EDITORIAL
CHILE Y LA CIENCIA FICCIÓN
Hace ya bastantes años, cuando la colección «Nebulae» aún no había empezado a hundirse en el marasmo que la llevó a su suspensión, tras su número 138, y su fantasmagórico «Siempre» inició de un resurgir que no se produjo nunca, el editor me llamó un día para mostrarme «unas cosas que había recibido de Chile» y que quería que leyera. Por aquel entonces, yo, recién entrado con el pie izquierdo en la ciencia ficción, solo conocía de la sudamericana la revista «Más Allá», ya fenecida y llorada, y la colección «Minotauro», eternamente suspirada por lo difícilmente que llegaba hasta España. La oportunidad de leer algo venido de allende el charco me entusiasmó.
Y los libros también. Uno de ellos, un delgadito volumen (lo que hoy llamaríamos un «mínimo», tipo de libro de poca extensión que nuestras crecientes prisas están convirtiendo en más y más popular) editado por la Universidad de Chile, contenía una novela corta: «Alguien mora en el viento»; el otro, un volumen ya más grueso, editado, si la memoria no me falla, por Zig-Zag, contenía una novela extensa: «Los altísimos». Ambas obras iban firmadas por Hugo Correa.
Las dos merecían ser conocidas por el público español, y así se lo hice saber al responsable de «Nebulae». Este, como buen editor español que era, remugó algunas palabras inconcretas, dejó ambos libros sobre la mesa, y pasó a hablar de otros asuntos. De los dos volúmenes no volvió a saberse nunca. Cuando, algún tiempo después, tras ciertos cambios administrativos en «Nebulae», intenté recuperar la pista del autor chileno, ambos libros habían desaparecido bajo una montaña de papel de archivo, o tal vez caído dentro de un profundo pozo espaciotemporal...
Y es curioso que fuera precisamente otra editorial, Pomaire, la cual, tras abandonar su proyecto de colección de libros de SF «Realismo fantástico», había recibido un manuscrito procedente de Sudamérica, la que me pusiera de nuevo en relación con la obra de Hugo Correa y uno de los relatos que, diez años antes, me había entusiasmado: Alguien mora en el viento.
El resultado es este número que no hemos dudado ni un momento en publicar. En primer lugar, porque nuestro deseo ha sido siempre ofrecer las obras más representativas de la SF en lengua española, y nuestras oportunidades de hacerlo han sido en todo momento más bien escasas. Y en segundo lugar, porque los relatos de Correa tienen una calidad poco usual entre la producción hispano parlante.
Es difícil definir a Hugo Correa dentro de un estilo de narrativa. Su ciencia ficción, a caballo de la fantasía pura, es más humanística que técnica, mucho más ficción que ciencia, y en este aspecto entra de lleno en este lado de la ciencia ficción sudamericana, tan alejada de los patrones anglosajones que todos hemos seguido a ciegas en nuestros inicios. Correa, periodista tanto como narrador, se mueve dentro de tantos estilos literarios que es difícil una calificación. Su narrativa recuerda a veces, como en la excelente crónica que es Asterion, a Lovecraft y su escuela, mientras que el simbolismo de otros relatos, como El último elemento, se acerca más a la literatura fantástica sudamericana, y las poéticas elegías de La bestia marciana y El regreso del arcángel hacen soñar en la melancolía de Bradbury. Ni siquiera las máquinas recuerdan a la ciencia ficción anglosajona: Meccano es un robot, pero está tan alejado de los patrones clásicos que la distancia se podría contar en años-luz.
Pero, permítanme confesárselo, de entre todos los relatos que van a desgranarse a continuación, mis preferencias irán siempre por el último. No solamente porque Alguien mora en el viento representara para mí, en su tiempo, mi primer contacto con la ciencia ficción auténticamente latinoamericana, tras las escasas introducciones de «Más Allá», sino porque considero que el mundo recreado por Correa, ese extraño mundo cabalgando en una nube donde las personas se vuelven viejas o jóvenes según son ellas mismas, es un hallazgo importante en el género. Ciertamente, la ciencia ficción de Hugo Correa es distinta a la anglosajona, y es un mérito el que lo sea.
Porque, además, no le tiene nada que envidiar.