PRESENTACIÓN

La figura del «hacker» suele aparecer en las noticias y las películas ligada a usos ilegales de la tecnología. Pueden ser adolescentes irresponsables o enemigos decididos del orden público, más o menos organizados, pero siempre factores de peligro que disparan la necesidad de reforzar los controles y sancionar leyes que adapten los viejos códigos penales a las nuevas realidades de las computadoras. Un chico curioso desde su cuarto en Caballito, Buenos Aires, puede quebrar las leyes de varios países y movilizar a sus policías. Un filipino puede escribir un virus que se propague atravesando fronteras y continentes. Los hackers son el objeto de discursos sobre seguridad en las redes, que abarcan desde la preocupación de las agencias de policías y de las grandes empresas, a la perplejidad de los expertos en leyes que deben crear nuevos artilugios legales para clasificarlos, y la espectacularidad con la que irrumpen en las crónicas de los noticieros como personajes de cierto sub-mundo criminal. Así vistos, los hackers participan de las nuevas tecnologías en un nivel similar al de otros fenómenos que obstaculizan el flujo de los negocios por las redes o echan mantos de sospecha moral sobre ellas; si el «correo basura» satura las casillas de los usuarios y hace perder horas de valioso tiempo, y si el negocio de la pornografía infantil o los mercados de tráfico ilegal se montan en el anonimato que permiten los intercambios de mails en Internet, los hackers son otra zona de inseguridad que obliga a reforzar los controles y mantener activo el estado de sospecha.

Pero los hackers no se ven a sí mismos como delincuentes, y de hecho ya se hacían llamar «hackers» cuando la mayoría no se había enterado todavía de qué era exactamente una computadora. Dejando de lado el estereotipo, ¿por qué son interesantes los hackers? El tema de este libro no son los hackers como tales, sino su mirada respecto a aquello que hacen. Para los primeros que empezaron a llamarse «hackers» entre sí, en el MIT (Instituto de Tecnología de Massachusetts) en .UU lo que hacían los diferenciaba radicalmente de los demás técnicos y profesores. Éstos cumplían horarios, se ajustaban a la burocracia e investigaban sobre computadoras según sus aplicaciones en estadística y otros campos específicos. Los hackers empezaron a experimentar en usos más terrenales, programas que tocaban música, procesadores de texto, juegos de ajedrez. Esas primeras creaciones fueron el comienzo de una larga serie de aportes y proyectos que tuvieron como protagonistas a estos grupos de entusiastas (desde las computadoras personales a la arquitectura de Internet, pasando por la criptografía y la idea del código abierto que derivó en el actual auge de Linux). Como lo relata Levy en su libro «Hackers», ya entonces promovían formas de trabajo que contemplaban una dimensión colectiva de la tecnología: facilitar el acceso de todos y compartir el conocimiento.

El software libre es una concepción colectiva de la propiedad. Todos los que escriben el código de un programa son dueños de él; y todas las personas pueden escribir y cambiar el código si quieren, y saben cómo hacerlo. Esto es lo que opone a los sistemas operativos Windows y Linux: modelo abierto y participativo de Linux, contra el de Windows, cerrado, orientado a la maximización de ganancias. Es una idea presente entre los hackers desde los comienzos de la informática. El escritor Neal Stephenson lo describe así: «Windows 95 y MacOS son productos, concebidos por ingenieros al servicio de compañías particulares. Unix,[1] en cambio, es menos un producto que la esmerada recopilación de la historia oral de la subcultura hacker. Es nuestra epopeya de Gilgamesh. Y sigue:

«Lo que hacía tan poderosas y duraderas a las viejas epopeyas como la de Gilgamesh era el hecho de que consistieran en cuerpos de narrativas vivientes que muchas personas conocían de memoria, y relataban una y otra vez haciendo sus retoques personales cada vez que les parecía. Los malos retoques se descartaban, los buenos eran recogidos por otros, se pulían, mejoraban y, con el tiempo, eran incorporados a la historia. Del mismo modo, Unix es conocido, amado y comprendido por tantos hackers que puede ser reescrito desde cero en cuanto alguien lo necesite. Esto es muy difícil de entender para las personas acostumbradas a pensar que los sistemas operativos son cosas que necesariamente hay que comprar».

de En el principio fue… la línea de comando de Neal Stephenson[2].

Un punto de partida para situar o pensar el papel de los hackers, podría ser este entusiasmo por lo que hacen, el orgullo por sus obras y la valoración de las personas según sus conocimientos y destrezas, que se refleja en las palabras del hacker y ensayista Eric Raymond, La cultura hacker no tiene líderes, pero tiene héroes culturales, ancianos de la tribu, historiadores y portavoces. De donde se desprende también el sentido de horizontalidad a la hora de participar y hacer aportes, que todos señalan como rasgo característico.

Cuando un grupo de hackers a fines de los ‘70 desarrolló técnicas de criptografía avanzada que habían copiado del Ejército de EE.UU y diseñó programas que garantizan la privacidad de las comunicaciones por Internet, el gobierno de EE.UU puso esos programas en la lista de productos con restricciones para la exportación. Sacarlos del país según estas leyes implica un delito del mismo calibre que el tráfico de armas nucleares. La difusión vía Internet de estos programas de criptografía, gratis y con código abierto, logró que se convirtieran en un standard de seguridad en todo el mundo.

Este sería otro rasgo a tener en cuenta, el de la iniciativa personal, la autogestión de proyectos que partiendo de necesidades personales o locales, luego terminan beneficiando a la sociedad en general. Paradigma de esto es el caso de Linus Torvalds, el hacker finlandés que en 1991 empezó a programar un sistema operativo tipo Unix para usar en la PC-386 que tenía en su casa; un proyecto que con el tiempo se convertiría en Linux, el sistema operativo de distribución gratuita que hoy usan millones de personas.

También se llaman a sí mismos «hackers» personas que se especializan en violar la protección de computadoras y redes privadas. Son los que suelen aparecer en las noticias y representados en algunas películas, como la famosa Juegos de Guerra. En este caso se los asocia con adolescentes que se divierten con el riesgo y el desafío que implica meterseen sistemas de empresas o gobiernos. En el libro Llaneros Solitarios,Fernando Bonsembiante narra las historias de varios hackers argentinos que a mediados de los ´80 aprendieron a aprovechar las fallas de seguridad de las redes locales, para usar el acceso a Internet con el que contaban algunas empresas antes de que Internet se popularizara.

Así, muchos de ellos pudieron acceder a foros de chat instalados en sistemas «hackeados» y frecuentados por hackers de otras partes del mundo. En 1994 la revista «Virus Report» dirigida por Fernando Bonsembiante, organizó un congreso de hackers en el Centro Cultural Recoleta, en Buenos Aires, al que asistieron hackers famosos como el neoyorquino Emmanuel Goldstein, editor de una revista legendaria entre los hackers, la 2600. Por su parte, los programadores de Linux y los impulsores del Software Libre tienden a negar que aquellos sean verdaderos hackers y los asocian con delincuentes, llamándolos «crackers».

El filósofo finlandés Pekka Himanen escribió en La ética de los hackers y el espíritu de la era de la información haciendo a un lado a estos crackers, como primer paso, un análisis de las motivaciones y modos de entender el trabajo en la «cultura hacker», a la que considera un quiebre respecto a la cultura del trabajo heredera de la ética protestante[3].

Contra las ideas de sacrificio y de búsqueda permanente de maximización de ganancias, la ética de los hackers propone la pasión, la libertad para organizar el tiempo y el trabajo, metas que no toman el dinero como fin en sí mismo, sino que se orientan a la cooperación y el interés social. Manuel Castells les atribuye un rol fundamental en el desarrollo de Internet y de lo que él llama la sociedad red, dada su influencia desde los orígenes de la arquitectura y el estilo de organización abierto y horizontal de las redes de computadoras.

Un modo de entender la actividad de los hackers sería a partir de lo que producen con sus creaciones o sus paseos furtivos por las redes, en tanto puntos de vistas respecto a sus herramientas las computadoras. Todo un mundo queda expuesto cuando a un grupo de hackers se les ocurre crear programas y repartirlos para que los usen todos los que quieran, o cuando diseñan sistemas de criptografía avanzada para usuarios comunes, e incluso cuando ponen en evidencia la mala seguridad de los programas y las redes que utilizan las empresas y los gobiernos.

Se cuestionan las leyes de copyright, se pone en duda la privacidad de las comunicaciones, y se abre una disputa sobre el control y la función de policía del Estado respecto a los usuarios de las redes. Pero sobre todo se deja ver un modo de vincularse a las tecnologías por el interés directo, por la pasión de conocer, aprender y compartir con otros lo aprendido. En definitiva, por amor a la profesión (o al arte). Entonces, si hubiera que responder a la pregunta de por qué son interesantes los hackers, la respuesta tentativa sería porque producen visiones y propuestas creativas y apasionantes sobre la tecnología, ya sea que lo hagan porque se lo proponen, o porque surgen como resultado de su presencia, por los cuestionamientos e interrogantes que ésta plantea.

Esta antología de textos pretende dar un panorama que sirva de introducción a varios temas vinculados a los hackers y sus actividades en distintas áreas. Arranca con una sección de «Historia» con dos textos de Eric Raymond y el escritor Bruce Sterling sobre la historia de Internet y la cultura hacker. En «Software Libre» se incluyen un artículo de Miquel Vidal que es una introducción, a la vez que balance crítico, del software libre, junto con una selección de notas y artículos de Richard Stallman, el impulsor de la patente GNU y la Fundación Software Libre, en los que debate sobre la importancia de volver a pensar las regulaciones de copyright en función de las nuevas tecnologías y sobre la posibilidad que brindan las redes de compartir la información (ya sean programas, música o literatura).

En la sección «Criptografía» se incluyen dos intervenciones (un manifiesto y una ponencia en un congreso) de Eric Hughes y John Gilmore, que son dos de los hackers más destacados del grupo Cypherpunks («Cripto-hackers»), un grupo estadounidense dedicado a programar y difundir al gran público métodos de encriptación de datos para hacer más seguras las comunicaciones. En «Hackers» se presentan dos artículos de Steve Mizrach y Jonas Löwgren, que analizan las distintas ideas que suelen asociarse a los hackers, y las discusiones entre hackers «constructivos» y hackers que violan la seguridad de los sistemas. También se incluyen aquí dos textos del hacker italiano jaromil en los que se explaya al respecto. Queda por hablar de las secciones «Activismo» y «Tecnologías».

Éstas no hacen referencia explícita a los hackers y sus actividades, pero los incluimos los textos porque creemos que sirven para completar el panorama abierto por las demás secciones. En la sección «Activismo» un artículo de Miquel Vidal y otro escrito por Marilina Winik del grupo Indymedia Argentina, se refieren a las posibilidades que abre Internet para garantizar la libre circulación de información que no encuentra espacios en los medios tradicionales. La sección «Tecnologías» recopila notas que desde distintas perspectivas y disciplinas reflexionan sobre las relaciones entre los hombres, las tecnologías que desarrollan y lo que piensan e imaginan sobre ellas. Aquí se incluyen textos de escritores como Thomas Pynchon y Bruce Sterling, del sociólogo argentino Christian Ferrer y del ingeniero informático Bill Joy.

Carlos Gradin