LAS VIDAS DE TOLOSÉ

Antonio Zarzo Gómez

 

La noche llegaba a su fin, como tantas otras, y allí se encontraba Tolosé recostado en una incómoda silla, con la pantalla del ordenador en stand-by y un vaso ancho con los restos aguados del último y solitario whisky on the rocks de la noche.

Mientras que los rayos de sol cruzaban la ventana, de persianas inexistentes, que quedaba protegida interiormente por unas cortinas incapaces de filtrar o disminuir la luz del exterior, Tolosé se desperezaba lo justo como para levantarse de la silla y tumbarse directamente en el sofá, hasta que sonara la alarma y empezara otro miércoles de duro trabajo.

La alarma no tardó en sonar más que un cuarto de hora, y siguió haciendo ruido durante los siguientes cinco minutos; hasta que Tolosé consiguió apagarla, cuestión nada fácil en sus condiciones, al no ser una alarma al uso sino la que llevaba incorporada vía software el móvil de última generación, al que se había ido volviendo adicto poco a poco por las facilidades que aportaba a la vida moderna con sus miles de aplicaciones y utilidades, en absoluto relacionadas con el objetivo primordial de un teléfono móvil: hacer llamadas telefónicas.

Se quedó todavía recostado unos minutos más hasta que decidió que era un buen momento para levantarse y empezar con su rutina mañanera. Lo primero que hizo nada más levantarse fue ir a la nevera y coger una botella de agua fresca, con la que ayudar a la pastilla de ibuprofeno a pasar por el gaznate reseco y empezar a disminuir mediante ayudas químicas el dolor intenso y pulsátil que sentía en la cabeza al más mínimo movimiento. Después, como si fuera dirigido por un ente superior, pasó por el baño para hacer el mantenimiento necesario de primera hora, evacuación de residuos del día anterior y ducha rápida, para pasar después por la habitación en la que permanecía la cama sin deshacer desde hacía varios días, para vestirse de manera adecuada para el trabajo, y para salir pitando de casa pensando que otra vez iba a haber atasco en la carretera y que como de costumbre iba a llegar tarde a la oficina por cinco minutos.

Tolosé todavía no había hecho honor a su apodo, principalmente porque no había cruzado palabra aún con ningún ser humano, pero no tardaría mucho más en hacerlo.

Al entrar en la oficina notó cómo los compañeros que habían llegado a tiempo a su puesto de trabajo le miraban de manera recelosa, hecho reiterado en las últimas fechas, no sólo por la elevada frecuencia de los días en que llegaba tarde sino porque había sido propuesto para ser coordinador de grupo. Algo que en el competitivo mundo de la venta de cañas de pescar vía telefónica hacía perder amistades y ganar dolores de cabeza, no siendo todos los dolores de cabeza provocados por la ingesta ingente de bebidas alcohólicas.

La oficina era el claro ejemplo de cómo debe de ser el entorno de trabajo perfecto: sus paredes pintadas con colores claros y relajantes y decoradas con cuadros de naturaleza, sobre todo escenas de pesca dada la ocupación de la gente que trabajaba en ella; los puestos de trabajo espaciosos y con sillas ergonómicas; la iluminación ni demasiado potente como para dañar los ojos ni demasiado suave para no forzarlos y un hilo musical por los altavoces con sonidos naturales como cascadas de agua o cantos de pájaros. Era el sitio perfecto para trabajar, hasta que empezabas a trabajar allí.

Tolosé se sentó en su puesto y se puso los cascos con micrófono mientras que el ordenador se terminaba de encender, a la vez que escuchaba cómo el resto de compañeros intentaba vender el máximo de cañas de pescar posible para hacer que su porcentaje de ventas aumentara. Tolosé había sido el máximo vendedor durante los tres meses anteriores y ya no le preocupaba eso mucho, puesto que si le nombraban coordinador no dependería de sus ventas sino de las del grupo, así que estaba contento con que el resto de compañeros se tomaran en serio su trabajo. Aún así utilizaría su labia para vender cañas todo lo posible hasta que se confirmara el ascenso. La comisión era la comisión.

—Buenos días, le llamo de CañaPes S.A., empresa líder en el sector de la venta telefónica de cañas de pescar, ¿puedo hablar con el señor Domínguez?

—No, lo siento, no se encuentra en estos momentos, soy su mujer. ¿Ha comprado una caña de pescar mi marido?, mira que le he dicho veces que ni se le ocurra. ¿Puedo cancelar la compra?

—No, no se preocupe señora, su marido no ha comprado todavía nada, estas llamadas se hacen a teléfonos de la bases de datos de personas suscritas a la revista "Caña y Pedal".

—Mi marido no está suscrito a ninguna revista, seguro que no. Le gusta la pesca, pero a mí no, así que no pesca.

—Bueno señora, los datos son los datos. Y la revista le llega puntualmente todos los meses.

—Pues por aquí no he visto ninguna. Seguro que las esconde en la oficina, si será...

—Disculpe señora, ¿usted se llama?

—Ay, soy Patrocinio.

—Encantado de conocerla Patrocinio, comprendo que no le guste la pesca, pero eso no es motivo para que su marido no la practique. Piense en lo contento que se pondría si le regala una moderna caña de pescar para su próximo aniversario, y más en la ilusión que le va a hacer sabiendo que a usted le disgusta tanto la pesca, podría patrocinarle usted la nueva caña PillaPeces33 hecha en fibra de carbono, ligera y resistente a la vez con los carretes de aluminio y titanio que harán que su marido sea envidiado por el resto de pescadores. Ya veo la alegría en sus ojos y un bonito collar en su estilizado cuello como regalo de agradecimiento por parte de su marido.

—Bueno, visto de ese modo seguro que le hace ilusión.

—Seguro que sí Patrocinio, y además por comprarla ahora la regalamos una nevera portátil con capacidad de veinte litros, en la que su marido podrá llevar bebida fresca a las maratonianas sesiones de pesca, así como mantener el pescado capturado en perfecto estado hasta la hora de ser cocinado para una cena en compañía de la familia, que seguro que es lo que a su marido más le gusta de la pesca. Disfrutar de las capturas con los que más quiere.

—Sí, me ha convencido, apúnteme una caña y un collar, digo, y una nevera, seguro que se pone contentísimo mi Ramiro.

—Muy bien, en un plazo de 48 horas le llegará todo a su casa. Muchas gracias por su atención y que disfrute del collar Patrocinio.

La mañana empezaba bien, la primera llamada y la primera venta. Sólo con esto ya había superado a sus compañeros que aún no habían logrado vender nada. En cuanto colgó y preparó el papeleo de la venta se quitó los cascos y se acercó a la máquina de café, para tomar el primero de la mañana. Allí coincidió con su jefe que miraba fijamente uno de los cuadros motivacionales colgados en la oficina, en el cual se mostraba cómo un pez que había picado el anzuelo intentaba por todos los medios posibles escapar para salvar la vida, mientras que en la parte inferior del cuadro rezaba la frase "Si el pez pica no sueltes la caña, véndela".

—Buenos días Señor Domínguez.

—Buenos días Tolosé, ¿cómo va la mañana?

—Estupendamente, le acabo de vender una caña a su esposa. Eso sí, haría usted bien en regalarle un collar para su próximo aniversario.

—¿Cómo?

—Sí, su esposa se llama Patrocinio ¿verdad?, pues le he vendido la PillaPeces33 con nevera de regalo. Ha sido bastante fácil, creía que me iba a costar más, lo tenía como un desafío, pero ya ve, coser y cantar. Bonita foto la del cuadro por cierto.

—Esto es increíble, si odia la pesca. Ni siquiera sabe que me dedico a vender cañas de pescar, cualquier mención al arte de la captura de peces y se pone como una fiera. ¿Cómo lo has hecho?

—Eso tiene que haber sido, que no sabe que trabaja usted en esto. No ha sido muy difícil, adulación, promesas de un futuro mejor en forma de collar y caña vendida.

—Es una pena que te vayan a ascender de vendedor a coordinador. Eres el mejor que tenemos por aquí, sobre todo después de la desaparición de Martín.

—Seguro que se cansó de vender cañas y pasó a convertirse en pescador por sí mismo, y ahora está viendo peces vivos de colores por sus propios ojos en lugar de verlos en cuadros.

—No lo sé, fue todo tan repentino y sin avisar. Espero que no le hayan secuestrado y tirado en cualquier descampado, en estas cosas siempre me pongo en lo peor.

—No se preocupe Señor Domínguez, que seguro que no le va mal. Bueno, me vuelvo a mi sitio a ver si puedo vender algo más antes de la hora de comer.

Mientras que regresaba a su puesto, Tolosé pensaba en cómo se había desecho del cadáver de Martín hacía tres meses ya. Un viernes después de salir de la oficina le había invitado a tomar unas cañas, de las de beber, no de las de pescar, para hablar de técnicas de venta. Ya que por aquel entonces Martín era el mejor vendedor que había pisado nunca aquella oficina, pero este era bastante arisco y reservado en sus métodos y en cuanto empezaron a hablar de cómo mejorar el porcentaje de ventas cortó la conversación en seco, tomó el último trago y dijo que ya se verían el lunes.

Tolosé lo siguió como había leído en las novelas de espías y detectives mientras que la ira crecía en él por como se había comportado, hasta llegar a un punto en que no se pudo contener.

Cogió una piedra que había en la calle y se fue poco a poco aproximando a Martín hasta que llegaron a una calle con poca iluminación y poco frecuentada. Entonces aprovechó el momento para golpearle en la cabeza y dejarle inconsciente y oculto entre unos cubos de basura. Comprobó el pulso pero no lo encontró y en ese momento toda la ira que había sentido por dentro se transformó en desesperación y en parte en alegría, y rápidamente se dio cuenta de que no podía dejar el cuerpo ahí. Lo cubrió lo mejor posible y fue a por su coche con la esperanza de que cuando llegara el cuerpo siguiera ahí, como ocurrió. Lo metió en el maletero y se dispuso a llevarlo a algún lugar donde lo pudiera dejar sin que fuera encontrado.

Mientras que conducía sin rumbo fijo, recordó que durante las últimas semanas Martín había mencionado en algunas ocasiones que tenía la necesidad de descansar y que lo mismo algún día se iba al Caribe a ver peces de verdad. Así que Tolosé aprovechó la coyuntura para ir hasta el mar más cercano, que estaba a unos 300 kilómetros, y por lo menos dejar el cuerpo lo más cerca posible de los peces. Para él eso tenía toda la lógica del mundo en aquellos momentos de tensión.

Cuando llegaron a la zona marítima, fue bordeando la costa hasta que encontró un risco suficientemente alto desde el que tirar el cuerpo. Cuando se disponía a tirar a Martín se dio cuenta de que lo más probable era que flotara y acabara llegando a alguna playa cercana, así que se dedicó a hacerlo más pesado metiéndole piedras en bolsillos y a vaciarlo de aire de una manera bastante sucia y desagradable que había leído en alguna biografía de asesinos de la mafia. Tiró el cuerpo al mar y en cuanto comprobó que ya no flotaba y que se había perdido de vista volvió a montar en el coche y regresó a su casa, no sin remordimientos por lo que acababa de hacer.

Todo esto había pasado hacía meses pero cada noche lo recordaba, y de ahí que se hubiera aficionado a la bebida.

Tolosé siguió vendiendo durante toda la mañana, tres cañas más en total. Para la hora de la comida ya doblaba al segundo mejor vendedor de la mañana. Se disponía a salir de la oficina para bajar al restaurante cuando el Señor Domínguez le llamó a su oficina.

—Tolosé, entra y siéntate, tengo algo que comunicarte. No entiendo por qué pero desde arriba han decidido que al final no seas el coordinador del grupo. Hay preocupación porque disminuyan las ventas al ser tiempos tan difíciles y que no estés tú encargado de hacerlas, sino en la coordinación.

—¿Así que ascenderán a cualquier inútil a coordinador y me dejaran a mí pudriéndome pegado a los cascos y al micrófono del teléfono porque hago bien mi trabajo? Me parece totalmente injusto.

—También están algo enfadados porque no llegas a tu hora ningún día y porque, ¿cómo decirlo?, sospechan que tienes algún problema con la bebida.

—¿Que lo sospechan? Pues claro que tengo un problema con la bebida. ¿Cómo si no iba a aguantar pasar 12 horas en esta oficina con 20 personas hablando a la vez por teléfono intentando vender cañas de pescar?, y todo ello ganando apenas los justo para vivir y pagarme la bebida. Quizá “los de arriba” se crean que este es el trabajo perfecto y que nos bendicen dándonos trabajo. Te lo voy a decir muy clarito Ramiro, este trabajo es una mierda. Si quieres les puedes expresar esta opinión a los de arriba. Y ahora, si no te importa, me voy a ir a comer y a tomarme un par de copas de vino.

Tolosé salió claramente enfadado por la puerta, no dio golpes, no levantó la voz, pero se le notaba en la mirada que estaba en un momento en el que era mejor no cruzar palabras con él. Bajó a comer y después de darse un paseo y justo en el minuto en el que acababa su hora libre subió a la oficina. Se sentó en su silla, se puso los cascos y el micrófono y dejó pasar la tarde sin hacer una sola llamada. Aun así fue el mejor vendedor del día.

Cuando llegó a casa se puso a pensar en cómo podía mejorar su existencia. Le gustaba vender, era un vendedor nato, pero también le gustaba el dinero y trabajar pocas horas. Y ahora le habían vetado la oportunidad de ascender para trabajar menos horas y ganar más dinero. Habían sido los de arriba, ellos eran los culpables de todos sus momentáneos males.

Se le pasó algo por la cabeza, ya lo había hecho antes y no le había salido mal, era la mejor manera de eliminar los problemas de raíz, y esta vez seguramente se pondría menos nervioso. Esa noche fue la primera en mucho tiempo que no bebió, tenía que tener la cabeza clara para poder planearlo todo de la mejor manera posible.

Los de arriba eran dos personas, Simón y Jacobo, los fundadores de la empresa de venta telefónica, y había que acabar con ellos.

Al día siguiente Tolosé llegó tarde a la oficina, pero esta vez lo hizo adrede. Se puso en su mesa y dejó volar el tiempo como dejas que los pájaros vengan y se vayan libres cuando les echas unas migas de pan para que coman, con la intención de provocar una llamada de los de arriba para discutir su actitud. Esto ya había pasado antes con otros empleados. Pasó el día y la reacción no llegó.

El viernes se dedicó a hacer lo mismo, aunque esta vez se llevó un libro para que fuera más evidente que pasaba de todo. A las 12 de la mañana le llamaron a la oficina de Simón.

—Buenos días Tolosé.

—Buenos días Simón, Jacobo, Ramiro, desconocido número 1.

—Tolosé —habló Jacobo—, hemos visto que no te ha sentado muy bien la decisión que hemos tomado acerca de no darte el puesto de coordinador.

—La verdad es que no estoy muy a gusto con la decisión —dijo adustamente Tolosé.

—Por eso te hemos llamado aquí, para que cambie tu punto de vista y sigas vendiendo productos como hasta ahora. Me ha contado Ramiro que le vendiste una caña a su esposa, buena jugada. Pero queremos que sigas así, nada de pasar de todo en la oficina, nada de rascarte las pelotas. Queremos que sigas siendo nuestro vendedor número uno —respondió Jacobo de la manera en que un padre habla a su hijo, orgulloso pero enfadado a la vez.

—No sé si eso va a ser posible jefe, me siento bastante decaído, deprimido, falto de las ganas necesarias para vender, creo que voy a tener que ir al médico a que me hagan un chequeo. Quizá una baja por depresión no vendría mal —comentó Tolosé mientras que dejaba caer sus párpados, carrillos y comisura de los labios haciendo flojear la musculatura de la cara para aparentar cansancio y desasosiego.

—Si lo que buscas es que te echemos de la empresa no lo vas a conseguir. Creo que aún no te has dado cuenta de cómo funciona este mundo. Mike.

Mike era la persona a la que Tolosé había llamado “desconocido número 1”, era de complexión delgada, ni muy alto ni muy bajo sino de estatura media, de pelo negro y mirada más negra aún, negra como una cueva cerrada en la que no han entrado rayos de luz en siglos. Vestía traje, corbata y zapatos también negros junto con una camisa blanca, no era un traje de los denominados caros pero sí se podía apreciar que le venía como un guante, como hecho a medida. No se había movido ni un milímetro de su sitio desde que había comenzado la reunión, pero cuando fue llamado por su amo actuó como movido por un resorte que le impulsó hasta Tolosé, que todavía permanecía de pie, para darle un golpe seco en la boca del estómago, que hizo que se cayera al suelo sin respiración y encogiendo sus brazos para protegerse el pecho ante una posible nueva agresión.

Esa nueva agresión no sucedió.

Mientras que Tolosé gateaba hasta la puerta del despacho para salir de ahí rápidamente, aunque no fuera de una manera digna, habló Simón, que todavía no había abierto la boca.

—Entonces qué, ¿vas a seguir vendiendo como antes o vamos a tener que convencerte de otra manera?

—Voy a ir a la policía. Os voy a denunciar y me voy a pagar unas buenas vacaciones con la indemnización que os voy a sacar. ¡Eso es lo que voy a hacer! —respondió dando un grito de rabia Tolosé.

—Nunca aprendéis. Mike, por favor.

Esta vez Mike cogió un pequeño aparato que guardaba en uno de sus bolsillos. Se acercó a Tolosé y se lo puso en el cuello con la parsimonia del que lleva haciendo eso durante toda su vida. En un instante descargó los 50000 voltios que llevaba cargados en el dispositivo taser dejando inconsciente a Tolosé en el acto.

A las dos horas Tolosé despertó en el interior de un maletero dentro del que podían caber otros 3 cuerpos. Un maletero de cuatro cadáveres como lo llamaban los mafiosos que se dedicaban al negocio. Con un dolor de mil demonios, sentía que se le habían frito todas las terminaciones nerviosas y cualquier mínimo movimiento provocaba una nueva oleada de dolor. Otra hora más estuvo ahí metido intentando pensar algo mientras que minimizaba sus movimientos por el temor a un nuevo latigazo de dolor. De pronto el coche se detuvo y Tolosé se preparó para lo peor ya que desde que había conseguido despertarse sus únicos pensamientos habían sido los más tenebrosos que había tenido en toda su vida.

El maletero no se abrió pronto. Tolosé tardó una media hora más en volver a ver la cara de Mike y fue sólo por unos instantes, lo que tardó este en introducir un nuevo cuerpo en el maletero. Un cuerpo que estaba frío como si estuviera recién sacado de un congelador.

El motor volvió a rugir y con el acelerón y el chirriar de los neumáticos contra el asfalto los dos cuerpos del maletero se juntaron más de lo estrictamente necesario. Tolosé intentó buscar algo en los bolsillos de la ropa del informe témpano de hielo, que en otro momento había sido un cuerpo humano y consiguió coger un mechero. Al principio este no encendía pero calentándolo con su propio cuerpo para que ganara algo de temperatura Tolosé consiguió que al final la llama brotase. No fue una gran luz pero para él parecía como la erupción de un volcán que da luz donde sólo había negrura, después de llevar varias horas encerrado en la oscuridad.

Lo que Tolosé descubrió cuando pudo por fin enfocar la vista hizo que se estremeciera en lo más hondo de su ser: su antiguo compañero, al que él mismo había matado y del que se había ocupado de que desapareciera el cuerpo, estaba allí mismo, en el mismo estado en el que lo había dejado.

Si le querían asustar lo habían conseguido, se habían tomado muchas molestias pero el efecto había sido totalmente efectivo.

Al cabo de otra hora el coche volvió a detenerse. Esta vez la espera fue corta y a los pocos segundos Mike estaba abriendo el maletero y sacando el cuerpo inerte de Martín y el cuerpo tembloroso y aún con vida de Tolosé, tirándolos al suelo terroso enfrente de una silla que permanecía vacía. Alrededor sólo había árboles, no había rastro de civilización en kilómetros a la redonda salvo una furgoneta verde oscuro que estaba aparcada al lado del coche en el que los habían transportado hasta ahí.

Al poco se abrió la puerta lateral de la furgoneta y salió por ella una mujer que rondaría los 50 años, vestía con un mono azul, similar al que utilizan obreros del campo o de cualquier taller mecánico y calzaba unas botas de agua.

—Hola Tolosé —dijo la mujer.

—Hola —respondió temblorosamente y con un hilo de voz Tolosé.

—No sabes quién soy, ¿verdad?

—No, me suena ligeramente su voz, pero no sé quién es. Oigo muchas voces al día como para ubicarla en estos momentos.

—Me llamo Patrocinio, ¿te refresca eso la memoria?

—No es un nombre común, eso tengo que reconocerlo, pero últimamente he pasado por bastantes cosas y no recuerdo quién es usted.

—Me vendiste una caña hace poco, supongo que para gastar una broma o para demostrar lo buen vendedor que eres a mi marido y a sus jefes. Digamos que no me gustaron tus métodos y por eso estás aquí.

Tolosé empezó a recordar poco a poco, lo cual no era del todo sencillo ya que tenía un dolor de cabeza considerable gracias a los últimos acontecimientos.

—Creo recordar ya, pero no es fácil con la migraña que tengo ahora mismo. ¿Le compró su esposo el collar del que hablamos?

—No pierdes la oportunidad de hacerte el listillo, ¿verdad? Muy bien. No hubo collar, pero estoy pensando en regalarte uno a ti.

—No lo veo, Doña Patrocinio. Nunca me han quedado bien los collares, aunque un reloj nuevo no me vendría mal.

—Eso no lo veo yo, lo siento.

—No entiendo por qué estoy aquí con el cuerpo de Martín.

—Bueno, la verdad es que yo soy la auténtica dueña de la empresa, aunque mi Ramiro no lo sepa. Me gusta trabajar en la sombra.

—¿Y eso qué tiene que ver?

—Digamos que esa es sólo una de mis empresas, que la monté sólo para que Ramiro tuviera una ocupación y se sintiera útil cuando le despidieron de su último trabajo. En la estructura que tengo montada me gusta tener vigilados a los recursos que pueden ser útiles en el futuro.

—¿Y yo podía ser útil?

—Ja, ja, ja, no, ombligo del mundo. El útil era Martín, pero tú lo eliminaste y el agente que lo estaba vigilando te siguió y consiguió recuperar el cuerpo no sin trabajo. Tuviste mucha sangre fría para hacer lo que hiciste. Tengo que reconocerte que en otra situación podrías haber sido un recurso valioso.

—¿Pero?

—Ay, ¿quieres un pero?, te lo voy a dar. Ya te he dicho que me gusta estar oculta en la sombra y que no me gustó que me metieras en tu pequeña broma a mi marido. Haz las matemáticas.

—Pero Ramiro se va a enterar de todo, estaba en el despacho cuando tu esbirro me golpeó y me dejó inconsciente.

—No te preocupes por Ramiro. Si hace algo bien es obedecer, y ya me he encargado de que Simón le haga creer que realmente no vio nada y que simplemente has sido despedido.

—Ya puede ser bueno el finiquito. Si no lo es, voy a recordar mucho de todo lo que ha pasado.

—Veo que en tu afán de vender y de dártelas de listo vas a vender también tu silencio. Va a ser un finiquito con el que acabarán todos tus problemas. Mike.

—Sí, Señora.

—Puedes traer el finiquito de Tolosé.

—Enseguida señora. Voy al coche a por él.

—Muchas gracias Patrocinio, se nota que es una persona civilizada. ¿Podría también desatarme las manos para poder firmarlo? —comentó Tolosé mientras se volvía pálido como la nieve al ver a Mike acercarse con un hacha.

—No creo que te haga falta tenerlas desatadas. Adiós Tolosé.

Al pronunciar Patrocinio estas palabras Mike acabó con la vida de Tolosé, el mejor comercial de la empresa, mediante un certero golpe de hacha en la base del cráneo.