CRONOINMENSIDAD
Ricardo Secilla Gutiérrez
Mi nombre es Iven Kalanav, aunque eso carece de importancia.
No sé cuál será el destino de este mensaje, pero es de vital importancia, al menos para mí, que llegue a las manos adecuadas.
El mundo en el que me tocó vivir pasaba por una época que arrastraba la herencia de profunda locura que llevó a la humanidad a un callejón sin salida. Hacía apenas unas décadas todo esto hubiera parecido irreal, como de ciencia-ficción; ya entonces hubo voces que se alzaron para advertir del peligro que corríamos, y muchos tomaron conciencia de lo que estaba pasando. Pero la arrogancia humana no conoce límites, ahora me río de expresiones como “salvar el planeta”, ¡como si el planeta dependiera de nosotros! No nos supimos dar cuenta a tiempo de que era al contrario.
La vida sobre mi mundo había sufrido numerosas crisis antes de la aparición de la especie humana, de hecho las crisis eran algo natural y hasta necesario para el progreso. En principio provocaban extinciones masivas, pero al final desembocaban en auténticas explosiones evolutivas, en nuevos ciclos de diversidad... Nosotros solo éramos una de esas crisis, y no supimos comprender que la vida sigue adelante, pero las crisis tarde o temprano terminan...
Cuando se empezó a frenar el uso indiscriminado de combustibles fósiles ya era demasiado tarde. Los primeros síntomas, que habían comenzado a dejarse notar décadas atrás, fueron los desajustes climáticos: sequías, inundaciones, huracanes que devastaban zonas a las cuales nunca antes habían llegado; y esto solo fue el inicio de algo que ya era irreversible. Poco a poco el hielo ártico se hizo más escaso, hasta el extremo de que durante los veranos desaparecía completamente. Los cinturones climáticos se desplazaron con terribles consecuencias para la civilización: por un lado las ciudades costeras fueron tragadas por los océanos y por otro las sequías y la escasez de cosechas provocaron hambrunas y oleadas de migraciones que acrecentaron la desconfianza entre grupos de distintas etnias y el racismo más radical en muchos casos. Hubo guerras y rivalidades entre países por recursos que antes eran abundantes, como el agua, pero que ahora tomaron un valor desmedido debido a su escasez. La pobreza, la xenofobia y el malestar general alimentaron un odio irracional que contribuyó en buena medida a que el terrorismo se convirtiera en una de las peores plagas de aquel siglo. Curiosamente el miedo y la paranoia llevaban a los gobiernos a desviar prácticamente todos sus recursos económicos a un descabellado gasto militar.
La humanidad estaba más trastornada que nunca, había olvidado cual era el lugar que ocupaba en su planeta y en el universo, su soberbia no le dejaba ver su insignificancia y fragilidad, pero yo no tardaría en comprender esto dramáticamente...
La historia de mi vida hasta mi llegada al proyecto CRONMA es irrelevante, además, por paradójico que parezca, ahora no tengo tiempo para detenerme en detalles que no aportarían nada a la explicación de mi situación actual.
Lo que merece la pena contarse comenzó cuando dicho proyecto estaba casi ultimado. Yo entonces era un piloto de élite con una amplia experiencia en el manejo de prototipos de lo más variado... pero debo ir al grano.
Ahora me parece muy lejano aquel día, cuando contemplaba el interior del inmenso receptáculo transparente situado en el centro de aquel laboratorio, aunque parecía estar vacío yo creía conocer la verdadera importancia de lo que encerraba su interior.
Cuando se miraba directamente hacia dicho receptáculo la invisibilidad de su contenido contrastaba con lo que podía verse a través de la pantalla gravitatoria: una insólita máquina... la primera de su género, construida íntegramente con materia oscura.
A través de dicha pantalla se adivinaba una forma antropomorfa, de aproximadamente tres metros de altura. Sin duda cualquier observador ajeno al proyecto CRONMA hubiera pensado que se trataba de algún tipo de robot, y en cierto modo lo era, pero aquella máquina carecía de mente, había sido hecha para ser pilotada de una forma peculiar... y yo debía ser el primero en probarla.
—Es increíble, Labdhi —dije—, ¿y ya es plenamente funcional?
—Casi —respondió Labdhi, que era una de las principales responsables científicos del proyecto, una mujer de mediana edad que también contemplaba el receptáculo junto a mí—, aunque quedan unos pequeños detalles.
—¿Qué detalles?
—Hay que depurar su software de control, aún no lo hemos probado, sobre todo en lo que a ir al pasado se refiere, pero estamos cerca de resolverlo.
El proyecto CRONMA había comenzado nueve años atrás como un intento de lograr la cronovisión. La idea era poder echar una mirada al futuro para cambiarlo, o para anticiparse a cualquier agresión, ya sea un movimiento hostil por parte de alguna potencia enemiga o un ataque terrorista (curiosamente nuestros líderes no pensaron en su uso para resolver los problemas medioambientales que nos llevaron a aquella tétrica situación mundial).
El potencial del proyecto era inmenso, pero poco a poco fue evolucionando hasta derivar en la construcción de una máquina del tiempo, sobre todo a raíz de dos descubrimientos que cambiaron el curso de la historia: el primero fue la utilización de la materia oscura para construir objetos como si de materia bariónica se tratara, y el segundo la manipulación de la energía oscura, permitiendo la generación controlada de fuerzas gravitatorias de naturaleza repulsiva.
Ambos elementos, materia y energía oscura, constituyen los verdaderos yin y yang del universo, las fuerzas de cuyo equilibrio depende el verdadero destino de este, pero que en cantidades relativamente pequeñas proporcionan una manera de manipular la gravedad para deformar controladamente el espacio-tiempo, como si de una hoja de papel se tratara, con el objetivo de permitir a la máquina en cuestión desplazarse a voluntad por este.
Pero uno de los principales problemas que hubo que solventar es que nada que no estuviera compuesto por materia oscura podía viajar en semejante artilugio, lo que obligó a buscar formas de dirigir la máquina a distancia... pero todas fracasaron, ya que en un principio nadie encontró una manera de comunicarla con su punto de partida espacio-temporal.
Todo parecía quedar abocado a una curiosidad de poca utilidad, una mera manera de enviar materia oscura a través del espacio-tiempo, sin posibilidad de recuperarla si el destino era muy lejano, de no ser por un descubrimiento que cambió completamente el curso de la investigación.
La solución estaba en transferir la propia conciencia del piloto a la máquina valiéndose de una especie de conexión telepática, producida mediante ondas que se propagan a través de un campo de partículas, llamadas psicones.
Lo que hacía especial a este campo de partículas es que su existencia no estaba ligada a las dimensiones espacio-temporales que percibimos, sino que impregnaba a todo un hiperespacio de múltiples dimensiones. La consecuencia de esto es que la difusión de estas partículas es completamente ajena al espacio-tiempo, lo que permite que mediante ellas la mente del piloto pueda controlar la máquina, aunque esta se encuentre en una galaxia lejana o a eones de tiempo.
Se supone que mientras tanto el cuerpo del piloto se mantendría en un estado de coma hasta el retorno de su conciencia. Aunque, produciéndose el regreso en el mismo instante que la partida, los observadores no notarían absolutamente nada, tan solo el piloto tendría constancia de su viaje. Se suponía que si por cualquier razón no había regreso el coma se convertiría en algo irreversible, tal vez en la muerte.
Pero claro, entonces todo esto era teórico, porque yo iba a ser el primero en probar el sistema.
—La primera prueba tendrá un margen seguro —dijo Labdhi—, treinta segundos al futuro, así no tendremos problemas aunque no puedas regresar.
Yo asentí y me tendí en una camilla sin ser en aquellos momentos verdaderamente consciente del paso de gigante que estaba a punto de dar. Una especie de casco se encajó y ajustó automáticamente en mi cabeza. De pronto me encontré dentro del receptáculo, me miré las manos y el resto de mi nuevo y provisional cuerpo robótico... Ahora veía desde la perspectiva de la máquina de materia oscura. Mi nueva forma de percibir el entorno era completamente extraña, podía ver perfectamente en tres dimensiones, pero todo carecía de color debido a que los “ojos” de la máquina, al estar hechos de invisible materia oscura, no podían captar la luz, así que se había dotado al aparato de sensores gravitatorios que enviaban al “piloto” un perfecto mapa tridimensional del entorno.
Escuché la voz de Labdhi:
—¿Puedes oírme? Para responderme no intentes hablar, tan solo piensa.
—Sí —pensé—, pero solo veo a través de los sensores gravitatorios.
—Los sensores de campo de psicones se están calibrando, es normal que tarden unos segundos más. Ten en cuenta que deben ajustarse para filtrar solo la percepción de tu entorno espacio-temporal, de no ser así recibirías tal cantidad de información que acabarías enloqueciendo o muriendo.
De pronto todo comenzó a llenarse de color, pero no con los tonos con los que estamos acostumbrados a percibir la realidad, sino con un colorido que poseía una viveza difícil de describir, incluso el aire parecía estar dotado de color y de vida. Era como si todo el ambiente se hubiera electrizado. Antes de aquella experiencia ni se me hubiera ocurrido imaginar que las cosas pudieran verse con semejante lucidez y claridad. Me sentía como un ciego que, después de adquirir por vez primera el sentido de la vista, descubría todo un mundo nuevo.
Cuando la fascinación inicial comenzó a abandonar mi asombrada mente reparé en algo realmente chocante, algo que no recordaba haber visto en el laboratorio antes de que mi cerebro fuera conectado a la máquina. Parecía una especie de artefacto consistente en una gran masa voluminosa que se sostenía sobre numerosas patas. Poco a poco se desvaneció como una figura fantasmal hasta desaparecer por completo. No sé lo que era aquello, si es que era algo, supongo que no dije nada a Labdhi porque pensé que había sido una ilusión, un engaño de mi propia mente.
—Intenta visualizar la información que te manda la máquina —dijo Labdhi rompiendo el trance en el que la fascinación me había hecho entrar—, debes de poder ver la fecha y hora actuales.
—Sí, puedo visualizarlos.
—Visualiza treinta segundos más y da la orden. Debes tener cuidado con esto, recuerda que estamos en fase de prueba y que lo más probable es que de momento solo puedas ir al futuro.
De pronto Labdhi pareció desvanecerse y materializarse a unos metros, justo delante de la pantalla gravitatoria.
—Un éxito —dijo esta—, has desaparecido de la pantalla gravitatoria exactamente treinta segundos, que tú no debes haber percibido, salvo por mi cambio de posición.
—Increíble, para mí no ha sido ni un instante, voy a probar con unas horas.
—No es prudente, deberíamos dejar los ensayos hasta que esté depurado todo el sistema.
¡Estúpido de mí, que ignoré las palabras de Labdhi! Visualicé la fecha actual y el destino, seis horas más, trescientos sesenta minutos, veintiún mil seiscientos segundos...
El laboratorio se desvaneció y en un instante me encontré envuelto por una claridad translúcida, aprisionado dentro de lo que parecía ser un glaciar, que en parte se había desquebrajado con el estallido de mi llegada. No conseguí ver nada, salvo un borroso tono azul blanquecino que cubría la totalidad de mi área de visión.
—21.600 años —resonó de pronto en mi desconcertada mente.
—Iven —era la voz de Labdhi—, ¿me recibes? Ha habido un problema con el software de control de psicones que hemos tardado una hora en resolver, ahora mismo estás en coma y no has regresado. Creo que estás a más de veinte milenios en el futuro, no intentes nada, ¿me oyes? Procuraré reprogramar a la máquina desde el presente con el emisor de psicones.
Por un momento quedé aturdido cuando comprendí lo que había pasado. “Calma” me dije a mí mismo, “debo volver, veintiún mil seiscientos años atrás”.
El entorno volvió a desvanecerse y en un instante me encontré en un bosque, rodeado por titánicas secuoyas.
—43.200 años.
—¡No sigas alejándote! —ordenó Labdhi— Tengo aquí a todo un equipo de programadores trabajando en esto. No te pongas nervioso, te mantendré informado.
—— —
Milenios atrás para Iven, pero pocas horas después para Labdhi desde que mantuvieran la anterior conversación, esta, después de atravesar varios controles de seguridad, caminaba apresuradamente por uno de los vestíbulos de la enorme base militar donde se desarrollaban numerosas investigaciones secretas, incluida la que originó el proyecto CRONMA.
—El general Ariwanti le está esperando —fueron las palabras de un hombre elegantemente vestido que salió a recibirla.
Anduvieron por un largo pasillo hasta una puerta que el hombre elegantemente vestido le abrió, dejándole paso y retirándose. Se encontró en un enorme y lujoso despacho, al final del cual había una mesa detrás de la que se encontraba sentado un individuo con indumentaria militar, que después de ponerse en pie se dirigió hacia ella tendiéndole la mano.
—Doctora Labdhi Yudhyati, por favor, siéntese.
—General Ariwanti.
—¿Quiere tomar algo?
—No, se lo agradezco. Lo mejor es que vayamos al grano, tengo mucho trabajo.
—Sí, será lo mejor... Verá, personalmente desapruebo estas investigaciones que no tienen ni fines ni beneficios muy claros para el país. Preferiría desviar esos fondos hacia la creación de nuevas armas, o hacia algo que funcionara más a corto plazo, pero yo no tomo las decisiones.
—Afortunadamente.
—Ya... la cuestión es que los fondos no abundan y últimamente todas las investigaciones resultan ser un fracaso, no hace ni seis meses del desastre de la Pratibheda y ahora perdemos esa máquina que, bueno... ¿Sabe cuantos millones hemos tirado a la basura?
—Tenemos contacto con la máquina y con el piloto, aunque estén en un futuro remoto. Intentamos reprogramarla para que regrese.
—Estoy al tanto, lo preocupante es que se supone que el piloto debe regresar al mismo instante de su partida, por lo tanto si fueran a tener éxito en traerlo ya debería estar aquí hablando con nosotros y no en coma, aunque ustedes siguieran trabajando en traerlo. ¿No indica esto que van a fracasar?
—Lo que hacemos aquí es innovador. Que yo sepa nadie ha hecho nunca nada parecido, no tenemos ningún punto de referencia para nuestras investigaciones, no sabemos cómo se resuelven las paradojas de los viajes en el tiempo salvo por hipótesis muy especulativas. Imagínese que Iven estuviera aquí de vuelta porque en el futuro damos con la forma de devolverlo al instante de su partida, imagínese que, como de todas formas ya está aquí, decidimos no seguir trabajando: ¿cómo regresó entonces? Quiero decir con esto que no podemos dar nada por sentado, hasta que no experimentemos más con los viajes en el tiempo todo es una mera especulación. De todas formas seguiremos trabajando para traerlo de vuelta. Aún no tenemos claro qué es lo que falla, pero el tiempo es lo de menos...
—Se equivoca doctora, no hay tiempo. Inteligencia ha avisado de una inminente ofensiva, posiblemente un ataque terrorista a gran escala... con armas nucleares —el rostro de Labdhi se tornó sombrío mientras Ariwanti continuaba—. ¿Comprende la importancia de esa máquina? ¿No hay manera alguna de saber algo del futuro usando ese maldito campo atemporal que descubrieron?
—¿El campo de psicones? Podemos percibir cierta organización en los psicones de nuestra inmediación espacio-temporal, pero más allá de esto hay tal cantidad de información espuria que solo captamos un galimatías sin sentido. Descubrimos que hay mentes que pueden discernir algunos fragmentos, pero no es controlable ni fiable. Para escudriñar a través del espacio-tiempo con claridad y certeza necesitamos tener cerca de lo que queremos ver un objeto con capacidad de transmitir. Quiero decir con todo esto que sin la máquina los psicones solo pueden servir para enviar mensajes. Estas supuestas partículas son entidades que se encuentran en una realidad desconocida para nosotros, una realidad multidimensional, llena de extrañas interferencias y de misteriosas estructuras.
—Pues dígale a ese piloto que averigüe suficientes detalles como para impedir el ataque. Todos sabemos qué países se encuentran tras la planificación de esta ofensiva, nuestro líder no dudará en responder con nuestras propias armas de destrucción masiva... Doctora, no quiero ser alarmista, pero el mundo en estos momentos es un polvorín. Si el ataque llega a producirse las consecuencias serán devastadoras e imprevisibles.
—— —
Continuación de la transmisión de Iven:
Los bosques parecían interminables. En realidad no sé si eran secuoyas o algún otro tipo de árbol muy semejante. En cualquier caso me asombró que aquellas plantas, que en mi época se consideraron extinguidas, ahora poblaran vastas extensiones de tierra.
—Iven —volvió a resonar la voz de Labdhi—, siento no haberme podido comunicar antes contigo. Aunque para ti no haya pasado el tiempo desde nuestro último contacto aquí llevamos tres días trabajando y aún no damos con el problema. Estamos empezado a pensar que no es una cuestión de software, pero creo que nos acercamos a la solución... El asunto urge: el general Ariwanti me advirtió sobre una inminente ofensiva enemiga. Al parecer la guerra está más cerca de lo que parece. Debes averiguar cómo, cuándo y dónde se producirá el ataque. Sé que estás en una época demasiado tardía, pero si la humanidad sigue existiendo en ese futuro en el que te encuentras debes buscar a alguien que conozca la Historia, un arqueólogo o algo así, y comunicarte con esa persona. No se me ocurre otra solución mientras no podamos hacerte viajar hacia el pasado.
—De momento no veo señales humanas.
Hice un esfuerzo por controlarme y no dejarme llevar por la desesperación, me agarré a la racionalidad como a la única rama que me permitía salvarme de una caída en picado por el precipicio de la locura y me dije a mí mismo: “Labdhi es una excelente profesional, seguro que encuentra una solución... y si no, aunque no pueda ir al pasado, probablemente en esta época la tecnología debe de haberse desarrollado tanto que si consigo comunicarme con alguien podré obtener ayuda para regresar.”
Ordené a mi cuerpo de materia oscura que se moviera y así ocurrió. Después de varios ensayos, en los que fui un poco a la deriva, conseguí controlar mis movimientos, infundidos mediante control gravitatorio, lo que me permitía no solo desplazarme a ras de suelo sino ascender a cualquier altura.
Me elevé hasta situarme a un nivel considerable, por encima de las copas de los árboles más altos. Me llamó la atención algo que parecía sobresalir por encima de estos en ciertas zonas del bosque, por lo que me acerqué a uno de aquellos lugares. Al hacerlo descubrí lo que parecían los restos muy deteriorados de unos rascacielos que antaño debieron ser colosales, pero ahora eran como muñones que, brotando de las entrañas de la Tierra, permanecían como testigos mudos de una civilización abortada por algún tipo de catástrofe. Tal vez aquello solo era una zona abandonada, en principio no había razón para extrapolar lo que veía en un lugar concreto al resto del planeta.
Volé a lo largo de una considerable distancia, encontrando siempre lo mismo, hasta que al fin vi señales de vida inteligente. Llegando a un punto en el que los bosques acababan encontré lo que parecían ser unas extensas plantaciones de cereales.
Volví a elevarme buscando con desesperación algún signo de vida humana, hasta que al fin hallé rudimentarios caminos que decidí seguir con la intención de averiguar si llevaban a alguna forma de civilización. Mi búsqueda dio sus frutos cuando descubrí que el final de uno de aquellos senderos desembocaba en lo que parecía ser una primitiva aldea.
Tras deambular por aquellas tierras encontrando más aldeas y ciudades, comprendí que aquellos seres humanos no podían serme de ayuda. Desconocían toda la Historia y los logros de sus antepasados, por alguna causa que me fue imposible descubrir habían regresado a la edad del bronce. De no ser por las ruinas que encontré al principio de mi llegada a aquella época hubiera pensado que por error la máquina me había trasladado a la antigüedad.
Pero en lugar de perder la esperanza decidí seguir adelante con la expectativa de que aquella nueva humanidad volviera a levantarse como el ave Fénix. Tal vez varios siglos más tarde una nueva ciencia me ayudaría a retornar a mi época, de manera que nada tenía que perder si retomaba el viaje hacia el futuro.
“Quinientos años”, ordené a la máquina, pero todo parecía seguir igual.
—500 segundos —fue la información que recibí.
“Maldita sea... veamos, quinientos años son seis mil meses, ciento ochenta y dos mil quinientos días, cuatro millones trescientos ochenta mil horas, doscientos sesenta y dos millones ochocientos mil minutos que hacen...”
De pronto se desvaneció el entorno y me encontré flotando en el aire, sobre lo que parecía ser un océano.
—262.800.000 años.
Cuando recibí la nueva información quedé completamente abatido, sin saber qué hacer. No me atrevía ni a pensar por miedo a seguir alejándome de mi época, pero por otro lado, ¿qué importancia tenía ya?
A mi alrededor solo vi enormes masas de agua, así que tomé la decisión de elevarme para obtener una visión global del planeta, con la expectativa de ver algún signo de civilización avanzada. Al fin y al cabo aquella máquina no necesitaba respirar ni era afectada por la mayoría de las condiciones extremas que se podían encontrar en el universo.
Llegué a un punto del espacio exterior en que mi vista abarcaba el globo terráqueo casi por completo. Lo que más destacaba era la deslumbrante blancura de los enormes glaciares que cubrían sus polos, una buena parte del planeta parecía estar congelado, lo que me llevó a la conclusión de que el nivel de los mares sin duda había bajado brutalmente con semejante acumulación de hielo.
Lo siguiente que me llamó la atención fue el enorme supercontinente en que parecían concentrarse todas las tierras emergidas, a juzgar por el color debía estar helado en su mayor parte.
“Una humanidad suficientemente avanzada hubiera podido evitar esto, es poco probable que exista una civilización, pero no debo perder la esperanza”, me repetí varias veces sin mucha convicción.
Me acerqué a toda velocidad al planeta, atravesando en un abrir y cerrar de ojos las capas exteriores de la atmósfera, y sobrevolé durante un tiempo indeterminado y sin rumbo lo que parecían ser páramos helados. Aquella nueva Pangea era un lugar inimaginablemente grande e inhóspito, y al menos en apariencia carecía de vida.
Pero esta idea se esfumó de mi mente cuando por fin pude ver un lugar cubierto por verdes prados, seguramente a causa de su especial situación geofísica, la cual le propinaba un clima más suave. No tardé en vislumbrar una manada de animales que desde la distancia me parecieron canguros. Me acerqué a ellos con una cautela que se me antojó absurda, ya que ellos no podían verme. Cuando ojeé de cerca a aquellas criaturas me sentí entre fascinado y horrorizado.
No eran canguros, ni ningún tipo de mamífero. Se trataba de una especie de saltamontes o de langosta algo más grande que un ser humano adulto. Se desplazaban de forma similar a los susodichos canguros, saltando sobre unas musculosas y superdesarrolladas patas traseras, los otros dos pares de patas eran mucho más pequeñas y solo las usaban como apoyo cuando se agachaban para pastar. La parte trasera de su abdomen se había desarrollado como una cola que les servía de contrapeso cuando se desplazaban erguidos. Sus antenas eran cortas, pero no paraban de moverse olfateando el aire, inmovilizándose de vez en cuando. Cuando esto sucedía el animal se erguía y giraba su cabeza en todas direcciones examinando el entorno con sus grandes ojos compuestos. Al contrario que los saltamontes que yo conocía de mi época estos carecían de alas.
A pesar de mis limitados conocimientos de biología, sabía que los insectos tenían dificultades para respirar cuando alcanzaban cierto tamaño debido a la anatomía de su sistema respiratorio, así que o bien la evolución los había dotado de otro método de respiración, o bien el aire de aquella época era muy rico en oxígeno. Pero no debo detenerme ahora en estas divagaciones... es necesario que continúe con mi narración antes de... bueno, no adelantemos acontecimientos.
Súbitamente todos los animales se irguieron y acto seguido se produjo la más extraña estampida que había visto en mi vida. Oteé la lejanía buscando lo que los había asustado, entonces vi lo que al principio me pareció una araña del tamaño de un perro que atacaba a la manada. Creí que era un solo animal el que perseguía a los herbívoros con la simple idea de alcanzar a algún rezagado, pero estaba equivocado. Pronto vi otra araña atacar por otro flanco, y después a otra. Comprendí que aquellos animales estaban cazando en grupo, como si de lobos se tratara. Guiaron a la asustada manada hacia un lugar donde la hierba alcanzaba una altura mayor, y de allí surgieron varias nuevas arañas, pero estas no corrieron, sino que por el contrario quedaron inmóviles hasta que sus víctimas estuvieron lo bastante cerca. Cuando así ocurrió, lanzaron un chorro de seda que al caer sobre sus presas se convertía en una especie de red que las hacía desplomarse mientras se empecinaban en una inútil lucha por liberarse.
Cuando la estampida terminó solo quedaron los arácnidos con los herbívoros que habían sido abatidos, entonces comenzó un repugnante festín. Cuando los depredadores se marcharon solo dejaron los exoesqueletos de sus víctimas, huecos y deformados.
Las inmensas praderas se perdían en el horizonte hasta donde abarcaba mi visión, quizás por eso hubo algo en la lejanía que llamó mi atención, algo que parecía ser el único árbol que había conseguido ver después de sobrevolar parte de aquel gran continente. Me deslicé sobre la pradera para acortar la distancia que me separaba del supuesto árbol. Pero cuál sería mi sorpresa cuando al acercarme a este se elevó a la vez que se desvanecía como un espectro incorpóreo, aun así pude entrever algo de su verdadera forma, que en poco se parecía a un árbol. Comprendí con estupefacción que era como el misterioso artefacto voluminoso y sostenido por numerosas patas que había visto en el laboratorio justo en el momento de mi partida.
Continué mi viaje explorando y sobrevolando aquel continente. No tardé en comprender que no había ninguna civilización, todos los vertebrados terrestres habían seguido la senda de la extinción y su lugar había sido ocupado por invertebrados que habían evolucionado de las formas más dispares. Incluso en los entornos más fríos se habían desarrollado algunos insectos de “sangre caliente”, capaces de controlar su temperatura corporal mediante las membranas que a sus antepasados les habían servido como alas. Me costó mucho reconocer en aquel mundo a mi propio planeta, pero ¿qué hubiera reconocido un reptil del carbonífero de su primitivo mundo si de pronto se hubiera visto transportado a la época de máximo apogeo de la humanidad?
En el gran y único océano aún quedaban peces de todos los tamaños, algunos de formas increíbles, pero las especies animales más grandes y llamativas pertenecían al grupo de los invertebrados. Vi babosas marinas con la corpulencia de una ballena que devoraban tiburones, medusas del tamaño de un barco, cangrejos similares a los antiguos y gigantescos escorpiones marinos del Paleozoico.
No sé cuánto tiempo vagué por aquellos océanos, no sé cuántas formas de vida de apariencia alienígena llegaron a contemplar mis ojos artificiales, lo cierto es que todo aquello, por asombroso y espectacular que pareciera, no me era de utilidad para regresar a mi época.
No había indicios de humanidad, ignoro si se volvió a repetir la historia o si nos extinguimos sencillamente porque pasó nuestro tiempo. Lo cierto es que la deriva continental debió borrar todo rastro visible de las antiguas civilizaciones humanas, cuyo recuerdo estaría en aquella época reducido a un puñado de fósiles encerrados en las entrañas de la tierra.
Después de pasar un tiempo indeterminado vagando a la deriva algo me hizo detenerme. En el fondo del mar florecían unas estructuras que al principio se me antojaron arrecifes, pero cuando me acerqué me dio la impresión de que se trataba de algún tipo de construcción hecha con rocas amontonadas. Me aproximé para examinar aquella misteriosa estructura. Vista de cerca no parecía natural, las rocas no habían sido acumuladas al azar: eran perfectamente rectangulares y formaban una construcción sospechosamente similar a un iglú.
Me asomé a la entrada, y a punto estuve de entrar de no ser porque casi me topo de frente con la criatura que estaba saliendo de su interior: un pulpo de un tamaño algo mayor que yo. Me aparté de su camino pensando que aquel animal era un huésped oportunista de aquella insólita choza. Pero algo me hizo poner en duda esa idea, ya que aquel ser, que portaba en sus tentáculos varias herramientas rudimentarias, cerró una especie de compuerta al salir, se detuvo y quedó inmóvil dirigiéndome una mirada escrutadora.
Me dije a mí mismo que no podía verme, aunque tal vez el hueco que dejaba mi cuerpo en el agua creaba algún efecto de refracción, no lo sé. Me moví rodeando a la criatura... me aterrorizó comprobar que se giró siguiéndome con aquella indescifrable mirada y que a continuación extendía lentamente uno de sus tentáculos hacia mí con la aparente intención de tocarme.
—Diez años —pensé, pero seguía allí, en el mismo momento.
Sin tiempo a reflexionar ni a calcular ordené lo primero que se me vino a la cabeza.
—Cinco mil segundos.
Todo volvió a cambiar, pero esta vez me encontré en un entorno impensable... una ciudad en el fondo del océano con las construcciones más asombrosas que jamás hubiera imaginado. Algunas eran cónicas, otras circulares, otras cilíndricas. Lo llamativo de aquellos edificios es que carecían de aristas y que casi todos estaban conectados por numerosos puentes y túneles flotantes.
—5.000 años —fue el mensaje de la estúpida máquina.
Todo estaba lleno de rápidos vehículos fusiformes que volaban por doquier, pero al principio no vi directamente a ningún ser vivo, así que me elevé para deslizarme entre los edificios y explorar el entorno. Al hacerlo pude ver que sobre algunos de los puentes se movían seres similares a cefalópodos como el que había visto hacía un momento, bueno... quería decir un momento para mí, porque para el resto del universo habían pasado cinco mil años. Desde mi punto de vista aquellos seres habían saltado en un abrir y cerrar de ojos del paleolítico a una civilización supertecnológica.
Había oído decir que los cefalópodos eran los más inteligentes de los invertebrados, pero jamás se me hubiera ocurrido pensar que la evolución los llevaría a este punto. En realidad no conocía su nivel de desarrollo, así que seguí explorando aquel nuevo mundo.
Las ciudades se habían extendido por todo el fondo del único y gran océano y la mayoría de las criaturas que antaño habitaban este se habían extinguido o habían sido domesticadas para abastecer a la población de aquellas florecientes metrópolis.
Subí hasta el continente y comprobé que los pulpos lo habían conquistado. Habían construido numerosas ciudades burbuja que se abastecían desde el océano con una red de conductos y canales. Salían a explorar el para ellos inhóspito exterior, enfundados en unos exoesqueletos mecánicos que les permitían moverse fuera de su natural hábitat acuático como si de enormes arañas se tratara. Vi máquinas voladoras surcar los cielos y salir al espacio exterior, pero no llegué a comprobar cuál era su destino.
Dado su nivel de desarrollo pensé que aquellos seres podrían ofrecerme una solución, así que tuve varias tentativas de contacto con ellos.
Tenían un complejo sistema de comunicación visual que se basaba en cambios cromáticos de su piel, toda la superficie de esta podía mutar formando dibujos realmente bellos y complejos. Pero este sistema, además de incomprensible para mí, me era imposible de utilizar por razones obvias, así que pasé un tiempo tratando de influir sobre ellos usando el emisor de la máquina, ya que los psicones, al poder ser adsorbidos y emitidos por las mentes conscientes, constituían una forma de comunicación perfecta entre civilizaciones por diferentes y remotas que estas fueran... Aun así los resultados fueron de lo más dispar. Algunos pensaron que estaban locos y terminaron por creerlo hasta enloquecer de verdad, otros tuvieron las más diversas manifestaciones artísticas, incluso hubo quien llegó al suicidio, pero jamás conseguí que uno solo me tomara en serio. Creo que pasaron varios años hasta que decidí rendirme.
—¡Iven, se está produciendo el ataque, el mundo se ha convertido en un infierno! —era Labdhi otra vez—. No puedo mentirte... ya no hay esperanza. Dentro de unos instantes todo desaparecerá, incluso tu cuerpo, pero la mente que ahora recibe este mensaje no pertenece al cuerpo que va a ser destruido, sino al del instante de tu partida, así que lo único que notarás es el cese de las comunicaciones...
—Pero Labdhi, si sabes cuándo y cómo se producirá el ataque, envía el mensaje a tu propio receptor en el pasado y avísanos de todo esto.
—Lo he hecho, pero no recibo respuesta, es como si algo interfiriera mis emisiones hacia el pasado. Tal vez el enemigo se haya hecho con esta tecnología, creo que son ellos los que han boicoteado el software de la máquina y han impedido que te lleguen las correcciones. No tengo ninguna prueba, pero no se me ocurre otra explicación. Sea como sea para nosotros ya no tiene solución, aunque para ti hay una esperanza... encuentra a alguien que te ayude y regresa antes del ataque, al momento de tu partida. Busca conocimientos para escapar a esta situación y evítala. Si consigues regresar podrás impedir que todo esto ocurra si te diriges a...
—¿Labdhi? ¿Estás ahí?
El receptor solo captaba una inquietante niebla acústica, entonces comprendí que estaba solo, como jamás lo había estado nadie.
Calculé que debía encontrarme en el año 272.807.218. Aquella civilización de cefalópodos parecía tener buena salud, así que pensé que no perdería nada avanzando un poco más, tal vez unos siglos. Pero ¿cómo hacerlo evitando el insalvable defecto que parecía tener la máquina con las unidades de tiempo?
Decidí pensar en un número pequeño, doscientos.
—200 segundos —fue la respuesta de avance.
—Doscientos mil —pensé.
—200.000 segundos.
Solo había avanzado algo más de dos días.
—Trescientos cincuenta millones —pensé con desesperación.
De pronto me encontré sobrevolando un desierto que abarcaba todo lo que la vista alcanzaba.
—350.000.000 años —fue la respuesta.
Eso significaba que ahora estaba en el año 622.805.018. Volé buscando vida, pero al menos en apariencia la Tierra era un planeta muerto. Todas las tierras emergidas parecían haberse convertido en un desierto rojizo. De no ser por algunos ríos y mares que divisé mientras volaba hubiera pensado que por error la máquina me había transportado a Marte.
Cuando estaba a punto de penetrar en el interior de uno de los océanos para buscar vida en sus profundidades, algo me llamó la atención y me hizo descender a ras de suelo. Se trataba de unos extraños cerros que se distribuían al azar por la superficie de una gran llanura. Eran casi todos del mismo tamaño y extraordinariamente redondeados.
Al llegar al suelo comprendí el error que había cometido al tomar aquello por un desierto. El color rojizo que había observado desde arriba no se debía a una superficie rocosa ni arenosa, sino a una vegetación cespitosa, casi del tamaño del musgo, y de color purpúreo que cubría prácticamente toda la Tierra. No había rastro de las plantas verdes que habían sido tan abundantes en otras épocas.
Noté que el suelo temblaba. Al principio pensé que se trataba de un seísmo, pero no tardé en comprender que aquello que desde arriba me había parecido que eran cerros en realidad eran animales colosales que se movían lánguidamente y que parecían comunicarse haciendo temblar el suelo. Aquellas criaturas tenían una forma muy similar a la de los actuales cangrejos herradura, pero toda la superficie de su cuerpo estaba cubierta por una vegetación rojiza más exuberante que la del suelo.
Después de observarlos durante un buen rato comprendí que aquella vegetación no crecía sobre los animales por casualidad, sino que se trataba de una especie de simbiosis en la que las plantas suministraban azúcares, que no tenían problemas en obtener mediante la abundante energía solar, mientas que los animales, a través de unos conductos que tenían en la parte inferior de sus voluminosos cuerpos, suministraban nutrientes desde el suelo a sus huéspedes vegetales. Como el animal emigraba de un lado a otro las plantas nunca tenían problemas para encontrar nutrientes en aquellos empobrecidos suelos. Este sistema debía ser efectivo, puesto que, como ya he dicho, la vegetación que se desarrollaba sobre estos seres era mucho más exuberante y rica que la que crecía sobre el suelo.
Aquellos animales-montaña albergaban sobre sí, además de a sus huéspedes vegetales, a muchos otros animales más pequeños, siendo verdaderos ecosistemas andantes.
Pero no tardé en descubrir uno de los grandes peligros de aquella época cuando el cielo comenzó a cubrirse de nubes oscuras. Al parecer aquella atmósfera estaba sobresaturada de oxígeno, por lo que estar bajo una tormenta eléctrica era una de las peores cosas que podía pasarle a un ser vivo, ya que la más pequeña chispa tenía el efecto de una bomba. Cuando lo descubrí era demasiado tarde. Intenté elevarme, pero fui sacudido por un impacto que de alguna forma afectó a la máquina provocando un nuevo e incontrolado salto.
—530.500.000 años.
Me encontré en una superficie completamente desértica. Si el avance que me había dado la máquina era correcto debía correr el año 1.153.305.018.
Me elevé buscando alguna señal de vida, pero esta vez no había ni ríos ni océanos: el agua parecía haber desaparecido de la faz de la Tierra. Volé hasta tener una visión global del planeta, pero esta vez no pude ver nada de su superficie, debido a una nacarada capa de nubes que la cubría en su totalidad enmascarando la fisonomía del planeta.
Aparentemente la biosfera había desaparecido. Probablemente no había soportado el terrible incremento de radiación solar, que había provocado, entre otras cosas, una total evaporación de los océanos. Me pregunté si por error no había ido a parar a Venus, pero deseché la idea cuando vi que la Luna seguía allí. Aun así traté de ajustar los sensores gravitatorios para obtener una visión de la superficie... en lugar de eso recibí un nuevo mensaje:
—2.000.000.000 años.
Eso significaba que, sin razón aparente, había saltado al año 3.153.305.018. La Tierra seguía siendo un planeta muerto y el Sol ahora era notablemente más brillante. Pero lo que más me llamó la atención fue el espectáculo que ofrecían las estrellas: gracias a los sensores gravitatorios era capaz de contemplar tanto los cuerpos visibles como los invisibles. Las zonas del firmamento en las que había agujeros negros, inapreciables para un observador normal, a mí me resultaban deslumbrantes. Podía ver las inmensas masas de materia oscura que envolvían a las galaxias como extraños filamentos que se entrelazaban dando coherencia a estas. Pero lo que más me sorprendió fue la excesiva proliferación y desorden que en aquellos momentos presentaban estos filamentos, y la descomunal cantidad de estrellas y materia que estaban captando mis sensores. Entonces recordé algo que alguna vez había oído o leído, la verdad es que no sabría decir dónde, pero tampoco importa eso ahora... La cuestión es que comprendí lo que significaba aquello: la Vía Láctea y Andrómeda estaban colisionando. Lógicamente era un proceso de varios millones de años de duración, dentro del que me encontraba inmerso en ese momento.
Lástima que no hubiera nadie allí para estudiar y comprender lo que estaba pasando, aunque ¿quién sabe?, las dos galaxias ocupaban demasiado espacio como para que en ellas no hubiera algún tipo de observador.
En un instante el Sol creció y cambió de color, ahora era una gigante roja que crecía agotando su combustible de hidrógeno.
—4.000.000.000 años.
Estaba en el año 7.153.305.018. Al parecer la explosión había afectado a la máquina y ahora daba saltos al futuro cada vez más largos e incontrolados.
Pude ver como la Tierra se había convertido en un mundo circundado por océanos de roca fundida, y como la Luna se había desintegrado formando un anillo alrededor de esta, dándole a mi mundo de origen un aspecto completamente alienígena.
Me alejé con cierta aflicción hacia el espacio interplanetario. No me cabía duda de que era demasiado tarde para encontrar vida, cuanto más civilizaciones, en nuestro viejo planeta.
El firmamento había cambiado completamente. Sin duda la colisión entre Andrómeda y la Vía Láctea había concluido hacía eones, y por lo que pude observar el resultado había sido la fusión de ambas galaxias en una sola y la expulsión de nuestro sistema planetario dentro de un cúmulo globular que parecía orbitar la “nueva” supergalaxia, muy visible ahora en el para mí nuevo firmamento.
Tal vez debí buscar ayuda a través del espacio, y no a través del tiempo, pero ambas cosas eran igual de inconmensurables y de inabarcables, ¿qué probabilidades hubiera tenido una hormiga perdida en Siberia de encontrar la Isla de Pascua? Pues multiplicar esta probabilidad por una milmillonésima parte y tal vez me quede muy corto... Creo que estoy empezando a delirar. Debo continuar.
Mientras reflexionaba sobre esto, atravesé el vacío interplanetario en dirección a uno de aquellos luceros, que por su brillo supuse que era uno de los viejos planetas de nuestro moribundo Sistema Solar. Resultó ser un gigante gaseoso que en principio no reconocí, pero no tardé en advertir que se trataba de Saturno, que había perdido sus anillos seguramente hacía ya miles de millones de años, cuando terminaron por ser barridos por la influencia gravitatoria de los satélites del colosal planeta.
La visión de unos puntos de luz lejanos que parecían moverse en las inmediaciones de la luna Titán me sacó de mi ensimismamiento, aquello no me cuadraba con nada conocido. Me acerqué rápidamente y descubrí con cierta alegría que se trataba de varios vehículos artificiales de distinto tipo.
Al atravesar la atmósfera de Titán encontré océanos y ciudades. Al parecer el crecimiento del Sol, al igual que había convertido a la Tierra en inhabitable, había dado a Titán unas condiciones idóneas para la vida. Pero aquella vida no era autóctona de allí, después de explorar la superficie del satélite comprendí que aquel mundo era un inmenso océano, terraformado por los que parecían ser los descendientes de aquella remota civilización de cefalópodos. Comprendí que gracias a ellos Gaia no había muerto, sino que se había trasladado a un hogar menos inhóspito. Al parecer dicha civilización había sabido ser más longeva que la todavía más remota, autodestructiva y desequilibrada civilización de primates de la que yo procedía. Sin duda había mucho que aprender de una civilización con eones de antigüedad, en contraposición a la de los seres humanos, que apenas resistió unos milenios.
Sentí un cierto alivio cuando pude captar la existencia de distintas máquinas de materia oscura construidas por aquellos seres con fines para mí desconocidos, pero mi alegría se desvaneció cuando volví a sentir el cambio a mi alrededor. El Sol creció aún más y los océanos de Titán se desvanecieron convirtiéndose en desiertos rocosos.
—5.000.000.000 años —fue la absurda respuesta de la máquina.
Eso significaba que me encontraba en el año 12.153.305.018. En cada salto la máquina permanecía ligada al cuerpo más influyente de su entorno gravitatoriamente hablando, de no ser así al dar el primer salto en el tiempo me hubiera perdido en el espacio profundo debido al lógico movimiento de los astros. La cuestión es que ahora parecía haber hecho el salto temporal ligándome a Titán.
Ascendí hasta escapar de la luna de Saturno para inspeccionar el entorno, y cuando comprobé que el Sol era prácticamente invisible desde allí comprendí que se había convertido en una estrella moribunda, prácticamente apagada. Mi último salto en el tiempo había sido tan drástico que no llegué a ver como el astro rey crecía en su fase de gigante roja hasta tragarse a la Tierra. Comprendí que mi planeta natal había dejado de existir, engullido por la estrella que antaño había sido el motor de la vida en él.
Tampoco llegué a ver la nebulosa en que el Sol debió de convertirse después de aquello, cuando sus capas más externas fueron arrojadas al espacio exterior, ni llegué a ver como se tornaba enana blanca. Seguramente fui demasiado lejos en el tiempo o, ¿quién sabe?, a lo mejor nuestras ideas sobre la evolución estelar no sean del todo correctas.
No importa, el caso es que ahí estaba yo, flotando en un sistema planetario muerto, sin saber a dónde ir ni qué hacer... sin poder controlar mis violentos avances hacia un futuro cada vez más lejano e incierto, sin un mundo que observar y con la amargura de haber rozado con la punta de los dedos la continuidad de mi civilización.
Algo le pasa al firmamento, muchas estrellas han desaparecido y no puedo ver las otras galaxias ni los filamentos de materia oscura de sus inmediaciones.
—10.000.000.000 años.
Debo de estar en el año 22.153.305.018. Las estrellas más lejanas parecen haberse esfumado, el firmamento es extraño incluso para mí. Creo que el universo está empezando a desgarrarse, de ser así, otro salto me llevará a una muerte segura... o al menos eso creo.
La máquina parece haberse vuelto loca, me da la impresión de que está dando continuamente saltos de los que ni siquiera es capaz de proporcionarme información. Veo como las estrellas desaparecen conforme más lejos están, casi no queda ninguna...
Una inexorable nada avanza hacia mí, el universo se desgarra y muy pronto todas las partículas se alejarán tanto unas de otras que será imposible la existencia de la vida... mi propia existencia no será viable.
Por eso lanzo esté mensaje telepático a través del hiperespacio, haciendo uso del emisor de psicones de la máquina, con la esperanza de que sea recibido por alguna civilización lo suficientemente avanzada como para rescatarme de este último momento del universo. Tal vez haya alguien en algún remoto pasado del cosmos, de este o de otro universo, que pueda ayudarme... O al menos, si no consigo salvarme, puede que en alguna parte del multiverso haya mentes que capten mi historia, sepan de mi existencia y reflexionen sobre cuál es su lugar en el cosmos, aunque a mí solo me consideren una fantasía...
¡La nada se acerca... Ya está aquí!
Creo que mi mente se desvanece, ahora veo alucinaciones, algo se materializa... es ese artefacto otra vez...
—TRANSMISIÓN INTERRUMPIDA —
EPÍLOGO
Silencio y oscuridad...
—¿Dónde estoy? No veo nada.
—De momento estás a salvo. Iven, estás en Titán, en la época en que aún existía y era habitable.
El silencio dio paso a millones de voces que saturaron mi mente. No sé cómo, pero comprendí que aquellos seres eran los mismos que habían escapado de la Tierra y habían terraformado Titán. Dialogaban silenciosamente a través del campo de psicones. Millones de mentes separadas por años luz de distancia y por eones de tiempo se conectaban formando una inmensa red social, como las neuronas de un macrocerebro cósmico, que vigilaba la evolución del universo y protegía su propio origen mediante el control del campo de psicones.
—Vosotros me habéis lanzado al mismísimo final del universo, ¿por qué? De mi regreso dependen muchas cosas.
—Queríamos mostrar vuestra insignificancia. Aunque te dejemos regresar os extinguiréis y al final nosotros estaremos aquí. Pero si os dejamos salir de vuestros límites espacio-temporales colonizaréis y devastareis todas las eras cósmicas, destruyendo nuestra propia evolución y la máxima culminación de Vida: La Gran Conciencia. Por eso debéis quedar confinados en vuestro zoo temporal, podéis ver vuestro desastroso futuro, pero no modificarlo usando los cronoviajes.
—Pero mi misión no es modificar nada, sino recabar información. Al no permitirme regresar condenáis a la humanidad de mi época a empezar de cero.
—Eso no es cosa nuestra. Durante los milenios en que habitasteis la Tierra fuisteis incapaces de mantener un equilibrio, y esto os condujo a la extinción. No pudisteis escapar de vuestra propia locura, vuestras civilizaciones se levantaron y cayeron en repetidas ocasiones en las cuales siempre ocurría lo mismo: sabíais lo que estaba pasando, sabíais cómo ponerle freno, pero no lo hicisteis arrastrados por ambición, comodidad o locura. Nosotros tenemos la llave del tiempo y hemos llegado a convertirnos en la mente atemporal de Vida porque hicimos algo de lo que vosotros fuisteis incapaces: sobrevivimos a nuestra propia civilización, sobrevivimos a múltiples crisis planetarias, sobrevivimos al fin de nuestro mundo de origen cuando el sol creció hasta casi tragárselo, sobrevivimos a la desaparición del Sol porque llegamos a colonizar innumerables sistemas planetarios, y sobrevivimos al fin del universo cuando este no pudo albergar materia organizada porque nos hemos convertido en conciencia pura y somos capaces de partir hacia un nuevo universo... Por eso mismo debemos proteger el Tiempo. ¿Crees que tu especie sería capaz de algo así? Si escapáis de vuestro corto periodo de existencia se romperá la cadena de hechos que llega hasta nosotros, y entonces no seríais capaces de prolongar la Vida, se extinguiría como sucedió en muchos otros mundos y nunca habría existido una conciencia universal.
—Pero si nos quitáis la oportunidad nunca lo sabremos.
—No os quitaremos tal oportunidad, si queréis cambiar vuestro futuro hacedlo desde vuestra época, primero debéis cambiaros a vosotros mismos. ¿Por qué a pesar de comprender que dependíais de vuestro entorno para subsistir no hicisteis nada salvo enfrentaros entre vosotros?
—No todos somos... fuimos así, muchos deseamos cambiar, mejorar. Quiero contribuir a salvar mi civilización, y al igual que yo hay millones. No podéis decidir de antemano el uso que haremos de los cronoviajes y qué vamos a ser capaces de hacer y qué no, eso solo depende de nosotros.
—Hemos observado vuestra Historia, ¿qué habéis hecho cada vez que habéis encontrado un espacio virgen? ¿Acaso debemos suponer que con el Tiempo ibais a cambiar vuestra actitud?
—Permitidme volver y mostraré al mundo lo que he visto, lucharé para que solo sea una posibilidad.
Y eso es lo último que recuerdo de mi viaje, cuando abrí los ojos estaba de nuevo en el laboratorio, en el momento de mi partida. Lo cierto es que no sé si el futuro que vi es realmente el nuestro, porque algo cambió, no solo por mi regreso, sino porque poco después de que este se produjera se recibió una transmisión desde el futuro, una transmisión en la que la propia Labdhi advertía sobre el ataque y daba detalles sobre este, detalles que fueron suficientes para impedirlo.
No sé si todo esto ha servido para cambiar algo o solo ha sido una insignificante prórroga a la inevitable extinción.
Tal vez aquella “gran mente” surgida en la línea temporal que vi al final de mi viaje nunca llegue a nacer, o tal vez esté en nuestras manos hacerla aparecer de una manera diferente, a través de nosotros mismos mediante el resurgir de una nueva conciencia colectiva. Lo cierto es que nuestro futuro como especie está en nuestras propias manos...
FIN