Medio Mundo. Un identikit
Christian Ferrer es ensayista y sociólogo. Enseña Filosofía de la Técnica en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires. Integró los grupos editores de las revistas Utopía, Farenheit 450, La Caja y La Letra A. Actualmente integra los de las revistas El Ojo Mocho y Artefacto. Ha escrito los libros El lenguaje libertario (compilador) y Mal de Ojo: ensayo sobre la violencia técnica, así como Prosa plebeya, recopilación de ensayos del poeta Néstor Perlongher, y Lírica social amarga, compilación de escritos inéditos de Ezequiel Martínez Estrada. Su último libro es Cabezas de tormenta: ensayos sobre lo ingobernable.
ASPECTO. ¿Se parece a una red? ¿O a un laberinto, según una metáfora trillada? ¿Quizás a esas circunferencias que organizan el tiempo y el espacio de los seres humanos? ¿Es el fantasma de un centro de vigilancia y control que se deshilvana y recompone en millones de pantallas? ¿O es el mapa fractal de un astrólogo del inconsciente? ¿O se parece a un conmutador telefónico, imagen que parece condensar su ideal de sociedad? ¿A la vieja red ferrocarrilera o al delta de nervaduras del cuerpo humano? ¿Al organigrama de una gran corporación? O a un mandala, esa figura oriental cuyos cuatro lados son simétricos y de donde se sale y se ingresa por cualquier parte.
FECHA DE NACIMIENTO. ¿Cuándo comenzó? ¿En los años ‘90, al esparcirse la hilatura informática por los cuatro puntos cardinales? ¿En 1981, cuando se lanzan al mercado las primeras computadoras personales? ¿En 1946, cuando por primera vez ronronean las válvulas y circuitos de la gigantesca ENIAC? ¿O fue en el siglo anterior, cuando Babbage inventó las tarjetas perforadas? ¿O quizás en el siglo XVIII, cuando de la palabra comunicación se descartaron las connotaciones religiosas que evidenciaban comunidades en comunión a la vez que las ciudades alcanzaban el millón de habitantes y se hacía necesario informar a unos sobre lo que otros hacían en el extremo opuesto del mismo hábitat? ¿O quizás, incluso, algunos siglos antes, en el momento en que comenzaron a clasificarse los peces que nunca nadie jamás comió o las estrellas a donde nadie jamás viajó, potenciando así una indetenible voluntad de tratar la riqueza de la realidad como información? No, Internet no es un dispositivo de última generación, como creen los taquicárdicos y los desinformados: es una idea que viene desplegándose lenta pero imperiosamente desde hace siglos.
¿Cómo no darse cuenta de que fue necesario, antes que nada, orientar el sentido de la vista hacia aparatos técnicos de captura de representaciones visuales, y transformar al habitante urbano en un observador incesante reactivando instantáneamente ante cientos, o miles, de estímulos visuales en cada caminata, y acostumbrarlo a la presencia continua, en ámbitos domésticos y públicos, de cientos de juguetes ópticos de los teatros de sombras a la linterna mágica, y desplazar el significado de la palabra confort desde la práctica íntima de la confortación del alma a la comodidad hogareña apuntalada por tecnologías, y hacer que datos, imágenes y textos se cruzaran primordialmente con flujos de capital, y que los futuros imaginados incorporaran efectos especiales, y eso a escala mundial, y sin olvidar que el valor de la aceleración fue elevado a rango metafísico? Sí, ha sido necesaria, a lo largo de dos siglos, una inmensa acumulación de transformaciones subjetivas, políticas, económicas y tecnológicas para que en los años ‘90 cualquiera pudiera estar cierto que hay más verdad en Internet de la que había en la televisión, y antes, en el cine, y antes, en los textos de lectura, y mucho antes, en los relatos orales que transmitían historias de dioses y animales mitológicos.
MEDIDAS. Decir que es una voluntad de poder es definir a Internet. Un improbable viajero espacial que escrutara el planeta Tierra con su telescopio, seguramente observaría la danza orbital de cien satélites artificiales de comunicación vigilando, articulando e intercronometrando las actividades humanas; observaría además el titilar de millones de computadoras localizables como alfileres coloreados en el mapa de un estado mayor de la inteligencia estatal; y también a flujos inmensurables de dinero pulsando a lo largo de la red; y observaría una dúctil interconexión de redes telefónicas, televisivas e informáticas; y asimismo observaría cientos de miles de microemprendimientos destinados a mantener el flujo sanguíneo en las innúmeras nervaduras tal cual estaciones de servicio a lo largo de una carretera; y, si abriera aún más al gran angular, observaría como este medio mundo de pescador acoge y arrastra a las actividades humanas más pujantes y las encastra en un todo funcional.
Observaría, en definitiva, a un sistema guerrero en marcha, una auténtica voluntad de poder que recién está en su curva de ascenso, cuyas equivalencias pueden ser encontradas en la expansión del Imperio Romano, la evangelización cristiana o la conquista de América.
Tal voluntad, además, envía a su ocaso a toda labor humana que no se adecue a sus exigencias y necesidades. Sólo subsisten el bien de museo, el anacronismo viviente o la costumbre inofensiva. No, Internet no es solamente un entretenimiento para adolescentes, un instrumento laboral, un medio de comunicación o un nuevo espacio empresarial. Es, además, un arma de instrucción militar masiva, y la laptop, la PC, el mouse, el modem y el teclado constituyen el arsenal cotidiano de gladiadores bonachones.
GRUPO SANGUINEO. Y como cada cosa tiene su doblez, también la red tiene una zona secreta, y vericuetos por donde se filtran líquidos contaminantes que el artefacto en sí mismo produce. Delito informático, virus, espionaje, ataques concertados a una sección de la red, todo ello pertenece a la segunda categoría y son equivalentes a lo que la delincuencia, el sabotaje, el espionaje industrial y el partisanismo político eran al orden productivo clásico. Después de todo, la forma de la red imita al serpentario.
En efecto, la palabra virus significa, en latín, veneno, y el daño nihilista o las actividades que redundan en hurto no dejan de ser la ineliminable enfermedad venérea de Internet, su mal de nacimiento, su falla de fábrica. Del mismo modo, el accidente de transito es inerradicable de la autopista. En cambio, la vigilancia oculta de los usuarios por parte de supercomputadoras ocultas es harina de otro costal.
La existencia de la así llamada red Echelon demuestra que la voluntad de control de los Estados modernos y la cultura del secreto que desde siempre ha signado a los servicios de inteligencia estatales se han adosado a la red como el injerto al árbol. Esas supercomputadoras operan como una esponja, dejando escurrir solo el líquido insignificante a la vez que se transforman en una suerte de inconsciente de la red, remedo del ego totalitario de las potencias del primer mundo. El año 2000 encontró a los internautas unidos y vigilados, y no les queda otro remedio que repensar políticamente las promesas libertarias con que se publicitó el despliegue de Internet.
PROFESION. La red recién comienza a desplegar sus fuerzas. Sus próximos pasos están garantizados, en gran medida porque Internet ya habita la imaginación contemporánea como un prodigio en el que estarían contenidas indecibles posibilidades, pero también porque resulta ser un cauce amable para los viejos problemas irresueltos de la humanidad. Una página WEB hace resaltar el deseo de reconocimiento frustrado; el sitio pornográfico revela la vieja insatisfacción sexual; y en cada chat se fuga de la soledad. Y así sucesivamente, duplicándose en el ciberespacio nuestra forma de existencia terrenal.
Y como fondo omnipresente, el negocio, pues la imagen idílica y democrática de 6.000 millones de computadoras uniendo al género humano colisiona contra los aproximadamente 600 millones de consumidores reales que importan al comercio electrónico. Si en algunas décadas más Internet será sinónimo de una nueva economía, de inéditas formas de la acción política o de un nuevo tipo de hábitat que recién se encuentra en estado de prototipo, nadie lo sabe aún con certeza. ¿Y si Internet desapareciera en una década, superada por complejas formas de interrelación humana que la industria biotecnológica comienza a prometer y publicitar pero que aún tiene que inventar? A la fecha de vencimiento de la red no se la incluye en los manuales del usuario.