La nave espacial estaba en el centro de la habitación. Suspendida en el aire. A casi dos metros del suelo. Pensé que tenía muy buen aspecto y me pregunté cómo lo había hecho. Pasé la mano alrededor del artefacto —soy bastante alto— y allí no había nada. Evidentemente, no había nada que desde abajo sostuviera la máquina. Tampoco había nada que bajara del techo. Se notaba un olor a productos químicos; en el suelo había un lugar quemado, y él estaba en órbita.
No es nada cómodo tener un hijo excepcional. Esa clase de hijos siempre están haciendo cosas que uno no puede comprender.
Toqué la máquina y ésta se movió suavemente al impulso de mi mano, sin esfuerzo alguno, aunque siempre regresaba a su posición original, moviéndose ligeramente.
Las paredes de la habitación estaban cubiertas de fotografías, despegues de Yuri Gagarin, Gus Grissom, Roger Chaffee, Ed White y todos los nuevos héroes. Su mesa de trabajo estaba cubierta de instrumentos electrónicos y libros que no podía comprender. Sólo tenía 12 años y ahora estaba suspendido en el espacio, en su nave, a casi dos metros de altura del suelo, en el centro de su habitación de trabajo situada en el sótano… tal y como había dicho que haría.
También recuerdo que me preguntó:
—¿Por qué lanzaste aquella moneda sobre el estómago de la chica, papá?
—Para ver si rebotaba.
Siempre intenté decirle la verdad al chico, aun cuando doliera… Y me gusta la imagen de todos esos pequeños cuerpos femeninos estirados en la playa, bronceados en sus diminutos bikinis; siempre se echan por parejas para proporcionarse protección mutua, con los ojos cerrados, dirigidos hacia el mar.
Un impulso. Sólo quería saber si la moneda rebotaría sobre el pequeño estómago de aquella rubia, como sobre la cama de un marinero perfectamente hecha.
—¡Oh! —exclamó él.
Su madre había muerto y uno no podía decirle toda la verdad. No habría podido resistirla. Nadie habría podido resistirla, siendo la verdad, especialmente siendo la verdad. Trató de interesarle por la política o para que ingresara en la academia. Tengo unos antecedentes militares bastante amplios, y no quería que mi hijo fuera un hombre alistado a la fuerza. Eso es razonable. Pero él siguió enfrascándose en aquellos tontos libros. Bueno, los libros no son tan malos como parecen, aunque a mí me gusta saber lo que se dice en ellos.
—Papá, ¿qué estaba haciendo esa mujer en mi habitación esta mañana?
—Su coche se estropeó, y tuve que ayudarla…
—¡Oh!
Me enorgullezco de pensar con rapidez, eso que Hemingway llamaba gracia bajo presión, aunque más tarde descubrí que eso mismo ya se decía entre los antiguos romanos. Hubiera deseado que fuera el propio Hemingway quien lo mencionara. Un hombre siempre debe citar sus fuentes de información. De cualquier modo, y si he de ser fiel a la verdad, el caso es que mi cama se rompió, y tuvimos que cambiarnos a la otra. Ted estaba dormido en el sofá de su taller; pensé que no la había visto. Pero me olvidé de que siempre se levantaba en cuanto amanecía, antes de las seis. Sí, un chico excepcional.
Su habitación estaba llena de letreros que colgaban de las paredes:
ABLACIÓN, MATERIALES DE. — Materiales especiales, que disipan el calor, situados sobre la superficie de una nave espacial, que pueden ser sacrificados (eliminados, vaporizados) durante la entrada…
ABLACIÓN. — Disolución de materiales de ablación, protectores del calor, durante el proceso de reentrada de una nave espacial en la atmósfera terrestre a velocidades hipersónicas…
ABORTO. — Proceso por el que se renuncia a llevar a cabo una misión aeroespacial antes de que ésta haya sido realizada con éxito.
«Aborto». Sonreí hacia la nave espacial suspendida en el aire. Pero él parecía no enterarse de nada… Simplemente me miraba desde el visor de plexiglás de su casco. Sabía que se trataba de alguna especie de truco… era un chico muy listo. Pero no me gusta que se burlen de mí, al menos, no durante mucho tiempo. Tengo un cierto sentido del humor y puedo reírme de mí mismo —siempre lo he dicho—, pero no durante demasiado tiempo.
—¡Aborto! —dije, con más fuerza.
Pero él se limitó a mirarme. La nave espacial osciló ligeramente en el aire.
Recuerdo cuando consiguió el equipo —por 10,75 dólares—, que se suponía ser una maqueta del original, la cápsula espacial Mercury 3, Libertad Siete. Una placa de fibra aplicada a presión garantizaba que aquella maqueta era perfecta en todos los detalles, con espacio en su interior para dar cabida a un niño. Ustedes mismos pueden imaginar el resto. La etiqueta decía: «incombustible», por lo que pensé que las cosas se llevaban demasiado lejos. Pero supongo que eso proporciona a los chicos una sensación de realidad… se mantienen al día en cuanto se refiere al programa espacial, sus éxitos y fracasos. Aquellos locos letreros:
INTERPLANETARIO, ESPACIO. — Parte del espacio que, desde el punto de vista de la Tierra, tiene su límite inferior en el límite superior del espacio translunar, y que se extiende más allá de los límites del sistema solar en varios miles de millones de kilómetros…
—¿Por qué tienes estos letreros colocados en grupos de tres, Ted…?
INTERESTELAR, VUELO. — Vuelo entre estrellas. Estrictamente, vuelo entre las órbitas alrededor de las estrellas…
—¿Me estás escuchando, Ted? ¿Por qué eso sobre…?
INTERESTELAR, ESPACIO. — Parte del espacio que, desde el punto de vista de la Tierra, tiene su límite inferior en el límite superior del espacio interplanetario y que se extiende hasta los límites inferiores del espacio intergaláctico…
—¡Y ahora deja de jugar por ahí y contéstame!
En realidad, sólo estaba tratando de entablar una conversación. Ted había estado utilizando aquellos letreros como instrumentos mnemónicos, como él los llamaba; tenía algo que ver con sus teorías sobre la memorización profunda. Pasé mi mano alrededor de todo su pequeño artefacto y que me condenen si pude sentir algo. Aún seguía oscilando ligeramente en el aire aunque, desde luego, allí no había viento. Su rostro parecía tranquilo detrás de su visor cuando se movió deliberadamente manejando los cuadrantes de mandos con una mano revestida de algo plateado.
—¡Y ahora ya está bien, Ted, maldita sea! Te vas a bajar inmediatamente de ese trasto.
Y ésa fue la primera vez que escuché la voz de Myra.
—¡No puedo resistirlo más!
Era Myra, sin duda.
—¡Los últimos diez años han sido un infierno…!
Pero ella estaba muerta… mientras la nave espacial oscilaba ligeramente.
—¡Vete al infierno!
Ese fui yo.
—¡Me quieres hacer el favor de marcharte al maldito infierno!
Ese fui yo otra vez, de acuerdo… Resulta difícil reconocer la propia voz la primera vez que la escucha uno repetida… Pero yo estaba bien.
—¿Por qué no haces el favor de largarte de la casa…?
Yo era el único que decía cosas como aquélla, al menos con aquel gimoteo de fastidio tan particular que aparecía siempre que me olvidaba de mí mismo.
(Me he dicho a mí mismo más de una vez, y lo he pensado otras tantas veces, que no soy una persona muy simpática.)
—Papá —dijo la grabadora.
Era la grabadora de Ted, de acuerdo. El pequeño bastardo nos había grabado.
—Papá…, ¿dónde está mamá…?
Yo soy papá, y siempre la llamé a ella mamá.
Pero él no la había llamado así desde hacía años. Regresión. Pero tengo buen oído y había una diferencia sutil… no era la grabadora la que estaba hablando… Aquello era, un mensaje que me llegaba directamente desde la nave espacial:
—¿Dónde está ella…?
Él sabía dónde estaba ella. La voz era fina y metálica, y miré a través de su visor de plástico y le vi mirándome:
—Quiero saber… —su boca estaba moviéndose.
Al diablo con todo esto. Estaba volviéndome loco… Ya tengo bastantes cosas en mi cabeza como para volverme loco por una tontería como ésta… (Cuando me expreso siempre utilizo demasiadas palabras, precisamente ahora asisto a un curso para leer con mayor rapidez y retener más, de modo que pueda mantenerme al mismo ritmo que mi hijo, pero, si he de decir la verdad, parece como si no pudiera seguirle el juego.)
—Deja ya de beber…
Volvía a ser yo, en la cinta.
—¿Dónde has escondido esta vez la botella…?
Ella bebía, de acuerdo… ¿quién no lo hace? Pero hay un límite. Y ahora, el pequeño bastardo estaba tratando de volverme loco… Entre ella y Ted siempre hubo una especie de alianza en la que yo nunca pude entrar, ni romper, aun cuando hubiese querido hacerlo, ¡y ellos no me pueden acusar de eso!
—¡Dónde he puesto la maldita botella…! ¡Yo sí que debería tomar un trago…!
¡Cristo!… Tuve que haber dicho aquello hacía por lo menos tres años —por lo menos— cuando Ted sólo tenía nueve. ¿Tenía él entonces la grabadora?… No cabe la menor duda de que ya debía tenerla. Vendía periódicos y tenía su ruta… Arriba a las 5.15 cada mañana de la semana, y a la calle con aquella bicicleta, para arrojar aquellos malditos periódicos.
HIPERGÓLICO. — Se refiere a las combinaciones bi-impulsoras que se ponen era ignición espontáneamente tras su contacto o mezcla…
HIELO, CAPA DE. — Capa de hielo que se forma en el exterior de un vehículo impulsor en superficies sobreenfriadas por el oxígeno líquido contenido en el interior del vehículo…
¿Por qué siempre los tenía colocados en grupos de tres?
GLOBOS-IN, GLOBOS-OUT. — G en términos de aceleración de vehículo, etc.
Parece como si, al tenerlos agrupados, le resultara más fácil recordarlos. Asociación. Siempre tenía alguna razón para hacer lo que hacía… Hubiera querido tener tanto sentido común como el chico. Ahorró el dinero que ganaba y se compró un magnetófono, que, según recuerdo que pensé entonces, resultaba un maldito aparato para ser comprado por un chico de nueve años. Pero no me opuse. Si él deseaba malgastar su dinero, por mí no habría problema… Le daría un sentido de los valores cuando llegara el momento de reparar aquel instrumento infernal o, simplemente, cuando se cansara de él. (Debí haber supuesto que lo quería para algo… para grabar a papá y mamá… ¿qué hay de eso?)
—¡Aparta tus malditas manos de mí…!
Me fue imposible decir quién de los dos fue… ¡qué grito tan terrible!… justo al máximo volumen.
—¡Oh!… ¡Duele!
Debió de haber sido ella.
—¡Me estás retorciendo el brazo!
Sí, era ella, sin duda. Ella. ¡Cristo! ¡Qué satisfacción! Retorcer el brazo de aquella vieja. No lo hice muy a menudo… pero cuando lo hice resultó ser todo un acontecimiento.
—Papá…
La voz me llegó desde el interior de la nave espacial… ¡Cristo! ¡No era una nave espacial! ¿Cómo podía serlo? (Sólo era un juguete, construido por un niño que estaba solo con demasiada frecuencia, abandonado a sí mismo con demasiada frecuencia… y ésa es una buena forma de meterse en líos.) El cascarón estaba asegurado.
—Papá…
Hubiera deseado que no me llamara así.
Su boca estaba trabajando en aquel endemoniado casco…; pero ¿desde dónde me estaba hablando? ¿Dónde estaba el micrófono? Si pudiera descubrirlo podría arrancar la clavija. Y quizá entonces se viniera abajo todo aquel maldito asunto, y podría hablarle para infundirle algo de buen sentido. Sonido estereofónico… Estaba consiguiendo volverme loco. Mientras él seguía oscilando suavemente allí, en el centro de la habitación.
(Debí haberme figurado lo que estaba haciendo con su tiempo; debí haberle ayudado en la construcción de aquel artefacto…; porque estoy seguro de una cosa: de haberlo hecho así, aquel maldito artilugio no habría funcionado.)
—Papá… ¿No… grk… a mamá…?
No pude descifrar la palabra que dijo antes de «mamá», pero supe en seguida de qué se trataba.
—No he matado a nadie —dije.
A veces, se ve uno obligado a mentir para salir del paso. Un chico debe tener mucho más respeto por su padre. Pero esto también era algo de locos… hablar uno consigo mismo. Elevé la voz, de modo que pudiera escucharme a través del panel de fibra.
—¡No he matado a nadie! —oí que decía mi propia voz…, en lugar de repetirlo… Me había grabado y ya no tenía que repetirlo.
Ted lo estaba pasando bien allá adentro, trabajando en su panel de instrumentos… en sus artilugios electrónicos; un muchacho muy listo.
—Me marcho —dijo su madre en la grabadora, y pude escuchar la risa de Ted al fondo…
No le había escuchado reírse así durante muchos años. Siempre solía reírse así cuando estaba histérico.
—Me echarás de menos cuando me haya ido…
Resultaba algo endemoniado tener que decirle aquello a un muchacho, especialmente cuando uno estaba borracho… Todo el mundo cree lo que dicen los borrachos.
—Sí, me echarás de menos —siguió diciendo la voz ebria una y otra vez—, me echarás de menos cuando me haya ido…
Bueno, ella siempre fue de ese tipo de mujeres que suelen sentir lástima de sí mismas… Pero eso no tenía nada que ver con la forma en que él estaba manteniendo ahora aquella maldita máquina en el aire. Estaba haciendo algo con electroimanes… Eso era, lo conseguía a base de electroimanes…
Desconecté la corriente. Si no hay electricidad, no hay electroimanes. Pero cuando mis ojos se acostumbraron a la oscuridad… allí estaba él, suspendido en el aire, oscilando con suavidad.
Le di un golpe a la máquina con la mano y sentí un picor… no como consecuencia de la electricidad, sino porque le había pegado demasiado fuerte. Y aquello siguió colgado allí… flotando allí… con mi hijo en su interior.
—No temas —me dijo mi hijo.
Bueno, la verdad es que no resulta agradable que un chico de doce años le diga a uno que no tenga miedo, y mucho menos cuando se trata de su propio hijo.
Me preguntaba cuándo iría a reproducir alguna de aquellas imbecilidades dichas por mí.
—Estoy escuchando —dije, estúpidamente. ¿Qué otra cosa podía haber dicho?
—Te informo —me dijo, con bastante calma.
Le encantaba aquella jerga… la jerga del espacio.
—Aquí Chris Craft, del centro de Houston.
A todos los chicos les encanta eso.
LO INESPERADO. — Rayos X, energía nuclear, relojes atómicos, fotografía, relatividad, efecto Mossbauer, carbono-14, cinturones Van Allen, detección de planetas invisibles…
Sus letreros brillaban en la oscuridad.
LO ESPERADO. — Automóviles, máquinas voladoras (Da Vinci), máquinas de vapor, submarinos, robots, rayos de la muerte, vida artificial, telepatía, inmortalidad…
Todo lo que tenía que hacer por la noche era abrir los ojos para poder leerlos con toda facilidad.
ANTIGRAVEDAD. — ¿Es «estrictamente para las aves»?
—¿De dónde has sacado tu traje espacial? —le pregunté estúpidamente. ¿Pero cómo se puede conversar en tales circunstancias?
—No temas —volvió a decir.
—Eso no es lo que te he preguntado —dije—. Te he preguntado dónde conseguiste ese maldito traje…
—No lo sé todo —dijo, con gran serenidad, aunque creo que le hice sobresaltarse.
—Voy a tirarme al río Ohio —gritó la voz de su madre beoda en la cinta; muy divertido… porque vivíamos en Nueva Jersey.
Pero ella se había criado en Cincinnati.
—Voy a bajar y voy a tirarme al río Ohio…
Los borrachos siempre repiten lo que dicen. Y aún podía seguir escuchando a Ted al fondo, aunque había dejado de reír.
—No —dijo, como siempre dice cuando está enfadado, de modo que tiene uno que escuchar con gran cuidado para oírle.
—¡Cristo! ¡Qué desastre…!
Eso tuvo que haber sido después… Uno de los policías… porque los conductores de ambulancias no reaccionan de ese modo, ellos están acostumbrados. Podía uno escuchar sus lentos pasos, pesados, sobre el suelo… Ella habla caído justo fuera del cuarto de baño, donde no había alfombra… Siempre quisimos comprar una alfombra que llegara hasta la misma puerta del baño para poder tener los pies calientes en invierno.
—Cubridla…
Al igual que todas las mujeres, ella se había envenenado…; pero lo que no te dijeron es que todo el interior sale al exterior con esa sustancia tan corrosiva… Pero la perforación ya es inevitable y uno no puede hacer nada.
—Adiós, mamá…
Se comportó como un verdadero caballero… Ayudó a transportar el ataúd y después, situado delante de la tumba, dijo:
—Adiós, mamá…
Bueno, me sentí contento al darme cuenta de que aún le quedaban sentimientos por la vieja —no se sentía atraído por la religión ni por nada de eso—, así es que no pensó que ella se iba a quedar flotando en el limbo para siempre, porque se tomó el veneno o algo…
Sólo Dios sabe qué más cosas podía tener en aquella cinta… Aquel pequeño magnetófono cabía perfectamente en uno de sus bolsillos, donde nadie podía verlo… Un espía. Por aquellos tiempos, todos los chicos creían ser espías, y cuando no, creían ser astronautas… ¿O incluso cosmonautas? Nunca se sabía con los chicos de aquellos días. Quizá se identificaba con la Madre Rusia.
—¿Camarada…? —dije.
Quizá aquello le impresionara.
—Das vidanya —insistí.
Serví en un transporte durante la Segunda Guerra Mundial y allí recogimos a un pequeño ruso… en la ruta de Murmansk.
—Dnepropetrovsk!
Pero aquel maldito artilugio seguía suspendido allí, oscilando a la media luz. De su panel de instrumentos procedía un brillo… y cuando caminé alrededor de la máquina, ésta se fue girando suavemente conmigo… y nunca pude ver con precisión qué era lo que él estaba haciendo allí dentro con sus manos.
—Está bien, padre —dijo él.
Y ahora me llamaba padre… Pensé que estaba creciendo, así era… con el tiempo.
—Y ahora, tengo que irme… —dijo mi hijo.
(Conseguir un cuchillo o algo y sacarlo de allí antes de que pudiera suceder nada malo.)
—Y no tienes que intentar detenerme…
Estaba hablando muy correctamente para ser un niño.
—Ir, ¿adónde? —pregunté, estúpidamente.
—Lo sabré cuando haya llegado allí…
En este mundo han ocurrido cosas peores… Tenía que decírmelo a mí mismo una y otra vez: en este mundo han ocurrido cosas peores. Ted había dicho que el tiempo transcurre hacia atrás, así como hacia adelante, de modo que el futuro ya existe. Mientras, le observaba, colgado allí… mirando fijamente ante si.
EL CUBO.
(El letrero brillaba sobre la pared.)
… Un ortoedro perfectamente configurado, de hierro y níquel meteoríticos, de 7,5 por 5 centímetros, duro como el acero, pulimentado, con un surco geométrico artificial circundándolo…, un bloque sólido de carbón terciario formado hace 300.000 años en Austria, 273.000 años antes de que el hombre pudiera disponer de herramientas…
Ted seguía mirando fijamente.
EL HILO DORADO.
(La máquina apuntaba hacia ellos como una estrella polar.)
… Empotrado en el mismo centro de piedra de una cantera de roca, en Inglaterra; el hilo dorado tiene 60.000.000 de años de antigüedad, y fue creado a mano o a máquina 59.000.000 años antes de que el hombre apareciera sobre la Tierra…
(No había un tercer letrero.)
Y con esto, moviéndose cautamente pero con suavidad y definitivamente, él empezó a extenderse en el interior de la nave espacial, girando el cascarón hasta abrirlo. Estuve a punto de ir a encender las luces, pero no fue necesario… porque con la cápsula abierta quedó inundada de luz, reflejándola desde su panel de instrumentos. Su traje era plateado y tenía todo el aspecto de ser algo muy real… verdaderamente profesional… cuando él se deslizó en el aire.
Dios mío… Estaba flotando…
—Adiós, padre…
Dios mío… Se estaba marchando…
—¡No puedes hacer eso! —dije, y creo que estaba gritando.
Mientras él flotaba suavemente en el aire, como un hombre del espacio, moviéndose libre pero lentamente y siempre hacia la puerta, observé un pequeño instrumento en su mano que bombeaba el aire hacia atrás, como una vejiga. Ahora había abierto la puerta, su puerta de entrada privada. (Tuve miedo de concederle tanta libertad a una edad tan temprana, pero, ¡qué demonios!, soy una persona tolerante.)
—Te veré… —su voz, amortiguada, se iba haciendo cada vez más débil a medida que se alejaba.
—¡Espera! —le grité—. ¡Me marcho contigo!
—No… —la voz fue aún más débil cuando corrí hacia él y me agarré a su pierna en el momento en que él salía a la noche.
¡Cristo! La gente que estuviera observando el cielo de Nueva Jersey iba a ver muchas cosas aquella noche…
Me desabroché el cinturón y me sujeté a mi hijo con él. Estábamos flotando libremente y poco a poco íbamos cobrando velocidad. Soy bastante fuerte, así es que até el cinturón bastante bien, sólidamente. No podía perder a mi hijo en aquellos momentos.
—Es demasiado tarde…
De algún modo, la voz parecía aún más débil, aunque yo estaba fuertemente atado a él, balanceándome de una de sus piernas. Fuéramos adonde fuésemos, iríamos juntos…
—Adiós, padre… —me dijo, inclinándose hacia abajo y desatándome.
(Podría haber sido mucho peor. Sólo estábamos a poco más de 15 metros de altura… Podría haber esperado hasta estar a 45 metros o más, para hacerme lo mismo que yo le hice a su madre. Pero no esperó… Siempre fue un buen chico.)
¡Aquellos malditos equipos!