ENTREVISTA CON HARLAN ELLISON

HARLAN ELLISON: Lo que voy a describir es lo que me sucedió hace una semana, el viernes por la noche: tenía una cita con una chica, e íbamos a ver una película a Beverly Hills, y conducía por el Benedict Canyon, que es una de esas rutas montañosas llenas de curvas. Éramos más o menos el tercer coche en una cola y vi por el retrovisor otro coche que se acercaba en forma errática, y que llevaba las luces largas encendidas; llegó hasta medio metro de mi, juntándose mucho, y en una de las curvas en que todo el mundo frenó porque era muy cerrada, cuando yo frené también el tipo chocó conmigo: me dio en la parte trasera. Así que detuve el coche para intercambiar los números de licencia de conducir, que es lo que hacemos aquí en California. Y lo divertido del asunto es que el parachoques trasero de mi coche ya estaba abollado, e iba a hacerlo reemplazar; ya había avisado al seguro y él no me había hecho gran cosa. Realmente no valía la pena, le iba a decir: «¡Hey, olvídelo! Dejémoslo correr, todo va bien...» Pero cuando salí del coche para mirar el daño causado, antes de que pudiera siquiera verlo, arrancó rodeándome, aceleró y echó a correr a unos cien kilómetros por hora por esa maldita carretera. Así que salté de nuevo a mi coche y arranqué tras él, y mi amiga comenzó a gritar: «¡No lo persigas! ¡No lo persigas!» Y yo le dije: «¡Tengo que conseguir su número de licencia!»

Conducía un coche con una placa de matrícula de fabricante. Aquí, en este país, uno puede alquilar coches y las matrículas tienen una gran cantidad de números, una verdadera hilera de números. Y no podíamos ver cuál era su número de matrícula. Tuvimos que ir siguiéndolo a todo lo largo del Benedict Canyon mientras frenaba una y otra vez, esperando que chocase contra él; y, naturalmente, yo lo evitaba cada vez. Y trataba de pasar a los otros coches y, naturalmente, no le dejaban pasar porque era una carretera de línea continua en el centro. Y conducía como un loco, un verdadero loco.

Llegamos a la Hutton Drive y giró a la izquierda, y yo lo seguí por Hutton Drive, y giró a la izquierda, y yo lo seguí por Hutton Drive, y acortó por un atajo y había agua en él porque la gente había estado regando su jardín, y patinó en el agua, y de repente se metió por uno de esos caminitos que forman un ángulo de cuarenta y cinco grados, y yo le seguí.

Y se detuvo, y yo paré junto a él, y al instante de detenerse, antes de que yo pudiera siquiera apagar el motor, ya había salido de su coche, un tipo enorme de un metro noventa o así, un gigantesco hijo de perra que salió de su coche y comenzó a aporrear mi ventanilla con ambos puños. Mi amiga comenzó a gritar, se había aterrorizado y estaba gritando, así que me volví hacia ella para decirle: «No te preocupes, que todo irá bien; lo único que quiero es la licencia de este tipo».

Y, cuando estaba vuelto, él abrió la puerta y me agarró. Y tiró de mí con tal fuerza que arrancó la manga de mi chaqueta deportiva; me sacó de tal forma que mis pies no tocaban al suelo, me apretó contra el coche y comenzó a darme puñetazos en la cara. No tuve ni una oportunidad de defenderme, ni una sola: estaba dándome una paliza impresionante. La chica salió del coche y chilló y gritó y trató de apartarlo, así que él le dio un golpe y la tiró al suelo, y yo di unos pasos hacia atrás, tratando de apartarme.

Estaba en un camino inclinado, una de esas subidas a las casas, y mis piernas cedieron; estaba atontado, tenía la cara llena de sangre y había algo de hiedra y me enredé en ella; no podía moverme y el cerdo aquél se puso encima de mí y comenzó a darme patadas en la cara mientras gritaba: «¡Quieres morir, quieres morir, quieres morir!» Y yo no sabía qué infiernos quería decir y tres personas salieron de aquella casa.

Él iba a la casa de al lado, junto al camino por el que nos habíamos metido, y tres personas salieron de ella, dos hombres y una mujer que finalmente me quitaron al tío de encima. «¡Bob, Bob, déjalo tranquilo, Bob!» Y me puse en pie. Había estado dándome patadas en la cara y puñetazos, y estaba realmente... Tenía sangre por todo el cuerpo, la nariz fracturada, el ojo izquierdo cerrado. No sabía qué infiernos estaba sucediendo. Estaba semiinconsciente y me puse en pie, y el otro tipo que había salido de la casa, Mike, comenzó a chillar: «¿Qué está haciendo aquí, qué está haciendo aquí? ¿Qué está haciendo en nuestro camino?» ¡Y me chillaba a mí!

Y yo le dije: «Ese tipo ha chocado conmigo en Benedict Canyon, estaba tratando únicamente de conseguir su número de licencia...» Y él empezó a gritar: «¡Enséñeme los daños! ¡Enséñeme los daños!» Totalmente irracional. «¡Enséñeme los daños!»... Le dije: «¿Enseñarle los daños?... ¡Si ni siquiera tuve tiempo de verlos!... ¡Estaba aquí y este tipo comenzó a darme puñetazos! ¿De qué está hablando?» Y él me dice: «¡Enséñeme los daños! ¡Enséñeme los daños!» Y ese tío me agarró. Era como un tiburón que oliese sangre, me agarró por el cuello, me empujó contra el coche y empezó a pegarme otra vez en la cara.

Ya había soportado todo lo que podía soportar. Era tan grande como el otro tipo. Ambos eran enormes. Pero lo agarré por el cuello, lo alcé del suelo y lo eché contra el otro coche, yo encima de él, ¿sabe?, simplemente lo eché al otro coche. Y, en ese momento, el otro tipo me agarró por detrás. Me mantuvo con las manos en la espalda mientras el segundo tipo me golpeaba en la cara.

Bueno, finalmente una vecina llegó y se quedó mirándolo todo, y esos tipos la vieron, y decidieron que lo mejor era no seguir, y se metieron en la casa. Mi amiga apuntó la dirección y el número de matrícula, y al ver a la vecina, le dijo: «¡Ayúdenos! ¡Por favor, ayúdenos!» Y la mujer le dijo: «Dígale que saque su coche de mi propiedad. No quiero su coche en mi propiedad...»

¿Comprende? El cálido y maravillosamente cristiano comportamiento de nuestra gente en estos días. De cualquier forma, no pudimos conseguir que aquella mujer nos diera los nombres de los tipos. No quería darnos sus nombres o decirnos nada, así que volvimos a Hutton Drive. En la primera casa que vimos una luz, llamamos a la puerta. Un tipo contestó a la puerta y su mujer iba con él. Ella se metió corriendo en el baño y quería vomitar, por el aspecto que yo tenía, parecía carne para perros. Le dije que quería llamar a la policía, y él me dijo: «Entre. Use el teléfono».

Y llamé a la policía. Mientras estaba esperando que llegase, estaba frente a la casa, y los tipos se metieron en un coche y se largaron. Escaparon. Llegaron los polizontes y tomaron los datos, y uno de ellos dijo que era un delito de poca monta. Yo le dije: «¿Qué me dice, un delito de poca monta? ¡Me asaltan, y usted me dice que es un delito de poca monta, ¿qué clase de estupidez es ésa?!» Y él replicó: «Así es la ley.»

Entonces fui a un dispensario de primeros auxilios, donde se ocuparon de mí. Ahora estoy recuperándome bastante bien. Tendría que haberme visto el sábado pasado. El amigo de Bill Rostler, Paul Turner, vino a hacerme fotos; muchacho, no podría creérselo. Tenía la cara roja, toda ella púrpura. Mi nariz era dos veces más grande, y tenía los dos ojos cerrados. Ni siquiera podía comer. Sorbía líquidos con una pajita. De todas formas ahora he ido a un abogado en el oeste de Los Ángeles, que va a ver si se piensa si presentar una denuncia y blablabla y blablabla...

Y una de las cosas que más me joroba de aquel tipo es que cuando me estaba agarrando, dijese: «¿Qué te parece esto, bastardo judío?» Y me diese puñetazos. ¿Comprende? No tengo ni idea de cómo sabía que soy judío, pero que encima de todo lo demás le digan a uno eso... Y, mire, ni siquiera era tan importante... No me importaba un comino el golpe del coche. Pero hay algo sagrado en el cuerpo de uno. Una dignidad que uno tiene. El cuerpo de uno es propiedad privada, y nadie tendría que tocarlo si uno no lo desea. Y esos tipos me pusieron las manos encima.

Así que eso es lo que pasó el último viernes por la noche.

PATRICE DUVIC: Dice usted que esto es un buen ejemplo de la violencia en los Estados Unidos. ¿Cómo lo relaciona con el estado de ánimo del país?

HE: Me parece un ejemplo típico de lo que está sucediendo en este país, porque uno va por la autopista y alguien te hace un adelantamiento cerrado y uno le da a la bocina como un verdadero hijo de perra: «¡Te mataré! Te mataré!» Y la gente se mete en peleas de esa forma, y eso es lo que sucede.

PD: Sí, pero, ¿por qué? Debe de haber algo muy profundo para que produzca este tipo de consecuencias.

HE: Me está pidiendo que pulse el estado de ánimo de la nación. Creo que finalmente estamos cosechando lo que hemos sembrado durante doscientos años en este país, o trescientos. Hemos recibido este tipo de herencia de los viejos días del Oeste con sus tiroteos, cuando la ley del linchamiento y la actuación de los vigilantes eran la respuesta a todo. En este país tenemos, y vemos codificado y explicado en la TV, en los libros, en las películas, en los diarios, el diálogo inarticulado del puñetazo en la boca. Existe todo un vocabulario de la violencia que ha sido creado en este país y que se remonta al tiempo de los conquistadores. Una creencia de que la violencia es la respuesta final y definitiva, que hay algo decisivo en el dejar caer una bomba encima de alguien, que ésa es la respuesta. Y creo que lo tenemos tan grabado en nosotros, tan dentro de nuestro ser, que se convierte en la única respuesta, y se permite, literalmente, que los maníacos anden sueltos por las calles de este país.

Supongo que esto debe de suceder también en otros países. ¡Por Cristo, fíjese en Irlanda del Norte! Eso es una locura, una aberración. Pero aquí eso se da en mayor escala, cada día en este país hay un número de agresiones que ni siquiera me atrevo a hacer un cálculo estimativo, de gente que es atacada y golpeada sin ninguna razón, sino que simplemente alguien les dijo: «No me gusta tu cara» y les largó un puñetazo.

PD: ¿Las cosas eran muy diferentes hace cinco años? ¿O es algo propio de la década de los setenta?

HE: No, creo que esto es la eclosión del problema. Creo que ya lo hemos tenido en este país durante muchos, muchos años. Allá en los cincuenta yo estaba en Nueva York y andaba con las bandas juveniles. Y era el mismo tipo de violencia. No había razón alguna para aquella violencia infantil. No había razón alguna para que nos enfrentásemos, en número de treinta o cuarenta, en los parques de la ciudad, ya sabe, como ejércitos en guerra. No había razón para todo ellos. Claro, hay razones sociológicas que lo explican, pero hablando llanamente, llegando al meollo del asunto, ¿por qué hace alguien una cosa así? ¿Qué se saca de ello? Yo creo que todo tiene que ver con el chovinismo del macho en la sociedad occidental, con el probar que uno es un hombre, con el probar que uno es sexualmente potente, mediante la lucha. Nuestros más importantes deportes en este país son el fútbol americano y el hockey sobre hielo, todos los deportes de tipo violento y el boxeo. Y todos los espectáculos de TV que uno ve, de una forma u otra, son una dínamo de violencia.

PD: De acuerdo, ¿y qué me dice de los programas de TV que usted ha escrito?

HE: No he escrito mucha TV en los últimos cinco años. Quizá haya hecho tres o cuatro programas, pero he tratado de evitarlo. He tratado de evitar la violencia en todos mis programas, pero invariablemente... Por ejemplo, escribí un programa llamado Los jóvenes abogados, que estaba basado en algo que realmente sucedió: una chica que yo había conocido, una chica con la que había tenido un asunto amoroso, que se había apartado de mi vida y regresado tres o cuatro años más tarde, y que entonces era drogadicta. Y tuve que sacarla de la cárcel. Le pagué la fianza, la fui a buscar y la metí en otro sitio, para un tratamiento médico. Esa es la única forma en que resolver esos casos, y cuando escribí ese programa para la serie de TV llamada Los jóvenes abogados, no hice que fuera un programa violento; era una aventura de tipo amoroso en la que había una secuencia en la que el héroe, para localizar a la chica, tiene que agarrar al tipo con el que ha estado viviendo y zarandearlo, hasta que le da la información.

Bueno, cuando la filmaron, naturalmente, hicieron que lo persiguiese, durante cinco minutos, en una persecución violenta, tirándose cubos de basura el uno al otro, metiéndose en una serrería y cuando, finalmente, le salta encima, ya sabe, empieza a gritar y le da puñetazos y le golpea en la cara y le da una paliza hasta que el tipo le da la información. Eso no estaba en mi guión.

PD: ¿Y qué me dice del Demonio con una mano de cristal?

HE: Demonio con una mano de cristal fue, esto, fue hace seis años. Supongo que es una historia violenta. Supongo que sí. No voy a negarlo. Pero no estaba pensada como una historia violenta. Quería que fuera una persecución, el tipo estandard de persecuciones. Fíjese que la mayor parte de la violencia que hay en ella no es violencia física. Cuando él quería matar a un extraterrestre, se sacaba el medallón y el tipo se esfumaba. Naturalmente, moría, y supongo que eso es violento, pero eso era accidental en el relato. También he escrito un programa acerca de Jack el Destripador en el que había muchos asesinatos. No se puede negar que la violencia es dramáticamente fascinante,

PD: ¿Quiere decir que objeta a ella moralmente, pero que le fascina en su aspecto estético?

HE: Ajá... Esa es una valoración adecuada. Sabe, hay una terrible ambivalencia y yo sufro una dicotomía porque odio la violencia, genuinamente, y no obstante soy un hombre muy violento. Hay una gran violencia en mí, por diversas razones. ¿Sabe?, espero que me dé la bastante cuenta de ello como para saber que procede de mi niñez y de frustraciones acerca de muchas cosas cuando era muy niño. Así que las cosas en las que creo, ya sabe, como la paz y el ser buenos los unos los otros, se oponen al hecho de que soy un hombre violento. Supongo que eso se ve en mis obras. Y es una cosa muy mala, pero supongo que, en cierto modo, es valiosa y que tal vez sea un ejemplo para alguien.

PD: Explique mejor eso.

HE: Nunca he pensado de mí mismo en esos términos, pero supongo que lo mejor que podría ser, sería un ejemplo para alguien, algo así como aquí estoy yo. Me gusta pensar que no soy un hombre estúpido. Soy un hombre culto, creo que también sensible, un hombre de sentimientos y que sin embargo también tengo que enfrentarme con lo otro. Fui criado en este país en los años treinta. Nací en el treinta y cuatro, pero realmente comencé a darme cuenta de lo que pasaba en los cuarenta, y me eduqué en los cuarenta y los cincuenta. En los cincuenta me metí en el ejército, en el cincuenta y siete, y estuve allí hasta el cincuenta y nueve. Así que soy un producto de mi sociedad, y no se puede dar usted cuenta, realmente no puede, de lo profundamente que la llevo metida en mí mismo, y lo terrible que es cuando uno se halla enfrentado con una situación como ésta; y no es la única vez, sino que me ha ocurrido muchas otras veces.

Me doy cuenta de que sucede por todas partes a mi alrededor. Hay una mujer con la que he estado saliendo que tiene dos niños. Está divorciada. Y su ex-esposo va a visitarla y le dice una y otra vez a su chico pequeño que tiene ocho años, que lleva el cabello largo. Más o menos del largo del mío. No demasiado largo. Le dice: «¡Pareces un marica, pareces un homosexual! ¡Córtate el pelo! ¡Quiero que parezcas un hombre! ¡Quiero que parezcas un hombre!» Este es un tipo que está completamente inseguro acerca de su propia masculinidad. Mire, ha estado casado con esta mujer durante unos diez años. Nunca fue capaz de cumplir plenamente sus deberes conyugales, así que descarga su culpa en sus hijos diciéndoles: «¡Sé un hombre!» Se lleva a sus chicos a cazar. Armas. Se los lleva el domingo. Es un padre dominguero. Es un padre divorciado, que sólo ejerce los domingos, ¿comprende? Y los lleva a cosas como los autos de choque esos que se golpean unos con otros, a toda clase de cosas violentas; y los chicos viven en un tipo de ambiente durante toda la semana, en el que todo es tranquilidad y paz y amor y belleza, y luego el domingo llega este Adolf Hitler que les dice que son unos homosexuales porque llevan el cabello largo.

Y yo veo esto en mucha gente de este país. No sé si es el producto de la ética de trabajo protestante o de la vieja ética cristiana, o qué, pero lo encuentro estúpidamente enfermizo y me causa preocupación.

PD: Y, ¿cómo ve los posibles cambios políticos o sociales en este contexto? ¿Tendrán que ser necesariamente violentos, dado el mismo?

HE: No creo que necesariamente deban serlo, pero pienso que inevitablemente lo serán. No creo que seamos capaces en este país de resolver nada si no es, por lo menos, utilizando la violencia.

PD: Dice usted «por lo menos». ¿Es que acaso cree que se podría hacer algo más?

HE: Bueno, no veo ningún motivo de esperanza, aunque depende de cuándo uno viene a verme. Si es un martes y me siento bien, entonces digo: «La nobleza del hombre se abrirá camino.» Si es el viernes y me han dado una paliza, entonces diré que el hombre, ya sabe, está escalando una montaña de mierda y se convierte en mierda él mismo.

Por ejemplo, esta misma semana hemos tenido el espectáculo idiota de esa explosión atómica o de hidrógeno en la isla de Kamchitka, que quizá no sea peligrosa, pero que posiblemente lo sea. Es probable que se produzca un terremoto, es posible que haya una ola gigante, podría ser que se produjeran muchas cosas terribles que mataran a millares de personas y, no obstante, un Presidente sigue adelante y dice: «¡Háganlo! Es por motivos de seguridad nacional...» Y todo el mundo le sigue la corriente. Creo que no hemos tenido un gobierno representativo en este país durante muchos años. Cuando los mismos veteranos del Vietnam van a Washington para hacer una manifestación y protestar y dicen: «¡Parad la guerra!» y un Presidente se niega incluso a salir al balcón y hablar con ellos, hablar con los mismos hombres que ha enviado a morir, entonces uno se debe decir a sí mismo que esto demuestra que no hace caso del pueblo, que no lo escucha. Está haciendo lo que le sale de las narices. Es un diálogo de sordos escuchándose los unos a los otros y diciéndose que qué importa si hay disturbios, que qué importa si hay un terremoto; enviarán unos sueltos a la prensa y como la mayor parte de la gente es apática, o la mayor parte de la gente está asustada, dirán: «Oh, bueno, no importa que tengamos una ola gigante, no importa que tengamos este terremoto, no importa que hayamos perdido el estado de Washington».

Escuche, nunca tuve motivaciones políticas hasta los disturbios de Century City, cuando Johnson vino a hablar y yo asistía para hacer un reportaje a una revista, y me dieron una paliza y me rompieron un brazo, cuando estaba tratando de evitar que un policía usase su porra. Ese fue uno de los motivos. Quizá también hubiera un intento callado y oculto de evitar que un tipo publicara algo en alguna revista, pero no se atreverían a hacerlo abiertamente y enfrentarse con esa publicación...

Y en casi todas partes a las que uno mira... en Brasil. Fui a Brasil. Me sentí horrorizado. Las condiciones en las que vive esa gente son increíblemente peores que las de aquí. El más pobre de los negros de este país que vive en las peores condiciones en Georgia o Carolina o Mississippi, vive mejor que los pobres negros de las favelas de Río de Janeiro. Nunca he visto una pobreza tan increíble, y por otra parte, los ricos de Río viven como... como sultanes. Es increíble, me refiero al yate blanco entrando en el puerto y a las alfombras rojas en el club de jockey. Son multimillonarios y sin embargo dejan que sus campesinos vivan a un paso de la barbarie. Es terrorífico, y los mantienen así con las supersticiones. Los mantienen en la estupidez. En la TV dan programas para débiles mentales y las noticias de cada tarde son las mismas en cada emisora. Uno sólo oye un punto de vista.

Aquí al menos, a Dios gracias, aún podemos aferramos a ese vestigio, a ese rescoldo de lo que nos gusta llamar libertad, cuando vemos que la CBS puede emitir un programa como La venta del Pentágono, con un riesgo enorme, y tratan de impedírselo y lo llevan a juicio, y en el juicio se aprueba que la CBS tiene derecho a hacerlo. Y cuando un Daniel Ellsberg puede aún filtrar su información, y periódicos como el New York Times lo publican. Y creo que la tragedia no es que no haya hombres valientes como ésos que se atrevan a hacerlo. Siempre ha habido hombres valientes en cualquier tiempo.

Si uno pone un yugo de hierro sobre cada hombre, en algún punto habrá alguien que trate de quitárselo. Creo que lo verdaderamente terrorífico de todo esto es que aún después de que un Ellsberg nos dé los documentos, aún después de que resulte claro que nos han estado mintiendo durante once años, que millares y millares de hombres han ido hacia una muerte sin sentido, que nuestra economía ha sido arruinada, que unos países han sido sometidos a un terrible control por el complejo industrial-militar de esta nación, que a pesar de todo esto, la gente no se levante. Que la masa del pueblo esté tan condicionada a ello.

Hay un hombre llamado Lee Pogastin. Escribió el guión de una película llamada Hard Contract. No le fue muy bien aquí, pero es una película muy intelectual. Es acerca de un asesino. Y una de las cosas que dice es que hemos visto en la TV y a través de los medios de comunicación de masas, durante tanto tiempo, la muerte de millares de personas, que estamos ya capacitados para aceptar la muerte de decenas de millares, de millones; y yo creo que esto es una insensibilización del alma de esta nación.

PD: ¿Está usted seguro de eso?

HE: Totalmente. Totalmente. Viernes por la noche: una vecina está frente a su casa y ve... Soy un hombre pequeño, no soy nada alto. Dos tipos muy grandes están dándome una paliza. Uno me tiene agarrado, el otro está golpeándome. Una mujer está allí, y tenga yo razón o no, haya o no haya hecho yo nada, ¿por qué no se va a un teléfono, por qué no abre la boca y grita, por qué su reacción inmediata es: «¡Saque este coche de mi propiedad! ¡No quiero verme envuelta en esto! ¡No quiero verlo! ¡No quiero saber nada de ello!»? Se quedó allí en la oscuridad; mi amiga la vio de pie en la oscuridad, simplemente mirando, mirando.

El caso clásico en este país es Katherine Genovici, que fue asesinada a cuchilladas en Nueva York, mientras treinta y seis personas lo contemplaban. Y no fue rápidamente, sino que duró veinticinco, treinta y cinco o cuarenta minutos. Esa mujer se arrastraba de puerta a puerta y el hombre continuaba acuchillándola. Treinta y seis personas la contemplaban y ni una, ni una, llamó a la policía. Ni una trató de hacer algo. Creo que esto es horrible. Creo que no tiene parangón. Quiero decir que para mí, literalmente, está al mismo nivel que un Adolf Eichman apaleando seis millones de judíos en los hornos. Creo que surge del mismo lugar. Creo que Charles Manson y el teniente William Calley son hermanos. Que son el mismo hombre. Que son las dos caras de la misma moneda. Creo que las cosas que motivaron a un hombre a ese acto de locura, a esa salvajada, son las mismas cosas que llevan a un Calley a hacer lo que hizo. Y no importa un mismísimo comino si el Presidente lo exonera. Ese hombre lo hizo. Lo hizo, claramente lo hizo, ya lo sabe. El tipo de actitud, el tipo de muerte de su alma al que esos hombres han llegado es producto de su vida en este país. Creo que es una copia idéntica. Uno puede ponerle un uniforme del Ejército a Charles Manson y sería Calley. Uno podría dejarle el cabello largo a Calley, y sería el otro. No creo que haya ninguna diferencia entre ellos. Y creo que vamos a ver más y más de estas cosas. Pero no me atrevo decir que sólo sea en este país, aunque creo que es más flagrante en este país, creo que está más comercializado en este país, creo que se le da más publicidad en este país. Pero pienso que es a escala mundial. Realmente creo que nos estamos volviendo todos locos.

PD: ¿Cuál sería la solución? Como usted lo presenta, parece que debería ser una solución a escala mundial.

HE: Oh, Dios...

PD: O, ¿cree que no hay solución? ¿Que todos vamos a caer en esa especie de apatía? Mencionó a esa gente mirando en la calle, ¿acaso no es lo que todos estamos haciendo, aunque en formas distintas?

HE: Mire, somos como lemingos saltando desde un acantilado al mar. Prácticamente no hay nada que un solo hombre pueda hacer. Aún cuando... Soy un informador. Escribo relatos. Cada día recibo cartas de gente que dice que ha leído tal o cual historia y que le ha cambiado su vida. Eso me hace sentir muy bien. Pero aún con la pequeña cantidad de poder que tengo, aún con la pequeña cantidad de potencia que tiene lo que debo decir, es como escupir al viento. Reich, que escribió The Greening of America, dice que, literalmente, debemos cambiar la forma en que pensamos acerca de las condiciones de vida.

PD: Y, ¿qué es lo que usted piensa de eso?

HE: Que sí, naturalmente. Que es la única respuesta. No veo otra respuesta. De otra manera, la especie está condenada. Debemos hacerlo pero, ¿cómo evitamos que nos arrastre la inercia? Esta sociedad, parecida a una bola de nieve que cae por una ladera, que busca cañones mayores y mejores, más y más, en la que se debe hacer estallar la bomba de Kamchitka por motivos de seguridad nacional... ¿cómo hace uno eso? ¿Cómo le dice uno a la gente: «Tienen que dejar de vivir de la forma en que han estado viviendo durante dos mil años»? Porque nuestra sociedad es el producto de dos mil años de evolución. ¿Cómo le dice uno a la gente, que lo único que responderán es: «Oh, sí, de acuerdo»?

PD: ¿No es eso lo que está usted tratando de hacer?

HE: Seguro, eso es lo que estoy tratando de hacer, y ya ve... Pero, si pensase acerca de ello cuando escribo, sería un estúpido. Es como un hombre que dice: «Voy a escribir la Gran Novela». Eso son puras memeces. Pero básicamente lo que yo quiero hacer es satisfacerme a mí mismo artísticamente, y si haciendo esto puedo incluir en mi obra el mensaje, todo aquello en lo que creo, entonces habré cumplido con esa parte de una obligación. Pero eso es como artista. Como hombre tengo otras obligaciones: tengo que ir a manifestaciones, tengo que protestar, tengo que escribir cartas, tengo que hacer lo que debo hacer y por consiguiente de todo ello resulta un tipo de existencia muy esquizoide, en el que todo es muy fácil para los artistas...

Bob Silverberg y yo tuvimos esta discusión muchas veces y según tengo entendido usó esto como sujeto de una charla en Heidelberg y la gente se sintió muy impresionada por ella. Pero, mire, la razón por que fue tan impresionante fue que él y yo habíamos tenido un debate, unos seis meses antes, en la Universidad de Syracuse o Buffalo. En él yo dije que creía que era mi obligación el usar la SF, el usar mis escritos como un panfleto, como una diatriba, como una polémica, como una declaración de política. Eso es ficción callejera. Es decir que preferiría que un relato mío efectivo fuera impreso en opúsculos y regalado por las calles, a que me pagaran un millón de dólares y lo imprimieran en libros de lujo a 6,95 dólares, y que la gente no pudiera comprarlos. Realmente lo preferiría así. Kurt Vonnegut dice que escribe libros pequeños y delgados porque son los únicos libros que los generales norteamericanos leen, y que quiere llegar a los generales, a la presidencia, a los senadores. Por eso sus libros son delgados. Y Bob dijo: «¡No, no! La respuesta es el arte». Naturalmente, el arte es parte de la respuesta...

Así que la respuesta para un artista, me parece a mí, es hacer ambas cosas, es poner el mensaje en la obra pero ponerlo de tal manera que cuando el mensaje se haya desvanecido, quede el arte y todo ello sea un conjunto, algo completo en sí mismo. Y debo decir que durante esta discusión con Bob el auditorio estaba muy a favor mío, así que luego fue a Heidelberg y yo no estuve allí para refutarle.

PD: Usó parte de lo que usted acaba de decir, y el mismo ejemplo... pero, de todas formas, usted debiera haber ido...

HE: Hay una serie de razones por las que no quería ir, y una de ellas es porque no pienso demasiado bien de los fans, ni del fandom. Y eso no se refiere al fandom francés o al español, porque no los conozco. Al único que conozco es al fandom norteamericano, y lo encuentro terriblemente estúpido. Y destructivo.

PD: ¿De qué manera? Porque muchas veces he oído la afirmación contraria...

HE: Mi posición no es desacostumbrada: muchos escritores la han adoptado. No quiero nombrar a nadie, pero al menos una docena de escritores quieren tener la mínima relación posible con los fans. Y no quiero con ello negar la gran deuda que la SF tiene con el fandom. Si no hubiera sido por los fans, durante los años treinta y cuarenta y cincuenta, que mantenían las revistas con vida, quizá el género hubiera fracasado, hubiera desaparecido, se hubiera esfumado.

PD: ¿Cree que hubiera sido una mala cosa que el género hubiera desaparecido como tal?

HE: No; eso es otra cosa. No estoy del todo seguro de que hubiera sido una mala cosa, porque no me gusta pertenecer a un género, no me gusta estar en un ghetto-ficción, no me gusta escribir el tipo de libros en cuyas portadas ponen monstruos y que etiquetan con el nombre «ciencia ficción». Yo no escribo SF, yo escribo relatos de Harlan Ellison, como Kris Neville escribe relatos de Kris Neville. No sé si Kris se considera a sí mismo un escritor de SF. Fíjese en Theodore Sturgeon. Ahí tiene a un hombre que ha estado escribiendo algo que es más grande que la SF, Dios bien lo sabe, durante los últimos veinticinco años y al que aún le pagan sólo tres mil dólares de adelanto por libro. Y los escritores como Irving Wallace, y Jacqueline Susann, personas que no son dignas de llevarle la caja de los lápices a Theodore Sturgeon, ¡por Cristo!, hacen millones. Sturgeon puede darles vueltas, muy por encima de ellos, y sin embargo ha vivido en una verdadera pobreza durante treinta años. Tiene problemas personales. Todo el mundo tiene problemas personales. Pero él es un hombre a cuyo talento debería habérsele dado una oportunidad, pero cada vez que hace un libro que no es de SF, lo etiquetan: «Fantasía», «Ciencia ficción», «Extraño», «Oculto», «Increíble» o algo así y lo vuelven a meter en el ghetto.

Vonnegut consiguió escapar del mismo.

Y yo creo que los fans tienden a mantener a los escritores en esa categoría. Y creo que, como hablan en voz alta, como tienen convenciones, como tienen fanzines, como escriben cartas, como son la parte visible del iceberg, son escuchados y al final acabamos siendo lo que ellos quieren.

Y lo que quieren es el resultado de cuarenta años de historia. Cada vez que un escritor decide experimentar, disparan contra él. ¡Dios, lo que le han hecho a Phil Farmer!, lo han puesto en un cepo porque decidió escribir algo como Riders of the Purple Wage, y muchas otras historias. ¡Buen Dios, la furia que provocó The Lovers! Lo maldijeron, lo llamaron escritor pornográfico. Escritor pornográfico. Mire, cuando veo esas cosas y esos crímenes que comete el fandom, veo esas reunioncillas que creen que son el centro del universo. Gente que nunca ha escrito una sola palabra en toda su vida, débiles mentales cuyos únicos pensamientos son multicopiados. Y esa gente tiene la audacia de hacer daño a los escritores de los que viven, como si fueran vampiros.

Es una cosa asombrosa: nos invitan, nos dicen: «Oh, venga a la convención y hable...» Y yo les contesto: «Oh, ciertamente... mi tarifa es un millar de dólares por cada ocasión en que hablo». Eso es lo que me pagan para ir a la Universidad de Colorado, para ir a la Universidad de Nuevo México. Un millar de dólares. Se me considera como alguien que tiene algo que decir, correcto o equivocado, eso no importa. Los fans quieren que vayas gratuitamente; te dicen: «Oh, sí, venga» o «¿Cuánto dice que paga?», o «¡¿Pagarle?!»

Uno debería pagarles a ellos. Uno debería sentirse honrado de ir y hablar con ellos, para que entonces puedan maldecirlo... Francamente no me importan un pimiento los fans.

PD: Si no le importan un pimiento los fans, ¿qué es lo que piensa acerca de la respuesta de sus lectores?

HE: Bueno, si puedo, me gustaría ser muy honesto...

PD: Inténtelo.

HE: Realmente no me cuesta demasiado. Sería un mentiroso si dijese: «No, realmente no me importa la respuesta de los lectores...» Naturalmente, me importa. Me siento afectado por lo que los lectores dicen. Si alguien me escribe, invariablemente le contesto. Pero, en lo más profundo, no, realmente no me importa. Escribo las cosas para mí mismo. Escribo porque me gusta. Si después de que lo he escrito la gente se siente ofendida por ello, o cree que está equivocado, tienen derecho a su propia opinión; pero no se crea que a mí me importa un pimiento esa opinión, pues es lo que llamamos el zaguero de los lunes. ¿Conoce la expresión?

PD: No.

HE: Bueno, los partidos de fútbol americano se juegan en domingo, y el lunes todo el mundo habla acerca de lo que cada jugador hizo mal, o lo que el zaguero dejó de hacer, porque el zaguero es el hombre más importante en un equipo de fútbol americano. Así que todos los chupatintas en sus oficinas que hablan acerca de lo que fue mal en el partido, son llamados zagueros del lunes por la mañana. O sea que son comentarios después de sucedido el hecho. No sirven para nada. Y eso es lo que ocurre con los fans.

Hay un hombre llamado Stanislaw Lem, un escritor. Bruce Gillespie hace un fanzine llamado Speculation, un fanzine que me envía constantemente. Le he escrito para decirle. «Mire, no me vuelva a enviar ese fanzine», porque odian mi trabajo, realmente lo odian; nunca han escrito una sola palabra amable sobre cualquier cosa que yo haya escrito. Para ellos, Dangerous Visions es un libro malísimo, una cagada. Fue un error, fue blabla blabla, y cinco años después de que fuera publicado aún siguen hablando de él. Si fue lo que dicen, una cosa sin valor, ¿por qué siguen hablando de él? Uno podría pensar que ya lo habrían perdido de vista; pero no, siguen hablando de él. De acuerdo, le dan a un hombre llamado Stanislaw Lem un libro mío llamado Paingod que escribí hace siete años, u ocho. No estoy avergonzado de ese libro, creo que es un buen libro. Hay algunas historias en él que escribiría de una forma diferente si tuviera que hacerlo ahora... pero, el caso es que se lo dan a él, y hace una crítica en la que dice que está seguro de que soy un psicópata, que estoy loco.

PD: ¿Lem?

HE: ¡Lem! Yo nunca he oído hablar de Lem, yo no lo conozco. He leído una de sus novelas y la he encontrado bastante aburrida. Bueno, pues el caso es que escribió una crítica vitriólica acerca de que yo era... me llamó histérico, dijo que era un hombre totalmente desprovisto de talento. Que no había nada que redimiese aquel libro. Nada. Y lo decía largo y tendido, y yo lo recibí por correo.

Bueno, yo recibo mi correo a las diez de la mañana. Me despierto hacia las seis o las siete y comienzo a trabajar. Alrededor de las diez estoy tomándome el café y trabajando, y me siento bastante bien, de acuerdo. De repente, me llega un golpe bajo de la nada, me llega por carta desde Australia, y me destruye, me arruina el día. Paseo por casa gritando: «¿Quién demonios es ese tío? ¿Por qué dice esas cosas de mí? ¿Por qué infiernos no puede dejarme escribir lo que quiero escribir?» Un imbécil de Polonia me odia, me ha estropeado el día. ¿De acuerdo? Prefiero no ver los fanzines. No quiero escribir a las publicaciones de aficionados, no quiero mandarles cartas. No quiero ser invitado a sus convenciones, no quiero tener nada que ver con ellos. ¿Estuvo usted en Boston?

PD: Sí.

HE: De acuerdo, el año pasado fui a hablar a la Universidad de Kansas. James Gunn hizo una película. Era una película bastante buena. Un grupo de gente se sentó conmigo y me preguntó lo que pensaba, tal como usted está haciendo. Yo dije que la SF es... blablabla blablabla... me preguntaron acerca de Dangerous Visions. Estoy muy orgulloso de esa antología. Me llevó dos años organizar la maldita cosa. Me llevó cinco años el montar las siguientes. Estoy orgulloso de ellas. Para bien o para mal, son hijos míos. Así que les digo: «Es un buen libro. Me gusta. Creo que inició un montón de tendencias... ¿De acuerdo?

Y entonces leo en el New York Times que Poul Anderson va y declara que Harlan Ellison es un adolescente que piensa que ha descubierto el amor, la verdad y la belleza. Es como todos los muchachos de este país. ¿Comprende? Poul Anderson. Me gusta Poul Anderson, creo que es un hombre maravilloso; se lo juro. No estoy disimulando, me gusta Poul, me gustan los libros de Poul. Acabo de leer Operation Chaos, y es un libro encantador, he disfrutado leyéndolo. En cuanto a sus ideas políticas, sus ideas políticas son una mierda, una verdadera bazofia, pero tiene derecho a tenerlas. Pero nunca diría de él: «Es un bastardo fascista militarista»; pero él dice de mí que soy un adolescente que cree que ha hallado el amor, la verdad y la belleza, como todos los chicos de hoy en día. Bueno, quizá los chicos de hoy en día no hayamos descubierto el amor, la verdad y la belleza, pero quizá seamos la primera generación a la que le preocupe lo bastante la verdad, el amor y la belleza como para desear hacer algo por ellos; pero él va y protesta por ello.

Me llaman la oveja negra de la SF. ¿Puede creerlo? Ni siquiera fui a esa convención y la gente hablaba mal de mí desde el podio. Lo encontré completamente increíble. Yo hablaría mal de la obra de un hombre, si escribe un mal libro...

PD: Bueno, eso es lo que usted hacía en Los Ángeles Free Press, en sus críticas, denunciar los programas de TV que creía que eran malos.

HE: Exactamente. Mire, por ejemplo, Robert Heinlein. Hay muchas cosas que admiro en Robert Heinlein, muchas cosas. Ha escrito algunas cosas brillantes, pero sus últimos dos libros, no, sus últimos cinco libros y muy especialmente el último son ilegibles, son una abominación. Pero, eso no quiere decir que yo esté atacando a Robert Heinlein. Ha escrito una cosa mala. Un escritor tiene el derecho a escribir una cosa mala, pues el escribir es su trabajo, y lo puede hacer bien o mal. Si lo hace bien, estupendo. El escribir un relato es un milagro. Es un milagro y por Dios que todos esos...

(Me estoy poniendo histérico)

Pero esa bancada de computadores que uno tiene en la cabeza, esa montaña de diversas cosas, de todos los hechos y sensaciones y tonalidades y colores y sonidos, de alguna manera, de todo lo que uno tiene, consigue seleccionar las cosas que forman un relato, algo coherente, que existe. Es una totalidad; hay gente en él y se mueven, hablan y actúan. Y hay un concepto, hay una filosofía, sucede algo.

Esto es un milagro. Si se hace bien, si se hace con estilo, si se hace con originalidad, es un milagro. Yo le daría a un hombre el derecho a fallar un millar de veces, si tan sólo conseguía tener éxito en una ocasión. Yo he escrito muchas malas historias, muchas, nunca intencionalmente, nunca he dicho: «¡Bueno, voy a escribir la memez de hoy!» Siempre me siento y digo: «Esta vez voy a echar la casa por la ventana, esta vez lo voy a lograr, voy a ser mejor que nunca.»

Cuando era joven y escribía muchas, muchas historias, las escribía demasiado rápidamente y era un mal escritor. No conocía mi profesión. Creo que, al hacerme mayor, he aprendido. Mis relatos son ahora más lentos, tienen más sentimiento, significan mucho más para mí. Y creo que, a causa de ello, soy un escritor mejor. Pero, cuando un hombre escribe acerca de ti, denuncia tu persona y dice: «Esta persona no tiene talento, esta persona no vale nada, a esta persona no se le debería permitir escribir.» Quiero decir que tiene la audacia de afirmar: «¡A esta persona no se le debería permitir escribir...!» Es monstruoso que alguien se atreva a decir esto, y me he hallado con ello en el fandom.

No en todo el fandom. Muchos de mis amigos íntimos son fans de la SF, pero lo son incidentalmente, pues son personas primero y fans en segundo término; y yo prefiero ir con personas que con fans. Y he alcanzado una cierta posición, gracias a Dios, en mi profesión, en la que se me reconoce. Tengo una cierta fama, que me he preocupado activamente en conseguir. Quiero decir que necesito, para mi satisfacción personal, el ser conocido. Esto no es totalmente sano, pero es lo que a mí me interesa. Para algunos es el poder, para otros es el dinero, para otros son las mujeres; para mí sucede que es la fama. Quiero ser famoso. ¿De acuerdo? Y ahora he alcanzado el estadio en que puedo serlo. Puedo decirle a los fans, al fandom: «¡A tomar viento! No me importa lo que piensan, no quiero saber lo que piensan, no quiero oír lo que dicen, quiero hacer mi trabajo. ¡Si ustedes quieren comentarlo, si quieren hablar de ello, excelente, enjuícienlo según su propio mérito, enjuícienlo por lo que está sobre el papel! ¡No me juzguen a mí!»

Cuando me hacen un crítica en una revista o un periódico y es un buen comentarista o un buen crítico: un James Blish, una Joanna Russ; lo que hacen es juzgar la obra, hablan acerca de la obra, de lo que dice, de lo que hace, de si tiene éxito o no. En cambio, cuando veo una crítica en un fanzine siempre trata de Harlan Ellison, de mí, del tipo de persona que soy, de lo que significa la historia referida a mí. Y eso es una locura, porque Lautrec ya lo dijo: «Uno nunca debería conocer a un hombre cuya obra admira, porque el hombre es siempre muy inferior a su obra...» Y yo estoy de acuerdo con eso. Me identifico con ese enanito.

(¿Quiere un poco de café? ¿Quiere desconectar eso?)

PD: De vuelta al fandom... Muchos escritores, muchos buenos escritores, han salido del fandom...

HE: No tantos, al menos ahora. Eso ocurrió hace años. No conozco a nadie que realmente haya salido del fandom en los... esto... seis o siete últimos años. Creo que las últimas personas interesantes salidas de él fueron Silverberg, y...

PD: ¿Larry Niven?

HE: Larry no era un fan. Se hizo luego. Larry escribía SF, y se relacionó con Los Ángeles Science Fiction Society. Pero, fíjese en los escritores que son considerados grandes hoy en día. Thomas Disch no tiene nada que ver con el fandom, James Sallis no sabe nada de él, Norman Spinrad lo odia, lo abomina. Fíjese en los hombres y mujeres que están en alza: Ursula LeGuin nunca ha sido una fan.

PD: No he dicho que fuera cierto para la nueva generación.

HE: Así es, y creo que es mejor porque de ello está surgiendo un concepto nuevo para la SF. Que la orientación no debe ser el complacer a los fans y darles lo que ya han leído antes, dicho de una forma algo distinta, sino seguir las directrices comunes al resto de la literatura. Durante muchos años no hemos estado sujetos a esas reglas; ya sabe, escribíamos historias muy malas. Decíamos que con tal de que tuvieran ese toque científico, todo iba bien. Y creo que eso ya no es válido ahora. La gente como R. A. Lafferty son los mejores escritores de la SF de hoy en día. R.A. Lafferty, Kate Wilhelm, James Sallis y Kurt Vonnegut; y creo que Tom Disch.

PD: ¿Y que hay de la gente que evolucionó en el interior de la SF, escritores de la generación anterior, como Phil Dick?

HE: Es cierto. Phil Dick pasó por eso. Tanto como Silverberg o yo.

PD: Pero eso fue en el interior de la SF. Usted ha estado escribiendo un montón de otras cosas. No sé exactamente cuando comenzó a escribir...

HE: Comencé a escribir profesionalmente en el cincuenta y cinco. O sea hace unos dieciséis años. Sí, es cierto, Phil Dick se movió en la SF basándose en lo que había hecho anteriormente, dentro de la literatura general; pero creo que se ha apartado mucho de The Man in the High Castle. Ya puede ver que está derivando, que está apartándose de eso y ahora, por Dios, tenemos The Three Stigmata of Palmer Eldritch, Time Out of Mind y Ubik; creo que todos ellos representan un gran paso que trasciende ya al género. Creo que están a mucha distancia de él. Yo respeto a Philip Dick enormemente. Creo que es un hombre con mucho talento; pero pienso que por pura enormidad de talento R.A. Lafferty es lo más interesante que le haya ocurrido a la SF en veinticinco años. Creo que es anonadador, increíble. Y ahora está escribiendo un libro que no tiene que ver con el género. Acaba de hacer una obra llamada The Fall of Rome, que es absolutamente fascinante. Y va a salir muy pronto otra acerca de las tribus indias americanas, y el director literario de Doubleday me leyó una parte de la misma. Y le puedo decir que es...

Pero, ya sabe, hasta su SF: Past Master, The Fourth Mansions, Arrive at Easterwine, está toda muy por encima de lo que el resto de nosotros estamos haciendo. Está a años-luz por encima de lo que cualquiera de nosotros está intentando, y uno ve un talento como este y se dice: «¿Por qué tiene que ser editado este hombre por Ace, y cobra sólo mil quinientos, dos mil o tres mil dólares? ¿Por qué no está en la lista de best-sellers del New York Times

PD: ¿Y usted cree que es debido a que lo han etiquetado como escritor de SF?

HE: Si, exactamente. El ghetto de la SF en Estados Unidos es una cosa tradicional. Es una tradición que en parte hemos creado nosotros, y que en parte ha caído sobre nosotros. La SF comenzó en este país como ficción de «pulps». Surgió en las revistas «pulp», dentro del campo de los relatos de acción y aventuras. Los escritores que surgieron en ella estaban fascinados por las ideas. Aún en los mejores tiempos de Astounding, en los treinta y los cuarenta, manejaban ideas. No estaban haciendo... arte. Nadie deseaba admitir que era un artista; se reían de eso. Creo que había muchos hombres que hacían arte, pero pienso que temían decirlo, que les daba miedo afirmarlo.

Como consecuencia, el establishment literario de este país, que se diferencia mucho del de otros países (excepto, quizá, del de Gran Bretaña, que es tan snob), creó un ghetto para la SF. Pero, de vez en cuando, logramos que alguien muy bien situado en el establishment nos tenga una cierta simpatía, y entonces lo llevamos en hombros como locos. Y cuando sale un libro como On the Beach (La hora final), que no es tan bueno, nos apresuramos a ir en su defensa gritando: «¡Es SF, es SF

Pues bien, no tenemos por qué hacer eso. La gente del establishment que se ríe de la SF, que la ignora, que habla mal de ella, son, francamente, una minoría. La SF es hoy en día uno de los dos o tres géneros literarios más leídos en los campos universitarios de este país. Acabo de llegar de la Universidad de Nuevo México, en Albuquerque. Bueno, celebraban lo que ellos llamaban una Semana de los Medios de Expresión. Tenían a alguien que había trabajado con Marshall McLuhan, tenían a Jean Piaget, y se suponía que debían contar con Jack Nicholson, que trabajó en Easy Rider y escribió Five Easy Pieces. Pero se excusó, así que en el último minuto me llamaron y me dijeron si iría a hablar, y yo dije que sí, que iría. Su dinero era bueno. De acuerdo, fui allí y pensaron que tendría poca audiencia, así que en lugar de alquilar la sala grande en la que caben siete mil personas, alquilaron la pequeña en la que sólo caben cuatro mil. El resultado fue que llegaron cinco mil quinientas personas, con solo un día de previo aviso, y tuve que hacerlos sentar en el escenario, dado los muchos que eran. Hablé durante tres horas. Y si yo, como escritor de SF, y eso que no soy el mejor escritor de SF del mundo...

PD: Bueno, pero usted ha estado escribiendo en Los Ángeles Free Press, periódico que debe de ser muy popular en los campus.

HE: Lo divertido es que traté de averiguar eso del mismo auditorio, y dije: «¿Cuántos de ustedes están aquí porque han leído mi columna en los periódicos sobre TV?», y entonces se alzaron quizá tres o cuatrocientas manos. Y luego dije: «¿Cuántos de ustedes están aquí porque han visto mi trabajo en TV?», y otro grupo de manos se alzó, quizá las mismas, no sé. Y dije por fin: «Bueno, ahora, ¿cuántos de ustedes están aquí porque soy un escritor de SF?» Y prácticamente todo el auditorio alzó la mano. Y no pienso que hayan cinco mil quinientos lectores de SF en todo Albuquerque.

Y me quedé allí durante tres horas mientras hacía mi numerito. Y una de esas personas del auditorio alzó un libro y dijo: «¿Sabe usted que está en este libro?» Y yo le dije: «No, échemelo.» Me echó el libro y vi que era un texto escolar llamado Ciencia Ficción: el Futuro. Aparentemente mi agente vendió los derechos del relato que había en él, y resulta que es un libro de texto que se usa en la Universidad de Nuevo México; y en él están H. G. Wells, John Collier, Franz Kafka y Lord Dunsany, y uno de mis relatos. También estaba Robert Heinlein y R. A. Lafferty. Así que cuando veo esto me digo: «¿Cómo puede el establishment literario de este país ignorar que la SF está siendo leída?»

PD: ¿No será que no la reconocen porque ha cambiado?

HE: Sí, creo que es porque ha cambiado. Creo que es porque hay un cierto tipo de imaginación en ella que falta en el resto de la literatura norteamericana. Portnoy’s Complaint de Philip Roth, que es el ejemplo tipo de la literatura norteamericana, es un verdadero callejón sin salida, es un libro introvertido sobre la masturbación. Es un libro muy bueno pero está cerrado en sí mismo, mientras que la SF abre, abre la mente y el espectro.

PD: Sí, pero ahora la SF trata mucho de la mente, se basa mucho en la introspección...

HE: Sí, pero lo que veo es que en un relato de SF cuando uno se mete dentro de la cabeza de una persona que vive en una sociedad futura, lo que está haciendo es usar a ese personaje como una analogía de la condición humana hoy en día, así que cuando trabajamos en pequeña escala, trabajamos fino, lo que estamos diciendo es... Hay un agujero en la cabeza de ese personaje y a través de ese agujero estamos mostrando algo que será una pantalla de cine. Y es hoy en día, es nuestra sociedad, es nuestro futuro. Y creo que la gente que lo está leyendo se da cuenta de esto, de que estamos trabajando en pequeña escala y que sin embargo pueden captar todo el panorama.

PD: ¿No se daba eso también en la SF de los cuarenta?

HE: No lo creo. Me gusta la SF de los cuarenta. Puede leer a Henry Kuttner, Cyril Kornbluth y Jim Blish, y gente así y disfrutar con ellos. Pero encuentro que la calidad de sus escritos es muy inferior, y también que la forma de realizar su trabajo, de aproximarse a él era más escapista.

PD: ¿Y usted diría que la SF no es escapista hoy en día?

HE: No. Creo que estamos manejando la verdadera realidad, una fea realidad, y creo que la SF la trata de una forma diferente, de una forma muy poco comprometedora. Acabo de escribir un relato, y Ben Bova lo ha utilizado en una nueva antología que acaba de salir. Esta antología, aunque parezca extraño, ha sido preparada para estudiantes de escuela superior, y el relato mío que va en ella es bastante duro. Se llama Silent in Gehenna. Y es acerca del último estudiante militante que existe en el mundo, y se inicia con ese chico arrastrándose bajo las alambradas de la Universidad de California del Sur para volar los edificios, y hay tropas, en las torres de vigilancia, que lo buscan con un rayo espía. Es un relato muy controvertido para publicarlo en un libro dedicado a los estudiantes, ya que los profesores no quieren la revolución en sus escuelas. Y, sin embargo, lo compraron para el libro. En un momento dijeron: «No, no lo aceptaremos.» Y Ben les dijo: «Si no se lo quedan, no hay libro.» Y estaba dispuesto a perderse el contrato. Pues el relato está en el libro. Y según tengo entendido ahora están muy orgullosos del mismo. Me refiero a los editores. Sacarán una enorme publicidad gratis del mismo. Publisher’s Weekly en su comentario acerca del mismo dijo que era el mejor del libro. Aunque, naturalmente, están preocupados acerca de las ventas a las bibliotecas...

Así que escribí el relato, porque quería decirles a los chicos de las escuelas superiores: «Mi generación y la generación anterior a la mía os han entregado un clavo ardiendo, y si queréis cambiar la situación tendréis que ir tan lejos como yo digo en mi relato. Por otra parte, si sois más listos de lo que nosotros fuimos, podréis cambiar las cosas sin esta violencia, y este es el tipo de acción que podréis evitar.

Al mismo tiempo, dice algo acerca de la futilidad de la gente como yo, que trata de decir estas cosas, porque no tengo ninguna ilusión acerca de mi efectividad, o de mi importancia como portavoz, ni de la de nadie, y eso se demuestra con ese tipo en la gavia, una para pájaros colgada sobre la calle, mientras los bulbos dorados, una raza de seres extraños, da latigazos a los humanos que tiran de las carretas en las que viajaban esas grandes criaturas, similares a globos dorados. Y cuando pasan por donde está él lo oyen chillar: «¡Alzaos! ¡Alzaos!», y ellos gritan: «¡Mea culpa! ¡Mea culpa!», hasta que lo han perdido de vista.

Es la futilidad del egocentrismo de la gente como yo, que piensa que lo que escribimos es tan importante que vamos a cambiar el mundo. Dudo que podamos hacerlo, pero debemos ser algo así como trescientos escritores de SF en el mundo, escribiendo. Trescientos que escriben un relato por año; mire, eso es un montón de palabras, y quizá lleguen hasta la gente. No lo sé. Tal vez simplemente plantemos una pequeña semilla pero creo que eso ya vale la pena, y es por eso por lo que creo que escribir SF es un acto revolucionario, un acto de verdadera revolución.

PD: ¿Debido precisamente a la naturaleza de la SF?

HE: ¡Ajá! Debido a que habla del cambio...

© Patrice Duvic y Ediciones Dronte, 1912

  

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Deseosos de promocionar la SF española e hispanoamericana, y en vista de que la afluencia espontánea de originales no nos suministra el material suficiente y adecuado para dedicar en cada número unas páginas a la producción vernácula, hemos decidido crear una sección fija, abierta a todos, con objeto de estimular el envío de relatos.

Nuestro colaborador Carlo Frabetti se compromete a mantener correspondencia (o contacto personal, cuando el caso lo permita) con los autores, a fin de comentar y discutir sus obras.

Importante: dado el poco espacio que podremos dedicar a esta sección, publicaremos preferentemente relatos cortos, y sobre todo «cortísimos», que ofrecen además la ventaja, para un novel, de que su realización no exige un gran dominio de la técnica narrativa.

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