos. Anteayer fuimos al oficoda y vimos lo de la dieta. ¿Qué puede pasar?

—Si Rafael fuera en verdad un zombi, no me preocuparía. Siempre que tuviera hígado para tener una de esas cosas en casa.

—¡Mamá!

—Es la verdad. Tú sabes como pienso. Si una de esas cosas te muerde estás muerto aunque te escapes de tu tumba. Pues el caso es que nos pueden descubrir si el descarado del presidente del CDR se entera.

—Mamá, los del CDR no son como en los sesenta. Ahora solo reparten televisores chinos y se meten en tu vida.

—No te creas que porque ahora hay tiendas y dólares la Revolución ha cambiado. Los viejos mecanismos siguen funcionando. En los ochenta a tu abuelo le quitaron el teléfono por tener un hijo en Estados Unidos. Y si a este hombre de aquí al lado se le mete entre ceja y ceja averiguar lo de tu hermano, te pueden hasta botar del trabajo. No te engañes y busca otro papel que certifique que tu hermano es más zombi que los que salen en el noticiero mordiendo gente allá afuera.

—Está bien, mamá.

—Y te toca ir a la reunión del Comité.

—¿Qué?

—Tu amiguito el presidente quiere que hables de los zombis y del trabajo que haces en el CIDEZ. Siempre será mejor si hablas tú a que discutan otra reflexión de Fidel ¿no?

—¡Me cago en la mierda! Con lo cansado que estoy.

La reunión era tan aburrida como cualquier otra a la que yo había asistido. De hecho, todas han sido igual de aburridas desde que los crearon. En una casa, ya sea porque el dueño sea militante del partido o necesite una carta del comité para que le pongan teléfono, se coloca una mesa con un mantel tan cursi como el de una fiesta de cumpleaños de un niño de un año. Atrás se cuelga una bandera cubana y tras la mesa se paran el compañero presidente del CDR, la compañera de Vigilancia y alguien que posee un cargo llamado «el ideológico», que puede parecer algo así como el que lava el cerebro a la gente pero en la práctica es el que se encarga de actualizar el mural.

El mural es algo que requiere explicación aparte. Cada CDR tiene uno, por lo tanto en cada barrio de la ciudad teóricamente debe haber uno. Se trata de un pedazo de madera, cartón tabla o cartulina gruesa forrado con todo el mal gusto del vestido de una jovencita. Entonces se pegan fragmentos de noticias del periódico, noticias que todo el mundo ha leído, que generalmente son viejas porque nadie las actualiza y a nadie le importan.

Frente a ellos, de pie y distribuidos aleatoriamente por la acera y la calle, está el publico. Viejitos que no tienen nada que hacer o pertenecen a la Asociación de Combatientes, mujeres amas de casa que miran con insistencia el reloj para que no se les pase el horario de la telenovela brasileña, funcionarios de empresas y organismos estatales que necesitan una imagen de militancia aunque solo piensen en los precios de las piezas del carro en el mercado negro. Los cederistas clásicos. La viva imagen del barrio.

En fin, la reunión empezó como todo acto político: cantando el himno nacional. La canción no sólo es un símbolo de la patria sino que además es un himno de la guerra de independencia. Ahora imaginemos a un grupo casi patético de amas de casa preocupadas por su telenovela y trabajadores locos por irse a dormir intentando cantar una canción patriótica que fue concebida como un himno de batalla.

Al combate corred bayameses

Que la Patria os contempla…

No se puede cantar un himno así esperando que termine antes de empezar. Simplemente no se puede, o el resultado es la viva imagen de la decadencia. Con cada estrofa la poética mambisa fue bajando de tono hasta parecer un bolero.

Que morir por la Patria es vivir.

Para la última estrofa ya la canción era un susurro.

No hay nada más decadente.

—Bueno, vamos a dar inicio a la reunión de nuestro CDR número 23 —comienza a decir Ramón, el presidente—. El compañero Felipe, ideológico de la cuadra, va a leernos un fragmento de…

Y así comenzó una larga perorata que no hacía más que repetir lo que dicen todo el tiempo la televisión y los periódicos. Primero leyeron un panfleto explicando lo mal que le va al mundo y lo bien que nos va a nosotros. Después hablaron sobre la necesidad de que los vecinos dejaran encendidas las luces de los portales por la noche. Hubo algunas protestas por parte de los asistentes, pero los murmullos terminaron cuando el presidente dijo que, si la empresa eléctrica no podía resolver el problema del alumbrado público en nuestro barrio, era deber de los revolucionarios iluminar la calle con la luz de sus casas. Hubo unas cuantas quejas sobre los precios de la electricidad y el presidente terminó hablando mal del bloqueo y del presidente de los Estados Unidos. Yo no entendí la lógica del proceso pero el caso es que la discusión fue zanjada.

Acto seguido el presidente me presentó e informó que les hablaría sobre el trabajo del CIDEZ. Claro que no tenía objeto presentarme porque todos me conocían desde pequeño y sabían de cada piedra que tiré y terminó rompiendo un cristal, de cada novia de la universidad que besé en mi portal. Sabían incluso las notas de todas las asignaturas que aprobé en pregrados y en postgrados. Es lo malo de vivir toda la vida en el mismo lugar.

Comencé explicándoles los esfuerzos del CIDEZ para desarrollar una vacuna contra el virus Z. Les dije que nosotros tratábamos a los zombis como personas infectadas y no como cadáveres que caminan. Les hablé sobre lo incorrecto de pronunciar zombi cuando en realidad se dice zombí, una palabra en creole, la lengua hablada en Haití. Les conté la historia del Bokor, especie de mago oscuro con el poder de resucitar a los muertos y quien había formado con ellos una brigada de cañeros y los usaba como mano de obra sin tener que pagarles. Los familiares de los muertos reconocieron a sus seres queridos, a quienes creían enterrados. Persiguieron al mago oscuro por convertirlos en zombís y devolvieron los muertos a sus tumbas.

Apenas terminé la historia comenzaron los problemas. Parecía como si nadie hubiera entendido nada. En especial el presidente del CDR, quien se levantó de su silla y me miró con ojos asesinos.

—Un momento, compañero, ¿está usted intentando decir que en nuestro país gobierna un mago oscuro y se usan a los muertos vivientes como esclavos?

—Yo no he dicho tal cosa, Fernando… lo que quise decir fue…

—Todo el mundo sabe que el virus Z fue creado por la CIA para agredir a los países del tercer mundo. Allá en los Estados Unidos las cosas se les fueron de control. Pero nosotros supimos, como dijo el Comandante, convertir el revés en victoria. Ahora los zombis son un arma de la Revolución. Se usan para cortar caña en la zafra pero no son esclavos, no… ¡Son zombis revolucionarios!

—Pero si yo…

—No vamos a permitir ningún intento de desestabilizarnos con esas patrañas inventadas por el enemigo…

Y siguió hablando. Y hablando. Más bien insultando. Y repitiendo frases hechas sobre la revolución, el socialismo y los zombis. Primero intenté explicarle que precisamente el uso de los zombis en la zafra o en los desfiles del Primero de Mayo era posible gracias al suero del CIDEZ, el cual permite desarrollar ligeramente los reflejos primarios del muerto viviente, aminorando el impulso incontrolable de comer y permitiendo así al zombi reaccionar a determinadas órdenes simples, pero no entendía nada. Luego intenté retractarme un poco. Dije que jamás podría haber ocurrido un paralelismo con la leyenda haitiana. Que la intención de la Revolución era la correcta al intentar asimilar el problema zombi de una manera dialéctica. Al fin y al cabo, una leyenda solo es una leyenda. Tampoco entendió nada. Se limitó a pararse con los brazos cruzados y decir:

—Pero además, todo el mundo sabe que en Haití se habla patuá.

Patuá es la forma más racista y colonialista que existe para designar el creole. Comenzó como una burla a la forma de hablar de los esclavos de origen haitiano y terminó siendo una costumbre de los blancos. En muchos lugares era incluso un chiste. No había nada más que agregar. Bueno, sí, quedaba la frase: Me cago en el coño de tu madre, gordo racista, pero en casa el televisor estaba roto. Se había filtrado la noticia de que se distribuirían televisores chinos a aquellas personas que sus equipos eran muy viejos o estaban rotos, una campaña más de la Revolución. Claro, como todas las cosas la distribución iba a ser a través de los CDR y si yo cometía el imperdonable error de decirle racista, y lo que es peor, gordo a nuestro presidente, no alcanzarían los televisores para la abuela. Eso sin contar con el pequeño detalle de que Rafael no era un zombi real. Las cosas podían complicarse, incluso yo podía perder mi trabajo si los fuegos llegaban al CIDEZ. Así que decidí morderme la lengua y aguantar los insultos frente a todo el barrio.

Antes de volver a casa me fui para la esquina donde estaba Panchito haciéndose el zombi con los amigos del barrio.

—¿Bueno y qué, como te fue en la reunión? —dijo Julián mientras colocaba ruidosamente una ficha sobre la mesa.

—Poco me faltó para cagarme en la madre de Ramón.

—¡Esa sí estaría buena! Tú mandando p’al carajo a ese tipo. Cuenta, cuéntalo todo que eso es mejor que la telenovela.

Y les conté. En parte porque tenía que decírselo a alguien o iba a explotar. Necesitaba algo de comprensión o terminaría cayéndole a pedradas a la casa del presidente del CDR, cosa que no era muy buena idea desde el punto de vista racional, pero en ese instante yo no era un ser racional. Por eso necesitaba hablar, para que la razón volviera.

Pero lo cierto era que todo obedecía a un impulso adolescente. Yo, la persona con más categoría científica de todo el barrio, el único que fue a la universidad y terminó trabajando en el instituto más prestigioso del polo científico, había sido humillado públicamente por aquel gordo chivatón. Por eso estaba allí, levantando la voz a altas horas de la noche, con los vagos, los perdedores, los elementos antisociales que ni estudiaron ni trabajan, con los que son mal vistos porque viven del invento, de los negocios en bolsa negra, de vender lo que se roban en los almacenes del estado. A ellos siempre los miran con desprecio porque juegan dominó los lunes por la mañana cuando todos van para el trabajo y aunque no quieran hacerlo van. Porque tienen que ir. Porque no les queda otra. Porque eso hacen las personas decentes, trabajadoras y revolucionarias.

Pero a ellos nadie los regaña por hacer bulla hasta tarde, nadie busca a la policía o los señala con el dedo, nadie es tan buen revolucionario. Porque nadie está loco. Unos le temen al escándalo, otros a una confrontación violenta, pero todos le temen al hecho de que cuando se les acaba la leche que dan por la bodega para los niños tendrán que acudir a ellos. Igual que con la carne o el aceite. Porque ellos «resuelven». Buscan aquí y allá sin importar cuán legales son las cosas. Son delincuentes pero le han matado el hambre a medio barrio.

—Mi hermano, tú estás loco. ¿Cómo se te ocurre intentar explicarle al grupo de comunistones esos lo que es un bokor o un zombi? Y mucho menos contarles un cuento donde hay un viejo que explota a los zombis. Sabes que esa gente está todo el tiempo con dobles intenciones, buscando en tus palabras algún comentario ofensivo contra Fidel para ganarse puntos a costa tuya. Si les cuentas el cuento del caballito jorobadito no se van a tragar lo de la épica rusa, van a decir que te estás burlando de Fidel diciéndole El Caballo.

—Mala mía. Pero aprendí la lección.

—Eso, mi hermano. Perfil bajo para que no se metan contigo y nada de protagonismo. Tú eres inteligente y estudiaste. Al final le coges la vuelta a esto.

Regresé cansado a casa y no escuché al perro de la vivienda contigua. No me refiero al doberman de Ramón sino al salchicha de Amanda. Era raro que a esta hora de la noche no ladrara ante mi presencia. El foco del alumbrado público estaba roto, por lo que la calle estaba a oscuras. Miré alrededor un poco mareado por el sueño. La noche era fresca y despejada. Al final de la calle sentí unos pasos. Pasos lentos. Como quien arrastra los pies. Pasos de zombi.

Vivo al final de un callejón sin salida y aquellos pasos provenían de la pared que ponía fin a la calle. Si algo, o alguien, caminara desde allí, significaba que había estado toda la noche esperando para ahora echar a andar. ¿Pero esperando por qué? ¿O por quién? Si fuera un humano pensaría en un asalto, pero un zombi… no hay razón para que un zombi aguarde en la noche por un vivo. A menos que fuese… no, no podía ser. Nuestros zombis son pacíficos. Yo mismo trabajo donde les inyectan el suero que los vuele dóciles.

Los pasos continuaban, se hacían más audibles, se acercaban en mi dirección. Se me erizaron los pelos de la nuca. Un miedo irracional se apoderó de mí. Me apresuré a abrir la cerca. Como es natural, cuanto más apurado y nervioso uno esté, más se enredará con la reja y se demorará en entrar. Mientras destrababa el cerrojo miré atrás y alcancé a ver la silueta bamboleándose hacia mí. Y los ojos vidriosos reflejando la luz de la luna. Abrí la puerta. Era, en efecto, uno de ellos. Un infectado por el virus Z, un muerto caminante, un zombi. Retrocedí dentro de mi casa mientras él continuaba caminando hacia mí. Cerré la reja de un tirón. El portazo le dio en la cara pero no le importó. Clínicamente están muertos, no les importa nada.

En otros países solo piensan en comer, en morder a todo el mundo y, de paso, contagiarte con el virus en su saliva. Los de aquí no son así. Tienen un poco más de actividad cerebral, eso les anula el hambre y la agresividad. A menos que este no hubiera sido inoculado con el suero.

Chocó contra la reja, volvió a chocar antes de detenerse. Normalmente no ven nada pero huelen muy bien. No hizo ruido alguno, no enseñó los dientes contra la cerca. Permaneció allí contra la reja mirándome con sus ojos vacíos, incapaz de verme. Solo un zombi sin dueño, perdido o abandonado. Un zombi sin papeles de propiedad, sin certificado del CIDEZ. Pero inoculado con el suero en algún momento. Me quedé mirando un tiempo al zombi callejero. Este intentó avanzar y volvió a chocar con la cerca.

«Ya se irá» pensé y di media vuelta. En esta casa ya tenemos uno, no necesitamos otra mascota. Cuando abrí la puerta me volteé y ya se había ido. Como por arte de magia, se perdió en la noche a la misma velocidad con la que había aparecido. «Quien sabe, a lo mejor tiene un refugio entre la basura, que por cierto no recogen desde anoche». Traté de imaginármelo inmóvil entre la basura. Esperando. A saber qué estaría esperando. Técnicamente su cuerpo no necesita nada pero los zombis insisten en estar cerca de las personas. Aunque ya no tengan necesidad de morder les gusta estar con la gente. Después de todo fueron gente hasta el otro día.

Y allí se quedará hasta que huela otro humano y vuelva a levantarse. A caminar hacia él. «Bueno, supongo que también le dará un buen susto a mi hermano cuando regrese» pensé antes de acostarme. No había nada que temer en la noche.

IV

En la pared del laboratorio había un afiche donde rezaba la consigna:

ZOMBIS SÍ, YANKIS NO.

En total eran tres las computadoras repartidas por la habitación, además de un tanque de contención biológica de unos cuatro metros cuadrados. Dentro estaba el sujeto de experimentación, catalogado como número 43. Daba cabezazos todo el tiempo contra el cristal blindado. Sacaba los dientes en un intento estéril de morder algo más allá de su alcance. Había aspirado la versión aerosol del suero, por lo que en breve cesaría de atacar y se mostrará dócil como un perrito. Se dice que esta versión tendrá muchas aplicaciones. Lo cierto es que nos presionaron mucho para obtenerla cuanto antes. En los pasillos se comentaba que lo pondrían en los equipos de fumigación. Muchos aquí piensan que si es necesario fumigar toda la ciudad con el suero significa que el problema zombi se nos está saliendo de control. Otros dicen que vamos a empezar a exportar el suero. ¿Pero a quién se lo vamos a vender? ¿A Venezuela, acaso? Todo allí es ahora mismo una zona Z junto a Colombia. Estados Unidos no nos quitará el bloqueo aunque les regalemos la mismísima vacuna contra el virus Z. Y China es un mal destino para hacer negocios. ¿Nos cambiarán el aerosol del suero por ómnibus articulados o televisores? Además, China dice que tiene controlado el problema zombi. Aunque claro, nadie le cree.

No tiene sentido nada de lo que está pasando.

Por eso, mientras terminaba el experimento, me entretuve en terminar un modelo tridimensional del retrovirus del suero. Un trabajo alternativo que según mi tutor transformará el suero en vacuna. Yo le tengo poca fe pero él es así de entusiasta. Pertenece a una generación que creía en la ciencia tanto como en el Marxismo-Leninismo. Se dice que todos los de su graduación se inocularon el virus Z para probar la primera vacuna. La Taino B, que por supuesto fue un fracaso. Ahora todos sus compañeros son zombis y él viaja todos los años a la Universidad de Málaga a dar un seminario sobre el desarrollo del suero cubano y sus aplicaciones. Nunca ha respondido a la pregunta de por qué no se inyectó el virus. Pero lo cierto es que no es de los partidarios del suero como solución al problema Z. Es un investigador a la vieja usanza, un buscador de la vacuna.

Ahora discutía con otra de las vacas sagradas de la ciencia cubana, el propio creador del suero e investigador jefe. Este hombre viaja tres veces al año a Dusseldorf a costa de los zombis y dos veces al día lo llaman de la OMS. Él y mi tutor discutían acaloradamente sobre detalles del tema zombi que yo ni siquiera sabía que existían.

—Que yo sepa solo hubo dos grupos poblacionales donde se hallaron versiones no mutadas del virus. En Haití y en Ucrania. En ambas poblaciones los muertos que regresan de sus tumbas son seres amigables que recuerdan su pasado. En ambos casos aparecía la muerte clínica, la necrosis, el minimalismo de las funciones cerebrales pero siempre guardaban memoria y pasividad. Los impulsos agresivos surgieron con mutaciones posteriores. Primero en Ucrania por las radiaciones de Chernóbil, luego en el sur de Estados Unidos por razones desconocidas.

—Esa historia ya la sabemos. Y es tentador pensar que si nuestro suero consigue eliminar los impulsos agresivos, consiguiera también recuerdos. Pero no hay un solo caso registrado después del «Día Z» donde el virus estuviera en su forma original. Y lo de los recuerdos se debe a muestras y observaciones de la época en que los zombis eran solo folklore.

—Pero si modelamos en computadora la estructura molecular más probable del virus Z no mutado podríamos sintetizar un suero de regresión.

—No me queda claro. Cuanto más conseguiremos, y me baso estrictamente en los modelos que disponemos del virus…

—Sí, claro, el modelo que hicieron los rusos y que los japoneses colgaron en Internet antes de que la turba de zombis atacara el instituto de Kobe.

—Eso, porque el norteamericano no lo han compartido con nosotros. Pues si extrapolamos un virus original con esos modelos incompletos lo más que conseguiremos será un aumento de las funciones cerebrales. Y no me quedan claro cuáles.

—Eso es una tontería. Como buscarle una vacuna al virus Z que muta casi tanto como el SIDA. Lo que necesitamos es rediseñar el retrovirus y controlar la situación con el suero en aerosol.

Mi tutor lo miraba con los ojos que debió mirar a sus compañeros cuando le enseñaron las ámpulas con Taino B. Hizo un silencio digno. Su viaje anual a la Universidad de Málaga dependía de sus siguientes palabras. No importaba lo que dijera, en su mirada estaba plasmada la frase: «esto es una locura, no lo hagas». Pero el director asumió su silencio como una especie de victoria profesional sobre un colega mentalmente inferior. Se marchó con la satisfacción de haber ganado una pelea justa. Luego mi tutor se volvió hacia mí, el eslabón más débil en esta cadena alimenticia donde importan más los viajes al extranjero que las categorías científicas.

—¿Cómo marcha el modelo, Ramón? —ahora es mi viaje a Málaga el que está en juego.

—La estructura aún no es estable —digo y no tengo que volverme para ver su ceño fruncido—. Pero quizá con un mejor procesador podría estimar todas las variables.

—Sigue intentándolo —dice taciturno y yo empiezo a temer por mi trabajo—. Ya veremos qué podemos hacer después con el cluster. He pedido tiempo para correr nuestra modelación e iterar las ecuaciones básicas pero hasta ahora no he obtenido respuesta. Tendré que hablar con la gente de la UH para que nos dejen usar el suyo.

La UH, la bicentenaria Universidad de la Habana, segunda de América. Yo estudié ahí y puedo asegurar que los matemáticos son tan posesivos con su cluster que no nos lo dejarán usar aunque les llevemos una carta del Consejo de Estado. Creo que mi trabajo no tiene futuro y eso me condena a no tener futuro yo. Con un poco de suerte me mandan para el Instituto de Biotecnología a investigar el SIDA.

Pero aún tengo tiempo hasta que mi tutor, y más tarde el director, se convenzan de que estamos en un callejón sin salida. Mis esperanzas están puestas en que los de la Universidad de Málaga no se den cuenta. Claro, ellos tienen otras cosas en mente. Estaban más cerca que nadie en la Unión Europea de llegar a la vacuna del virus Z, pero cuando el CIDEZ obtuvo el suero detuvieron todas sus investigaciones en esa línea. Por lo que sé, hay una institución que se llama Oficina de Transferencia de Resultados de Investigación, que según entiendo es la interfaz con el entorno empresarial que sugirió que nos contactaran. Desde entonces hacen investigaciones conjuntas con el CIDEZ. Y, lo más importante, realizan intercambios de especialistas.

En mi opinión si la OTRI sugirió que la Universidad centrara sus esfuerzos, y sus euros, en perfeccionar el suero cubano en lugar de una vacuna es porque es más rentable. En ese punto el capitalismo es más asertivo que nosotros. A ellos no les importa que nuestra investigación de la cura sea un desastre: si pueden obtener suero en aerosol, se lo venderán a todas las comunidades autónomas que resisten, aisladas del mundo, los ataques de los zombis en los campos de Europa. Imagino que una bomba de humo que transforme una turba de zombis agresivos en un contingente de trabajadores obedientes debe valer buen dinero ¿o no?

Según la línea jerárquica de los institutos de investigación cubana, me tocaba a mí ese viaje. Pero había otros optando por esa beca. Y un viaje a España en estos tiempos es muy beneficioso para la economía familiar. Seamos sinceros, para cualquiera de nosotros un viaje al extranjero es una lotería. Pero todo dependía del aval que mi jefe de investigación hiciera de mí. Por eso debo concentrarme en mi trabajo aunque me dé cuenta antes que él de que es un fracaso.

El investigador en jefe salió del local. Dentro del tanque de contención el número 43 ha dejado de gruñir y golpear el cristal. No había hablado con María desde el día anterior. Tampoco escuché nada sobre la zombización aunque aún estaba en el plan de trabajo. No obstante, nadie había tocado el tema; al parecer, para que las cosas funcionen correctamente, es necesario usar el método de María y protestar por todo.

La culpa la tienen estas malditas pruebas con el suero en aerosol.

V

Sábado.

El mejor día de la semana. El día de descanso. El día de dormir la mañana. El mejor momento para que las amas de casa preparen la ropa de lavar, los niños vean animados en el televisor y los adolescentes se preparen para salir en la noche. Es el día de descanso por excelencia. El momento en que la familia está reunida y sin presiones. Quizás por eso los sábados son cuando los inspectores de la Campaña de Lucha contra el Aedes Aegypti se deciden a pasar por tu casa.

Pero primero vayamos por partes.

Aedes Aegypti es el nombre científico de un mosquito. No uno cualquiera, es fácilmente reconocible por tener sus patas con rayas blancas. Pero la cualidad que lo hace famoso es que se trata del mosquito transmisor del dengue. Oficialmente la Revolución cubana lo catalogó de Enemigo y se dio inicio a una campaña de proporciones casi militares. Pese a que este año la «guerra contra el mosquito» cumplirá quince años, este pequeño insecto aún no integra las filas de las especies en peligro de extinción. Lo cual vuelve dudosas casi todos los discursos ecologistas sobre el impacto ambiental de la actividad humana.

Respecto al dengue, se trata de un peligro tan real como el virus Z. Pero nuestro gobierno, en lugar de invertir recursos en eliminar salideros de agua, asfaltar las calles para evitar charcos y mantener la higiene en la ciudad, decidió dos cosas: emplear estos recursos en pagar abogados costosos para liberar a los cinco héroes presos en Estados Unidos y echarle la culpa de la proliferación del mosquito al pueblo. Así las cosas, la culpa de los pocos resultados que ha traído la famosa campaña contra el mosquito la tenemos nosotros. ¿Por qué? Pues porque ponemos floreros con agua y no tapamos los tanques de agua. Entonces el ministerio de Salud Pública envía inspectores a cada casa para verificar que todo esté bien.

En la práctica, a los tipos de los mosquitos solo les interesa firmar el visto e irse. El verdadero nombre del visto es Control de Visitas Antifocal, un pequeño papel existente en cada casa. Allí los inspectores registran sus observaciones; luego vienen otros inspectores que supervisan el trabajo de los anteriores y revisan que existan anotaciones en el visto. Y luego vuelven otros que inspeccionan a un nivel más alto a comprobar que existan las dos anotaciones anteriores. En fin, que todo se resume a firmar papeles, allanar la privacidad ajena y dejar al pobre mosquito tranquilo mientras pone sus huevos en los charcos de la calle.

El inspector que nos toca el timbre de la reja, aunque esté abierta, es de baja estatura, musculoso y de piel curtida por el trabajo a pleno sol. Apenas se mueve, apenas habla. Mamá sale al portal y le grita que no vamos a fumigar hoy. No hay contrariedad en el rostro del hombre. Pide el visto, hace un par de anotaciones en él y se marcha.

Desde la ventana de mi cuarto, que da al portal, veo cómo se marcha arrastrando los pies como si fuese un zombi. Inconscientemente miro hacia el callejón. La acera y el letrero en la pared permanecen como siempre. Mis ojos buscan al zombi de la otra noche. En la acera de enfrente hay un latón de basura; como siempre, está desbordado y las bolsas con los desechos de las casas están desperdigadas por el suelo. Es normal, siempre demoran varios días en recogerla. Veo un movimiento entre la basura, leve, casi imperceptible, como si estuviera viva. Como si yaciera alguien dentro.

El grito de mamá me hace fijar la atención lejos del basurero. No tuve tiempo de confirmar que realmente la basura se estuviera moviendo, o solo se trató de una ilusión de mi vista cansada por tanta computadora. Ahora han aparecido dos mujeres en la puerta y están discutiendo con mi madre. Ella me vuelve a llamar y me apresuro a salir.

Las mujeres son de mediana edad, pasadas de peso y con gotas de sudor corriéndoles por la cara. Llevan carpetas con montones de papeles en las manos. Seguramente son inspectoras de algo. Últimamente hay inspectores para todo, a nuestro gobierno le gusta tenernos supervisados todo el tiempo.

—Están preguntando por tu hermano —dice mamá abriendo bien los ojos al mirarme—. Dicen que tienen que inspeccionarlo. Ya les dije donde trabajas pero insisten.

—Mira, niño —interrumpe la más alta de las mujeres—, nosotras somos inspectoras de vivienda. Se nos ha informado que en esta casa hay un zombi registrado. El caso es que nosotras tenemos que hacerle un examen físico para constatar que realmente es un zombi y no un fraude.

—Mire, compañera —comienzo a decir—, yo trabajo en el CIDEZ. Créame que reconozco un zombi cuando lo veo. Yo trabajo con ellos todo el tiempo y…

—Mira, niño, el caso es que tenemos que verlo con nuestros ojos y reportarlo, o si no te vamos a poner una multa de mil quinientos pesos.

—¿Y por qué nos van a poner una multa? —mamá está a punto de perder los estribos.

—Mire, compañera, eso es lo establecido. Sin el visto bueno de la Oficina de Vivienda no vale ninguno de los autorizos. Porque hay mucha gente que está falsificando los certificados de zombis para coger la dieta de carne que dan por la bodega y eso es ilegal…

—¿Usted me está acusando de falsificar un documento? —Ya mamá está gritando y las cosas pueden subir peligrosamente de tono. Miro para la casa de al lado y no veo al presidente, aún—. Esto es una falta de respeto. Mi hijo es investigador del CIDEZ y…

—¡Como si trabaja en el Comité Central, mijita! —dice la otra mujer—. Si no vemos al zombi, no hay dieta ¿Qué te parece?

—Mamá, hazme un favor —la tomo por el brazo y le hago una seña abriendo bien los ojos—. ¿Por qué no buscas dentro mi identificación del CIDEZ? Creo que está arriba de la cómoda.

—Óyeme bien, muchachito. Cuando tú ibas yo ya venía —comienza a decir la menos alta de las mujeres. Mamá ya está dentro de la casa—. A mi no me importa donde trabajas porque yo tengo que cumplir con…

—¿Cuánto quieres?

La mujer queda paralizada como si yo hubiera sacado un arma.

—¿Qué?

—¿Que cuánto dinero quieres?

—No, compañero —comienza a decir la más alta—, usted está muy equivocado si piensa que nosotras…

—Mira, no estoy al tanto de la burocracia pero me sé de memoria todos los protocolos zombis porque estaba ahí cuando los escribieron. Créeme, mientras tú veías la novela brasileña inocente de lo que pasaba en el mundo, yo estaba acuartelado tomando muestras de muertos vivientes. La Oficina de Vivienda no atiende zombis y estoy seguro que si ahora mismo voy hasta el Poder Popular ustedes estarían en problemas ¿Me equivoco?

Silencio, ya las tenía donde quería. Ahora todo tenía que ser rápido antes de que mamá saliera.

—Pero no quiero que haya ningún problema, y menos un escándalo en la puerta de mi casa. —Con el rabillo del ojo miré a la casa de al lado. Seguía sin haber nadie—. Así que me parece que con tres fulas se resuelven nuestros problemas ¿cierto?

Y saqué disimuladamente un billete de tres dólares.

Es importante aclarar dos cosas. La primera es que no se trataba de tres dólares americanos sino tres pesos convertibles, o equivalentes al dólar, que en la práctica valen por 24 pesos cubanos ordinarios. Con los que pagan los salarios de la mayoría. Lo otro es que Fula era el nombre de una tribu africana suficientemente belicosa para dar mala reputación a los esclavos pertenecientes a esa etnia cuando llegaban de los barcos. Como nadie quería un esclavo fula, el término quedó acuñado como relativo a algo malo o peligroso. El cómo un término como fula llegó a convertirse en equivalente al dinero fuerte está íntimamente relacionado con el tráfico de divisas en los años ochenta, la despenalización del dólar americano en los noventa y la creación del peso convertible o CUC. Pero esa es otra historia.

Las mujeres guardaron silencio. La más alta cogió disimuladamente los tres fulas y ambas se marcharon en silencio. Para cuando mamá salió con mi tarjeta magnética del trabajo ya iban por la esquina.

—¿Se fueron?

—Finalmente las convencí.

—Esas son unas descaradas, seguro que querían dinero. Pero conmigo están locas si vienen a intentar chantajearme porque no les iba a dar ni un kilo.

—Por cierto, mamá —traté de cambiar de tema—. Qué raro que nuestro presidente del CDR no se asomó a ver que pasaba.

—Está para el hospital, creo que a su mujer la mordió el perro. Parece que lo van a sacrificar.

Algarabía y vítores desde lo profundo de mi corazón. Era una lastima que no hubiera que sacrificarlo a él también.

VI

Siempre era raro cuando estábamos solos en su cuarto y nos sentábamos sobre la cama con los zapatos puestos. María posiblemente sea la única mujer cubana que no está obsesionada con la limpieza. Después de todo, tiene otras cosas en que pensar.

Desde los tiempos de la universidad yo he sido su amigo. He sido su paño de lágrimas cada vez que ha tenido un fracaso emocional y su confesor cada vez que inicia una nueva relación de pareja. La he visitado una noche por semana, nos hemos acostado en la misma cama toda la noche, hemos hablado hasta el cansancio… y nada más.

Lo cual es muy jodido si se tiene en cuenta el hecho de que he querido estar con ella desde que la conocí. Pero cuando una mujer te cuenta sus secretos y te trata como su hermano menor o su amiguito gay, bueno, no hay muchas opciones.

—¿Así que mañana tienes que ir a ver al director? —digo casi con asombro, recostándome a la cabecera de la cama.

—Así mismo. Como en la secundaria cuando te portabas mal. —María casi parecía divertida.

—No te veo preocupada.

—¿Por qué habría de estarlo? Si me botan ya encontraré donde trabajar. Al fin y al cabo soy graduada en Física y estoy acostumbrada a este tipo de rechazos.

Así es ella, eternamente optimista y despreocupada, como si sus problemas no fueran de este mundo. Como si no le importara comer bien o tener una buena casa. Lo más probable era que en su cerebro solo hubiera cabida para complejas series numéricas y teorías cuánticas mezcladas con budismo zen.

—¿Y tu viaje, qué? Por fin te vas a España.

—Si todo sale bien, sí. Mañana voy a ver lo del pasaporte y el viaje y esas cosas. Me perderé tu regaño en el instituto pero prometo llamarte por la noche.

—Está bien. ¿Dónde es que vas?

—Málaga.

—¿Qué parte de España es eso?

—Andalucía.

—Interesante. ¿Hay zombis allá?

—Los hay pero muy pocos. Están haciendo unas comunas autónomas. No solo con energía solar y suministro propio de agua sino verdaderamente autónomas desde el punto de vista jurídico. Como si fuera un país aparte pero con las mismas leyes españolas.

—¿Y quién manda, quién dirige?

—Supongo que hay un consejo o eligen un jefe. La idea es crear un espacio aislado y libre de zombis.

—Un montón de gente armada y sin temor a la ley, con la justificación de un enemigo externo y bajo un mando dudosamente democrático. Eso se me parece sospechosamente a la Revolución cubana. No creo que funcione.

—La verdad es que contigo no se puede ni soñar.

VII

Llegué a la esquina y por suerte no había nadie en el teléfono. El día había sido terrible y agotador. La mitad del día lo pasé haciendo colas para entrar a las oficinas del Ministerio de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente. La otra mitad en entrevistas con funcionarios que me trataron como si intentar viajar fuese un delito y yo su principal sospechoso. A eso y entregar fotos de pasaporte y visa, sellos de timbre y firmar montones de papeles se resumió mi día.

Ahora debía cumplir una promesa hecha la noche anterior. Ya había caminado más de cuatro cuadras y solo encontraba teléfonos descompuestos o fuera de servicio. Finalmente funcionó uno que estaba en una de las columnas de una panadería. La privacidad era nula porque siempre había personas entrando y saliendo. Incluso las veces que se hacía cola quien llamara se encontraba hablando por teléfono en medio de una cola para buscar el pan. Igualmente mi llamada tampoco era tan privada. Marqué el número de la casa de María. Dio timbre.

Justo en la acera de enfrente, en un taller de reparaciones, había una pancarta nueva con la consigna:

LOS ZOMBIS EN DEFENSA DEL SOCIALISMO.

De repente, por alguna extraña razón, recordé los procesos de zombización y los soldados zombis. Un escalofrío corrió por mi nuca.

—Oigo —era la voz de María.

—Oye, soy yo, Ricardo Miguel.

—Ah, dime.

—Cuéntame ¿Cómo te fue con los jefes?

—Bien.

—¿De qué hablaron?

—Nada importante.

—¿Te amenazaron con botarte del Centro como la otra vez?

—No.

—¿Estás bien?

—Claro. No hay ningún problema.

—Bueno, imagino que llamé en un mal momento. Chao.

—Chao.

Y colgó.

Esa había sido la conversación más rara que habíamos tenido por teléfono desde que nos conocíamos. Normalmente a ella hay que pagarle para que se calle y ahora se mostraba extrañamente lacónica. A mi mente comenzaron a llegar ideas un poco descabelladas. ¿La habrían amenazado finalmente y ella habría cedido a la presión? ¿Qué cosa podría atemorizar a la Ana de hierro que tantas veces se había enfrentado a la dirección científica, a la administración y al sindicato?

Porque decir sindicato en Cuba es lo mismo que decir administración. Las siglas son CTC y significa Central de Trabajadores de Cuba. Teóricamente debe ser un sindicato unido que funciona en todas partes, pero en la práctica solo es una organización más que hay que pagar y no resuelve nada.

Regresé a casa un poco preocupado. Llegando a mi cuadra pero aún en la calzada, la policía revisaba los papeles de un zombi. El dueño permanecía tranquilo, sin gesticular o mover las manos frente al oficial. Sólo hablaba cuando se le preguntaba, parecía tan zombi como el verdadero. Uno de los policías se me acercó y me señaló con el dedo. Le mostré la tarjeta del CIDEZ sin decir palabra, apenas sin detenerme. Hizo un gesto afirmativo y volvió hasta la patrulla. Un acto inexplicable para un policía. Mientras doblaba la esquina volteé la cabeza tan solo para mirar su andar. El agente del orden caminaba lentamente, mirando al suelo, arrastrando los pies. Como si fuese un zombi más.

«Creo que necesito vacaciones», pensé.

Llegué hasta la puerta de mi casa agotado de la preocupación. Esta vez sólo ladró un perro. En cambio, Ramón salió de la casa y me interceptó antes de que consiguiera cerrar la reja.

—¡Ricardo!

—Dígame, Ramón.

—Quería hablar con usted. Nos ha llegado la orientación para preparar condiciones para una zombización voluntaria masiva. Cada cuadra deberá presentar un voluntario para ser zombizado. Los familiares convertidos en zombis ayudarán en las tareas de choque de la Revolución. Su núcleo ha sido escogido para presentar un voluntario.

—Pero en mi casa ya hay un zombi. —Ni siquiera me detuve a pensar en lo descabellado de una zombización—. Debe haber un montón de casas llenas de gente inútil que ya son zombis y no lo saben.

—Compañero, modere su lenguaje. Su núcleo ha sido escogido por el CDR. Si se niega podría verse como una actitud contrarrevolucionaria. Ahora dígame el nombre de la persona que será zombi voluntaria.

—A ver, a ver, déjeme pensar. ¡Ya lo tengo! ¿Por qué mejor no manda a zombizar al coño de su madre?

—Compañero, mire…

—Mire, Ramón. He tenido un día difícil porque algunos en este país todavía trabajamos en lugar de estar metiéndonos en la vida de los demás. Hágame el favor y lárguese de aquí con esa lista para otro lugar antes de que se la haga comer.

—¡Tú lo que eres es un contrarrevolucionario!

—¡Y tú lo que eres es tronco de chivatón!

Contrario a lo que esperaba, se quedó callado. Ramón tiene mucho más peso corporal que yo y no es que me considere un tipo violento. En una pelea definitivamente él ganaría, pero contra todo pronóstico retrocedió en silencio y miró al suelo como si estuviera avergonzado.

De pronto se escucharon unos ruidos en su casa. Como si un perro grande rasgara con las uñas una puerta. El presidente del CDR se puso pálido, dio media vuelta y entró en su casa.

—¿No habían sacrificado al perro la semana pasada? —dije, pero él ni se molestó en responder—. ¡Ahora te ha dado por guardar al perro impertinente ese dentro de la casa, chivatón!

—¡Ricardo Miguel! —era la voz de mamá—. ¿Qué está pasando?

Cuando ella dice esas cosas me siento como si tuviera siete años.

Finalmente entré.

Ramón entró en su casa sin decir palabra.

VIII

María se había mantenido distante y poco conversadora conmigo. Casi todo el tiempo se lo pasaba encerrada en el local de los servidores y no dejaba entrar a nadie. Ni a mí. Pero como normalmente su carácter era bastante huraño, su comportamiento sólo me resultaba sospechoso a mí. Hasta que volviera a pasar por su casa decidí concentrarme en el trabajo.

Estaba en el sótano de contención número cuatro. Allí todo está refrigerado, aislado y bien empaquetado. No solo hay que pasar varias barreras de contención biológica, además hay que usar trajes aislantes. Por lo general, a los investigadores no nos gusta bajar. No por los peligros que entraña sino porque es muy incómodo trabajar con los trajes.

En realidad se trata de un búnker anexo al Centro de investigación donde se guardan las cepas de todas las mutaciones del virus Z encontradas en Cuba. Pese a que el virus no es aéreo, como la gripe o el ébola, los niveles de seguridad son ridículamente altos. Cosa comprensible si somos lo suficientemente paranoicos para imaginar una mutación del virus zombi que se propague como la gripe y no por la saliva de los infectados.

Estábamos allí buscando muestras de versiones no mutadas como parte de la zombización voluntaria. También había un teniente que aseguraba ser graduado en Bioquímica y pertenecía a la división de ingenieros en las industrias militares de la FAR.

El ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias se creó a finales de 1960 sobre los restos del Ejercito Rebelde que derrotó a Fulgencio Batista en 1959. Al principio, tanto el uniforme de sus soldados y oficiales, como su equipo de campaña se parecían mucho al U. S. Army. Pero poco a poco los fusiles M-1 fueron dando paso a las AKM, así como las bandas de las mangas se transformaron en charreteras con estrellas doradas al puro estilo del Ejercito Rojo.

El teniente lucía como cualquiera de nosotros salvo porque estaba pelado, afeitado y cuando comía lo hacía muy rápido y como un cerdo. Pero era eficiente y callado en el trabajo, así que no puse reparos en trabajar con él.

—O sea que planean convertir estos zombis en soldados —dije en parte para romper el hielo y en parte para olvidarme de María.

—Por el momento no serán soldados capaces de entrar en combate, pero servirán para marchar. Tenemos el desfile del 2 de diciembre arriba y no disponemos del personal humano suficiente para la parada militar.

—¿Pero cómo harán para que marchen bien? Yo he pasado el servicio militar y me pasé mucho tiempo marchando y, créame, eso requiere una coordinación que no tienen los zombis.

El Servicio Militar General, o SMG, antes se llamaba Servicio Militar Obligatorio pero su nombre fue cambiado después porque al parecer el nombre lucía demasiado fascista. Pero en la práctica es lo mismo: cada ciudadano debe servir al menos dos años en el ejército regular y luego pasar a la reserva. Una manera de mantener un ejército considerable y al mismo tiempo ahorrarse el dinero que cobraría un ejército profesional. Una formula eficiente que parecía salida del libro «El Arte de la guerra» de Nicolás Maquiavelo.

El oficial me miró y esbozó una media sonrisa.

—¿Ustedes aún no se han dado cuenta de la sincronización?

—¿La qué?

—Parece que no. Bueno, en realidad no sabemos cuál es la causa. Se trata de un hecho experimental pero tan cierto como la corriente eléctrica. Nuestros físicos están tratando de darle una explicación más o menos coherente antes de informar al Ministerio de Ciencia. Los zombis que conviven mucho tiempo juntos se sincronizan, si fueron inoculados con el suero al mismo tiempo funciona mejor. Prefieren andar en grupos, caminan igual y el grupo recibe órdenes como si se tratara de un solo zombi.

—Pero eso es imposible.

—Es teóricamente poco fundamentado, pero es un hecho. En las industrias de las FAR tenemos grupos de trabajo de cinco y diez zombis que funcionan como un mismo individuo. Pueden realizar tareas de choque con una eficiencia nunca antes vista. Así los hacemos marchar.

—¿Pero qué lo causa?

—Te repito que no hay nada claro aún, pero he escuchado a los físicos hacer lluvias de ideas al respecto. Nada de lo que te cuente ahora ellos lo confirmarían pues está en juego la reputación científica de mucha gente importante y el asunto parece cosa de ciencia ficción.

—Anjá, te escucho. A mí me encanta la ciencia ficción.

—Bien, al parecer, de alguna manera que no conocemos y que nuestros instrumentos no pueden medir, los zombis intercambian información entre ellos. Te repito que es solo una conjetura. Pero resulta que cuando analizas su comportamiento grupal, ya sea en grupos pequeños bajo los efectos del suero o en grandes masas como en los disturbios en el extranjero, pues surge un patrón.

—¿Un patrón?

—Un patrón de aprendizaje. Una pauta de inteligencia grupal. Cada individuo no manifiesta rasgos de aprendizaje o inteligencia pero el conjunto de muchos individuos, sí.

—Como una mente colmena al estilo de las hormigas y esas cosas.

—Esa es la palabra que emplean los físicos a menudo, mente colmena. Yo no entiendo mucho pero se ponen a hablar de la teoría del caos y la complejidad y hablan de intentos de crear mentes colmena uniendo computadoras. Incluso dicen que es una forma de inteligencia. Inteligencia colmenar, le dicen.

—¿Estás diciendo que el virus Z se comunica entre sí a nivel molecular y toda la comunidad viral crea una inteligencia gigantesca que funciona como un hormiguero?

—Eso lo dijiste tú. Yo oficialmente no te he dicho nada.

—De acuerdo, compadre. Queda entre tú y yo.

Y en ese momento sonó la alarma de escape biológico.

IX

Caía la tarde en el barrio y el sol iluminaba el letrero al final de la calle. Una figura caminaba lentamente por la acera, a varios metros de la casa. Se dirigía hacia la avenida, tres cuadras más allá, justo donde paran el P2 y la 174, las únicas rutas que pasan por este barrio. El caminante andaba en silencio y de un modo torpe, arrastrando los pies. Se movía de un modo que parecía casi gracioso. Por momentos movía la cabeza hacia los lados buscando equilibrio. A ratos parecía un borracho, incapaz de controlar su cuerpo y a punto de caer sobre la acera. No era ni un niño grande, ni un alcohólico sin remedio, tenía la piel arrugada y a medio descomponer. El sol había quemado las llagas en su rostro y brazos, la sangre coagulada asomaba por las heridas sin cerrar. Habría que ser muy tonto para no reconocerlo. Era un zombi.

No un zombi cimarrón cualquiera, de los que atacaban por las noches los primeros días de la crisis Z; este, con seguridad, había sido inoculado con el suero y abandonado después por su dueño.

Un zombi sato, callejero, como un perro sin hogar.

¿Por cuánto antes un zombi callejero podía andar suelto a esta hora sin que alguien llamara a la policía? Las cosas han cambiado realmente. Antes había controles en todas partes. Solo en la noche se veían los zombis jíbaros. Gente mordida por sus propios zombis y luego transformada, agresiva y sin suero. Pero eso solo fue al principio de la epidemia, después vino la Brigada Policial Anti-zombis que patrullaba por las noches. Un camión completo que acudía al llamado de la compañera de Vigilancia del CDR.

Hace días que no veía al presidente del Comité. Al parecer, después del problema que tuvimos, decidió meterse el rabo entre las piernas y encerrarse en casa. Tampoco el incidente tuvo consecuencias mayores. Cuando pasaron repartiendo los televisores por el CDR nosotros estábamos en la lista y la abuela tiene ahora un Atec-panda chino nuevecito. Nadie en casa tiene muchas esperanzas de que dure porque con las cosas chinas nunca se sabe. Tenemos el triste ejemplo de las guaguas chinas que a estas alturas están rotas casi todas.

Carmita, la de Vigilancia, tampoco ha pasado a joder con lo de la copia de la carta y los autorizos por lo de mi hermano. Ya este mes le dieron a mamá la dieta de Panchito. Las cosas se van relajando. Como siempre pasa en este país. Pasa un zombi sin autorización ni acompañante por la cuadra y nadie llama a la policía, nadie hace la guardia del CDR por la noche, el alumbrado público no se enciende y después de las diez de la noche todo el mundo apaga las luces. Incluso nuestro presidente. Ya no pasan los carros patrulla en la madrugada. Se nota que pasó la furia de los zombis y la histeria política con el suero y el virus Z. La consigna de CON LOS ZOMBIS, CONSTRUYENDO EL SOCIALISMO quedará desteñida y pasada de moda como SOCIALISMO O MUERTE y todas las demás. Ahora los muertos caminan solos por la calle y nadie les tiene miedo. En este país todo siempre será un relajo.

Me aburro mucho desde que estoy todos los días en casa. Estoy condicionado para levantarme todos los días a las cinco de la mañana, fajarme con dos guaguas llenas de gente y trabajar ocho horas. No sé hacer otra cosa. Es lo que he hecho toda la vida. Primero en el Instituto de Biotecnología, luego en Medicina Tropical y finalmente en el CIDEZ. Cuando ocurrió el accidente mandaron a todos los investigadores para su casa con el 60% del salario; un escape biológico, nos dijeron. Pero ha pasado más del tiempo establecido por los protocolos de cuarentena, no han llamado por teléfono ni nadie del Instituto ha venido a buscarme. Cosa rara. Los jefes siempre exigen trabajo y nunca dan más descanso del que están obligados a dar. Algo grande debe haber pasado en el CIDEZ, algo que justifique este silencio. Antes se la pasaban jodiendo a toda hora, por cada anomalía en el comportamiento zombi llamaban. Si me negaba, decían que el teléfono me lo habían dado precisamente para poder localizarme. Mas ahora todo es silencio. Nada de llamadas a las tres de la mañana, ni carros del Instituto parqueados en la puerta de la casa. Me ha pasado por la mente llamarlos y preguntarles. A veces temo por la naturaleza de ese misterioso escape biológico. Temo se les haya escapado de las manos. ¿Qué otra cosa de origen biológico puede escaparse de un Instituto como ese si no son zombis? ¿Qué tipo de zombis puede crear tanto alboroto?

Decidí no llamarlos. Con los años he aprendido que nunca se debe ir de voluntario. Si no me quieren llamar, mejor para mí. Todos los meses cobro mi dinero en el cajero automático. No necesito hacer trabajo voluntario y, después de todo, un buen descanso no me venía mal. Al menos eso pensé al principio. Ahora me matan las ganas de hacer algo, aunque sea algo inútil. Me aburro de un modo inimaginable. Me sigo levantando a las cinco de la mañana, todos los días, religiosamente, aunque no tenga donde ir.

Pero ahora tengo tiempo de ver las cosas con más detalles. De seguir los patrones de la sociedad. Ahora que no tengo que levantarme para ir al trabajo, puedo ver cosas que no veía antes. Como que hay un zombi que está todo el tiempo entre la basura de la esquina, como si fuera un perro callejero. La gente le tira cosas y las mordisquea. Como si fuese un sato abandonado, como si nunca le hubieran puesto el suero y algo en su interior le dictara que no debe morder a la gente para sobrevivir. Ese fue el zombi que vi aquella noche. Antes me pareció raro, ahora es parte del paisaje.

—Creo que ahora hay más zombis en la calle —dije en voz alta, apartándome de la ventana. En realidad hablaba conmigo mismo pero Panchito me escuchó y pensó que hablaba con él.

—Ni se te ocurra hablarle otra vez a los vecinos sobre los zombis —dijo desde la puerta del cuarto—, recuerda lo que pasó en la última reunión del Comité.

—Es verdad. Panchito, dime la verdad —intenté desesperadamente cambiar de tema para olvidar aquel hecho tan desagradable de mi mente—. ¿Tú no extrañas bañarte?

—A veces, en verano, sí, pero ahora que está llegando el invierno… total, a mí nunca me gustó mucho el agua. ¿No es verdad, mi hermano?

—Verdad que sí. Recuerdo tus gritos para entrar al baño. ¡Cómo se ponía mamá!

—Ahora, al menos resuelvo algo para la casa con eso de no bañarme. Antes tenía que aguantar las peleas de la vieja todo el tiempo. Que si Panchito no trabaja, mira a tu hermano en el CIDEZ y tú de vago, que si te van a meter preso. Y además tenía que bañarme. Ahora por lo menos está tranquila.

—El que está a punto de irse a jugar dominó en la esquina soy yo. ¡Clase de aburrimiento tengo!

—No creas, cada día son menos los que van a jugar a la esquina. La mayoría parecen zombis pero no lo son. Lo sé porque la piel no está corrompida ni los ojos en blanco, pero tienen la mirada perdida y se mueven torpemente. El otro día fui a la esquina y había una pila de gente alrededor de la mesa. Estaban jugando el Timba y el hijo de Pancha… ¿Cómo se llama?… Omarito. Todo estaba en silencio, un silencio de tumba, mi hermano. ¿Cuándo se ha visto jugar dominó con todo el mundo callado?

—Bueno… ¿Pero no lo habían inventado unos monjes con voto de silencio?

—¡Pero en Cuba se juega al dominó dando gritos, mi hermano! Eso es lo que pasa. Los zombis se han puesto de moda. Ahora hasta los chamaquitos quieren parecer muertos vivientes.

—¡No me jodas!

—En serio. No es mi caso, yo lo hago por el picadillo de la cuota, y para quitarme de arriba al jefe de sector —que no es más que una mezcla mal hecha de policía y trabajador social encargado de hacerle la vida imposible a los que no están «integrados socialmente», como era el caso de mi hermano antes de zombizarse—. Pero hay chamaquitos, de los que se sientan en el parque de la calle G…

—¿Dónde iban los frikis antes?

—Allí mismo. Se maquillan como zombis. Lo único que hacen es caminar en silencio desde 23 hasta el malecón y del malecón hasta 23. Después llega la policía, les grita que se vayan para sus casas, nadie protesta. Todos se montan obedientes en la última guagua de las dos de la madrugada. Ese P2 viene para acá repleto de emos y frikis. Todos callados. Tan callados que puedes escuchar tu respiración. Como en una tumba.

—Estás exagerando.

—Te lo digo de verdad. Prefiero no salir a la calle.

En el comedor la abuela seguía mirando su televisor nuevo, recién sacado de la caja. Mamá estaba cocinando algo allá atrás. Yo decidí entretenerme con el periódico. El Granma es el único que recibimos. Las letras rojas forman, con extraña tipografía, la palabra «abuelita» en inglés. Más abajo, en letras blancas contra fondo negro, se lee: Órgano Oficial del Partido Comunista de Cuba. El Granma es un periódico que sigue la ya extinta tradición de los órganos oficiales de los partidos comunistas, como lo fue el Pravda en su momento. Generalmente son diarios que no admiten la competencia y solo expresan una opinión: la del gobierno.

Llevo años leyendo el mismo periódico y no me canso de leer esa parte. Como si se tratara de algo maravilloso y excitante, como si fuera a cambiar de la noche a la mañana, como si un día amaneciera escrito bajo las letras rojas: Órgano Oficial del Partido Republicano Cubano. O quizás Órgano Oficial del Partido Demócrata Cristiano.

Leo el titular: LOS ZOMBIS, UN ARMA DE LA REVOLUCIÓN.

Ni siquiera me molesto en leerlo. Seguramente es una mierda, como todo en el Granma. Tiro el periódico a un lado. No sabes qué hacer, tampoco tengo nada concreto por hacer.

Tocaron a la puerta y mamá gritó un largo «vaaaaa». Panchito corrió para su cuarto a interpretar su papel de zombi. Era un tipo de los mosquitos, el mismo de siempre. Pero esta vez lucía más raro que de costumbre, demasiado callado. Pero su piel está en buen estado y caminaba con cuidado pero no con la torpeza del zombi. Era humano, uno vivo, al menos. He pasado tiempo suficiente con zombis para asegurarlo.

—¿Tienen tanques de agua? —preguntó con voz plana, como de contestadora de teléfono.

—Dos, uno en el techo y otro abajo.

Mamá estaba frente a él con el Visto en la mano. Papel que nunca he entendido bien su razón de existir, pese a mi Master en bioquímica.

—¿Tienen vasos espirituales?

—No.

Algo raro sucedía con este hombre. Cada pregunta que formulaba parecía como si fuera a anotar respuesta, pero nunca llegaba a hacerlo. Hacía las mismas preguntas de siempre, las mismas desde que le declararan «la guerra» al mosquito. Eso en lugar de reconocer el peligro inminente de una epidemia de dengue (siempre hemos sido buenos inventándonos un enemigo). Sin embargo, en este hombre había algo diferente. Decía las preguntas correctas en un lenguaje plano y atonal. Eso podía ser normal; por lo general, ellos no tienen muchas luces. Cuando le respondían hacía como si anotara en la tablilla pero nunca escribía nada. No fingía escribir, simplemente no lo hacía. Como si la escritura fuese recuerdo antiguo y abstracto enterrado en el subconsciente.

Raro, muy raro. Sobre todo porque ya había visto esa especie de ciclo no terminado en las funciones motoras. Lo he visto demasiadas veces en el trabajo para pasarlo por alto. Es una reacción típica de los sujetos de experimentación. Pero este hombre no lucía como uno. Incluso podía hablar. Claro, no lo he oído todavía decir una sola frase compleja.

—¿Tienen flores con agua? —dijo.

—Eso depende del tipo de flores —interrumpí la conversación, pese a la mirada asesina de mamá.

Sabía bien lo que hacía, tan solo intenté un experimento. Si estaba en lo cierto, no podría responder una pregunta de ese tipo. De todo corazón deseé estar equivocado. Por su parte, a mamá no le hacía ninguna gracia mi intervención.

—¡Ricardo, de qué estás hablando! Mira que el compañero está apurado…

La frase se congeló en el aire. El compañero inspector de la campaña contra el mosquito acababa de saltar sobre mí como un depredador. Tenía los ojos en blanco y la boca abierta. Hacía un pequeño rugido mientras avanzaba hacia mí con la mirada perdida.

—¡Panchito, saca a mamá de aquí! —grité.

De un salto mi hermano salió del cuarto, tomó a mamá por los hombros y la alejó del zombi. Panchito siempre fue muy presto cuando era necesario, no es el vago que todos dicen. Mientras, me aparté de la trayectoria del zombi y le di una patada en la pantorrilla. Ni siquiera fue necesaria una patada muy fuerte, ellos no manejan bien el sentido del equilibrio. He visto hacerlo a los tipos de la seguridad del CIDEZ. El cuerpo cayó pesadamente.

No teníamos mucho tiempo. Estaba en peligro la vida de todos. Una sola mordida, un solo roce de la saliva y habría un nuevo zombi en la familia. Después solo sería cuestión de tiempo que no hubiera familia.

—¡Aguántalo, rápido —le grité a Panchito—, no puede levantarse!

Mamá gritaba histérica. Panchito y yo lo sostuvimos uno por cada hombro en un intento estéril de inmovilizarlo. El zombi gruñía e intentaba levantarse. Su fuerza era inmensamente superior a la de nosotros dos juntos. Poco a poco se fue levantando pese a nuestros esfuerzos. Fue ganando la batalla contra la fuerza de gravedad. Era solo cuestión de tiempo. Mamá no dejaba de gritar.

Pero la abuela callaba. El televisor seguía encendido pero ya no había nadie frente al Atec-panda. La abuela siempre fue la más práctica de toda la familia. En silencio, se levantó de su querida butaca y caminó, lentamente porque a sus años no tiene sentido ir rápido a ningún lugar, hasta su cuarto. Volvió a aparecer cuando el zombi casi estaba de pie. Nosotros colgábamos de sus hombros con tal de hacer el peso suficiente. Apenas podíamos retardar sus lentos movimientos. En el comedor sonaba la música del Noticiero Nacional de la Televisión Cubana. Aún no mordía a nadie.

La abuela llevaba en sus manos el viejo y pesado bastón del abuelo. El temible bastón del Viejo, que en paz descanse. Cedro con empuñadura de plata. El terror de los asaltantes del barrio cuando intentaron una vez robar a un pobre e indefenso jubilado. Un recuerdo de cuando las cosas venían de los Estados Unidos en lugar de Rusia o de China. Mamá calló.

El zombi gruñía sin parar.

La abuela descargó un golpe que sonó seco. La sangre coagulada manchó el piso y las paredes. Sentí el crujir de los huesos del cráneo al romperse. La abuela permanecía inmóvil sosteniendo el bastón. Lucía como un samurái en una película de Akira Kurosawa. El zombi, en el piso, no gruñía ya, siquiera se movía.

—¡Cierra la puerta! —Mamá volvió a tomar el mando de la situación. Panchito corrió a obedecerla—. Ricardo Miguel, tú trabajas con zombis. ¿Qué es esto de un muerto viviente que puede hablar?

No solo podía hablar, también podía mirar a los ojos y no tenía la piel podrida. Aunque la sangre aún estaba coagulada. Odio cuando todos me miran en espera de una explicación convincente. Estudié con atención el cuerpo en el suelo con la cabeza destrozada. Revisé la piel, comprobé los reflejos de los miembros que aún se movían de manera autónoma, como el rabo de una lagartija muerta. Esto no podía ser posible. Violaba el principio de crecimiento de la entropía y no sé cuantas más leyes de la física. Esta piel lisa, sin degenerar, no encajaba con la forma de actuar del virus Z. Tampoco esa mirada centrada, casi como la de un humano. Incluso podía decir frases simples.

—Es evolución —dije en voz alta, pero en realidad hablaba para soltar todo este horror que permanecía en mi mente—. Se están adaptando a nosotros. Se han comenzado a mimetizar.

—¿Cómo que adaptándose? —Panchito estaba casi histérico—. ¿Cómo que evolución? Ellos no pueden evolucionar porque no son nada. Son zombis, muertos vivientes. Eso es todo.

—No son los zombis, es el virus.

No tiene mucho sentido explicarle esto a la familia, no entenderían nada. Los zombis son algo más que muertos vivientes, son sistemas bióticos. El reservorio de la única forma de vida que no hemos podido erradicar: los virus. Nadie sabe a ciencia cierta si son entes vivos o autómatas orgánicos. Podemos exterminar depredadores más rápidos y más fuertes, pero no hemos podido derrotar a un adversario menor como la cepa de la gripe. Tampoco pudimos con el VIH. Ahora el virus Z está un paso por delante de los demás. Toma el control de nuestros cuerpos, los mata, reordena el ADN y nos convierte en máquinas de morder. Para así poder diseminar más virus Z entre los humanos.

—La culpa es nuestra —dije y acto seguido llegó ese silencio horrible indicador de que todos me estaban prestando atención—. Fue nuestro suero quien lo ayudó a adaptarse a nosotros. Nos equivocamos. Queríamos usarlos como esclavos y le dimos al virus Z la herramienta para adaptarse a nosotros.

—¿Pero, por qué? ¿Por qué quiere adaptarse a nosotros?

—Es común en los animales lucir como sus depredadores. Así consiguen sobrevivir.

—Nosotros, los depredadores del zombi ¡Ahora sí te tostaste, mi hermano! ¿Acaso no ves el noticiero? La gente en otros países huye de ellos porque se los comen vivos ¡Ellos son nuestros depredadores!

—Nosotros les disparamos con balas explosivas, les lanzamos gas y los quemamos con lanzallamas. Incluso los encerramos en lugares como el CIDEZ para usarlos como cobayas. Somos su mayor amenaza, aunque parezca imposible. Y el suero les permitió parecerse a nosotros. Tengo que volver al CIDEZ. Debo informar… hay que analizar estas muestras.

—¡Nadie va a ir a ninguna parte! —dijo rotundamente mamá.

Su rostro estaba serio. Su voz nos había paralizado a todos, como cuando éramos chiquitos y nos regañaba. Ni bromeaba, ni rogaba, ni imploraba. Y se trataba de mamá. No había manera de enfrentarse a ella. La abuela, por su parte, había vuelto a sentarse en su butaca y nos miraba en silencio.

—Mucho menos tú, Ricardo Miguel. No sabemos lo que pasó en el CIDEZ. Ni siquiera sabemos algo sobre ese misterioso «escape biológico».

—Pero, mamá —replicó Panchito—. Hay que hacer algo, avisar a alguien.

—¿A quién vas a avisar? ¿Al presidente del CDR? A ese ya ni se le ve por el barrio porque a su mujer la mordió un zombi en Venezuela y no lo declaró en la aduana. A estas horas él también debe ser uno de ellos. Con o sin suero. ¿Acaso a la policía? ¿A esos que nunca han hecho nada por nosotros, que se pasan todo el día en la calzada pidiendo identificaciones para luego devolverlas sin decir nada? ¿Acaso a tus amigos del barrio que ya no forman escándalos como solían hacer? Ya ni siquiera las viejas chismosas vienen a contarme la vida y milagros de todo el mundo. Los niños ya no tiran piedras, tampoco nadie protesta. Esta cuadra es una tumba. Una tumba donde los cadáveres aún no saben que han muerto. Ahora cualquiera puede ser un zombi.

No había nada más que hablar. Ella tenía toda la razón. El tipo de las FAR también tenía la razón. Ellos son una mente colmena mucho más inteligente que nosotros. Y ahora se estaba adaptando.

X

Estoy parado frente a la puerta de la casa de María y me siento como en tiempos de mi primera novia. Nervioso e inseguro. Escucho sus pasos dentro. Me preocupa que arrastre los pies para abrir la puerta.

Es la misma María de siempre. Solo que más callada. Y sin ese brillo de inteligencia en sus ojos que la hacía tan sensual. Ahora es una persona común que arrastra los pies al caminar. Justo como el hombre de los mosquitos, si es que puedo llamar hombre a ese títere.

He venido a comprobar una teoría que ha surgido en mi mente entre el horror y el estrés. La mente de un científico a veces puede generar cosas increíbles cuando está bajo presión. Allí donde un humano normal sucumbiría ante un ataque de nervios, la mente entrenada y organizada de un científico puede comenzar a trabajar con un rendimiento extraordinario. Y así conservar la cordura, tal y como me pasó a mí.

—Lo sé todo.

Digo a secas y la escena me parece salida de una película de serie B japonesa. Nosotros dos allí en el umbral de la puerta, parados uno frente al otro. Mirándonos sin tocarnos y hablando monosílabos.

—Define todo.

—Lo de la mente colmena. Lo que están haciendo ustedes.

—¿Nosotros?

—Creo que sería más apropiado decir lo que haces tú. Porque todos son parte de la misma mente ¿no?

—Algo más o menos así. Es mucho más complejo de lo que imaginas. ¿Cómo te diste cuenta?

—Simple análisis. Juntando un dato aquí y otro allá. El suero, siempre fue el suero. No podíamos crear una vacuna. El virus Z poseía cinco veces más variabilidad antigénica que la cepa del resfriado común. Decidimos cambiar el ecosistema del virus, el zombi mismo. Nos convenía obtener un zombi menos voraz, más manejable. Como en la leyenda del Bokor haitiano. Zombis amigables, fáciles de controlar. Zombis revolucionarios. Cambiamos la química de sus cerebros para conseguir desarrollar funciones vitales como el olfato, la vista o el tacto. El suero consiguió mitigar el hambre incontrolada presente en todos los ejemplares de Norteamérica, Europa y Japón. Pensamos convertirlos en seres manejables.

—Como siempre pasa, estás a un paso de la verdad pero los árboles te impiden ver el bosque. Es cierto lo que dices del virus Z, todo, pero cometes un error. Lo estás viendo como un antígeno o una enfermedad. Y el virus Z es un ser pensante. No como nosotros, claro, es un virus. Pero tiene todas las cualidades que definen inteligencia. De hecho, es una inteligencia superior que se propaga por medio del virus. Antes les habías llamado autómatas orgánicos. Es un buen concepto. Hasta ahora piensas que se trata de una mente controladora cuando en realidad es una mente común. Una mente colmena. Primero parasitó las mentes de los cadáveres. Hay una razón muy práctica para eso: son mentes completas, humanas, pero con poca complejidad. Vacías. Buenos soldados para parasitar organismos más complejos: los vivos. ¿Crees acaso que el suero fue un invento nuestro? El doctor Álvarez estaba tras la vacuna cuando fue mordido. Pero el virus no lo zombizó. No era necesario como soldado. Sus conocimientos de bioquímica, además de su reputación en el polo científico, fueron necesarios para desarrollar una nueva fase del plan inicial. Lograr una zombización lenta y sutil.

—¿Cuándo te zombizaron?

—En la oficina del director. Supongo que empezaba a ser molesta para ellos y decidieron callarme. Usaron la nueva versión aerosol de virus-suero en un mismo gas. Pero el tiro les salió por la culata. La mente colmena me permitió conservar mi individualidad a cambio de poder usar mi mente entrenada.

—Tu planeaste el escape biológico, ¿cierto?

—Deberíamos haberle llamado fuga masiva. Había cientos de zombis prisioneros allí. Pude comunicarme con todos, sentir su dolor, su frustración. ¿Sabías que lo sienten todo igual que nosotros? Solo que no se comunican como los humanos. Hablan directo con la Mente pero son tan humanos como nosotros.

—Tan humanos como una hormiga haciendo su trabajo.

—Tan humano como cualquier empleado gris en cualquier parte del mundo. Tan humano como cualquier cubano que espera leer el periódico para saber qué debe pensar hoy. La mente colmena no es el final, es solo una forma más eficiente de civilización. Míralo como un comunismo altamente evolucionado. Un mundo sin guerras, sin crímenes, sin propiedad. Aquellos que buscaron el comunismo depositaron su confianza en el altruismo de sus líderes. Vladimir Ilyich Lenin, Joseph Stalin, Mao Zedong, Kim Il-sung, Fidel Castro… Todos se convirtieron en dictadores, a todos los cegó el poder. Porque eran humanos. Pero la Mente es más que humana. Es alienígena. Viaja por el cosmos en cepas del virus Z y cuando cae con los meteoritos en un planeta con vida inteligente les trae la paz a sus habitantes.

—Los coloniza.

—Los lleva a la utopía. Al verdadero comunismo. Lo que no pudieron hacer ni Carlos Marx ni Federico Engels en la Tierra. Pronto terminará esta crisis, terminarán las guerras, la delincuencia, los policías, el dinero. Poco a poco el mundo se volverá comunista.

—¿Cuál es el plan?

—El mismo plan que supongo tenían las primeras bacterias que respiraban oxigeno en la atmosfera primitiva y rodeadas de enemigos que respiraban aire no oxidante. Lo que intentamos los humanos fallidamente por detenernos a llorar por los árboles de la Amazonia y cuatro pandas muertos en China: terraformar el planeta. Obligar al resto de las especies a adaptarse. El virus Z, o debería decir la colmena Z, acaba de tomarnos la delantera en la evolución. La raza humana acaba de caer en el nivel de los lobos. Todavía hay algunos en Europa y Estados Unidos que se sienten seguros en sus bosques y muerden a los dueños del mundo. Nosotros somos como los perros: evolucionamos, sobreviviremos igual que sobrevivimos a la Revolución, al Campo socialista y al Período Especial. Ya China es una nación zombi. Sus ciudadanos estaban listos para asimilar la Mente mejor que nadie. Cuba es el próximo paso. Después, poco a poco, y gracias a la exportación del suero, las fronteras de los países irán desapareciendo.

—Eso es horrible.

—Sabes mejor que yo que no lo es. Sabes que no significa erradicar la humanidad. Tan solo erradicar sus defectos.

Se acerca. El destello de inteligencia en sus ojos brilla nuevamente. Ya es la María de siempre, inteligente y hermosa. Tan inteligente y hermosa que nunca me atreví a tocarla, o a besarla. Ahora me mira fijo, como nunca me había mirado, como siempre quise que me mirara. Como si supiera lo que estoy pensando.

—Esto es un regalo mío. Ya he hablado con la Mente y me ha prometido que no dejará que te fusiones con ella como hice yo. Tan solo dejará que veas el mundo por los ojos de todos los zombis del mundo. Pero la decisión final siempre será tuya. En esto también la Mente Colmena supera al Marxismo-Leninismo.

Y me besó.

Como siempre quise que me besara.

Y después me mordió.

Como temí que hiciera.

XI

Han pasado tres meses desde el ataque del zombi de los mosquitos. Ya no nos bañamos. Solo salimos para buscar los mandados en la bodega y la dieta de Panchito en la carnicería. Nos movemos lentamente. Hablamos en monosílabos. Como hace el bodeguero, el carnicero, los policías y los delincuentes del barrio. Todos son zombis ahora. O fingen serlo para sobrevivir, como nosotros.

Nunca abrimos la puerta.

Ni a los de los mosquitos, ni a los fumigadores, ni a la policía si viniera. Por la noche dormimos con las ventanas cerradas y todas las puertas aseguradas. Ya ni los perros ladran por la noche.

Panchito dice que en algún lugar las cosas deben de funcionar bien. De lo contrario, no habría electricidad, gas o agua corriente. A lo mejor tiene razón y alguien está tratando de contener esta epidemia. Yo personalmente no lo creo. En este país las cosas han marchado siempre igual. Por inercia y de puro milagro. Los cuerpos de los zombis en las termoeléctricas, o los acueductos, recuerdan sus funciones cuando vivían. Fingen ser seres humanos haciendo mecánicamente su trabajo de siempre. Supongo que algún día habrá fallas verdaderamente complejas y no podrán solucionarlas. Entonces vendrá la oscuridad. Y el hambre.

Pero eso ya ha pasado antes.

La abuela no se despega del televisor. A ella siempre le gustó pero ahora busca desesperadamente un rostro no robotizado. Los locutores repiten las noticias sobre el imperialismo, la hermana nación de Venezuela y los Cinco Héroes. Todos con la misma monotonía del inspector de Salud Pública de hace tres meses. Ella cree que los de arriba no saben nada sobre esta invasión silenciosa. Piensa que por eso no han tomado medidas al respecto. «Pero en algún momento Fidel se enterará, y ya verán esos zombis…» dice mientras se aferra al mando y cambia canales compulsivamente.

Según Panchito, a estas alturas todos deben ser zombis. Los dirigentes, los generales, los del Consejo de Estado, los ministros, todos. Por eso Fidel dice estar enfermo. No puede dar discursos de más de una hora porque es un zombi.

Mamá, por su parte, se empeña en decir que todo es culpa de los americanos. «Terminarán tirándonos una bomba atómica como siempre quisieron», nos dice. «El virus sólo les dará una justificación ahora que todos somos zombis».

En mi opinión no importa si los jefes están muertos o no. Los zombis les convienen a todos. No se quejan por trabajar horas extras, no protestan por las guaguas llenas, no hay que pagarles estímulos en dólares, no escriben blogs disidentes, no se amotinan. En el fondo este país, de alguna manera, siempre ha sido de zombis. Al menos siempre ha funcionado como tal. Nosotros creamos y aceptamos el mecanismo. El virus Z, así como el suero del CIDEZ, solo crearon las personas idóneas para sobrevivir aquí.

¿Los norteamericanos? ¿Las Naciones Unidas? ¿La Organización Mundial de la Salud? Esos ya nos dieron por imposibles mucho antes del primer zombi. Se limitan a ver nuestra televisión e imaginan que nos va bien. Aquí no hay tiroteos, ni estados de emergencia, todo el mundo es feliz frente a las cámaras y siempre se cumplen las metas propuestas por el Partido.

María tenía razón. La mente colmena no me dejó fusionarme con ella. Tan solo puedo saber lo que pasa en el mundo. Poco a poco las cosas van cambiando y el caos desaparece.

Ya no quiero ir a España. Temo encontrar allá lo mismo que aquí. La fórmula del suero fue compartida con los investigadores de la Universidad de Málaga. Ellos se dedicaron a desarrollar una versión comercial del suero. Lo vendieron a empresas privadas que se dedicaron a distribuirlo por toda Europa. Lo peor de todo es que nos pagaron por ello y usamos el dinero para hacer campañas estúpidas contra los norteamericanos.

Los Estados Unidos ya no son el futuro. Ni Rusia, ni China. El virus Z es el futuro. El final tan anunciado en el 2012. La muerte de la humanidad a manos de una mente colmena, de un virus inteligente. Pero nuestro suero les dio una oportunidad de sobrevivir. Convencer a esa mente colmena de coexistir con nosotros en un Mundo Feliz al estilo Cuba.

Y las empresas privadas de Andalucía están creando ese Nuevo Orden. Un mundo ordenado y organizado donde los humanos conviven con el factor Z sin aniquilarse unos a otros. Un mundo donde el individuo ya no es necesario.

Sólo el bien común.

La colmena.

He escuchado noticias sobre comunidades autónomas en Andalucía donde no hay zombis en las calles. Comunidades que viven al margen de la anarquía que genera el estado de excepción zombi que reina en Europa. La gente está comenzando a emigrar hacia allí. A la vieja derecha conservadora no le importa si estas comunidades se asemejan sospechosamente al sueño utópico del Marxismo-Leninismo. Como todo humano, sólo quieren sobrevivir. Moverse hasta donde no lleguen los zombis. Vivir bajo la sombra de quienes les garanticen seguridad a sus hijos. No importa si son los comunistas los que pueden garantizar esto. Todo es parte del mismo plan.

He quemado mi permiso de salida y mi pasaporte. No quiero montarme en un avión y aterrizar en una Andalucía Revolucionaria. Con Comités de Defensa de la Revolución, Milicias de Tropas Territoriales y Policía Nacional Revolucionaria. Con pancartas políticas y miradas vacías en los transeúntes. Sin cuerpos a medio podrir por la calle intentando morder al prójimo. Una sociedad socialista zombizada. Un modelo político importado desde el Caribe que librará a todos de la extinción.

Al parecer, finalmente, algo de los cubanos conquistó España.

No me cabe duda que estamos viviendo un Período Zombi. El siguiente paso en la evolución, como diría María.

Veo a la abuela viendo el desfile del 2 de diciembre. Uno tras otro marchan los muertos vivientes con ropas de camuflaje, fusiles Kalashnikov y visores Vilma. No se cansan, no sudan, no pierden el paso. Son perfectos como las tropas de Hitler. Demasiado perfectos para una isla desorganizada en medio del trópico. Los cubanos nunca hemos hecho las cosas con semejante precisión. Podría decirse que este es nuestro momento de gloria.

Allí, bajo la tribuna donde brillan las estrellas de los generales, justo delante de la gran estatua de José Martí, hay un letrero blanco con grandes letras rojas donde puede leerse la sentencia que el destino depara para nosotros:

JUNTO A LOS ZOMBIS, CONSTRUYENDO EL SOCIALISMO.